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En-claves del pensamiento

versión On-line ISSN 2594-1100versión impresa ISSN 1870-879X

En-clav. pen vol.1 no.1 México jun. 2007

 

Reseñas y noticias

 

Es indudable que las cosas no comienzan; o no comienzan cuando se les inventa. O el mundo fue inventado antiguo

 

Juan Gris

 

Idalia Sautto. Una vida tan llena de esdrújulas. México, Torres Asociados, 2007. ISBN: 970-9066-49-8.

 

* Profesor del Departamento de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México.

 

La semana pasada fui a escuchar a Ricardo Piglia, un escritor que yo en lo particular admiro mucho. Lo primero que mencionó fue que la metáfora es el origen de la literatura, y que a él le gustaba comenzar siempre la presentación de cualquier libro diciendo eso. Ahora que lo pienso, dijo, el género literario más concurrido por todos los escritores es la presentación del libro. No sé, en mi caso es la primera vez.

Me encanta hablar de este libro como el libro de Rosamunda, porque yo le hubiera puesto su nombre, pero después pensé que lo mejor sería darle un nombre que describiera la historia misma y que fuera el puente a cualquier parte del libro. La frase "una vida tan llena de esdrújulas" nació de un verso de Eugenio Montejo, el cual dice, "el infierno debería nombrarlo una palabra esdrújula". Y yo en ese momento sentía precisamente que mi vida era esdrújula o salomónica, que estas dos palabras son la arquitectura exacta de mi realidad. Es muy curioso cómo esta historia viene a salvarme, me salvó de mis propios miedos, de ocultarme debajo de la mesa y de gatear por el pasillo de la biblioteca para esconder libros en los anaqueles. Fue también romper ese lado desde el cual las letras habían dejado de danzar y sólo eran un paliativo de mi tristeza.

Cuando yo escribí esta historia estaba trabajando en una biblioteca. Tenía además la necesidad de vivir cada día entre frases subrayadas, porque eso debería ser el tiempo, una frase que toma la dirección de nuestro destino. Me gusta poner en suspenso la verdad, me gusta jugar con las casualidades, me gusta creer que el mundo es un espacio en donde nada está dado y todo puede chocar contra mí en cualquier momento. Eso busco en la literatura: el suspenso de mi propia vida, la vuelta de tuerca, el fluir de la memoria en las palabras.

Ahora me doy cuenta que tenía más bien una necesidad de leer una historia que no encontraba en mis propios autores, pero que al mismo tiempo el modo en el que yo leía estas novelas, como el Adán Buenosayres y los poemas de Girondo, iban señalando diferentes caminos. Una historia de cómo el lenguaje acaricia la literatura, o bien, corta transversalmente las estructuras ya conocidas. Emprender esta caminata sobre el lenguaje como si éste fuera una cadena de frases, siempre perdiendo el equilibrio entre los humores y colores, entre sujeto y predicado, entre cartas escritas que han perdido su destinatario. Escribo para crear un surco entre el juego de imágenes y el juego que el propio lector inventa o sigue al voltear la página, al intentar perseguir las palabras, creo que eso pasa siempre que me hundo en la prosa, me lleno de persecuciones, entre lagañas y sueños, en el "olor a palabras que se repiten una y otra vez", en el olor de la pájara, que no se puede tener entre las manos, como tampoco se puede tocar el lenguaje, pero acaso podemos siempre alzar la mirada hasta alcanzar su aroma, aunque sea el aroma de un recuerdo.

Porque de golpe entendí que la única manera de huir de toda realidad era escribiendo cada pequeño detalle que pasa, momentos efímeros que de pronto se vuelven rituales, una cucharita de café que entra a la manga o cada frase que se lee muchas veces siempre como al borde de la realidad, como si de verdad pudiera existir esa ventanita de la felicidad en el agujero de una moneda, esa escultura en la tecla de un piano, o versos que simplemente aprendo de memoria, como pasó con la "coralina de Byron", de pronto tenía la necesidad de colocar la coralina de Byron en algún lugar para dejar de repetirla en mi mente, en esa obsesión de aprender versos, de colocarlos en la punta de la nariz. Porque esta historia puede ser un laberinto para algunos lectores, o puede ser siempre el centro en donde está el otro lado de las cosas, el relieve y la sombra que a veces se pierde en nuestra vida cotidiana, "el centro, las pestañas caídas, el centro de la axila para medir la temperatura. El centro de un cuaderno pautado, un centro pequeño, agujero de luz, carpa de circo, puntito Klee. Un centro pintado con gis en el medio, un asterisco. Aquí hay un centro". Porque ahí estamos todos, inmersos en lo habitual, en lo acostumbrado. Arrojados, pero del otro lado de la suerte. Cuando un libro termina, cuando la hoja se acaba llena de dibujitos, la tarde se vuelve rosada, y es cuando siento que me he quedado sin arcanos ni cíclopes besándose, ya nada, lo único es la voz que surge desde el fondo, cuando me duelen los hombros y escribo, desenredando el aliento y las cartas que a diario van cubriendo la rutina con diferentes terciopelos, creo que de ahí nace la literatura, de esos momentos en donde la memoria ha dejado escapar un recuerdo y el tiempo se detiene, ese asombro hace posible todas las casualidades y azares que necesita la vida.

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