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Crítica (México, D.F.)

versión impresa ISSN 0011-1503

Crítica (Méx., D.F.) vol.43 no.127 Ciudad de México abr. 2011  Epub 05-Jun-2020

https://doi.org/10.22201/iifs.18704905e.2011.861 

Notas bibliográficas

Pablo Pavesi, La moral metafísica. Pasión y virtud en Descartes

Laura Benítez* 

*Instituto de Investigaciones Filosóficas, Universidad Nacional Autónoma de México, grobet@servidor.unam.mx

Pavesi, Pablo. La moral metafísica. Pasión y virtud en Descartes. Prometeo Libros, Buenos Aires: 2008. 278p.


Para desarrollar el tema de la moral en Descartes, Pablo Pavesi busca cuidadosamente, entre los más importantes comentaristas del filósofo de la Turena, las respuestas al problema del dualismo con el fin de exponer luego lo que será su propia propuesta. Así, retoma la respuesta “psicofisiológica” de H. Gouhier, quien sitúa Las pasiones del alma en directa continuidad con una fisiología de la máquina corporal (p. 25). En contraposición, Pavesi sostiene que Descartes no escribió Las pasiones del alma “en physicien” (como médico) ya que deja de lado las funciones del cuerpo y busca un criterio inmanente al alma misma. En una perspectiva más conciliadora, D. Kambouchner ya ha señalado la imposibilidad de que el tratado cartesiano sea realmente psicofisiológico, pues no toda la causalidad de la pasión se halla en el cuerpo.

Pavesi aproxima al lector a su propia posición, no sin referencia a M. Guéroult, quien considera que la moral cartesiana no es la moral perfecta a que aspiraba. Así, Pavesi apunta: “lejos de fundarse en el conocimiento evidente de un verdadero bien, postula la libertad de la voluntad independiente” (p. 29).

Para hacer frente a quienes critican la moral cartesiana como una mera “moral de la intención”, o bien como un “grupo de preceptos” que la asemeja a las de los moralistas de su tiempo, Pavesi busca una alternativa novedosa e interesante en la relectura cuidadosa de la co-rrespondencia de Descartes con la princesa Elizabeth y con el emba-jador Chanut, arrojando luz sobre el tratado Las pasiones del alma.

De las cartas a Elizabeth concluye que éstas “aspiran a fundar en razón al menos una regla moral general” (p. 30). El asunto no es menor, por lo que supone para la época la fundación de una moral en la mera razón y por las consecuencias para el propio sistema cartesiano. Esto es así, si esta regla moral, al decir de Pavesi, (p. 30) se establece: “[al] deducir de la idea de Dios, el amor a Dios, y del amor a Dios, la subordinación del bien del ego al de las totalidades de que forma parte por juramento, nacimiento o residencia” (p. 30).

Está claro que, como el mismo autor concluye, el modelo del árbol del saber queda relegado, pues esta moral no se funda ni en la física ni en la medicina, sino directamente en la metafísica, esto es, en la idea de Dios (p. 30).

Pavesi hace expresas sus intenciones en este texto al declarar: “Nosotros intentaremos mostrar en este estudio que la investigación sobre la pasión permite restituir la continuidad entre aspiración a las esencias y moral en esta vida, sin por ello dejar de destacar la imposibilidad, para la criatura, de una ciencia perfecta” (p. 34).

Esta propuesta de la moral cartesiana fundada en la metafísica se refuerza con la idea de que la propia definición de virtud se ancla en la metafísica, ya que el máximo bien se funda en el ejercicio del libre arbitrio y porque la bondad de la acción tiene que ver con nuestra capacidad de juicio que permite valorar los bienes (p. 36).

Todo ello conduce a la tesis fundamental del texto de Pavesi, que permite apreciar la originalidad de su propuesta cuando dice: “La totalidad de este estudio estará dedicada a mostrar y precisar el estatuto metafísico del conjunto de la investigación llevada a cabo en Las pasiones del alma” (p. 37).

Ahora bien, esta lectura metafísica de Las pasiones del alma permite al autor hacer muy finas distinciones en las que advierte la originalidad del tratado cartesiano, como es el caso de los modos de la sensibilidad que Descartes propone en tanto funciones del alma, o bien, que la pasión no es un modo de la sensibilidad, sino que se trata de un sentimiento interior del alma y, en tanto que la pasión es interior y próxima al alma, es muy cercana a la evidencia inaugural del “ego sum, ego existo” lo que permite, además, establecer su continuidad con las Meditaciones metafísicas (p. 80).

Este análisis, sin embargo, no está exento de problemas. Tal vez el más relevante sea el carácter paradójico de la pasión, ya que aunque la pasión es interior al alma, como emoción, es algo que el alma recibe. Por otra parte, la pasión inclina al alma a querer y exige de ella ejercer la voluntad, ello significa que la pasión remite a la libertad de la voluntad.

No obstante, gracias a la complejidad para ubicar y definir las pasiones, Pavesi puede concluir que la indagación cartesiana sobre las mismas es una auténtica reflexión moral: “la moral cartesiana, por lo menos desde 1645, será definitivamente práctica y dedicada a la felicidad en esta vida” (p. 111).

Naturalmente, una cuestión que entra en terreno arduo es que, si en verdad Las pasiones del alma guarda una continuidad con las Meditaciones metafísicas, entonces ¿se trata de una moral solipsista? Pavesi introduce de manera precisa el problema de la alteridad en la moral cartesiana en el capítulo IV de su libro, a través de la pasión del amor. Es así como se puede reconocer al otro de sí, como causa libre con capacidad para hacer el bien o el mal. Recibimos la acción del otro como afección, por ello el amor es la vía de acceso a otro sí mismo (pp. 145-146).

Además del amor puro como pasión que pertenece al alma, se encuentran las pasiones que se dirigen al bien o virtudes, y un señalamiento fundamental por parte del autor es que, al dirigirse el amor a los bienes espirituales, toma el lugar del conocimiento del bien: “Repitamos que este amor no es un amor intelectual, sino un amor pasión, dirigido a bienes espirituales, sin relación alguna con el bien del cuerpo, y que tiene el lugar de un conocimiento verdadero del bien, conocimiento por el cual el amor, primera de todas las pasiones, adquiere una verdadera dimensión moral” (p. 160).

Poco a poco nos acercamos más a la idea de moral definitiva según la presenta el autor en Descartes. Ya que el efecto del amor verdadero es la benevolencia, que no es sólo querer sino actuar el bien y así no sólo consentir en la unión con otro, sino dar al otro los bienes que ama, con ello se logra un verdadero descentramiento del ego: “en la benevolencia, el amor perfecto invierte la razón del deseo, hasta el punto, extremadamente raro, en que, lejos de residir en la adquisi-ción o la posesión de un bien, la perfección del ego se cumple en el consentimiento a ser de otro, como un bien que se dona” (p. 168).

Otro importante acierto del autor, a mi modo de ver, es que muestra con toda claridad que la relación de amistad cartesiana no es una relación de igualdad, como lo fue para la tradición escolástica en el sentido de que no se ama al amigo como a sí mismo, sino que se lo ama más que a sí mismo, con lo cual se rompe la igualdad, ya que se considera al que recibe mejor que al que da (pp. 177-178).

Pero sin duda, la afirmación más interesante de Pavesi, que ofrece un enfoque de la moral cartesiana desde un ángulo muy novedoso, es que en la moral definitiva de Descartes el amor al semejante se funda en el amor a Dios, de manera que se prescinde realmente del “famoso” árbol del saber, ya que de la idea de Dios, metafísicamente establecida, se busca deducir el amor a Dios:

La Escritura revela, según Descartes, ya no, o al menos, no solamente, el conocimiento de Dios por el amor, sino el amor a Dios por el conocimiento: si Dios es amado, es conocido. [Pero Descartes va aún más lejos, pues afirma que] si Dios es conocido, es, necesariamente, amado. Es quizás en aquella inversión del texto paulino donde Descartes encuentra fundamento para una moral que, a partir del conocimiento ya adquirido de Dios, anhela deducir el amor de su idea. (p. 193)

Es aquí donde adquiere su pleno sentido el título del libro; en efecto, la moral cartesiana parece estar claramente fundada en su metafísica, pero además -ya se ha mencionado- se trata de una moral definitiva que cuenta con reglas también definitivas. La primera de ellas es la que define la mejor acción posible: “imitar la donación original haciendo el bien a todos los hombres” (p. 209).

Hay que entender que en esta moral definitiva cartesiana, para Pavesi, “la benevolencia es condición de generosidad: el generoso no podría estimarse a sí mismo, en la firme resolución de hacer lo mejor, si no hiciera efectivamente aquello que estima es lo mejor que puede hacer, el máximo bien del que es capaz, el bien de otros hombres” (p. 230).

Es aquí donde la virtud y el amor quedan definitivamente rela-cionados, algo que el autor del libro se ha esmerado en presentar con todo cuidado y que constituye una parte fundamental de su propuesta. En efecto, la repercusión del amor como pasión central de una moral cartesiana definitiva es de amplio aliento, puesto que la gratitud generosa que está en su base sirve de lazo con Dios y con la comunidad humana generosa. Así, asevera Pavesi:

Una vez definida la generosidad, en la semejanza a Dios y a todos los hombres, en tanto posibles generosos, y establecida la benevolencia hacia ellos, imitación de la donación divina, como la mejor acción posible, Descartes, sin mención a la caridad, recupera la reflexión inicial de 1643, haciendo del amor puro, en la especie de la gratitud generosa, condición de sociedad humana. (p. 237)

No obstante, el autor previene que se trata de la sociedad de ami-gos u hombres generosos, de aquí que la teoría cartesiana de las pa-siones no conduzca realmente a una política o a una filosofía política.

En la conclusión final, Pavesi alerta al lector sobre otro problema importante de la moral cartesiana definitiva, y éste se halla en su fundamento, ya que, si el amor a Dios surge del conocimiento de su idea, una consecuencia es que podemos realizar buenas obras sin requerir para ello de la gracia divina (pelagianismo), lo cual lleva a Pascal a denunciar la soberbia metafísica de Descartes quien, según él lo ve, no apela a la caridad.

Pavesi muestra de nuevo una lectura alternativa, pues para él hay en Descartes: “una verdadera reflexión sobre la caridad, o mejor, una reflexión sobre el amor que, regida por la caridad, aspira a fundar una moral, último término en el orden de la meditación” (p. 264).

Así pues, el conocimiento de Dios es una gracia, una donación; ir más allá, para Descartes, es cuestión de la teología y no de la filosofía. En todo caso, si la moral definitiva de Descartes se funda en el amor a Dios, concebido como potencia infinita, ello hace referencia tanto a la providencia divina y los decretos y bienes que de ella derivan, como a la justa gratitud que sentimos por la libre voluntad que es condición de todo consentimiento, y todo ello constituye, para Pablo Pavesi, la base de la moral definitiva de Descartes, y aun cuando esta reflexión no se repita íntegramente en Las pasiones del alma, ello no significa que no se encuentren allí claramente los ecos de la misma.

Por lo tanto, agradecemos a Pavesi el ofrecernos una relectura cuidadosa y renovada de esta importante obra cartesiana.

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