Se trata de un conjunto de cinco artículos, parcialmente, publicados anteriormente en diversas revistas —véase los agradecimientos— como resultado de los ejes de investigación de Neurath, que se han ido madurando a lo largo de muchos años, gracias a su experiencia en campo en las comunidades de los huicholes de la Sierra Madre, por medio de su trabajo como curador en el Museo Nacional de Antropología y apoyado en el diálogo constante junto a colegas en múltiples participaciones en seminarios en el ámbito nacional e internacional.
“¿Es posible una teoría antropológica recursiva del arte ritual?” es el título del primer capítulo y la pregunta inicial que abre el paso a un ejercicio de “antropología compartida” —los indígenas no son “objetos” de estudio, sino dialogan sobre su mundo— acerca de la producción de objetos o imágenes rituales en Mesoamérica, el Norte de México, el Sudoeste y el Sudeste de los Estados Unidos. Según el autor, el arte indígena debe ser considerado una tecnología que permite relacionarse, por ende, transformarse, dos aspectos ontológicos fundamentales que las teorías antropológicas clásicas, desde el siglo xix hasta el día de hoy, no han podido abordar de manera satisfactoria. La capacidad de relacionarse con los seres de la alteridad es lo que permite “crear” el mundo. Las imágenes u objetos posibilitan esta comunicación, ya que permiten a los iniciados adquirir distintas identidades (antagónicas) simultáneas como presentificar agentes “invitados”. Sin embargo, no se trata sencillamente de un método para establecer el contacto con las deidades, por el contrario, forman parte de una táctica para controlar y domesticar el poder de la otredad, la cual muchas veces busca la transformación total o la muerte de los sujetos.
Lidiar con estos seres es el trabajo de los chamanes, expertos en esta cosmopolítica donde la ambigüedad y la incertidumbre ontológica predominan. Como testigo durante años de múltiples ritos de los grupos huicholes, Neurath explica con precisión acerca de la multiplicación de identidades de jicareros, jícaras y los ancestros, de los iniciados peyoteros (ancestros primigenios) que no reactualizan, sino que, cada vez, de nuevo inventan el mundo, privilegiando un mundo creado. de luz, sobre un mundo dado, de oscuridad, que casi —un rito que nunca se completa— se convierten en ancestros deidades como personas-peyotes, cuya autoridad, sin embargo, es cuestionada por los no-iniciados durante el retorno del desierto como serpientes emplumadas que purifican el mundo. Por otra parte, en el arte ritual, muchas veces se plasma el momento más “contradictorio y tenso” del rito.
Por otra parte, el arte indígena con fines rituales o comerciales no debe ser considerado como el resultado de una larga “tradición” o como el recuerdo de un pasado ya inexistente, sino como una (cosmo)política” exitosa en una diversidad de mundos.
En el segundo artículo el autor demuestra cómo en Mesoamérica los conceptos básicos de la Mitología Natural y la Escuela de la Mitología Astral siguen vigentes en el análisis de muchos autores, sin mucho ánimo para una reflexión crítica sobre estos enfoques clásicos; así, la cosmovisión de los pueblos y sus ritos fungía sucesivamente en función de la imitación mágica de la naturaleza, después como propaganda y más tarde como representación colectiva y conjunto de símbolos de la relación entre el ser humano y las fuerzas de la (sobre)naturaleza. Sin embargo, por medio de las ideas de Hermann Usener, Aby Warburg y el más conocido Konrad Theodor Preuss, Neurath explora otras pistas para el estudio de los ritos y mitos del mundo amerindio, enfocadas en demostrar la complejidad, la “condensación ritual”, distinta de la “condensación simbólica” de Víctor Turner, y las contradicciones sociales internas, más que postular la noción de reflejar una “realidad social coherente” como se planteaba anteriormente. Además de seres sobrenaturales, decía Preuss, los dioses se caracterizan por su capacidad de transformarse, un tema destacado en el trabajo de Neurath. De Usener recordamos la Teoría del Drómenon que plantea la acción ritual como un evento real y efectivo, y no de carácter representativo, un hecho que Neurath define en varios espacios como de presentificación.
En lo que resta del segundo artículo, el autor estudia dos casos a manera de ejemplos: la fiesta Huichol Namawita Neixa, una fiesta de la siembra y la fiesta Ochpaniztli, “la fiesta del barrer” de los mexicas. En su análisis, el énfasis está nuevamente en la complejidad relacional, en identificaciones y antagonismos, así como en el papel de la alteridad y no demostrar las equivalencias entre el ciclo ritual y las estaciones del año y la lucha entre los astros. Lo que importa es el estatus ontológico de los involucrados, “sujeto a tensiones y negociaciones” [2020: 62].
Por medio de los pioneros de la investigación etnográfica y de la historia del arte, sin olvidar el diálogo con autores más recientes, Neurath enfatiza lo provechoso, sin querer homogeneizar las tradiciones, del método comparativo entre Mesoamérica, el Gran Nayar y el Suroeste para entender el complejo simbólico-ritual de la serpiente emplumada, las serpientes de la lluvia y las danzas de la serpiente respectivamente.
En “El método de Warburg y los rituales pueblo sin o con serpientes”, el autor nos introduce en la etnografía de los indios, pueblo del Suroeste de los Estados Unidos, por medio de la mirada del historiador del arte alemán Aby Warburg. En Schlangenritual o “El ritual de la serpiente”, Warburg parece oscilar entre ideas de la Escuela de la Mitología Natural, por un lado, y la noción de “imagen real” en oposición a lo simbólico —ya señalados en el capítulo anterior— basado en Usener y Preuss, por el otro. Sin embargo, Warburg logra demostrar con éxito la tensión entre representación y presentificación por medio de “formas intermedias” [2020: 84] que rigen el ritual, la vida y el arte. Preuss y Warburg describen los dioses de los indios como demonios de la vegetación; discuten sobre el origen común de su religión y el arte, a diferencia del teatro y el drama griego, ya separado de su función religiosa. Fundamental para Neurath en estos estudios pioneros es el rastreo de elementos que permiten entender la complejidad ontológica y relacional indígena de los seres humanos y “metahumanos”.
Con “Identificación antagonista: seres quiméricos y complejidad relacional en la tradición del Mississippi”, nos trasladamos del Suroeste al Sudeste hacia los temple mounds de Cahokia o Moundville, para un análisis de la iconografía —espectacular- del Complejo Ceremonial de Sureste (1200-1350 d. C.). Se trata de seres compuestos con rasgos zoomorfos o antropomorfos, en ocasiones como “parejas opuestas”. Es particularmente problemático, según el autor, seguir explicando estas imágenes dentro del marco del dualismo cosmológico. No es por estar ausentes en las dicotomías en la narrativa plasmada en estos objetos, sino porque no son suficientes para llegar a su mejor comprensión. En palabras de Neurath, “las ambigüedades iconográficas se pueden entender como expresiones de aspectos que caracterizan la acción ritual, como la acumulación de identidades de parte de los especialistas rituales y la condensación de relaciones contradictorias entre diferentes participantes” [2020: 97].
Nuevamente, es el alemán Konrad Theodor Preuss quien inicia el debate para una interpretación adecuada de las imágenes. Las luchas astrales en la mitología americana son los puntos de referencia de los grupos de sacerdotes, gobernantes o guerreros de élite para identificarse con seres celestes que combaten los seres inframundanos. Esta clara preferencia por las fuerzas solares matutinas es una muestra de un desequilibrio del cosmos, según Neurath, aun cuando la lucha cíclica nunca conoce ganadores o perdedores permanentes. Lo que destaca es la constante disolución de contrastes endebles y la conversión de entidades celestes, igual de peligrosos y destructivos, en seres acuáticos y nocturnos, incluso en sus propios enemigos: el hombre-pájaro de repente presenta alas de serpiente.
El arte ritual sirve para entrar en contacto con los seres ambiguos de la alteridad (dioses, ancestros, enemigos), para identificarse —temporalmente— con ellos y obtener su poder, pero igual para combatir-, controlary someterlos. El capítulo termina con dos ejemplos más que pueden ayudar a entender la iconografía del Sureste: un rito de sacrificio humano pawnee (grupo caddo de las Praderas) por flechamiento, analizado de manera ejemplar mediante algunos mitos mesoamericanos, donde queda demostrado la complejidad relacional de los protagonistas y extendiendo un poco más el horizonte, la búsqueda de visiones en un rito de iniciación (las danzas del Sol) del Alto Missouri.
En “El sacrificio de un cuchillo de sacrificio”, Neurath explora el poder de artefactos y la agentividad de dos objetos rituales del Altiplano Central de México, pertenecientes al Postclásico Tardío: la lámina 32 del Códice Borgia y la estatua de piedra, conocida como la Coatlicue de la sala Mexica del Museo Nacional de Antropología. Artefactos u objetos-dioses antropomorfizados o quiméricos y animados abundan en Mesoamérica, pero no todos los objetos en cada momento poseen esta intencionalidad. No obstante, en muchas ocasiones, en términos arqueológicos, la escasa información acerca del “contexto sistémico” —ritual— impide un análisis adecuado.
En el caso de la lámina 32 del Códice Borgia se trata de un cuchillo de pedernal (un dios Cuchillo), una quimera (combinación de rasgos antropomorfos y zoomorfos) en posición de parir, con la pintura corporal rayada de una víctima, multiplicándose después de haber sido sacrificado por decapitación, lo cual posiblemente corresponde a la extracción de láminas de un núcleo de piedra. De los cuchillos emergentes salen pequeños Tezcatlipocas y un Quetzalcóatl. Dejando de lado las interpretaciones que acentúan una explicación mitológica o ritual, el autor se enfoca en la polisemia y la complejidad de las identidades y relaciones. Así, se puede hablar de un proceso de fractalización de seres, ya sean presas —decapitadas— o depredadores —seres que muerden, cortan, ¿tragan? — como una paradoja sacrificial entre falta (la pérdida de cabeza o pie en este caso) y poder [Galinier apud Neurath 2020: 130].
Tanto la lámina 32 del Códice Borgia como la enorme (en estatura y complejidad) estatua conocida como la Coatlicue —probablemente una Tzitzimitl o entidad monstruosa— de la cultura mexica son buenos ejemplos del split representation, dos perfiles idénticos que en conjunto forman una nueva imagen de frente (en face), ambos como resultado de la decapitación. Con base en Lévi-Strauss, podrá tratarse de un desdoblamiento de la personalidad. Este juego de percepciones cambiantes evoca la noción de transformación y convierte las víctimas sacrificiales de Mesoamérica en seres “ni singular, ni plural” [Wagner apud Neurath 2020: 138]. El momento de la muerte genera un cambio de tridimensionalidad corporal en bidimensionalidad de uno/dos rostros con un estatus ontológico incierto.
El lector que apenas descubre la obra de Neurath y los estudios del arte ritual indígena podrá perderse un poco en los conceptos de la antropología relacional y tener la necesidad de consultar la literatura señalada en la bibliografía. Para los lectores más familiarizados con la temática, en cambio, el libro recuerda la necesidad de mantener una visión crítica.
En palabras de Johannes Neurath, “sea como sea, siempre hay problemas con los artefactos animados”. Si hay algo que Neurath sabe invocar es la incertidumbre. Hábil y eruditamente, el autor convierte lo complejo y lo inseguro en un ejercicio de pensamiento creativo por medio de un lenguaje claro. Los ensayos, en conjunto, invitan a cuestionar ideas establecidas. La antropología está en diálogo entre los indígenas y Neurath enseña a “dudar de las imágenes”, incluso de nuestros conceptos antropológicos. Sus textos invitan a releer los primeros antropólogos profesionales y los fundamentos de nuestras ideas contemporáneas. No obstante, desde los inicios de la etnografía, había autores que llegaron a ver el mundo de manera distinta, así que Neurath retoma el camino de estos últimos para refutar las explicaciones “fáciles” acerca del arte ritual amerindio, de sus formas de vivir y pensar, tout court. El resultado es un giro refrescante y transdisciplinario que genera en el lector algo como un split vision o nueva mirada al arte y conocimiento indígena.










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