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Gaceta médica de México

On-line version ISSN 2696-1288Print version ISSN 0016-3813

Gac. Méd. Méx vol.142 n.3 Ciudad de México May./Jun. 2006

 

In memoriam

 

Doctora Rosario Barroso Moguel

 

Doctor Rosario Barroso Moguel

 

Julio Sotelo*

 

Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía Manuel Velasco Suárez, México D. F., México

 

*Correspondencia y solicitud de sobretiros:
Dr. Julio Sotelo.
Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía Manuel Velasco Suárez,
Av. Insurgentes Sur No. 3877, Col. La Fama, Delegación Tlalpan,
C. P. 14269, México D. F., México.
Teléfonos 5606 4782 y 56062282.

Correo electrónico: jsotelo@servidor.unam.mx

 

Hace unos días falleció una mujer notable: la doctora Rosario Barroso Moguer, quien nació en Oaxaca el 5 de octubre de 1921. Obtuvo el título de médico cirujana de la UNAM en 1945 con mención honorífica. Realizó su maestría en Ciencias Médicas en Anatomía Patológica en 1962 y su doctorado en Ciencias Médicas con especialidad en anatomía patológica en 1968 en la UNAM. Especialista en Anatomía Patológica, fue miembro fundador y titular del Consejo Mexicano de Médicos Anatomopatólogos en 1963.

Sus estudios de posgrado son impresionantes por los sitios de su entrenamiento con los mejores patólogos de su tiempo. De 1948 a 1950 realizó una estancia en el Pathology Department del Columbia Medical Center (Nueva York, EUA) con el doctor Purdy Scout; otra en el Departamento de Patología del Veterans Administration Hospital (Nueva York, EUA) con el doctor Gordon, otra en el Departamento de Patología del Memorial Hospital de Nueva York, con los doctores Spitz y Allen y finalmente en el Armed Forces Institute of Pathology (Bethesda, Maryland, EUA) con el doctor Ash. Pocos patólogos antes o después de ella han cubierto un entrenamiento académico de semejante prestancia.

Dominaba los idiomas inglés, francés y alemán y hablaba el español con gran pulcritud. Además era una espléndida dibujante.

Profesora por oposición en anatomía patológica en 1962 de la Facultad de Medicina de la UNAM, en 1945 fundó el Departamento de Anatomía Patológica en el Hospital de Enfermedades de la Nutrición. Fue investigadora de tiempo completo en el Departamento de Anatomía Patológica del Instituto Nacional de Cardiología (1952 a 1973), profesora adjunta de Anatomía Patológica en la División de Estudios Superiores de la Facultad de Medicina de la UNAM de 1948 a 1972, profesora titular de Histología de la Facultad de Medicina de la UNAM de 1965 a 1970, miembro del Consejo Técnico de la Facultad de Medicina de la UNAM de 1958 a 1963 y profesora titular en el Curso de Patólogos de 1960 a 1965.

Fue además profesora titular de Histología Normal y de Anatomía Patológica del Instituto Politécnico Nacional, de 1965 a 1970 y profesora titular de Histopatología General, en el Curso de Profesores en Anatomía Patológica de la UNAM de 1965 a 1968.

Fungió como Vicepresidente y Presidente de la Rama Mexicana de la International Academy of Pathology, de 1964 a 1967 y fue además Jefe del Laboratorio de Neuromorfología Celular del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, de 1983 a 2005, Investigador Titular "C" de la Secretaría de Salud, de 1984 a 2005 e Investigadora Nacional Nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (de 1985 a 2005).

La doctora Barroso fue la primera mujer que ingresó en la Academia Nacional de Medicina de México (1957) y fue miembro titular desde 1973. Fue nombrada "La Mujer del Año 1988" por el Patronato Nacional de la Mujer del Año, A.C. (26 de octubre de 1988). Elaboró veintiocho películas sobre Cultivo de tejidos conjuntivo, miocárdico y nervioso, en colaboración con los doctores Isaac Costero, Charles M. Pomerat y Agustín Chévez. Dirigió numerosas tesis de grado y posgrado. Perteneció a las más distinguidas sociedades médicas de su especialidad y publicó más de 200 trabajos científicos. Son clásicos sus reportes de neurohistología del cuerpo carotideo y sus estudios sobre alteraciones del sistema nervioso secundarios a la administración de cocaína.

Fray Luis de León decía:

"Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!"

La doctora Rosario Barroso citaba esta frase y actuaba en consecuencia; ajena a discursos, actividades políticas y distracciones tenía sólo una pasión: la medicina y en ella la investigación biomédica. Como muchos de los aquí presentes fuimos discípulos de ella y admiradores de su talento y personalidad poco podré decir hoy que no fuese ampliamente reconocido por la comunidad médica. Permítanme, pues, elaborar brevemente sobre el significado de su presencia en todo el devenir de la segunda mitad del siglo XX, tiempo de cambios dramáticos en la medicina mexicana, en los cuales Rosario Barroso fue frecuente referente. En un tiempo donde la medicina era una profesión mayoritariamente masculina, la doctora Barroso participó con entusiasmo sin igual, con perseverancia contumaz, con gran talento y sin vacilación alguna frente a sus colegas patólogos infundiendo en ellos respeto y admiración. Pero además de ser una mujer de su tiempo, primera mujer que ingresó en esta centenaria Academia, fue una mujer intensa y fuerte, pero amable y gentil; talentosa y firme, pero humilde y afectuosa; fue espléndida maestra y leal colaboradora de su maestro don Isaac Costero. Esta lealtad fue conspicua e indeclinable, pero no sometida, ni incondicional, ni servil. La doctora Barroso fue una mujer notable que hizo que las mujeres se notaran en una profesión, no chauvinista ni machista, pero sí habituada, por numerosas circunstancias sociales, a la presencia masculina sobre todo en las áreas de mando y decisión. Rosario Barroso como científica fue talentosa, firme, combativa y digna y también cordial y cariñosa. Así, sin estridencias, ni agresiones, ni prejuicios atávicos se ganó un lugar indiscutible en la élite médica de México.

La doctora Barroso se hizo notar por su dedicación, sus conocimientos, su mano diestra y su capacidad de observación científica; a mí, en lo personal, en mi adolescencia profesional me parecía que compartía un aire de similitud con Marie Curie.

Los discursos apologéticos después de la partida de un distinguido miembro de la Academia Nacional de Medicina se basan en numerosos adjetivos que enmarcan la grandeza del personaje; en consonancia con la legendaria modestia de la doctora Barroso los voy a omitir porque sus logros hablan claro de que sólo una mujer con grandes cualidades los podría haber alcanzado. Permítanme en cambio resaltar cuánto le deben a la doctora Barroso y a otras muy distinguidas académicas las mujeres dedicadas actualmente a la ciencia médica, que por cierto ahora, por primera vez en la historia de la medicina son mayoría numérica en nuestras escuelas de medicina y una fuerza espléndida y bienvenida en la muy crítica época en que se encuentra toda la medicina. La mujer actual con su inteligencia, su tenacidad, su natural compasión, su imaginación y su generosidad serán sin lugar a dudas fuerza del cambio y de mejora en nuestra muy complicada profesión. Y en este nuevo escenario, la imagen de Rosario Barroso alcanza nuevas perspectivas y se convierte en una figura legendaria. Hoy recuerdo con emoción el cariño y admiración que la doctora Barroso despertaba espontáneamente y de forma particular en sus alumnas y colaboradoras. En su casa de trabajo, el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía la recordamos con gran frecuencia y el espacio que dejó con su penosa enfermedad y su muerte se ha llenado de anécdotas y recuerdos que dan calor humano a nuestros circunspectos laboratorios de investigación. En recuerdo de Rosario Barroso quisiera mencionar que en nuestra institución la presencia de la mujer es numéricamente y académicamente igual a la del hombre. Seguramente mucho de esta transformación es consecuencia de la labor cotidiana y silenciosa de muchos años de la doctora Barroso, pero más aún de su ejemplo indeleble fincado no en destellos sino en la más perseverante cotidianeidad durante más de 50 años.

Por lo que la vida de Rosario Barroso dejó, me atrevo a decir respetuosamente que más que lamentar su muerte, celebramos su vida y su ejemplo.

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