Introducción
La producción de vidrio en el Imperio español no fue una cuestión menor, como demuestran los trabajos más recientes sobre el desarrollo del sector en la Península Ibérica y en los virreinatos americanos. Desde el siglo XVI, que los vidrieros peninsulares se desplazaron a los nuevos territorios que se iban incorporando a los dominios de la Corona, en la mayoría de los casos para desempeñar su oficio. De esa manera se llegó a conformar una compleja red de profesionales que estructuró la difusión y perfeccionamiento de las artes del vidrio en Hispanoamérica pero que sólo parcialmente se ha reconstituido. Los últimos planteamientos sobre las contribuciones americanas a la vidriería han recuperado el papel que tuvieron diferentes hombres y mujeres de origen europeo, americano y africano en la evolución de la ciencia y técnica del vidrio en el estricto ámbito de la Monarquía Hispánica. Esta visión ha contribuido a ampliar la noción ampliamente difundida hasta entonces de que los virrei na tos americanos habían disfrutado de una posición periférica en la historia del vidrio moderno.1 Igualmente, ha refutado que se trataba de un oficio de hombres, fundamentalmente de españoles y criollos que habrían perpetuado sus fórmulas de vidrio en el estricto entorno familiar para seguir controlando el sector, tal como sucedía en Europa.2 No obstante, el papel desempeñado por Filipinas en ese proceso es un aspecto aún poco conocido.
El presente trabajo busca contribuir a una visión más equilibra da de esos procesos, lanzando una mirada sobre Filipinas para desarrollar dos ejes de análisis que tratan de situar a las islas en los estudios de vidriería. Por un lado, examina los indicios sobre la importación y (re)exportación de vidrios desde la zona. Al indagar sobre las demandas locales y las redes de abastecimiento de estos productos intenta identificar los cambios que ocurrieron en las dinámicas de consumo y comercio impuestas por el gobierno colonial. Por otro lado, señala el paso de algunos vidrieros por Filipinas para explorar la posibilidad de que protagonizaran una producción local, aunque de manera puntual, y abrir nuevas vías de investigación. Se interesa par ticu lar men te por determinar el origen de esas personas, así como la naturaleza y finalidad de esas iniciativas, para destacar la contribución e impacto de diferentes colectivos de la sociedad colonial al desarrollo de la técnica del vidrio. Más que respuestas, en este campo el artículo plantea diversas cuestiones sobre las que seguir indagando.
Las redes de comercio de productos de vidrio a partir de filipinas
Las importaciones
Al contrario de lo que sucedió en América, en Filipinas el vidrio no fue una introducción europea, sino que se venía consumiendo desde época anterior. A pesar de eso, todo parece indicar que no existían hornos o talleres de vidrio en las islas y que los productos hechos en este material llegaban por medio del comercio con el exterior. Ana Ruiz Gutiérrez refiere que esas relaciones se remontan al siglo XIII, aludiendo al manuscrito chino Chu-Fan-Chih, en el que se hace alusión expresa a las “porcelanas, oro comercial, ánforas de hierro para perfumes, plomo, vidrio, cuentas de colores y agujas de hierro”3 que sus comerciantes conducían a la isla de Luzón.4 Manuel Ollé sostiene que ese negocio era incluso anterior y que desde la dinastía Song 宋代 (960-1127) se importaban vidrios pintados y abalorios.5 Las excavaciones arqueológicas realizadas en la zona corroboran este dato. En la localidad de Bubulungun, por ejemplo, se han recuperado algunas cuentas que se consideraron una posible producción de Quanzhou, situada en la actual provincia de Fujian. Por entonces el vidrio se producía también en otras zonas de China, como Guangzhou (Cantón, provincia de Cantón) y Sozhou (provincia de Jiangsu), donde se especializaron en la manufactura de abalorios.6
La colonización española de la zona provocó cambios significativos, pero el comercio de vidrio con China se mantuvo, aunque con ligeras adaptaciones. A inicios del siglo XVII, el funcionario real Antonio de Morga (1559-1636) informaba:
De ordinario vienen de la gran China a Manila mucha cantidad de somas y juncos (que son navíos grandes), cargados de mercaderías, y cada año suelen venir treinta, y otras veces cuarenta navíos […]. Son de las provincias de Cantón, Chincheo y Ucheo, de donde salen. […] Estos navíos vienen cargados de mercaderías […] y las que comúnmente traen y se venden a los españoles son: […] Damasco y gorvaran [gorgorán] de matices, sobremesas, almohadas, alfombras, jaeces de caballos de lo mismo y de abalorio y aljófar. Algunas perlas y rubíes, y zafiros y piedras de cristal. […] Mucho hilo delgado de todo género, agujas, antojos [anteojos] […] tacley7que es abalorio de todo género, y cornerinas8[cornalinas] ensartadas, y otras cuentas y piedras de todos colores.9
A partir del relato de Morga se sabe que los vidrios llegaban a Manila en los barcos chinos que procedían de Cantón (Guangzhou), Chincheo (Quangzhou) y Ucheo (Fuzhou), pero los centros de producción podrían estar situados a varios kilómetros de distancia. Lo más probable es que esos comerciantes los adquirieran en el mercado interno, de los artífices que hacían cuentas en Boshan (barrio de Zibo, provincia de Shandong), y posteriormente en las oficinas de vidrio de Beijing (Pekín). En 1680 el jesuita alemán Ferdinand Verbiest dirigió el taller imperial de K’ang-hsi, donde se produjo el designado “vidrio de Pekín” y, según algunos investigadores, dicho emperador habría fundado un total de 27 talleres en la ciudad.10 Las habilidades del religioso en la matemática y en la astronomía sugieren que su objetivo sería fabricar lentes para la producción de instrumentos ópticos,11 tal como lo haría después el jesuita alemán Bernhard Kilian Stumpf (1712-1720) y después el jesuita J. B. Graveray (1719-1722), quien se dedicó específicamente a producir en el mismo taller el púrpura de Cassius, utilizado en los vidriados rojos rubí de la porcelana. Estos datos sugieren la existencia de permanentes flujos de especialistas europeos en China que necesariamente influyeron en las manufacturas locales, par ticu lar men te en la producción de lentes. Del mismo modo, esos religiosos podrían haber contribuido a la circulación de las fórmu las de vidrio asiáticas en Europa y sería interesante investigar su correspondencia.
La ubicación de los principales centros vidrieros chinos se reconfiguró en la Edad Moderna bajo la influencia de los europeos. Su presencia en China posibilitó la introducción de las últimas técnicas desarrolladas en el continente, en particular las del vidrio veneciano, aunque seguramente se transformaron en la interacción con las técnicas autóctonas y la experiencia local. De igual modo, la emergencia de importantes zonas portuarias vincu la das al comercio con Europa y la mayor o menor capacidad de conectarse con esos nudos habrá influido en el crecimiento o decadencia de determinados centros productores chinos. En todo caso, el relato de Antonio de Morga pone en evidencia cómo la producción se transformó para responder a las nuevas demandas del consumo. En Filipinas, las transacciones de vidrios pasaron a incluir anteojos y jaeces de caballo decorados con cuentas, que se sumaron a los abalorios, cornalinas y cuentas de todos los colores que aparecen en los contextos arqueológicos anteriores a la colonización a los que ya se aludió y que pasaron a comprar también los españoles.
Además de los chinos, existieron otras comunidades de comerciantes que acudieron puntualmente a Manila y que pudieron introducir vidrios producidos en otros lugares. En ese ámbito merece la pena destacar a los portugueses, cuyos lazos fueron especialmente estrechos durante el periodo de la Unión de Coronas y que se mantuvieron a lo largo de varias décadas después. Sus contactos privilegiados con las ciudades for tale za establecidas a lo largo de la costa de la India los pusieron en contacto con las rutas de comercio de abalorios de manufactura local. Lejos de entrar en decadencia, durante la Época Moderna su producción se potencializó con la llegada de comerciantes portugueses, quienes se acoplaron a las dinámicas locales para seguir ofreciendo los productos tradicionalmente más demandados en cada uno de sus interpuestos comerciales. Todo ello provocaría un aumento de la demanda y consecuentemente de la producción, además de una relocalización de los centros de distribución. Así, mientras Papanaidupet y Arikamedu se asumen definitivamente como importantes centros de producción, São Tomé (Madras) y Negapattinam pasan a desempeñar la función de centros distribuidores de esos objetos en los océanos Índico y Pacífico.12 No obstante estas circunstancias del comercio mundial, que colocaron los abalorios en el centro de las redes de circulación con Asia y África, en India existieron otras manufacturas de vidrio. A finales del siglo XVI, el emperador Akbar (1556-1605) apoyó directamente el desarrollo del sector, particularmente en Bihar y Alwar. Así, durante el periodo Mogol (1526-1858) se fabricaron tazas, botellas, rociadores y pipas de agua hechas de un vidrio muy ligero y colorido, aunque con muchas impurezas que aparentemente no lograron penetrar en el comercio de exportación.13
Paralelamente a los vidrios asiáticos, se usaron en Filipinas algunos ejemplares europeos que incluyeron piezas tan particulares como unas cuentas benditas. Según el religioso dominico Diego Francisco Aduarte, el pontífice de Roma le regaló unas de esas piezas al padre fray Iban Crisóstomo para que las entregara al convento de Manila, siguiendo una práctica corriente de asociar estos objetos con las indulgencias:
Como el padre fray Ivan Crisostono fue a Roma y lo que alli negocio: […] hallava el Padre Fray Ivan tan benevolo al pontifice, que le pidió la misma cofirmacion en forma de breve, y èl se la consedió, y esta el breve en nuestro Convento de Manila, y con el otro vive vocis oraculo del mismo Pontifice, en que concede à esta Provincia todas las gracias, favores, pribilegios, inmunidades, exempciones, y comodidades concesidas à las Provincias de Mexico, y Chiapas: diòle tambien muchas, y muy singulares Relíquias de aquella Santa Ciudad, autorizadas con su Breve Apostolico, que con mucha decencia están en el Capitulo del dicho Convento, y otro breve, en que le concede muchas Indulgencias, à los que las visitaren, y otro vivae vocis oraculo para otras gracias, Indulgencias, y cuentas benditas, que diò al Padre Fray Ivan.14
En otras ocasiones, el vidrio aparece como arma de muerte, no afilado sino molido y dado a ingerir. Aunque se registren varios episodios de este tipo, la primera noticia de que hay constancia tuvo lugar a inicios de la centuria. En 1617, el comisario de Manila, fray Francisco de Herrera, escribió una carta contando que fray Vicente de Sepúlveda, provincial de los agustinos, había amanecido ahogado por sus compañeros, después de que lo intentaran asesinar dándole a ingerir hierbas y vidrio molido. Ésta pudo ser una evidencia de que no sería difícil encontrar el producto en las islas. El polvo de vidrio se obtendría a partir de vidrios rotos triturados o, eventualmente, comprándolo a los ceramistas que producían loza vidriada y porcelana.
Las (re)exportaciones asiáticas y americanas
Una parte de los vidrios que llegaban a Filipinas se destinaba al consumo local, así de las poblaciones nativas como española, pero otra parte ingresaba en las redes de comercio con el exterior. En ese ámbito, las islas actuaron como nudo a partir del cual se importaron vidrios de manufactura asiática y europea para después reexportarlos a otras zonas de Asia y América.
Uno de los ejes de circulación asiática identificado hasta el momento fue Japón. Según el historiador Ubaldo Iaccarino, los intercambios comerciales entre ambas regiones durante el siglo XVI incluyeron cierto tipo de vidrios.15 Para ello se basa en el relato de Antonio de Morga, publicado inicialmente en 1609:
De Xapón vienen asimismo cada año del puerto de Nagasaque, con los nortes de fin de otubre y por el mes de marzo, algunos navíos de mercaderes xapones y portugueses que entran y surgen en Manila […]. Vuelven a Japón estos navíos en tiempo de vendavales, por los meses de junio y julio. Llevan de Manila sus empleos hechos en seda cruda de la China, en oro y en cueros de venado, y en palo brasil para sus tintas. Y llevan miel, cera labrada, vino de palmas y de Castilla, gatos de algalia, tibores para guardar su cha [té], vidros, paño y otras curiosidades de España.16
La curiosidad e interés que despertaron los vidrios europeos condujeron a que Catarina Simões sostenga que este material fue uno de los elementos que participaron en la conformación del “exótico europeo” para los nipones, especialmente los ejemplares de origen veneciano y las gafas.17 No obstante, es bastante cuestionable que ellos identificaran el vidrio como un objeto significativo de la identidad europea y propio de esos “otros” que percibían por primera vez. Por el contrario, al representar a los “bárbaros del sur” o namban jin en la pintura sobre biombos los aspectos más destacados de su silueta son las ropas negras, sombreros altos y, sobre todo, las largas narices sobre las cuales a veces reposan unas gafas. Si bien la idea planteada por Simões encuentra algún fundamento en el soporte iconográfico, ésta no considera que en Asia existieron importantes centros de producción anteriores a los primeros contactos entre japoneses y portugueses y no se trataba de un material novedoso que fácilmente se asociara al extranjero. Además, desde tiempos remotos en Japón se produjeron objetos de vidrio. Todo indica que las primeras creaciones se remontan al periodo Yayoi (ca. 250 a.C. a 250 d.C.), cuando se desarrolló una manufactura de cuentas a partir de vidrio importado de China, pero que empezó a decaer en el siglo XI hasta desaparecer totalmente en el XIII. Asimismo, se mantuvo una producción de vidrio a lo largo del periodo Edo (1603-1868) con una fórmula química muy similar a la del vidrio de Pekín, en cuyos talleres imperiales llegaron a trabajar vidrieros europeos desde las últimas décadas del siglo XVII.18
En suma, las manufacturas europeas circularon a la par que las producciones locales hasta que Japón cerró sus puertos al comercio con los portugueses (1624) y prohibió definitivamente el trato con Filipinas (1633) en la secuencia de una serie de medidas conocidas como sakoku. Si bien no se comparte la idea de que los vidrios europeos fueran percibidos como una de las particularidades estéticas de los europeos para los japoneses, es innegable que estos objetos disfrutaron de cierto prestigio. Eso justifica que se incorporaran a los regalos llevados por las sucesivas embajadas españolas que se dirigieron allí para lograr el favor de los gobernantes, como constata Andrés Pérez Riobó al indagar en la diplomacia de los regalos.19 La importancia que adquirieron en este contexto justificó que se invirtieran grandes sumas de dinero en la adquisición de dichos presentes, de tal manera que llegaron a despertar la preocupación de Felipe III por los gastos que supuso su compra.20 Así, en 1611, Sebastián Vizcaíno le ofreció a Hidetada, en Edo, varias menudencias de vidrio, pero el embajador del virrey de la Nueva España constató que estos objetos no tenían allí el mismo éxito que habían disfrutado en otros lugares de la colonización europea. Tras haber encontrado gran dificultad para vender los vidrios que llevaba, sostiene que deberían excluirse del comercio hispano-japonés.21 Quizá por ese motivo, en 1615, los regalos enviados incluyeron 100 vidrieras, vidrios de Barcelona y Venecia que en Europa disfrutaban de gran consideración y eran consumidos particularmente por las élites. Esta opción marca una diferencia considerable respecto a las dinámicas precedentes en el intercambio de vidrios con otros pueblos, en las que habían predominado baratijas como las cuentas y alhajas de vidrio.
Si bien no existen evidencias concluyentes de la exportación de vidrios de manufactura americana hacia Asia, hay varios indi cios de que esos movimientos ocurrieron en sentido inverso, desde Filipinas hacia Nueva España. Los vestigios materiales de ese tráfico se han recuperado en el transcurso de intervenciones arqueológicas en contextos subacuáticos en los que se recobraron grandes cantidades de cuentas de vidrio que pertenecerían a la carga destinada al comercio. Se podría mencionar, por ejemplo, el galeón Santa Margarita, naufragado en 1601 en la isla de Rota, o el galeón Nuestra Señora de la Concepción, que en 1638 se hundió junto a Saipán. En el primer caso, el navío afrontó un gran temporal que le hizo perder el rumbo durante varios meses, causando la muerte de mucha gente y la pérdida de mercancías. Al llegar a la isla de Rota, fue saqueado por los aborígenes antes de que se hundiera la embarcación. Por eso se entiende que las cuentas del naufragio carecían de valor para esas personas o no despertaron su interés:
La capitana, Santa Margarita, muerto el general y la mayor parte de la gente, arribó a las Islas de Los Ladrones y surgió en la Zarpana, donde los naturales que llegaron a bordo y vieron la nao tan sola y destrozada, entraron dentro y se apoderaron della, y de la ropa y hacienda que la nao tenía. Y la poca gente que en ella iba en ella viva la llevaron consigo a sus poblaciones, y algunos mataron, y otros los tuvieron en diversos pueblos, sustentándolos y haciéndoles mejor tratamiento. Las cadenas de oro y demás cosas de la nao, traían los indios al cuello y colgaban de los árboles, y metieron en sus casas como gente que no lo conocía.22
Hasta el momento no se han realizado estudios que permitan identificar el local de producción de estos vidrios, pero todo indica que la mayoría serían manufacturas chinas. Éstas aparecen en excavaciones norteamericanas, realizadas en terri to rios que en el siglo XVII pertenecieron a la administración del virreinato. Ahí las cuentas chinas constituyeron una de las herra mien tas de la evangelización, para mantener satisfechas a las comunidades indígenas que las apreciaban como curiosidades novedosas o para ensartarlas en rosarios.23
El comercio de abalorios desde Manila a Nueva España pervivió hasta finales del siglo XVIII, aunque eventualmente con periodos de menor demanda u oferta y que se materializaron en envíos irregulares.24 Entre los años de 1736 y 1737 se realizó un listado con el “abaluo general de los generos que anualmente embarca aquel comercio”, con algunos objetos de vidrio, tales como “Anteojos de vidrios” que valían cuatro pesos el millar y los “Botones de christal a un peso y quatro tomines el ciento”.25 Los abalorios surgen ya en 1785 cuando se describen los “Generos y demas efectos que por un quinquenio ha de remitir el comercio a la Nueva España”. Por entonces los “Abalorios de China” valían diez pesos el pico, los “Anillos de calain dorados con sus piedrecitas falsas” valían un peso “el ciento” y los “Anteojos con sus cajitas de Laca á medio real uno”.26 Sólo se vuelve a hacer nueva evaluación de precios en 1789. En ese momento los “Picos de Abalorios de china” subieron su valor a 12 pesos y los “Anillos de Calain dorados con su piedrecita falsa el ciento en un peso”.27 Unos años después, en 1791, su precio cayó considerablemente y los “Picos de Abalorios de China” se vendían a dos pesos,28 subiendo de nuevo en 1796 para diez pesos el pico cuando viajó a Acapulco la nao San Andrés.29
Los abalorios asiáticos pudieron llegar también bordados sobre tejidos para el consumo de las élites, especialmente en el terciopelo, como los “nueve pares de trios de terciopelo bordados de abalorio negro” remitidos de Filipinas en la nao Espirito Santo, en el año de 1603, por don Diego de Çamundio.30 La tela referida tenía alta estima entre la sociedad novohispana como símbolo de estatus, pese a su incomodidad en climas calientes. Se ha encontrado también la referencia a “Una caxuela de tortuga Pequeña y dentro un rrosario de granates de china engarzado en plata con una y mas en de oro pequeño y dos Rosarios de coyoles31 engastados el uno en plata”, en el inventario de los bienes que quedaron de Doña Marina, hecho en 1611.32 Es posible que el término “granates de china” aludiera a cuentas de vidrio rojas que también se conocieron por ese nombre.
Además de las cuentas, existen evidencias de un comercio de otros vidrios asiáticos con destino a América desde el siglo XVI que en la documentación aduanera aparecen registrados con el adjetivo “chino” que aludía genéricamente a los productos hechos en cualquier parte de Asia, cuando su origen específico no influía en las tasas practicadas o en la consideración de calidad o prestigio del producto.
Una de las referencias más antiguas consta en el listado de mercancías de China que entraron en poder de Diego Rodríguez de Torres a finales del siglo XVI. Por entonces, el escribano mayor de la gobernación de las islas Filipinas, Gaspar de Acebo, envió a México en la nao San Felipe y en otras naos anteriores unas redomas de algalia que se vendieron a diferentes personas y precios.33 Se trata de una vasija de vidrio, con un fondo ancho que va estrechándose hacia la boca y que en su interior contendría la algalia empleada en la confección de perfumes.
A lo largo del siglo XVII se reexportaron igualmente objetos de vidrio, dicho “de China”, para cocinar o servir a la mesa. En Nueva España las redomas, que son vasijas de cuello estrecho, pasaron a ocupar un lugar destacado entre el ajuar, apareciendo frecuentemente en los inventarios de bienes, como queda de manifiesto en el estudio centrado en Colima conducido por Paulina Machuca y que nos sirve de muestra para entender la dimensión de su difusión entre los demás bienes.34 Las limetas, unas botellas de vientre ancho pero corto y cuello largo, fueron algo más escasas. En la Nueva España se ha identificado uno de estos objetos entre los bienes del ventero Pedro de Morales, en San Juan de los Llanos.35 En el Perú, el platero Hipólito de Céspedes tenía también, en el año de 1779, “una limeta de China de más de una tercia” junto con “dos platillos de china” y “dos tacitas de china”, así como “limetillas de vidrio de Yca”, una región que por entonces se asumió como un importante centro productor de vidrio asociado al sector vitivinícola.36 Esta noticia confirma que existió un comercio de vidrios asiáticos a lo largo del periodo virreinal que alcanzó, al menos de manera puntual, las diversas regiones americanas bajo el dominio español. En este caso específico, esas piezas se complementaron con otras hechas en Perú para conformar el escenario material de ostentación personal.
Como ya señaló antes Gustavo Curiel, otro de los objetos de China que circularon por medio del Galeón de Manila fueron los “juguetes de vidrio”.37 Esta palabra se utilizó simultáneamente para referirse a un conjunto de piezas, como se ha tenido ocasión de comprobar en documentos en los que se discriminaron los objetos que lo conformaban,38 pero igualmente a piezas concebidas para juegos de niños. De esos ejemplares se ha localizado una referencia en Perú, a mediados del siglo XVIII. Se trata del inventario de bienes del general Domingo de Unamusaga, en el que consta “una petaquilla de las de Ylo con chismes de vidrio o corazoncitos para juguetes de niños”.39
Si bien la referencia a los vidrios chinos predomina entre los objetos de este material que constan entre las mercancías del Galeón con destino a Acapulco y en los inventarios de bienes en los virreinatos americanos, la mayoría de los ejemplares asiáticos aluden a un origen también chino; existieron piezas excepcionales. El valor comercial o artístico de un frasco de vidrio de Japón que, en 1732, tenía Domingo José Suárez en Santiago de Guatemala, justifica la necesidad de hacerlo explícito y distinguirlo de los demás vidrios, pero las rutas por las que circuló hasta llegar allí son difíciles de reconstituir sin conocer detalladamente la vida de este hombre.40
Las manufacturas locales
En el mismo año de 1609, en que se publicaba el diario de Antonio de Morga informando sobre los varios objetos de vidrio que transportaban los juncos chinos hacia Manila, durante el periodo en que vivió allí (1593-1603),41 el procurador general de las islas recibía finalmente una respuesta positiva a los sucesivos pedidos sometidos al rey, desde 1607, para que le autorizara viajar con un vidriero.42
Se trataba de don Hernando de los Ríos Coronel (ca. 1559-ca. 1621), quien había pasado por primera vez a Filipinas en 1588, en condición de soldado. Impresionado con sus conocimientos en matemáticas y astronomía, el gobernador le ofreció el cargo de oficial de la Real Hacienda que él rechazó para dedicarse al sacerdocio. Eso no le impidió participar en la expedición que organizó Gómez Pérez das Mariñas (1539-1593) a Terrenate, en la que éste fallecería, ni tampoco de colaborar en el viaje que promovió su hijo Luis Pérez das Mariñas (ca. 1567-1603) a Camboya en 1598 y que terminó en Cantón debido a problemas con la nave. Después de esas exploraciones regresó a España ya con el título de procurador general, volviendo de nuevo a Manila en 1611. Durante esos años realizó varios escritos de carácter científico, así como algunas invenciones, de las cuales cabe destacar un nuevo modelo de astrolabio que, para funcionar, requeriría de unas lentes de aumento hechas en vidrio.
La biografía de este hombre permite entender mejor que, nada más ser nombrado procurador, moviera su influencia para que le autorizaran pasar a las islas con un vidriero. El motivo señalado fue que ni en esas islas ni en China existían personas que dominaran el oficio y que los vidrios utilizados en Manila venían todos de Nueva España.43 Hoy se sabe que esta información no era del todo correcta y se puede sospechar que el procurador era consciente de ello porque tuvo ocasión de ver los mismos barcos chinos señalados por Morga, aunque seguramente los vidrios que traían no eran del tipo que le interesaban. Independientemente de la intencionalidad de las palabras elegidas por el procurador, el argumento que presentó ante el monarca demuestra que los ejemplares de “vidrio de la China” que circulaban en Filipinas y América todavía no habían alcanzado la península Ibérica de manera sistemática, puesto que no se cuestiona su veracidad. Por eso, o por la importancia de sus investigaciones para la Corona, las autoridades metropolitanas decidieron atender las demandas de Hernando de los Ríos Coronel.
El Decreto Real que autorizó el traslado de un vidriero se publicó en 1609 y, para eso, el procurador contrató al sevillano Alonso de la Torre. El proceso tardó algún tiempo porque la Casa de la Contratación necesitó realizar las acostumbradas averiguaciones acerca de la limpieza de sangre y determinar si efectivamente la persona indicada era maestro diestro en el oficio. En 1610 se deliberó en favor del especialista, concediéndole permiso para viajar en cualquier navío que saliera de Cádiz, acompañado de su mujer e hijo, conforme lo solicitado previamente por el procurador.44 Todos los testigos llamados a declarar sobre el implicado afirmaron que “Alonso de la Torre era natural de Sevilla, hijo de Víctor de la Torre e Isabel del Sallo, y que tenía por entonces 28 años. Su esposa era Ana de Masera, hija de Sebastián Rodríguez y Juana Fernandes, de edad de 26 años, con quien había contraído matrimonio católico y de quien tuvo un hijo”. Se trataba de Antonio, que por su poca edad se describe como niño de pecho.45 Ésta es la noticia más antigua del traslado de un vidriero europeo a Filipinas de que se tiene conocimiento. Él era de Andalucía y no de Italia, como sugiere John Crossley, quien confunde su origen con la del relojero, cuyos servicios fueron también solicitados por el procurador en la misma petición dirigida al rey.46 Finalmente, el viaje del vidriero fue autorizado con la condición expresa de que sirviera al funcionario.
No se sabe exactamente la especialidad en que trabajaba Alonso de la Torre, o la finalidad que pretendía dar Hernández de los Ríos a sus obras. La demanda particular de sus servicios sugiere que la petición correspondió a una inquietud personal más que a un deseo de promover el sector en las islas, con objetivos económicos. Su asociación con el relojero puede indicar que él tendría la intención de que ambos especialistas trabajaran juntos para hacer relojes. Además de esos objetos, la curiosidad del procurador por diferentes cuestiones de la ciencia ya ampliamente trabajada por John Crossley,47 pudo demandar la producción de otro tipo de piezas. El pedido para el traslado de unos libros de estudio y diferentes instrumentos de navegación sugiere que se emplearon los conocimientos de Alonso de la Torre para hacer lentes de vidrio y aplicarlos en artilugios para la navegación y observación del cielo mediante los cuales seguir practicando experimentos y alimentar su curiosidad científica.48
Se desconoce qué pasó con este vidriero después de que el procurador abandonara las islas y si tuvo ocasión de crear allí un taller o formar otros vidrieros que pudieran darle seguimiento. Después de Alonso de la Torre sólo se tiene conocimiento del paso por esas islas del vidriero Andrés de Monroy. Se sabe que llegó a Filipinas desde Nueva España alrededor del año de 1700, pero regresó poco tiempo después, en 1702. Durante ese corto periodo de no más de dos años frecuentó el puerto de Cavite y pudo haberse dedicado a la vidriería, pero no hay pruebas de que se ganara la vida ejerciendo esa actividad. En efecto, en 1706 fue testigo de un matrimonio en México, cuando tenía 29 años y se declaró que era
[…] esp[añol] Vecino desta Ciud[a]d [de México] de oficio Bidriero que no lo exerce y vive en la Calle del hosp[ita]l del amor de dios Casas de N.n Fran[cisc]o de Orduña”. Además, dijo que “conoce a Nicolas Eugenio de Guevara conthenido en el que se presenta de seis años asta [a esta] parte le comenzo a conocer en esta ciud[a]d, despues en el Puerto de Cabite, y en Philipinas de donde abra [sic., habrá] unos quatro á [sic., hace] bolbieren juntos, haviendo todo antes que llegase a Manila quatro años primero que el q[u]e lo presenta y sabe es soltero […].49
Además de los vidrieros de origen europeo que pasaron o trabajaron en las Filipinas, hay indicios que sugieren que un artífice de origen chino realizó labores de vidrio en la zona con la técnica conocida en inglés como lampwork. En España, este arte aparece recogido en la documentación con la expresión “trabajar a la luz”, en oposición a los vidrieros que lo hacían “al horno”50 o aún como “abalorista”.51 En la Nueva España se ha encontrado también el uso de los términos candilero y vidriero de candil para referirse a los profesionales que utilizaban el calor de un candil para calentar barras de vidrio previamente producidas al horno y modelar así pequeñas formas, por lo general cuentas, perlas y botones.52
Esta hipótesis se basa en un informe realizado en 1606 por el fiscal Rodrigo Díaz de Guiral sobre la organización de la plaza del Parián de Manila, donde residía temporalmente la comunidad de chinos y sangleyes que abastecían el comercio del Galeón.53 En ese censo se describen las tiendas y habitaciones altas que formaban el Parián, siguiendo el orden de sus cuadras e indicando los oficios que ahí se practicaban. La mayoría de las casas pertenecía a un pequeño número de individuos de nombre castellano o mestizo, como el de Fabián Ysin. El trabajo de Manuel Ollé sobre la interacción y el conflicto generado en el seno de esa comunidad se ha dedicado a averiguar la propiedad de estos establecimientos, determinando que eran los hombres con fuertes vínculos con la comunidad española quienes alquilaban esos locales a otras personas de nombre plenamente asiático, algunos señalados como sangleyes y de los cuales sólo una pequeña parte era cristiana.54
A pesar de la importancia del referido trabajo, el autor no ha ahondado en las actividades desempeñadas en ese lugar. Al volver sobre el documento, se ha comprobado que la mayoría de los cuartos del Parián estaban ocupados por mercaderes, bodegoneros, algunos mercachifles y un tendero, que negociarían esencialmente con ropa. De hecho, según las descripciones del fiscal, algunas de esas habitaciones vacías y sin alquilar conservaban aún algunas ropas dejadas atrás por aquellos que habían rentado esos espacios durante la feria anterior.
La presencia de artífices es bastante más escasa y muchos de ellos se dedicaban a la confección de ropas, encontrándose varios establecimientos ocupados por sastres, algún tejedor, sombrereros y zapateros. Los demás eran esencialmente loceros, to neleros y carpinteros que pudieron producir objetos utilitarios o diferentes contenedores para transportar las mercancías en las mejores condiciones de afrontar el viaje a través del Pacífico. Para guardar los líquidos conducidos a América hicieron falta barricas y tinajas, pero también cajas de madera para acondicionar las piezas más frágiles, como las porcelanas, los tejidos más delicados y eventualmente algunas piezas de vidrio.55 El ramo alimentario estuvo representado en la figura de algunos panaderos y se podían encontrar aún en el mercado un librero y un médico que prestaría sus auxilios a la comunidad de sangleyes.
El único oficio asociado a la producción de vidrio era el de candilero. Aunque se pudiera nombrar así también a un productor de candiles, la presencia de un gran número de carpinteros instalados en la misma cuadra y el peligro de incendio que supondría fundir metales a altas temperaturas en ese lugar hace inviable que se instalara allí un horno. Por ese motivo se sostiene que el candilero en cuestión se dedicaba a las labores del vidrio, seguramente con barras de vidrio importadas o adquiridas a otros profesionales que con el tiempo desarrollaran trabajos al horno en las inmediaciones. De momento, todo lo que se sabe es que la “tienda en que esta [está] Secque, candelero paga a Lingou este año treinta pesos por el tiempo de la dicha feria”.56 Durante el resto del año la tienda, que se localizaba en la séptima cuadra del Parián, estaría vacía y no existía entonces en ese lugar un taller permanente en el que se desarrollara una producción continuada para el consumo local. Su presencia se justificaba sólo por el periodo de la feria y sus productos se harían de acuerdo con las últimas demandas y pedidos que llegaban desde América.
De haberse establecido algún vidriero extranjero de origen asiático en Filipinas, lo más probable es que trabajara en los alrededores, lejos del mercado y de las áreas residenciales donde con facilidad podría provocar grandes incendios.
Conclusiones
El panorama descrito expresa el escaso interés de la Corona en trasladar especialistas e impulsar algunas actividades artesanales en Filipinas, tal como lo había hecho durante los primeros años del poblamiento de la Nueva España y de otras partes de América. A pesar de eso hubo espacio para iniciativas puntuales, autorizándose el establecimiento de vidrieros europeos en la región, sin que eso se enmarcara en una verdadera estrategia económica que pretendiera la autonomía de las islas en el abastecimiento de vidrio.
El caso de Alonso de la Torre demuestra que esos impulsos surgieron desde las autoridades locales y que, al menos una parte del vidrio que se produjo en Filipinas se basó en las técnicas sevillanas. Pero el impacto de las labores de este vidriero en las islas fue aparentemente reducido, puesto que no se encontraron más evidencias de una producción local. Su paso no se tradujo en la formación de mano de obra indígena que pudiera dar continuidad a sus labores y tampoco atrajo a otros especialistas europeos.
Por otra parte, la Corona consintió que algunos artífices chinos implementaran sus talleres en Manila. Ellos pudieron complementar la actividad de los mercaderes haciendo piezas más adaptadas al gusto de aquellos que les hacían encargos desde el otro lado del Pacífico y vendiéndolas a los “españoles” que participaban en el negocio del galeón.57 La mayoría de ellos desempeñó su oficio apenas durante el tiempo de la feria y raras veces se establecieron de manera definitiva, comprando el inmueble y pagando el tributo a la ciudad. Eso es aún más evidente en los sectores relacionados directamente con la producción de vidrio, ya que, al contrario de lo que sucedía con la ropa y textiles, los candileros no tuvieron un peso importante dentro del Parián en 1606 y es posible que se mantuviera la misma tendencia en los años subsecuentes.
Si el modelo de explotación económico de Filipinas se basó esencialmente en la intermediación comercial y relegó en un segundo plano a las actividades manufactureras, su fuerte vocación comercial no fue determinante para situar la vidriería en una posición rudimentaria. ¿Por qué motivo no se llegó entonces a desarrollar una producción vidriera en las islas Filipinas que disfrutara de alguna expresión?
Uno de los elementos que más ha condicionado la localización de los talleres de vidrio ha sido precisamente la disponibilidad de madera para alimentar los hornos o la escasez de materias primas. No obstante, los componentes de las fórmulas de vidrio son prácticamente los mismos que empleaban los “loceros” del Parián para hacer porcelana y loza vidriada.58 De tal modo estas actividades son complementarias que en la Nueva España el gremio de loceros se unió al de vidrieros en las ciudades de Puebla y de México, siguiendo la misma tendencia de la corte de Madrid.59 En China se mantuvo esta asociación y, durante el siglo XVIII, el jesuita J. B. Graveray (1719-1722) se dedicó a hacer en los talleres de vidrio de Pekín el púrpura de Cassius utilizado en los “vidriados” rojos rubí de la porcelana.60 Las dinámicas señaladas se podrían haber trasladado a Filipinas, bajo la influencia de las últimas tendencias en la organización gremial dentro del Imperio español, o incluso por vía del influjo chino. En ese contexto, sería expectable que la actividad de los loceros del Parián impulsara la vidriería local, pero cabe la posibilidad de que esos especialistas realizaran todas las fases de producción, haciendo el polvo de vidrio utilizado en el acabado de lozas y porcelanas, o que lo importaran. En 1686, este ingrediente fue el gran protagonista de un alzamiento contra los sangleyes panaderos, acusados de mezclarlo entre la masa del pan y así querer matar a algunos “españoles”.61 Mas allá de los intereses y oposiciones que estuvieron en la base del conflicto, el episodio demuestra que se podría acceder fácilmente a este subproducto.
La relativa permisibilidad de la Corona para la instalación de vidrieros en Manila, así como la disponibilidad de materias primas en el mercado interasiático, requieren plantear que esta práctica se debía sobre todo a las condiciones y restricciones impuestas por el emperador chino a la emigración de especialistas. Una medida con la que pretendía garantizar el monopolio de sus talleres y mercaderes, tal como lo hacían los principales centros vidrieros en Europa, como Venecia.
Otro de los factores que pudo haber influido son las expectativas de venta que se les ofrecían. Como se ha visto, siempre que el interés de artífices y la demanda española fueron favorables, se implementaron talleres textiles y hornos de loza que ocuparon una gran área del Parián y que coincidentemente fueron las principales exportaciones filipinas. ¿Por qué no lo hicieron también los vidrieros si esas piezas tenían gran consumo en la Nueva España y se llegaron a reexportar?
En lo que concierne a las perspectivas de negocio, los vidrios se emplearon en diferentes ámbitos de la vida cotidiana y, aunque en Filipinas fuera más común cubrir las ventanas con la concha de capiz que con vidrios planos, el decoro exigido generaba la demanda de otro tipo de vidrios para el ajuar de las casas e iglesias, para formar joyas y relicarios, además de instrumentos de precisión y recipientes de botica que demandaron científicos y médicos. Seguramente, la dimensión del mercado de consumo interno y la facilidad de adquirir todo tipo de objetos en las redes de comercio interasiático, donde también circuló el vidrio, no serían muy alentadoras. Sin embargo, eso sucedía también respecto a la porcelana y existieron talleres de loza en el Parián. Se podría especular que las ambiciones de los miembros del Consulado de México actuaron entonces para mantener la dependencia de Manila en la adquisición de vidrio, lo que resulta inverosímil ante la ausencia de registros de un comercio desde Acapulco hacia Filipinas hasta el siglo XVIII, cuando se hacen envíos puntuales para el consumo de los hospitales.
Otro atractivo podría ser el mercado de reexportación, que de hecho llegó a absorber parte de las manufacturas chinas que se vendían en la ciudad y los productos de candilero que hizo sin grandes infraestructuras un hombre llamado Secque, en 1606, en el Parián de Manila. Si el número de candileros no fue muy elevado en las islas, fue porque sería más interesante para los chinos, por comodidad o rentabilidad, importar los vidrios trabajados a la luz que hacerlos ahí. Además, el transporte de pequeñas piezas de vidrio no requería los cuidados de acondicionamiento empleados en el comercio de otro tipo de objetos más elaborados, hechos al horno. De esas estructuras no se han recuperado actualmente noticias que incidan sobre el periodo de la colonización española en Filipinas hasta finales del siglo XIX, cuando el Estado español promovió la instalación de vidrieros en Manila, junto con otros oficios, mediante Real orden de 12 de febrero de 1863.62
Todo indica que el gran problema que afrontó la producción y comercio de vidrios en la zona fue su acondicionamiento debido a la existencia de una especie de “hormigas blancas” que entraban en los almacenes y depositaban su “baba” sobre las piezas de vidrio. De eso se queja el jesuita Juan José Delgado a inicios del siglo XVIII:
Sobre todas las especies de hormigas, que se encuentran en estas islas, y las más dañosas en todas partes son las que llaman los naturales anay. […] Rara es la casa o campo en todas estas islas donde no haya de estas hormigas […]. Es tan voraz este animalejo que ceba en todo cuanto encuentra, sea ropa, sea madera […]. Si entran en un almacén o bodega de fardos de ropa, en una noche la echan toda a perder, agujereándolos de banda a banda. Hasta la plata y el vidrio lo echan a perder, no porque lo traspasen y agujeree, sino por la babaza que les pegan, que no se quita fácilmente […]. Suelen poner debajo de los pies de los aparadores de la ropa en las bodegas unas vasijas con aceite para que no se suba el anay por ellos […].63
Tales circunstancias no impidieron que se desarrollara un próspero comercio de vidrio chino con América, como se ha demostrado, y no puede apuntarse como una de las causas de no haberse desarrollado una manufactura de vidrio local. Por todo ello, esta investigación preliminar plantea más preguntas que respuestas y trata de delinear posibles vías de investigación futura.