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Gaceta médica de México

versión On-line ISSN 2696-1288versión impresa ISSN 0016-3813

Gac. Méd. Méx vol.140 no.2 Ciudad de México mar./abr. 2004

 

Actividades académicas

DNA Medio Siglo.


V. El ADN y la filosofía

 

Juliana González Valenzuela*

 

Facultad de Filosofía y letras, UNAM.

 

Con la celebración de los 50 años del descubrimiento de la estructura helicoidal del ADN se ha confirmado ampliamente el singular impacto social y cultural de la afamada "doble hélice", exaltada ahora como "ícono de la ciencia moderna," equivalente -se dice- a la Mona Lisa -y no sin ironía, Crick y Watson, a Leonardo da Vinci-.

Pero más allá del éxito popular e incluso de la banalización de la forma y del sentido del ADN, hay sin duda otros ámbitos culturales donde, tanto la seductora geometría del ícono, como sus revelaciones científicas sobre la vida universal adquieren una excepcional relevancia.

Intentaré aquí hacer unas cuantas alusiones -y no más que alusiones- a algunos aspectos filosóficos del ADN, particularmente a aquellos que competen a su significación simbólica y a la ontológica.

Comenzaría así por destacar un hecho, en verdad notable, que tiene señalada importancia filosófica, y en el que no parece que se haya prestado suficiente atención: el de la asombrosa correspondencia que existe entre el símbolo universal de la espiral -y los significados que a éste tradicionalmente se le atribuyen- con la forma helicoidal del ADN o DNA (siglas también ya aceptadas por la Academia).

En efecto: el antiquísimo símbolo de la espiral y también de la doble hélice, es ahora reconocido como forma pro de la estructura molecular de la vida universal. Aunque no equivalen exactamente, las representaciones simbólicas de la espiral tienen notables analogías con la imagen de la doble hélice y no deja de causar admiración que el sustrato primordial de la vida se estructure como una escalera de doble espiral, entrelazada en suave quiebre, sin rigidez y susceptible de giro y de una delicada torsión (twist) ¿Cómo explicar esta correspondencia a priori entre los símbolos y las realidades, entre los esquemas mentales ("arquetipos del inconsciente colectivo" los llamaría Jung) y los hechos de la naturaleza? Y lo decisivo aquí no son tanto las similitudes de las formas sino de los contenidos significativos -en gran medida filosóficos- atribuidos al símbolo de la espiral, y los que se perciben como rasgos propios del ADN.

Así, los teóricos de la simbología -cuyas ideas cito enseguida- dicen que el símbolo de la espiral "es la forma esquemática de la evolución del universo... la relación entre la unidad y la multiplicidad..." Que la doble espiral combina en unidad los dos elementos... y simboliza... emanación, extensión, desarrollo, continuidad... rotación creacional" ...; que representa los ritmos de la vida y... homologa todos los centros de ésta y la fertilidad. Vida porque indica el movimiento en una cierta unidad de orden o, inversamente, la permanencia del ser bajo su movilidad... La espiral -siguen diciendo- aparece en todas las culturas... es un leitmotiv constante... signo del equilibrio en el desequilibrio.... de la permanencia del ser a través de las fluctuaciones del cambio". La espiral doble es considerada, en fin, "un ser doble...gemelo en sí mismo los dos en uno, dualidad-una que "enrollada en espiral alrededor de la tierra, la preserva de la desintegración"...

Las analogías de la espiral simbólica con muchos de los significados filosóficos del ADN son en verdad impresionantes. Y lo son más si se reconoce que la filosofía a la que remite la molécula de la vida es, en muchos sentidos, la de los filósofos presocráticos. Los hechos que revela hoy dicha molécula, y la genómica en general, son en el fondo análogos a los que despertaron el azoro de los primitivos filósofos, que motivaron el pensar originario de Tales de Mileto, de Heráclito, Demócrito,... En este sentido, el descubrimiento del ADN obliga a filosofar a la manera de los presocráticos, desde una actitud radical de "asombro y maravilla"(thauma), desde la visión y conmoción originarias ante lo que surge por vez primera ante nuestros ojos y nuestro entendimiento.

Es la realidad que en aquel entonces incitó a los filósofos a preguntarse por las physis o naturaleza primordial de todas las cosas, por su origen y fundamento (arché). Es la realidad primordial de la vida que ahora se revela al microscópico nivel de la biología molecular, mostrando que el ácido desoxiribonucléico o ADN es su sustrato universal. Que todo lo vivo: plantas, animales y hombres están constituídos por ADN y que éste, por tanto hermana a los humanos, los iguala con todos los seres vivos.

El hallazgo pone en evidencia, asimismo, que esta universalidad de la estructura molecular, y en consecuencia del genoma, se da en el espacio y en el tiempo: abarca sincrónicamente toda la vida y ha pervivido diacrónicamente desde los orígenes: es una cuasi eternidad hacia el pasado: o como lo expresa en un memorable pasaje Francis Crick:

Sin duda, la doble hélice es una molécula excepcional. El hombre moderno tiene unos 50 mil años de edad, la civilización tiene apenas 10 mil años de existencia...; pero el ADN y el ARN han existido durante miles de millones de años. Todo ese tiempo la doble hélice ha estado ahí, activa, y aun así somos los primeros seres de la Tierra que hemos llegado a cobrar conciencia de su existencia.

Pero el ADN hace evidente a la vez, y esto es lo presocrático de la revelación, que él se diversifica y cambia. Que él es también la clave de las diferencias: de las distinciones entre las especies, de la biodiversidad biológica y de la diversidad de los individuos mismos, en el caso humano, de la unicidad de las personas. El lenguaje de la vida, es como el lenguaje humano: tiene una estructura estable y universal, pero simultáneamente se expresa en lenguas diversas y en infinitos estilos personales, únicos e irrepetibles. El ADN da razón de lo que filosóficamente se conceptúa como lo uno y lo múltiple y de cómo la misma realidad (genoma) permanece y cambia. Cómo ella está abierta a su entorno y a su devenir, viviendo el drama intrínseco de su adaptación y sobrevivencia. Cómo en efecto, la vida es "misma" y "otra" a la vez: "permanece, cambiando", como diría Heráclito.

El ADN además pone en evidencia que posee un logos intrínseco y ese logos es -al igual que en el sentido originario de este concepto- tanto un orden inherente a la vida, como un lenguaje de ésta: un texto o un código que instruye y manda; un instructivo para "hacer vida", para reproducirla, transmitirla y perpetuarla. Ese orden-lenguaje de cuatro letras produce precisamente la diversidad inagotable de la vida. (Sólo que aquí habría una diferencia fundamental con los presocráticos: que el logos del ADN no sucede según absoluta necesidad, sino que da cabida en sí al azar e inclusive a lo que la ciencia actual conceptúa como Caos).

Y hoy resalta sobre todo otra revelación fundamental del ADN: el hecho de que el lenguaje de la vida, de los genes, sea lenguaje de nucleótidos: se construye con letras de materia bioquímica. El saber del ADN y la ciencia genómica han planteado de nuevo, y en nuevos términos, los recurrentes dilemas de la naturaleza humana, acerca del monismo o el dualismo, del determinismo y la libertad.

Cuestiones capitales para las que sin embargo la nueva genética ha tenido una contradictoria respuesta. Pues por un lado, ella propende a sostener un reduccionismo naturalista, cuando adopta afirmaciones como la de que "genética es destino'', o como la que expresa recientemente Watson: "para nosotros los científicos, todo es molécula" . Pero por otro lado hay múltiples signos de que la propia ciencia genómica muestra la inexistencia del determinismo y, en consecuencia del reduccionismo. Visto con mayor profundidad, la genómica misma, pone en evidencia los límites de ambos, mostrando más bien las raíces biológicas de la condición libre y cultural del ser humano. Ofrece así importantes luces para esclarecer el paradójico enigma de la continuidad y discontinuidad simultáneas de la naturaleza.

Dicho de otro modo: la vida se reconoce a sí misma hecha de materia, sustentada en procesos fisicoquímicos; hecha de fosfatos, azúcares, nitrógenos....Pero la biología no es física ni química. La doble hélice revela el misterio de cómo la materia se hace vida sin dejar de ser materia y, al mismo tiempo, siendo ya otra cosa que materia. O sea, cómo se produce el salto cualitativo sin ruptura, sin quiebra de la esencial continuidad.

En un sentido, así, el conocimiento del ADN, y en especial del genoma humano, muestra qué tanto eso que llamamos alma, espíritu, libertad está indisolublemente unido al orden de los genes y las proteínas; qué tanto el texto de la vida, su código, tiene una función oracular, es ciertamente determinante, no sólo del destino del cuerpo sino también de los rasgos y las disposiciones del alma. Pero al mismo tiempo, y con la misma evidencia, el propio ADN pone de manifiesto cómo la vida misma, desde su constitución genética, se hace vida humana, psíquica y cultural; vida abierta y vulnerable al entorno mundo y al provenir; capaz de recrearse a si misma de crear ciertamente un mundo: el lenguaje de los genes se hace lenguaje humano, alma, cultura, historia, todo lo cual, tiene a su vez (circularmente) el poder de afectar a los genes. Muestra en fin cómo una realidad se transforma: es capaz de metamorfosis, de transfiguración ontológica: cambia de materia a vida, de vida a libertad, sin dejar de ser una.

El determinismo no es absoluto: lleva en sí un margen de indeterminación. Y esto relativiza el poder del ADN. La molécula de la vida no explica todo: no revela el secreto último de los seres vivos y menos aún el del sapiens sapiens. Y es así como el icono de la doble hélice aparece en definitiva tan misterioso y enigmático como la propia Mona Lisa..., y el secreto de la vida sigue abierto.

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