La obra Persistir, reproducir, jugar. Rodeo, vaquería y vaqueridad en la Baja California es resultado de una investigación que no se limita a la escritura del libro, sino forma parte de un proyecto de doctorado, lo cual no es una empresa sencilla, cuyo resultado es una tesis. Un documento valioso en términos de generación de conocimiento, pero que a veces no es necesariamente el mejor vehículo para la divulgación de ese conocimiento. Así que surge una nueva labor: convertir la tesis en un texto que, sin perder el rigor científico y las bases teóricas, sea una contribución al campo del conocimiento y al mismo tiempo de fácil acceso a aquellos legos en el tema.
Adaptar la tesis en libro a quienes les interesa este tema por razones más allá de las académicas, como ya comentamos, no es labor fácil, implica el reordenamiento del material, la discriminación de información, e incluso a veces la reescritura. El autor seguramente hizo este ejercicio y creo que lo logró: un texto que tiene un pie en la academia y otro en la divulgación.
El libro aporta al estudio de las identidades regionales a través de un ejercicio multidisciplinar, aunque no está exento de algunas limitaciones conceptuales. Faltó una discusión más amplia y profunda sobre el concepto de identidades, lo cual es casi seguro se haya hecho para la tesis de grado, pero que quedó fuera en el proceso de selección y reorganización del material dirigido a un público no necesariamente especializado en el tema.
A partir del concepto de “identidades históricas”, propuesto por Mario Alberto Magaña Mancillas, Beltrán hace un rastreo de la identidad del vaquero de la Baja California, surgida durante el proceso de secularización de las misiones en la primera mitad del siglo XIX, e incluso extiende dicho rastreo con un ejercicio historiográfico anterior al periodo misional. Si bien Beltrán puede constatar la persistencia de esta identidad hasta nuestros días, esta no ha estado exenta de rupturas, ausencias y reconfiguraciones derivadas de los cambios económicos y sociales de la región en los últimos dos siglos.
Beltrán realiza una genealogía del vaquero a partir de la figura del hombre a caballo y el trabajador de la hacienda y el rancho desde el siglo XVI a la fecha. Después se econcentra en describir el mundo actual del vaquero. Narración que va acompañada de imágenes tomadas por el autor, que además de ilustrar el texto, nos da la oportunidad de encontrar en estas estampas de la vida cotidiana, más elementos de análisis.
Dentro de la densa descripción que realiza el autor, resulta interesante que si el rodeo es la síntesis del mundo vaquero es pues entonces performativo el elemento central de la vaqueridad. En otras palabras, ser vaquero es gerundio: no hay otra forma de serlo más que hacerlo, y de tiempo completo porque si no será un vaquero “banquetero”. El “banquetero” es una interesante figura que aparece en el texto y dentro de la cual subyace, y creo yo se sintetiza, esta dicotomía de lo rural y lo urbano, y la tensión que ello representa.
De especial interés resulta leer las voces de los vaqueros sobre su identidad, expresada en su forma de vida, en su lenguaje verbal y corporal, en su forma de concebir la naturaleza, el trabajo, la familia y, por supuesto, el rodeo.
Además de brindarnos acceso al mundo del Rodeo y los Vaqueros de la Baja California, Josué Beltrán le da voz a un grupo cuya identidad está en persistencia y resistencia, y que está integrado al crisol de lo bajacaliforniano. El autor habla desde ellos, los vaqueros, y a través de ellos también. Este no solo es un recurso estilístico, es parte de su diseño metodológico. En este tenor, una de las ausencias del texto es la descripción y discusión profunda de la metodología y los métodos de investigación empleados. Si bien se expresa que “…obedecieron al estudio de las formas de ser de los vaqueros. Las cimenté en la escritura de un diario de campo, producto de la observación participante, con lo que logré etnografías para obtener descripciones…” (pág. 32), al parecer quedó fuera del capitulado el apartado metodológico íntegro y fue incorporado en distintos apartados y en diferentes momentos, lo cual agiliza la lectura, pero nos priva de conocer a detalle las estrategias, procesos y técnicas empleadas para recuperar las experiencias del grupo.
Beltrán nos ofrece su mirada antropohistórica para entender el rodeo y lo que representa para los no vaqueros como nosotros, e incluso para los vaqueros mismos, pues a veces la mirada del otro, y en este caso el trabajo del autor, permite ordenar los discursos y las subjetividades para evidenciar aspectos que pueden ser invisibles o pasar desapercibidos para el propio grupo.
Este libro detona muchas otras cosas con su publicación, que tienen que ver con el reconocimiento de una expresión cultural valiosa dentro del imaginario del bajacaliforniano y en la construcción de la memoria colectiva de la región fronteriza.
Gran parte del valor del trabajo de Josué Beltrán está en el rescate de la memoria, la cual, si bien no es olvidada, pues aún vive y persiste, no es del todo reconocida ni suficientemente valorada.
Cuando hablamos de memoria, cuando hablamos de patrimonio, nos remitimos al pasado. Pero, ¿cómo podemos rescatar un pasado cuando no visualizamos las posibilidades del futuro?, ¿cómo podemos tener pasado si no hacemos un ejercicio en el presente por generar memoria? Como el ejercicio que en esta obra hace al autor. Que trata sobre la memoria viva, memoria que cobra sentido por las prácticas y experiencias unidas a ella, por los vínculos afectivos a esos lugares, espacios y momentos que se nutren de la remembranza.
La vaquería y la vaqueridad son ejemplo de un patrimonio vivo, un puente que nos conecta con el pasado y el presente. El patrimonio cultural es nuestra herencia como comunidad, resultado de un proceso histórico, con el que en la actualidad se convive y al mismo tiempo se busca transmitir a las futuras generaciones. El patrimonio cultural no es estático: es dinámico por la misma naturaleza del tiempo. Aunque pareciera contradictorio, el pasado, presente y futuro confluyen en la noción de patrimonio, pero en ocasiones nuestra relación con con este no es del todo clara. La manera en que lo “protegemos”, lo “administramos”, e incluso la forma en que lo “clasificamos”.
Al pensar que el patrimonio es algo que forzosamente ha pasado por el tamiz del tiempo, sesgamos nuestra visión sobre él, que impide hacer un ejercicio de proyección, cayendo en la constante de la protección como única vía para su preservación. Debemos preguntarnos cómo es que entendemos y negociamos la noción de patrimonio; cómo establecemos los criterios -como instituciones o como individuos- para determinar el valor de un lugar, un objeto o una práctica, a fin de que garanticemos su protección y resguardo para la posteridad. Muchos de estos criterios están inconexos de la memoria viva, parecen desarticulados de los procesos con los que nos relacionamos con nuestro pasado y de la forma en que vamos construyendo nuestra historia.
El trabajo del autor nos muestra una historia viva, anclada a una identidad histórica, pero que en el presente se sigue construyendo y reconstruyendo en esta tensión de lo tradicional y las nuevas formas y maneras. Un patrimonio que solo se puede proteger mediante la acción y reproducción. Como lo comenté anteriormente: ser vaquero es gerundio. El patrimonio cultural, su rescate, preservación y protección también es gerundio. No hay otra forma de hacerlo más que haciéndolo, y Josué Beltrán lo hace a través de este libro.