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Agricultura, sociedad y desarrollo

versión impresa ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.9 no.3 Texcoco jul./sep. 2012

 

Guatemala: cultura tradicional y sostenibilidad

 

Guatemala; traditional culture and sustainability

 

Luis A. Sánchez-Midence1*, Liberio Victorino-Ramírez2

 

1 Centro Universitario de Occidente, Universidad de San Carlos de Guatemala. Calle Rodolfo Robles 29-99 zona 1, Quetzaltenango, Guatemala. (luissanchez@cytcunoc.org). *Autor responsable.

2 Departamento de Sociología Rural, Universidad Autónoma Chapingo. Km 40 Carretera México-Texcoco, Texcoco, Edo. de México. 56230. (livira1985@yahoo.com.mx).

 

Recibido: junio, 2012.
Aprobado: agosto, 2012.

 

Resumen

El presente artículo tiene por objetivo profundizar en la relación existente entre naturaleza y cultura, para el caso particular guatemalteco. Con tal fin se detalla un recorrido por la historia guatemalteca, las identidades étnicas de sus habitantes, así como las características culturales de los mismos. Especialmente, se enfatiza sobre el ámbito normativo de la cultura y espiritualidad indígena de ascendencia maya, en relación con el manejo de sus recursos naturales, expresada en los niveles de sostenibilidad ambiental conseguidos. Se describe también, en términos generales, las estrategias de conservación de los recursos naturales de Guatemala y el escaso resultado en contener el deterioro de los mismos. Se resalta la necesidad de establecer un diálogo interétnico que posibilite rescatar, validar e incorporar a dichas estrategias la visión indígena maya, en la búsqueda del diseño e implementación en Guatemala de una auténtica corriente ecológica que reconozca y promueva los esfuerzos locales por conservar la naturaleza, con un enfoque multicultural.

Palabras clave: conservación ambiental, cultura, etnias, identidad, interculturalidad, recursos naturales.

 

Abstract

This article has the objective of delving into the relationship there is between nature and culture, for the particular case of Guatemala. With this aim, we describe in detail a journey through Guatemala's history, the ethnic identities of its inhabitants, and the cultural characteristics of these. In particular, emphasis is made on the normative scope of indigenous culture and spirituality of Mayan ancestry, in relation to the management of their natural resources expressed in the levels of environmental sustainability attained. Also described, in general terms, are the conservation strategies for Guatemala's natural resources and the scarce results in containing their deterioration. The need to establish an inter-ethnic dialogue is highlighted, that could make possible rescuing, validating and incorporating the indigenous Mayan vision to those strategies, in search for the design and implementation in Guatemala of an authentic ecological current that recognizes and promotes the local efforts to conserve nature, with a multi-cultural approach.

Key words: environmental conservation, culture, ethnic groups, identity, inter-culturalism, natural resources.

 

Introducción

Guatemala es un país multicultural, pluriétnico y multilingüe, tal y como lo reflejan sus datos estadísticos y lo afirman los Acuerdos de Paz (Misión de Verificación de Naciones Unidas para Guatemala, 2000). Esta afirmación habría que aclararla en términos socioeconómicos e históricos: Guatemala tiene aproximadamente 60 % de población indígena; lo cual lo convierte en el país "más indígena" de Latinoamérica y del mundo. Mayoritariamente, los indígenas guatemaltecos poseen ascendencia maya, hablan veintiún idiomas y muchas variantes dialectales. Pese a ello; la alta concentración de la riqueza y de la tierra han conformado un patrón social altamente excluyente, sustentado en la discriminación étnica de la población indígena y en su marginación de amplios aspectos de la vida nacional.

La historia guatemalteca, al igual que la del resto de los países latinoamericanos, describe los niveles de marginación y explotación a la que fueron sometidos los indígenas durante el período colonial, modelo justificado en la idea de que los indios eran escasos de entendimiento, flojos e incapaces de autogobernarse. La posterior independencia instituyó un modelo liberal de configuración estatal, que pretendía generalizar la idea del Estado-nación, entendiendo a la nación como un solo pueblo, una sola cultura y un solo idioma (es decir, un Estado monocultural, monoétnico y monolingüe), construyendo con ello el modelo de exclusión de la población indígena y de su cultura.

En los años noventa del pasado siglo, luego de casi cuatro décadas de enfrentamiento armado, el Gobierno y la Guerrilla (URNG), firmaron los Acuerdos de Paz, algunos de los cuales están orientados al cambio del modelo excluyente del Estado, así como a proponer el reconocimiento de los Pueblos Indígenas y de sus derechos, su idioma, su espiritualidad, su cultura y su derecho consuetudinario, abriendo un espacio que ha incrementado las demandas de reconocimiento y autonomía de los pueblos indígenas.

Es de reconocer que el Estado guatemalteco, los pueblos indígenas y la sociedad en su conjunto, han comenzado a dar los primeros pasos encaminados al reconocimiento de la diversidad étnica, lingüística y cultural de la nación guatemalteca y a la observancia de los derechos humanos; destacándose entre ellos, la institucionalización de la Procuraduría de los Derechos Humanos y de la Defensoría de la Mujer Indígena; las modificaciones en el Código de Procedimientos Penales (que disponen la oralidad y el apoyo de intérpretes en los juicios penales); la promoción de la organización social y de la participación comunitaria a través de los Consejos de Desarrollo Urbano y Rural, y una cada vez mayor participación cívica y política de las organizaciones indígenas en la vida nacional; el impulso de la educación intercultural bilingüe, la opción de uso del traje indígena para los escolares indígenas, y otros tópicos más, que constituyen en realidad, los primeros atisbos en torno al pleno reconocimiento y ejercicio de los derechos de los pueblos indígenas (Flores Juárez, 2002).

En ese marco, se ha manifestado el desencuentro entre lo incipiente de las demandas ambientales surgidas desde la cultura occidental y el profundo respeto a la naturaleza característico de la cosmovisión maya. Lo anterior plantea la necesidad de un dialogo intercultural que englobe, en la búsqueda de la sostenibilidad ambiental, tanto a la cultura como a la espiritualidad mayas. En la práctica, el rescate de la identidad maya (que incluye el resurgimiento de su espiritualidad, fuertemente ligada a la naturaleza) y la presencia de áreas boscosas administradas y protegidas por grupos indígenas, han demandado un acercamiento conceptual al movimiento maya, y una revaloración de su filosofía y formas de vida.

 

Naturaleza y cultura

El concepto de cultura siempre ha sido básico en la ciencia antropológica, conservando este, como lo afirmaba Valentine (1972), tres aspectos importantes: a) su universalismo: todos los hombres tienen culturas, lo cual contribuye a definir su común carácter humano; b) el énfasis en la organización: todas las culturas poseen coherencia y estructura, desde las pautas universales comunes a todos los modos de vida (por ejemplo, las normas sobre el matrimonio, que imperan en toda cultura), hasta los modelos peculiares de una época o lugar específicos; y c) el reconocimiento de la capacidad creadora del hombre: cada cultura es un producto colectivo del esfuerzo, el sentimiento y el pensamiento humano.

Pese a la enorme transformación histórica del concepto de cultura, dada la intención del presente trabajo, asumiremos la concepción de ésta propuesta por Taylor (citado en Kahn, 1979), quien en 1871 describió a la cultura como "todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad".

Como lo plantea Linton (1942), la cultura aparece claramente entendida como herencia social y como parte del ambiente hecho por el hombre (ambiente que incluye a la naturaleza, tanto como a la sociedad). Además, entre sus principales características se destaca el hecho de que es simbólica y compartida.

Cuando tratamos de actitudes conductuales (como en este caso particular, en el cual nos interesa la actitud de un grupo social frente a la naturaleza), vale la pena retomar las preguntas hechas por Levi-Strauss (1969): ¿en dónde termina la naturaleza (y los impulsos biológicos)? y ¿en dónde comienza la cultura (y el condicionamiento social)?. Como afirmaba este autor, todo lo que es universal en el hombre corresponde al orden de la naturaleza y se caracteriza por la espontaneidad, mientras que todo lo que está sujeto a una norma pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y de lo particular (es decir, en todas partes en donde se presenta la regla, sabemos con certeza que estamos en el estadio de la cultura).

En cualquier caso, y como lo señala Soto (2009), es a través del proceso de socialización mediante el cual a los individuos se les inculcan los valores, ideas, costumbres, maneras de reaccionar ante hechos y situaciones, formas de conocimiento y de pensamiento: lo que es bueno o malo, lo que es permitido y lo que es prohibido, lo que es recompensado y lo que es castigado, proceso que se inicia en la familia y dura toda la vida.

Así pues, el ser humano no puede concebirse como un producto exclusivamente biológico o estrictamente social, pues es justamente la interrelación de esas dos dimensiones la que le provee las características esenciales, tanto individuales como colectivas.

 

La identidad indígena y ladina en Guatemala

En Guatemala, popularmente se llama ladina a cualquier persona que no se autoidentifique como indígena, aunque lo sea, y esto incluye a negros, asiáticos, y a cualquier tipo de mestizos, criollos y extranjeros. Como menciona Morales (2007), los españoles llamaron ladinos a los indios que aceptaron la religión y la lengua derivadas de Roma y del Latín, y los consideraron personas latinizadas (latino = ladino). Durante el período colonial, a los ladinos los rechazaban los indios por su "sangre" española, así como los rechazaban los criollos por tener ambas "sangres": la mezcla para algunos grupos les resultaba aborrecible. La adopción predominante de la cultura "occidental" como parte de la identidad ladina, es resultado de la búsqueda de espacio y de la toma de posición en la estructura de poder, en un mundo colonial que prefería "ignorar" su existencia. Al ubicarse como intermediarios en el ejercicio de poder entre los criollos y los indios (capataces, comerciantes, artesanos), los ladinos pretendían dos cosas: congraciarse con el grupo de poder (adquirir sus patrones culturales podía ser una forma acertada de lograrlo) y separarse del grupo dominado (negando la sangre indígena que corría por sus venas e implementando mecanismos de discriminación hacia este grupo). Ese "absurdo" desprecio del ladino (especialmente del ladino pobre) hacia el indígena, no fue absurdo en la época en que dicha actitud se gestó durante el periodo colonial, puesto que la pobreza común de uno y otro, obligaba al primero a exagerar su condición de trabajador libre, situación que fue exacerbada con la llegada de la Reforma Liberal. Aun hoy, gran parte del esfuerzo diario que realizan los ladinos pobres, radica precisamente en fortalecer e incrementar aquellos aspectos que permiten su distinción frente a los indígenas: para ello, la imitación de patrones culturales foráneos (norteamericanos y europeos, fundamentalmente), sigue siendo un mecanismo de uso popular.

Sin embargo, tampoco puede afirmarse que, a lo largo del tiempo, los ladinos adquirieron e implementaron fielmente los patrones culturales occidentales: estos fueron y son interiorizados, contextualizados y mezclados con componentes de la cultura indígena (esta última fue interpretada según sus criterios híbridos —ladinos— y, de esa cuenta, se inventaron "esencias nacionales" mestizas como la música de marimba, la literatura y el arte indigenistas, y la recreación vanguardista de las culturas populares mestizadas, que se expresan en vestimentas, tradiciones y costumbres). Los ladinos no se enorgullecen de una cultura milenaria anterior a la colonización, pero sí de las apropiaciones culturales con las que han forjado las "esencias nacionales" que cohesionan, legitiman e identifican a los guatemaltecos como una nación inconclusa. Los mayas son convertidos entonces en entorno pensado, aprehendido en función de los intereses del sistema. Son "mundo maya", objeto construido por el subsistema económico, como mercancía que se vende en el mercado internacional (Morales, 2007).

En todo caso, los ladinos (principalmente los citadinos, inmersos en el mundo capitalista y bombardeados por patrones de conducta foráneos) poseen una visión cultural occidental, percibiendo al mundo con un carácter exclusivo y visualizando al hombre (y a la sociedad) como un ente separado de la naturaleza. En este marco, la identidad de una persona o grupo social se define en términos de su mismicidad, del eje egocéntrico y de la autoreferencialidad. En su búsqueda por simplificar la realidad, el sistema social occidental arrasa con cualquier diferencia cultural, sentando las bases para la marginación, el racismo, la intolerancia y la indiferencia (Alejos García, 2004).

Por su parte, el pueblo maya guatemalteco (el concreto y no el pensado por los ladinos) comprende las comunidades lingüísticas (tomamos la lengua como referencia, pues constituye el medio de comunicación que posibilita la capacidad de pensarse a sí mismo y pensar el entorno): Achi', Akateco, Awakateco, Ch'orti', Chuj, Itza, Ixil, Popti', Q'anjob'al, Kaqchikel, K'iche', Mam, Mopan, Poqomam, Pocomchi', Q'eqchi', Sakapulteki, Sipakapense, Tektiteko, Tz'utujil y Uspanteco. La población indígena también está integrada por los miembros del antiguo pueblo Xinca y por el pueblo Garífuna (este último de raíces indígenas y africanas, ubicado en áreas cercanas a la costa atlántica de Guatemala). (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2001). Los pueblos indígenas se encuentran ubicados en 252 municipios de los 22 departamentos del país (Instituto Nacional de Estadística, 2003).

El Pueblo Maya en Guatemala está integrado por 21 comunidades lingüísticas mayas que poseen una serie de elementos en común, que les otorga unidad en la diversidad. Esta es la base para la actual autodenominación del Pueblo Maya, así como su indiscutible origen lingüístico común a partir de un idioma denominado Proto-Maya y que se cree era hablado hacia el año 2200 a. C., en la región que hoy corresponde al departamento de Huehuetenango. Otras poblaciones y comunidades lingüísticas del Pueblo maya se encuentran ubicadas en Belice, el sureste de México y el occidente de Honduras (Secaira, 2000).

Un rasgo fundamental de los mayas actuales es su concepción del mundo, con un carácter inclusivo (Alejos, 2004), ya que imaginan al hombre como parte de la naturaleza, situándose en el interior del entorno y no fuera y desligados de él. Es decir, los mayas se entienden a sí mismos con el entorno, construyen su identidad en íntima relación con un complejo de alteridades naturales, sociales y culturales que los circundan. Se trata de pensarse a sí mismos como hijos de la tierra, brotados de ella, así como lo son las plantas y los animales. Para ellos la tierra es un ser vivo, una entidad simbólica muy compleja, una alteridad vivida como madre, fuente del sustento vital, y su territorio (políticamente hablando). Pese a lo anterior, debe también aceptarse que la presión del entorno ha transformado esta percepción en muchas comunidades indígenas: la marginación, la pobreza y la ausencia de opciones, por un lado, y la pérdida (total o parcial) de la identidad cultural, por otro, han generado la adopción de actitudes agresivas y depredadoras frente al ambiente, sean estas voluntarias u obligadas.

Veamos esta realidad con detenimiento: los indígenas de Guatemala figuran entre los más pobres de los pobres: sus niveles de ingreso son la mitad de los de los no indígenas; presentan los niveles de educación más bajos, el menor acceso a los servicios de salud, y un mínimo acceso a los servicios básicos como agua y saneamiento. La mayor parte de ellos trabaja en el sector agrícola, en el que los salarios son inferiores a los de cualquier otro sector, con la excepción del de los servicios personales. Este contexto, así como las políticas de los gobiernos y de las agencias internacionales, han configurado una situación que amenaza su propia existencia como grupo étnico. Ante ello, el procrear un elevado número de hijos responde al requerimiento de invertir una mayor cantidad de fuerza de trabajo en su parcela de tierra (al no poseer recursos económicos para contratarla), así como a la búsqueda de asegurar su vejez (dada la ausencia de programas de seguridad social). Ante el tamaño reducido de su parcela, la necesidad de incrementar su producción y la inexistencia de un mercado de tierras, no queda otra alternativa para los indígenas que expandir la frontera agrícola, cuando esto es posible. Esta realidad se combina permanentemente con una política estatal orientada a devaluar su cultura y con un ambiente social que lo presiona para que adopte los patrones que rigen la cultura occidental. Todo este marco obliga a muchos indígenas mayas a depredar los recursos naturales, en contra de su propia espiritualidad: en todo caso, antes de ponerse a reflexionar sobre el mundo inmaterial, los seres humanos deben asegurar su sobrevivencia material.

Pese a lo anterior, muchas comunidades indígenas en Guatemala aún conservan esta relación armoniosa con la naturaleza. Uno de los ejemplos más paradigmáticos es el caso de las parcialidades, en el departamento de Totonicapán.

Con la denominación de parcialidades se conoce en Guatemala a aquellos grupos sociales indígenas que poseen una extensión variable de tierra en común, misma que se caracteriza por presentar áreas con cobertura boscosa con un alto nivel de conservación. Estas organizaciones presentan características particulares, sustentadas en su identidad étnica, que contrastan con las características de cualquier otro tipo de organizaciones (sean estas comunales, cooperativas, no gubernamentales o privadas). Entre dichas características particulares, podemos destacar las siguientes:

a. Todos sus miembros se reconocen como descendientes de un ancestro común. En otras palabras, todos sus miembros guardan algún tipo de relación consanguínea, lo cual incrementa la unidad del grupo. Esta unidad étnica también se refleja en la unidad cultural e idiomática de sus miembros.

b. La finalidad de la parcialidad (esto es, la protección del área boscosa comunal) trasciende la búsqueda común de mejoras económicas globales, o del incremento de los ingresos monetarios particulares de los socios. Su razón de ser parte de la protección de la herencia de los antepasados, de preservar su relación cultural con la naturaleza y de la necesidad de conservar los recursos naturales para beneficio futuro de los miembros de su comunidad.

c. El cuidado y conservación del área comunal demanda la inversión continua de tiempo y recursos por parte de sus miembros, a título gratuito. No existen mecanismos que permitan la recuperación monetaria de esa inversión y, en consecuencia, la participación no está vinculada con la búsqueda de beneficio personal.

d. Las normas y reglamentos organizacionales trascienden el ámbito estrictamente relacionado con las actividades vinculadas a la protección y conservación del bosque, para regular procesos que en otro ámbito podrían considerarse como estrictamente privados (como la venta de terrenos de propiedad particular, por ejemplo).

e. La ampliación del número de socios está íntimamente relacionada con la consanguinidad. Esto significa que las posibilidades de acceso para los foráneos es nula.

Así, la construcción de la identidad maya parte de la unión indisoluble entre humanidad y naturaleza; es decir, de la relación complementaria entre identidad y alteridad. En efecto, en la perspectiva indígena, una parte del ser se encuentra fuera de sí mismo, se encuentra justamente en el exterior, en el entorno. La apariencia de una persona es entendida, así, como un aspecto, como una imagen externa y visible, mientras que la otra parte del ser, la más interesante y enigmática, permanece oculta. Es más, toda entidad existente en el mundo indígena combina en su esencia aspectos espirituales, sagrados, colectivos, territoriales, étnicos e históricos, entre otros, expresándose en cada uno de ellos la totalidad de la realidad. La identidad de una persona o del grupo no se entiende unilateralmente en términos de lo propio, de un conjunto de rasgos distintivos, sino que se trata de un fenómeno intrínsecamente relacional (Alejos García, 2004).

Lo anterior nos permite comprender el hecho de que las comunidades indígenas no puedan ser concebidas cualitativamente, en forma separada de los recursos naturales; puesto que es precisamente su convivencia con el entorno (ordenada y apegada a su cosmovisión) la que expresa, consolida y reproduce su identidad colectiva, y fortalece su sentido de pertenencia grupal y da sentido a su organización social. La concepción de la identidad indígena, separada de los recursos naturales, representa su fragmentación (al resaltar solamente una parte de ella), alterando simultáneamente sus mecanismos de interrelación y dependencia.

 

La espiritualidad Maya y la sostenibilidad ambiental

La espiritualidad implica conceptuar la existencia como material e inmaterial, cómo el ser humano se siente y se relaciona con lo inmaterial, así como la forma en la que lo inmaterial se relaciona e influye sobre lo material. (Secaira, 2000). Así pues, la espiritualidad influye en la forma como nos vemos a nosotros mismos, y cómo nos relacionamos con la naturaleza.

El reflejo de esta concepción es que los mayas no dicotomizan su visión en material y espiritual, sino que consideran ambos elementos como constituyentes de una totalidad. En general los mayas prefieren hablar de espiritualidad maya y no de religión maya, pues el segundo concepto implica la presencia de dogmas, una institución y una jerarquía, tal como ocurre con las religiones católica y protestante.

El modelo de vida maya, sustentado en su espiritualidad, les permite ver el entorno como un ecosistema, en el cual todos sus elementos, ya sean estos bióticos o abióticos, están íntimamente interrelacionados, además de que tienen cualidades de sentir. Cualquier alteración que se efectúe en ese ecosistema no solamente dañará a las plantas y a los animales del entorno, sino que repercutirá en la salud y el bienestar del hombre (como ser individual) y en su comunidad (como ser social). Esta visión integral del mundo conforma la plataforma sobre la cual se sustentan las formas de convivencia armónica entre las comunidades indígenas y sus recursos naturales (Alejos, 2004).

De ésta forma, la vida al interior de las comunidades indígenas está regida por tres factores: Dios (entendido como Ajaw, el creador), Naturaleza y Persona. Según el Pop Wuj, la relación existente entre estos tres factores debería alcanzar una armonía plena para alcanzar la realización comunal. Esta visión establece una reciprocidad en la relación hombre-naturaleza: la naturaleza provee y el hombre corresponde tomando únicamente lo necesario, conservando y expresando su agradecimiento o arrepentimiento por los daños causados a la naturaleza.

Los principios que respaldan las actividades de las comunidades mayas y que se relacionan con la utilización o aprovechamiento de los recursos naturales, emanan de su propia cosmovisión y representan una filosofía de vida. Son estos los siguientes (Beltrán, 2001):

1. Principio de condición de poseer vida: para el indígena maya todos los componentes naturales poseen vida y tienen cualidades de sentir. Por tal motivo es importante solicitar permiso en el momento en que se destine su utilización para las diferentes necesidades humanas.

2. Principio del respeto al recurso natural de mayor jerarquía: la montaña es el recurso más respetado, ya que en ella se integran y sobreviven los demás recursos naturales como el agua y el bosque. Es por esto que cuando se piensa en aprovechar los recursos naturales, es necesario analizarlo en su contexto más complejo, en términos de complementariedad.

Las principales normativas relacionadas con la conservación del ambiente son de carácter divino. El incumplimiento o alteración de las prácticas ancestrales relacionadas con la conservación de los recursos naturales, acarrea la posibilidad de recibir severos castigos que son aplicados por el ser supremo sobrenatural. Para evitar dichos castigos, las normas comprenden formas de coerción comunal, expresadas por medio de llamadas de atención verbal y constructiva, en el marco del respeto y la armonía social, aplicadas principalmente en el ámbito familiar (ya que es en su seno en donde los conocimientos son adquiridos y valorados) y, en caso necesario, en el ambiente comunitario (Beltrán, 2001).

Las normas relacionadas con la protección de la naturaleza surgen en las comunidades indígenas a partir de la experiencia y del conocimiento, y constituyen inicialmente consejos o advertencias, cuyo contenido se va transmitiendo en forma oral de generación en generación. Posteriormente se transforman en normas de cumplimiento obligatorio para los miembros de una comunidad, porque de ello depende el bienestar colectivo. Estas normas tienen un fundamento filosófico y cosmogónico que permite construir la armonía entre las relaciones humanas, y entre estas con la madre naturaleza.

Desde ésta percepción, es la espiritualidad la que genera los valores que rigen los comportamientos de los mayas. Así, entendemos que su relación con la tierra —la Madre Tierra—, la montaña sagrada, las cuevas y la agricultura, es simplemente el reflejo de sus principios axiológicos, que a la vista de los occidentales, se reflejan en un pensamiento ecológico, que encaja a la perfección con lo que hoy en día se plantea como una propuesta alternativa de relación con el medio, el movimiento conservacionista mesoamericano (Steele, 1999), tal y como lo constituye el ejemplo de las parcialidades ya mencionado.

 

La conservación de los recursos naturales en Guatemala

Guatemala es un país rico en capital natural debido a su gran diversidad de ecosistemas, especies y material genético. El país le debe esta herencia a su ubicación latitudinal, historia biogeográfica, variaciones fisiográficas y diversidad cultural ancestral. Así, en el territorio se manifiestan cinco ecorregiones de agua dulce, nueve terrestres, 14 zonas de vida o siete biomas (Consejo Nacional de Áreas Protegidas, 1999).

A nivel de las especies nativas aún se tienen inventarios incompletos. Al presente se han reportado 7754 especies de flora nativa, agrupadas en 404 familias. De ellas, 445 especies son árboles latifoliados y 27 especies son coníferas, posicionando a Guatemala en el lugar 24 de los 25 países con mayor diversidad arbórea a nivel mundial. La diversidad florística dentro de un mismo taxón también es alta: algunas familias reportan más de 500 formas biológicas. Con relación a la fauna nativa, se reportan 1651 especies vertebradas de las cuales 688 son aves, 435 son peces, 213 son mamíferos, 209 son reptiles y 106 son anfibios. La diversidad de especies de invertebrados se desconoce, si bien se estima en el orden de los cientos de miles. De las especies conocidas de flora y fauna se reportan 1170 como endémicas del país. Estos números representan, comparativamente a otras regiones del planeta, una gran riqueza y oportunidad para el futuro (Consejo Nacional de Áreas Protegidas, 1999).

Además, Guatemala es poseedora de una rica variedad de cultivares primitivos y ancestros silvestres de plantas actualmente cultivadas en todo el mundo, muchas de las cuales constituyen la base de grandes actividades económicas. Este es el caso del maíz, el fríjol, el algodón, el cacao y el aguacate. Este recurso es de gran valor, pues tiene alta demanda por parte de los productores internacionales para contrarrestar la vulnerabilidad que enfrentan los monocultivos de material genético homogeneizado. Las empresas y científicos del mundo demandan el uso de los cultivares y ancestros silvestres de las especies que utilizan, en busca de genes de resistencia para mantener el estándar de producción que requiere el mercado (Consejo Nacional de Áreas Protegidas, 1999).

El deterioro acelerado al que han sido sometidos los recursos naturales ha obligado al país a establecer un Sistema Guatemalteco de Áreas Protegidas (SIGAP). El SIGAP actual tiene 91 áreas protegidas declaradas, las cuales cubren en la actualidad 2 149 810 ha sin tomar en cuenta las pocas zonas de amortiguamiento delimitadas. Esta cifra equivale a 19.74 % de la superficie del territorio nacional. Si a esta cifra se agrega el tamaño de las ocho zonas de amortiguamiento (tomando como una sola, las zonas de amortiguamiento de los volcanes declarados), al SIGAP corresponden, aproximadamente, 948 896 ha más, que equivalen a 8.71 % del territorio nacional (Consejo Nacional de Áreas Protegidas, 1999).

Las áreas protegidas se conciben y manejan como espacios de alto valor biológico para su conservación y alto valor cultural para las comunidades locales y pueblos indígenas, lo que implica reconocer no sólo su derecho a vivir en ellas y usar sosteniblemente los recursos naturales renovables, sino también su derecho propietario y respeto a sus formas de usos y costumbres.

Dentro de las formas de distribución del espacio en las áreas protegidas, está la zonificación generada específicamente a partir de las necesidades de cada una de ellas. Por tanto, no existe para la totalidad de áreas protegidas una zonificación genérica. Pero a grandes rasgos, se puede indicar que dentro de la zonificación existe una zona calificada como núcleo, en la cual la actividad humana está prohibida para no afectar el desarrollo normal de los ecosistemas; una zona de amortiguamiento, que es una posición intermedia donde la actividad humana está muy regulada pero se permite con tal de no afectar el ecosistema y, una zona de usos múltiples, en donde se permite la actividad humana, pero hay restricciones en cuanto a las formas de uso.

Las zonificaciones representan problemas serios para las comunidades indígenas, debido a que la lógica de las mismas no toma en cuenta la presencia humana que, en la mayoría de los casos, es más antigua que la instalación de las áreas de conservación (IIDEMAYA, 2006). El hecho de establecer zonas en donde queda prohibida la presencia humana, inhibe la reproducción de la vida social y reduce aún más la disponibilidad de tierra necesaria para su reproducción, olvidando la existencia de una lógica indígena que ha implementado durante generaciones un manejo equilibrado de sus procesos productivos con el ecosistema, el cual genera daños mínimos a las cadenas de reproducción de la vida silvestre.

Si bien queda claro que las áreas protegidas y sus recursos constituyen una reconocida fuente de material genético para la agricultura, fuentes de agua potable, garantía social para disminuir riesgos a desastres naturales, así como materia prima para el desarrollo del turismo (uno de los principales motores de la economía nacional), es inconcebible que en su delimitación y administración, se ignore a las poblaciones que han estado en esas áreas durante generaciones.

 

Sostenibilidad y etnicidad Maya: un futuro esperanzador

En Guatemala, los remanentes boscosos más extensos del país se encuentran en áreas con población predominantemente maya, especialmente en los ámbitos históricos de las comunidades Itza', Poqomchi', Q'eqchi', Ixil, Q'anjob'al, Chuj, K'iche', Mam, Kaqchikel y Tz'utujil ubicadas en El Petén, Izabal, Alta Verapaz y el occidente del país. En el oriente y la costa sur, en donde la población indígena ha perdido mucho de su idioma, cultura ancestral o derecho a la propiedad de la tierra, los remanentes boscosos son pequeños, escasos y degradados (Secaira, 2000).

Los bosques comunales presentes en muchas comunidades mayas del altiplano occidental constituyen la evidencia más clara de una conciencia conservacionista expresada en condiciones culturales e históricas relativamente favorables. En ellos se conjugan elementos culturales, como la cosmovisión y práctica de la espiritualidad, y el manejo tradicional de los recursos naturales, con los elementos básicos del derecho consuetudinario: autoridades comunitarias, normas de uso y acceso, y de procedimiento. Los bosques comunales, y los elementos culturales que los favorecen, probablemente se encontraban presentes en la mayoría de comunidades indígenas, pero la usurpación de sus tierras y la aculturación han provocado su lamentable desaparición en muchos lugares.

Existe una fuerte relación entre la conservación de la estructura social tradicional para el manejo de los bosques comunales y el nivel de conservación de estos. Esa estructura social tradicional también está relacionada con su paisaje cultural y geográfico ancestral. Es decir, el desarraigo de individuos y comunidades indígenas, y su traslado a áreas nuevas, destruye también la existencia de esa estructura social tradicional, sentando las bases para la participación en la depredación de los recursos naturales existentes. Lo anterior se relaciona con el hecho de que el concepto de territorio ancestral para las comunidades indígenas, es indisoluble de los elementos materiales e inmateriales que lo integran, por lo que involucra tanto los recursos naturales (agua, suelo, bosque, fauna, etcétera), como los aspectos inmateriales de la relación de las comunidades con dichos recursos y territorios (espirituales mitológicos, religiosos, etcétera). (Elias y Reyna, 1999; Grünberg, 2006; Kartz, 2000; Perafan, 2004; Veblen, 1979; WWF International and Medialingua, 2000).

Otro elemento vital en las comunidades indígenas y que resalta la relación entre estas y la naturaleza, es la gestión del agua. Al igual que en el caso de los bosques, la gestión del agua a nivel comunitario y las prácticas ancestrales de las comunidades indígenas están muy influenciadas por la visión, los principios y los valores que constituyen la base fundamental de la herencia cultural maya. En otras palabras, el agua no es concebida como un elemento independiente de los demás recursos naturales, sino que existe en función de los otros recursos como el bosque y el propio suelo, dado que los recursos naturales constituyen una totalidad, sustentada en una visión de integridad y complementariedad.

Un primer elemento que hay que destacar en esta relación, es que normalmente en Guatemala, los miembros de las comunidades se ven obligados a realizar largas caminatas para encontrar una fuente de agua que les permita satisfacer sus necesidades de consumo e higiene personal. Esta limitación al acceso y disfrute del agua, fortalece la concepción de que ésta es fuente de vida: da vida, es la vida misma y es parte fundamental del universo. De esta concepción parte la integración del concepto agua como la sangre de la misma tierra y, por lo tanto, sagrada, lo cual se incorpora dentro de las prácticas ancestrales a partir de la espiritualidad que acompaña la vida de las comunidades indígenas. Por ello, la utilización del recurso es acompañada normalmente por plegarias que se hacen a la naturaleza para obtener permiso para su uso. También se hacen ceremonias acordes a su cosmovisión, que representan la relación entre el ser supremo, el hombre y la naturaleza. Todas esas prácticas son de vital importancia para el manejo sustentable de los recursos naturales, ya que a través de ellas se busca una auténtica armonía ambiental, no solo entre el hombre y la naturaleza, sino más bien entre todos los elementos naturales y la actitud racional del hombre cuando hace uso de éstos para satisfacer sus necesidades básicas.

La práctica histórica y social de las comunidades indígenas guatemaltecas, demuestra que bajo condiciones sociales que les permitan la manifestación normal de su cultura y, en consecuencia, la vigencia y el respeto de sus normas, pueden convivir de manera armoniosa con sus recursos naturales. Esta convivencia pacífica puede representar un aporte valioso al desarrollo del necesario dialogo intercultural. Sin embargo, debe reconocerse también que esos patrones culturales se encuentran en franco riesgo, no solamente por la penetración de la cultura occidental, sino por la propia incapacidad del Estado de reconocer, en la práctica diaria, las reglas no escritas del derecho consuetudinario y las prácticas que de él se derivan, en forma acorde con la cosmovisión indígena, pese a que él mismo reconoce los derechos indígenas en la Constitución y demás normas jurídicas en vigencia.

En la urgente necesidad que tiene Guatemala de poner un alto a la depredación creciente de sus recursos naturales, la cultura indígena puede ofrecer una nueva visión y un nuevo modelo relacional con la naturaleza. Para ello, es necesario superar la visión excluyente y unipolar vigente, sentando las bases de una nueva relación entre indígenas y ladinos, sustentada en el respeto y la aceptación mutua.

 

Conclusiones

En las áreas forestales del país (protegidas o no), se conjugan el trabajo del hombre y la naturaleza. Para que estas áreas puedan alcanzar un adecuado nivel de sostenibilidad, deben prevalecer en ellas formas inteligentes de administración que permitan la combinación de recursos técnicos y culturales, que se expresen en la conservación de la diversidad biológica silvestre y de la agrobiodiversidad, asegurando la supervivencia de las poblaciones humanas que tienen relación con ellas, a través del establecimiento de una relación armoniosa con todos los elementos que integran el planeta. La ansiada sostenibilidad nunca se alcanzará si, como en el presente, el énfasis se concentra únicamente en el cuidado de determinados recursos naturales, olvidando la interrelación de estos con las poblaciones humanas.

La conservación de la naturaleza y el manejo de los recursos naturales en Guatemala, así como en toda su definición y quehacer como nación, debe tomarse en cuenta, necesariamente, la coexistencia de diversas culturas e idiomas, hecho que refuerza su importancia al recordar que muchos de los remanentes boscosos más extensos del país y catalogados como de alta biodiversidad, se ubican en el occidente, norte y noroccidente, en donde se asienta la mayoría de la población maya. De éstos, los mejor protegidos son de propiedad comunal o municipal. Este éxito en la protección de los recursos naturales debería estimular en las élites académicas, políticas y sociales guatemaltecas, la disponibilidad para conocer, valorar y preservar esta realidad, que contrasta con lo que ocurre en otras zonas del país.

Esa combinación de saberes, experiencias y cosmovisiones, sustentadas en el respeto y la aceptación mutua, en el ámbito de la conservación de nuestros recursos naturales, permitiría la construcción de una auténtica visión ecológica multiétnica, cuya principal particularidad debería encontrarse, como señala Boff (2006), "en su transversalidad, es decir, en el relacionar hacia los lados (comunidad ecológica), hacia adelante (futuro), hacia atrás (pasado) y hacia dentro (complejidad) todas las experiencias y todas las formas de comprensión como complementarias y útiles para nuestro conocimiento del universo".

 

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