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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.72 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2024  Epub 08-Mar-2024

https://doi.org/10.24201/nrfh.v72i1.3942 

Reseñas

Pablo Muñoz Covarrubias, La llave de plata. Garcilaso de la Vega en la Generación del 27, Bonilla Artigas Editores, México, 2021; 191 pp. (Pública Ensayo, 19).

1romocristina98@gmail.com

Muñoz Covarrubias, Pablo. La llave de plata. Garcilaso de la Vega en la Generación del 27. Bonilla Artigas Editores, México: 2021. 191p. Pública Ensayo, 19,


Si bien la obra de Garcilaso de la Vega es un clásico de la literatura hispánica y ha sido del interés de muchos poetas españoles, cuando pensamos en la Generación del 27, suponemos que el gran influjo áureo que estos poetas tuvieron fue el de Luis de Góngora y no el de Garcilaso. No puede ser de otro modo; los integrantes de esta generación lo fueron precisamente porque el 17 de diciembre de 1927, seis de ellos se reunieron para conmemorar los trescientos años de la muerte de Góngora. A pesar de ello, algunos críticos, como María Luisa Picón García1, han observado que Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre (todos ellos parte de esta generación, ya fuera por su presencia en aquel homenaje o por la relación que tuvieron con quienes lo realizaron) apreciaron la obra del poeta toledano o sintieron franca fascinación por ella. La misma opinión tiene Pablo Muñoz Covarrubias, quien en La llave de plata, reelaboración de su investigación de doctorado, se propone establecer “los vínculos reales y profundos entre la Generación del 27 y la obra del poeta toledano Garcilaso de la Vega” (p. 13). Cabe preguntarse si tales críticos están en lo correcto: si aquellos poetas, que admiraban hondamente la perfección técnica de Góngora, también se sintieron atraídos por la poesía italianista de Garcilaso. Eso es justamente lo que Muñoz Covarrubias nos responde en La llave de plata, como veremos a continuación.

La primera parte de la indagación de Muñoz lo lleva a observar que el interés de los del 27 en la obra de Góngora es el mismo que nos indica el aprecio que ellos tenían por las obras clásicas de su lengua. Es decir, según el autor de La llave de plata, ellos no se interesaron en Góngora de manera particular, sino en las grandes obras escritas en castellano en general, lo mismo como lectores que como escritores. Como lectores, estos poetas leyeron a los autores de los Siglos de Oro bajo la premisa de que los clásicos de la literatura son aquellos que siguen transmitiendo un mensaje a lo largo de los años, y por eso los publicaron a la par de sus propios textos en las revistas literarias de la época. Como escritores, celebraron el centenario fúnebre gongorino para “adueñarse” del gran poeta barroco y, con él, “de los autores clásicos de la tradición hispánica” (p. 18). Visto bajo la mirada de Muñoz Covarrubias, no tiene nada de extraordinario que los mismos poetas que estaban deseosos de sacar del olvido la valiosísima obra de Luis de Góngora también estuvieran interesados en el gran poeta del Renacimiento español.

Para demostrar tal cosa, el estudioso exploró los documentos en que autores como Federico García Lorca y Jorge Guillén se aproximaron a la obra de Garcilaso. Al hacerlo, notó que, en un primer momento, los poetas repitieron los lugares comunes de la crítica literaria previa, aunque, posteriormente, dejaron huella de su admiración por el toledano, como ocurrió en el poema “Lectura” de Guillén. Gracias a esta búsqueda, el investigador dio con los textos que están directamente relacionados con la obra de Garcilaso de la Vega y, con ellos, determinó su corpus de estudio. Así, y según lo propuesto por Pablo Muñoz Covarrubias, Égloga, Elegía, Oda (1927-1928) de Luis Cernuda, Garcilaso de la Vega (1933) de Manuel Altolaguirre y La voz a ti debida (1933) de Pedro Salinas son textos en los que se puede observar la manera en que sus autores leyeron al poeta renacentista, para luego incorporarlo a su producción lírica e histórica, lo mismo que a su visión de la poesía y de la vida.

Es importante señalar que Luis Cernuda es uno de los que defienden la necesidad de que los poetas españoles vuelvan los ojos hacia los clásicos de su propia tradición, cosa que él mismo hace, al utilizar la obra de Garcilaso como fuente de inspiración en Égloga, Elegía, Oda, según ha observado Muñoz Covarrubias, para quien es allí donde Cernuda ha plasmado su admiración por la capacidad de Garcilaso para conjugar armónicamente lo emocional en una serie de imágenes. Al estudiar el primero de estos poemas, Muñoz logra demostrar que las Églogas de Garcilaso nutrieron la de Cernuda, al tiempo que señala cómo fue que el sevillano transformó y modernizó el género para acomodarlo a su visión de la poesía: una en donde lo que se celebra no es el amor, sino la armonía que la naturaleza alcanza cuando se encuentra libre de la presencia humana. Desafortunadamente, y tal vez en aras de acotar su investigación, el crítico limita su estudio a la Égloga, lo que impide al lector conocer en qué términos la obra de Garcilaso influye sobre los otros dos textos, y al autor, demostrar el porqué de su aseveración al respecto.

A pesar de que lo anterior pudiera sugerir que la obra de Garcilaso apenas fue del interés ocasional de uno de los del 27, el análisis de la biografía Garcilaso de la Vega, realizado en el segundo capítulo del texto ahora reseñado, destaca la fascinación de Manuel Altolaguirre por la figura del toledano, cuya vida reconstruye a partir de la lectura e interpretación de sus poemas. El Garcilaso de Altolaguirre tiene una visión del amor que se mueve entre los extremos del deseo y de la realidad; es un creyente y un patriota, gracias a lo que se muestra como un guerrero dispuesto a llevar la fe a otras tierras, hasta el grado de convertirse en un ser sobrenatural que lucha contra trescientos soldados en batalla, según observa Muñoz Covarrubias. Dado que estas características van más allá de lo que ha quedado en los documentos históricos o se separan de lo que se sabe del toledano, al destacar las cualidades del Garcilaso de Altolaguirre, Muñoz muestra que el poeta amante y guerrero de esa biografía es un eco de los ideales del amor, la poesía, el heroísmo y la fe del malagueño, mismos que están revestidos de una perspectiva romántica. Pero esto no es lo único que contribuye a apoyar la hipótesis en esta parte del libro de que la obra de Garcilaso fue de gran importancia para los del 27; las palabras del propio Altolaguirre señalan explícitamente la influencia de aquél sobre su generación: “el poeta Garcilaso se asoma ahora muchas veces sobre los hombros de otros jóvenes diciéndoles palabras. Yo lo he visto” (apud p. 127).

El capítulo dedicado a La voz a ti debida de Pedro Salinas es, desde mi punto de vista, el más afortunado del libro. Si bien es bastante conocido el hecho de que Pedro Salinas tomó el título de su poemario de un verso de la dedicatoria de la Égloga III, la influencia de la visión del amor de Garcilaso sobre la que detenta Salinas no lo es tanto, y en ello reside el gran acierto de la tercera parte del texto. Allí, Muñoz Covarrubias propone la idea de que el “amor en vilo” de Salinas, ese amor que siempre parece incierto e inalcanzable, proviene de su concepción sobre la poesía cortesana de Garcilaso de la Vega (en que el amor, siempre irrealizable, conduce al dolor o a la locura). Gracias al análisis estilístico, Muñoz logra identificar algunos tópicos del amor cortesano en el poemario de Salinas y demostrar la parentela entre la obra de Garcilaso y la de Pedro Salinas. Pero no sólo eso, este crítico también destaca la manera en que el segundo transforma el influjo del primero, al actualizar su visión del amor. En palabras de Muñoz Covarrubias: “Salinas logra en ese matizadísimo monólogo crear una de las obras más ricas de la época, inventa, además…, una forma de encarar modernamente esos asuntos desde la pasión y el amor” (p. 162).

Si bien el estudio de tres obras parece poco para demostrar que Garcilaso de la Vega tuvo presencia destacada en toda una generación, hay que tener presente que Muñoz Covarrubias no descarta del todo la influencia del toledano en otros escritos, pero ha delimitado su corpus a “los textos que centralmente atienden la obra de Garcilaso” (p. 167). Si hay alguna falla en el estudio de Muñoz, radicaría, en este caso, en lo abierto y ambicioso del proyecto, que bien podría haberse limitado a detectar los lazos intertextuales entre Garcilaso y algunos de los poetas del 27 o a la búsqueda historiográfica del interés que tuvo el grupo en la lectura de su obra. A pesar de ello, Muñoz Covarrubias logra demostrar que Garcilaso fue un poeta importante para la visión de la poesía entre al menos tres de los miembros de la generación y, sobre todo, y esto me parece lo más destacable, logra hacer una lectura detenida de las tres obras analizadas, lectura que muestra no que Cernuda, Altolaguirre y Salinas tuvieron a Garcilaso como modelo, sino que lo leyeron, asimilaron su obra y le dieron nuevo aliento, al transformar su influjo en la visión particular de un género (la égloga), del poeta y del amor actual.

1“La impronta de Garcilaso en la lírica contemporánea”, Expertos garcilasistas, Fundación Garcilaso de la Vega, Madrid, en https://fundaciongarcilasodelavega.com/en-relacion/expertos-garcilasistas/ [consultado el 9 de marzo de 2023].

Recibido: 10 de Marzo de 2023; Aprobado: 31 de Marzo de 2023

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