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Salud Pública de México

versión impresa ISSN 0036-3634

Salud pública Méx vol.45 no.5 Cuernavaca sep./oct. 2003

 

PÁGINAS DE SALUD PÚBLICA

 

Manuel Alberto Santillana-Macedo, Dr en C

Instituto Mexicano del Seguro Social. Hermosillo, Sonora

 

 

 

Osorio-Carranza RM. Entender y atender la enfermedad. Los saberes maternos frente a los padecimientos infantiles. México, DF: Instituto Nacional Indigenista/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2000, 276 pp.

Rosa María Osorio propone en su texto Entender y atender la enfermedad, el reconocimiento de que la atención materna en el ámbito doméstico es, sin duda, el primer sistema de atención a la salud de este país.

Me explico. Si partimos de una anécdota: la de que en 1995, en un seminario doctoral en el Instituto Nacional de Salud Pública, en Cuernavaca, revisamos la segunda Encuesta Nacional de Salud (ENSA II) realizada en 1994 (en donde se discutía con vehemencia y fragor el aumento de la cobertura del sistema nacional de salud mexicano), al hacer el señalamiento de que esta ampliación de cobertura era un engaño, me increparon el por qué. La respuesta es muy sencilla, es obvia y la proporciona la misma ENSA II, ya que la pregunta clave de toda la encuesta era: ¿tuvo usted algún problema de salud en la últimas dos semanas? Y de contestarse afirmativamente entraban a realizar la encuesta. Pero la siguiente pregunta era: ¿dónde resolvió usted este problema de salud? Resulta que la muestra aleatoria nacional de cerca de 10 500 familias encuestadas contestó que 61% resolvió sus problemas, precisamente, en la casa. Lo que sugiere que nuestro fabuloso sistema de salud pública y privada atiende de 30 a 39% de los casos y eso, con todo y tiempos de espera prolongados, algunos maltratos a los usuarios que se han documentado y, paradójicamente, una alta eficiencia.

Bueno, todo esto se encuentra condensado en una propuesta en la página 200 del libro de Rosa María Osorio. La misma a la que llega, no por una encuesta aleatoria nacional, sino por un trabajo etnoantropológico en una comunidad del Estado de México.

Quiero enfatizar esta observación porque me parece que sintetiza la propuesta de todo el texto y es a la vez la respuesta de la pregunta de investigación de todo el estudio. Es decir, ¿de qué nos sirve saber que atender y entender la enfermedad de la población infantil por sus madres en las unidades domésticas de comunidades rurales sirve para algo? Pues para contestar que en términos de salud pública, y antropología médica/de la salud, se recupera el valor de estos saberes y procederes para mejorar el nivel de salud poblacional. O dicho más claramente, personalizar y humanizar con solidaridad la idea sanitarista pulcra de "recurso humano para la salud". O como se diría en los idílicos años setenta cuando estaba el boom de la medicina social: "construir la salud con las propias manos del pueblo". Pero ahora documentado como manos maternas, desde luego.

Es precisa la lectura de este texto de Rosa María Osorio en el que es conveniente resaltar y hacer reconocimiento de tres puntos y criticar dos:

Primero, es de felicitar la pulcritud sintética y claridad, y aun, elegancia, con que nos concentra y aclara las complejas propuestas teóricas de Eduardo Menéndez. Para quienes lo hemos seguido teóricamente durante un cuarto de siglo en la construcción de su modelo salud/enfermedad/atención (s/e/a), los capítulos de la doctora Osorio son, sin duda, un oasis de frescura y claridad. Gracias.

Segundo, porque me parece que aterriza con una eficiente fluidez la complejidad del modelo teórico s/e/a en los saberes y procederes de las madres de familia del poblado de San Juan, en el Estado de México. Sobre todo, porque permite ver cómo se articulan los problemas macro de urbanización acelerada y desordenada, empleo-desempleo, y el desarrollo de una construcción sociocultural subjetiva del atender la enfermedad con la influencia de la televisión y/o ser empleada doméstica. Y relacionar todo esto con el nivel micro de los saberes tradicionales, curanderos, neosaberes alopáticos y/o tomar la decisión de ir a un nivel de atención de mayor complejidad en un hospital general y no a la clínica de medicina general. Me parece que éste es el gran acierto en términos metodológicos del texto: descubrir los caminos de decisión de la trayectoria del enfermo, de una madre con sus hijos enfermos.

El tercer reconocimiento tiene que ver con la constante reflexión que se va tejiendo en el texto. El libro es, en sí mismo, un ejercicio de síntesis teórica de la atención a la salud y es, a la vez, un buen ejemplo de trabajo etnoantropológico sobre cómo las madres saben, conocen y proceden en su desempeño de puericultoras y prestadoras de servicios de salud domésticos. Adicionalmente, hay que resaltar el capítulo VII que es un excelente ejercicio reflexivo sobre cómo se integra la oferta de servicios de salud, desde los domésticos hasta los alopáticos hospitalarios sofisticados. Aquí, por ejemplo, se puntualiza que el valor de la decisión doméstica materna es fundamental e incluso vital, porque ahí es la decisión de dónde y cuándo se tiene que ir y qué hacer, por tanto es este el nivel de mayor decisión de un sistema nacional de salud.

Pero al mismo tiempo el libro es un trabajo que abre varias reflexiones e interrogantes académicos como los siguientes: en particular, preguntarse, en términos de Pierre Bourdieu, si la gente que es pobre económicamente, también lo es en sus razonamientos sobre atención a la salud, o sea, acorde con el capital de conocimiento de las madres: ¿lo normal es que los niños en su crecimiento se enfermen para crear resistencia, o que no se enfermen?, o en términos bourdieanos: ¿se cuestiona que el capital de conocimiento de contar con mejores niveles nutricios, y así desarrollar menos enfermedades diarreicas y respiratorias, hace que crezcan los niños más resistentes en condiciones de pobreza y defensa necesaria ante las agresiones sociales es lo normal, o lo normal es lo contrario, donde el capital de conocimiento es considerar que los niños bien nutridos y sanos no deben de enfermarse nunca o casi nunca? O por otro lado, ¿cuál es el papel de los padres cuando ellos toman decisiones en la carrera del hijo enfermo? O aún más, ¿cuándo las madres aprenden más sobre prevención de enfermedades respiratorias agudas y diarreicas en los niños?, ¿qué dejan de saber y aprender?

Finalmente, hay dos pequeños puntos de crítica, que de ninguna manera invalidan el excelente texto, pero conviene acotar. Uno es que el estudio se realizó en la época de los viejos pesos, por lo que al no considerarse eso con equivalente actual en el texto, hace que los valores económicos de los costos de atención, medicamentos o sueldos de los trabajadores esposos y de las madres de familia sean difícilmente comprensibles. El otro es que los cuadros donde se comparan los hallazgos de este estudio, que corresponden a una decena de madres, contra la prevalencia de la morbilidad nacional o la de todo el Estado de México es un error de comparación de diferentes niveles y órdenes de prevalencia y, más que nada, un abuso metodológico que confunde, de no contarse con conocimientos epidemiológicos o demográficos para detectar este punto.

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