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Culturales

versión On-line ISSN 2448-539Xversión impresa ISSN 1870-1191

Culturales vol.5 no.2 Mexicali jul./dic. 2017

 

Reseñas

Diderot: del ateísmo al anticolonialismo

Julio César Reyes Sánchez* 

*Universidad Autónoma de Baja California

Diderot: del ateísmo al anticolonialismo. Benot, Yves. Siglo XXI Editores, México: 1973. SISBN271,


Podría parecer que un texto como este, biográfico, sobre un personaje icónico del tan vapuleado proyecto ilustrado, es de poco interés para el estudio de lo sociocultural. Sin embargo, es en la reconstrucción que hace Benot, tanto de Diderot como de su pensamiento, lo que nos permite sumar a las discusiones sobre, por ejemplo, religión, pensamiento crítico, colonialismo y modernidad. Podemos encontrar en las fluctuaciones intelectuales de Diderot las críticas más agresivas y viscerales hacia el eurocentrismo y el colonialismo, declarando el fracaso del proyecto de la ilustración cuando todavía se encontraba en su apogeo. Benot explica que para este ilustrado, “el himno al desarrollo y a la creación humana no es el retorno al optimismo ingenuo: va acompañado de la misma visión trágica de la historia real y el desarrollo, donde el progreso mismo está ligado a esta larga serie de atrocidade” (p. 192).

Yves Benot publicó este texto cuando, según lo que él mismo dice, se comenzaba a estudiar con seriedad al enciclopedista Dennis Diderot, a la luz de algunos textos encontrados en 1964. Benot propone, entonces -a partir de bibliografía poco conocida de Diderot y de sus contribuciones a la Enciclopedia, la Correspondencia de Grimm y la Historia de Raynal-, a un Diderot múltiple y fluctuante, siempre crítico y antidogmático. Como una especie de explorador/aventurero intelectual que recorre posiciones políticas y filosóficas de extremo a extremo, sin comprometerse con ninguna, pero defendiéndolas todas en su momento. Esto debido, nos dice Benot, a que Diderot escribía motivado no por sí mismo, sino por las lecturas que hacía y por los eventos que se desenvolvían en el instante histórico de su existencia, mismos que lo hacían cuestionarse a él y a sus convicciones.

En la primera parte del texto se aborda la biografía intelectual de Diderot a través de correspondencia, artículos y polémicas con otros filósofos. El autor comienza a reconstruir un personaje complejo que, a su vez, parece haberse construido a sí mismo como un personaje. Continúa con el análisis de la obra literaria de Diderot. Del estilo y contenido de sus textos rescata de algunas de sus ideas estéticas, políticas y filosóficas.

Benot no duda en declarar el ateísmo de Diderot, y, en este caso, la etiqueta toma relevancia porque implica una posición extremista para la época, rechazada por los ilustrados más reconocidos. Esta postura le otorga al enciclopedista cierta rebeldía, un aire distinto al del resto de la élite de los filósofos. Y es que Diderot atacó a todas las religiones por igual y culpó -haciendo uso de la voz de Guillaume-Thomas Raynal- al despotismo religioso de empujar la resistencia intelectual hasta los límites del ateísmo, como si fuera la única salida posible.

El interés especial de Benot es evidente: la segunda parte del libro está dedicado al análisis de la obra de Raynal y de las intervenciones de Diderot en ella. Los llamados al levantamiento armado, el anticolonialismo, el desprecio al europeo conquistador, a las religiones y a los filósofos, son demostrados, una y otra vez, como obra de Diderot. Y es aquí donde, aunque Benot intenta ser imparcial, resulta inevitable notar su entusiasmo y esfuerzo por convertir a Diderot en un referente para el marxismo; en alguien a quien el intelectual revolucionario debería voltear a ver y tratarlo sin prejuicios. Le atribuye a Diderot la capacidad de crear por sí mismo “un lenguaje revolucionario”, preparado para entrar en conflicto con el orden establecido, así como de proveer una ideología y un programa para la acción (p. 261). Plantea, además, con todo y la postura irreconciliable hacia la religión de Diderot, al ateísmo no como un fin, sino como punto de partida. Es también en este tema donde el texto resulta aún pertinente, ya que Benot está en desacuerdo con los que dicen que la discusión sobre la existencia de Dios está sobrepasada; que así como hay reaccionarios ateos, hay progresistas creyentes, y que los problemas no se pueden plantear en términos simples de teísmo o ateísmo, pues el debate se vuelve de verdad estéril.

Diderot, nos dice al autor, se rehúsa a situar el ateísmo como bandera de batalla del proyecto de la ilustración, considera mejor la “libertad de conciencia y de expresión para todos aquellos que no son fanáticos e intolerantes, es decir, esos con los que se puede, más allá de las divergencias filosóficas, pero con un acuerdo práctico, construir una sociedad racional” (p. 266).

Benot y el ilustrado coinciden en que suprimir el fetiche de Dios no tiene caso si se reemplaza con otra cosa, como la razón o el capital. Con todo y con que el ateísmo de Diderot se postula como una declaración moral -pues para él, sólo un hombre honesto puede ser ateo (p. 48) -, no rechaza la posibilidad de construir otro tipo de mundo con la ayuda de su contrario, que, en este caso (y sobre todo), es la persona religiosa.

Entonces, el debate entre creyente y materialista debe tener un significado práctico inmediato: Benot nos dice que el creyente “no puede dejar de oponerse […] a las exigencias científicas de la lucha por el socialismo […] no puede impedirse introducir una sensación muy individual del bienestar”; pero, al mismo tiempo, “el ateo debe recordar a sus aliados espirituales […] que el objetivo es la plena liberación del hombre sobre su tierra” (p. 269).

El intento de Benot, pues, consiste en reivindicar a Diderot: pasarlo de liberal burgués a revolucionario radical. Denuncia cómo “editores e intérpretes conservadores han intentado desde hace algún tiempo, y hasta la renovación de las investigaciones hacia 1950, empujarla hacia el idealismo, hacia un humanismo liberal y burgués, y han sacado partido de la inquietud intelectual de Diderot para hacer creer que no había concluido nada, que no había alcanzado ninguna seguridad” (p. 260). Propone, además, la reconsideración de un personaje que, a su criterio, reúne mejor que todos los ilustrados juntos el espíritu de su época: complejo, fluctuante en sus posturas, a veces contradictorio, en ocasiones revolucionario y en otras reformista. Benot busca que nos apoyemos “sobre esta imagen del movimiento perpetuo que nos ofrece un obra singular, el encontrar en ella las leyes de la invención de un lenguaje creado por una acción, el leer en ella el comentario propio de un intelectual revolucionario” (p. 263).

Benot concluye el libro con una invitación a no abandonar el proyecto revolucionario y a siempre estar vigilantes de nuestro pensamiento, no caer en los dogmas y seguir el ejemplo crítico de Diderot.

El libro cierra con una extensa cronología biográfica de Diderot, además de un índice de nombres y obras citadas.

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