El centenario de la consumación de la Independencia fue una ocasión idónea para que Álvaro Obregón, al conmemorar tan significativa fecha histórica, proyectara una imagen favorable de México, “la de una nación moderna, civilizada y progresista, con miras a la atracción de capitales y migrantes europeos y estadounidenses”.3 Propósito muy semejante al de la conmemoración de Porfirio Díaz en 1910 por el estallido independentista. Sin embargo, ahora debía hacer patente el carácter “revolucionario” que se enarbolaba. Los festejos del 10 habían sido la apoteosis del régimen, mientras que en 21 se daba inicio a “la reconstrucción nacional” sobre las premisas planteadas por los hombres que derrocaron al antiguo régimen. En el primer caso, los recursos no faltaron, mientras que en el segundo eran escasos. Había, además, otra diferencia notable. Mientras que el gobierno de Díaz contaba con el reconocimiento internacional -no obstante las polémicas elecciones del mes de julio, en las que participó Francisco I. Madero como opositor-, el gobierno de Obregón no había obtenido el beneplácito de las grandes potencias, particularmente de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Paradojas de la historia, un gobierno longevo que parecía perfectamente afianzado, a los pocos meses tuvo que renunciar, y el otro, que manifestaba una gran debilidad internacional, consolidó algunas bases del régimen revolucionario.
Otra singularidad que destaca Lempérière: el inicio del proceso revolucionario de independencia lo conmemora un gobier no conservador, y el régimen revolucionario festeja la consumación, un acto más bien conservador.4 Por otra parte, es posible señalar que en tanto que la celebración del estallido de independencia es tradicional, la de la consumación fue una novedad que no se repitió.
La conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución motivaron a diversos estudiosos a volver la mirada sobre los festejos anteriores, de manera muy particular a los de 1910 y 1921. No es el propósito de este trabajo plantear un estado de la cuestión,5 ya que los trabajos por lo general exploran muy diferentes asuntos: el uso de la memoria, el análisis del discurso histórico, el nacionalismo y el mestizaje y el papel de las artes en el proyecto nacional. Para mayor diversidad, abordan también el género, la infancia, la etnicidad, la prensa, la reactivación y posicionamiento del catolicismo social, los impuestos, la música, las imágenes, etc. Los acercamientos son históricos, antropológicos, étnicos, de lo más variado. Para Mauricio Tenorio6 el año 2010 era un buen pretexto para reflexionar acerca de las posibles celebraciones a partir de los propios historiadores y su disciplina sobre la base de un conocimiento amplio de este tipo de actividades. Muchos de estos trabajos se sustentan en apoyos teóricos (Baczko, Balandier, Bourdieu, Koselleck, Panofsky), si bien los hay que no apelan a ninguno, aunque sí a los historiadores de prestigio internacional que han aportado al tema de la invención de tradiciones; tal es el caso de Hobsbawm.7 Lo que se trata de resaltar es que las fiestas cívicas se enmarcan en la acción del poder simbólico y cómo actúan los imaginarios sobre la población en aras de la gobernabilidad. “El ejercicio del poder simbólico mediante el imaginario social, es una pieza efectiva, eficaz y fundamental de control de la vida colectiva y en especial del ejercicio del poder político.”8
A pesar de las diferencias puntuales de cada trabajo, se coincide en que el lozano gobierno de Obregón se propuso unos festejos austeros, populares y nacionalistas, que hicieron la apología de la revolución, pero que también reivindicaron de algún modo la cultura indígena y el mestizaje. Se pretendía ganar el apoyo de la población, atendiendo e incorporando de manera particular a los grupos amplios de la población, entre ellos a los niños, una manera de formar ciudadanos para el futuro.
Asimismo, se sostiene que fueron unos festejos más bien de consumo interno. Sin embargo, no debe perderse de vista que se pensó en el ámbito internacional al invitar a los países que habían reconocido al gobierno obregonista. Fueron 22 los que enviaron delegados. Es decir, también se quería mandar un mensaje al exterior. Precisamente esa perspectiva, la diplomática, no se ha trabajado respecto a la celebración de 1921. Así, resulta pertinente abordar dicho tema haciendo hincapié en un caso en particular, la participación del gobierno español.
Algunos antecedentes
El proceso de independencia involucró tanto a la incipiente nación promotora, México, como a España, la metrópoli de la que dependía. Una buscaba su definición nacional; la otra no quería perder una posesión que tantos beneficios le había proporcionado. A lo largo del siglo XIX las relaciones entre ambos países fueron difíciles; fue hasta la llegada de Díaz al poder que se estabilizaron. Finalmente, en México había una numerosa e influyente colonia hispana, en muchos casos, con grandes intereses económicos. Sin que pueda sostenerse que era un sector homogéneo, lo cierto es que los españoles en México alcanzaban un alto estatus social. El censo de 1921 asienta que había en ese momento 29 115 españoles en el país -de ellos, 8 063 eran mujeres-, en un país de 14 334 780 habitantes.9 Aunque no era una colonia extranjera numerosa era la mayoritaria y tenía una gran relevancia e influencia económica y social. Por lo general estos españoles se decían comerciantes, pero estaban vinculados con numerosas actividades económicas (banca, minería, industrias textil y alimentaria, explotación de maderas, ultramarinos, pequeño comercio, agio, etc.) y, si bien no todos eran adinerados, mantenían redes entre ellos muy estrechas, que incluían a sus descendientes por varias generaciones.10
Las relaciones entre las dos naciones durante el porfiriato fueron buenas, podríamos decir inmejorables, y así se hizo patente con la asistencia de una representación a las fiestas de 1910. El marqués de Polavieja trajo consigo como regalo, por sugerencia del ministro español en México -Bernardo Cólogan y Cólogan-, el uniforme de José María Morelos y Pavón.11
La revolución alteró este buen entendimiento al restar privilegios a los extranjeros, entre ellos, a los españoles.12 El gobierno español intentó sostener alguna forma de representación pues se tomaba muy en serio la protección de los intereses de sus súbditos. Sin embargo, este propósito mantenido bajo el amparo de los protocolos diplomáticos no llegaba a ocultar que la monarquía no simpatizaba con el régimen revolucionario, al que no concedía méritos, pero del que temía su violencia y represalias.13
Al triunfo de la revolución maderista, España sostuvo a su ministro en México y su gobierno reconoció al de Victoriano Huerta (23 de abril de 1913); fue tal la participación de algunos miembros de la colonia española en favor de este general, que el ejército constitucionalista consideró al representante y a la colonia hispana como enemigos de la revolución, no obstante que Cólogan, el ministro, se había distanciado del general.14
En esas circunstancias, la Corona española decidió mantener a una serie de agentes confidenciales para acercarse a los líderes revolucionarios -Venustiano Carranza y Pancho Villa, quien había realizado acciones muy severas contra los españoles en Torreón-. El propósito era demostrar que, aunque algunos españoles pudieran ser acusados, la colonia española en general no se inmiscuía en política; también se hizo saber a Carranza, en un mensaje de buena voluntad, que las reclamaciones hispanas serían presentadas hasta el momento en que se lograra la paz.15
Sin embargo, hubo muchos malentendidos que llevaron al punto de la ruptura. El gobierno español decidió mantener un cónsul en Veracruz para tratar con Carranza, que había establecido su gobierno en el puerto. Para el 25 de noviembre de 1915, decidió reconocer al gobierno de facto de Carranza en virtud del reconocimiento otorgado por el gobierno de Estados Unidos y siete naciones latinoamericanas, y de que tenía conocimiento de que Francia y Gran Bretaña ya daban pasos en ese mismo sentido, sin tomar a su gobierno en consideración.16 Entonces se envió a Juan Francisco Cárdenas como encargado de negocios con la misión de estudiar y clasificar las reclamaciones de los españoles en territorio mexicano y tramitarlas de inmediato.17 La dedicación de este diplomático no evitó las constantes fricciones por la expulsión de ciudadanos españoles o daños a intereses y vidas de españoles, entre otras dificultades. Así que hubo cambios, Alejandro Padilla y Bell presentó sus credenciales el 3 de julio de 1916, en un momento de gran tensión entre los gobiernos de México y Estados Unidos, situación que, por supuesto, presionaba a la diplomacia española, que muchas veces cedía ante la gran potencia. También afrontó en 1916 la confiscación de los bancos, en los que había numerosos intereses españoles.18 Juan Sánchez Azcona fue nombrado ministro en Madrid, y le presentó sus credenciales al rey el 13 de junio de 1916.
Mientras Padilla exigía a Carranza “garantía para los cuantiosos intereses materiales y morales de España” y de su relevante colonia, el todavía Primer Jefe aseguraba que su gobierno se había “propuesto siempre dar garantías a las personas e intereses de la importante colonia ibera, lo mismo que a nuestros nacionales, sin distinción alguna, dentro de la ley”.19 Carranza insistía en la igualdad de extranjeros y mexicanos frente a las prescripciones legales.
Las posiciones estaban definidas: España sólo tenía un interés: proteger a sus súbditos, ya que su política exterior hispanista no era bien vista en ese momento, y México ofrecía siempre las garantías necesarias, pues no podía prescindir de las inversiones vigentes ni quería provocar una ruptura, aunque era frecuente que las promesas no se cumplieran dadas las condiciones extraordinarias de la revolución. Los españoles, dispersos por toda la República -aunque concentrados en el corredor ciudad de México-Veracruz-, eran blanco fácil de las acciones violentas y las medidas económicas revolucionarias.
La expedición de la Constitución de 1917 no mejoró las cosas; por el contrario, el intervencionismo del gobierno en los asuntos económicos no resultaba grato a los ojos hispanos, así como las limitaciones impuestas a la Iglesia católica. Así que, aunque Padilla asistió a la proclamación del texto, se informó al gobierno mexicano que se hacía por amistad y deferencia a México, pero que no implicaba el reconocimiento del documento.20 Sin embargo, la elección de Carranza como presidente constitucional exigió un reconocimiento de jure a pesar de las dificultades que el nuevo código traía para los intereses extranjeros. Así, España, sin ninguna declaración expresa, extendió el reconocimiento otorgado el año anterior.21 Sin embargo, las relaciones no podían calificarse de buenas, pues eran muchas las quejas que el gobierno mexicano recibía por expulsiones y confiscaciones. Por ello, la Corona española no atendió la solicitud del gobierno mexicano de elevar a embajadas sus representaciones.22
España y México, por diferentes motivos, fueron neutrales frente a la Gran Guerra; el presidente articuló y dio a conocer la doctrina Carranza, que buscaba “un nuevo sistema internacional basado en el respeto de tres principios fundamentales: la igualdad jurídica de los Estados, la no intervención de un Estado en los asuntos internos de otro y el derecho de todas las naciones a la autodeterminación”.23 Por su parte, España, sin ser central en su política exterior, planteaba respecto a Hispanoamérica, desde el siglo XIX, una postura “hispanista” que buscaba sostener su liderazgo frente a las naciones hispanoamericanas con cuatro objetivos: fundar una coalición de países de lengua castellana; sostener la idea de una “raza española” de orden cultural que, desde luego, consideraba superior la blancura de la piel y planteaba la superioridad de las clases altas; revitalizar el comercio con las naciones americanas e impulsar el antiyankismo latinoamericano.24 Esta posición fue mejor aceptada por el porfiriato que por la revolución. Los revolucionarios se enfrentaron a los españoles en México por razones políticas, pues muchos se opusieron a la acción revolucionaria, y también por motivos económicos, pues además de que muchos poseían grandes riquezas, estaban al frente de ellas y se les podía encontrar por todas partes. Los revolucionarios tomaron los recursos que necesitaban en donde los encontraron por lo que muchos hispanos sufrieron pérdidas materiales. El gobierno español, por su lado, no veía con buenos ojos la definición revolucionaria que estaba interesada en atender las necesidades campesinas y obreras, eliminando o desconociendo algunos de los privilegios de los grupos sociales hegemónicos. Por otra parte, México sufría una fuerte crisis económica debido -entre otros factores- al desabasto de mercancías, el decrecimiento de las actividades económicas, la depreciación de la moneda y la proliferación de enfermedades, particularmente la epidemia de influenza sufrida entre 1918 y 1919.
En febrero de 1918, Antonio Zayas y Beaumont, duque de Amalfi, ocupó el cargo de ministro en México. Su gestión fue bastante ríspida, pues protestaba por cualquier motivo al defender los intereses hispanos. Su desprecio por los mexicanos y la revolución era evidente.25 México, por su parte, en abril de 1917 envió a Eliseo Arredondo para sustituir a Sánchez Azcona.26
En 1920, el asesinato de Carranza y el triunfo del movimiento de Agua Prieta volvió a distanciar a los dos gobiernos. Como es sabido, ningún diplomático aceptó la invitación de Carranza para marchar con él hacia Veracruz, y tuvieron que esperar el desenlace de la rebelión en la ciudad de México.
Mientras tanto, el Marqués de González había sustituido a Zayas, y frente a los sucesos mexicanos, se abrió una etapa de espera antes de dar el reconocimiento. No era suficiente que Adolfo de la Huerta se considerara presidente legítimo por haber sido electo por el Congreso, lo mismo que Obregón, después, por haber sido electo popularmente.
Nuevas tensiones aparecieron, a tal grado que De la Huerta, como presidente, no asistió a las fiestas de la Covadonga ni invitó al ministro español a las fiestas septembrinas.27 También se negó a devolver el exequatur a un vicecónsul honorario, de apellido Soto, a quien le había sido retirado.28 González, siempre extremo en lo que a los asuntos mexicanos se refería, dio por inexistentes las relaciones, pero su goberno le ordenó que resolviera el problema. Así, aseguró al gobierno mexicano que se retiraría al cónsul y pidió que el exequatur en demanda fuera devuelto. De acuerdo con Palavicini, éste sugirió, y se aceptó su idea, que España nombrara un cónsul general en la ciudad de México; en reciprocidad, la Corona reconocería al gobierno de Obregón.29 Desafortunadamente el marqués de González falleció el 1o de enero de 1921. Se hizo cargo de la Legación el primer secretario, Luis Martínez de Irujo, marqués de los Arcos.30
El gobierno de España, que no acababa de reponerse de la pérdida de Cuba, estaba embarcado en una guerra expansionista en Marruecos, que sostenía el sueño imperialista, y al finalizar la década de 1910, enfrentaba una crisis económica y una creciente organización de partidos y sindicatos revolucionarios de izquierda. El régimen liberal-conservador, que había dado estabilidad política a la Corona desde 1875, se tambaleaba. En 1919 cobraron presencia las fuerzas democráticas y el propósito de mejorar las instituciones: el gobierno del conde de Romanones, liberal, estableció la jornada laboral de 8 horas, y al año siguiente, el de Eduardo Dato, conservador, creó el Ministerio del Trabajo. Esto provocó una reacción conservadora. El rey se distanció de las posiciones liberales y los grupos monarquistas de derecha trataron de aglutinarse, lo que llevaría, en 1923, a la pretensión de Alfonso XIII de prescindir del Parlamento, y un mes después, al establecimiento de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que contó con el apoyo del monarca. Precisamente, entre junio y agosto de 1921, el gobierno español enfrentó una terrible derrota militar, con “pérdidas alucinantes”, en Annual y Monte Arruit,31 fracaso que no le permitía atender con acuciosidad otros asuntos, entre ellos los de carácter diplomático en México.
En tales circunstancias vale la pena preguntarse: ¿por qué España aceptó la invitación del gobierno de Obregón para asistir a las fiestas del centenario de la consumación de la Independencia y envió delegados?, ¿cuál fue la participación de los diplomáticos y de la colonia española en esta celebración?, ¿esta colaboración aportó algo a las buenas relaciones entre ambos países?
Aun antes de asumir la presidencia, Obregón ya tenía a su favor el optimismo de la población por el proceso de pacificación promovido por Adolfo de la Huerta en su breve interinato. Francisco Villa, Félix Díaz y Pablo González dejaron de ser una amenaza.32 El propósito de su gobierno era reactivar la economía y asegurar las reivindicaciones promovidas por la revolución. Sin embargo, heredaba una situación difícil con Estados Unidos, particularmente con su gobierno y las empresas petroleras, que incluía a las grandes potencias europeas. La posición oficial del gobierno estadounidense fue condicionar el reconocimiento a la firma de un protocolo, el cual rechazaba el gobierno mexicano, pues los derechos y obligaciones de México estaban claramente establecidos en el derecho internacional.33 Estados Unidos exigía que los derechos adquiridos antes de mayo de 1917 en materia petrolera no fueran afectados, la reanudación del pago de la deuda externa y el reconocimiento de las reclamaciones por daños causados a los intereses estadounidenses en México -demandas que también presentaban las otras naciones con fortunas en el país-, además de la consabida protección a la vida y bienes de éstos. También emergía sutilmente la sombra del asesinato del presidente Venustiano Carranza. Para desalentar que esta postura fuera adoptada en Europa, Félix Palavicini fue enviado al Viejo Continente como agente confidencial.
Palavicini asegura que De la Huerta y Obregón le ofrecieron esta misión a través de Pascual Ortiz Rubio, “a fin de evitar dificultades al Gobierno que resultase electo en las elecciones inmediatas”.34 Para nadie era desconocida la pésima relación entre Palavicini y Obregón, seguro vencedor en las ya próximas elecciones. El propósito era que México no tuviera dificultades para reanudar relaciones con Europa, lo cual podía redundar en beneficio del reconocimiento de Estados Unidos, el cual no ocurrió sino mucho tiempo después, en septiembre de 1923. Para Palavicini ésta fue una justificación razonable para aceptar el cargo. Con seguridad se eligió a Palavicini como mediador porque desde su periódico había defendido la causa aliada y su gestión sería bien recibida por los países de este bloque. No se intentó siquiera que visitara Alemania.35
Después de una charla con De la Huerta, el 14 de junio de 1920, se le extendió el nombramiento de embajador confidencial ante los gobiernos de Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Italia y España, por su “prestigio” en tales naciones que garantizaba poder explicar la situación de México y el deseo del “gobierno de estrechar las relaciones de amistad con todos los países del mundo sobre las bases de cordialidad, equidad y justicia”.36 A cambio, el mexicano ofrecería garantías para los intereses de esos países. Francia e Inglaterra37 no aceptaron, España sí.38
La comisión fue breve, de apenas cinco meses. Palavicini estaba de regreso el 25 de noviembre. En su informe final a Relaciones Exteriores, el ingeniero expuso que su propósito había sido ser recibido por los ministros de Relaciones y los jefes de Estado con o sin credencial; explicar los sucesos ocurridos en el país en los últimos 10 años, “justificando las revoluciones de México, tanto como aspiraciones sociales, cuanto como formas de cambio de gobierno;”39 y utilizar todas las circunstancias posibles para que la prensa de cada uno de los países hablara “con justicia de nuestro país”. Primero estuvo en Londres, de ahí pasó a París, Bruselas, Madrid, Roma y de nueva cuenta a París.
De acuerdo con la versión de Palavicini, España fue la nación que más se impresionó por el cambio de gobierno en México a raíz del triunfo del Plan de Agua Prieta debido a que Eliseo Arredondo, ministro del gobierno de Carranza en Madrid, había hecho acusaciones públicas contra los hombres que lo enfrentaron y asesinaron.
El 20 de junio de 1920 se nombró a Alfonso Reyes secretario segundo de la Legación en Madrid, en donde residía desde 1913 y tenía estrechos lazos con prominentes hombres de la cultura española; de hecho, desde fines de 1919 colaboraba con una comisión cultural solventada por el gobierno mexicano. Rápidamente, el 1o de enero del año siguiente, fue ascendido a primer secretario, entre el 10 de febrero y el 20 de agosto fue designado encargado de negocios ad interim de la Legación.40
Palavicini arribó a la capital española el 14 de septiembe -por ser verano, la corte se encontraba en San Sebastián-, así que convocó a los mexicanos residentes en la ciudad a celebrar el día 16 la independencia de México en el hotel Ritz. Acto del que dio cuenta la prensa y en el que habló Palavicini. Su actividad fue intensa, también dio una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre las relaciones entre España y México; fue presentado por Carlos Pereyra. Posteriormente le organizaron una comida en el Hotel Palace, a la que asistieron importantes autoridades de la cultura hispana y en la que el rector de la Universidad de Madrid ofreció facilidades para el intercambio universitario con México. También la Asociación de la Prensa de Madrid le organizó una velada.41 Súbditos españoles y ciudadanos mexicanos manifestaban su interés por estrechar los vínculos de las dos naciones.
En Madrid, en cumplimiento de su misión, Palavicini se entrevistó con el jefe de gobierno, Eduardo Dato, y el ministro de Estado, marqués de Lema. Por último, Palavicini conferenció con el rey Alfonso XIII, quien, al parecer, estaba interesado en la actitivad económica entre los dos países: banqueros, armadores, comercio de petróleo. El monarca no le dio importancia al conflicto provocado por el marqués de González.42
En el mes de abril, el gobierno español comunicó que, como España reconocía al mexicano, se le otorgarían todas las facilidades a Reyes como primer secretario de la Legación de México.43 Posteriormente, España aceptó a Miguel Alessio Robles como ministro de México, pero como el encargado de negocios español sólo mantenía comunicación verbal con el gobierno mexicano, Obregón presionó para obtener equidad en el trato, notificando que si persistía dicha situación, México retiraría a su cuerpo diplomático y consular de España. Por su parte, España consideraba que las relaciones ya “casi” se habían restablecido.44 Así, la invitación a participar en la celebración del centenario de la consumación de la independencia fue una coyuntura propicia para resolver las diferencias. De esta manera se mejorarían las relaciones que ambos países estaban empeñados en mantener a sabiendas de que se encontraban en campos distantes. México requería de las inversiones y el trabajo de la colonia española y España estaba decidida a protegerla hasta donde las leyes mexicanas lo permitieran. Cabe señalar que al iniciar el año de 1921 la prensa española y la mexicana abordaron con insistencia el tema de un posible viaje del rey Alfonso XIII a América, al sur del continente. El propósito -acorde con su política exterior en América- era consolidar “la preponderancia de España” frente a Estados Unidos.45 Pronto el rumor extendió el viaje, además de a Argentina, Chile y Uruguay, a El Salvador y México, no obstante que también se había anunciado que finalmente no podría realizarse. Incluso se entrevistó al respecto a gente de relevancia política y cultural. José López Portillo no creía en la veracidad de la noticia, aunque consideraba que sería importante para afianzar los lazos de amistad y confianza entre las dos naciones y sus pueblos. Para Antonio Caso serviría para afirmar la conciencia de la raza en las diversas repúblicas hispanoamericanas. Imperaba la idea de una relación armoniosa entre las dos naciones, que debían ser muy cercanas por la cultura en común. La opinión de Vasconcelos podría ser la que mejor expresaba el punto de vista de muchos mexicanos, particularmente en los medios políticos: el rey Alfonso sería muy bien recibido, pero “no como rey por supuesto, en eso no transigimos, pero sí como el representante de una parte del gobierno español”. Expresó su deseo para España de
[…] un gobierno desligado del Clero, un gobierno que restrinja el latifundio, un gobierno que rompa con todas las relaciones monárquicas, un gobierno que use los recursos del erario para satisfacer las necesidades públicas en vez de pagar millones de pesetas en rentas vitalicias a favor de la prole numerosísima de las familias reales; a pesar de todo esto, es tan grande nuestro amor a España que procuraremos no ver en don Alfonso al Rey, sino al Jefe del actual gobierno español.46
Nada que ver con los principios que el gobierno español sostenía.
Por supuesto se trataba de temas que hacían aflorar las posturas hispanoamericanistas como una defensa contra la expansión sajona. El periódico español El Sol planteaba que si España hacía un esfuerzo podría recuperar su predominio “espiritual” sobre los países hispanoamericanos, que estaba en los objetivos diplomáticos, pero no podía consolidar en un país convulso como México. A lo que se respondía, por parte de la prensa mexicana, que la iniciativa debía venir de España “porque sólo ésta podría combinar sus propósitos y necesidades con los nuestros en forma de que, sin despertar recelos envidiosos, pusiese las bases de una futura organización comercial de resultados prácticos para todos los pueblos de habla castellana”; la literatura y el arte no eran suficientes.47
Si es que en algún momento hubo la intención de que Alfonso XIII realizara este viaje, la apurada situación de España en el norte de África la arrojó al olvido.
Los preparativos
La conmemoración de 1921 fue un tanto intempestiva, a diferencia de la de 1910; por ello no se centró en obra pública sino en los actos festivos. En los medios se hizo explícito que la iniciativa partió del poeta José de Jesús Núñez, director de Revista de Revistas, y fue apoyada por la Academia Mexicana de la Historia en su sesión de septiembre de 1920.48 No es claro cómo el gobierno hizo suya la iniciativa y le dio su toque -aunque se planteaba que la Academia la propusiera al Ejecutivo-, pues para el 15 de mayo, la prensa de la capital ya informaba que Obregón había anunciado que las fiestas serían populares salvo las que tuvieran un carácter oficial.49 Quedaba poco tiempo para la organización.
Según José Vasconcelos -en ese momento rector de la Universidad Nacional-, Alberto J. Pani, cabeza de Relaciones Exteriores,50 planteó sin mucho éxito a cada uno de los secretarios la importancia de celebrar la consumación de la independencia. Finalmente convenció a Obregón, y en un Consejo de Ministros -el efectuado en mayo-, éste le solicitó al gabinete “que nombrasen representantes en un Comité del Centenario” que en breve empezaría a funcionar.51
La Comisión nombró un Comité Ejecutivo organizador de las fiestas que estuvo integrado por el Ing. Emiliano López Figueroa, presidente, nombrado por la Secretaría de Hacienda; como vicepresidente, nombrado por Gobernación, Juan de Dios Bojórquez;52 Martín Luis Guzmán, secretario, designado por Relaciones Exteriores, y el diputado Carlos Argüelles como tesorero, quienes con Pani determinaron el programa que aprobó el Consejo de Ministros. Al parecer, estos personajes habían hecho consultas para recabar ideas y lograr unos festejos vistosos, lo que logró asombrosamente que periódicos como El Universal y Excelsior, algunos empresarios y la Iglesia católica, entre otros, decidieran participar activamente en ellos aunque no con los mismos propósitos.53 La colonia española respondió con rapidez: “con todo gusto nuestra sociedad preparará su concurso a dicho objeto y en su momento oportuno, una vez conozcamos el programa de dichas festividades, nos será muy grato comunicar a ustedes la forma de nuestra actuación”.54
Por su parte, el canciller explicó posteriormente que, debido a que se había invitado a los países amigos a participar en la celebración, la Secretaría de Relaciones quedó al frente de “la parte del programa de festejos dedicada a los invitados extranjeros”. Lo que revela la importancia del aspecto diplomático en la conmemoración. En su opinión las fiestas fueron “accesibles a todas las clases sociales y [las distinguió] un color marcadamente nacionalista”. Precisamente la participación de las misiones diplomáticas imprimió a la celebración “el sello de una franca confraternidad internacional”.55
Fueron 121 personas -entre “damas, embajadores, enviados extraordinarios y Ministros plenipotenciarios, Delegados en misión especial, consejeros, secretarios y agregados civiles, navales y militares”-, de 22 países, las que integraron dichas misiones que fueron consideradas huéspedes de honor. También debe integrarse en este grupo a los tripulantes de la fragata Sarmiento enviada por el gobierno de Argentina, que constaba de 135 elementos, una parte de los cuales desfiló el 27 de septiembre, y a la misión que envió el gobierno de El Salvador para participar en el Concurso Hípico Internacional, que inició el 17 de septiembre.56 El gobierno de Brasil, además de designar una delegación, decidió declarar el 27 de septiembre día de fiesta nacional en su territorio y conmemorarlo con diferentes actos.57
Pasemos a los detalles. La invitación a las naciones para que participaran en la celebración fue bastante tardía, como lo era la organización misma. Para España, se envió un oficio al encargado de negocios, ya que ésa fue la categoría con la que se mantuvo al marqués de los Arcos. Pani solicitó:
En vista de las cordiales relaciones que felizmente ligan a México con esa nación amiga, el señor presidente de la República se ha servido disponer se invite al Gobierno de vuestra excelencia, como tengo la honra de hacerlo, para que, si lo estima procedente, se digne a designar persona o personas que lo representen en las fiestas que con tal motivo se celebrarán en México del 10 al 30 de septiembre próximo, en la inteligencia de que oportunamente comunicará a vuestra excelencia el programa relativo.58
Al remitir esta invitación a su gobierno, el encargado de negocios, a pesar de sus quejas sobre los pésimos resultados de sus gestiones, se inclinó por sugerir que se enviara una representación para las fiestas. Hizo notar los vínculos “intelectuales y morales” que unían a las dos naciones y aceptaba con reticencias que
[…] poco a poco [van] desapareciendo los prejuicios e inquina con que se veía a nuestros nacionales y a todo lo que con nuestra patria se relaciona, aunque queda aún mucho que elaborar a todos los que en este país vienen haciendo de misioneros intelectuales e incansables protagonistas en pro de lo que fue realmente y de lo que es nuestra madre patria.
Consideraba que seguramente habría “una ferviente y cariñosa acogida” a cualquier representación que se enviara, como había ocurrido con Polavieja en 1910. Reconocía también que había mexicanos afectos a España que con su entusiasmo unido al de los hispanos en el país harían un gran recibimiento, “acallando cualquiera voz que sin eco intentará empañarlos con alguna disonancia”. También informó que el programa todavía no se había dado a conocer y no se sabía nada sobre los actos a realizar con los representantes extanjeros, pues los propósitos y carácter de los festejos según informes autorizados eran que fueran de carácter popular y nacional, “dependiendo sólo de la aceptación de invitaciones por los gobiernos extranjeros y designación de sus representaciones las modificaciones que pudieran introducirse en los programas”.59 También Alfonso Reyes transmitió la invitación y con más rapidez.60 De manera simple y cálida planteó: “Considero inútil insistir en la simpática significación del acto, y en la trascendental importancia que tiene para México el hecho de que la nación materna no falte a las fiestas de su centenario”.61
Unos cuantos días después se respondió al encargado de negocios que se enviaría una misión especial, y para el 12 de julio se comunicó que se había nombrado a un ministro plenipotenciario para México, Diego Saavedra y Magdalena, que también fungiría como embajador especial en las fiestas del centenario de la consumación de la independencia.62 Al mismo tiempo se le indicó al marqués que podía participar como representante de España en el Congreso de Geografía.63 Por ser España “la descubridora de América” se había resuelto que su representante diplomático integrara, en unión del presidente de la República, de sus secretarios de Estado y del rector de la Universidad Nacional, el comité de honor del propio Congreso.64
No todo era organización; antes de que las invitaciones a nivel internacional circularan, ya lo habían hecho algunas de carácter regional. El encargado de negocios hizo notar a su gobierno que no tenía instrucciones sobre qué actitud debía tomar frente a los diversos festejos que se preparaban para la conmemoración en otras ciudades, y requería de ellas. Informaba, asimismo, que a los cónsules y miembros de la colonia española de las diferentes regiones de México les había respondido cuando lo consultaban que:
[…] cuando la respuesta dilatoria no sea posible, que esta legación no se opone a que contribuyan con su óbolo e incluso a tomar parte en los festejos más directamente siempre que conserven la natural discreción en discursos y demás actos de esa índole que se relacionen tanto más cuanto que resultaría paradójico y prestaríase además de a los naturales comentarios a una merma de eficacia en las gestiones de esta legación al ver en cierto modo distanciados a unos y otros en cuanto a sus apreciaciones de la situación actual del país.65
Es posible apreciar en el marqués una actitud ambivalente que compartía con su gobierno; por un lado parecía atemorizado por las confrontaciones que podían surgir o la posición de los hispanos frente al gobierno mexicano, pero también reconocía los vínculos culturales y de afecto existentes entre ellos y muchos mexicanos. No querían participar, pero no podían dejar de hacerlo.
Por su parte, el 25 de abril, el Ateneo Nacional de Abogados, presidido por Alejandro Quijano y con Alfonso Caso como secretario, había convocado a un concurso científico-literario a los escritores de habla castellana para conmemorar “solemnemente el centenario de la consumación nacional de México”.66 Para ello solicitaron al marqués de los Arcos que mediara para que el rey, Alfonso XIII, otorgara alguna de las recompensas. El encargado de negocios simplemente respondió que al rey no le era posible acceder a esa petición.67
Ese mismo día, aun cuando todavía no se enviaban las invitaciones oficiales, el diplomático informaba que el presidente de la República había declarado a la prensa que invitaría al rey para las fiestas del centenario de la independencia, y que la opinión pública había aplaudido tal invitación al considerarse un acto político de acercamiento del presidente. El encargado de negocios no mostró mucho entusiasmo al respecto porque conocía las dificultades políticas en España y la situación incierta de México. Pero comunicó que el gobierno mexicano había nombrado a Francisco Icaza representante de México ante el Congreso Histórico Hispano-Americano de Sevilla.68
Asimismo, antes de enviar la invitación a la celebración oficial, Pani, el canciller, se dirigió a la legación de Madrid para que ésta comunicara al gobierno español la invitación que hacía el gobierno de México para que los miembros del ejército de España tomaran parte en un concurso hípico militar internacional,69 lo que hacía evidente la improvisación de las festejos. El marqués cumplió su cometido, y aunque decía que era difícil vaticinar qué podía pasar en México tres meses más tarde, informó que Argentina ya había confirmado sus asistencia y que no se sabía nada respecto a los otros países, ya que apenas habían transmitido la invitación. Opinaba, sin embargo:
No dudo que la actitud del Gobierno argentino obedece a las instigaciones de su representante en esta capital cuya situación (no existiendo súbditos argentinos apenas) bien distinta de los representantes de las potencias europeas que constantemente han visto y ven amenazados los intereses de sus nacionales le permitieron apresurarse a reconocer la actual situación y poner en no pocas ocasiones en compromiso al cuerpo diplomático del que es decano.70
El encargado de negocios dudaba de la estabilidad del gobierno mexicano y marcaba las diferencias de un gobierno latinoamericano que no tenía nada que temer en México frente a las del español que debía proteger a sus nacionales. Jamás consideraba que esos bienes a salvaguardar habían sido creados en México y que también éste estaba interesado en ellos. Además de hacer evidentes sus preocupaciones respecto a los súbditos españoles, discurría que debido a la premura era fácil excusarse de participar, aunque señalaba también que la ausencia de la representación española afectaría el acercamiento hispanoamericano. Es decir, nada sugería, su posición era vacilante. Sin embargo, la respuesta fue negativa y tardía; se respondió más de un mes después: no se podía asistir porque los festejos coincidían con el concurso internacional que tendría lugar en San Sebastian, para el que ya estaban comprometidos todos los jinetes.71
Diego Saavedra y Magdalena, con su doble encargo, llegó a la ciudad de México el 27 de agosto, acompañado de su esposa y sus dos hijos. Lo recibieron miembros de la colonia española y el secretario de Relaciones Exteriores.72 En una entrevista otorgada dos días más tarde, el embajador aseguró que su gobierno le había dado libertad para tratar el acercamiento diplomático con México. También declaró que sólo conocía de manera general la invitación del gobierno mexicano para estudiar las reclamaciones, realizada el 14 de julio, pero estaba seguro de que su gobierno deseaba arreglar esas dificultades en el terreno amistoso. Este asunto de las demandas era uno de los temas que atizaba las discrepancias entre México y Estados Unidos, pero que afectaba directamente a los españoles en México, pues eran los más afectados por los daños causados por los movimientos armados.73 El enviado presentó sus credenciales el primer día de septiembre, justo a tiempo para las fiestas.74
Sorprende que frente a una organización tan repentina de estas fiestas haya habido una respuesta favorable. La lenta reacción de España muestra la incertidumbre de esta nación en lo que se refiere a su presencia en las fiestas mexicanas o a la imposibilidad de pensar en el tema dadas las condiciones políticas que se enfrentaban. Los enviados diplomáticos por la Corona no entendían las acciones gubernamentales promovidas por los revolucionarios y siempre hablaban con desprecio de los funcionarios mexicanos. Sin embargo, para ellos era imprescindible proteger, en la medida de sus posibilidades, los intereses de los españoles en México. Por su parte, los funcionarios mexicanos ofrecían e intentaban dar protección a esos intereses, pues consideraban que México los requería para llegar a estabilizar la economía nacional, pero las medidas que se adoptaban de acuerdo con los nuevos tiempos no siempre lo permitían. Hay que insistir, España pasaba por un pésimo momento: entre el 21 y el 22 de julio, sufrió una terrible derrota en Annual, Marruecos.
Lorenzo Meyer señala que resultaba difícil consolidar la normalidad de las relaciones “entre una república revolucionaria y una monarquía conservadora”.75 Pronto, en 1923, ese conservadurismo español desembocaría en una dictadura y en el liderazgo de Primo de Rivera avalado por el rey para “acabar con la anarquía, el desenfreno parlamentario y la debilidad claudicante de los hombres políticos”.76 Algo semejante iba ocurriendo en otros países europeos al expandirse el fascismo a partir de 1922 y aun antes.
Los festejos
El general Obregón, al presentar su primer informe de gobierno ante el Congreso, el 1o de septiembre, hizo saber que, para celebrar dignamente el primer centenario de la consumación de la independencia, se había nombrado una Comisión Organizadora de Festejos que delegó su encargo en un Comité Ejecutivo (al que ya se hizo referencia antes) y se adicionó el presupuesto de egresos con una partida especial, sin mencionar a cuánto ascendía ésta. Asimismo, evitó abundar sobre el impuesto extraordinario que se estableció ese año para la compra de barcos, la creación de una marina mercante y la mejoría de los puertos, y que se llamó el “impuesto del centenario”.77
Anunció que para que la celebración alcanzara un carácter “netamente popular”, había solicitado la colaboración de “todas las fuerzas vivas del país, sin exclusiones ni privilegios”, y esto había despertado -lo decía con orgullo- el entusiasmo “aun de las más modestas corporaciones”. El presidente explicó la necesidad de exaltar lo nacional, haciendo evidente que la celebración no era sólo de consumo interno, sino que también se proponía enviar un mensaje al exterior:
Se ha previsto en la organización, que todas las clases sociales tengan un acceso fácil que les permita disfrutar sin distinciones humillantes de los diferentes espectáculos; y a todo, ideas y detalles, se ha dado una orientación esencialmente nacional. En arte, industrias y festejos, han sido aprovechados nuestros propios elementos, con la creencia de que nada mejor ni más interesante podrá mostrarse a los países que cordialmente han aceptado acompañarnos a tan solemne momento.78
El presidente era perfectamente consciente de que, aunque seguía algunas pautas de la celebración de 1910, con el carácter popular y nacional que se estaba imprimiendo a los festejos se daba un tono totalmente diferente; se evitaría el error del centenario de la proclamación de independencia “que se significó por su tono aristocrático y su indiferencia a nuestras tradiciones, artes y costumbres”.
Enrique Bordes Mangel, el presidente de la Cámara de Diputados que respondió el informe, sin referirse a las fiestas, finalizó su discurso expresando su esperanza de que, en breve tiempo, con la ayuda de todos los poderes federales, se lograra llevar al país a la altura “que todos deseamos” y “demostrar al mundo que la Revolución en que tomasteis parte, en que tomó parte la mayoría de los hombres que ahora destinan sus actividades al servicio público, fue una obra de justicia y de plena necesidad”. El legislador insistía en la imagen que la revolución debía dar al mundo, entendido éste como “el mundo civilizado”.79
Aurelio de los Reyes destaca el proceso de limpieza, higienización y restauración de la ciudad de México durante ese año, ya que también se bañó y vistió a los andrajosos, “ciudad y ciudadanos debían tener buena imagen y buena salud”.80 Se elaboraron películas cortas para combatir el desaseo y evitar enfermedades. En septiembre aún se trabajaba en la pavimentación de algunas calles céntricas.81 Igual que en 1910, se retiró de las calles a los mendigos y vagabundos, imagen que, se entiende, iba dirigida sobre todo a los extranjeros, aunque también se quisiera demostrar a los mexicanos que los cosas iban mejorando con la Revolución.
No es el propósito de este trabajo describir los actos de las fiestas, que fueron muchos y muy variados.82 La reseña más minuciosa es la realizada por Clementina Díaz y de Ovando. De su trabajo se ofrece esta larga síntesis para dar una idea de la riqueza de la conmemoración:
[…] una profusión de brillantes ceremonias, lucidos bailes, recepciones, banquetes, cenas, inauguraciones de obras para beneficiar y embellecer la capital de la república […] exposiciones comerciales y de industria, educativas y de arte popular. Con desfiles militares, de carros alegóricos, hasta la ‘India bonita’ desfiló. Conciertos, veladas literarias, conferencias, congresos, kermeses, funciones de gala en los teatros Iris y Arbeu. Temporada de ópera con los más famosos cantantes y admiradas divas, temporada popular de zarzuela. Se trajo a las girls de la Compañía de Revistas Neoyorkinas […] Hubo funciones populares en los cines, carpas, corridas de toros, verbenas, jamaicas, fiestas charras, jaripeos […] concursos de chinas y charros, de poesía, de himnos para el Centenario, de cantadores y bailes regionales, de edificios con decoración alusiva al Centenario. Justas deportivas, juegos florales, juras de banderas, sorteos y una muy importante Exposición Internacional.
No faltaron los fuegos artificiales, las visitas a sitios arqueológicos […] noches mexicanas y otros espectáculos a cual más atractivos. Exhibición de aeroplanos.
Los artistas más afamados mostraron su talento en los decorados, en los cuales se otorgó lugar preferente al nacionalismo, a veces con un tono de arte indígena.
La historiadora culmina con entusiasmo su descripción general:
Las Fiestas satisficieron a todo el mundo: a los asistentes a las recepciones oficiales y sociales y al pueblo en general. Hubo para todos los gustos, para todas las clases sociales, para la nostálgica clase aristocrática del porfiriato, para los nuevos ricos, para la clase media, y se puso especial empeño en agradar a los pobres. Nadie fue olvidado. A los indígenas se les repartieron alimentos en los comedores públicos y se les regaló ropa. Se distrajo a los presos, a los ancianos de los asilos; a los niños pobres se les llevó a pasear en automóvil y se les obsequió con fruta y dulces. Nuestro vibrante Himno Nacional resonó […] por todos los rumbos de la capital, por todos los ámbitos de la república.83
No obstante este arrebato de la historiadora, los festejos no dejaron satisfechos a todos. Ya se dijo que Vasconcelos fue uno de los inconformes, reconoció la exaltación que causaron las celebraciones: “el alboroto de las fiestas emborrachaba a la ciudad, deslumbraba a la República”, pero su balance era desfavorable.84 Muchas eran soluciones temporales, se restringían al momento, aunque existía esta intención de atender a todos los grupos sociales. Se resolvieron problemas transitoriamente para ofrecer una imagen durante las fiestas. Se dio la apariencia de una sociedad en paz, igualitaria, orgullosa de su diversidad étnica y cultural. Pero no se atacó de lleno la pobreza ni el hambre; tampoco se redujeron las diferencias sociales ni el racismo; estos asuntos apenas se tocaron. Quizás el mayor impacto se dio en el ámbito diplomático, pues pudo apreciarse la fuerza de la Revolución.
Y empezaron las celebraciones
México recibió 22 misiones especiales, 14 de América, 6 de Europa y 2 de Asia. Los enviados entregaron credenciales entre el 5 y el 19 de septiembre.85 Estos actos protocolarios fueron hechos festivos y “populares”, pues los diplomáticos desfilaron por las calles luciendo sus uniformes de gala. Una interpretación oficial destacaba que el pueblo veía en ellos a los “portavoces de una íntima, de una generosa cooperación internacional, que responde a los profundos anhelos de la Nación Mexicana; anhelos que se cifran en conservar, a base de respeto y simpatía recíprocos, las mejores relaciones con todos los pueblos del universo, sin distinción de poderío ni de raza”.86
Precisamente el primero de esos días, el 5, poco después de la una de la tarde, presentó sus cartas a Obregón el embajador especial de España, Diego Saavedra y Magdalena, que iba acompañado de su esposa; Luis Martínez de Irujo, el marqués de los Arcos, como primer secretario, y Jaime Angelet y Garriga, tercer secretario.87 Estas ceremonias fueron solmenes, se tocaba el himno de cada país y el visitante decía unas palabras alusivas a la celebración, que eran respondidas por el presidente. Para el caso español, que es el que nos ocupa, Saavedra destacó la relevancia de la fecha, que marcó el ingreso de México “en el concierto de las Naciones”, y señaló que después del dolor que causara a España la separación, comprendía que los pueblos al desarrollarse exigían su libertad, por ello
[…] comparte hoy vuestra alegría, se asocia a México de todo corazón, orgullosa de ver cómo la antigua “Nueva España” ha sabido hacerse una nación moderna, respetable y respetada, ufana de ver cómo conserva fielmente sus rasgos fisonómicos: el amor a la “Independencia” por la que ella luchó denodadamente durante los ocho siglos de la Reconquista, y el amor a la “Libertad”, por la que ya vertían su sangre generosa las Comunidades castellanas y las Germanías de Valencia en los albores del siglo XVI.
Las respuestas de Obregón seguían muy de cerca el discurso de los enviados, así que, por su parte, hizo hincapié en que el pueblo emancipado volvía “los ojos con amor” hacia el pueblo con el que formó una sola patria política. Habló de la gran patria que integraban todos los pueblos de habla hispana, ahora indestructible, “porque ha agregado a los vínculos de igualdad espiritual que se cifran en el idioma, las costumbres y en la raza […] los lazos más fuertes aún que resultan de haberse trastocado las relaciones de subordinación política en una perfecta identidad de anhelos”.
En tanto que el embajador resaltaba la supremacía española, el presidente ponía énfasis en la igualdad de las naciones. No hubo reproches, aceptaba llanamente que México había recibido valores de España y enviaba en su mensaje el deseo de mantener una buena relación con su pueblo: “En este centenario México cree renovar, sobre bases aún más íntimas de identificación, su admiración y su afecto por la hidalga Nación española”.88 No hubo elogios para el gobierno revolucionario, tampoco los hubo para la monarquía.
En el informe a su gobierno, Saavedra y Magdalena consideraba muy escabrosas estas circunstancias para el representante de España -finalmente alguien asumía que se trataba de una situación espinosa-, pues se le daba la misión de contribuir con su presencia a la conmemoración de la fecha en que quedó roto el lazo de dependencia de la antigua colonia con la metrópoli. Con sus referencias históricas -apuntó- quería destacar que desde “lejanos tiempos nuestra Patria ha sido cosa diferente de lo que nuestros detractores cuentan y que esos mismos sentimientos de que aquí tanto se alardea los han heredado de nosotros, como han heredado el idioma, la religión, la arquitectura, las costumbres, los vicios y las virtudes”.89 Se reiteraba en privado el imprescindible tema de la herencia civilizadora hispana que implicaba considerar bárbaras a las culturas americanas, pues casi nunca se ofrecían matices.
El embajador también hizo referencia a un comentario que hizo Obregón al enviado argentino en el que le decía que los festejos le satisfacían en verdad “porque esto constituye la aprobación por los gobiernos aquí tan dignamente representados de la política de este Gobierno”. No ocultaba los motivos de la invitación a la celebración: buscaba el beneplácito internacional.
Al respecto el enviado español indicó, mostrando el malestar que le causaba el encargo recibido por su gobierno: “mil respuestas vinieron a mis labios en aquel momento pero en rápida reflexión me hice cargo de que en el fondo las palabras del Presidente no tenían réplica posible, que el Gobierno extranjero que no hubiese estado conforme con tal política bien podía haber ido a la abstención como algunos han hecho, mostrando así abiertamente su disconformidad”.90 Muy probablemente lo que él hubiera querido que el suyo hiciera.
Como la prensa y la colonia española juzgaron sus primeras palabras como muy frías, decidió que en este discurso debía ser más afable, entre otras cosas porque consideraba que “únicamente podremos conseguir algo de estas gentes por proce dimien tos suaves, conciliadores y amistosos”. Estaba pendiente de su cometido.
Un acto colectivo de las misiones extranjeras, mostrar su agradecimiento al presidente, se verificó el 10 de septiembre, hacia las doce del día.91 Llegaron en carruajes de gala, una doble valla de soldados los conducía desde la entrada de Palacio a los salones de la ceremonia, la banda tocaba el himno de cada país, según iban arribando los delegados. En esta oportunidad, habló el embajador del Brasil. En un largo y elogioso discurso reiteró que se trataba de la fecha más importante de la “existencia política de México”.92 Después se sirvió un lunch-champagne en el comedor de Palacio.
Pero las fiestas no cesaban, se sucedían una tras otra. En la noche, Pani ofreció una recepción en Palacio. En el zócalo “una multitud se arremolinaba para ver el desfile de diplomáticos, funcionarios y particulares invitados a la fiesta.” A un lado de Álvaro Obregón, la esposa del embajador del Brasil. Hubo concierto y después el lunch-champagne servido en la vajilla de Maximiliano, en el comedor, se congregaron con Obregón, su gabinete y los jefes de misión; los otros invitados, en el salón Libertad. Después de las 12 de la noche, inició el baile, que terminó en la madrugada.93
El 30 de septiembre hubo un banquete en el restaurante Chapultepec organizado por el Congreso de la Unión. Estuvieron presentes Obregón, las misiones extranjeras, el cuerpo diplomático, los magistrados de la Suprema Corte de Justicia y una representación del Congreso de estudiantes.94 Primero habló el diputado Miguel Alonso Romero, después, Saavedra, el embajador español. También tomaron la palabra el ministro de Guatemala y el general Antonio I. Villarreal.
Saavedra habló en nombre de las misiones especiales y el cuerpo diplomático. Agradeció el banquete que los puso en contacto con los representantes parlamentarios del pueblo mexicano, a quien felicitó “por las pruebas de cultura y de nobleza que nos ha sido dado apreciar en todos los actos que han constituido el programa de festejos” con que se celebraba “la sacrosanta” consumación de la independencia. Asimismo, a nombre de todos expresó su deseo de que:
México goce de largo periodo de sosiego interno y externo que le permita, aprovechando las virtudes cívicas y demás merecimientos de sus hijos y la riqueza de su suelo, en el que parece que la Providencia no se ha cansado de derramar a manos llenas sus tesoros, alcanzar el lugar privilegiado que le corresponde como mantenedor de la libertad, como paladín de los más puros ideales de la Democracia, como robusto pilar de un porvenir dichoso de paz y concordia entre todos los pueblos.95
Puede apreciarse que la nota “amigable” del embajador se dirigió a manifestar sus buenos deseos al pueblo de México y a exaltar sus cualidades y las riquezas de su territorio, de las que los españoles estaban convencidos y resultaban beneficiados. Evitó cualquier frase de simpatía al gobierno que pudiera interpretarse como apoyo.
Aunque las actividades no terminaron, Obregón las clausuró oficialmente el día 30 de septiembre con una cena y un baile en Palacio Nacional, sólo para los jefes de misión, el cuerpo diplomático, el gabinete, los presidentes de la Suprema Corte y las cámaras legisladoras, algunos funcionarios y sus esposas. Se sirvieron 86 cubiertos. En los postres hablaron Obregón y el embajador de Brasil. Después hubo un concierto, cantaron José Mojica y Fanny Anitúa, bailaron las hermanas Pereda y tocó Manuel M. Ponce, “cuya gloria consiste en haber sido el iniciador de la nacionalización de nuestra música”.96
Cabe indicar que en esta oportunidad se destacó que estuvieron presentes el encargado de negocios de Francia y el secretario de la legación; el encargado de los archivos de la legación de Gran Bretaña; y el consejero, los secretarios y el agregado militar de la embajada de Estados Unidos. El no reconocimiento no impidió las muestras de cortesía que mantenían las posibilidades de negociación.
Obregón, en su discurso, exaltó la amistad desarrollada en esos días, en que las misiones habían honrado a México con su presencia y por su representación. Les pidió que llevaran a sus países el mensaje de México, que en realidad era el suyo. Consideró que la conquista más importante del hombre era la liberación del espíritu colectivo, la desvinculación de los poderes humanos de los poderes divinos. “Nosotros creemos que la humanidad asiste actualmente al derrumbamiento de un pasado caduco construido por tiranías sobre [la] base de fanatismo y prejuicios y que bajo los escombros de esas formas envejecidas quedarán sepultados todos aquellos que intenten oponerse al derrumbamiento.” Veía un resurgimiento de la humanidad a partir de la guerra europea, y consideró que México sería uno de los países que menos sufriría ante esa nueva vida porque la lucha de la que estaba saliendo tenía como finalidad “liberarlo de arcaicos prejuicios y darle una posición avanzada, propicia a una mayor armonía y a una mayor equidad sociales”.
Confiaba en que los privilegios creados por los hombres serían abolidos y sólo imperarían los impuestos por la naturaleza. Para colaborar con la nueva organización del mundo, México se proponía levantar el nivel moral del pueblo (su gobierno ya había reducido el presupuesto de guerra y elevado el de educación) y ofrecía colaborar con todos aquellos países que coincidieran en ideales. Concluyó brindando por la ventura de todas las naciones representadas y por todos los países, “a quienes un inmenso pasado de luchas, de dolor y de angustia ha hecho acreedores a que se realice el precepto evangélico que pregona la paz en la tierra para todos los hombres de buena voluntad”.97
Un discurso destinado a hablar de la eliminación de privilegios, y el impulso a la educación como motor del mejoramiento social, pero también para dar cuenta de que la guerra había quedado atrás y se buscaba la consolidación de la paz nacional y mundial.
El Congreso de la Unión, por su parte, organizó el 6 de octubre por la tarde una sesión con las misiones especiales y el cuerpo diplomático. El evento se realizó en la Cámara de Diputados, y contó con la asistencia de Obregón y los magistrados de la Suprema Corte de Justicia. El presidente del Congreso, Leopoldo Zincúnegui, les entregó a los delegados en estuche blanco una medalla conmemorativa, una moneda de oro, el famoso “centenario”.98 Alfonso Cravioto, presidente del Senado, habló99 y se repartieron otras medallas en estuches azules para los jefes de las naciones representadas.100 Hablaron también el embajador de Brasil, luego el de Colombia, Antonio Gómez Restrepo, y después de que Obregón abandonó el recinto, el embajador de Chile culminó la sesión con un “¡Viva México!”101
Fueron muchos los actos a los que se invitó a las misiones extranjeras, pero su presencia era suficiente, no tenían que emitir discursos; por ejemplo, hubo una corrida de toros dedicada a estos invitados especiales. No nos referiremos a todos ellos, pero cabe destacar para nuestro objetivo que varias colonias de extranjeros tuvieron una participación especial como respuesta al llamado oficial para organizar los festejos.
La colonia española realizó el día 20 de septiembre un baile en el Casino Español. La descripción del acto es bastante prolija y demuestra el cuidado que se tuvo en todos los detalles. Incluso la crónica oficial precisaba que entre las diferentes fiestas ocupó “un lugar de distinguida preferencia”; se resaltaba “la elegancia y la gallardía imperial” del festejo. A los invitados especiales, entre los que se contaba Obregón, su gabinete y las misiones extranjeras; se les asignó la Sala de Juntas, debidamente adaptada.
Al parecer, este baile fue un derroche de lujo, nada que ver con el toque popular: “Puede, en verdad, asegurarse, que las personas de mayor relieve en el mundo de la sociabilidad, de la política, de las finanzas, del comercio, de la industria; los profesionistas e intelectuales más eminentes, las damas más bellas y elegantes de la metrópoli, el México representativo, en una palabra, estaba ahí”.102 Incluso participaron los cónsules españoles en diferentes ciudades mexicanas.
Al Casino Español se unió la Junta de Covadonga, que, además, organizó varias kermeses de carácter popular y otorgó becas para que estudiantes mexicanos se doctoraran en universidades españolas.
El presidente de la Junta declaró: “la mejor inteligencia entre mexicanos y españoles ha sido una de las preocupaciones de la Junta. No existe el menor resentimiento entre los españoles para los mexicanos; al contrario, nosotros procuramos por todos los medios asociarlos a nuestras fiestas, porque los consideramos como de una misma familia.”103 Es evidente que la colonia española quería acercarse al gobierno de Obregón mostrando su apoyo, pero también su poder económico. Cabe señalar que, al mencionar los resentimientos, sólo se alude a la posible animosidad de los españoles hacia los mexicanos y no la que podía existir en el sentido contrario.
Como contraste con este baile, tenemos la fiesta de flores en Xochimilco del 29 de septiembre, una ceremonia de memoria prehispánica, la fiesta de Xochiquetzalli, a la que también asistió Ramón del Valle Inclán, huésped de honor del gobierno mexicano,104 y a la que no concurrió Obregón, y, al parecer, tampoco el embajador español. Hubo desfile de trajineras alegóricas, representaciones de guerreros mexicas, caballeros águila y caballeros “tigre” (jaguar), fingiendo combatir.105
El discurso oficial más largo de los festejos lo pronunció el secretario de Relaciones Exteriores en esta ocasión. Pani explicó por qué la Comisión Organizadora planeó la visita a Xochimilco. También se ocupó de la historia de México, planteó que el drama de la independencia de México constaba de tres actos: el primero fue el de la emancipación política -que se conmemoraba “con el amoroso concurso de la Madre Patria”-, el segundo era el de la emancipación espiritual, el de la separación de la Iglesia y el Estado, y el tercero correspondía al de la emancipación económica del pueblo mexicano, que se estaba viviendo en ese momento. Para nuestro interés, importa particularmente este último. Para Pani, este acto se produjo de abajo hacia arriba y, “en su núcleo director, tuvieron que predominar los hombres inexpertos que participaron de los padecimientos del pueblo o se conmovieron ante ellos”. Explicó que salvo Carranza y algunos de sus colaboradores, muchos hombres cayeron en la corrupción, al amparo de la desorganización aparejada al proceso revolucionario. Pero aseguró que eso no ocurriría con el gobierno de Obregón, quien, desde que lanzó su candidatura y hasta ese momento, se había definido contra la ineptitud y la inmoralidad oficial. Aseveró que, poco a poco, se llevaría a cabo esta tarea, pues no era posible realizarla en apenas 10 meses de gobierno. El “principio liberal”, una de las más altas expresiones de patriotismo, exigía el respeto a las diferentes formas de pensar y de sentir, “haciendo de la libertad y del amor a la Patria los lazos más fuertes de la unión nacional”. Aprovechó que en esa mesa estaba la representación “de casi todos los países civilizados” para decir “al mundo”
[…] que el pueblo mexicano considera la libre incorporación del esfuerzo de un extranjero a las actividades nacionales, como la vincu la ción de este extranjero al pasado de México, porque el campo en que desenvuelve su esfuerzo es el producto de otros muchos esfuerzos anteriores; al presente de México, por relaciones ineludibles de coexistencia y, al porvenir de México, por sus hijos, que son la bella prolongación en el tiempo y en el espacio, de su propia vida.
Pidió a los delegados que transmitieran a sus compatriotas la fórmula con la que en México se recibía a los extranjeros honrados y laboriosos: “Estáis hermanos, en vuestra propia casa”.106 A Pani le correspondió el mensaje internacional. México estaba en franca recuperación no sólo económica sino también moral y Obregón era el garante. También destacaba que en México se aceptaba al migrante trabajador y honesto, lo cual no era del todo cierto, pero mostraba un país abierto al apoyo extranjero -mano de obra e inversión- para promover su crecimiento.
El embajador del Brasil, Antonio de Feitosa, dirigió algunas palabras para agradecer el acto, brindar por el futuro de México y rendir un homenaje a la mujer mexicana. Se le solicitó a Valle Inclán que hablara. Éste correspondió las manifestaciones de cariño y declaró “que él no era precisamente súbdito español, sino un ciudadano de la lengua española”, a cuyo culto había consagrado toda su vida. Agregó que “en México y España existía un anhelo de nivelación social y económica; que en ambos países se esperaba con ansia el fraccionamiento de la propiedad”. Finalmente, brindó por la gloria de México “y por ese gran ideal que, paralelamente con el que abriga en el solar hispano el pueblo, tiende aquí a procurar que cada quien tenga un pedazo de tierra que labrar, para que de este modo cada quien ame a la patria en la materialidad misma de la patria”.107 Efectivamente, un español que hablaba en términos muy diferentes a los usados por los diplomáticos hispanos.
Por lo que se refiere a las otras colonias de extranjeros, los franceses residentes en México organizaron una kermés en el Tívoli del Eliseo el 11 de septiembre.108 Sin que podamos precisar el día, la colonia sirio-libanesa organizó un baile en el salón Chapultepec. En esta ocasión, el señor Selim Bacha agradeció la presencia de Obregón y destacó que se habían esforzado para expresar su gratitud y admiración al pueblo de México por su hospitalidad, y se sentían sumamente satisfechos de hacerlo por medio de su “más alto y legítimo representante”. Ofrecían su amistad y colaboración para alcanzar el bienestar general, asegurando que sus compatriotas y él querían ir “en la más completa paz y confraternidad hacia el bien que todo hombre debe ambicionar”.109 Apoyo total al régimen para mantener su bienestar económico.
También hubo un baile preparado por los estadounidenses en México el 23 de septiembre en el Country Club. Asistieron Obregón y los embajadores, y como sorpresa para los mexicanos, se iluminó una gran bandera mexicana a la entrada del presidente. Quizá este detalle podía significar el apoyo de esta colonia al gobierno de Obregón. Incluso, habló Eduardo Baz, socio del club, distanciándose de la posición del gobierno de Estados Unidos, para agradecer a Obregón, ¡oh sorpresa!, “haber facilitado los trámites para el pago de las reclamaciones que el club hizo con motivo de los desperfectos sufridos por el edificio social durante las convulsiones revolucionarias”, lo que era prueba de “la honradez y sinceridad” de su gobierno, “y de que los anhelos de los ciudadanos que lo llevaron a la Primera Magistratura no se verán defraudados, puesto que las promesas que hombres como usted hacen, son siempre fiel y lealmente cumplidas”.110
Los alemanes organizaron una kermés y el embajador de Argentina, una recepción. Como regalos, México recibió un parque de juegos en el jardín Garibaldi de parte de la colonia estadounidense, unos candelabros para la calle de Capuchinas de la colonia libanesa, y del gobierno chino, el reloj que se colocó en la calle Bucareli. Al parecer, la colonia hispana colaboró en la construcción del Parque España.111 Entre tantas muestras de cortesía y buenos deseos, el gobierno mexicano no podía menos que sentirse orgulloso, si bien no convenció al coloso del norte.
El Ayuntamiento de la ciudad de México fue quizá la instancia que realizó el acto más obsequioso hacia España durante estas fiestas -aun cuando los discursos siempre fueron pródigos en alabanzas y reconocimientos-, pues se inauguró el Parque España y se colocó la primera piedra para levantar un monumento a la reina Isabel la Católica, entendido éste como un acto de reconciliación entre los dos países.112
Por su parte, el gobierno español, ya fuera del programa de las fiestas, tuvo el poco tacto de otorgarle a Félix Palavicini la Gran Cruz de Isabel la Católica. Esto porque, cuando fue secretario de Instrucción, dispuso la revisión de los textos escolares y determinó que debían eliminarse las partes en donde se agraviara a España. Además, desde El Universal, periódico que dirigía, sostenía una campaña en favor de España. Para Saavedra, era importante -asumiendo la línea de la hispanidad- promover un discurso hispanófilo con el fin de contrarrestar los ataques a España y los españoles, sobre todo los que provenían de los agraristas.113 Si bien esto convenía a esa posición, seguramente el gobierno no lo vio con buenos ojos, pues Palavicini no formaba parte del gobierno y había sido muy cercano a Carranza.
El gobierno mexicano siguió en campaña para difundir la buena imagen producida en las fiestas; por un lado, imprimió el libro Conmemoración del primer centenario de la consumación de la Independencia. Discursos oficiales, que se distribuyó profusamente al año siguiente en bibliotecas, consulados y legaciones mexicanas. También se publicó en 1923 un Álbum histórico mexicano, de gran formato y tiraje reducido. Asimismo, y para dar más fuerza a la campaña, se remitieron al extranjero películas como prueba fehaciente de las condiciones positivas en las que México había desarrollado los festejos.114
Conclusiones
No obstante que los preparativos de esta celebración no contaron con mucho tiempo para su realización, puede decirse que fue exitosa. Frente a la compleja situación en la que colocó al gobierno de Obregón la falta de reconocimiento de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, los festejos le permitieron ratificar el reconocimiento de otros países y ganarse algunos más. Éste fue el caso de España. Al no ser considerado su gobierno por las grandes potencias para presentar un frente común, optó por el beneplácito para estar en capacidad de defender mejor a sus súbditos, no obstante que no veía con buenos ojos el camino político y económico que el gobierno revolucionario había tomado.
En estas condiciones, premura, escasez de recursos y reducidos apoyos internacionales, contar con la asistencia de delegaciones de 22 países hace patente el buen resultado. Obregón quiso manifestar que México, aunque estaba saliendo de un largo periodo revolucionario, era un país civilizado, que buscaba la paz interna y la aceptación en el concierto internacional. Asimismo, dio a conocer sus proyectos de mejoramiento social, que incluían la emancipación económica, la eliminación de privilegios, la reforma agraria y el crecimiento moral, además del crecimiento económico. Sabía que se requería una buena imagen para lograr el apoyo externo en cuanto a crédito e inversión, pero ese proyecto no era aceptable para todos; México había cambiado con la Revolución, pero no todas las naciones aceptaban el sentido del cambio.
Así, lo popular y nacional -aspectos de los que no hemos dado cuenta aquí- se entreveró con lo protocolario, ilustrado y distinguido, para mostrar al mundo que los mexicanos sabían comportarse. Se logró que numerosos sectores participaran, aun cuando perseguían diferentes objetivos. Las divergencias se hicieron palpables cuando se hablaba de los personajes que consumaron la independencia. Algunos grupos ensalzaron a Vicente Guerrero como el gran consumador y otros, a Agustín de Iturbide. Pero esta severa diferencia que separaba a los mexicanos ilustrados se disipaba en el estruendo de las fiestas populares.
Los extranjeros en México resintieron primero la violencia de la revolución, y después la pérdida de ciertos privilegios que les daba su carácter de foráneos, además de que muchos se vieron afectados por las medidas revolucionarias y la crisis económica, pero habían logrado una buena posición en el país y no querían perderla. Querían permanecer en el país, aunque muchos en situación precaria lo abandonaron. En los festejos de la consumación de Independencia, las colonias de extranjeros dieron prueba de ello. Algunas, incluso, como la española, hicieron gala de su poderío económico y olvidaron aunque sólo fuera temporalmente “las agresiones” en su contra. Al respecto, algunos autores han interpretado estas acometidas como manifestaciones de una hispanofobia imperante, mientras que otros, sin negar este rechazo hacia los españoles o lo hispano, también hemos visto -y me parece que se puede apreciar a lo largo del texto- una gran admiración hacia la cultura española, por lo que preferimos hablar de la existencia de un sentimiento ambivalente hacia los hispanos y su cultura.
Era evidente que la intención del gobierno de Obregón era mantener en buenos términos las relaciones con España, ya que había sido un punto a su favor haber obtenido su reconocimiento. España era una potencia media en Europa, pero sus súbditos en México constituían, pese a su reducido número, una gran fuerza económica y eran necesarios para la reconstrucción del país.
Por su parte, el gobierno de España no coincidía con el rumbo que había tomado el de México. El enfrentamiento con la Iglesia y las afectaciones agrarias estaban muy lejos de sus valores.115 No estaba de acuerdo, pero necesitaban defender los intereses de sus connacionales en México. Así que, a pesar de las dificultades y el comportamiento muchas veces hostil de sus diplomáticos hacia el gobierno y los mexicanos, sostenían las relaciones. Es posible apreciar que el gobierno español no mostró mucho entusiasmo por su paricipación en las fiestas del centenario de la consumación de la independencia - aunque también hay que considerar la crisis política interna por la que atravesaba-; su embajador y ministro vino a regañadientes, hubiera preferido quedarse en Marruecos, a donde regresó un par de años más tarde. De hecho la animadversión de España hacia una mayor cercanía con México se hizo sentir al negarse a elevar las representaciones a la categoría de embajadas, como lo solicitaron Carranza, De la Huerta y Obregón. Sin embargo, lograron mantener el vínculo diplomático.
El gobierno mexicano tenía conocimiento del rechazo de la política exterior española hacia la política interna de México y quizá por eso invitó -por medio de su amigo Alfonso Reyes- a don Ramón del Valle Inclán, un crítico del régimen conservador sostenido por la monarquía, quien mostró la existencia de otra España, la que quería transformaciones. El propio embajador informó a su gobierno sobre la participación del escritor en las fiestas, lamentando que “el señor Valle Inclán, cuyas palabras están revestidas de la autoridad que sus prestigios literarios dan, pierdan de tal suerte la cabeza y crean que los miles de pesos que por tales excursiones reciben los obligan y autorizan a faltar a sabiendas a la verdad y a los más sagrados y respetables dictados del patriotismo”. Asimismo, hacía saber que “sus críticas a España han hecho las delicias de no pocos y con su actitud agrarista se ha captado gran amistad con el secretario de Agricultura y Fomento, señor Villarreal y del mismo presidente de la República señor Obregón”.116 Es decir, se invitó a un destacado español favorable a la causa revolucionaria.
No obstante, el gobierno español persistió en su afán de mantener influencia en sus antguas colonias, así que el 17 de noviembre se creó la Oficina de Relaciones Culturales Españolas cuya finalidad era conseguir información exacta sobre el interés en el extranjero de conocer la cultura española y sobre la importancia y carácter de la enseñanza del español. También se quería obtener sugerencias de los diplomáticos y cónsules para fomentar la influencia de la cultura española y conseguir información precisa sobre los súbditos españoles en otros países “a fin de planear la forma de prestarles ayuda”.117 Todo ello en aras del hispanismo, planteamiento que poco a poco se iba haciendo más conservador.
Aun cuando México no era su querencia, Diego Saavedra y Magdalena fue sostenido por su gobierno como ministro hasta abril de 1923.118 Era tan refractario al sesgo revolucionario y a los mexicanos que, a pesar de que las diferencias se superaron en el ambiente festivo del centenario de la consumación de la independecia, las dificultades entre ambas naciones, después volvieron a surgir.
Obregón, por su parte, se mantenía firme en su propósito de llegar a acuerdos respecto a las reclamaciones extranjeras por los daños causados por la revolución, y los asuntos petroleros. En su segundo informe, Obregón hizo hincapié en que el rasgo más significativo del festejo había sido la franca confraternidad internacional con las misiones extranjeras, que habían departido amistosamente con el pueblo mexicano. Esos países que enviaron a sus delegados marcaban “el círculo de las relaciones de México en el mundo civilizado”.119 El presidente estaba satisfecho con la imagen proyectada, un México pacífico, trabajador, civilizado; quienes aisitieron a las fiesta no podían negarlo. A fin de cuentas, la celebración había sido la apología de esa etapa de la Revolución.