La pandemia por COVID-19, sin duda, fue el evento que marcó al año 2020 en el mundo. Millones de personas han fallecido por la enfermedad, y ante el colapso de los sistemas sanitarios en el mundo, se ha intentado contener sus terribles efectos mediante el aislamiento en el que llevamos prácticamente un año. Por lo que no querer hacer referencia a la COVID es casi imposible, ya que cada día, las primeras notas que se escuchan en la radio o que se leen en el periódico están relacionadas con los diversos estragos que esta enfermedad ha ocasionado, como lo concerniente a otras enfermedades que siguen su patrón devastador entre nuestra, ya de por sí, afectada población.

Uno de ellos es la obesidad¹, ya que lastimosamente seguimos ocupando uno de los primeros lugares mundiales, tanto en hombres como en mujeres, con todos los problemas que ésta acarrea. La diabetes mellitus también se disputa uno de los primeros lugares con la obesidad y sus consecuencias, que ya de por sí tenían -sí, tenían- colapsado al sistema de salud². Ahora, todo es la COVID y el cáncer, junto con toda una gama de cirugías postergadas que esperan en la interminable fila de los pendientes en la salud de los mexicanos.

No podemos dejar de mencionar los problemas en la salud mental, que han incrementado notablemente desde que inició la pandemia, entre ellos la ansiedad y la depresión, alimentados por la incertidumbre y el encierro. Hay que agregar que los precios de medicamentos para este tipo de padecimientos han aumentado, a la vez que ha disminuido su presencia en el mercado.

Los trastornos en la conducta incluyen también aquellos en los hábitos alimenticios, como el caso clínico que nos relatan las doctoras Morales Allende y Galván Sánchez, cuyas imágenes nos hacen preguntarnos ¿por qué nadie se dio cuenta del cambio físico? Pasaron cuatro años antes de que la paciente llegara a un cuadro extremo de desnutrición. Y tuvo suerte, ya que a otras jóvenes se les encuentra muertas en un desolador cuadro que no se vio o no se quiso hacer evidente.

No son extraños los casos de modelos que se desvanecen en las pasarelas, y actrices que cuentan historias de cómo se les sometía a dietas infames o se les administraban medicamentos a los que después crearon dependencia; uno de ellos es el de Judy Garland³, que se llevó a la pantalla en la película por la que Renée Zellweger fue premiada por su actuación con un Golden Globe y un Oscar en 2020⁴. Otro ejemplo triste es el de Karen Carpenter, que no corrió con tanta suerte como la paciente del caso que se nos presenta. El tener un trastorno de la conducta alimenticia, con frecuencia se acompaña de otro gran problema: la depresión y los trastornos de ansiedad⁵.

Foto: freepic.diller

Entre un 30 y 40% han incrementado los pacientes referidos al Centro de Investigación en Desórdenes Alimentarios de la Universidad de Carolina del Norte en Estados Unidos, y su directora reconoce que los recursos del Centro son insuficientes ante el continuo aumento de casos. Se cree que otras clínicas similares en el resto del país presentan condiciones iguales, por lo que no es de extrañar que esta afección haya subido al quinto lugar de condiciones de salud mental para agosto de 2020. Los medios de comunicación son un factor que los exacerba, además de la inseguridad alimentaria durante la pandemia. Y en el caso de niños y adolescentes, la cuarentena, los cambios de estilo de vida, y la incertidumbre son detonadores de estos desórdenes alimentarios⁶.

Y justo con la COVID en la mira, presentamos una excelente revisión sobre trastornos del olfato y del gusto, en la que Francisco M. Fernández Andrade y colaboradores⁷ nos recuerdan que estos sentidos son afectados más frecuentemente de lo que se piensa, lo que se hizo tan evidente ahora que el SARS-CoV-2 los tiene como uno de sus blancos principales. Se comenta que la afección del olfato es más elevada de lo que se cree, y en un estudio en Teherán, Irán, al hacer pruebas específicas se encontró que estaba presente en 96% de los participantes y, de ellos, el 18% tiene anosmia. Los participantes mencionan que la pérdida fue súbita, y en ocasiones es el único síntoma que reportan los pacientes. Parece que el virus no afecta a las células olfatorias, pero sí a las células sustentaculares que son las que cuentan con el receptor ACE2, que es el sitio de entrada del virus. Otro estudio indica la posibilidad de que la elevación de IL-6 tenga que ver con esta alteración tanto del olfato como del gusto.

En la mayoría de los casos, su recuperación tarda algunas semanas, pero en aquellos en los que se prolonga la alteración, el olfato regresa como parosmia. Poco se sabe aún de sus consecuencias, pero seguramente seguiremos escuchando comentarios relacionados con esta alteración sensorial a la que se le había hecho poco caso. A veces olvidamos que gracias al olfato es posible vivir, pues nos permite evaluar el estado, el tipo y la calidad nutritiva de los alimentos, lo que nos defiende de una intoxicación alimentaria; detectar peligros ambientales como el humo de un incendio o el nivel de humedad en un meteoro aproximándose, o reconocer un territorio demarcado odoríficamente, y parece que también se relaciona con factores coadyuvantes a la depresión en tanto es posible relacionar el olor con el recuerdo de lo que representa⁸.

Hay un campo enorme para investigar, ojalá se cuenten con los apoyos necesarios para realizar los estudios.

Por mi raza hablará el espíritu