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Revista de la Facultad de Medicina (México)

versión On-line ISSN 2448-4865versión impresa ISSN 0026-1742

Rev. Fac. Med. (Méx.) vol.54 no.6 Ciudad de México nov./dic. 2011

 

Editorial

 

Se dice que el ser humano es el único que anticipa la llegada de la muerte porque sólo él tiene la conciencia del pasado y del futuro; las leyendas acerca de los elefantes que "sienten" cuando van a morir y se recluyen en áreas especiales para hacerlo son eso, leyendas, pero lo cierto es que sólo el hombre cavila acerca del fin de la vida.

Y el enfoque que se ha dado desde el principio de la historia a ese acontecimiento ha ido desde el fatalismo que señala que el fin de la vida está escrito desde siempre y que nadie vivirá un día más de lo que su destino tiene marcado, hasta quienes en la actualidad analizan tanto los genes relacionados con la longevidad, y por ende el término de la vida, y buscan en la genómica la fórmula para que la muerte llegue tan tarde como sea posible, tal vez 120 o más años; como quiera que esto sea, para todo ser humano, y en especial para nosotros los médicos, la presencia de la muerte tiene un significado muy especial.

En nuestro México tenemos varios ejemplos de la reflexión sobre la muerte, y uno de ellos es el de Netzahualcóyotl, el Rey Poeta, que dice:

¿A dónde iremos donde la muerte no existe?

mas, ¿por esto viviré llorando?

Que tu corazón se enderece; aquí nadie vivirá por siempre.

Aun los príncipes a morir vinieron.

Los bultos funerarios se queman.

Que tu corazón se enderece, aquí nadie vivirá por siempre

Y en otro momento exclama:

Yo, Netzahualcóyotl lo pregunto:

¿acaso de veras se vive con raíz en la tierra?

Nada es para siempre en la tierra, sólo un poco aquí

aunque sea de jade se quiebra

aunque sea de oro se rompe

aunque sea plumaje de quetzal se desgarra

No para siempre en la tierra, sólo un poco aquí.

El pensamiento precortesiano concebía un inframundo lleno de dioses protectores y enemigos, y las representaciones en los códices confirman que nuestros antepasados tenían muy presente a la muerte, junto con la incertidumbre de lo que ocurrirá después.

La conquista de México trajo consigo una nueva religión, en la que uno de sus puntos fundamentales es el miedo al castigo después de la muerte y el temor a un infierno en donde las llamas quemarán a los condenados hasta el fin de los siglos; las representaciones artísticas de la muerte y el juicio de cada individuo, o el juicio final en el que todos los mortales serán premiados o castigados, formaron parte del proceso de educación en pinturas y esculturas existentes en muchas de las iglesias del país.

¿Qué consecuencias tiene este pensamiento, sintetizado en el dicho popular "matrimonio y mortaja del cielo bajan"?, que en la población general no existe una Cultura de la Salud, sino una Cultura de la Enfermedad, de lo que se deriva que yo no tengo por qué cuidar mi salud si todo ya está escrito en el cielo; de esa forma, acudimos al dentista cuando nos duele una muela, no cada seis meses o cada año para saber en qué condición está la dentadura; vamos al cardiólogo cuando nos duele el pecho, no cada año para saber cómo está nuestro aparato circulatorio. Y así sucede con padecimientos que se podrían descubrir y aún prevenir a tiempo, como el cáncer mamario, el cáncer cérvicouterino o el cáncer prostático.

Una de las funciones primordiales del médico será siempre la educación para la salud, gracias a la cual se podrían disminuir notablemente los padecimientos que son prevenibles. Ya en el siglo pasado, tanto las vacunas como la hidratación oral -para señalar solo dos ejemplos- han permitido disminuir muertes innecesarias, pero ahora aparecen las enfermedades crónicas y degenerativas, que requieren prevención, diagnóstico oportuno y tratamiento adecuado.

Y cuando se acerca la muerte, el médico tiene que actuar sabiamente para no caer en ninguno de estos dos extremos: el nihilismo fatalista o el encarnizamiento frenético.

Frente a un enfermo grave que puede morir pronto, el médico puede bloquear su juicio y decidir que no hay nada que hacer, lo que resulta en una falta de atención adecuada y oportuna del enfermo grave, o bien decidir hacer un esfuerzo encarnizado para "luchar contra la muerte", aun a sabiendas de que lo único que logrará es alargar la agonía del paciente. Los médicos nos hemos visto o nos veremos en situaciones como ésta, y desde ahora debemos meditar cuál será nuestra reacción, y utilizar los métodos diagnósticos y terapéuticos más adecuados, para evitar tanto el nihilismo como el encarnizamiento en esas horas decisivas para un paciente.

 

Por mi raza hablará el espíritu
Rafael Álvarez Cordero
Editor

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