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Revista de investigación clínica

On-line version ISSN 2564-8896Print version ISSN 0034-8376

Rev. invest. clín. vol.57 n.1 Ciudad de México Jan./Feb. 2005

 

In Memoriam

Donato Alarcón

 

Hay acontecimientos que, aun siendo previsibles, ver deseados en dadas circunstancias, tienen, cuando ocurren, un impacto imposible de asimilar: así fue la muerte de Donato.

Donato enfermo, Donato muy enfermo era, de todas formas, Donato aquí, en Nutrición su ámbito por excelencia. Así fue en los dos últimos años, mientras pudo con la enfermedad siguió en su oficina, en su departamento y en su instituto, en medio de sus actividades habituales: trabajos y sesiones, y preparando café para sus amigos en la cafetera alemana de la que estaba tan orgulloso.

Su conducta no reflejaba el conflicto que su inteligencia inquisitiva debía estar enfrentando y que lo llevó a resolver que tenía que seguir "empujando la roca" cuantas veces fuera necesario y posible.

Sin más, la conducta más humana que pueda adoptarse: aceptar al hombre como principio y fin de la existencia. Esta posición, alcanzada por Donato, al filo de los años y después de muchos conflictos metafísicos, implica admitir una cierta soledad del hombre en la Tierra y contestar la pregunta de si la vida vale o no vale la pena de ser vivida, cuando se reduce a una serie de episodios fenomenológicos existenciales, sobre los que, además, no se tiene albedrío.

Queda así planteado, al mismo tiempo, el problema de la libertad y del único problema filosófico importante, según Camus, el de la absurdidad de la muerte.

Resulta imposible saber si Donato resolvió estos problemas existenciales basado en su gran capacidad científica o si, como le gustaba citar a Newton, "se apoyó en los hombros de gigantes", filosóficos más que científicos en este caso.

Lo indudable es que lo resolvió. Por eso, en vez de decir como Sartre, cuando murió Camus en un accidente estúpido, que "el escándalo particular de esa muerte era la abolición del orden de los hombres por lo inhumano", es preferible citar a Píndaro cuando dice: "Alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible".

Así, Donato fue un hombre complejo, a veces hasta la contradicción, con intereses numerosos, gustos cada vez más refinados y afectos profundos, que intentó realizar todo el potencial de estas múltiples facetas.

De sus intereses, el principal fue la Medicina y desarrolló su carrera de clínico, maestro, investigador y académico en Nutrición, uno de sus afectos. Si se exceptúan los años de entrenamiento en la Clínica Mayo, otro de sus cariños, en donde también tuvo un desempeño brillante, el resto de su vida médica la vivió en el Instituto, desde residente a director. La característica de esta carrera profesional fue la progresión: muy buen estudiante, mejor residente, pre–interno e interno de entonces, se convirtió en un excelente jefe de departamento y director y hubiese sido un excepcional ex director por muchos años.

La complejidad de la imagen del médico que tenía y buscaba lograr, se reflejó en el simposio del cincuenta aniversario del Instituto: "La crisis de la medicina al final del milenio. ¿Habrá un renacimiento?" La crisis viene de la tecnología, la socialización y la comercialización excesivas con la desaparición de la relación individual médico–paciente. En contraposición, él quería, en el hospital como en el consultorio, una combinación de ciencia, arte, ética y compasión por parte del médico y de esperanza, confianza, gratitud y amistad por parte del enfermo.

En la institución, durante su dirección, los logros de esa década, una de las más espléndidas para el Instituto, podrían tomarse como una suerte de renacimiento. Incluso con sus aspectos artísticos: cuadros, tapetes, estatuas, bienales de pintura y concierto. Renacimiento también, en la medida que esa era del Instituto representó el esfuerzo renovador del grupo que siguió a los fundadores. Algunos de ellos, miembros del "club del sándwich" o de los "coroneles" como llamaban en 1965 a los recién llegados de Estados Unidos, que se reunían para soñar cambios de la estructura y funcionamiento de Nutrición. De ellos, él fue el más logrado y el que más logró. Apoyado por su inteligencia sistemática, su voluntad férrea y su tenacidad sin medida, puestas al servicio de una ambición constructiva, no sólo personal sino también institucional y aun nacional, intentó y casi alcanzó la excelencia, lema que se escogió para el Instituto en la reunión de planeación en Taxco.

En lo personal, fue médico destacado que trató igual a sus enfermos institucionales y privados, y que pudo mantener un modelo ejemplar de clínico, maestro e investigador. Esto le permitió crear una escuela de Reumatología de nivel nacional e internacional, introducir muchos de los fundamentos clínicos y básicos a la práctica de su especialidad y, como dijo en alguna ocasión Rubén Lisker, dignificar la investigación centrada en el enfermo, en todos los medios académicos. Además, participó en la vida académica del país y de la UNAM, otro afecto casi genético de Donato y alcanzó casi todas las distinciones y premios nacionales y muchos internacionales.

En la jefatura y en la dirección tuvo, a veces, que aislarse, ser distante y tomar decisiones discutibles. Sabía que el poder se desgasta y desgasta al que lo ejerce y que conservarlo impone, en ocasiones, conductas duras. Pero "tratar de emular los logros de las grandes instituciones médicas internacionales en la clínica, la docencia y la investigación", las hacía inevitables: "Caminar en tierra de gigantes", como por ejemplo, Zubirán, Chávez y Alarcón, tiene sus exigencias y no permite la familiaridad. Ya ex director, la actitud cambió y, si su muerte no hubiese sido si no inesperada, tan temprana, se habrían expresado más su simpatía, su amabilidad y su capacidad de afecto.

Hombre complejo, Donato lo fue también por el refinamiento de sus gustos: algunos, como su amor por la pintura, las porcelanas, los tapetes orientales, los libros bellos y los objetos de arte, los heredó de su padre y lo convirtieron en un coleccionista respetable; otros, como su afición a los viajes y a la gastronomía, los fue adquiriendo en sus visitas a otros lugares. En esto, él tan nacionalista se afrancesó y sin perder su amor por la naturaleza, la cultura y la gastronomía mexicanas, empezó a disfrutar con deleite sus viajes a Europa y, en especial, a Francia. Con su facilidad habitual se estaba convirtiendo en un conocedor.

Los afectos de Donato, desmesurados en el caso de su familia, de sus instituciones y de su país, exigen ser respetados. Está él todavía "demasiado vivo" para que convenga detallarlos.

Estos minutos para hablar de un hombre tan complejo y de una vida tan llena, dejan un sentimiento de fragilidad y fugacidad. Que tanto y tan duramente alcanzado tenga que desaparecer, lleva a decir con John Donne que "Ningún hombre es una isla completa en sí misma; cada hombre es un pedazo del continente...; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad; y, por lo tanto, no preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti".

La muerte de cualquier hombre nos disminuye, pero la de Donato nos disminuye mucho más y sólo queda pensar, para llenar el vacío, que como se lo exigía Píndaro a su alma: "no aspiró a la vida inmortal, pero sí agotó el campo de lo posible".

Enero 19, 2005
Dr. Juan Antonio Rull–Rodrigo

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