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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.73 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2025  Epub 24-Mar-2025

https://doi.org/10.24201/nrfh.v73i1.3976 

Artículos

La fuente de dos novelas ejemplares: Cervantes y Luque Fajardo ante la parábola del hijo pródigo

The source of two exemplary novels: Cervantes, Luque Fajardo and the parable of the prodigal son

Héctor Brioso Santos1 
http://orcid.org/0000-0001-5934-4076

1Universidad de Alcalá h.brioso@uah.es


Resumen:

Martín de Riquer apuntó en 1955 algunos parecidos entre el Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos (1603) de Francisco de Luque Fajardo y El celoso extremeño de Cervantes, que amplío y desarrollo, a mi vez, en el presente artículo. Tanto la obra de Luque como El celoso extremeño y La ilustre fregona (1613) reelaboran en distinto grado la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), una suerte de microrrelato bíblico que parece haber interesado a ambos autores como elemento constructivo y referencia moral.

Palabras clave: Luque Fajardo; Fiel desengaño; Cervantes; El celoso extremeño; hijo pródigo

Abstract:

In this article I explore similarities between Francisco de Luque Fajardo’s Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos (1603) and Cervantes’ El celoso extremeño, some of which were pointed to by Martín de Riquer in 1955. Luque’s text, El celoso extremeño and La ilustre fregona (1613) rework to some extent the biblical parable of the prodigal son (Luke 15:11-32), a sort of biblical micro-story that seems to have been used as a constructive element and a moral reference by both authors.

Keywords: Luque Fajardo; Fiel desengaño; Cervantes; El celoso extremeño; prodigal son

En principio, Francisco de Luque Fajardo y Cervantes, en cuanto autor de las Novelas ejemplares, no pueden estar más lejos entre sí como escritores. El primero publicó un tratado moral contra el juego de naipes en forma de coloquio en 1603 -seguido de diversos libros y folletos sacros- y el segundo una colección de novelas cortas diez años después. El estilo y el tono de ambos difieren grandemente: mientras que Luque escribe casi siempre en un estilo retórico y doctrinal, más propio de un púlpito que de una obra de entretenimiento, Cervantes todavía se lee con gusto por su agilidad y gracia innatas, su humanismo y su capacidad de invención1.

En cualquier caso, en vista de las coincidencias entre ambos señaladas en su día por Riquer (1955) y de la tendencia de los comentaristas modernos de las obras cervantinas a mencionar a Luque Fajardo en sus pies de página, parece lógico indagar esta posibilidad, pues, a mi entender, hay concomitancias que no han sido todavía suficientemente destacadas por la crítica especializada, que se ha conformado casi siempre con mencionar a ese predicador sevillano en escolios superficiales a la obra del magno novelista de Alcalá.

Un problema lateral a nuestro cotejo es la intrincada datación de cada una de las Novelas ejemplares. Evidentemente, Cervantes las meditó y corrigió mucho, según ha indicado García López (2001, pp. LII-LIII). Sin duda, también sopesó detenidamente dónde y cómo podía hacerlas circular, con lo que dejó un rastro de tentativas, desde la difusión manuscrita restringida de la miscelánea de Porras de la Cámara hasta el engaste de algunas en el primer Quijote, o su alusión en esa magna novela al Rinconete, hallado en el forro de una maleta (I, 47). Con todo, la posterioridad de ese mismo relato sevillano a 1609 o 1610 apunta en la dirección de la posible influencia: desde Luque hacia Cervantes, y no al contrario2. El licenciado Vidriera (probablemente compuesta después de 1606) y La ilustre fregona (de entre 1606 y 1612) son tardías, mientras que El celoso extremeño ofrece menos claridad, al haberse incluido en el manuscrito Porras (ca. 1601-1606)3. Recordemos, por lo demás, que El celoso y La ilustre fregona -que analizaré en otro trabajo- son novelitas contiguas en las Ejemplares, pues aparecen en las posiciones séptima y octava. En consecuencia, por sí mismas, estas fechas y consideraciones no desmienten nuestra tesis de que el gran novelista pudo leer a Luque y tomar nota de algunos detalles para varias de sus novelas cortas.

Concretamente, Riquer (1955) apuntó ciertos parecidos entre el Fiel desengaño y El celoso extremeño. Según señalaba con precisión, ambos textos aluden a Polidoro Virgilio (t. 1, pp. 1516 y 20) y comparan tópicamente las condiciones humanas con un juego de ajedrez (pp. 16-18). Conjeturó incluso que el alcalaíno pudo usar al personaje del primo que acompañó a don Quijote a la cueva de Montesinos (II, 22) para burlarse finamente de Luque Fajardo:

Todo ello conduce a la sospecha de que Cervantes, en la persona del primo, está satirizando la erudición anticuaria de Luque Faxardo en lo que se refiere al origen de los naipes. Y tal sospecha se robustece si tenemos en cuenta que unos capítulos antes, en la misma segunda parte del Quijote, aparece cierto paralelismo con un pasaje del Fiel desengaño (p. 16).

Una suposición que Riquer no detalló particularmente4. En cualquier caso, el estudioso concluyó:

Estas concomitancias y estos paralelismos entre el tratado de Luque Faxardo y las obras de Cervantes conducen a creer que éste leyó el Fiel desengaño, en cuyas páginas debería recordar con agrado el ambiente y el lenguaje de aquellos tahúres que tan bien conoció, como revela en diversas ocasiones, principalmente en el Rinconete y Cortadillo (p. 18).

Por su parte, Étienvre ha recordado ingeniosa y borgianamente que Armando Cotarelo Valledor supuso en 1943 que Cervantes había leído dos libros especializados y la propia obra de Luque:

El Fiel desengaño no aparece entre los libros de don Quijote; pero no por eso deja Cervantes de jugar con este tratado a lo que Casalduero (1949) llama su juego favorito: el escrutinio de la biblioteca. En su citado discurso, Cotarelo Valledor (1943) considera como “muy verosímil” la lectura, no sólo del Fiel desengaño, sino también del Remedio de jugadores de Pedro de Covarrubias (Burgos, 1519) y del Tratado del juego de Francisco de Alcocer (1559) (2016, pp. 26-29; cita en p. 29, n. 51).

No obstante, el mismo estudioso normando concluye:

Puede ser. Aunque estas obras de casuística (aparte de que no son las únicas que se publicaron sobre -o, mejor dicho, contra- el juego en el siglo xvi) no reúnen en absoluto ese “buen caudal de refranes y modismos referentes a los naipes” que, de todas formas, conocería Cervantes, sin tener necesidad de acudir al Fiel desengaño (id.).

Encuentro, a mi vez, que puede haber otros elementos de juicio en este asunto, pues tanto la obra de Luque como El celoso extremeño y La ilustre fregona reelaboran en distinto grado la parábola del hijo pródigo (Lc 15:11-32), una suerte de microrrelato bíblico que parece haber interesado a ambos autores como algo más que una mera referencia accidental5.

Luque Fajardo fue beneficiado del pueblo de Pilas, a 37 kilómetros de Sevilla. Su obra más conocida encierra, bajo el largo título de Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos. Utilíssimo, a los confessores, y penitentes, justicias, y los demás, a cuyo cargo está limpiar de vagabundos, tahúres, y fulleros la república christiana. En diálogo (Miguel Serrano de Vargas, Madrid, 1603)6, una combinación de coloquio dogmático y sermón, pero también ofrece al lector un primer capítulo y medio narrativo donde se nos presenta a los dos interlocutores del ulterior diálogo con el siguiente epígrafe, harto revelador: “Nacimiento y origen de Florino, tahúr, y Laureano, hombre cuerdo”, que deja claro el antagonismo didáctico entre ambos personajes.

Si comparamos nuestros tres relatos, la parábola de Jesucristo que transmitió san Lucas, ese capítulo y medio inicial de Luque y la versión cervantina de El celoso extremeño, hallaremos bastantes diferencias. La fuente original aparece precedida por un sermón de Jesucristo sobre la oveja perdida y las diez dracmas. Por ejemplo, la famosa Biblia del Oso de Casiodoro de Reina (1569) relataba así el episodio:

11 Item, dize, vn hombre tenía dos hijos. 12 Y el más moço de ellos dixo a su padre: Padre, da me la parte de la hazienda que me pertenece. Y él les repartió la hazienda. 13 Y después de no muchos días, juntándolo todo el hijo más moço partiose lexos, a una prouincia apartada, y allí desperdició su hazienda biuiendo perdidamente. 14 Y desque lo vuo desperdiciado todo, vino una grande hambre en aquella prouincia, y començole a faltar. 15 Y fue, y llegose a vno de los ciudadanos de aquella tierra, el qual lo embió a su cortijo para que apacentasse los puercos. 16 Y deseaba henchir su vientre de las mondaduras que comían los puercos, mas nadie se las daba. 17 Y boluiendo en sí, dixo, quántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre. 18 Me levantaré y iré a mi padre, y le dezirle he: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y como aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corriendo a él, derribose sobre su cuello, y besolo. 21 Y el hijo le dixo: Padre, peccado he contra el cielo, y contra ti: ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Mas el padre dixo a sus siervos: Sacad [luego] el mejor vestido, y vestildo; y poned el anillo en su mano, y çapatos en sus pies. 23 Y traed el bezerro gruesso, y mataldo, y comamos y hagamos vanquete. 24 Porque este mi hijo muerto era, y ha rebiuido; habíase perdido, y es hallado. Y comenzaron a hazer vanquete. 25 Y su hijo el más viejo estaba en el campo; el qual como vino, y llegó cerca de casa, oyó la cymphonía y las danças. 26 Y llamando vno de los siervos, y preguntole qué era aquello. 27 Y él le dixo, Tu hermano es venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gruesso, por auerle recibido saluo. 28 Entonces él se enojó, y no quería entrar. El padre entonces saliendo, rogábale que entrase. 29 Mas él respondiendo, dixo al padre: He aquí, tantos años ha que te sirvo, que nunca he traspassado tu mandamiento, y nunca me has dado vn cabrito para que haga vanquete con mis amigos. 30 Mas desque vino este tu hijo, que ha englutido tu hazienda con rameras, hasle matado el bezerro gruesso. 31 Él entonces le dixo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. 32 Mas hazer banquete y holgar nos era menester, porque este tu hermano muerto era, y rebiuió; auíase perdido, y es hallado7.

Mientras que la Biblia Sacra Vulgata clementina de 1598 -que sustituyó abruptamente a la Sixtina- también refería:

11 Ait autem: Homo quidam habuit duos filios: 12 et dixit adolescentior ex illis patri: Pater, da mihi portionem substantiæ, quæ me contingit. Et divisit illis substantiam. 13 Et non post multos dies, congregatis omnibus, adolescentior filius peregre profectus est in regionem longinquam, et ibi dissipavit substantiam suam vivendo luxuriose. 14 Et postquam omnia consummasset, facta est fames valida in regione illa, et ipse cœpit egere. 15 Et abiit, et adhæsit uni civium regionis illius: et misit illum in villam suam ut pasceret porcos. 16 Et cupiebat implere ventrem suum de siliquis, quas porci manducabant: et nemo illi dabat. 17 In se autem reversus, dixit: Quanti mercenarii in domo patris mei abundant panibus, ego autem hic fame pereo! 18 Surgam, et ibo ad patrem meum, et dicam ei: Pater, peccavi in cælum, et coram te: 19 jam non sum dignus vocari filius tuus: fac me sicut unum de mercenariis tuis. 20 Et surgens venit ad patrem suum. Cum autem adhuc longe esset, vidit illum pater ipsius, et misericordia motus est, et accurrens cecidit super collum ejus, et osculatus est eum. 21 Dixitque ei filius: Pater, peccavi in cælum, et coram te: jam non sum dignus vocari filius tuus. 22 Dixit autem pater ad servos suos: Cito proferte stolam primam, et induite illum, et date annulum in manum ejus, et calceamenta in pedes ejus: 23 et adducite vitulum saginatum, et occidite, et manducemus, et epulemur: 24 quia hic filius meus mortuus erat, et revixit: perierat, et inventus est. Et cœperunt epulari. 25 Erat autem filius ejus senior in agro: et cum veniret, et appropinquaret domui, audivit symphoniam et chorum: 26 et vocavit unum de servis, et interrogavit quid hæc essent. 27 Isque dixit illi: Frater tuus venit, et occidit pater tuus vitulum saginatum, quia salvum illum recepit. 28 Indignatus est autem, et nolebat introire. Pater ergo illius egressus, cœpit rogare illum. 29 At ille respondens, dixit patri suo: Ecce tot annis servio tibi, et numquam mandatum tuum præterivi: et numquam dedisti mihi hædum ut cum amicis meis epularer. 30 Sed postquam filius tuus hic, qui devoravit substantiam suam cum meretricibus, venit, occidisti illi vitulum saginatum. 31 At ipse dixit illi: Fili, tu semper mecum es, et omnia mea tua sunt: 32 epulari autem, et gaudere oportebat, quia frater tuus hic mortuus erat, et revixit; perierat, et inventus est.

En tanto que la Biblia moderna de Nácar y Colunga trae el siguiente texto:

1 Se acercaban a Él todos los publicanos y pecadores para oírle, 2 y los fariseos y escribas murmuraban, diciendo: Éste acoge a los pecadores y come con ellos. 3 Propúsoles esta parábola, diciendo: 4 ¿Quién habrá entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en el desierto y vaya en busca de la perdida hasta que la halle? 5 Y, una vez hallada, la pone alegre sobre sus hombros 6 y, vuelto a casa, convoca a los amigos y vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja perdida. 7 Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia. 8 ¿O qué mujer que tenga diez dracmas, si pierde una, no enciende la luz, barre la casa y busca cuidadosamente hasta hallarla? 9 Y, una vez hallada, convoca a las amigas y vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido. 10 Tal os digo que será la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia.

Justo antes de que el Hijo de Dios cuente la historia familiar breve, pero emotiva, que nos interesa:

11 Y añadió: Un hombre tenía dos hijos, 12 y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda, 13 y, pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una lejana tierra, y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente. 14 Después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y comenzó a sentir necesidad. 15 Fue y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a apacentar puercos. 16 Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado. 17 Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia y yo aquí me muero de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, se vino a su padre. Cuando aún estaba lejos, viole el padre, y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. 21 Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. 22 Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, 23 y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos, 24 porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido, y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta. 25 El hijo mayor se hallaba en el campo, y cuando, de vuelta, se acercaba a la casa, oyó la música y los coros; 26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 Él le dijo: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar un becerro cebado, porque le ha recobrado sano. 28 Él se enojó y no quería entrar; pero su padre salió y le llamó. 29 Él respondió y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos, y nunca me diste un cabrito para hacer fiesta con mis amigos, 30 y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su hacienda con meretrices, le matas un becerro cebado. 31 Él le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son; 32 mas era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado.

Como puede verse, Lucas destacó el tema de la misericordia paterna, que predomina en su evangelio, y, más secundariamente, el motivo de la alegría. No en vano, esa historia ha sido recordada también con el título alternativo de la “Parábola del padre misericordioso”. En cualquier caso, el mensaje subliminal es la misericordia de Dios, que nunca abandona a sus hijos. En buena lógica, para los comentaristas, el personaje central suele ser el padre. Tras malgastar su herencia, el hijo menor se encuentra en la miseria y se arrepiente de su comportamiento, al menos de palabra. Conociendo a su progenitor, sabe que puede ir a pedirle perdón, pues es consciente de su amor filial. Pero la reacción paterna lo supera. El Pródigo había imaginado la escena y ensayado su arrepentimiento. Al llegar, recita una frase largamente meditada, pero, ante el amor paterno, ésta se convierte en una mera fórmula. El padre casi no lo deja hablar, corre al encuentro del hijo, toma la iniciativa de abrazarlo para hacerle menos penosa su vuelta y su conversión. Su sentencia final es reveladora porque perdonar es dar vida.

Vayamos ahora a las versiones modernas de Luque y Cervantes, pues tanto el tahúr Florino del Fiel desengaño como el Felipo de Carrizales de El celoso extremeño son comparados con el bíblico hijo pródigo. El primero justamente cuando huye de la casa de su padre, también jugador:

Veis a nuestro pródigo más descortés que el otro del Evangelio; que al fin, aquél pidió a su padre dineros y licencia, empero éste todo lo lleva contra la voluntad del verdadero Señor. Las primeras jornadas hizo por la posta, no temiendo tanto las que podía despachar su padre en dar alcance a su persona cuanto el importuno temor y enfado que llevaba de los libros, como que fueran animados enemigos; condición ordinaria del pecador cobarde: huir sin que nadie le persiga, de manera que el ruido de los árboles, el movimiento de las aves y aun el de los mosquitos y los átomos se le antojaban Cicerones, Virgilios, Juvenales, que en tropa de cuadrilleros venían a impedir su viaje. Puesto que con tal recelo en ninguna cosa hallaba seguridad, porque en la mar le perturbaban las nubes, en la tierra las plantas y animales (Luque 1955, I, p. 47)8.

Y el segundo, más brevemente, cuando sale de su patria chica, en un bien conocido pasaje:

No ha muchos años que de un lugar de Estremadura salió un hidalgo, nacido de padres nobles, el cual, como un otro Pródigo, por diversas partes de España, Italia y Flandes anduvo gastando así los años como la hacienda; y, al fin de muchas peregrinaciones, muertos ya sus padres, y gastado su patrimonio, vino a parar a la gran ciudad de Sevilla, donde halló ocasión muy bastante para acabar de consumir lo poco que le quedaba. Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores, a quien llaman ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos (Cervantes 2001, pp. 325-326)9.

Como puede verse, el proverbial personaje bíblico ha evolucionado hacia una existencia española y americana moderna, en consonancia con la novela corta cervantina, una narrativa esencialmente contemporánea o, como mucho, ligeramente retrospectiva. Molho ya subrayó la brevedad del relato y su inspiración bíblica:

Lo poco que se nos dice de esa prehistoria es de una extremada concisión: sólo consta de una ficha con el expediente personal, en que falta el nombre (ha de venir a su tiempo), y un curriculum vitae encabezado por una alusión al Hijo Pródigo del Evangelio. Así es como nos enteramos que el personaje protagonista de nuestra novela es un hidalgo nacido “no ha muchos años en un lugar de Extremadura” de padres nobles. Hijo Pródigo, abandona la casa paterna para gastar su tiempo y su hacienda en aventuras que le llevan a Italia y a Flandes. A la muerte de sus padres, cobra su patrimonio que dilapida desenfrenadamente, de modo que cuando llega a Sevilla el poco dinero que le queda se le va en un santiamén (1990, p. 747).

Entrando más en harina narrativa, mientras el Evangelio se concentraba en el hijo y el padre, y Luque todavía retiene el grupo familiar, Cervantes se limitará al Pródigo, en soledad y después en un hogar anómalo. Las tres obras trazan un recorrido circular, de ida y vuelta, pero en las dos más modernas se modifica el orden argumental de causa y efecto, de pobreza y riqueza, de llegada y salida de Sevilla: Florino regresa a ella pobre desde Flandes por su afición a los naipes; Carrizales recala y sale de allí empobrecido por su vida viciosa, disipada y pródiga, se embarca hacia Ultramar -Cartagena y “el Pirú” (II, p. 177)- y regresará rico a Sevilla. En sus propias palabras, Florino tiene “desastrado suceso” que lo hace retornar a la capital hispalense (I, p. 49), mientras que Carrizales volverá millonario de las Indias en su regreso definitivo.

Veamos de cerca los dos relatos del siglo XVII, bastante similares si invertimos las circunstancias, aunque el de Luque aparece mucho más apegado al modelo bíblico:

Tan apurado se vido el joven caballero, y, por sus pasos contados, llegó a tal miseria, que le faltaba el ordinario sustento y moría de hambre, ordinario camino de los pródigos. No siendo, pues, ya sazón oportuna de restaurar su fama y puesto honroso, determinó venirse al pan de la casa de su padre, con esperanzas de gozar un nuevo patrimonio (I, pp. 51-52).

Llama la atención el plural pródigos, que sin duda procede de la popularización tópica del personaje en las historias y las estampas, que alcanza de lleno a nuestros dos autores. En lo demás, Luque revalida los elementos esenciales de la parábola original: la pobreza, el hambre y la vuelta al hogar paterno. Llamativamente, el predicador sevillano no puede evitar una inferencia que no estaba en Lucas: el Pródigo no sólo desea acogerse al perdón paterno, sino rehacerse económicamente y “gozar de un nuevo patrimonio”, que suponemos volverá a jugarse en los tapetes.

Cervantes se olvida casi del todo de la figura misericordiosa del padre bíblico, mencionado sumariamente en la sentencia social y económica “muertos ya sus padres y gastado ya su patrimonio”, y ya omitido en la otra frase: “tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos”. Resulta curiosa, por lo demás, la asimilación de sus allegados con el vil metal: padres-patrimonio y dinero-amigos.

El escritor manco altera y simplifica el esquema, realzando al solitario protagonista en su espacio moralizado Europa-Sevilla-Indias-Sevilla. Imagina a Carrizales peregrinando “por diversas partes de España, Italia y Flandes”, y después, ya rematado en Sevilla, lo convierte en indiano y lo aboca al comercio en el Pirú, donde, en veinte años, “ayudado de su industria y diligencia, alcanzó a tener más de ciento y cincuenta mil pesos ensayados” (p. 329).

En otras palabras, Cervantes liga a Carrizales con el inframundo sevillano y con el lumpen filopicaresco que esa ciudad pecadora expulsaba, es decir, los otros muchos perdidos, los desesperados de España, los alzados, los homicidas y las mujeres libres que emigraban a Ultramar. Por eso mismo no deben engañarnos su éxito y sus barras de oro y plata, pues está tan desmoralizado como el pródigo evangélico, sólo que al revés, por volver rico. Al margen, resulta muy expresiva para nosotros su nota final sobre las Indias occidentales como pala y cubierta de los jugadores, que viene muy a cuento de los Florinos sevillanos.

El tiempo es contemporáneo en los tres autores, pero los dos modernos actualizan el espacio narrativo antiguo, dibujando un trayecto circular entre Sevilla y Flandes o entre España, Italia, Flandes y América. Ambos protagonistas están unidos a la ciudad del Guadalquivir: huyen de esa urbe como pícaros o como viciosos colonos, y regresan a ella, Florino pobre y astroso, y Carrizales, primero por necesidad, y después, ya millonario y “tocado por el natural deseo que todos tienen de volver a su patria” (p. 329). La capital hispalense se presenta en la obra de Luque como una “ciudad ocasionada” (I, p. 60) -‘peligrosa, tentadora, aventurada’, a tenor de las definiciones de Covarrubias y Autoridades- y un “pueblo, donde importa vivir con gran recato, no os fiando de los que con falso nombre de amistad la ofrecerán para venderos” (I, p. 55), un consejo vagamente alemaniano que, a su vez, Carrizales se aplicará a conciencia con su vida reservada y ensimismada en su casa-tumba, como “el más celoso hombre del mundo” (p. 330). Esa nota infamante antihispalense tendrá su explicación años después en una página de la novela Los amantes andaluces de Alonso de Castillo Solórzano (1633), donde el caballero sevillano protagonista, don Félix, después de encomiar las riquezas americanas de esa ciudad, aclara que se marchará a Flandes por un buen motivo:

Pareciome que el assistir en Seuilla siendo moço, era más para perderme, que para acreditarme, con la viciosa vida que allí tienen los naturales, y assí no quise que de mí se murmurasse lo que ohía de otros caualleros de mi edad, que sus diuertimientos eran juego y mugeres, ocasionando éstas muchas veces a perder las reputaciones, con acciones feas nacidas de amor o necesidad (f. 4v; sigo la ed. facs. de 1973).

No deja de ser revelador entonces que ese personaje escoja la guerra flamenca para sustraerse a la ludopatía hispalense. Y, unas páginas después, el hermano de su amada tendrá que batirse a causa de una discusión por unas trampas durante una partida “en un rancho de un mercader seuillano” (f. 14r). Más tarde, el mismo don Félix explicará que los caballeros deben dedicarse a leer libros de humanidades e historia, y no a visitar casas de juego ni a las cortesanas (ff. 22v-23r)10. De modo que, al parecer, el juego y los amoríos deshonrosos eran el pasatiempo de una sociedad sevillana viciosa y hedonista. Algo parecido puede concluirse del conocido pasaje del primer Quijote de 1605 donde unos viajeros aconsejan maliciosamente al caballero andante que acuda a Sevilla “por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno” (I, 14; 1998, p. 157), alusión que los editores modernos han interpretado como una ironía anticaballeresca cervantina (n. 157.72).

En cualquier caso, el viejo neurótico Carrizales sopesa justamente, antes de decidir quedarse en Sevilla, que “la estrecheza de su patria [Extremadura] era mucha y la gente muy pobre, y que el irse a vivir a ella era ponerse por blanco de todas las importunidades que los pobres suelen dar al rico que tienen por vecino” (p. 330). Por lo tanto, deduce que la metrópolis andaluza le permitirá pasar más desapercibido y que, sin duda, dará más pie a sus paranoias celosas y a sus consiguientes planes de aislamiento. En suma, la ciudad del Guadalquivir permite a los dos escritores enriquecer la historia bíblica y, en gran medida, alterar su esquema, sustituyendo la finca ganadera y la tierra lejana de los vicios por una moderna urbe comercial.

El personaje bíblico permanece innominado, pues la parábola es tan breve como esquemática. El nombre italianizante Florino, nada ajardinado, sugiere en realidad las ligeras manos del fullero que conoce al dedillo las flores de Vilhán o trampas con la baraja, como él mismo explica ya entrado el libro: “De aquí me llamaron Florino: hombre a quien no se le esconde fullería o que descuerna la flor” (II, p. 22)11. Cervantes aludirá también a esas flores y al floreo de Vilhán o juego de naipes, por ejemplo en Rinconete y Cortadillo12. Con todo, el alcalaíno será bastante más sofisticado en sus anagramas y nombres parlantes o simbólicos, como han mostrado incisivamente Márquez Villanueva (1973, pp. 28-34), Molho (1976, pp. 217-336; 1983) y Reyre (2005). Cervantes sabe caracterizar a su personaje viejo y atribulado por sus millones, su inseguridad y sus celos tóxicos con una compleja ecuación onomasiológica: un nombre de pila amonedado (con la efigie de Felipe II)13 y un apellido que sugiere la fragilidad del carrizo o del mimbre14.

Los tres protagonistas son teóricamente de buena posición: el padre de la Biblia era un rico ganadero con patrimonio suficiente como para adelantar una considerable herencia a su hijo, mantener sirvientes y celebrar una gran fiesta de bienvenida15; Luque afirma que la familia es noble, a secas (I, p. 45), y Cervantes aclara que Carrizales era “un hidalgo, nacido de padres nobles” (p. 325), aunque después desmentirá esa nobleza con sus vicios y sus afanes mercantiles. Los tres son, desde el comienzo de sus respectivos relatos, hijos pródigos: es decir, jóvenes gastadores, viciosos, disipados, indisciplinados… El personaje bíblico cobró su herencia anticipadamente para viajar a una ciudad extranjera y dilapidarla sin consideración, en vicios: “partió a una lejana tierra, y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente”; aunque la Vulgata que seguramente manejó Luque matizaba: Peregre profectus est in regionem longinquam, et ibi dissipavit substantiam suam vivendo luxuriose.

Florino y Carrizales también malgastan su patrimonio; por así decirlo, “edifican sobre arena”, como resume el tétrico Luque con frase también bíblica (I, p. 47). El pródigo original era presumiblemente un desaprensivo, un fornicador y un putañero desenfrenado, según era frecuente, al parecer, entre los pueblos que convivían con los israelitas en tiempos bíblicos16. Los personajes de Luque y Cervantes exhiben igualmente una moralidad más que dudosa: el primero, pese a que no cae en el fornicio, sí es un jugador empedernido, “vicioso con estremo, agudo en las maldades, amigo del ocio, haragán, pródigo, aunque no liberal” (I, p. 59)17.

Por su parte, leemos que la criatura cervantina, “por diversas partes de España, Italia y Flandes, anduvo gastando así los años como la hacienda”, y suponemos que derrochó sus caudales en distintos vicios: sin duda, ha sido un vividor y un mujeriego, acaso también un jugador -aunque nada se nos dice sobre ello- y posiblemente un pendenciero, impulsado por sus enfermizos celos. Así lo confirmará en parte el narrador cuando aclare, años después, que “a sí mismo se iba tomando una firme resolución de mudar manera de vida…, y de proceder con más recato que hasta allí con las mujeres” (p. 328), en lo que Dunn (1973, pp. 81-82) ha considerado una suerte de falsa resurrección. Por lo demás, Carrizales parece tener una virtud algo engañosa: “en algunos años que fue soldado aprendió a ser liberal” (p. 329), aunque, sobre este punto, anotó perspicazmente el citado Molho:

Esa autoconfesión por la que afloran a la memoria y a la conciencia todo lo que el ánimo tenía reprimido, desemboca en la resolución de reformarse, en lo tocante a dinero y mujeres: será preciso de ahora en adelante “tener otro estilo en guardar la hacienda” y “proceder con más recato que hasta allí con las mujeres”, frase que en Cl [Porras] es más explícita todavía: “proceder con más recato en la amistad que con mujeres demasiadamente había tenido”, pues esa demasiada amistad con mujeres ha de entenderse con valor frecuentativo, es decir como afición excesiva a la aventura y al trato amoroso. Desde el arranque del relato aparecen íntimamente asociados los motivos del dinero y del amor: no se disociarán ya. Por lo que la novela de El celoso extremeño es la historia de un hombre forrado de dineros que mantiene con las mujeres, y especialmente con la que ha elegido por esposa, relaciones extrañas y tumultuosas. El tema de la novela ha de ser, pues, la imprevisible mutación de un hombre que empezó dilapidando dinero y mujeres, hasta colocarse en el caso inverso, que es el de una tesaurización excesiva, propiamente maniática, de su dinero y de su mujer… El hombre que veinte años antes (tenía cuarenta y ocho años) había dejado Sevilla por las Indias era un mujeriego empedernido, arruinado por sus desenfrenos y desesperado ya de su vida (1990, pp. 749-750)18.

Ambos personajes modernos se hacen soldados en su juventud, y Luque nos aclara que “el pasarse de las letras a su ejercicio [de las armas] es ordinaria mudanza de estudiantes fugitivos” (I, p. 48). Uno acaba en Flandes mientras el otro, después de su carrera militar, apenas mencionada, emigrará a las Indias occidentales y retornará rico de ellas. Los tres se arrepentirán y se volverán reflexivos a la fuerza, luego de fracasar en sus vidas, si bien el carácter bíblico, más primario, reacciona a duras penas cuando perece de hambre mientras trabaja por cuenta ajena como porquerizo19.

Mientras Luque sigue aproximadamente el esquema bíblico, Cervantes apenas recuerda la nota del hijo pródigo al comienzo de la novela, dado que después dedicará muchas páginas a la introspección psicológica y a un enredo boccacciano y folclórico. De ahí que desaparezcan los padres y que, en cambio, el celosísimo Carrizales adquiera con sus caudales una esposa casi núbil, “de trece a catorce años” (p. 330), a la que guarda y cela como a una hija doncella.

Algunos elementos coinciden y otros difieren del todo, aunque menos, si se altera simplemente el orden de los componentes: mientras Florino regresa de la guerra hambriento y andrajoso -“le faltaba el ordinario sustento y moría de hambre” (I, p. 51), era un “mísero soldado” (I, p. 53)-, Carrizales emigra a América “pobre y menesteroso” (p. 329) y vuelve de allí millonario, lo que lo aleja del modelo bíblico y de Florino. Incluso los plazos y el número de años varían: Florino es soldado desde los diecisiete hasta los treinta, cuando cae brevemente en el vicio naipesco, se arruina y regresa desastrado a la casa familiar en Sevilla, casi como el pródigo evangélico; Carrizales vive desordenadamente en España, Italia y Flandes hasta los cuarenta y ocho años, y después emigra a Ultramar, para regresar casi anciano, dos décadas después, y casarse precipitada y trágicamente. Como es lógico, Cervantes desarrolla el motivo folclórico secular del viejo caduco y la niña malcasada, lo que lo obliga a alargar lo más posible la asendereada juventud de Felipo y sus viajes. También necesita tiempo para mostrarnos su evolución personal y su relación patológica con el dinero y las mujeres. Por supuesto, necesita que se quede solo para poder crear su especialísima situación personal posterior.

Hay muchos cambios sutiles: el juego separa a los dos personajes, pues Cervantes no comenta ese hipotético vicio del joven Carrizales, que era esencial en el Fiel desengaño y que volvería a serlo en el auto El hijo pródigo de Valdivielso, por ejemplo20; han desaparecido en la moralista y monográfica obra de Luque las meretrices que empobrecieron al pródigo antiguo, sustituidas oportunamente por el funesto juego; Florino no se hace porquero, sino soldado en Flandes; no se le regalan prendas al volver al hogar, sino que su madre le cose y renueva la ropa. Tampoco se festeja al hijo recobrado, pues la familia se ha empobrecido por la ludopatía del padre, aunque hay una escena de reencuentro y emotivas conversaciones familiares. Y, lo que es más importante, el hermano mayor resentido se ha transformado, en cierto modo, en Laureano, el amigo fiel y virtuoso que sirve de piedra de toque para demostrar la inmoralidad de Florino. Será él quien lo consolará a la muerte de su progenitor y quien debatirá con él los estragos del juego durante el resto del libro21.

El modus operandi de ambos narradores es casi el opuesto; sin embargo: mientras que Luque se detiene, por ejemplo, en largos discursos retóricos y en algunos pintoresquismos paisajísticos, como los calores estivales sevillanos (I, p. 48) o la descripción del tráfago del Arenal de Sevilla y de las alamedas, paseos, fuentes y campos, con su aroma a azahar (I, pp. 60-61), Cervantes muestra su habilidad para comprimir las circunstancias y antecedentes de la juventud de Carrizales, dibuja un cuadro sociológico de la emigración en un solo párrafo inicial y dedica el siguiente al viaje a América. Siguen un nuevo párrafo con el relato de la ida y las cavilaciones del indiano arrepentido, y los siguientes con sus zozobras en alta mar.

El narrador cervantino teje y desteje hábilmente los avatares exteriores y los interiores, todavía más importantes. Los veinte años que pasó Felipo en Ultramar se reducen apenas a una frase y una cifra (los más de 150 000 pesos ensayados que logró en Perú con tratos poco claros, pp. 328-329), pero consigue dibujar a su protagonista como un indiano sin conciencia, un perdido y un pródigo al revés, avaricioso y acaparador.

En páginas vibrantes y aleccionadoras, el predicador pileño nos narra, punto por punto, cómo su pródigo huye sin ser perseguido -igual que los pícaros (cf. Maravall 1986, cap. 6)- y recala lejos de casa, en plena contienda flamenca (I, pp. 4748). Pasa unos años turbulentos en esas tierras, alternando dramáticamente el juego y el heroísmo militar, el vicio y la virtud:

El tropel de pensamientos que en tal viaje le combatía fue causa de que no hiciese asiento en muchas leguas de su patria, hasta llegar a Flandes, donde comenzó a intentar cómo disculparse del pasado desvarío, a cuya causa, acomodándose en aquella provincia a algún ejercicio virtuoso, se hallaba ya muy otro del que antes. Suspendió algunos meses el gusto y afición que de jugar tenía (I, pp. 47-48).

Se hace soldado a los diecisiete años, mostrando en seguida su valor y despuntando en su carrera militar, lo que da pie a Luque para trazar una forzada metáfora moral:

Corrió fortunas extrañas, tuvo sucesos y suertes dignas de premio, con que subió a plazas mayores de crecidas ventajas; en conclusión, vino a ser a los treinta años prodigio y maravilla entre los de su nación, si por desgracia suya no se volviera el dado, o por mejor decir el naipe, en cuya ocupación dañosa perdió en cuatro meses de invierno dinero y reputación, pagando en la escarcha de aquella región fría el delito cometido por agosto en tierra calurosa, donde de camino quedó satisfecha la ofensa de los libros virtuosos, cayendo en manos de otros viles e infames, de barajas, que así le nacieron en la frente (I, pp. 48-49).

De modo que, en poco tiempo, el precario equilibro del personaje se resolverá para mal de nuestro fugitivo, circunstancia que aprovecha Luque para hurgar en la conciencia del ludópata y establecer otra curiosa alegoría bélico-naipesca:

Cuando creyó que estaba libre (riesgo ordinario de viciosos cuando las malas yerbas no se arrancan) y había hallado ventura en las armas no supo conservarla; no siendo parte verse lastimado con la experiencia del mal trato del juego para escarmentar con tiempo, que ordinariamente los viciosos alegan vanas escusas por no dejar el camino de perdición que los destruye; perseveró con ánimo de desquitarse, si pudiese, no advirtiendo cuán duro sea dar coces contra el aguijón; menospreció las armas en compañía de la estimación con ellas granjeada, trocando las aceradas hojas por las falsas del naipe, los grabados petos con todo el pertrecho de milicia por las aparentes figuras en papel pintadas (II, p. 49)22.

El personaje seguirá jugando para combatir la melancolía y el ocio, hasta que se arruina del todo, pasando hambre como el pródigo bíblico:

Esto le aconteció a nuestro Florino, que, puesto en el lugar dicho, fuera de toda razón y buen discurso buscó su desenfado en el naipe, donde en vez de gusto y pasatiempo salió despojado del dinero, joyas, cadena de oro, cintillo de finas piedras, con otras preseas de estima, ganado parte dello en un torneo honrosamente. Tan apurado se vido el pobre caballero, y por sus pasos contados llegó a tal miseria, que le faltaba el ordinario sustento y moría de hambre, ordinario camino de los pródigos (I, p. 51).

Aunque no se aclare, es obvio que nuestro joven se encuentra desamparado y solo, pues ya no tiene nada que ofrecer a sus camaradas de timba. Decide entonces regresar derrotado y arruinado a la casa paterna, olvidando que su padre, jugador como él, también se ha empobrecido. Reparemos en esa interesante nota genética que podría proceder de la novela picaresca, entonces de moda gracias a Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache, pero no olvidemos tampoco que Luque está ampliando la parábola bíblica, donde ya aparecían el hambre y el recuerdo de la abundancia del hogar familiar, ahora reelaboradas con el añadido del padre tahúr y la expectativa de una nueva herencia:

No siendo, pues, ya sazón oportuna de restaurar su fama y puesto honroso, determinó venirse al pan de la casa de su padre con esperanzas de gozar un nuevo patrimonio, creyendo hallarle aumentado por ser anciano y ya en edad donde más reina la avaricia. Puesto su pensamiento en obra le sucedió al revés, porque descuidado el viejo de que tuviese hijo (pues nunca supo [d]él en trece años) y lastimado de su temprana ausencia, a persuasión de amigos jugaba por desvelarse, de manera que a un mismo tiempo habían sido dos a jugar y ninguno a multiplicar; demás de que en linaje de tahúres no corre el común proverbio: “A padre que gasta sucede hijo que guarda”, antes sucede al revés, por ser todo un lenguaje, ocupación y ejercicio (I, pp. 51-52; añado la enmienda).

Porque Luque incluirá, en efecto, ese detalle curioso: el pródigo sevillano considera el vicio naipesco de su progenitor como su legítima herencia, pues desde niño lo llevaba a los garitos (I, p. 65). Es como el relato de Lucas vuelto al revés y tocado por la picaresca: en lugar de heredar dinero, recibe un vicio pernicioso. La fuente parcial de esa idea podrían ser las confesiones oídas a sus feligreses o incluso una anécdota milagrosa relatada presuntamente por san Cirilo a san Agustín en una carta, resumida por Jerónimo de Mondragón en su Censura de la locura humana y excelencias della (1598):

En la ciudad de Hierusalem, morava un caballero cerca de mi casa, mui rico, i tenía un solo hijo: i tanto lo quería y tan locamente lo amaua, que no solamente lo dexaba y consentía jugar, mas aun el padre mesmo se ponía a jugar con él i le enseñaua el arte de los juegos. Creciendo pues, el hijo de aquel caballero, priuado y despojado de todas las buenas costumbres, de día en día empeoraua, perdiendo su tiempo y despidiéndolo en juegos, i en blasfemias, i otras vanidades del mundo, en las quales lo impuso el loco de su padre. I desque llegó a edad de doze años, vn día estando jugando con su padre a hora de vísperas, porque no podía ganar un juego, que desseaba mucho ganar, con saña blasfemó de san Hierónymo i dixo, si alguna cosa puede san Hierónymo, que reprueua los juegos, hágalo; que aunque él no quiera, yo ganaré este juego. I desque huuo acauado tan locas palabras, luego entró en aquel lugar do estauan jugando Sathanás, en semejança de hombre mui espantoso, i en presencia de quantos allí estauan, arrebató con grande ímpetu del desauenturado moço: mas a do lo lleuó, ninguno hasta hoi lo ha entendido, pero creo sin duda, que lo hechó en el infierno (f. 18).

Por supuesto, asistimos en el Fiel desengaño a la emotiva escena bíblica del reencuentro familiar, que nos permite asomarnos a las conciencias y las emociones del padre misericordioso y del hijo avergonzado, algo muy del gusto de un predicador y confesor:

Al fin llegó a su casa nuestro pródigo, después de trabajosas jornadas, y apenas se prostró a los pies del padre cuando el buen anciano conoció la enfermedad de Florino, su hijo, y de qué pie cojeaba (que entre otras gracias de los de este oficio dicen que son zahoríes) y como diestro cirujano conoció ser la herida penetrante, de lo cual recibió gran pasión, que no hay padre tan malo a quien no dé pena el vicio de sus hijos. Llegóse a él, púsole los brazos estrechamente sobre el cuello y con lágrimas de tierno sentimiento habló así:

-¡Ah Florino, Florino! ¡Cuánto más me consolaban sospechas de vuestra muerte en tiempo de la ausencia larga, que ahora me es de alivio veros así destrozado y hecho retrato de confusión!

¿Qué ha sido vuestra vida? Dadme cuenta della…

A estas y otras razones el mísero soldado faltábale el aliento, cubrióse de sudor frío, temblaba de vergüenza y el corazón daba saltos en su pecho, como que desease suplir la falta de su lengua muda. Esforzóle el buen viejo cuanto fue posible…

Atento había estado Florino a la paternal corrección, los ojos en el suelo, sollozando a menudo, con otras señales de arrepentimiento, que a no ser de tahúr, bastante indicio daban de la emienda. Todo lo consideraba el triste viejo, aunque vencido con amor de padre cualquiera demostración le enternecía (I, pp. 52-54; resuelvo los diálogos embebidos en los párrafos de la edición de Riquer).

Luque sigue relativamente, aunque amplificándolo con todo tipo de detalles, el archiconocido relato bíblico: suple dos largas conversaciones entre padre e hijo, abundantes lágrimas, la promesa de enmienda de Florino o las advertencias contra el juego. Aboceta incluso a la madre del Pródigo en otro emocionado reencuentro, sin descuidar algunos elementos concretos más:

-Si acaso, Florino hijo, venistes para nueva vida reparando los pasados yerros, aseguraos que no podré faltaros, pues en mí no se ha mudado la naturaleza de padre aunque hayáis vos degenerado de los buenos respetos de obediente hijo. Ea, cobrad aliento, tratad de ser virtuoso, que es el más rico caudal y de mayor estima con que podéis engrandeceros, restaurando el renombre perdido. Besad la mano a vuestra madre pidiéndole perdón humildemente…

-De buena voluntad -respondió Florino-; y yo confieso que soy merecedor de cualquier pena por mis atrevimientos excesivos en el corto discurso de una vida aperreada y mísera, cual es la que he pasado fuera de sus regalos y caricias.

Paso fue aquéste lleno de ternuras y extraordinario sentimiento. Recebida ya la bendición maternal con muestras de obediencia, reparado de ropa, como quien venía destrozado de guerra más cruel que la milicia (I, pp. 53-54)23.

Muchos capítulos más tarde, el otro interlocutor del coloquio fajardiano evocará otra vez la parábola del evangelista san Lucas y los Salmos para demostrar que la abundancia de riquezas estimula los vicios:

Es tanta verdad ésa -dijo Laureano-, que se vido claramente en el Pródigo, pues, al mismo punto que embolsó su hacienda, sin más dilación se apartó a una región y provincia remota, ausentándose de todo lo que es razón y servicio del Señor; donde, como volviese las espaldas a la Ley divina, dio rienda a sus gustos (I, p. 213)24.

Y, poco después, el mismo Laureano condenará el juego y lo asociará con la riqueza mal habida, evocando justamente el capítulo siguiente al del hijo pródigo, en el que se narra la historia del rico y su infiel mayordomo (Lc 16):

-Háseme ofrecido, señores tahúres, entre muchas, una de las causas de su perdición, digna de reparar en ella por la aparencia que trae de contradición. Caso llano es que los ricos aman el dinero, tanto, que le querrían todo para sí; de cuyos testimonios vemos llena la Santa Escritura y la experiencia lo enseña. Por una parte están llenos de codicia, sin que socorran al pobre con cuatro reales en necesidad estrema, entendiendo falsamente que les ha de faltar. Ésta es su condición, porque, como dijo san Gregorio, la avaricia del que desea bienes no mata la sed en la posesión dellos, antes se la aumenta. ¿Cómo, pues, vemos en el juego tal prodigalidad y desperdicio? Misterio tiene, y aunque parecen condiciones encontradas quiero probar que en los avaros y tahúres pródigos sean compatibles, aunque parece algo repugnante. Ejemplo tenemos en el ricazo del Evangelio: para sí liberal, franco y manirroto, gastando en banquetes de cada día, en profanidades, vestidos regalados y costosos, siendo para el pobre miserable y de entrañas duras (I, p. 216).

No obstante, podría tratarse, más bien, de la parábola del rico insensato y nada caritativo que amasaba grano y todo tipo de bienes sin saber que moriría esa misma noche (Lc 12:13-21)25. En otros pasajes, Luque usa también la palabra pródigo, primero con valor general, en frase ya citada en parte:

Porque naturalmente el Florino, de más de ser inclinado al juego del naipe (mostrándolo desde niño, sin olvidarlo en Flandes) era vicioso con estremo, agudo en las maldades, amigo del ocio, haragán, pródigo, aunque no liberal, bien que presumía serlo (I, p. 59).

Y después, aludiendo claramente a nuestra historia bíblica:

Es tanta verdad ésa -dijo Laureano-, que se vido claramente en el Pródigo, pues al mismo tiempo que embolsó su hacienda, sin más dilación se apartó a una región y provincia remota, ausentándose de todo lo que es razón y servicio del Señor; donde, como volviese las espaldas a su Ley divina, dio rienda a sus gustos (I, p. 213)26.

Luque presentará, además, otros dos casos anecdóticos similares, el segundo parecido en su desenlace al de Carrizales:

Finalmente, tan apurado quedó el estudiante, que con el dinero y sus prendas perdió juntamente el lugar, partiéndose de limosna a su tierra, vacío de moneda y lleno de confusión vergonzosa (I, p. 254).

-No es posible menos -dijo Florino-, porque según los sucesos ordinarios de casas de tablaje, castigos deben ser; como se vido en este nuestro hidalgo representante desta patraña, que, habiendo venido a negocios de importancia a la ciudad de Sevilla y dádose al naipe, persuadido de gente que vive deste trato, como le diesen luego el primer día un lamedor, dejándole ganar ochocientos reales, engreído con ellos los empleó en ciertas galas a uso de la tierra; y continuando el juego, brevemente se halló con tres mil ducados de pérdida, siguiéndose de allí otras mayores, hasta que, destruido del todo, se pasó a las Indias (I, p. 255).

Reparemos en las suculentas y adictivas ganancias del naipe, en los azares y trampas del juego y en la huida a América, comunes, en parte, a nuestra novelita cervantina y a tantos relatos picarescos del Siglo de Oro27.

Vayamos ahora a El celoso extremeño y a su excitante comienzo, donde la singladura de Carrizales comienza en Extremadura y continúa por España, Italia y Flandes. Ese primer recorrido o vagabundeo, meramente resumido, culmina en Sevilla, donde el personaje se encuentra solo, sin padres ni hermano. En un segundo momento, Felipo emigrará a América, donde se enriquecerá aparatosamente durante veinte años, lo que le permitirá volver a España, desembarcar con sus millones en la ciudad del Guadalquivir, decidir quedarse soltero y, sin embargo, enamorarse por casualidad, casarse con una joven pobre y bella e instalarse en una lujosa mansión-cárcel en la que celará a su esposa-doncella.

Cervantes, como Luque, desarrolló más el motivo del viaje, lo adaptó a las circunstancias históricas de la Sevilla americana del siglo XVII y, sobre todo, se recreó en la nueva vida del indiano retornado. Añadió el componente esencial del enamoramiento y del matrimonio, porque había decidido de antemano sacarlo de su soledad para indagar en la torturada personalidad y en los celos patológicos del extremeño28. Finalmente, la familia, el hermano y el criado bíblicos se convirtieron en una esposa núbil y en una servidumbre variopinta y poco fiable.

Vemos también cómo el ejemplar y emocionante reencuentro del tahúr de Luque con sus padres y su sentida contrición se han transformado en Carrizales en una verdadera tormenta psicológica durante su travesía hacia Cartagena de Indias:

Iba nuestro pasajero pensativo, revolviendo en su memoria los muchos y diversos peligros que en los años de su peregrinación había pasado, y el mal gobierno que en todo el discurso de su vida había tenido; y sacaba de la cuenta que a sí mismo se iba tomando una firme resolución de mudar manera de vida, y de tener otro estilo en guardar la hacienda… y de proceder con más recato que hasta allí con las mujeres.

La flota estaba como en calma cuando pasaba consigo esta tormenta Felipo de Carrizales, que éste es el nombre del que ha dado materia a nuestra novela. Tornó a soplar el viento, impeliendo con tanta fuerza los navíos, que no dejó a nadie en sus asientos; y así, le fue forzoso a Carrizales dejar sus imaginaciones, y dejarse llevar de solos los cuidados que el viaje le ofrecía (p. 328)29.

A la vuelta de Ultramar, ese indiano seguirá desconfiando de todo y de todos, pues “si antes no dormía por pobre, ahora no podía sosegar de rico”, aunque sea generoso por haber sido soldado (p. 329). Temerá incluso que lo importunen sus paisanos si regresa a Extremadura, pero sobre todo lo asediarán los celos más descabellados, incluso antes de conocer a su futura esposa, “porque de su natural condición era el más celoso hombre del mundo” (p. 330).

Por lo demás, Cervantes no opone el destino de su pícaro indiano al de un hermano obediente y receloso, como en la Biblia, o a un compañero aplicado y moralista como Laureano, según sucedía en la narración moralizada y sermonaria de Luque: “Suplícoos, padre piadoso, me deis algunas nuevas de Laureano, mi íntimo amigo y antiguo condiscípulo, si acaso vive hoy y en qué se ocupa. Porque siempre vi en él grande cordura, modestia, discreción, gracia y saludables consejos de prudente; que por no serlo yo, vine a estos términos” (I, p. 54). Porque, previsiblemente, el alcalaíno no parece nada amigo de las comparaciones maniqueas de vicio y virtud, que claramente desechará en los dos antihéroes homónimos de Rinconete y Cortadillo o en los Carriazo y Avendaño de La ilustre fregona, ambas novelitas de doble protagonista. Más bien parece pensar que un pícaro, un seudopícaro o un caballero tronado bastan para sus designios narrativos. Pensemos en el arranque de El celoso extremeño o en El casamiento engañoso, o en que, de haber efectivamente dos pícaros, éstos deben ser eso mismo, y no un joven díscolo o ingenuo y un lúcido y cuerdo maestro, como en la obra de Luque o, después, en El Criticón y otras novelas alegóricas30.

Resalta, en efecto, la soledad de los tres caracteres: el pródigo evangélico malvive por su cuenta en una tierra extraña, antes de volver a la finca familiar, y Florino se encuentra solo en su huida de casa, después en Flandes, donde suponemos que lo acompañan sus compinches jugadores hasta que se le acaba el dinero, y por último, cuando fallece su padre, únicamente le quedarán su madre y Laureano. Pero esa soledad y alienación van en aumento conforme nos acercamos a la picaresca y a la modernidad cervantina31. Frente al padre bíblico y a la cariñosa familia de Florino, la falta semipicaresca de familia y amigos es tan manifiesta como enfermiza en Carrizales. En efecto, “muertos ya sus padres” (p. 325), se encuentra “aun con no muchos amigos” (p. 326). No sólo no hay reencuentro familiar, puesto que ya no tiene familia, sino que debe quedarse totalmente solo para vivir su particular destino errático, como vagabundo y emigrante. Su aislamiento se refuerza todavía más cuando emigra a América junto con otros perdidos como él, y se dedica allí a amasar, en soledad, una gran fortuna. Al volver a Sevilla, la situación es incluso peor, pues el rico indiano es extremadamente cauteloso y solitario y se recata de todos. Según remacha el narrador: “buscó sus amigos; hallólos todos muertos; quiso partirse a su tierra, aunque ya había tenido nuevas que ningún pariente le había dejado la muerte”; y después anota, más sutilmente: “Habíase muerto en él la gana de volver al inquieto trato de las mercancías” (p. 329).

Finalmente, la reiteración de la idea de la muerte terminará por condenar del todo al celosísimo Carrizales y a su esposa a una fúnebre semivida en su casa-sepultura32. La solitaria existencia de Carrizales quedará sellada, paradójicamente, cuando se case, no sólo porque destinará a su esposa a un matrimonio contra natura para formar una familia inexistente, sino porque ella terminará por engañarlo a medias con un donjuán adocenado, de suerte que el anciano morirá traicionado y desesperado, cerrando su triste historia con un peculiar testamento ejemplarizante33. Si nos fijamos bien, su clausura es la de un verdadero muerto en vida, rodeado de la soledad de los difuntos, desvitalizado y estéril, pues ni consuma su matrimonio ni tiene hijos, a pesar de haber pensado en ello ya desde antes de encapricharse de su futura esposa, con lo que anota otro fracaso en su haber de burgués: “Quisiera tener a quien dejar sus bienes después de sus días, y con este deseo tomaba el pulso a su fortaleza, y parecíale que aún podía llevar la carga del matrimonio” (p. 330).

Con todo, ese cuadro sociomoral y psicológico cervantino podría proceder de Luque, pues cabe reconocerlo, a grandes rasgos, en la advertencia ya citada del padre a Florino sobre las tentaciones y peligros que ofrecía Sevilla, donde le aconsejaba “vivir con gran recato” (I, p. 55). La palabra clave es justamente recato, que aparece en ambas novelas, que es decisiva para caracterizar al viejo malcasado cervantino y que va asociada a sus desmesurados celos: “Dígame ahora el que se tuviese por más discreto y recatado qué más prevenciones para su seguridad podía haber hecho el anciano Felipo”; “toda su casa olía a honestidad, recogimiento y recato”; “su demasiada guarda le parecía [a Leonora] advertido recato” (p. 335); “Mi amo -dice el viejo esclavo eunuco-, que es el más celoso hombre del mundo” (p. 338); “maravillado quedó Loaysa del recato del viejo” (p. 351). La novedad cervantina es dar a ese recato un valor de ‘recelo’, de ‘desconfianza’, de enfermizos celos posesivos, y, desde luego, aislar a Carrizales en un paradójico celibato matrimonial. Por buenos motivos, las acogedoras casas paternas esbozadas en el Evangelio y en el Fiel desengaño se convierten ahora en un simbólico castillo clausurado, un lujoso hogar sin ventanas, edificado con la mira de defender inútilmente la virtud de la infeliz Leonora.

Otros elementos del relato aparecen quizás en las dos obras, pero en lugares distintos: al comienzo del Fiel desengaño, el pródigo Florino, adelantando por las buenas su herencia, roba a su propio padre con “ganzúas y llaves falsas” para tener qué malgastar en su vida de vicio y juego (I, p. 46); el seductor Loaysa fuerza triplemente la casa-cárcel o casa-cenobio del extremeño con una primera llave copiada (p. 339), desmontando la cerradura de loba (p. 340) y finalmente copiando otra llave para entrar en la fortaleza del viejo, mediada ya la novela, cuando nos hemos alejado claramente de la parábola bíblica y hemos entrado en una trama casi freudiana (pp. 349-353).

Incluso notamos que, metafóricamente en el caso de Florino y físicamente en el de Carrizales, los dos están sometidos a una climatología en apariencia adversa, uno camino de Flandes y el otro rumbo a Ultramar: “Puesto con tal recelo en ninguna cosa hallaba seguridad, porque en la mar le perturbaban las nubes” (I, p. 47); “La flota estaba como en calma cuando pasaba consigo esta tormenta Felipo de Carrizales… Tornó a soplar el viento, impeliendo con tanta fuerza los navíos, que no dejó a nadie en sus asientos” (p. 328). Se nos dirá que las imágenes marítimas son un tópico muy socorrido, pero es curiosa tal coincidencia en dos historias tan afines a la parábola evangélica y a Sevilla. Como buen escritor áureo, Luque se sirve de la trillada alegoría marítima con frecuencia, como cuando anota:

Bien está lo dicho -respondió Florino-, que sin duda convence tal moralidad y dotrina, a la cual pretendo ocasionaros entrando más adentro deste golfo, pues aún todavía paseamos la orilla, para lo cual importa advertir cómo unos coimeros, ya viejos en el oficio, no le usan ordinariamente, sino a tiempos; habiéndose en esto cual marineros diestros en la carrera, que adivinan las tempestades, conocen los vientos, previniéndose para todos; a cuya causa se reparten en diferentes puertos, o casas de conversación (I, pp. 117-118).

Y, en su atropellada huida a Flandes, como Carrizales y como muchos pícaros, Florino relata que “puso tierra y agua en medio, pies en polvorosa y velas al viento” (I, p. 47), sólo que no llegó hasta las Indias en su desesperación34. Para Luque, expresivamente, “el coimero sin prestadores es un rey sin capitanes ni gente de guarnición; ciudad sin murallas; batalla sin socorro; galera sin remos; navío sin pilotos; bolsa sin dinero” (I, p. 155); y en otra parte describe la usura entre los jugadores, como embarcarse “en el ancho mar de tahúres” (I, p. 156), además de teorizar sobre quiénes tienden más a ese tipo de alegoría y de criticar sus excesos (II, pp. 245-246).

En todo caso, la alegoría marítima es tópica; la encontramos, por ejemplo, entre muchísimos otros autores y pasajes que podrían aducirse aquí, como mínimo -hay centenares de ejemplos-, en el prólogo del Lazarillo de Tormes, en el grabado de la nave de la vida picaresca de La pícara Justina de Francisco López de Úbeda (Medina del Campo, 1605)35 y en un pasaje muy expresivo y menos conocido de El Guitón Onofre de Gregorio González:

Cuando estaba en mi prosperidad, el viento me daba en popa y caminaba a vela y remo por aquel mar de mi gusto, andando en lo mejor, a vista ya del puerto, se me levantó la borrasca de mi tormento: alteráronseme las aguas, cualquier ola parecía una montaña (1988, p. 89).

Además de la página inicial de Las harpías en Madrid de Castillo Solórzano:

Siempre oí decir que en corto golfo hay poco que navegar, menos brazadas da el que nada en una breve laguna que quien se halla en un dilatado río… Es Madrid un maremagno donde todo bajel navega, desde el más poderoso galeón hasta el más humilde y pequeño esquife (1985, pp. 47-48).

Aunque se trata de un paralelismo banal y tópico que no puede conducirnos muy lejos en lo que hace a nuestro asunto. Cervantes mismo acude a esas alegorías, pero no en exceso36.

El mayor parecido literal entre las dos versiones del siglo xvii llega cuando leemos en la obra de Luque Fajardo -en palabras ya citadas- que Florino estaba atormentado por “el tropel de pensamientos que en tal viaje le combatía” (I, p. 47), y después, que “al mísero soldado faltábale el aliento, cubrióse de sudor frío, temblaba de vergüenza y el corazón le daba saltos en el pecho, como que desease suplir la falta de su lengua muda” (I, p. 53). Felipo de Carrizales sufre precisamente de lo mismo, aunque por partida doble, en dos momentos de su vida, al emigrar a Indias y al regresar y embarcarse en la aventura del matrimonio, siendo, como es, un enfermo de celos patológicos: “Iba nuestro pasajero pensativo, revolviendo en su memoria…” (p. 328); y “apenas dio el sí de esposo, cuando de golpe le embistió un tropel de rabiosos celos” (p. 331). Ya habrá reparado el perspicaz lector en que ambos autores usan la misma palabra, tropel, aunque el contexto difiera algo en cada uno de ellos. En cualquier caso, los celos de Carrizales son aniquiladores, pues matan todo a su alrededor y provocan, en paradoja, la misma deshonra que él pretende conjurar. Por lo demás, ¿cómo no ver en Florino a uno de esos “jugadores a quien llaman ciertos los peritos en el arte” -en frase ya citada-, a los que Cervantes describe en el Celoso como emigrantes propiciatorios a las Indias (p. 326)?

En suma, que la historia cervantina de El celoso extremeño naciera a raíz de la lectura del Fiel desengaño es cuestión harto discutible, pero no lo es tanto que, de haber sucedido así, Cervantes podría haber reelaborado creativamente su propia novela corta para alejarse del rastro del moralista y tratadista Luque Fajardo (o del sombrío Guzmán de Alfarache de Alemán, por poner otro caso hipotético). Otra posibilidad sería que el novelista alcalaíno, más que reelaborar la parábola, sólo hubiera pretendido aludir momentáneamente al personaje bíblico. Abonaría esta tesis la mención igualmente rápida de la historia del hijo pródigo en La ilustre fregona, ya mencionada.

En cualquier caso, dado que no es posible despejar directamente tal ecuación, he perfilado en estas páginas un haz de contrastes y parecidos entre la obra del beneficiado hispalense y una novela corta de Cervantes. Tirando del hilo del Pródigo, hemos encontrado algunas agujas en el pajar cervantino, emparejando con la obra de Luque Fajardo una narración ejemplar presuntamente compuesta a comienzos del siglo xvii. Las coincidencias, o incluso los hipotéticos guiños al sevillano, que ya señaló Riquer hace casi setenta años, formarían una madeja casi inextricable, que permitiría entrever el sistema de trabajo cervantino.

Aunque la vaga cronología de las novelas aquí tratadas podría incluso autorizar el camino inverso, desde Cervantes hacia Luque, cuesta creer que ese circunspecto predicador, metido a tratadista y a narrador ocasional, se entretuviera en leer a un novelista ya célebre, pero decididamente profano e imaginativo, para añadir un puñado de detalles a su sermón más o menos dramatizado, que apenas los necesitaba y que se fundaría más bien en las mil historias de pecadores oídas en el confesionario, en sus propios sermones, en el Evangelio y en una porción de fuentes eruditas. Más probable parece, a la vista de los pasajes examinados, que el curioso novelista de Alcalá, lector omnívoro, aprovechase la parábola bíblica y el tratado de su coetáneo sevillano para inspirarse y documentarse, aunque desde lejos. Por último, algunas de las notas presumiblemente tomadas de Luque pudieron incluso añadirse en la revisión posterior, hacia 1604, que Rico propuso como hipótesis para El licenciado Vidriera (2005, p. 162).

Más concretamente, buena parte de las diferencias entre los dos autores modernos son de orden y argumentales, y no tanto en los datos geográficos y vitales esenciales, que coinciden en bastantes puntos. Sobre el elemental cañamazo bíblico, Luque y Cervantes ensayan sus artes narrativas, aunque el segundo se aleja mucho más del modelo. El primero será el autor más apegado a la parábola original y también el más minucioso en su relato, frente a un Cervantes más libre y creativo y más interesado en las andanzas matrimoniales posteriores de su personaje, ya maduro y reformado.

A grandes rasgos, los tres protagonistas son errabundos y solitarios. Todos viajan e incurren en vicios que los arruinan material y humanamente y que dan pie a una lección moral. El demorado relato del reencuentro y el diálogo de Florino con su progenitor y su antiguo condiscípulo, que venían del texto bíblico, se convierten en El celoso extremeño en la rapidísima síntesis moralizada de una vida disipada, aunque solitaria, en un dardo sociológico contra la emigración española a Ultramar, refugio y amparo de los desesperados de España, según hemos visto, y en un extraño matrimonio.

De haberse inspirado Cervantes en la anécdota de Florino, ésta aparecería bastante alterada en El celoso extremeño, pues si a Luque le importaba condenar el juego, al magno novelista alcalaíno le interesaban los celos enfermizos. Carrizales es un otro pródigo que no vuelve a la casa de sus padres, ya fallecidos, sino a la ciudad de su mocedad, para casarse y morir reconcomido por su oscura pasión. Ni siquiera insiste el narrador en retratar su juventud disipada, aunque aluda a ella brevemente para esbozar su personalidad, sino que se concentra en su mundo interior y en sus tribulaciones matrimoniales. Como indica el título, es un celoso extremeño más que un hijo pródigo de Extremadura, pues su condición de celoso es anterior y más importante, aunque lo extremeño la extreme aún más, figuradamente (cf. Molho 1990, p. 746).

En consecuencia, Cervantes se aleja de las otras dos historias de pródigos por su profundidad humana. Nos ahorra bastantes elementos de la parábola del Pródigo, pues apenas queda ya el joven huérfano, vuelto un hombre maduro y encarado a solas con el recuerdo de sus vicios y con su miseria autoinfligida. Por así decirlo, el de Alcalá rompe el molde original, todavía respetado por Luque, y magnifica aquello que le importa más, esto es, la psicología del personaje y su entidad moral, aunque evita categorizarlo o juzgarlo de antemano, que es justamente lo que había hecho su predecesor desde la primera página, o incluso desde el título de la obra, más propio de un tratado confesional que de un relato.

Los dos escritores modernos extrapolan y amplifican a su modo la parábola bíblica, modificando el espacio y el tiempo y añadiendo un moralismo cristiano Luque, y profusas notas psicológicas y una ética humanista, Cervantes. El sevillano tiene la mira puesta en moralizar y predicar cristianamente, frente al acercamiento freudiano -por así llamarlo- del alcalaíno.

El autor del Quijote evita amonestarnos o trazar incluso un contraste aleccionador como el de Florino y Laureano; más bien expone la vida solitaria y alienada del rico indiano Carrizales en Sevilla, su boda y su triste muerte, a fin de sugerir una peculiar ejemplaridad humana, a la medida de la colección de 1613. Mientras que la sobredosis de sermón y moralina abruma el relato del tratadista-predicador Luque, Cervantes dosifica con mano experta el sucinto curriculum vitae humano del viejo y su atormentada psicología, pues éstos le importan más para retratar a un enfermo patológico que incluso nos recuerda a algunos protagonistas de Alfred Hitchcock o de Luis Buñuel.

Como poco, el contraste entre los dos autores del siglo xvii serviría para aquilatar la habilidad del alcalaíno como narrador antidogmático y moderno, pues sabemos que, por íntima convicción, era un pésimo predicador y ni siquiera tuvo del todo claro cómo castigar a Carrizales y cerrar su relato, a tenor de las dos versiones del final de El celoso extremeño.

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1Cf. Rey Hazas (1983, p. 119) sobre la modernidad y originalidad de las Novelas ejemplares.

2Cf. García López (2001, p. LIII). Resulta desconcertante la datación interna del Rinconete en el subtítulo de esa novela que recoge el códice Porras: “la cual pasó así en el año de 1569” (p. 651; en adelante, citaré siempre por la edición de García López), aunque es más que probable que Cervantes simplemente intentara alejar la subversiva crítica política de la época contemporánea.

3Véase un resumen de las principales teorías críticas sobre su datación en el citado García López (2001, pp. LVIII-LIX) y en Rico (2005, esp. p. 161).

4Véase Étienvre (2016, pp. 26-29), quien compara irónicamente a Cervantes con Luque Fajardo: “la burla perfecta y el triunfo de un tópico redivivo sobre un tomazo de erudición naipesca”. Cf. la introducción de Cuevas (1983, pp. 21-23) a Zabaleta para los tratados eruditos (ociosos, o no tanto) del siglo XVII.

5Recordemos que, aun cuando Alemán no parece aludir al Pródigo, sí recuerda que “siempre se despeñan los mozos tras el gusto presente, sin respetar ni mirar el daño venidero” (Primera pte., I, 4; 2012, p. 76), y dibuja a su personaje atormentado después de dejar a su familia y su casa (v.gr., en I, 7, pp. 106-108). Y en cierto modo, su amigo Alonso de Barros parece casi apuntar a tal parábola en su “Elogio” inicial de la primera entrega del Guzmán de Alfarache, cuando menciona la historieta de los dos cachorros atribuida a Licurgo y habla del “conocido peligro en que están los hijos que en la primera edad se crían sin la obediencia y dotrina de sus padres, pues entran en la carrera de la juventud en el desenfrenado caballo de su irracional y no domado apetito” (p. 19); para terminar desvelando que los lectores serán figuradamente los “hijos de la doctrina de este libro”, ya bien amonestados y educados por su autor (pp. 20-21).

6La obra de Luque ha sido objeto de estudio de algunos trabajos después de la edición de Riquer (1955). Véanse Strosetzki 1998, Podadera Solórzano 2014 y Gómez Redondo 2016.

7El texto de Cipriano de Valera (1602), es decir, la llamada Biblia del Cántaro, reescribió un 6% del texto de Reina.

8Cito por la edición de Riquer. También está disponible en línea la versión digital de Suárez Figaredo (Luque 2018), aunque ninguna de las dos trae notas o un índice de voces, dos elementos indispensables para la consulta del extenso y prolijo texto de Luque Fajardo.

9A tenor del comentario de García López, no son las únicas referencias a los evangelios en nuestra novela (n. 330.34).

10El juego volverá a aparecer como el vicio de un mal soldado que apuesta la dote de su mujer (f. 31), al describirse una timba y los baratos que recibía allí un caballero pobre (ff. 39r y 47) y cuando un galán ejemplar afirma que prefiere cazar, esgrimir, leer “y tal vez jugar a la pelota, porque a otros juegos que distraen, y se pierden en ellos las haziendas nunca me incliné, antes huý siempre de tratar con aquellos que se precian de continuos tahúres” (f. 151r).

12En pp. 187-188 y n. 187.212; p. 213 y n. 213.376. Además, hay otras dos, en un poema preliminar burlesco de Don Quijote (I, p. 24) y en La entretenida (II, v. 1342). Étienvre (1990, p. 52) recogió todas esas ocurrencias de flor y floreo en su mencionado apéndice léxico.

13Covarrubias aclaró: “Felipo o filipones: ciertas monedas de plata acuñadas con la efigie del rey Felipo II, como los de Carlos Quinto: carlines” (2006 [1611], s.v.).

14Cf. Molho 1983, pp. 89-90. En otra parte, anotó ese mismo estudioso: “Carrizales se ha trocado en Cañizares, que además es nombre de bruja (así se llama la de El coloquio de los perros). En ambos casos el nombre es evocador de engañosa fragilidad: la de un edificio de cañas entrelazadas, pues tan inconsistentes y frangibles son los hechizos brujeriles como las vanas precauciones que se toma el celoso. De Carrizales a Cañizares no hay más diferencia que la de los mimbres o carrizos a los inútiles cañizos. Obsérvese de paso que Cañizares y Carrizales son asonantes de Cervantes” (1990, p. 744).

15En la recreación pictórica de Iacoppo y Francesco Bassano, La vuelta del hijo pródigo (1570), resaltaba justamente la opulencia de la casa paterna, al mostrar una monumental residencia con escaleras y portadas de estilo griego, una vasta cocina con una gran chimenea, un enorme aparador, una lujosa vajilla y numerosos sirvientes, con la silueta del Pródigo al fondo a la derecha. No menos clasicista es La vuelta del hijo pródigo de Domenico Fetti (ca. 1620). Simon de Vos pintará su Bienvenida del hijo pródigo (1641) con lujo de arquitectura y un despliegue alegórico y teológico, con un ángel y un coro celestial. En cambio, Murillo será más naturalista y morigerado en El hijo pródigo recoge su legítima (1660-1665), donde figurarán solamente dos mujeres de pie, el padre ante su escritorio y el hijo recogiendo un saco de monedas; y en la sencilla La despedida del hijo pródigo (1660-1665), donde éste marcha a caballo y ataviado con una hermosa capa roja, ante el llanto de su madre y la tristeza del padre. Ese color servirá en varias versiones iconográficas para destacar distintos elementos.

16Cf. la entrada meretriz en el “Índice bíblico doctrinal” de la Sagrada Biblia (1961) de Nácar y Colunga que manejo.

17Años antes, una de las vidrieras alemanas de 1532 estudiadas por Duffy (2016) ya había presentado al Pródigo jugando a los dados, y Jan Van Hemessen lo había imaginado banqueteando con mujerzuelas, músicos y vino en abundancia en el lienzo El hijo pródigo (1536). El brujense Pieter Pourbus añadirá después, en El hijo pródigo con las cortesanas, una espinela, el baile y un cuadro de desnudo al fondo. Posteriormente, en El hijo pródigo entre cortesanas, un claro buitenpartij —es decir, una escena de clase media que disfruta de una fiesta al aire libre— atribuido a su hijo, Frans Pourbus el Viejo, se contempla un parco festín, con dos compinches y tres hetairas con instrumentos musicales, un juglar, una baraja, vino en abundancia y al joven derrochador mirando lo que parecen ser unas miniaturas eróticas. A fines de siglo, Palma el Joven elegirá un jardín para presentar una comilona con rameras en su óleo titulado Las diversiones del hijo pródigo. Menos rica en detalles, aunque sofisticada estructuralmente, resulta El hijo pródigo de Gerrit van Honthorst (1622). Frans Francken concebirá alrededor de 1630 una bella escena, El hijo pródigo con cortesanas, con un alegre banquete con numerosos invitados, donde el protagonista (?) fuma reflexivamente su pipa, en tanto que Gabriel Metsu se limitará a pintar hacia 1640 una simpática composición con mujeres, un lecho, vino, un músico y una vieja alcahueta. En otra clave, el Murillo de la National Gallery dublinesa, titulado La disipación del hijo pródigo (1660-1665), recoge un poco menos imaginativamente, o acaso por la austeridad española, entre los placeres del personaje, las mujeres, el banquete, el vino y la música.

18 Dunn (1973, pp. 99-101) también ha comentado la doble cuestión del dinero y la nobleza de nuestro personaje.

19Como se observa, por ejemplo, en El Pródigo guardando los cerdos (ca. 1618) y en El hijo pródigo (1651-1655) de Rubens, y en los dos lienzos de Murillo titulados El hijo pródigo, abandonado (1660-1665).

20En esa pieza, publicada en 1622, los demás caracteres alegóricos dan la bienvenida al Juego personificado, que aparece cubierto de naipes. Hay repasos de las versiones teatrales clásicas en Menéndez Pelayo 1963, Spieker 1984, Fradejas 1989, Picón 1995, Massanet 2017 y Oteiza 2017.

21El citado Valdivielso, en El hijo pródigo, bautizó como Justino al hermano del protagonista. Los Bassani ya obviaron, en su lienzo ya mencionado, al hermano mayor, y se concentraron en el arrepentimiento del Pródigo, en el perdón del padre y en los festejos de la bienvenida. En cambio, Rembrandt parece retratarlo, en El retorno del hijo pródigo (ca. 1662), a la derecha de la escena, de pie y con expresión seria, ataviado con un yelmo dorado y ricos vestidos (aunque la otra interpretación posible es que lo haya confinado a la semioscuridad, tras una columna, desde donde observa el reencuentro del padre y el Pródigo).

22Resulta curioso que, aun cuando Luque se muestre aficionado a las alegorías, a las que dedica capítulos enteros, hacia el final de su obra haga al prudente Laureano renegar, enfáticamente y durante varios párrafos, de “cuánto enfado causa una metáfora seguida hasta el cabo” (II, pp. 244-245).

23La ropa y el calzado desastrados también se destacan en el lienzo de Rembrandt, El retorno del hijo pródigo (ca. 1662), donde el padre abraza patéticamente al hijo harapiento y con la cabeza rapada. El Murillo La vuelta del hijo pródigo (1667-1670) de la National Gallery de Washington lo pinta semidesnudo, andrajoso, descalzo, despeado y hostigado (o saludado) por el perro familiar, aunque el padre lo abrace igualmente. El detalle canino pasaría a La vuelta del hijo pródigo de Jan Steen, pintado entre 1668 y 1669.

24El salmo 72 (o 73:7) ahí citado (no el 80, como anota Riquer) reza así, en efecto, en la versión latina del llamado Salterio de David tridentino: “Prodiit quasi ex adipe iniquitas corum: transierunt in affectum cordis”, y será comentado también por Pedro de Calatayud en sus Doctrinas prácticas (1739, p. 391). Luque asoció la manteca o grosura del salmista con la anécdota de los pesados carros de bueyes con los ejes engrasados.

25Luque podría aludir también a otros pasajes: véase s.v. “riquezas” en el citado “Índice bíblico doctrinal” de la Sagrada Biblia (1961) a cargo de Nácar y Colunga.

26El motivo se invoca también en II, p. 107, a propósito del fratricidio.

27En su importante libro de 1986 sobre la novela picaresca, Maravall comentó el valor del juego (cap. 10) y el sentido del viaje a las Indias occidentales (cap. 6). Quien esto firma también trató las huidas picarescas a América en un artículo en colaboración (Brioso Sánchez y Brioso Santos 1992).

28Calderón celebró justamente los celos de Carrizales en los primeros versos de la segunda jornada de El escondido y la tapada (1987, t. 1, p. 686).

29Se trata de una catarsis que provoca incluso una falsa resurrección moral del personaje cervantino, según ha comentado Dunn (1973, p. 99).

30Una pieza característicamente dual que cabría citar aquí como contraejemplo es El rufián dichoso, pero se trata, sin duda, de un drama hagiográfico de encargo alejado de los verdaderos cánones creativos cervantinos. Curiosamente, en la ya muy lejana Epístola a Mateo Vázquez, de 1572-1577, Cervantes había contrastado su destino de cautivo con el éxito de Vázquez en la política: mientras que éste aparecía como un hombre de origen oscuro, pero virtuoso y humilde, que alcanzaba la cumbre de ser secretario real, Cervantes mismo se autorretrataba con una alusión a una vida casi propia de un hijo pródigo: “No fue la causa aquí de mi venida / andar vagando por el mundo acaso, / con la vergüenza y la razón perdida. // Diez años ha que tiendo y mudo el paso / en servicio del gran Filipo nuestro” (1981, t. 2, vv. 103-107, p. 341). Escribo esto porque no es del todo descartable que nuestro autor pudiera verse reflejado personalmente en algunos de sus personajes de trayectoria dudosa o algo marginal.

31Para la soledad picaresca, véanse el libro clásico de Maravall (1986, caps. 6-7) y las introducciones del Guzmán de Alfarache de Rico (1983, p. 21) y Gómez Canseco (2012, p. 799).

32Cf. Dunn (1973), quien resume la de Carrizales como “la tragedia de un hombre que intenta crear un paraíso artificial” (p. 91) y comenta el motivo de la muerte (p. 99). Güntert (1993, p. 168) también recoge esta interpretación.

33Cf. los matices de los dos finales (del manuscrito Porras y de la princeps de 1613) en Edwards 1973. Puede incluso parecer que Carrizales está imbuido, a su modo, de la avaricia y la misericordia expuestas por san Lucas: como indiano inicialmente guardoso y después magnánimo con Leonora, cuando, en el trágico final de la novela, modifique su testamento, alterando el reparto de su herencia, doblando la dote de su viuda y disponiendo incluso su futuro matrimonio con su presunto amante, Loaysa.

34En su día señalé y comenté las emigraciones americanas de bastantes pícaros. Véanse Brioso Sánchez y Brioso Santos 1992, y Brioso Santos 1999.

35Cf., para una descripción de ese grabado medinense, Márquez Villanueva 1995, p. 30.

36Por ejemplo, las vemos en el Quijote (I, cap. 34, pp. 397-398). Y Fernández Gómez (1962) la recoge s.v. “piélago”.

Recibido: 03 de Junio de 2023; Aprobado: 08 de Noviembre de 2023

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