El reto historiográfico que se le plantea a cualquier historiador que busca realizar una biografía es que refleje la esencia del biografiado, es decir, que plasme sus huellas sobre la tierra en la época que le tocó vivir, que transmita el valor histórico de sus obras y sus ideas. En suma, que reproduzca el perfil de su humanidad (pero engarzada en comunidad y en sociedad) con sus luces y sus sombras. A este desafío tan imponente respondió Ricardo Pérez Montfort al actualizar biográficamente la figura del único estadista de nuestro siglo XX mexicano: Lázaro Cárdenas del Río.
Este primer volumen cuenta con una estructura a base de cuatro grandes apartados o capítulos: 1 Infancia y adolescencia. 2 Los años revolucionarios. 3 Los inicios de una formación política. 4 En el gobierno de Michoacán y en la antesala de la presidencia. Van acompañados, al principio, por una Introducción, y al final, por una Bibliografía (aunque ésta no incluye un listado de las fuentes de archivo consultadas) y un Índice onomástico, que se agradece mucho para la ubicación de numerosos personajes históricos que interactuaron en la vida de Lázaro Cárdenas. Además, al inicio de cada capítulo se aclaran los límites temporales de la etapa de que se trate en relación con el personaje central.
En esta obra biográfica los lectores encontrarán la secuencia histórica de una vida dedicada a la revolución y a la institucionalización del Estado posrevolucionario. Esto último no es poca cosa si consideramos que Cárdenas logró con creces establecer en lo interno un régimen (primero en Michoacán y después en todo el país) de cercanía con hombres y mujeres del pueblo (con tonos paternalistas), que por primera vez se sintieron escuchados en sus demandas agrarias, educativas, sociales, laborales, culturales, de salud, etc. Los alcances de sus reformas soberanistas fueron de tal magnitud que se propusieron, y en muchos casos lograron, la transformación de las viejas y anquilosadas estructuras en que descansaba la nación. México y sus grandes sectores de trabajadores del campo y la ciudad se activaron y movilizaron. La acción colectiva de las masas trabajadoras fue especialmente un gran incentivo para su concientización social.
Por su parte, Cárdenas mantuvo una visión nacionalista con determinaciones de izquierda, pero a la vez, en su carácter de jefe del Ejecutivo federal, refrendó siempre una postura vertical al ejercer el poder a la cabeza del Estado. En lo externo, poblaciones y naciones del mundo reconocen hasta hoy en día la autoridad moral y las decisiones políticas y diplomáticas de gran calado (en el marco de sus relaciones exteriores) que expresaron de distintas maneras cómo se condujo el hombre, el político y el estadista, para refrendar la soberanía nacional, y respetar y hacer respetar el derecho de las naciones a su autodeterminación y a una convivencia de paz mundial.
Pérez Montfort logra transmitir en su obra la sensibilidad social, la agencia y el carisma de que gozó Cárdenas, a pesar de su tez adusta y de sus pocas palabras al encarar tantas y tan diversas problemáticas. De tal manera, el niño Lázaro va tomando impulso a lo largo de las páginas del libro para trascender su querida matria, su espacio provinciano jiquilpense, al enfrascarse en su primera juventud en la lucha armada; con el transcurrir del fragor revolucionario el joven Cárdenas amasa un olfato político privilegiado para situarse en el bloque triunfador al lado de los sonorenses, y aprende, por supuesto, no sólo las lecciones de Plutarco Elías Calles, su maestro político, sino también las enseñanzas socializantes de su maestro ideológico, su paisano Francisco José Múgica Velázquez. Grata conjunción que realizó el devenir histórico al hermanar a dos grandes de la historia michoacana y de la historia mexicana: Múgica y Cárdenas, encarnados en la ronda de las generaciones que retaron y destruyeron al antiguo régimen porfirista, es decir, la cohorte bicípite de los revolucionarios y los revolucionados.
Es un acierto de Pérez Montfort haber destilado durante varios años su aspiración de construir esta biografía porque sus reflexiones y su oficio de historiador le dieron el rigor necesario para adentrarse en aguas procelosas y edificar al personaje. No es fácil, primero, encontrar, y después acomodar todas las piezas sueltas del rompecabezas de una vida; pero la experiencia a que nos conduce el giro biográfico es tan significativa y tan grata que actualmente la disciplina histórica (en el ámbito mundial) se entusiasma por emprender enfoques renovados que promuevan, atiendan y se decanten por incursionar en la biografía histórica. En esta tesitura, extrañamos un tanto que la obra de Pérez Montfort no hubiese discutido de manera más amplia sus argumentos, así como refrendado su postura en el marco de la historiografía biográfica contemporánea; es decir, haberse posicionado con más ahínco como un historiador biógrafo. Si acaso lo realiza de manera escueta al referirse a la propuesta del biógrafo inglés Richard Holmes, quien asume la complejidad que significa abarcar “la recreación de la textura cotidiana de una vida concreta” (p. 16). No en vano los grandes clásicos, como Plutarco o Thomas Carlyle,1 nos ofrecen elementos para hilvanar una noción biográfica que nos inspire para colocar en el centro a nuestro protagonista y a la vez mantener una línea de equilibrio entre la revelación de la especificidad de una vida insertada en el pasado, y el despliegue y la construcción, en el presente, de todos los contornos de su circunstancia y su tiempo histórico.
Al reivindicar el campo disciplinar biográfico impugnamos viejos resabios que persisten en la historiografía académica, y que tienen la intención de descalificar la validez y la revaloración de la construcción biográfica. Por tanto, el quehacer biográfico debe ser sostenido con argumentos como los expresados por Alexander Pereira Fernández, quien asevera que:
Ser biógrafo era algo así como ser un novelista frustrado o, como quien dice, un historiador de poca monta. “Esas son cosas de gente poco seria”, se decía a modo de burla entre los historiadores profesionales de aquí y allá. Sin embargo, la tentación por lo biográfico no dejó de persistir. Como si se tratase de un pecado irresistible, nunca faltó el historiador que sucumbiera al acto de biografiar. Tales han sido las filias y las fobias que ha despertado este género, que pese al menosprecio que soportó durante la última centuria, hoy está de regreso con una vitalidad que coloca a su práctica en el centro de las corrientes historiográficas más innovadoras.2
Ejemplo de esta renovación es este primer tomo de la pluma biográfica de Pérez Montfort, quien inicia su obra con la infancia y adolescencia de Lázaro y el entorno laboral, social y cultural en el que se desenvuelve su familia en el noroccidente michoacano; aborda seguidamente la actuación militar y revolucionaria del joven Cárdenas (en Michoacán, pero sobre todo en el norte del país) y el desarrollo de su personalidad política; todo ello enmarcado en una red de sociabilidades revolucionarias que lo van enfrentando a grandes retos políticos y militares (incluso físicamente siente muy de cerca el acecho de la muerte). A sus 33 años es un hombre con un liderazgo indiscutible al frente de su gubernatura en Michoacán, en cuyas entrañas desfasa entuertos sociales y empodera al pueblo con un programa vigoroso izquierdizante. Con mujeres y hombres michoacanos emprende el laboratorio de su proyecto social; cuenta para ello con una agencia efectiva personal cuya finalidad es organizar a los trabajadores con fines de redención social. Ese tramo de su vida -con grandes tensiones y conflictos, pero con una fe indiscutible en la Revolución- lo catapulta a las esferas políticas nacionales. Cárdenas entonces está listo para conducir a toda una nación. Entre 1913 y 1934 han transcurrido poco más de 20 años de su adolescencia, juventud y madurez; pero fueron décadas intensísimas en su experiencia política, militar y de acopio de pensamiento social, y en las cuales, además, aprendió a obedecer y a mostrar lealtad al bloque triunfante y, a la vez, a mandar y a ejercer el poder.
Pérez Montfort cierra este primer tomo justo “en la antesala de la presidencia”. Así, este libro -enmarcado en una historia sociopolítica- nos habla de cómo -en medio del movimiento revolucionario de 1910, y del periodo de institucionalización de los años veinte y principios de los treinta- México construyó a un estadista. Y a la vez, dialécticamente, cómo un hombre y su entramado social, económico y político enarbolaron un imaginario y un ideario con el propósito de dar un nuevo rumbo y nuevos bríos a un país azotado en sus entrañas por la persistente desigualdad, pobreza y miseria de las mayorías, prohijadas aún más en medio de la violencia revolucionaria.
Empero, la obra, en este primer volumen, no deja de manifestar la tensión constante con la que tuvo que batallar el biógrafo para mantener la centralidad del personaje a todo lo largo de su narrativa. Algunos pasajes son ejemplo de ello porque el telón de fondo, es decir, el marco de los acontecimientos históricos es de tal magnitud (nada menos que la revolución que transformó a todo un país), que se cuela intermitentemente obligando al autor a tener que ofrecer a los lectores una implícita disculpa. Se entiende que fue un gran desafío conservar en primer plano al protagonista de la historia. Tal vez, mediante una operación quirúrgica historiográfica, hubiese convenido al autor ubicar en segundo plano algunos de los contextos nacionales (colocándolos a pie de página por ser ya muy conocidos) para no distraer la historia biográfica central.
Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX es un esfuerzo notable por comprender y asir a la figura histórica. Sin embargo, se hubiese enriquecido aún más con una discusión historiográfica respecto a las numerosas biografías antecedentes. Ello hubiera contribuido a dar a los lectores más elementos para explicar la originalidad de esta biografía y, a la vez, poner en la primera línea de debate sus aportaciones en relación con otras obras biográficas más limitadas o con sesgos francamente laudatorios, y no insertas en la práctica historiográfica académica; explicables, en todo caso, por el tamaño y la repercusión política del personaje. Además, un apartado de valoración de fuentes hubiese sido muy apreciado por los especialistas y los historiadores que siguen empeñados hasta el día de hoy en seguir los pasos del estadista michoacano. Si bien el autor aborda en primer término los Apuntes del general Cárdenas, un análisis historiográfico específico hubiese dado mayor luz sobre la importancia de sus silencios en distintas y variadas coyunturas.
De igual manera, se echan en falta algunas fuentes regionales, que no fueron contempladas,3 para afinar y puntualizar con más detalle toda la etapa local y precisar algunos procesos sociopolíticos y económicos del entramado regional michoacano -tanto del periodo porfirista como de la etapa revolucionaria y posrevolucionaria-. Cuestión importante para entender hasta dónde logró el gobernador Cárdenas trastocar el viejo orden social oligárquico en su papel de caudillo regional ampliamente desplegado en su estado natal.
Debo comentar brevemente sobre la calidad de la edición publicada, que se ve demeritada en distintas páginas; faltó una revisión más esmerada. Los errores localizados van desde erratas menores hasta algunos de más envergadura. Para una segunda edición, recomiendo a la editorial que se revise y se corrija en la medida en que la obra con toda seguridad ya tiene y tendrá numerosos lectores.
Finalmente, al escriturar en este primer volumen la primera parte de la biografía del estadista michoacano, Pérez Montfort ha salido airoso ante el desafío metodológico que representa la hechura de un perfil biográfico; éste ya ha sido expresado de manera magistral por Carlos Herrejón, quien asienta que:
En el caso de las biografías, el problema es mayor porque toda persona, objeto de búsqueda, es singularmente inagotable e inasible […]. Tengo para mí que la clave para entender y organizar una biografía es buscar las decisiones más trascendentes, las que orientan los principales periodos de la vida, las que redefinen las relaciones familiares, amorosas, laborales, profesionales, morales, religiosas, etcétera, de tal manera que las acciones posteriores de la persona generalmente son consecuencia de la resolución primordial. Funcionan como goznes que van armando la estructura biográfica a través del tiempo.4