La compleja definición de transhumanismo/posthumanismo
Antes de abordar sus implicaciones éticas, ecológicas, sociales y políticas, se hace necesario tener una definición clara, tanto del transhumanismo como del posthumanismo y sus alcances. Pero dentro del ámbito filosófico, científico y cultural poder establecer un concepto más o menos demarcado de ambos movimientos es complicado y en ocasiones se cae en confusiones. Esto lo deja claro Francesca Ferrando:
La etiqueta ‘posthumano’ suele ser evocada de manera genérica y de una forma que ‘lo incluye todo’, para indicar cualquiera de estas diferentes perspectivas, creando confusión metodológica y teórica tanto entre expertos como no expertos por igual. ‘Posthumano’ se ha convertido en un término paraguas para incluir el posthumanismo (filosófico, cultural y crítico), el transhumanismo (en sus variantes como el extropianismo, el transhumanismo liberal y democrático, entre otras corrientes), los nuevos materialismos (un desarrollo feminista específico dentro del marco posthumano), y los paisajes heterogéneos del antihumanismo, las posthumanidades y las metahumanidades. Las áreas de significado más confusas son aquellas compartidas por el posthumanismo y el transhumanismo.1
Aunado a lo anterior, esta dificultad en la delimitación de los términos transhumanismo/posthumanismo radica en que incluso varios de las y los teóricos que se han abocado a su estudio, reniegan de ser clasificados como trans/posthumanistas. “Se han producido muchas definiciones y formas diferentes e incluso contrapuestas. Para empeorar las cosas, relativamente pocos posthumanistas aceptan el término como descripción de su trabajo o sus posiciones, y algunos incluso lo rechazan por completo”.2 Ante esto, es necesario clarificar en la medida de lo posible qué entenderemos por trans y posthumanismo en el presente trabajo.
Para hacer una clasificación más sencilla de ambos conceptos podemos empezar por clarificar el transhumanismo para luego, dejar claro cuál de todas las posturas tomaremos y así definir después al posthumanismo. El transhumanismo no puede ser considerado como un movimiento uniforme, sino más bien como una corriente diversa y fragmentada. Algunos teóricos como Ferrando identifican tres vertientes: el transhumanismo libertario, democrático y extropianismo.
El transhumanismo libertario aboga por el libre mercado como el mejor garante del derecho a la mejora humana. El transhumanismo democrático demanda un acceso igualitario a las mejoras tecnológicas, las cuales de lo contrario podrían estar limitadas a ciertas clases sociopolíticas y relacionadas con el poder económico, codificando consecuentemente políticas raciales y sexuales. Los principios del extropianismo han sido delineados por su fundador Max More como: progreso perpetuo, autotransformación, optimismo práctico, tecnología inteligente, sociedad abierta (información y democracia), autodirección y pensamiento racional.3
Por su parte, Antonio Diéguez, ha identificado dos ramas principales: el transhumanismo cultural y el transhumanismo tecnocientífico. El primero, influenciado por corrientes como el postmodernismo, feminismo y ecologismo radical, critica la concepción tradicional del ser humano y busca deconstruir conceptos arraigados. En contraste, el transhumanismo tecnocientífico, liderado por científicas/os y tecnólogas/os, se involucra directamente con avances biotecnológicos que buscan modificar al ser humano. Inspirado en figuras como Fredkin, Jastrow, Minsky, Moravec y Kurzweil, este enfoque persigue la superación tecnológica del ser humano, aspirando a convertirlo en un ciberorganismo genéticamente mejorado y transformado.4 Este último no se enfoca en las críticas culturales/lingüísticas que sí hace el primero; y es este transhumanismo tecnocientífico sobre el que versará la discusión del presente texto. Esta división en enfoques distintos dentro del transhumanismo es fundamental para comprender las cuestiones éticas y sociales que plantea, ya que cada uno tiene sus propias implicaciones y perspectivas sobre la modificación y mejora del ser humano.
Asumiendo esta postura, entonces también podemos definir al posthumanismo,5 ya que nos separamos de la visión post-antropocéntrica y postdualista, sobre las cuales se enfocan el transhumanismo y posthumanismo crítico cultural.6 El transhumanismo, según la distinción propuesta por Diéguez, abarca una amplia gama de perspectivas, reflejando la diversidad de opiniones dentro de este movimiento. Max More lo describe como una filosofía que busca llevarnos hacia una condición posthumana, compartiendo ciertos aspectos con el humanismo, como el valor por la razón y la ciencia, pero diferenciándose al anticipar cambios radicales gracias a avances científicos y tecnológicos.7 A pesar de esta diversidad, el transhumanismo comparte ciertos rasgos comunes, como la abolición de las fronteras entre humano y máquina, y la búsqueda de la modificación corporal para mejorar la condición humana, defendiendo la libertad en la transformación corporal en nombre del bienestar humano. Movimientos transhumanistas, como el núcleo de Oxford con figuras como Nick Bostrom y David Pearce, buscan promover esta presunta mejora humana.
Aunque el transhumanismo se centra en el mejoramiento de la especie, la introducción del término “posthumanidad” por parte de More agrega una nueva dimensión. Esta noción se distingue del transhumanismo ya que este implica un proceso de cambio, un (trans)ito, mientras que el posthumanismo sugiere la llegada a una meta específica. Esto nos lo explica Martorell:
Primero el humano mutará en transhumano, espécimen biónico transicional a merced, todavía, de los ciclos naturales ele mentales. A medida que las técnicas cyborgizadoras avancen, el transhumano coronará, empero, etapas inauditas de desnaturalización, hasta mutar en pos thumano, espécimen postbiológico, íntegramente auto-creado (autopoiético), ajeno a las leyes que rigen la vida basada en el carbono, abierto a sucesivas auto-reconstrucciones.8
Las reflexiones anteriores sugieren que el transhumanismo (o los transhumanismos), en su mayoría, conlleva inevitablemente un posthumanismo como su objetivo final. Se describe al posthumano como un ente que supera las limitaciones biológicas, desvinculándose de la dependencia de factores ambientales como la luz solar u otras fuentes de energía. Esto implica una desnaturalización y postbiologización, dando lugar a una vida radicalmente distinta, donde los seres humanos o transhumanos aún dependen de factores externos para subsistir, mientras que el posthumano autoregulará sus funciones biológicas mediante sus propias capacidades intrínsecas.9 Además de una distinción crucial entre el transhumanismo y el posthumanismo, se plantea una diferenciación entre las dos principales vías que los transhumanistas consideran para alcanzar la meta del posthumano. A pesar de que ambas comparten el mismo objetivo final, difieren en sus métodos. Una de estas vías es la vía de la IA o singularidad, que se apoya en la robótica y la inteligencia artificial para crear máquinas conscientes capaces de potencialmente reemplazar a los humanos. La otra es la vía biológica,10 que utiliza avances en biotecnología, genética, nanotecnología y neurociencia para modificar directamente la estructura biológica del ser humano.11 Estas vías, aunque distintas, pueden eventualmente complementarse en el proceso hacia la transformación del ser humano en posthumano.12
El transhumanismo es un movimiento diverso conformado por individuos con distintas perspectivas, aunque comparten un optimismo marcado por la tecnología y una profunda confianza en los avances científicos para mejorar la condición humana. Los transhumanistas promueven la transformación del ser humano mediante la tecnología, buscando beneficios como una salud mejorada, una vida más larga, un intelecto mejorado, emociones enriquecidas y una felicidad ampliada; algunos incluso han descrito a los transhumanistas como seguidores de una especie de utopía tecnológica, comparando su confianza en la tecnología con una fe religiosa o mística,13 creyendo ciegamente en los beneficios que ésta puede aportar a la humanidad. “Así, sería bastante ingenuo no señalar que muchos defensores y teóricos del transhumanismo promueven sus ideas para crear una especie de entusiasmo escatológico en torno a la tecnología que producen.”14 Incluso extrapolando ideas religiosas, pero dándoles un enfoque tecnocientífico, como la suposición de un alma o un yo que trasciende la corporalidad. “En particular, el enfoque transhumanista del Apocalipticismo de la IA fortalece su posición al dejar intactos los principios fundamentales de las tradiciones religiosas, como el alma individual”.15 La idea de pecado original también tiene una presencia importante en el transhumanismo. “La noción de “pecado original” se reformula entonces en una dicotomía en la que los cuerpos ineficientes heredados por la selección natural son corregidos, perfeccionados […] por los progresos de la selección tecnológica y artificial”.16 E inclusive, desde el movimiento transhumanista antienvejecimiento se plantea que la vejez es en sí misma una especie de purgatorio o incluso infierno, en donde se deben expiar los pecados del transcurso vital. Redeker plantea que, en tiempos pasados, el castigo teológico solía ser post mortem, pero en la actualidad la vejez se considera un castigo previo a la muerte, y ambos son percibidos como consecuencias de pecados.
el pecado pasó de la religión a la medicina y se encarnó, por ejemplo, en los placeres de la mesa, de la bebida y del tabaco porque su castigo, el infierno, se ha vuelto biológico. El destino administra aquí en la tierra el nuevo castigo del pecado: una vejez dolorosa, agobiada por las enfermedades. La vejez es el infierno tal como lo concebían las sociedades posteriores a la muerte de Dios.17
El programa transhumanista, encapsulado en el lema ‘Vivir más tiempo, más saludable, más inteligente y feliz’, busca superar las limitaciones actuales del ser humano. Este enfoque representa una fusión entre las ideas humanistas de la Ilustración y el poder de las tecnologías.18 El movimiento, también conocido como H+ [Humanity Plus], evoca ideales progresistas de la Ilustración que ven la historia y la humanidad en constante mejora. “El énfasis en nociones como la racionalidad, el progreso y el optimismo está en línea con el hecho de que, filosóficamente, el transhumanismo se arraiga en la Ilustración”.19 Aunque estas ideas puedan parecer inviables hoy, el transhumanismo las adopta como estandartes, buscando así un retorno a los ideales ilustrados. Para Habermas y Ben-Habib, la Ilustración abrazaba una idea extravagante pero aún vigente: creía que las artes, las ciencias y la filosofía conducirían al dominio de las fuerzas naturales y al avance del bienestar moral, la equidad institucional y la felicidad humana.20 Esta conexión entre la Ilustración y el transhumanismo se manifiesta en la confianza compartida en el progreso y la búsqueda de la mejora humana a través de la tecnología. “A nuestro juicio el proyecto prometeico de instrumentalización de la Naturaleza, iniciado por la Ilustración y continuado por la Modernidad, se radicaliza en la Postmodernidad como un programa intervencionista que aspira a recrear sus formas y replantear sus límites naturales”.21
Sin embargo, al igual que la Ilustración, el transhumanismo también enfrenta desafíos y limitaciones. La sobrevaloración de la tecnología y la ciencia podría descuidar aspectos éticos, sociales y emocionales de la existencia humana. Además, la confianza ciega en el progreso tecnológico podría dar lugar a consecuencias no anticipadas o a desafíos éticos significativos. Asimismo, la implementación equitativa y ética de las propuestas transhumanistas podría enfrentar obstáculos similares a los de la Ilustración en la aplicación universal de sus ideales de libertad e igualdad.
Problema actual del envejecimiento y el movimiento transhumanista antienvejecimiento
En la actualidad, la población longeva está experimentando un crecimiento significativo en la mayoría del mundo. Este fenómeno puede atribuirse a una serie de factores que han contribuido a este aumento en la proporción de personas mayores en la sociedad. Uno de los principales factores que ha llevado al envejecimiento de la población es la baja tasa de natalidad.22 En muchos países, ésta ha disminuido en las últimas décadas, lo que significa que hay menos jóvenes para reemplazar a los mayores a medida que envejecen y fallecen. Esta baja tasa de natalidad puede deberse a cambios en los valores sociales, la disponibilidad de métodos anticonceptivos y otros factores socioeconómicos. Además, los desarrollos en la atención médica y la mejora de las condiciones de vida también han contribuido al aumento de la esperanza de vida. Gracias a los avances en la medicina, se han logrado grandes progresos en la prevención y el tratamiento de enfermedades, lo que ha permitido a las personas vivir más tiempo. Aunado a esto, las mejoras en la infraestructura, como el acceso a agua potable y la disponibilidad de servicios de salud, han ayudado a prevenir enfermedades infecciosas y han mejorado la calidad de vida en general, lo que ha permitido que más personas alcancen la vejez. Los cambios en la estructura familiar y en los roles de género también han influido en el envejecimiento de la población. En muchas sociedades, se ha producido una disminución en el tamaño de las familias y un cambio en los modelos tradicionales de cuidado de los ancianos. Anteriormente, las familias solían ser más grandes y los miembros más jóvenes se encargaban del cuidado de los ancianos en el hogar. Sin embargo, en la actualidad, muchos países experimentan una mayor urbanización lo que ha llevado a un cambio en los arreglos familiares y a una mayor dependencia de servicios de cuidado a largo plazo.
El incremento en el número de personas ancianas impone un impostergable reto para las políticas y estrategias en salud en aras de satisfacer sus necesidades y brindarles la posibilidad de vivir sus últimos años con una buena calidad de vida. Varios estudios han encontrado que los avances tecnológicos y científicos han permitido que hoy gran parte de la vida de una persona transcurra como adulto mayor. Sin embargo, dichos adelantos aún no satisfacen las necesidades de una población envejecida. Esto es un problema de salud y políticas públicas.23 La iniciativa privada y los gobiernos no sólo deben invertir en ciencia y tecnología para prolongar la vida, sino para lograr que la calidad de esa vida sea satisfactoria en una población mundial que cada día será más envejecida. Otros estudios exploran que el incremento de las personas ancianas en el mundo genera otros problemas de salud específicos,24 como las comorbilidades, mejor definidas en este grupo como multimorbilidades. Estas morbilidades generan un problema en los sistemas de salud público pues muchas de ellas son muy costosas, como es el caso de las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la enfermedad renal crónica y la diabetes, y sus respectivas complicaciones.25 Lo anterior implica una mayor inversión en aspectos de salud pública, en un mundo en donde la población es cada vez mayor, y dentro de esa explosión demográfica la cantidad de personas ancianas también es más amplia.
Bajo este fenómeno contemporáneo la vejez se convierte en un tema a tratar, tanto teórica como políticamente. En la actualidad se ha vuelto más común considerar el envejecimiento como un signo de decadencia física en lugar de una etapa de riqueza vivencial. Movimientos científicos como el antienvejecimiento, liderado por figuras como Aubrey De Grey, buscan eliminar el cuerpo envejecido, pues la vejez es vista como una debilidad heredada por el mundo natural del que podemos escapar a través de la modificación bio-médica-tecnológica. Este grupo está formado por expertos en medicina, biología y salud, como el propio De Grey, fundador de la Fundación SENS y autor de Ending Aging. Junto a él, destacan figuras como el Dr. David Sinclair, investigador de genética en Harvard, y la Dra. Cynthia Kenyon, especialista en longevidad en Calico. Estos científicos exploran causas y soluciones al envejecimiento, desde el papel de la sirtuina hasta los efectos del ayuno en la longevidad.
El por qué situamos a este movimiento científico dentro del transhumanismo responde, precisamente, a que el mismo transhumanismo establece que una de sus metas es aumentar la esperanza de vida de los humanos; además de la fe casi ciega en la ciencia y la tecnología para alcanzar nuevos estadios de la humanidad. “El movimiento vagamente definido […] promueve un enfoque interdisciplinario para comprender y evaluar las oportunidades de mejorar la condición y el organismo humanos abiertas por el avance de la tecnología. […] Las opciones de mejora que se están discutiendo incluyen una extensión radical del tiempo de vida saludable humano”.26 El transhumanismo, al poner énfasis en la expansión de las capacidades humanas a través de medios tecnológicos, no solo busca prolongar la vida, sino también mejorar su calidad. Esta mejora no se limita a aspectos físicos, sino que abarca también dimensiones cognitivas y emocionales, proyectando una visión de la humanidad transformada por el avance científico. En este contexto, el movimiento antienvejecimiento se presenta como un componente central del transhumanismo, ya que busca intervenir en los procesos biológicos fundamentales para retardar, detener o incluso revertir el envejecimiento. Es crucial subrayar que la interdisciplinariedad mencionada por Bostrom no es un simple agregado, sino una necesidad intrínseca del transhumanismo. La biotecnología, la informática, la nanotecnología y la neurociencia se conjugan para ofrecer soluciones que antes eran consideradas ciencia ficción.
Lo que proponen las y los científicos detrás del movimiento antienvejecimiento es perpetuar la vida hasta estadios nunca experimentados por la humanidad, siguiendo su fe en la tecnociencia. De Grey propone dos posturas frente a esta búsqueda: los partidarios de SENS (Strategies for Engineered Negligible Senescence) y los defensores del envejecimiento, a quienes él denomina como atrapados en un ‘transe pro-envejecimiento’.27 De Grey denigra claramente a los partidarios del envejecimiento, insinuando que apoyan la decadencia humana. Aunque este planteamiento inicial es polarizante, se entiende como un intento de destacar la importancia de abordar activamente los desafíos del envejecimiento y fomentar la investigación en estrategias para combatirlo. Además, De Grey emplea un enfoque radical y provocador que, aunque incluye mucho marketing, ha sido efectivo para llamar la atención sobre el antienvejecimiento. Utiliza una analogía entre la vejez y el tabaquismo para destacar la falta de atención mediática hacia el primero a pesar de ser considerado una enfermedad por De Grey.28 Argumenta que, al igual que el tabaquismo, el envejecimiento solía ser considerado beneficioso para la salud antes de descubrir sus efectos perjudiciales. Destaca cómo se ha estigmatizado el tabaquismo con campañas de concienciación y restricciones legales, sugiriendo aplicar medidas similares al envejecimiento. Su propuesta busca cambiar la percepción pasiva hacia el envejecimiento, promoviendo una actitud activa y comprometida con la investigación científica para eliminarlo. De Grey desafía nuestras percepciones arraigadas y aboga por un cambio de paradigma en la forma en que enfrentamos el proceso de envejecimiento.
De Grey también propone una analogía entre el envejecimiento y ciertos virus mortales, como el VIH, el citomegalovirus y la gripe aviar. Destaca que, aunque los virus pueden causar pandemias, ninguno se ha propagado universalmente como el envejecimiento, presente en todas las culturas y rincones del mundo.29 Esta comparación subraya la pasividad con la que se aborda el envejecimiento, a diferencia de la atención intensiva dada a las enfermedades infecciosas. De Grey desafía esta perspectiva, instando a considerar el envejecimiento como una condición médica tratable. Propone invertir recursos y esfuerzos en investigaciones para comprender y tratar el envejecimiento, al igual que se hace con las enfermedades infecciosas.30 Su objetivo es fomentar una mayor atención científica y médica en el estudio de los mecanismos del envejecimiento y en la búsqueda de intervenciones para eliminarlo.
De Grey asegura que el envejecimiento no viene inscrito en la biología. El gerontólogo inglés afirma que no existen genes que provoquen el envejecimiento. Sólo en algunos casos, como los salmones, los individuos están diseñados para desarrollarse rápido y morir “prematuramente”. Incluso asevera que nuestros genes pretenden mantenernos vivos el mayor tiempo posible para así tener más posibilidades de pasar a la siguiente generación. “La razón por la cual tenemos genes que nos mantienen con vida hasta que es muy probable que hayamos sido eliminados es porque mientras más tiempo continúen nuestras vidas fértiles, más descendencia tendremos la oportunidad de tener, por lo tanto, mayor será la probabilidad de que nuestros genes se transmitan a las generaciones futuras.31 Es a través de este razonamiento que De Grey trata de establecer que el envejecimiento no es algo innato en los organismos, sino que genéticamente estamos programados para vivir el mayor tiempo posible. Según De Grey, la idea arraigada de que morir a una edad avanzada es una muerte natural es contra intuitiva puesto que lo último que busca la vida es la muerte. “Sabemos que nuestros genes son nuestros aliados, no nuestros enemigos, en nuestra guerra contra el envejecimiento, que existen para posponer el envejecimiento, no para causarlo, y solo envejecemos porque esas vías genéticas que preservan la vida no son integrales”.32 Es decir, un organismo nunca buscará la muerte, ni ésta podría ser considerada natural, al contrario, la biología es la aliada en la lucha contra la vejez.
De Grey menciona en su libro las interrogantes sobre los problemas sociales que surgirían con vidas humanas extendidas hasta 100, 200 o 300 años, como la sostenibilidad económica de las pensiones y el impacto en la fuerza laboral. Sin embargo, no ofrece respuestas concretas a estas inquietudes. La obra de De Grey plantea la eliminación del envejecimiento como un avance sin abordar las problemáticas de fondo que acarrearía esto. No responde a cuestiones sobre el impacto en la economía, como el pago de pensiones en una población longeva. Además, ignora la sobrepoblación y la escasez de recursos en un mundo con mayor longevidad. Su enfoque biomédico descuida aspectos importantes de la existencia humana, reduciendo la complejidad del cuerpo a lo biológico. Se evidencia una visión cientificista que sobreestima el poder de la ciencia y la tecnología, obviando problemas éticos, sociales y políticos. Estos campos tienen limitaciones y no pueden resolver todos los problemas, especialmente aquellos que implican relaciones humanas. Aunque la eliminación del envejecimiento parece un escenario lejano, es crucial considerar estas implicaciones y prepararse para abordar estos desafíos si alguna vez se presentan.
La búsqueda sin restricciones de avances biotecnológicos sin considerar sus repercusiones puede resultar en efectos no deseados, tanto a nivel individual como colectivo. La implementación apresurada de tecnologías antienvejecimiento podría tener consecuencias imprevistas, como efectos secundarios desconocidos o impactos negativos en la diversidad genética. La ideologización de la innovación dentro del sistema capitalista presenta desafíos significativos, ya que premia la innovación sin considerar opciones éticas, sostenibles y socialmente responsables. Esto podría perpetuar un ciclo en el que la competencia por la innovación eclipsa la ética y la evaluación crítica de las implicaciones a largo plazo.
Al grado de convertirse la innovación en una ideología que determina los fondos que se distribuyen para la educación y la investigación del desarrollo de un país […] Este es el caso de las biotecnologías y en concreto la ingeniería genética que se ha convertido en los últimos años no sólo en un ámbito de la investigación científica sino en una gran industria. Esto ha llevado a la paradoja ética, si bien la innovación es un carácter específico de la dinámica existencial de los seres humanos, parece que este énfasis en la innovación tecnológica impide esa misma dinámica, es decir, despoja de responsabilidad moral a los individuos y los determina para seguir las normas establecidas para que el producto de la innovación funcione. La innovación dejade ser una cualidad y se convierte en un fin en sí mismo que no tiene límite alguno.33
En el caso concreto del antienvejecimiento se conjuga con la ideología del jovenismo, creando una doble hélice ideológica que lo sustenta fuertemente. En el contexto del antienvejecimiento, la búsqueda constante de innovaciones biotecnológicas se presenta como una parte integral de la visión transhumanista, que busca mejorar y prolongar la vida humana mediante la aplicación de avances tecnológicos en la biología. La ingeniería genética como una gran industria expone la magnitud de los recursos y esfuerzos dedicados a la investigación y desarrollo de tecnologías antienvejecimiento. Este fenómeno ilustra cómo la innovación, en este caso, se ha convertido no solo en un ámbito de investigación científica, sino también en un sector económico con implicaciones comerciales significativas. La paradoja ética de que la innovación tecnológica parece despojar de responsabilidad moral a los individuos al seguir simplemente las normas establecidas para que los productos de la innovación funcionen, y esto plantea cuestionamientos relevantes en el contexto del antienvejecimiento. En el afán de desarrollar tecnologías para prolongar la vida, ¿se está perdiendo de vista la consideración ética de las consecuencias a largo plazo tanto a nivel individual como social? ¿Cómo afecta esta dinámica a la autonomía y la responsabilidad de las personas respecto a sus propias decisiones sobre el envejecimiento y la vida prolongada?
La idea de que la innovación se convierte en un fin en sí misma sin límites también encuentra eco en el movimiento transhumanista. La búsqueda incesante de tecnologías antienvejecimiento puede llevar a una mentalidad en la que la innovación se valora por sí misma, sin una evaluación crítica de sus posibles impactos negativos. Esta perspectiva plantea la necesidad de equilibrar la innovación con una reflexión ética y consideración de las consecuencias, asegurando que los avances tecnológicos no solo busquen la prolongación de la vida, sino también el bienestar integral y sostenible de la humanidad, aspecto que De Grey deja de lado. Por último, la tecnología y la ciencia no pueden reemplazar la ética y la moralidad; no pueden proporcionar la respuesta a todas las preguntas. De hecho, a menudo plantean nuevas preguntas éticas que deben ser consideradas y abordadas. Podríamos imaginarnos solo algunos de los posibles problemas que enfrentaríamos en un mundo en donde la gente vive joven indefinidamente, aspectos que los sectores tecnocientíficos no ponen en su lista de prioridades. Si bien puede parecer un escenario hipotético lejano, es importante considerar estas implicaciones y pensar en cómo podríamos abordar estos desafíos si alguna vez surgieran.
El movimiento transhumanista antienvejecimiento y el problema ecológico
La búsqueda de aumentar la esperanza de vida a números nunca vistos, como los 500 años, es lo que busca el movimiento antienvejecimiento. Dicho movimiento no cuestiona este deseo desde ningún punto, tampoco el ecológico. En este entrelazado de dos senderos divergentes, se revela un dilema fundamental que enfrenta la humanidad en su búsqueda por el progreso y la supervivencia. Por un lado, nos encontramos inmersos en la vorágine del transhumanismo y el posthumanismo,34 donde la tecnología se erige como el medio para trascender las limitaciones biológicas y elevar el potencial humano a niveles insospechados. La idea de mejorar nuestra especie, prolongar nuestras vidas y potenciar nuestras capacidades parece ser el horizonte hacia el que nos dirigimos con fervor y determinación.
Este deseo de ‘superar la naturaleza’ se encuentra en el corazón del proyecto transhumanista tecnocientífico y en su culminación con el posthumanismo. “La veneración que lo que llamamos naturaleza inspira al hombre ha sido un obstáculo descorazonador para que éste extienda su imperio sobre las criaturas inferiores de Dios: empresa que muchos no sólo consideraron imposible, sino impía […] y así, la idea de emular, quizá de superar las acciones de esa naturaleza que tan reverenciosamente miraban, tornóse para ellos un motivo de remordimiento”.35 Esta veneración de la Naturaleza pero a la vez el deseo de la superación de los límites impuestos por ella es una convicción ilustrada. “Por otro lado, estas palabras nos devuelven la certeza de que el proyecto ilustrado, prefigurado en Boyle y continuado por Linneo y muchos otros, se constituye de grandes dosis de antropocentrismo e instrumentalización de la Naturaleza”.36 Según Theodor Adorno y Max Horkheimer, desde sus inicios, la meta de la Ilustración ha sido liberar a la humanidad del miedo y elevarla a un estado de dominio propio”. Su lema se basa en un ‘desencantamiento del mundo’ que busca desmantelar los mitos y suprimir la imaginación a través del conocimiento científico.37 Como hemos señalado más arriba, los valores de la Ilustración son rastreables también en los movimientos trans y posthumanistas.
Sin embargo, este afán por la mejora individual y colectiva choca de manera abrupta con la cruda realidad de nuestra relación con el planeta que habitamos. Mientras nos embarcamos en la búsqueda de la inmortalidad y la superación de nuestras limitaciones biológicas, no podemos ignorar el hecho de que nuestra propia existencia está íntimamente ligada al bienestar y el equilibrio de la biosfera que nos sustenta. Cada avance tecnológico que nos acerca a la perfección deseada parece alejarnos aún más de la armonía con nuestro entorno natural. “Aunque el impacto de la evolución darwiniana es observable a nivel de especies, los transhumanistas consideran la mejora de las capacidades dependientes de la biología humana a nivel individual. Manipular tanto el genoma humano como las capacidades biológicas humanas puede representar una amenaza adicional para el equilibrio natural, que, como han señalado muchos ambientalistas, ya está gravemente perturbado por las acciones humanas”.38 La explotación desmedida de recursos, la contaminación descontrolada y la degradación del medio ambiente son las consecuencias directas de una mentalidad centrada en el dominio y la conquista, donde el bienestar humano se prioriza sobre cualquier consideración hacia otras formas de vida y la preservación del ecosistema en su conjunto.
Esto lo explica Ferrando a través del concepto de ‘Great Chain of Being’ o ‘Gran Cadena del ser’. Según la autora, en Occidente, históricamente se ha planteado al ser humano en una escala jerárquica superior con respecto al reino no humano. Arraigada en Platón, Aristóteles y el Antiguo Testamento, esta estructura simbólica, basada en un excepcionalismo humano, se reflejaba en la Gran Cadena del Ser, que representaba una jerarquía de toda la materia y la vida, incluso en sus formas hipotéticas como ángeles y demonios, comenzando desde Dios. Este modelo, con diferencias y especificidades contextuales, continuó en su interpretación cristiana a lo largo de la Edad Media, el Renacimiento, hasta el siglo XVIII.39 Este androcentrismo se ve reflejado claramente en las ideas del transhumanismo, en donde el humano es el centro de atención y sobre el que irían las mejoras biotecnológicas. Este mundo, desgastado por la crisis climática como si fuera un disolvente alquímico, se reduce a una visión estética de la naturaleza, vista solo como un simple telón de fondo para el espectáculo de la humanidad.40 En este contexto, se observa una tendencia al negacionismo dentro del transhumanismo en relación con el cambio climático y los problemas asociados.
De este modo, la agenda transhumanista busca confrontar el paralizante miedo y la sensación de impotencia y culpa que surgen del creciente reconocimiento de las causas antropogénicas del calentamiento global, ofreciendo una visión higienizada de desapego del cuerpo humano y de la responsabilidad humana, como un cordón umbilical que debe ser cortado antes de que pueda estrangular al infante. De esta manera, la difícil pero urgente necesidad de soluciones prácticas y epistemológicas para salir de la crisis climática corre el riesgo de ser ignorada más que resuelta.41
Esta actitud se debe, en parte, a que reconocer plenamente los desafíos ambientales implicaría un cuestionamiento de los privilegios antropocéntricos que los seres humanos han disfrutado históricamente.
Así, entre las muchas formas de espiritualidad moderna con inclinaciones científicas, aquellas que parecen ganar más adeptos e imponerse tanto en los discursos científicos como públicos son las que evitan enfrentar directamente este problema, ofreciendo en su lugar una perspectiva en la que los principios antropocéntricos esenciales se mantienen o se reformulan ligeramente. Entre estas, encontramos de particular interés el creciente movimiento del Apocalipticismo de la IA, una postura particular que muestra emblemáticamente la complejidad temática entrelazada que se manifiesta en este diálogo social. Siguiendo el trabajo de Robert Geraci, el Apocalipticismo de la IA puede definirse como el término general que comprende los movimientos espirituales complejos y multifacéticos que han emergido a la vanguardia de lo que se conoce como el discurso Transhumanista.42
El transhumanismo, al centrarse en la mejora y extensión de la vida humana a través de la tecnología, puede inadvertidamente priorizar avances tecnológicos y biomédicos a expensas de una consideración seria de los límites ecológicos y las responsabilidades ambientales. Esta visión tecnocéntrica tiende a subestimar la interdependencia entre los sistemas naturales y las sociedades humanas, promoviendo una ilusión de independencia de los seres humanos respecto a su entorno. Esto evidentemente levanta críticas pues no considera al medio ambiente como un sujeto digno de ser tomado en cuenta, y más bien como un objeto sobre el cual el humano puede desarrollarse en óptimas condiciones.
Existen algunas preocupaciones que los ambientalistas podrían plantear contra las nociones del transhumanismo tal como lo desarrollan Savulescu o Bostrom. En primer lugar, como es visible a simple vista, el transhumanismo solo tiene en cuenta el bienestar de la especie humana, ya que es tanto el agente como el objeto de todos los procedimientos de mejora mencionados anteriormente. Por lo tanto, es imposible descartar la afirmación de que el transhumanismo es un concepto antropocéntrico.43
La postura de algunos transhumanistas en contra de la falacia naturalista refleja un rechazo a la idea de que lo “natural” sea intrínsecamente bueno o moralmente superior a lo artificial o modificado por el ser humano. Para estos transhumanistas, la idea de ‘naturaleza’ no debería ser determinante en la toma de decisiones éticas y morales, lo que los distingue de los bioconservadores. “Si bien el concepto esencialista y normativo de naturaleza humana que sostienen buena parte de los críticos del transhumanismo es sumamente problemático desde el punto de vista evolucionista, hay alternativas compatibles con la ciencia que pueden ofrecerse como sustituto, pero no sirven para fundamentar juicios morales sustantivos acerca del biomejoramiento humano, es decir, esas otras formas de entender la naturaleza humana carecen de la fuerza normativa que los bioconservadores reclaman”.44 Esta postura desafía la concepción tradicional de una ‘Naturaleza Humana’ inviolable que limita la manipulación genética y tecnológica.
Sin embargo, esta perspectiva no solo cuestiona la noción de Naturaleza Humana, sino que también influye en nuestra comprensión más amplia de la naturaleza en su totalidad, es decir, en toda la vida en el planeta Tierra, e incluso en la conexión con el propio mundo, puesto que se pierden los miramientos a lo considerado natural.45 “Además, los ambientalistas también pueden acusar a los transhumanistas de descartar abiertamente la noción de respeto por la naturaleza como tal”.46 Al desvincular la ética de la idea de lo ‘natural’, se plantea la posibilidad de que la intervención humana en la biología y el medio ambiente no necesariamente contradiga los principios éticos. Esta visión desafía la dicotomía tradicional entre lo natural y lo artificial, sugiriendo que la tecnología y la modificación genética pueden ser herramientas legítimas para mejorar la condición humana y el entorno en el que vivimos. En lugar de considerar la naturaleza como un límite absoluto e intocable, se propone una visión más pragmática y adaptable, que reconoce la capacidad del ser humano para influir en su entorno y en sí mismo.
En este sentido, transhumanistas como Nicholas Agar proponen que el valor de la vida no es criterio para parámetros morales por sí mismo. El biocentrista busca establecer robustas salvaguardias éticas para el medio ambiente basándose en la premisa de que la mera existencia implica un significado moral. Sin embargo, hay preocupaciones significativas acerca de la idoneidad del concepto de vida para ocupar un lugar tan central en la teoría moral.47 Existen otras posturas transhumanistas que hacen una distinción de vida y de vida consciente, privilegiando a esta última como la que cuenta con un valor moral. “Es altamente probable que los transhumanistas basados en el utilitarismo, como Savulescu, estarían de acuerdo con el concepto de que no es la vida la que posee valor moral, sino más bien una vida consciente”.48 Lo cual, nos lleva de nuevo a un androcentrismo, pues se considera que la vida en la Tierra con mayor grado de consciencia es la humana.
Ante este discurso se pueden tener dos posturas distintas. Por un lado, al adoptar esta perspectiva, se abre la puerta a un marco ético que no esté limitado por nociones estáticas de lo natural, permitiendo un enfoque más dinámico. La ética en este contexto se convierte en una guía para evaluar las consecuencias de nuestras acciones y tecnologías, en lugar de ser una barrera infranqueable basada en un concepto inmutable de la naturaleza. Esta transformación permite una revalorización de las capacidades humanas para innovar y adaptarse, al tiempo que se garantiza que dichas innovaciones se alineen con principios éticos reflexivos y adaptativos.
Por otro lado, aunque la crítica de Agar tiene sus méritos, también puede ser interpretada como un debilitamiento de las bases éticas que protegen la vida en todas sus formas, abriendo la puerta a intervenciones potencialmente peligrosas y deshumanizadoras. En este sentido, la instrumentalización de la biología y el medio ambiente para fines humanos podría llevar a una explotación desmedida y a una falta de respeto por los sistemas naturales. Al adoptar una visión más pragmática y adaptable, se podría fomentar un enfoque utilitarista donde las consecuencias inmediatas y los beneficios tecnológicos prevalecen sobre consideraciones éticas más profundas. Esto podría resultar en la justificación de prácticas que, aunque tecnológicamente viables, no necesariamente promueven el bienestar de la biosfera a largo plazo ni la justicia social. La modificación genética y la biotecnología, aunque prometedoras, también plantean riesgos significativos, como la creación de desigualdades biológicas y la posibilidad de un control excesivo sobre la vida en el planeta. Además, esta postura pragmática podría minimizar la importancia de la preservación del medio ambiente, promoviendo una gestión activa que podría derivar en la manipulación y alteración continua de los ecosistemas para satisfacer necesidades humanas. Esta perspectiva ignora la complejidad y el equilibrio intrínseco de los sistemas naturales, los cuales pueden ser profundamente afectados por intervenciones humanas, a menudo con consecuencias imprevistas y negativas.
Esta nueva etapa de la humanidad, que hemos descrito como trans/posthumanista, también podría ser considerada como postecológica. “Pero conviene advertir que una de las dimensiones comprendidas en el programa emancipador ilustrado, como decíamos anteriormente, se ha intensificado en la era de la post-ecología. La adquisición de autonomía (o abandono de la referencialidad) respecto de la Naturaleza es un proyecto inacabado de la Ilustración que se transmite a través de la Modernidad y persiste en la vanguardia intelectual post-moderna y post-ecologista de nuestros días”.49 La noción de postecología sugiere una era en la que la dependencia y consideración hacia la naturaleza han sido reemplazadas por una visión donde la tecnología y la ciencia predominan como los principales motores de la evolución humana. Este cambio refleja un deseo profundo de emancipación de las limitaciones impuestas por el entorno natural, impulsando un paradigma en el que la humanidad busca dominar y reconfigurar la naturaleza para sus propios fines. La autonomía respecto a la naturaleza puede llevar a una desconexión peligrosa de los sistemas ecológicos que sostienen la vida. La explotación intensiva de recursos y la intervención biotecnológica sin una comprensión completa de sus efectos a largo plazo podrían causar desequilibrios ecológicos irreversibles, afectando no solo al medio ambiente, sino también a la propia supervivencia humana.
Conclusión
El crecimiento exponencial de la población humana, aliado con el alargamiento de la esperanza de vida, crea una presión insostenible sobre los recursos naturales y los ecosistemas frágiles que componen nuestra biosfera. Así, el paradójico resultado de la búsqueda de la perfección e inmortalidad es el deterioro acelerado del único hogar que conocemos. En nuestra carrera hacia un futuro donde la tecnología nos sitúa en un pedestal de poder y superioridad, corremos el riesgo de olvidar que somos una parte intrínseca de un sistema mucho más vasto y complejo, del cual dependemos para nuestra supervivencia. El transhumanismo, aboga por una confianza casi ilimitada en la capacidad humana para innovar y controlar su destino. No obstante, esta confianza debe ser equilibrada con una evaluación crítica de los límites y responsabilidades que conlleva. La intervención tecnológica en la naturaleza debe ser acompañada por una ética de precaución y sostenibilidad, que reconozca la interdependencia fundamental entre los seres humanos y su entorno. Esto es considerado incluso por algunos transhumanistas como Savalescu y Persson.
a través de la ciencia y la tecnología, los humanos han cambiado radicalmente sus condiciones de vida, mientras que su psicología moral ha permanecido fundamentalmente igual a lo largo de esta evolución tecnológica y social […] [La evolución científica] está llevando a una degradación ambiental cada vez mayor y a un cambio climático perjudicial. […] Lo que se necesita es una mejora de las disposiciones morales de los ciudadanos, una extensión de su preocupación moral más allá de un pequeño círculo de conocidos personales.50
La reflexión crítica sobre el transhumanismo también nos invita a reconsiderar nuestra relación con la naturaleza no solo como un recurso a ser explotado, sino como un socio en la coevolución. Esta coevolución requiere una integración respetuosa y equilibrada de las innovaciones tecnológicas con los principios ecológicos, promoviendo un desarrollo que no comprometa la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Además, el transhumanismo debe enfrentar los desafíos de equidad y justicia social. La accesibilidad a las tecnologías avanzadas no deben ser privilegios exclusivos de una élite, sino que deben ser distribuidos de manera equitativa para evitar la exacerbación de desigualdades existentes. La democratización de la tecnología y la ciencia es esencial para asegurar que todos los individuos puedan participar y beneficiarse de estos avances.
El análisis crítico del transhumanismo y su enfoque en la extensión de la vida humana revela una serie de dilemas éticos y ecológicos profundos. La ideología transhumanista, al centrarse en la mejora y prolongación de la vida humana, refuerza una visión antropocéntrica que ve la naturaleza y otros seres vivos como recursos a ser explotados. Este enfoque puede llevar a desequilibrios ecológicos irreversibles, exacerbando la explotación de recursos naturales y afectando negativamente tanto al medio ambiente como a la supervivencia humana a largo plazo.
Además, el énfasis en la innovación tecnológica, sin una evaluación crítica de sus consecuencias, puede resultar en prácticas que no promueven necesariamente el bienestar integral y sostenible de la humanidad y el planeta. Es fundamental que el movimiento transhumanista adopte una ética de precaución y sostenibilidad que reconozca la interdependencia fundamental entre los seres humanos y su entorno. La tecnología y la ciencia deben integrarse con los principios ecológicos, promoviendo un desarrollo que no comprometa la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Solo a través de una integración respetuosa y equilibrada de las innovaciones tecnológicas con los principios ecológicos y una reflexión ética profunda, el transhumanismo puede aspirar a un futuro verdaderamente sostenible y justo, de lo contrario será un movimiento que nos acerque aún más al ecocidio.