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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.4 no.7 México jun. 2010

 

Artículos

 

Arqueología del saber y el orden del discurso: un comentario sobre las formaciones discursivas

 

Donovan Adrián Hernández Castellanos

 

Usted me preguntaba dónde estoy; yo le
respondería, muy sencillamente, en el hoy.

Michel Foucault

 

Pero ¿bastará con conocer el sistema
de nuestras vidas para librarnos de él?

Fredéric Gros

 

Fecha de recepción: 11/09/2009
Fecha de aceptación: 21/01/2010

 

Resumen

En este artículo se propone una revisión minuciosa de dos conceptos fundamentales del pensamiento foucaultiano: las "formaciones discursivas" y el "orden del discurso". Se trata de dos categorías de gran relevancia para comprender el proyecto de una "arqueología del saber" de las que podemos extraer numerosas conclusiones y tareas para practicar el "análisis de los discursos" contemporáneos. Si bien el "análisis" no es una teoría de los conjuntos significantes, su condición es una "política" que habrá que entender como crítica de la dominación y de los "efectos de poder" del discurso en nuestras sociedades. Como argumento en este trabajo, la crítica elaborada por Foucault conduce a una estrategia de resistencia y no al examen trascendental de las condiciones del juicio.

Palabras clave: formación discursiva, orden del discurso, crítica, análisis del discurso, política de la verdad.

 

Abstract

This article proposes a thorough review of two fundamental concepts of foucauldian thought: the "discursive formations" and "order of discourse". These two categories are of great importance for understanding the project of an "archeology of knowledge" from which we can draw many conclusions and tasks for practice "discourse analysis" contemporaries. While the "analysis" is not a significant set theory, its status is a "policy" to be understood as a critique of domination and "power effects" of discourse in our societies. As I argue in this paper, the critique developed by Foucault leads to a strategy of resistance and not to the transcendental examination of the conditions of the judgement.

Key words: discursive formation, order of discourse, critical discourse analysis, policy of truth.

 

Introducción

En este artículo serán revisadas y expuestas las nociones de formación discursiva y orden del discurso que se encuentran en el pensamiento de Michel Foucault. Ambas nociones son fundamentales para comprender la crítica de las relaciones de poder comenzada por Foucault en los años setentas, en la medida que suponen el análisis de las prácticas discursivas de los sistemas de pensamiento que la arqueología describe en sus discontinuidades y en su inmanencia en el campo social. A su vez, estos sistemas de racionalidad, locales o globales, estructuran el campo de acción del que somos partícipes en las relaciones de poder. Para Foucault, el poder es un ejercicio permanente que debe ser analizado en términos de estrategia y de relaciones de fuerza, en una compleja tensión entre libertades; lo cual implica la extensión de controles que pesan sobre la discursividad. Tensiones y órdenes que serán objeto de análisis en nuestra conclusión.

El primer apartado de este trabajo consiste en una descripción detallada del vocabulario empleado por Foucault en la arqueología del saber. Cabe mencionar que este léxico teórico fue desarrollado por el pensador francés en sus primeras obras. Aunque fue elaborado paulatinamente en el curso de sus investigaciones, conforma un conjunto sólido y formalizado; tal como podemos encontrarlo en su obra de 1966 conocida como las palabras y las cosas. En este libro Foucault explora las condiciones que permitieron la formación de las ciencias humanas. Exponer detalladamente las tesis principales de esa obra rebasa los límites de este artículo, pero la discusión de sus acepciones metodológicas y sus implicaciones para la filosofía puede verse favorecida por este trabajo previo en torno a las innovaciones conceptuales argumentadas por Foucault en sus textos metodológicos.

El segundo apartado de este artículo se detiene en los supuestos teóricos elaborados por Foucault en su texto de transición conocido como El orden del discurso. Este texto muestra el interés del arqueólogo en dirigir su pensamiento hacia la constitución de la "analítica del poder", un procedimiento teórico que enfatiza en las relaciones entre los sistemas de discursividad y los dispositivos políticos. Podríamos decir que la "analítica del poder" es menos una teoría política que un ejercicio crítico en torno a los sistemas de dominación, en los que los saberes de las ciencias humanas interactúan políticamente con las instituciones, apoyando o fortaleciendo las relaciones de poder que constituyen a los individuos como sujetos de políticas específicas (académicas, sociales, de género, etcétera). Esto es el orden del discurso que Foucault plantea como una condición para la resistencia y la desujeción de sus efectos hegemónicos.

Este texto es resultado de discusiones sostenidas con tres seminarios de investigación académica multidisciplinarios. Agradezco a los coordinadores del seminario Permanente de Estudios de Retórica, de alteridades y exclusiones y de Reflexiones marginales de la UNAM por los frutos de nuestro trabajo colectivo, los cuales son incorporados en el presente artículo. Sirva esto como reconocimiento de su importante labor académica.

 

Formaciones discursivas

En 1966, tras la publicación de las palabras y las cosas, Michel Foucault entró en la escena intelectual con sus importantes aportaciones en el estudio de las ciencias humanas. La polémica que esta obra suscitó en los ánimos de sus contemporáneos estuvo fuertemente circunscrita al concepto de arqueología del saber. El empleo, hasta entonces inusitado de este sintagma, obligó a Foucault a desarrollar y sistematizar su léxico metodológico. Al parecer estos esfuerzos de aclaración epistémica no fueron suficientes para clasificar la obra y el pensamiento del filósofo francés. Estas inquietudes se mantienen en la actualidad, pues ¿cómo clasificar la obra de este pensador? ¿Será estructuralista o forma parte de la nueva ola hermenéutica que asoló las academias alemanas? Una exploración a la terminología foucaultiana podría ayudarnos a orientar todas estas polémicas.

Al reconstruir la trayectoria de la tradición francesa de epistemología, Dominique Lecourt señala que con Foucault se opera un "descentramiento" con respecto a la historia de las ciencias para dedicarse a las condiciones más generales del "saber".1 "Saber" que, por otra parte, recibe una significación muy peculiar en la arqueología desarrollada por el francés. Encontramos la caracterización de este concepto fundamental en la arqueología del saber, texto publicado en 1969, donde Foucault sistematiza su pensamiento. Apoyándonos en esa obra podemos explicar este concepto de la siguiente manera: se trata de una noción que está constituida por cuatro variables bien especificadas:

1) Un saber es aquello de lo que se puede hablar en una práctica discursiva, que de esta forma encuentra especificado un dominio constituido por objetos que podrán o no adquirir un estatuto científico.

2) Un saber es el espacio en el que un sujeto puede tomar una posición para hablar de los objetos de los que trata en su discurso.

3) Un saber es el campo de coordinación y subordinación de enunciados que posibilitan la aparición de conceptos; donde se definen, se aplican y se transforman.

4) Por último, un saber es definido por las posibilidades de utilización y de apropiaciones estratégicas, ofrecidas por el discurso.2

La arqueología del saber es la descripción del archivo de los sistemas de discursividad para los que el teórico debe encontrar las condiciones históricas de posibilidad (que son modificables), sus respectivas formaciones discursivas y los umbrales que muestran cómo la positividad de cada saberse modifica sumariamente y transforma la episteme de una época, reordenándola o sustituyéndola por otra.3 Para Foucault, el hecho de que haya sido posible el desarrollo de una disciplina "arqueológica" sobre los sistemas de discursividad es el resultado de una larga mutación en la disciplina histórica que ha tenido lugar en la cultura europea del siglo XIX. Dicha mutación en los estudios históricos consiste en la modificación del estatuto de los documentos. Los documentos han pasado a ser para la historia monumentos que deben ser descritos en su propia dispersión. El documento del que se ocupaba el historiador, y en el que leía para describir el pasado, ha devenido a su vez un monumento que el arqueólogo debe describir, no tanto para reconstruir su historia y su origen, como para mostrar las grietas, los cortes y las rupturas que el propio monumento testifica. La arqueología, que antes dependía de la historia y reconstruía el pasado que creíamos leer en los monumentos, se ha independizado y ha reclamado la autonomía de su propio campo de estudio: la historia entonces es dependiente de la arqueología.4 Ésta se separa de la historia de las ciencias en la medida que:

1) Define los discursos en tanto que prácticas y acontecimientos que obedecen a reglas de formación y no como los remitentes de significados ocultos. La arqueología no es una historia de los pensamientos, representaciones e imaginarios que pueden leerse en los discursos. No es un método de lectura alegórica que describa los monumentos como documentos en los que las voces del pasado puedan ser oídas e interpretadas. No se trata, pues, de una exégesis de los documentos. En este sentido podemos afirmar que Foucault no es un representante de la hermenéutica.

2) La arqueología define los discursos en su especificidad; no sigue una teleología progresiva. Para ésta el conocimiento no reside en la acumulación de los descubrimientos ni en los saltos dialécticos de la conciencia en la historia. No se trata, por consiguiente, de ninguna clase de "doxología" que relate el desarrollo del "saber" desde el largo murmullo del "no saber". Por lo tanto, la arqueología foucaultiana realiza una crítica explícita del concepto ilustrado de progreso.

Como vemos, la arqueología del saber no es una reconstrucción histórica de los códigos lingüísticos, gramaticales, semióticos o semánticos del discurso; por estas razones Foucault no puede ser considerado como un estructuralista. La arqueología del saber es la descripción de los sistemas de discursividad en su dispersión, de los acontecimientos enunciativos que permiten identificar la unidad de un discurso (como la psiquiatría, la economía política, la historia natural, etcétera) mediante las reglas de formación de los discursos y no mediante el sistema de la lengua, entendido como la relación diacrónica entre un significante, un significado y su referente. El problema de la arqueología del saber será individualizar las formaciones discursivas que conforman el campo epistemológico de los saberes de una época. Para Foucault existen cuatro formas, cada una de ellas con sus variables y constantes, de definir la unidad de los saberes. Son las siguientes condiciones:

1) La unidad de los discursos depende del juego de las reglas que posibilitan en un periodo la aparición de objetos recortados por prácticas, además de las reglas de transformación de esos objetos.

2) La unidad de un discurso depende del conjunto de reglas que posibilitan, de manera simultánea y sucesiva, la descripción perceptiva, así como sus instrumentos, para que se haga la repartición de los enunciados; los cuales se apoyan unos a otros de maneras integradoras o excluyentes.

3) La unidad de un discurso depende de la emergencia simultánea o sucesiva que separa y vuelve eventualmente incompatibles ciertos enunciados.

4) Finalmente, la unidad de un discurso depende menos de la permanencia de los temas, imágenes u opiniones, que de la descripción de su dispersión debida a un campo de posibilidades estratégicas junto a prácticas no discursivas.5

Una vez definidas estas cuatro formas de individualizar los discursos y de ubicar su unidad en la dispersión de los enunciados, podemos describir una "formación discursiva" por mera convención.6 Para ello es necesario determinar las reglas de formación que posibilitan esos enunciados. Foucault describe estas reglas de formación de la siguiente manera: "Las reglas de formación son condiciones de existencia (pero también de coexistencia, de conservación, de modificación y de desaparición) en una repartición discursiva determinada".7

Pasemos, pues, a definir rápidamente las cuatro reglas de formación de los enunciados de los discursos.

Formación de los objetos

a) Consiste en localizar las superficies primeras de la emergencia de los objetos en una formación discursiva; esto es: mostrar los emplazamientos enunciativos donde pueden surgir los objetos de un saber, para después ser asignados y analizados en los discursos.

b) Consiste en describir las instancias de delimitación de los objetos de una formación discursiva.

c) Consiste en analizar sus rejillas de especificación; esto es: analizar los sistemas según los cuales se separa, se opone, se entronca, se reagrupa, se clasifica, se hacen derivar unas de otras los diferentes objetos de una formación discursiva como objetos de saber.

Formación de las modalidades enunciativas

a) Consiste en localizar la procedencia de los discursos al interior de las instituciones y las prácticas discursivas.

b) Consiste en describir los ámbitos institucionales de los discursos.

c) Consiste en definir las posiciones del sujeto por la situación que le es posible ocupar en cuanto a los diversos dominios o grupos de objetos de una formación discursiva. Esto es: el sujeto es un emplazamiento posibilitado por la discursividad.

Formación de los conceptos

a) Consiste en describir la organización del campo de enunciados en el que aparecen y circulan los conceptos. Esto se logra al analizar las formas de sucesión y las diversas ordenaciones de las series enunciativas, los tipos de dependencia de los enunciados, y sus esquemas retóricos.

b) La configuración del campo enunciativo consiste en analizar las formas de coexistencia de los enunciados. Entre los que hay campos de presencia, campos de concomitancia, así como dominios de memoria.

c) Consiste en definir los procedimientos de intervención que pueden ser legítimamente aplicados a los enunciados. Tales como: técnicas de reescrituración, métodos de transcripción, modos de traducción y métodos de sistematización.

Formación de las estrategias

Finalmente, la determinación de las elecciones teóricas realmente efectuadas también depende de otra instancia; a saber, de la función que el saber debe ejercer en un campo de prácticas no discursivas, en el campo de las estrategias y las relaciones de fuerza.

Por estas razones es que Foucault afirma que es imposible hablar de cualquier cosa en cualquier época. Las formaciones discursivas son complejas y la aparición de los enunciados depende del complicado entretejido de las sucesivas reglas de formación de los objetos, de las modalidades enunciativas, de la formación de conceptos y de la formación de estrategias mediante las cuales el saber se introduce en las prácticas y posibilita también la conformación de microfísicas del poder. La arqueología del saber es por lo tanto un análisis del discurso que no busca sus leyes de construcción (sintácticas o semánticas) en el código de la lengua, sino en sus condiciones de existencia, en su ejercicio; para Foucault el discurso es un campo práctico, un lugar de acción, un punto de emergencia de acontecimientos. Por otra parte si no hay libertad real para pensar, esto se debe a que hay otras formas de sujeción de la discursividad que, sin dejar de suponer estos sistemas arbitrarios de reglas, actúan sobre nuestros discursos regulando sus efectos, mediante instituciones y procedimientos que introducen las relaciones de poder al análisis. Pues el discurso también está en el orden de las leyes. A partir de la concepción estratégica de las formaciones discursivas entra el registro político del archivo con todas sus fuerzas; puesto que una vez que se ha identificado el discurso como una práctica inserta en un campo de prácticas, acciones y conflictos, podemos llegar a percibir su dimensión agonal y no sólo heurística. Habrá que concluir entonces que hay un orden social específico y propio que regula la conflictualidad del discurso en su dimensión de acontecimiento. Éste es el orden del discurso.

 

El orden del discurso

En su conocida lección inaugural para la cátedra de historia de los sistemas de pensamientos en el Colegio de Francia, Foucault sostuvo ante la mirada atenta de su auditorio lo siguiente: "supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad".8

El discurso entonces es un campo de existencia anónimo donde el sujeto constitutivo pensado por la filosofía desaparece.9 La discursividad, pues, es un sistema arbitrario de reglas que norman la producción del saber, centralizando sus efectos de verdad y sus efectos de poder.10 Ambos efectos performativos de los actos de habla son el objeto de una serie de regulaciones que funcionan en las formaciones discursivas mediante procedimientos muy definidos. Foucault llama orden del discurso a la implementación de las instituciones (entre ellas la lengua como institución por excelencia) de estos procedimientos. De manera muy esquemática podemos distinguir tres tipos de procedimientos que regulan el discurso en su dimensión de acontecimiento. Los primeros son los procedimientos de exclusión. El más evidente es lo prohibido, la interdicción, que pesa particularmente sobre los temas de la sexualidad y la política. También se encuentra el rechazo o la segregación de los discursos en la relación con la alteridad: se trata de la oposición entre razón y locura, analizada por Foucault en otros trabajos. Hay que considerar también a la voluntad de verdad o voluntad de saber, un dispositivo que organiza el campo de los enunciados científicos o enunciados sobre la verdad, cuya historia Foucault encuentra en el discurso de los poetas griegos del siglo VI, que decidía sobre la justicia profetizando el porveniry contribuyendo a su realización; un siglo más tarde (con Platón) la verdad no radicaría en lo que el discurso hacía, sino en lo que decía, en el enunciado mismo con independencia del acto ritualizado.11

Por consiguiente tenemos tres subsistemas de exclusión: la palabra prohibida, separación entre razón y locura y la voluntad de verdad. Por otra parte, en la lección inaugural del Colegio de Francia, Foucault describe los procedimientos que se ejercen al interior del propio discurso. Para el pensador francés éstos son "procedimientos internos, puesto que son los discursos mismos los que ejercen su propio control; procedimientos que juegan un tanto en calidad de principios de clasificación, de ordenamiento, de distribución"12 de enunciados. Entre ellos Foucault destaca el comentario, donde el nuevo enunciado no se encuentra en la invención, sino en el acontecimiento de su retorno, en la repetición de un enunciado anterior en una larga exégesis. Pero también la función del autor, que pasa por ser la autoridad última del sentido real asignable a un texto. Ambos, el comentario y la función–autor, imponen una identidad al discurso bajo la forma de la repetición de lo dicho o de la individualidad del yo. Finalmente, el tercer subsistema de estos procedimientos internos lo conforma la disciplina, que no es entendida todavía como una tecnología política que se aplica a los cuerpos individuales para volverlos obedientes y productivos,13 sino que es descrita como un sistema anónimo que norma la construcción de nuevos enunciados. La disciplina de los saberes académicos es entonces una maquinaria que regula la producción del discurso científico.14

Por último Foucault identifica un tercer conjunto de relaciones de poder que regulan la distribución de los discursos en el cuerpo social: los procedimientos de enrarecimiento de los sujetos que hablan. Éstos no dominan los poderes del discurso, sino que determinan sus condiciones de utilización, imponiendo a los individuos cierto número de reglas (por ejemplo, el uso de criterios para citar documentos en una exposición científica, filosófica o ensayística) e impidiendo, por otra parte, el acceso universal al discurso, restringiendo su entrada. Un ejemplo de ello, propuesto por el propio Foucault, son los sistemas escolares, los cuales definen criterios para ingresar a los grupos sociales al dominio de ciertos saberes, excluyendo de ellos a otros sectores sociales.15

Estos tres procedimientos de sumisión de los discursos son las condiciones de la logofobia en nuestras sociedades. Sin embargo esta condición puede ser rebatida mediante tres estrategias metodológicas para el análisis de los discursos; a saber: 1) replantear nuestra voluntad de verdad; 2) restituir al discurso su carácter de acontecimiento (con efectos performativos incalculables); y 3) borrar la soberanía del significante.16 Hacer una historia política de la verdad y restituir a los enunciados su carácter histórico–performativo (en vez de buscarlos en estructuras que organizan la lengua) será la tarea de la genealogía, que Foucault recupera del pensamiento nietzscheano.17 Rápidamente diremos que la genealogía es una estrategia antimetafísica que busca la procedencia y las condiciones de emergencia de procedimientos históricamente acaecidos, distinguiéndolos de las finalidades que diversas luchas les han asignado en sucesivos procesos de debelación, al imponerles una relación de fuerza.

Este trabajo genealógico sobre el acontecimiento, que se desmarca de la historia en la medida en que no estudia un periodo sino que trata un problema, es necesario para desarrollar una "analítica del poder" sobre las objetivaciones de la teoría política. Foucault denomina de esta forma a la práctica teórica, que se basa en las estrategias de resistencia contra diferentes tipos de poder en su momento inicial, como punto de partida de sus análisis. Un trabajo necesario para establecer críticamente las relaciones entre racionalidad y poder, así como para definir el dominio específico que forman las relaciones de poder, al determinar los instrumentos que permiten analizarlo.

De tal forma que la "analítica del poder" será una forma de historizar el presente para delinear la cartografía política de nuestro tiempo, preguntándose siempre por el modo de circulación de las relaciones de poder en nuestras sociedades. En este sentido, la pregunta política de la "analítica" desarrollada por Foucault es ¿cómo se ejerce el poder? y no ¿qué es el poder? Pregunta a la que se suele responder con modelos institucionales o jurídicos. Para Foucault, la teoría política es una conceptualización esencialista que estructura el análisis del poder en una disyuntiva como la siguiente: o bien el poder es represivo y restrictivo, por lo cual adopta la forma de la ley y del consenso (modelo legal estructurado en la pregunta ¿qué es lo que legitima el poder?), o bien es isomorfo a la economía y por consiguiente desempeña la función formal de ser un instrumento de la clase dominante (modelo institucional que gobierna la pregunta ¿qué es el Estado?)18 En ambos casos, argumenta el pensador francés, la especificidad y la materialidad de las relaciones de poder resultan invisibilizadas por la teoría al plantearse preguntas metafísicas para cuestiones políticas.

Sin embargo, podemos preguntarnos cuál es la relación que la "analítica del poder" establece entre las formaciones discursivas, que organizan los saberes dominantes, y el orden del discurso, que regula la performatividad de las discursividades (incluso de las locales y sometidas); ¿o es que ambos procedimientos de control y de formación de los discursos son equiparables entre sí? Para Foucault esta relación se da de la siguiente manera:

La formación regular del discurso puede integrar, en ciertas condiciones y hasta cierto punto, los procedimientos de control (es lo que pasa, por ejemplo, cuando una disciplina toma forma y estatuto de discurso científico); e inversamente, las figuras de control pueden tomar cuerpo en el interior de una formación discursiva (así, la crítica literaria como discurso constitutivo del autor): así pues, toda tarea crítica que ponga en duda las instancias de control debe analizar al mismo tiempo las regularidades discursivas a través de las cuáles se forman; y toda descripción genealógica debe tener en cuenta los límites que intervienen en las formaciones reales. Entre la empresa crítica y la empresa genealógica la diferencia no es tanto de objeto o de dominio como de punto de ataque, de perspectiva y de delimitación.19

De la misma manera podemos decir que entre la arqueología del saber y la genealogía del poder la diferencia no son los objetos o los lugares de ataque, sino la perspectiva y el campo de delimitación. Mientras la arqueología describe el archivo de los sistemas de pensamiento que organizan las hegemonías epistemológicas de nuestro tiempo, la genealogía estudia las relaciones entre esas discursividades y su interrelación con otro tipo de procedimientos de poder que se ejercen sobre el cuerpo social.

 

Conclusión: vigencia de Michel Foucault

En nuestro tiempo se ha discutido, con una intensidad pocas veces vista en el ámbito de la teoría, acerca del papel emancipatorio y contestatario de las problematizaciones hechas por Michel Foucault en el campo de los saberes. Sin embargo, la sospecha de una cierta clausura de los procesos libertarios contemporáneos sigue pesando sobre sus polémicas intervenciones sobre la actualidad, generando posiciones y distanciamientos alternos y ambivalentes en la recepción de su obra. Una pregunta parece caer por su propio peso: ¿qué debemos hacer con Foucault? Entre los que se empeñan en olvidarlo y quienes plantean alianzas estratégicas contra el enemigo común (el capitalismo), parece haber un acuerdo tácito: relegar las herramientas de la "analítica del poder" a una especie de limbo, a su tratamiento en la erudición, al goce de los estetas. Pues Foucault, se dice, no nos ayudará a hacer la revolución, ni a soñar con sociedades perfectas. Pero ¿ello significa necesariamente el fin de la imaginación política? Más allá de la nostalgia, real o asumida, de la crisis de los relatos, lo cierto es que las tareas de la crítica de la razón política, lejos de haberse difuminado en medio de la festividad postmoderna, se han visto reforzadas y multiplicadas por el desarrollo de formas de dominación globales y de hegemonías que rebasan el ámbito de acción de las fuerzas estatales. Desde las prisiones hasta la gestión biopolítica de las poblaciones, el poder se ha globalizado junto con los mercados; y en los recientes años ha dado muestras espectaculares de su presencia en el escenario mundial. Por ello es necesario insistir nuevamente en que la utopía de las sociedades informatizadas no ha superado las relaciones de poder que se creían añejas; clara muestra de ello es la persistencia, terca para muchos, de las guerras y los conflictos armados entre las sociedades occidentales y los países de Oriente próximo. La persistencia del conflicto y de la crisis del sistema económico dominante, menos que de choques entre civilizaciones, nos habla de un recrudecimiento de la dominación que no da señales de su próxima desaparición. Al parecer la crisis sigue siendo el nombre del capitalismo.

Sin embargo, en los momentos de peligro, hay oportunidades para el desarrollo de la crítica. En esta medida, sabemos que las relaciones de poder más recrudecidas de la modernidad europea (el fascismo y el nazismo) dieron lugar a pensamientos estratégicos y críticos que contrarrestaban la evidencia de la racionalidad unilateral (hegemónica) del sistema, al postular y ejecutar la evidencia de una crítica de la razón política, como la hemos llamado. Bajo este nombre no tratamos de invocar ningún discurso global que ponga en cuestión el desenvolvimiento dialéctico de constantes antropológicas (tales como la racionalidad y el trabajo), sino el ejercicio atento que describe los procedimientos que ejercen el poder en focos locales de conflicto, con racionalidades específicas, a los que los individuos se enfrentan en sus luchas cotidianas. Este posicionamiento estratégico frente a la racionalidad hegemónica de las discursividades imperantes es lo que mantiene vigente el pensamiento de Foucault. Por ello su "análisis del discurso", como él lo llama, es una herramienta política y no sólo epistemológica. Su eficacia reside en localizar los enclaves entre el saber y la dominación, retinando sus herramientas y mostrando que la discontinuidad histórica es constitutiva de nuestra experiencia política. En última instancia, ¿qué otra cosa se propone Foucault sino mostrar la política de verdad que construye a priori el contenido de nuestros dichos, los enunciados en los que presumimos revelarnos a nosotros mismo al tiempo que otorgamos sentido a las cosas en el mundo? La política de la verdad constriñe de manera específica la posibilidad del reconocimiento intersubjetivo, así como los ámbitos institucionales en los que se desenvuelven nuestras vidas. Desujetarse de estas relaciones de poder que nos asignan "identidades" particulares es la función de la crítica,así como del análisis de los discursos públicos o científicos que constituyen y delinean la trama en la que nos desempeñamos.20

La crítica entonces no se reduce al establecimiento de los límites de la razón frente a la experiencia, ni a la condena de la racionalidad teórica por su perversión como totalitarismo; por el contrario, toma la forma de prácticas y ejercicios discontinuos que describen los sistemas de pensamiento, las relaciones de poder y las formas de subjetivación que moldean la experiencia y el presente. Trabajo teórico que se cumple como problematización de la actualidad. Diagnosticar el presente y mostrar la regionalidad de las luchas será la tarea de esta crítica política. Su condición será el análisis de las formas dominantes del discurso y la performatividad agonal que los constituye. La condición política del archivo será determinante para la arqueología de los saberes y la genealogía de los poderes que parten del ejercicio de la resistencia como modelo para la práctica teórica que llamamos "analítica del poder".

Haciendo uso de ese pensamiento estratégico, Foucault muestra que la condición para el ejercicio del poder es la alteridad y la práctica de la libertad. En sus palabras:

[...] una relación de poder sólo puede articularse sobre la base de dos elementos que son cada uno indispensable si se trata realmente de una relación de poder: ese "otro" (sobre quien se ejerce una acción de poder) debe ser enteramente reconocido y mantenido hasta el fin como una persona que actúa; y que, ante una relación de poder, se abra todo un campo de respuestas, reacciones, resultados y posibles invenciones.21

Las relaciones entre el poder y la resistencia fundamentan el "agonismo" de la libertad, que no es ni su agotamiento ni su adelgazamiento, sino la condición propia de la tensión entre estrategias de resistencia y estrategias de poder, entre la salvaguarda de la diferencia y su gestión en órdenes cada vez más centralizados y omnipresentes. En este sentido, resistir a la opresión es ejercer el poder. La resistencia no es el "otro" del poder, su negación, ni su inveterado rechazo. Por ello las estrategias de resistencia locales no son el abandono de la política. Es indudable, como han señalado los defensores de la macropolítica de antaño, que sin la resistencia es imposible el ejercicio del poder, que esta refuerza las armas de aquél; pero también es cierto que el poder se desgasta, pierde efectividad, y que con este desgaste logrado en las batallas cotidianas podemos encontrar flancos abiertos por los cuales transitar. Abrir esos espacios y desarrollarlos será labor de la crítica y la práctica política de quienes resisten, desde la discursividad o desde otros ámbitos de la praxis, el embate inmediato del poder en nuestras vidas.

Por estas razones la actualidad de Foucault sigue a la orden del día. Sin embargo, y precisamente por ello, la preocupación debe permanecer; pues ¿bastará con describir los sistemas de pensamiento que rigen nuestras vidas para poder librarnos de ellos? El "análisis del discurso" será, sin duda, una herramienta fundamental en la tarea de la crítica por venir; por ello su desarrollo es indispensable para los teóricos que estudian el impacto de la dominación política, económica, étnica o de género sobre la alteridad. Si bien Foucault no resolvió todas las dudas y los problemas con los que su pensamiento irrumpió en la escena de la modernidad, la capacidad de problematización que su trabajo nos ha heredado puede contribuir a establecer frentes en pro de la emancipación; toda vez que la finalidad de la "analítica del poder" es establecer frentes de solidaridad contra las relaciones jerárquicas y verticales. El estudio de las formas del discurso público y sus efectos de poder será, entonces, un instrumento más que podremos usar de la caja de herramientas que constituye el pensamiento foucaultiano. La crítica del orden del discurso es una tarea que todavía está por hacerse.

 

Notas

1 cf. Dominique Lecourt, Para una crítica de la epistemología. México, Siglo XXI, 1978, p. 14.         [ Links ]

2 cf. Michel Foucault, La arqueología del saber. México, Siglo XXI, 2005, pp. 306–307.         [ Links ]

3 El archivo, tal como lo comprende Foucault, es el sistema de la discursividad que conforma los límites y las formas de la enunciación, de la conservación de los enunciados, de la memoria, reactivación y apropiación de lo dicho en una trama político–discursiva. La positividad en cambio designa la condición de los enunciados que remiten a reglas de construcción de las formaciones discursivas, son aprioris históricos. Finalmente la episteme es un espacio de dispersión de enunciados que determinan la condición de posibilidad de lo que puede ser pensable y lo que no puede serlo en un periodo determinado, al interior de su configuración epistemológica.

4 cf. M. Foucault, op. cit., p. 11.

5 cf. Ibid., pp. 62–63.

6 cf. Ibid., p. 62.

7 Ibid., pp. 62–63.

8 M. Foucault, El orden del discurso. Barcelona, Tusquets, 2005, p. 14.

9 cf. Frédéric Gros, Michel Foucault. Buenos Aires, Amorrortu, 2007, p. 75. Con la expresión sujeto constitutivo pensamos de manera muy general en todas las filosofías modernas que, de Descartes a nuestros días, hacen de la subjetividad o del hombre el elemento constitutivo o fundante de la acción política, del conocimiento y de las prácticas artísticas. Véase M. Foucault, "La verdad y las formas jurídicas", en Estrategias de poder. Barcelona, Paidós, 1999, pp. 169–281.

10 Conviene destacar que cuando hablamos de "efectos de verdad" no defendemos una postura relativista en la filosofía de la historia, ni un pluralismo ramplón y simplista. Por el contrario, esta noción realiza un distancia miento crítico con respecto de la concepción tradicional de la verdad que la define de manera muy general como la adecuación del discurso al ser. En cambio, Foucault opta por señalar el peso que las reglas de construcción de los enunciados han desempeñado en su producción histórica. En este sentido la verdad no debe ser pensada como la norma constituyente del discurso científico y de su análisis, sino que más bien, como sugiere Philippe Sabot, debe ser descrita como el efecto de una disposición del saber que determina históricamente los criterios de validación científica en el orden del discurso. cf. Philippe Sabot, Para leer las palabras y las cosas de Michel Foucault. Buenos Aires, Nueva Visión, 2007, p. 14.         [ Links ]

11 cf. M. Foucault, El orden del discurso. Barcelona, Tusquets, 2005, p. 20.

12 Ibid., p. 25.

13 cf. M. Foucault, Vigilar y castigar. México, Siglo XXI, 2003, p. 33.         [ Links ]

14 Cabe mencionar que Foucault sigue íntegramente los criterios con los cuales elaboró el tema de la autoría en su conferencia ante la Sociedad Francesa de Filosofía; este texto fue publicado con el titulo de ¿qué es un autor? Esa comunicación resulta de gran importancia, pues en ella Foucault elabora el concepto de instauración de discursividades. A su manera, también Foucault podría ser un instaurador de discursos como lo fueron Marx, Freud y Nietzsche.

15 cf. M. Foucault, El orden del discurso. Barcelona, Tusquets, 2005, p. 45.

16 Ibid., p. 68.

17 A partir de 1887 la palabra genealogía fue presentada por Nietzsche como su método crítico–filológico para historizar los valores de la metafísica. Su finalidad era hacer una crítica de los valores para mostrar que no eran trascendentes, sino que eran el resultado de una serie de procesos históricos y de mecanismos sociales muy específicos. La crítica nietzscheana a los valores pone en evidencia que estos forman parte de la estructura nihilista de la historia de la metafísica en Occidente.

18 cf. M. Foucault, "El sujeto y el poder", en Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica. Buenos Aires, Nueva Visión, 2001, p. 242.         [ Links ]

19 M. Foucault, El orden del discurso. Barcelona, Tusquets, 2005, pp. 64–65.

20 En sus conferencias sobre el texto de Kant, tituladas sobre la ilustración, Foucault llega a determinar que la crítica, en el sentido en que él la encuentra conformada en Europa desde el siglo XVII, posee una genealogía política que marcha en una dirección distinta a la que el filósofo de Königsberg le había asignado. Si para Kant la crítica se realiza mediante el juicio, para Foucault la crítica se la encuentra sobre todo en la resistencia: crítica es entonces estrategia de desujetación frente a relaciones de poder específicas que someten a los individuos en dominaciones locales o globales. cf. M. Foucault, Sobre la Ilustración. Barcelona, Tecnos, 2003, p. 11.         [ Links ]

21 M. Foucault, "El sujeto y el poder", ibid., p. 253.

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