Introducción
Mérida es una de las ciudades que presenta mayor crecimiento urbano a nivel nacional, hecho que coincide con el aumento de su población un 65 % a partir de 1990, cuando se aceleró su expansión territorial (Bolio Osés, 2014; Ramírez Carrillo y López Santillán, 2014) al pasar de 523 422 habitantes en ese año, a 862 989 en 2020 (INEGI, 2020). Este notable crecimiento de su mancha urbana destaca en el período comprendido entre los años 1998 y 2010, durante el cual creció cerca de 70 %, al pasar de 159.44 km2 a 270.27 km2 (Ramírez Carrillo y López Santillán, 2014).
Lo anterior no implica que en Mérida la distribución sobre densidad y nivel socioeconómico de la población sea homogénea. De hecho, la sociedad meridana se caracteriza por una marcada segmentación social que está arraigada en su historia. Francisco de Montejo, fundador de la ciudad colonial en 1542, distribuyó a sus habitantes según criterios étnicos: los barrios extramuros para los indígenas y los del centro para las familias hispanas (González, 2009). La progresiva saturación de ese espacio central, la aplicación de normativas urbanísticas restrictivas encaminadas a preservar el patrimonio histórico y el auge del mercado inmobiliario en la periferia (Bolio Osés, 2014: 35) provocaron que los habitantes acomodados buscaran nuevos emplazamientos para sus viviendas hacia la zona norte, caracterizada por una densidad de construcción menor con respecto al centro y al sur (Pérez Medina, 2000; López Falfán, 2008). Esta afirmación coincide con el perfil de los pobladores del sur de Mérida, que se caracterizan por un elevado porcentaje de desempleo y subempleo, en muchos casos obreros o con labores eventuales (García Gómez y Ruiz-Salazar, 2011: 130).
Esta forma de crecimiento urbano también ha dotado a la ciudad de una amplia zona periurbana destinada a proyectos habitacionales y a otros usos, como parques científicos e industriales y campos de golf. Se trata de “ciudades satélite” establecidas como conjuntos habitacionales diseminados, con servicios propios de una ciudad (Bolio Osés, 2014: 36). Cuenta también con un centro histórico gentrificado en el que las antiguas viviendas son ocupadas paulatinamente por negocios turísticos o casas adquiridas por inmigrantes extranjeros jubilados. En definitiva, un modelo de crecimiento considerado extensivo u horizontal caracterizado por anexar antiguos territorios rurales, al mismo tiempo que crea “nuevos espacios urbanos sin antes saturar o aprovechar óptimamente los ya existentes” (Bolio Osés, 2006: 179) mediante una privatización del suelo y fragmentación del espacio que reafirman la segmentación social del territorio urbano, como ocurre en otras ciudades mexicanas (Bolio Osés, 2014: 31-32; Soto-Cortés, 2018: 128-129). Esta modalidad de expansión urbana igualmente se considera en América Latina como una posibilidad de “gentrificación” ya que:
[…] tiende a ser periférica y sin ineluctable desplazamiento de los residentes originales de las áreas afectadas. Al haber más suelo disponible en la periferia, los gentrificadores no deben desplazar físicamente a los residentes originales de sus viviendas, como en los procesos de gentrificación en distritos centrales típicos de ciudades de países desarrollados […] (Sabatini, 2015: 38).
En la ciudad se observa también la vulnerabilidad de ciertos pobladores frente a la presión del mercado inmobiliario para reforzar lo que Richard Sennett denominó la “ecuación de diferencia de clases y separación física” (Sennett, 2019: 180-181), a la vez que se aprecia la intervención del mercado sobre el suelo y la vivienda, lo que produce, entre otros aspectos, una ciudad “caleidoscópica” que privilegia la “distinción espacial”:
[…] el factor determinante de las elecciones residenciales es una búsqueda de distinción socioespacial, pues las familias desean estar próximas a sus semejantes. […]. En una sociedad estratificada, el patrón de comportamiento de desear estar junto a los semejantes produce una cascada de movimientos de rechazo a los no-semejantes, desde lo alto de la pirámide social hacia abajo. Así, las convenciones urbanas son jerarquizadas y sirven de mecanismo cognitivo, un mecanismo que garantiza la estructura segmentada y jerarquizada de las externalidades de vecindad y, por lo tanto, de la estructura socioespacial urbana segmentada (segregada) y desigual (Abramo, 2012: 58-60).
A la par de lo expuesto, Mérida destaca entre las ciudades de México por una elevada percepción positiva en los índices de seguridad pública (INEGI, 2021), apreciación que se vio ratificada en 2011 cuando fue nombrada “Ciudad de la Paz” por la UNESCO (2011), o “Comunidad Segura” por el Instituto Karolinska en el año 2015. De esta manera, la coyuntura en el territorio mexicano, caracterizada por la extendida violencia, ha propiciado el arribo de familias procedentes de otros lugares de la República en busca de seguridad personal y familiar, lo cual se ha convertido en una marca de la ciudad yucateca para su promoción mercadotécnica a fin de atraer inversionistas y turismo nacional e internacional: “Mérida, Ciudad Blanca”, una city branding al estilo de otras ciudades del mundo (Ayuntamiento de Mérida, 2015: 33-34).
Por otra parte, ya indicó Richard Sennet (1997) que las “políticas del cuerpo” encuentran su reflejo y expresión en las formas y usos del espacio urbano. Así, y en consonancia con lo expuesto, las actividades físico-deportivas urbanas requieren de equipamientos e instalaciones adecuados para su práctica. Es por ello que mediante el estudio de dichos equipamientos deportivos, presentes en una determinada zona de la ciudad, se puede conocer el tipo de actividades que los habitantes realizan y se vislumbra la percepción corporal que tienen. En la misma dirección, actores sociales de un entorno urbano semejante muestran estilos de vida afines, comparten gustos por determinados consumos o eligen idénticas instituciones educativas para sus hijos. Estas correspondencias que se observan en las actividades físico-deportivas dotan de una imagen del cuerpo que coincide con dichas actividades. Se puede apreciar entonces una disímil concepción y percepción del cuerpo en entornos diversos y diferenciados, que se equipara con cuidados acordes dirigidos a lograr esa imagen “distinta” y “distinguida” del cuerpo (Bourdieu, 1988).
Los centros deportivos, en especial los privados de fitness, han de ajustar su oferta comercial a los requerimientos de la demanda, por lo que se ofrecen como espacios privilegiados para el estudio de la sociedad (Rodríguez Díaz, 2008). Analizar su oferta deportiva y complementaria, los espacios de práctica, la dotación material, el precio, la decoración, los clientes o la formación de sus profesionales muestra las características identificadoras relacionadas con la diferenciación social y las disímiles imágenes del cuerpo.
En la gran mayoría de los estudios existentes que relacionan deporte y urbanismo o ciudad, cuando se mencionan los lugares para la práctica deportiva y sus instalaciones las referencias suelen ceñirse a los espacios y equipamientos públicos (Puig y Maza, 2008). En algunos casos se incluyen los estadios y otros equipamientos de grandes clubes y asociaciones deportivas (Bale, 1993), pero no suelen considerarse los centros deportivos privados y su oferta comercial. Por ello, en el presente artículo se muestra cómo la oferta de los centros privados distribuidos por la ciudad de Mérida se relaciona con el urbanismo y con el concepto de cuerpo predominante en las distintas zonas urbanas; un cuerpo reflejado en una estética de consumo marcada por directrices globales (Crespo, 2015: 9), y que se aprecia, también, en una serie de servicios periféricos que culminan en la presentación de dicho cuerpo en sociedad: moda, alimentación, servicios de estética, bronceado o depilación, por citar algunos. En efecto, la fuerza globalizadora del mercado crea ficciones corporales que modifican la experiencia que las personas tienen de su propio cuerpo e inducen a comportamientos consumistas en busca de un ideal corpóreo (Fanjul, 2009: 3). Así, en la sociedad globalizada:
[…] la presión de la optimización del cuerpo afecta a todos por igual. No solo crea zombies hermosos de botox y silicona, sino también zombies de fitness, músculos y anabolizantes […]. Parece que en la actualidad todos nos hemos convertido en zombies de rendimiento y salud (Han, 2016a: 123).
Esta nueva corporalidad se enmarca en lo que Soley-Beltrán (2015) ha conceptualizado como “sociedad somatizada” y Maffesoli (2007) como “somatofilia”. Una sociedad en la que “el narcisismo cumple una misión de normalización del cuerpo [...] que obedece a imperativos sociales” (Lipovetsky, 1990: 63). Se trata, pues, de un “narcisismo de grupo” en el que se construye un cuerpo colectivo asentado en la “ética de la estética” (Maffesoli, 2007), de un narcisismo autorregulador destinado a producir una “apoteosis de las relaciones de seducción” (Lipovetsky: 1990); de ahí que se pueda inferir que en la actual “sociedad de la seducción” (Baudrillard, 1989) y del rendimiento (Han, 2016b) el cuidado del cuerpo y su autocontrol sean formas de poder y de control social. Quizá es Pierre Bourdieu uno de los autores más incisivos a la hora de interpretar el papel del cuerpo en los mecanismos de reproducción del orden social. Para dicho autor, el habitus, como proceso de interiorización de lo exterior, como “subjetivización” de la realidad social, hace del cuerpo el instrumento privilegiado del “sentido práctico”, su encarnación:“Lo que se aprende con el cuerpo no es algo que se posee [...], sino algo que se es” (Bourdieu, 1991: 124-125). Se trata, por ello, de un capital corporal (Rosa, 2016) que se incrementa a través del cuidado y el tratamiento del cuerpo y se utiliza para una “presentación de la persona en la vida cotidiana” (Goffman, 1987) gracias a una corporalidad que persigue “gustar y emocionar” (Lipovetsky, 2020). Un capital corporal siempre complementado con peculiaridades de la percepción local y que se ratifica en los procesos propios de la segregación urbana y social.
Tal teorización se observa en investigaciones que destacan las diferencias sociales a la hora de representar los modelos corporales en México (Piñón y Cerón, 2007; Romeu, Cerón y Piñón, 2016), y será apuntada en este artículo para mostrar la diferenciada oferta de los negocios privados de fitness en la ciudad de Mérida, oferta que coincide con un crecimiento urbano segregador que ratifica los disímiles modelos corporales en función de la condición social y económica.
Metodología
La investigación se fundamenta en un diseño plurimetodológico que tiene su base en trabajo de campo efectuado en el año 2019. Se visitaron 25 centros deportivos privados, y además se realizaron entrevistas a funcionarios de organismos oficiales de Yucatán y a expertos en materias relacionadas con este estudio. Antes de llevar a cabo las visitas a los establecimientos deportivos se diseñó una ruta exploratoria sobre los sectores urbanos de la ciudad, gracias a lo cual se estableció una muestra cualitativa representativa por tipología de centro y sector urbano (véase Figura 1).
En el trabajo de observación, reflejado en un diario de campo y en fotografías, se prestó atención a la superficie del negocio, su distribución, el diseño y la decoración, así como al equipamiento, su disposición y el estado de conservación. Lo anterior se complementó con entrevistas semiestructuradas a actores involucrados en la gestión de los centros deportivos para conocer sus objetivos, la tipología de los clientes, el tipo de cuotas, la oferta de actividades y servicios o las prácticas más demandadas. Igualmente, se efectuaron entrevistas a profundidad a expertos en las temáticas de estudio para contar con una visión más amplia de la relación entre la distribución urbana de la ciudad y las actividades físico-deportivas. Por último, se levantó una encuesta a usuarios de gimnasios para conocer su perfil socioeconómico, la motivación para asistir a los centros deportivos privados y su percepción sobre el cuerpo.
Antecedentes: la ciudad como escenario
En el debate conceptual sobre las transformaciones urbanas de las ciudades latinoamericanas el caso de Mérida puede enmarcarse en varios de estos conceptos. Uno es el de “expansión” como “proceso que busca el aumento y crecimiento del área urbanizada y la población de una ciudad en el territorio”. Otro es el de “dispersión”, entendida como el “esparcimiento en el espacio de una forma urbana originalmente unida”. Igualmente, la ciudad se puede observar desde la perspectiva de la“rururbanización”, considerada como la “expansión diseminada de las ciudades en los espacios rurales que las rodean”, o desde la idea de“periurbanización”, que es la“transformación progresiva de los espacios rurales de las periferias metropolitanas al urbanizarlos” (Chavoya, García y Rendón, 2009: 37-38). Este último concepto es el más usado por los especialistas que han estudiado Mérida para describir el crecimiento de su mancha urbana. El desarrollo de la ciudad también se relaciona con la condición policéntrica que está adquiriendo a través de la creación de asentamientos humanos autosuficientes debido a los servicios que ofrecen (Indovina, 2007: 18-22), situación que va acompañada por la existencia de amplios espacios vacíos en muchas colonias de la ciudad que son despreciados para la construcción habitacional por su alto costo frente al suelo más económico del extrarradio. Se trata de un proceso centrífugo en el que el gobierno local se convierte en facilitador de las regulaciones administrativas necesarias para los desarrollos habitacionales, que quedan en manos de la iniciativa privada y del mercado inmobiliario (García y Ruiz, 2011; Pradilla, 2017).
Junto a esa circunstancia, Jorge Bolio Osés (2000: 4-7): agrega otras características que facilitan la expansión urbana de Mérida, las cuales van desde su topografía plana, que no obstaculiza su crecimiento, pasando por la inexistencia durante decenios de marcos reguladores y de ordenamiento del suelo emitidos por las administraciones públicas, hasta su suelo periférico improductivo para la agricultura. A ello se agrega el gran negocio que representan la industria de la construcción y el aumento de la flota automovilística. Como manifestó Henri Lefebvre (2017), el urbanismo de los últimos lustros no solo pone en riesgo el espacio público, entendido como lugar de intercomunicación, sino que tiende a “hacerlo desaparecer”, incluso a dejarlo como “mero tránsito, a lugar de paso […], donde el automóvil siempre ha tenido absoluta prioridad sobre el usuario a pie” (Martínez Lorea, 2013: 21-22). Por estos motivos se comprende la inversión pública en vías rápidas para vehículos dado que, como ha ocurrido en otras ciudades medias y grandes de México, crece la distancia entre los nuevos asentamientos de viviendas y los centros de las ciudades (Pradilla, 2017: 35).
En Mérida el desarrollo urbano aleja cada vez más a los ciudadanos; habitantes de territorios distanciados y enclaustrados en espacios cerrados por muros, controlados en las entradas y salidas. Son como los “enclaves fortificados” de los que habla Teresa Caldeira en Sao Paulo (Brasil) para definir los “espacios privatizados” y “estructurados por el discurso de la seguridad” (Caldeira, 2010: 116). De esta forma, el espacio público, el del encuentro, se direcciona hacia un espacio monopolizado para el consumo, como lo ejemplifican a la perfección las cuatro plazas comerciales inauguradas en el año 2007 “en la zona norponiente, norte y nororiente de la ciudad” (Altabrisa, Galerías, City Center, Macroplaza) (Fernández y Torres, 2010: 35). Esta lectura de la ciudad muestra un “espacio maquetado”, segregado socialmente (Delgado, 2017: 16), un patrón para asentar las diferencias socioeconómicas, meritocráticas, pero que reflejan y ahondan otras distinciones culturales, físicas y, también, sanguíneas (Sennett, 2019: 176).
Segregación espacial, diferenciación simbólica
Una investigación efectuada en Mérida en la primera década del presente siglo a partir de la observación de indicadores vinculados con las carencias de servicios públicos y de infraestructura en viviendas mostró la relación de dichas carencias con bajos ingresos familiares y, consecuentemente, con la distribución espacial (García, Oliva y Ortiz, 2012: 90-99). Así, aunque la marginación social no es patrimonio exclusivo del sur de la ciudad, es evidente que coincide con la marginación territorial, un hecho comprobado al confirmarse que las colonias con ingresos superiores se encuentran ubicadas en el norte y oeste de Mérida (López Falfán, 2008: 69; García, Oliva y Ortiz, 2012: 100; Domínguez, 2017: 184-185), lo cual incluso ratifican firmas especializadas en negocios y estrategias financieras, que destacan la gran diferencia de ingresos mensuales por hogar entre el norte y el sur de la ciudad.1 Es decir, en la “dimensión territorial” se observan las desigualdades que se constatan en toda la República mexicana (Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad, 2018: 75-76), hecho que se acentúa, o ratifica, con la idea de acercarse físicamente a los miembros de la sociedad semejantes o a los que se desea imitar, y de alejarse de quienes no se consideran iguales socialmente (Moreno, 2007: 223).
Por su parte, cuando Mauricio Vila ocupó la Presidencia Municipal de Mérida (2015-2018), en concreto en el año 2017, se realizó un informe sobre la prosperidad urbana gracias al convenio firmado entre el ayuntamiento de la capital yucateca y la Organización de Naciones Unidas. Una vez efectuado el estudio, el alcalde de Mérida reconoció que, tras la captación de datos y los cálculos del Índice de Prosperidad Urbana (CPI), aparecían “dos áreas prioritarias de intervención en materia de política pública para mejorar la prosperidad: gobernanza de la urbanización (expansión urbana) e inequidad económica (pobreza)” (ONU-Hábitat, 2017: 5). Esta afirmación iba acompañada con una descripción de la urbanización de la ciudad en la que se resaltaba el crecimiento en la periferia metropolitana como “fragmentado, desordenado y de baja densidad”. Esta forma de extensión de Mérida muestra condiciones de inequidad en la política de suelo y vivienda (ONU-Hábitat, 2017: 12-14), reconocimiento que no ha impedido que tal segmentación se profundice y que sea un referente para que personas locales y foráneas perciban las diferencias entre el norte y el sur de la ciudad:
La división de la ciudad en cuatro zonas principales es el resultado de la especialización funcional y económica, así como de la apropiación de ciertos espacios por parte de algunos grupos sociales. La estructura del conjunto urbano presenta un marcado carácter segregativo expresado en la distribución de los pobladores de acuerdo con su nivel socioeconómico, y supone desigualdades en el acceso y la calidad de vida para los ciudadanos (Gracia y Horbath, 2019: 288).
Si lo anterior es visible en buena parte de las ciudades de América Latina, Luis Alfonso Ramírez (2006: 84-85), para el caso de Mérida, caracteriza las clases media y alta como partícipes de los valores tradicionales yucatecos, sobre todo a partir del peculiar uso del idioma y de la singularidad gastronómica, aunque también considera que su principal consumo se orienta hacia la “[…] vivienda, vehículos y comodidades domésticas, en tanto que en la alta se añade la educación privada y el consumo suntuario, que permiten la adquisición de estatus” (Ramírez, 2006: 85-87). Se trata de un consumo, en muchos casos de carácter simbólico, que es notoriamente apreciado en Mérida (Baños, 2014: 197). Esta distinción también ha sido tratada desde la perspectiva del imaginario colectivo por autores como Garbiñe H. Moreno (2007), quien señala que para ciertos grupos de la sociedad vivir en lugares de baja densidad significa un aumento de la calidad de vida; una privatización de la vida individual y familiar destinada, al mismo tiempo, a estar cerca de habitantes socialmente semejantes y a alejarse de los diferentes.
Otro de los aspectos que también anticipó Henri Lefebvre (2017: 12-13) fue la idea de que la nueva ciudad, que comenzaba a visualizarse en la Europa de los años setenta del siglo pasado, se convertía en un escenario para el consumo que trasciende lo material, puesto que es imposible de discernir sin observar el “consumo de signos”, y que en la actualidad se encuentra condicionado por valores estéticos compartidos en algunos casos y diferenciados socialmente en otros (Lefebvre, 2017: 85-86). Tal diferenciación también se percibe como una forma de violencia simbólica establecida a través de la imposición de significados legitimados, sin tomar en cuenta las relaciones de poder que los construyen (Bourdieu y Passeron, 2001). Una de las formas de dicha violencia simbólica se establece a través de la estigmatización. En tal sentido, a diferencia del estigma tratado por Goffman (2006), Wacquant (2001) asoció, entre otros estigmas, aquellos vinculados a la distribución territorial de la residencia, con la consecuente conformación de representaciones negativas surgidas del nexo entre territorio y dimensión social. En Mérida, esta expresión de la diferencia y la segregación, en vez de reducirse, tiende a ampliarse con expresiones de violencia simbólica equiparables a las de otros países (Rodríguez y Arriagada, 2004; Veiga y Rivoir, 2009) y otras regiones del país, como se ejemplificó en la Ciudad de México:
Lo significativo es que estos estigmas territoriales crean la ilusión de estar escindidos de la estructura social, y con ello plantean una desigualdad naturalizada. No es una desigualdad de mercado, de derechos, o de oportunidades, se presenta como una desigualdad reificada, natural (Saraví, 2008: 104-105).
Este modelo tiende a segregar y a atomizar socialmente la ciudad en detrimento de su construcción colectiva (Lefebvre, 2017; Costes, 2011). En tal sentido, Richard Sennett, a través de su lectura de las obras de Emmanuel Lévinas, reflexiona sobre la construcción del “otro” en la ciudad; ese prójimo que, sin ser extraño, se intenta evitar a través de dos estrategias: “huir de ellos o aislarlos” (Sennett, 2019: 164). Es una evitación del otro que impide cada vez más los encuentros sociales (Reguillo, 2005; Saraví, 2008). En el caso de América Latina esta tendencia a la segregación social se confirma en los últimos decenios a través de la extensión de las ciudades hacia sus periferias; una tendencia a la focalización al crearse áreas socialmente homogéneas y que provocan una creciente estigmatización a través de la disímil ubicación física de las viviendas, lo que incluso se denomina patrón de “segregación latinoamericano” (Sabatini, 2006: 1-4). Las anteriores afirmaciones se consolidan gracias al alejamiento espacial, un hecho expresado por la posesión de residencias en el norte de la ciudad, símbolo de éxito y estatus que se ratifica y procura gracias al “aislamiento parcial o total del resto de la ciudad” (García y Ruiz, 2011: 123-128). Es una segregación también simbólica a través de distintas percepciones que se expresan en imágenes estereotipadas (Sabatini, 2006: 7; Saraví, 2008: 98). En el caso de Mérida, tal dimensión simbólica empata con la imagen de un “otro” siempre presente a través de la condición étnica de la población maya o descendiente de ella, hecho que empata con la ausencia de capital simbólico para dictar la estigmatización (Cornejo, 2014). Así, distintas investigaciones sobre la capital yucateca han incidido en las clasificaciones “estigmatizantes” vinculadas con la población de origen maya:
Se discrimina a los indígenas mayas, choles, amuzgos, tzotziles, tzeltales y nahuas por sus apellidos, por ser de pueblos campesinos, por sus gustos, vestimenta, olor, porque son pobres, porque son mujeres y niñas; esta discriminación se da en distintos ámbitos urbanos, en la escuela, en el trabajo, en los centros de salud y también supone actitudes que van desde la mirada que subsume, al rechazo, la palabra hiriente, hasta el arresto, el despido, la violencia en vía pública (Gracia y Horbath, 2019: 301).
Como ejemplo, en el año 2014 el Centro de Investigación Aplicada en Derechos Humanos, que forma parte de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Yucatán, publicó la Encuesta Estatal sobre Discriminación (CODHEY, 2014). Un 40 % de los encuestados señaló que había sido discriminado alguna vez en la calle, la escuela o la universidad, además de en el trabajo (CODHEY, 2014: 46). Desde esa misma lógica, Eugenia Iturriaga trabajó sobre la existencia de “discursos racistas”,“entretejidos con los clasistas”, en Mérida. Es decir, siguiendo a Mario Margulis (1998), establece que “las relaciones de clase han permanecido racializadas” en Yucatán (Iturriaga, 2015: 106). Tal segmentación social transita del color de la piel al apellido, pasando por las redes que se establecen en centros educativos y recreativos (Iturriaga, 2015: 108- 109; Echeverría, 2016: 115-116); es una segregación en la que el cuerpo se convierte en elemento esencial a través de los códigos estéticos que privilegian “lo blanco” y aquello que se vincula a la estética corporal (Iturriaga, 2015: 110). En definitiva, a través del cuerpo y su imagen se establecen reglas para definir quienes pertenecen al mismo grupo social (Iturriaga, 2015: 113-114). De esta manera, la perenne diferenciación clasista, con tintes racialistas, que se extiende por toda la República mexicana respecto a la población indígena, se reproduce en la ciudad de Mérida a través de la segmentación territorial, y donde la división norte-sur se convierte en el ejemplo más nítido:
Mérida, la Ciudad Blanca, está dividida por el “color”. En el norte de la ciudad viven los “blancos” o “blanqueados” y en el sur los marginados, los de tez más oscura, los de apellido maya. Con esto no quiero decir que en el norte de la ciudad no habiten personas de tez oscura o pobres, sí los hay pero son minoría (Iturriaga, 2016: 138).
Se trata de una segregación reproductora de habitus que se explicita en la capacidad económica para el consumo (Bourdieu, 1988), un consumo que se convierte en referente simbólico a la hora de dotar de sentido las distintas imágenes corporales (Piñón y Cerón, 2007: 213).
La ciudad dividida a través de los cuerpos
Los aspectos propios de Mérida, aunque no sean singulares en el contexto latinoamericano, ayudan a reconocer y comprender la diferenciada oferta de fitness. Para determinar la tipología de los centros deportivos estudiados se siguen las directrices generales dadas por Jorge Sánchez Martín (2011: 17-19; 2013: 27-29). Así, los centros se agruparon en cuatro tipos básicos que cuentan con alguna subcategoría en su definición:
Gimnasios tradicionales: dedicados casi exclusivamente a la práctica de musculación deportiva (sin equipamiento para la mejora y el desarrollo de resistencia cardiovascular) y con una oferta mínima de servicios periféricos. En esta categoría se encontraron algunos centros que incrementaban su oferta con algunas actividades dirigidas o grupales, sobre todo con base musical o coreografiada (tipo Zumba),2 y también un centro que ofertaba boxeo y actividades dirigidas a este deporte y al combate.
Centros de fitness: cuentan con una amplia oferta de actividades y servicios, tanto periféricos complementarios (vestuarios, duchas, taquillas de uso puntual), como suplementarios (cafetería o cabinas de bronceado). Además de contar con equipamiento para el trabajo muscular y cardiovascular, su programación incluye actividades dirigidas coreografiadas, de tonificación o ciclismo indoor.
Centros de wellness: junto a la oferta de actividades y servicios para mejorar la forma física de los usuarios ofrecen mejoras relacionadas con la salud (servicios de dietética y nutrición, fisioterapia, etc.) y el estado psicológico (relajación mediante actividades termo-lúdicas similares a las de un balneario, o relacionadas con la autoestima, con servicios propios de centros de estética). Estos aspectos no son parte de la oferta de actividades suplementarias del centro, sino de su core business, es decir, de sus servicios base. Al mismo tiempo, suelen contar con zonas exteriores: piscina exterior, pistas de tenis o de pádel.
Microcentros especializados: tienen un servicio de base y un complementario único (vestuario). Se han encontrado microcentros especializados en fitness y musculación3 y en actividades dirigidas (sobre todo coreografiadas, tipo Zumba). En esta categoría también se incluirían los estudios de yoga, las escuelas de danza y los boxes de entrenamiento funcional.
Otra característica analizada en esta investigación es el importe medio de la cuota mensual de abono. En tal sentido, los centros se clasificaron en cuatro segmentos: a) bajo, que incluye los centros con cuotas de abono inferiores a los 350 pesos mexicanos mensuales; b) medio, en el que las cuotas oscilan entre los 350 y los 600 pesos mensuales; c) alto, con cuotas que varían entre los 600 y los 1 000 pesos y, por último, d) lujo, cuyas cuotas superan los 1 000 pesos mensuales (véase Tabla 1).4
Zona | Colonia | Ingreso mes/ hogar | Salario mínimo interprofesional/ hogar | Centro | Cuota | Importe mensual | Observaciones |
Sur | Zazil Ha | 20 674 pesos | 2 SMI | Gym Perdomo | Baja | 200 pesos | Sin matrícula |
Este | Chuminópoli | 27 798 pesos | 3 SMI | Gimnasio Mixto Vigor y Fuerza | Baja | 300 pesos | Sin matrícula |
Oeste | Ciudad Caucel | 37 859 pesos | 4 SMI | Next Level Gym | Media | 500 pesos | Matricula 150 pesos |
Norte | San Ramón Norte | 57 089 pesos | 5 SMI | Cool Gym | Alta | 650 pesos | Matrícula 200 pesos |
Fuente: elaboración propia a partir del trabajo de campo y datos recuperados de https://www.gob.mx/conasami/articulos/incremento-a-los-salarios-minimos-para-2022?idiom=es
Otra clasificación de los centros se refiere al tipo de público al que se dirigen. De acuerdo con este criterio, se encontraron centros para todos los públicos (“familiares”, que contaban entre sus abonados con personas adultas y niños, de ambos sexos), centros solo para adultos (de ambos sexos), que eran la mayoría, y dos centros que tenían únicamente mujeres (adultas y niñas) entre sus clientes porque basaban su oferta en actividades dirigidas coreografiadas o de danza.
Del análisis general de los centros investigados se desprende la diversa clasificación de los mismos y las características vinculadas a su ubicación espacial en Mérida. De esta forma, la actividad comercial del fitness no se distribuye de manera homogénea por toda la ciudad, sino que, como en otros aspectos que tienen relación con el nivel socioeconómico, muestra una división diferenciada en cada una de las zonas que la componen tanto a nivel cuantitativo como cualitativo. Una de las personas entrevistadas, propietario de un centro deportivo en funcionamiento en la zona centro y que tenía previsto abrir en breve otro en la zona sur, explicó que:
[…] en la ciudad de Mérida, está muy marcada por zonas la diferencia de nivel socioeconómico: menos en el sur, medio en el centro, oriente y poniente, y más en el norte. Todo cambia, los servicios, lo que se cobra [...]. En el sur, como la gente cree que no hay dinero, no se invierte y no hay gimnasios. En cambio, si vas a la zona norte, al Paseo Montejo, hay un gimnasio en cada esquina.5
Esta diferencia cuantitativa en la oferta de centros deportivos le motivó a emprender la apertura de un nuevo gimnasio en la colonia Emiliano Zapata Sur, ya que “allí no hay nada, no hay competencia”. Cuando se le preguntó si en ese nuevo establecimiento replicaría la misma oferta de actividades y servicios del gimnasio que ya funcionaba en la zona centro o si cambiaría algo, indicó que, si bien mantendría las actividades de musculación, en el nuevo introduciría actividades “de combate [...] boxeo” porque “la zona [...] es lo que busca”. He aquí un ejemplo de la diferencia cualitativa de la oferta de actividades físico-deportivas entre las zonas de la ciudad, tal y como se apreciará en las siguientes páginas.
Las diferencias urbanísticas también se perciben en el diseño arquitectónico de los centros deportivos de cada zona de la ciudad, así como la forma en que se integran en la trama urbana, siempre que se tome en cuenta que los límites entre las zonas no están estrictamente definidos. La siguiente es una descripción de sur a norte:
Primero: entre los centros deportivos de la zona sur predominan las edificaciones tipo vivienda entre medianeras, que ocupan la totalidad de la parcela de terreno y tienen entrada y salida directa a la calle (Gym Perdomo, Gym Ego Evolution, Gimnasio Mixto Popeye, Fortus).
Segundo: los centros deportivos evolucionan hacia edificaciones que ya no ocupan en su totalidad la parcela de terreno. En este grupo se distinguen los centros deportivos que han habilitado el porche delantero como zona de aparcamiento (Gimnasio Bosco y B-Fitness Gym son edificaciones de tipo industrial; Gym Mixto Pumping Iron y Valentina’s International Dance son edificaciones de tipo vivienda), y los que disponen de patios laterales interiores (Gimnasio Mixto Vigor y Fuerza, Sol y Tierra Yoga), en algunos casos habilitados bien como aparcamiento (Armor North Gym ubicado en un espacio abierto y sin valla perimetral), bien como espacio para la práctica deportiva (Fanny’s Club Jazz).
Tercero: los establecimientos pasan a ocupar locales integrados en plazas comerciales (Cool Gym, Next Level Gym, AVP Fitness Gym, Anytime Fitness Montejo) o en centros comerciales (Smart Fit Urban Center, Smart Fit Patio Mérida).6
Cuarto: se encuentran edificaciones aisladas y singulares que conforman un complejo deportivo con espacios exteriores (Sports World Cabo Norte, Sport Center Xcanatún), asentadas en fragmentos de la ciudad dispersa, que es donde las operadoras de este tipo de centros encuentran suficiente terreno para materializar sus grandes proyectos.
En todas las zonas de la ciudad se encuentran edificaciones tipo nave industrial que se han reconvertido para albergar centros deportivos. Lo que es diferente, según su ubicación, son las actividades que se practican en ellas: mientras que en las más cercanas al sur la oferta es de musculación, prácticas deportivas de contacto (boxeo) y actividades dirigidas relacionadas con esa práctica, tipo fit-combat o fit-box, estas últimas destinadas sobre todo al público femenino (AyT Gym & Boxing), en la zona centro se ofrece musculación y actividades dirigidas coreografiadas o con base musical, tipo Zumba y entrenamiento funcional (Roma Gym). En la zona norte ese tipo de edificaciones albergan espacios destinados al Cross-Fit o al entrenamiento funcional (FTX Mérida), a la calistenia o street workout (Sthenos) y a la práctica de artes marciales mixtas (Arena Training Gym ofrece todas las actividades mencionadas). Cabe recordar que, según algunas de las últimas tendencias incorporadas a la oferta de actividades físico-deportivas, se prefieren los espacios amplios y diáfanos, y no reciben ya el nombre de gimnasios sino que se denominan boxes.
Otra diferencia por zona urbana es la presencia o ausencia de negocios relacionados con el cuidado del cuerpo alrededor de los gimnasios. Los comercios en la zona sur y centro suelen estar dispersos, y los centros deportivos acostumbran a disponer de un pequeño espacio para la venta de productos relacionados con la práctica, generalmente ubicado en la recepción, donde se encuentran artículos de primera necesidad: ropa, bebida (agua y bebidas isotónicas) y suplementos nutricionales para evitar que los clientes se desplacen para conseguirlos. También se encuentran tiendas de este tipo en algunos centros de la zona norte, pero en estos casos los artículos a la venta son especializados (por ejemplo, mallas de ballet oficiales de la Royal Academy of Dancing) o personalizados (con el logo del centro), mientras que en la zona sur son commodities (productos comunes e indiferenciados).
La gran diferencia se encuentra, sin embargo, con los centros ubicados en plazas comerciales, ya que en la misma plaza y alrededor del centro deportivo es mayor el número de establecimientos vinculados con la práctica deportiva y el cuidado del cuerpo: centros de estética, tiendas de ropa y calzado deportivo, centros de dietética y nutrición, o locales dedicados a la fisioterapia, la rehabilitación y la medicina deportiva. Se trata de una oferta que convierte esas superficies comerciales en auténticas plazas especializadas.
Junto a esas notables diferencias, usuarios y propietarios de gimnasios o centros deportivos privados de Mérida también son conscientes, o reproducen, la imagen de una ciudad dividida por la ubicación territorial de los negocios y sus usuarios. Antes del crecimiento de estos negocios en las últimas décadas la ciudad ya contaba con clubs sociales y deportivos para la elite local, como el Club Campestre. Incluso, la clase media se incorporó a esta modalidad a través de establecimientos como el Club Bancarios.7 Se trataba de clubs sociales para la interacción social y la reproducción de las elites locales que, sin desaparecer, han visto surgir múltiples establecimientos que muestran el predominio de ese rubro comercial en el norte de la ciudad. Esto se ratifica con la visión de que tal ubicación en la mancha urbana de Mérida representa “calidad de las instalaciones” y mejor “equipamiento”.8 Otro aspecto que confirma esa diferenciación consiste en las cuotas que pagan los usuarios, mucho mayores en la zona norte. Si esa diferenciación es práctica, existe otra claramente simbólica, en la que el sur se convierte en una entelequia cuando la conciencia de la mancha urbana se siente que finaliza en el centro histórico, en la zona colonial de reconocido interés turístico. Esta situación se ve ratificada por la escasa presencia de establecimientos privados dedicados a la práctica de actividades físico-deportivas en el sur de la ciudad o, simplemente, porque esta zona no cuenta con los servicios recreativos y comerciales que existen en otras colonias de Mérida.
La imagen de la zona norte privilegiada, incluso con población “joven” (Domínguez, 2017: 183-184), y donde también han arribado muchos “inmigrantes” con alto poder adquisitivo, es la que ratifica que sus colonias estén “plagadas de gyms”. Como contraposición, en lugares de la Zona Metropolitana de Mérida y del sur de la ciudad los “equipamientos privados no se ven” y prevalecen los equipamientos al aire libre creados por el gobierno municipal o estatal.9 En esa misma dirección, las personas que regentan los pocos negocios de la zona sur consideran el enorme crecimiento de negocios para el cultivo del cuerpo como parte de una operación sustentada en la “mercadotecnia”, en especial porque la demanda no se corresponde con la oferta debido a la falta de preparación y conocimiento de muchos de los instructores.10
Este cuestionamiento corrobora la visión de que el norte de la ciudad se considere como “zona alta”, donde “la gente tiene mayores recursos”, además de ser el dinero el motor del negocio, según la opinión crítica de uno de los propietarios del Roma Gym: “Si no tienes dinero no te atiendo”.11 Efectivamente, junto a la diferencia porcentual de negocios ubicados por zonas de la ciudad, existe un nítido contraste entre sus instalaciones y los servicios que ofrecen para definir el tipo de clientes; de esta manera, los usuarios del norte representan una clientela con posibilidades económicas para pagar inscripciones y cuotas.
Al mismo tiempo se construyen nuevos negocios en terrenos que se integran a la expansión urbana, como los clubs vinculados con proyectos residenciales como La Ceiba, el Country Club o Sport Center Xcanatún. Lo mismo ocurre en negocios de menor tamaño pero que remarcan la diferenciación entre el norte y sur, tanto por los medios económicos invertidos en ese tipo de establecimientos, como por los clientes. El ejemplo de la danza aérea, expuesto por Gaby Camargo,12 demuestra que tanto en número, como en la calidad de las instalaciones, las sitas en el norte predominan. Esta situación redunda en una demanda de los usuarios, que privilegia lo que consideran calidad y seguridad de los servicios, al mismo tiempo que la representación personal, a través de la imagen corporal, se convierte en factor para establecer o negar relaciones sociales (Báez Aguilar y Ortiz Hernández, 2006).
Diferentes autores han señalado la emergencia de nuevos capitales sociales vinculados al cuerpo. Hartmut Rosa (2019: 129) menciona que se habla de “capital corporal” cuando “incrementamos el valor de nuestro cuerpo como capital invertible y como recurso cuando lo convertimos en atractivo y lo hacemos apto para el rendimiento”. Incluso el “capital salud”, orientado a un “estar en forma productivo” (“salutismo”), se entiende como un capital personal en el mercado de la sociedad neoliberal (Porto, 2009). También es posible hablar de un“capital erótico”, un capital poco estudiado y menospreciado que sintetiza la capacidad de atracción de una persona, según Catherine Hakim (2012). Se trata de un capital humano que subsume belleza, estilo o simpatía, por citar algún aspecto, para incidir en el éxito social y profesional; estas características se convierten en promotoras de un capital y de un estatus social diferenciados (Bourdieu, 1988).
En tal sentido, el narcisismo atribuido a las actuales sociedades no se correspondería con un individualismo liberador de cualquier relación social, sino que se entiende como un “narcisismo dirigido” para llevar a cabo una “gestión óptima del cuerpo en el mercado de los signos” (Baudrillard, 1992: 130). Esta estetización del cuerpo en la sociedad contemporánea tiende a reconstruir “modelos de excelencia corporal” a través de los cuales se realizan juicios que estructuran y jerarquizan la vida social (Pagès-Delón, 1989). Así, a cada posición social -como suma de sus diferentes capitales (sociales, económicos, académicos)- le corresponde una distinta categoría de percepción y concepción del cuerpo (Bourdieu 1993) en la que se incluye todo aquello vinculado a su imagen y cuidado y, por supuesto, al tipo de actividad físico-deportiva practicada:
El cuerpo es la más irrebatible objetivación del gusto de clase, que se manifiesta de diversas maneras. En primer lugar, en lo que en apariencia parece más natural, esto es, en las dimensiones (volumen, estatura, peso) y en las formas (redondas o cuadradas, rígidas y flexibles, rectas o curvas) de su conformación visible, pero se expresa de mil maneras toda una relación con el cuerpo, esto es, toda una manera de tratar al cuerpo, de cuidarlo, de nutrirlo, de mantenerlo, que es reveladora de las disposiciones más profundas del habitus (Bourdieu, 1988: 188).
En efecto, la presentación del cuerpo, el capital corporal (Rosa, 2016) y el capital erótico (Hakim, 2012) se han convertido en símbolos de la posición del individuo dentro de la estructura de una sociedad que ha somatizado la seducción y el rendimiento. Por tanto, el valor social que adquiere la corporalidad la convierte en un medio de realización y desarrollo personal (Fanjul, 2009).
Desde esta lógica, es comprensible que la diferenciada ubicación urbana y de las actividades practicadas en los distintos gimnasios se corresponda con la segmentación social de Mérida. Esta división remite a nuevas formas de socialidad a través del ejercicio físico, al mismo tiempo que ratifica y estimula la segregación entre los habitantes de la ciudad por su condición socioeconómica y su capital cultural. Se trata de una frontera simbólica que, incluso, trasciende las posibilidades de consumo para reflejarse en modelos corporales diferenciados.
Consideraciones finales
El modelo de crecimiento de Mérida muestra la tendencia a la desarticulación urbana que caracteriza a gran parte de las ciudades de América Latina. Como lo anticipó Henri Lefebvre, la convergencia de la participación del Estado y las empresas en las políticas desarrollistas de las ciudades propicia la “segregación” (Lefebvre, 2017: 117). Tal concurrencia también coincide con otras dos circunstancias que confluyen, en especial en el caso de México, para impulsar y estimular la dinámica de segregación. La primera es el incremento del crimen organizado, una visión de la violencia que se expande a través del miedo al vivir cotidiano urbano, y la segunda, consecuencia o alentada por lo anterior, tiende a la autosegregación como una forma de utopía de control (Duhau y Giglia, 2008: 409-415), es decir, una insularidad social que se refleja en la forma de residir y, también, de consumir (Duhau y Giglia, 2008: 429-433).
Como parte de esos consumos, los gimnasios privados muestran los distintos modelos de belleza, incluso convertidos en estereotipos, los cuales se expresan en su oferta y en la demanda de sus clientes, quienes en su concepción e imagen del cuerpo evidencian la diferenciación de su capital corporal (Rosa, 2016). Este antagonismo social y simbólico se reafirma en la arraigada tendencia a la separación de los habitantes de Mérida debido a la condición socioeconómica, el color de la piel o los apellidos.
De esta forma, la dispar distribución territorial y residencial acentuada en las últimas décadas en la capital de Yucatán corrobora la difícil integración urbana, al mismo tiempo que favorece la expansión de modelos de crecimiento propios de una perceptible segregación. Tal alejamiento encuentra en la percepción y en las narrativas sobre el cuerpo un nítido ejemplo de lo que sucede en la ciudad.