SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número40Uso de la fuerza letal: Muertos, heridos y detenidos en enfrentamientos de las fuerzas federales con presuntos miembros de la delincuencia organizadaDos imágenes del arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.40 Ciudad de México sep./dic. 2012

 

Saberes y razones

 

Comentario

La violencia en México: algunas aproximaciones académicas

 

Violence in Mexico: Several Academic Perspectives

 

Marcelo Bergman

 

Centro de Investigación y Docencia Económicas, Distrito Federal, México. marcelo.bergman@cide.edu

 

En el penetrante primer párrafo de su novela sobre las conversaciones en el bar "La Catedral" de Lima, Mario Vargas Llosa lanza su ya conocida pregunta: "¿en qué momento se jodió el Perú?". El personaje gris que la enuncia estaba tan "jodido" como su país en decadencia. Frente a la ola de violencia que azota al país me atrevo a robarle al Premio Nobel su frase para aplicarla al contexto mexicano —como, sospecho, muchos otros habrán hecho— y preguntar: ¿en qué momento se jodió México? Más precisamente, ¿en qué momento la violencia jodió a México? Entender "qué nos pasó" o "qué nos pasa" es una típica obsesión latinoamericana que supone que vivimos en una condición subóptima y que algo nos impide estar donde deberíamos. Ya sea por razones estructurales o coyunturales, o una combinación de ambas, creemos que se cercenan nuestras capacidades "reales". Pensamos que México debería naturalmente ser un país pacífico, pero que hay algo que lo desvía del camino "natural" hacia el progreso y la paz.

Afirmar que en algún momento algo "se jodió" es asumir que en una instancia previa ese mismo orden funcionaba en forma razonable, o que al menos tenía una dirección progresiva, pero que debido a un proceso, una serie de circunstancias o una fatalidad, se descarriló el devenir normal de los acontecimientos. Es pensar que veníamos bien. En México, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) causó progreso, todo el mundo consumía y la economía, aún con dificultades para impulsar reformas, lograba atraer inversiones, el país se sentía en el Primer Mundo. Finalmente, la alternancia nos había permitido entrar al club de la democracia. ¿Qué nos pasó? ¿Cómo en este contexto hay más de 50 000 muertos, familias desmembradas, secuestros a la alza, extorsiones sin límites, miles de desaparecidos y una orgía macabra de cuerpos destrozados? ¿Cuándo se jodió este México? ¿Por qué?

Este número de Desacatos se sumerge en este submundo, en las entrañas de algunas raíces estructurales, de los procesos y las coyunturas políticas, sociales e institucionales para bucear en aguas profundas y entender qué está pasando, por qué tanta violencia. Los autores de los trabajos tienen la aguda intuición de que hay procesos sociales, políticos y culturales que conforman la trastienda del acontecimiento cotidiano y feroz, pero que es necesario problematizarlo y discutirlo para echar luz a esta etapa traumática que atraviesan el país y su gente. En este ensayo me propongo comentar los trabajos que fueron preparados especialmente para este número de la revista y que exponen distintas miradas sobre la violencia en nuestro país. Brindo un modesto aporte analítico para abordar la interrogante con que abro este trabajo: ¿cuándo y por qué esta violencia lastimó a México? Señalaré, desde una mirada sociológica, junto a lo que los autores de este número de Desacatos insinúan o hacen explícito, que hay procesos sociales de largo aliento que subyacen a esta violencia. En estos comentarios de naturaleza introductoria también presento perspectivas analíticas para estudiar el problema y sugiero un mecanismo explicativo acerca de por qué irrumpen estas orgías de violencia. Contextos y coyunturas producen este coctel explosivo.

El presunto narcotraficante Lucano Sauceda fue trasladado por policías federales a un penal de máxima seguridad en Tamaulipas, donde enfrentará cargos por la matanza de cuatro niños y dos adultos registrada en 2008 en Guamúchil, Sinaloa, 2008.

 

LA VIOLENCIA

Existen bibliotecas enteras que analizan este fenómeno. No pretendo describir la violencia ni discutir los debates conceptuales de la misma. simplemente utilizaré el argumento clásico que entiende la violencia como un mecanismo de resolución de conflictos. Se acude a la violencia porque es imposible para las partes resolver un diferendo o pleito por medios pacíficos o alternativos. La violencia es un instrumento de dominio e imposición. En algunas sociedades la violencia es el último recurso y en ciertas circunstancias el uso de la coacción física de una parte sobre otra se entiende como el funcionamiento social "normal". A nivel macro, la violencia resulta de una suerte de "fracaso colectivo". Hannah Arendt, en su brillante ensayo On Violence, sostenía persuasivamente que la violencia es la contracara del poder. Éste deriva de la libre acción y voluntad colectiva de los individuos para que un ente —el Estado— lo ejerza. En cambio, la violencia se ejerce cuando el poder mengua, cuando la legitimidad de ese poder que se funda en el consentimiento colectivo desaparece. La burocracia es un agente de violencia en la medida en que el poder legitimado por el cumplimiento voluntario de los ciudadanos no es lo suficientemente vinculante. Es también un recurso para disciplinar.

La pregunta relevante para México es: ¿por qué los conflictos entre narcos y el Estado llevaron a esta irrupción tan sangrienta? ¿Por qué, a diferencia de otras sociedades, existe una proclividad a resolver estos conflictos ocasionando daño? ¿Será una erosión de la legitimidad como refiere Arendt? ¿Será el crecimiento de la secretaría de seguridad Pública, el Ejército y la Marina una señal de esa burocracia que reemplaza al poder real? Y especialmente, algo que el trabajo de Rossana Reguillo procura dilucidar: ¿por qué esta violencia produce tanta saña? En resumen, ¿por qué los instrumentos que los humanos hemos desarrollado para neutralizar las externalidades negativas de la violencia no están funcionando en el país? En un trabajo reciente, Steven Pinker (2011), de la Universidad de Harvard, procura entender cuándo y por qué los hombres recurren a la violencia. En su libro detalla con ricas fuentes la eminentemente naturaleza humana violenta. Por ejemplo, el resultado del análisis de restos arqueológicos le permite concluir que 15% de nuestros ancestros prehistóricos encontraron su muerte de manera violenta en manos de otras personas. Las sociedades de cazadores y otras organizaciones humanas primarias también tuvieron tasas de violencia muy elevadas. Estos índices comienzan a bajar cuando aparecen los primeros Estados u organizaciones similares. Parece corroborar la intuición de Thomas Hobbes acerca de que sin un Leviatán nuestras vidas pueden ser muy "crueles, brutales y cortas". Para Pinker el "proceso de pacificación" se produce principalmente con la irrupción de los Estados, en particular desde el Iluminismo. También, entre otros factores, el creciente y prominente rol de las mujeres, que son por naturaleza más cooperadoras y pacíficas, va neutralizando los "demonios internos" humanos que llevan a la violencia.1

Algo está fallando en el Estado que no logra contener los altos niveles de violencia. Sin embargo, México no es el único ni el más violento de los países que han atravesado procesos relativamente similares. Como señala Elena Azaola en su trabajo, México se ubica en un nivel intermedio de violencia en la región y, como lo muestro más adelante, países con problemas paralelos de narcotráfico y pandillas a los de nuestro país, como Colombia, El Salvador y Guatemala, tienen o han tenido tasas de homicidios muy superiores a las de México. Por tanto, no es la temperatura objetiva —como lo describe elegantemente Rossana Reguillo en su texto—, sino la "sensación térmica", lo que alerta a la opinión pública y a la ciudadanía en general. Esta impresión de que algo "se jodió" detona en parte esta sensación de horror.

 

LOS ARTÍCULOS

Este número de Desacatos reúne una colección de trabajos de alto nivel, escritos por especialistas con distintas trayectorias y de indudable talento.

Enmarcados dentro de las ciencias sociales, también hay variedad de enfoques y metodologías de trabajo. Hay aproximaciones de corte empírico —Silva Forné, Pérez Correa y Gutiérrez Rivas, Azaola— y reflexiones más teóricas —Reguillo—. Hay trabajos que denotan la sistematización de análisis estadísticos sobre temas específicos —Silva Forné, Pérez Correa y Gutiérrez Rivas— y otros que abarcan un panorama más amplio —Azaola—. Hay miradas ancladas en experiencias de trabajo de larga tradición etnográfica y otras inspiradas en el análisis del discurso. En su conjunto, componen un corpus que enriquece el espectro de análisis acerca de cómo entender esta violencia inusitada utilizando distintas herramientas. Complementa esta galería una penetrante entrevista a Javier Sicilia, en la que aporta su mirada aguda y muy personal, denuncia con su voz lo que los autores analizan con sus plumas: algo corroído se expresa detrás de tanta violencia y hay una pérdida de dignidad. A pesar de que cada trabajo tiene su propia pregunta de investigación y deja traslucir las preferencias de cada autor por ciertas metodologías de trabajo, todos los artículos procuran ver más allá de la coyuntura delictual de México. Hay esfuerzos por desenmascarar la raíz de esta violencia, ya sea a través de una reflexión sistemática o de la evidencia empírica. Para todos los autores de este número de Desacatos, México está atravesando un periodo histórico excepcional que merece ser entendido en toda su complejidad. En los siguientes párrafos adelanto algunos de estos enfoques para promover y estimular una lectura atenta de los mismos.

En una brillante y ambiciosa explicación, Elena Azaola desarrolla muy cuidadosamente un argumento acerca de las causales de esta espiral de violencia. Con aplomo y parsimonia la autora aporta evidencia empírica extraída de distintas fuentes —informes públicos y privados, estadísticas oficiales, periódicos, fuentes secundarias— para sostener que, a su juicio, hay tres factores o argumentos que explican los actuales niveles de violencia: a) una herencia de un México ya violento; b) un debilitamiento de las instituciones del Estado Mexicano y una serie de políticas desacertadas, y c) un conjunto de debilidades sociales que se constatan en los altos grados de marginalidad, pobreza y falta de inclusión social. Se podrían resumir estas tres causales como: herencia, debilidad institucional y políticas sociales deficientes. El aporte de este artículo también radica en el método de trabajo. Cada aseveración está debidamente fundamentada en una fuente. La autora, respetando las reglas de la mejor investigación social, ofrece evidencia para cada una de las tres causales. El lector verá que efectivamente México tiene un pasado violento. Asimismo, aunque cada lector informado sabe de las lagunas de la debilidad institucional mexicana, la revisión de Azaola acerca de lo hecho por el gobierno en estos últimos años no deja margen de duda. Algo se hizo mal en estos años que ha contribuido a este feroz desenlace. Azaola es quien más navega en las raíces profundas del México violento en busca de una explicación comprehensiva. Al finalizar la lectura de este trabajo me queda la impresión de que todavía queda más por decir, por integrar estos factores en un modelo dinámico y abarcador que los dote de un peso específico. Es imposible esperar de un artículo una teoría general, pero seguramente será algo que la autora estará elaborando para futuras entregas. Por principio de cuentas, es un hecho que este trabajo deja con ganas de leer más.

Rossana Reguillo nos acerca con su mirada penetrante y su pluma ágil a ese mundo de la violencia macabra que es tan difícil de comprender. Porque, bajo el argumento de que el uso de la coacción física y hasta la eliminación del prójimo pueden ser entendidos como una conducta "racional", es difícil identificar esa racionalidad en "estos cuerpos rotos, vulnerados, violentados, destrozados con saña". La lógica que guía esta cadena de vejaciones, muchas veces incomprensibles, es la de "acallar y someter'. Silencio y control, dice Reguillo, es la pauta del México macabro de hoy. Este ensayo es el resultado de una reflexión de la autora con base en una larga trayectoria de investigaciones, principalmente etnográficas. La poderosa frase de uno de sus interlocutores que vive en este submundo violento resulta más que elocuente acerca de la naturaleza de la violencia que vive este país. Cuando imagina su muerte, dice: "que me hagan pedacitos, pa' evitarle la pena a mi 'amá, el dolor de velarme... Y es que en este jale, ya no alcanza con morirse". A lo largo de este trabajo la autora documenta y analiza, precisamente, por qué "en este jale no alcanza con morirse". La violencia es tácitamente lenguaje de imposición y sometimiento. Al ser lenguajes, son sistemas de rituales y creencias. Es decir, para Reguillo la violencia se ancla en un encuadre cultural, pero a diferencia de las clásicas perspectivas culturalistas que tienen una visión rígida y predeterminista, la autora considera que este "lenguaje" es fluido y condicionado por procesos sociales. Especialmente, y al igual que Azaola en su trabajo, identifica la precaria situación de los jóvenes en México que en su "desafiliación acelerada" hacia la informalidad van construyendo y tejiendo nuevos lenguajes proclives a la exaltación del silencio y el control. Reguillo busca trascender la coyuntura para identificar los factores de la brutalidad, y al mismo tiempo la fragilidad de quienes entran a este mundo de la violencia.

Silva Forné, Pérez Correa y Gutiérrez Rivas proponen una aproximación muy distinta al problema. Estos autores enfocan su atención en la violencia que produce el Estado a través de sus fuerzas de seguridad. A pesar de tener el monopolio de la utilización de la violencia legítima, las policías y las fuerzas armadas suelen excederse en el uso de la violencia en México. Esta percepción de abusos en el empleo de la fuerza lleva a los autores a revisar legislación, informes y datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y a construir un "índice de letalidad" que permita dimensionar la magnitud y la tendencia en el uso excesivo de la violencia estatal. Sin que los autores lo hagan explícito, en la lectura del texto subyace la idea de Arendt acerca de la burocracia del Estado y la violencia. El uso de la fuerza —strength— y la violencia "legítima" pueden otorgar poder a quienes la utilizan con moderación. La contribución principal del trabajo es el índice de letalidad que utiliza datos oficiales y de periódicos durante tres años y medio sobre heridos y muertos en enfrentamientos para construir una tasa o razón entre éstos. Aunque pudiera haber algunos problemas con las fuentes de información, los hallazgos acerca de un pronunciado crecimiento en la proporción de muertos sobre heridos indican que el deterioro de la letalidad no está siendo atendido por las fuerzas de seguridad. Los autores proporcionan además algunos datos internacionales en los cuales México no luce bien.

Seguramente el índice de letalidad se irá refinando en futuras investigaciones. sin embargo, el esfuerzo de recolectar datos que permitan un seguimiento desapasionado sobre el accionar de las fuerzas de seguridad debe ser bienvenido y estimulado. La decisión política del gobierno de Felipe Calderón de recurrir a las fuerzas armadas y de impulsar una nueva policía, que se vieron reflejadas en enormes incrementos presupuestales, debe ser vigilada como corresponde en las democracias. Los primeros hallazgos de Silva Forné, Pérez Correa y Gutiérrez Rivas demuestran que pudiera haber desidia y negligencia por parte de las autoridades, lo que contribuye a debilitar los lazos del poder de los que hablaba Arendt. Allí donde terminan estos autores se ancla el principal argumento de Sicilia: la criminalización de las muertes, la justificación del "daño colateral", una verdadera tragedia de esta espiral: "Si hay un crimen de lesa humanidad por el que deba responder el presidente. es. negarles su condición humana a los muertos", dice el poeta. Una entrevista en la que el lector queda atento al reclamo primeramente moral de esta tragedia.

 

ACERCA DE LOS ORÍGENES SUBYACENTES DE LA VIOLENCIA

Los 50 000 muertos y desaparecidos en los últimos cuatro años son un dato elocuente: algo ha ocurrido, algún proceso desencadenó esta barbarie. Las ya conocidas estadísticas sobre ejecuciones y homicidios muestran claramente que a partir de 2008 hay un crecimiento exponencial del número de muertos asociados a la "guerra" en contra de los narcos. Azaola describe sintéticamente en sus primeros párrafos las principales teorías que han intentado explicar esta crisis. Todas coinciden en que la intervención del gobierno en su guerra contra los cárteles ha tenido un efecto importante en el desencadenamiento de la violencia. Las cifras son inequívocas. Cuando interviene el gobierno se dispara la violencia.2 sin embargo, sería erróneo asumir que la causalidad está totalmente demostrada. Quiero dejar esto muy en claro: los datos apuntan a que el gobierno precipitó una escalada de violencia atroz. Más adelante haré mención a la sorprendente negligencia de un gobierno que decide salir a una guerra sin una preparación adecuada. Sin embargo, el argumento contrafactual para refutar o aceptar la hipótesis de la responsabilidad gubernamental también debe ser formulado: ¿qué habría ocurrido sin la intervención y los enfrentamientos? Tanto los eventos violentos de Tamaulipas en 2005, que precipitaron el operativo "México Seguro", como el caos absoluto del estado de Michoacán en 2006 preanunciaban una lucha sangrienta entre cárteles. Es imposible saber si hubiese escalado a los niveles actuales, pero seguramente hubiésemos sido testigos de una significativa y feroz violencia macabra.

Mi argumento central es que la epidemia delictiva no irrumpió de manera sorpresiva, no operó en un vacío. México no había resuelto muchos de sus problemas, sino que los había escondido exitosamente bajo el tapete. La incapacidad de mejorar la oferta laboral para sus jóvenes, un sistema de movilidad social rígido, el esquema federal ineficiente y con escasa rendición de cuentas, los nichos innumerables y enclaves de privilegios, la corrupción y tantos otros son algunos de los problemas que existían desde el apogeo del régimen priista y que no se habían corregido ni siquiera moderadamente cuando "nos sorprendió" la violencia. En este trabajo no demuestro la causalidad que puede haber entre un Estado anémico, una deuda social y cultural que provocaron este atroz desenlace, sino que, junto a otros autores —como harían Arendt, Pinker, Kalyvas y otros—, sugiero indagar variables estructurales que subyacen a la violencia. La percepción de que veníamos mejorando pero algo se descarriló surge, a mi juicio, de dos deficiencias metodológicas que han impactado en la mayoría de los estudios hasta la fecha: a la primera la llamaré "la tiranía de los datos sobre las ejecuciones"; a la segunda, "el mito de la guerra entre cárteles por el control del tráfico de drogas".

 

LOS HOMICIDIOS Y LA VIOLENCIA

La tasa de homicidios desde la Revolución hasta 2007 produce la ilusión óptica de que la violencia y la criminalidad iban en descenso. El estudio de Escalante (2009) sobre la reducción del homicidio que utiliza buenos datos desde 1990 es una muestra elocuente de ello. Predominaba la impresión de que México convergía en la tendencia hacia países del Primer Mundo con tasas de homicidio muy próximas a un dígito, pero ésta se revierte virulentamente en 2008. ¿Qué ocurrió? La respuesta más natural es adjudicar factores desestabilizadores al negocio del narco y a la intervención del gobierno. No obstante, estas tendencias deben ser analizadas en su justa dimensión. En la siguiente gráfica (véase gráfica 1) presento datos sobre homicidios y robos desde la década de los años treinta hasta 2005. La gráfica, elaborada con base en información recabada por Pablo Piccato, de la Universidad de Columbia, describe una tendencia histórica de delitos denunciados en México. Aunque puede discutirse la precisión de estos datos, no cabe duda de que desde los años posteriores a la Revolución hasta fines de los años setenta la tendencia del homicidio y la de los robos era la misma. si bien, a partir de la década de los ochenta las tendencias se bifurcan: mientras que el robo comienza a crecer, la tasa de homicidios decrece. Algo similar sucede con las agresiones y otros delitos registrados.

El fenómeno de la delincuencia y de la violencia no disminuye, sino que crece a partir de los años ochenta. Esto merece una explicación. En cuanto al homicidio, la caída obedece a un proceso natural de modernización que Escalante también reconoce. Los homicidios producto de la típica conflictividad social, como las riñas entre conocidos, los pleitos entre ejidatarios, las peleas en las cantinas por cuestiones mundanas y la violencia familiar, van disminuyendo. Asimismo, la medicina y el acceso a centros médicos hace también que las riñas que antes terminaban en muertes ahora deriven sólo en lesiones. sin embargo, los pocos registros con que se cuenta indican que si bien el homicidio entre conocidos disminuye, no se comporta así el homicidio aleatorio, es decir aquel que se produce generalmente tras un robo. Los datos disponibles desde 1990 para el robo de autos (véase gráfica 2), que en muchas ocasiones es muy violento, también crecen en forma importante. La tendencia es opuesta a la de los homicidios.

Mucho antes de 2008 los secuestros y las extorsiones iban a la alza. De acuerdo con las denuncias al Ministerio Público, éstos se habían más que duplicado entre 1997 y 2007.3 Aun cuando los datos de fines de los noventa puedan ser cuestionados, los recientes son más confiables. En sólo tres años, México tuvo tasas de crecimiento excepcional en estos delitos. Entre 2004 y el 2006 los secuestros registrados habían crecido de 323 a 595 —69%—, mientras que las extorsiones lo hicieron de 2 416 a 3 157 —31%—.4 Éstos son algunos ejemplos de la incontrastable evidencia que indica un aumento considerable de los delitos que por lo general se cometen con la intención de obtener una renta económica. En este contexto se expande el narcotráfico en México. Contar homicidios puede producir la ilusión de que México se iba pacificando "hasta que llegaron los narcos y Calderón se equivocó". La evidencia inicial indica que el país distaba mucho de estar pacificándose.

 

LA GUERRA ENTRE NARCOS

Una segunda narrativa atribuye a los barones de la droga el deterioro de la seguridad y la creciente brutalidad. se dice que la lucha encarnada por rutas y plazas entre organizaciones que pugnan por su control ha derivado en una guerra entre bandas. De acuerdo con esta perspectiva, el negocio del narcotráfico es tan lucrativo que genera muchos incentivos para que, recurriendo a la violencia, los más fuertes se apoderen de sus fabulosas rentas. según esta tesis, la situación de México como puerta de ingreso al mayor mercado de droga del mundo pone al país en una situación de extrema vulnerabilidad.5 Sin embrago, el narcotráfico no es inherentemente violento.6 Sobran ejemplos. En Estados Unidos y Europa Occidental, donde se trafica más de 80% de la droga que se consume, son relativamente escasos los actos de violencia. inclusive en México, como lo muestra Astorga (1996) en sus trabajos sobre la historia del narcotráfico, esta industria fue relativamente calma a lo largo de muchísimas décadas. Lo que debe examinarse es el contexto social, político, económico y cultural para explicar las explosiones de violencia. Perú y Bolivia, que producen casi tanta cocaína como Colombia, no tienen ni lejanamente los niveles de violencia de este último. Nicaragua, que tiene niveles de pobreza y marginalidad iguales o superiores a Guatemala y El Salvador, no ha sido capturada por las redes de traficantes y las pandillas.7 La irrupción violenta de la epidemia del crack que produjo terror en los centros urbanos de Estados Unidos en los años ochenta se pacificó en menos de diez años sin que mermara significativamente el consumo. Las espirales de violencia se producen en contextos especiales: es difícil explicar la explosión de homicidios en Colombia sin abordar las luchas internas que derivaron en el llamado "periodo de la violencia" que lo precedió en dos o tres décadas. En Guatemala y El Salvador el legado de guerras civiles resueltas sin compromisos de inclusión social generó condiciones propicias para el crecimiento de las "maras" y la proliferación de otras formas de violencia. En general, la precariedad de los Estados ha producido condiciones propicias para que el narcotráfico potencie la brutalidad. Bajo esta óptica se debería analizar el caso mexicano.

Existe una lucha por las rentas del narco, pero hasta ahora no hay en México modelos de análisis satisfactorios que expliquen por qué tanta violencia. Ni siquiera son convincentes los argumentos de la lucha por el control de las plazas. Al hacer estimaciones de rentas esperadas, la sangrienta pelea por una "plaza", digamos el estado de Guerrero, no llega a equiparar en utilidades a una venta de cinco toneladas de cocaína a un distribuidor de Estados Unidos.8 La lógica económica indica que las organizaciones deberían disputarse las plazas de Estados Unidos y en mucha menor medida las locales.9 En otras palabras, la pelea debería ser por el derecho a vender y distribuir hacia los grandes mercados. sin embargo, una parte significativa de la violencia son muertes de jóvenes afiliados a las grandes organizaciones, pero que pudieran no ser parte integral de las mismas. La lucha por la distribución de un creciente mercado interno de droga, de extorsión, de robos y secuestros parece haber creado una "industria del delito" que recluta a jóvenes con escasas esperanzas de movilidad social, que tiene una estructura atomizada, y sostiene una lucha descarnada y sin límites por las rentas.10

La narrativa que la investigación social fue aceptando se centró en la puja entre seis o siete organizaciones que disputaban las rutas. Pero dado que hoy hay decenas de organizaciones y centenares de bandas delictivas con cierta autonomía, es obligado reformular las hipótesis. Finalmente, es posible que los miles de muertos tengan menos que ver con el negocio de 20 billones de dólares que genera el mercado estadounidense y más con un mercado interno del delito que es muchísimo más pequeño. En suma, es muy probable que las extorsiones, los secuestros, las redes de robos y el mercado interno de la droga, que es al menos diez veces menor al de Estados Unidos, "den trabajo" probablemente a más de un millón de mexicanos que se dedican a las rentas de los negocios delictivos.11 En resumen, las dos narrativas dominantes: la medición de los homicidios y la inevitable violencia que genera el negocio del narcotráfico, parecen ser insuficientes para explicar en forma abarcadora las causas de la barbarie. Sostengo que habría que explorar un enfoque complementario: México no había resuelto eficazmente su debilidad institucional. su tejido social arrastra deudas no saldadas. El legado de un pasado violento y el creciente negocio del delito fueron desnudando al rey. México no había solucionado conflictos y tensiones posrevolucionarias, sólo las había desplazado o administrado con esquemas informales. Cuando requirió del Estado, éste mostró toda su debilidad, o como lo resume Sicilia con una mirada más penetrante: "la violencia viene muchas veces del olvido, de la negación, del desprecio".

 

APUNTES PARA UNA APROXIMACIÓN CONCEPTUAL: UNA AGENDA DE INVESTIGACIÓN

En esta sección aporto algunas aproximaciones para encuadrar nuevos estudios sobre la crisis actual en México. Considero que es de gran utilidad entender la violencia como variable dependiente, o sea un objeto de estudio en sí misma. Como sostiene el experto en guerras civiles Stathis Kalyvas (2001), es perentorio entender cómo se produce la violencia, cómo se propaga y qué formas adopta. La mayoría de los estudios sobre la violencia la analizan como variable independiente, o sea como factor que afecta otros procesos políticos y sociales, o bien como el resultado de procesos más amplios. La violencia no es igual al conflicto o al pleito. Es una forma particular de resolverlo que tiene importantes implicancias acerca de cómo produce resultados al interior mismo de los conflictos.

Se debe entender la violencia como proceso, como la secuencia dinámica de decisiones y hechos que se combinan entre sí para producir nuevos actos. Al mismo tiempo, es necesario entender a los actores invisibles que no participan directamente en ella, pero que son más que espectadores.12 Hay sobradas experiencias internacionales sobre la presencia de escuadrones o bandas criminales que prestan "servicios" individuales a gente que en condiciones normales no recurriría a la violencia por motu proprio. Por ejemplo, un sicario de una red de narcotraficantes puede también ser "reclutado" por un vecino o un familiar para ejecutar a otra persona por razones totalmente ajenas al tráfico de drogas —venganzas, pleitos personales, pasionales y hasta étnicos—. Esto fue muy documentado en las guerras civiles de Centroamérica (Benjamin y Damarest, 1988). Escalante (2011) ha sugerido que las formas de violencia interpersonal crecieron precisamente allí donde se desmantelaron las policías locales que mantenían algún tipo de arreglo institucional. se necesitan estudios que pongan mayor énfasis en los mecanismos de propagación y que identifiquen esas dinámicas para comprender mejor cómo crece la violencia hasta quedar fuera de control. Es muy probable que muchos de los muertos y heridos de la violencia en México no tengan relación directa con la lucha por las plazas o las rutas de la droga, sino que resulten de la proliferación de armas, de la desaparición del Estado y de la disponibilidad de "ejecutores" privados o grupales.13 Aunque desde luego hay mucha violencia entre bandas por el control territorial, el desencadenamiento de la violencia seguramente se propaga a otras esferas de la vida cotidiana. En México nos faltan estudios que documenten y analicen estos procesos. Contar cadáveres, que desde ya tienen dudosa clasificación, no nos permitirá entender las causas de esta violencia epidémica.

Un tratamiento metodológico distinto desde la perspectiva de la teoría de juegos puede arrojar más luz sobre los hechos. Desde la lógica principal-agente podemos concluir que la violencia trasciende la lucha intercárteles y es también intracárteles.14 Un supuesto básico para una organización o banda —el principal— es que necesita y busca consolidar su control sobre los agentes —los subordinados—. Sin embargo, estos principales carecen de burocracias que les permitan ejercer ese control eficientemente. Para solucionar estas deficiencias, las organizaciones —digamos los Zetas, La Familia, Sinaloa y otras— logran el control indirecto a través de agencias locales —unidades o células—. Con el tiempo, estos agentes logran cierta autonomía y pueden cambiar de bando o diversificarse hacia nuevos "negocios" Para mantener el control de sus agentes y disciplinarlos, las grandes organizaciones no tienen otro recurso más que la violencia. En este esquema, y bajo este modelo, la mayor preocupación para el principal es la deserción.15 Es decir, la violencia ocurre seguramente también intrabandas. Es muy probable que muchas de las muertes no sean producto de luchas entre cárteles, como sostiene el gobierno, sino que respondan a esta misma lógica que obliga a ejercer la violencia hacia adentro de las organizaciones.16

Como en cualquier problema principal-agente hay asimetrías de información y los agentes en muchas ocasiones tienen capacidad de veto. si existe violencia en ciertas zonas y en otras no, sería fructífero indagar en qué condiciones los agentes locales la favorecen y en qué otras no. Por ejemplo, una buena parte de la cocaína entra a México por Chiapas y Oaxaca —ya sea a través de sumergibles o por la frontera—. Que allí la violencia sea relativamente escasa puede obedecer al tejido social que resiste este tipo particular de violencia —y no otro, como la violencia familiar y la de género, que abunda en estos estados—. En resumen, el ejercicio de contar cadáveres por supuesta rivalidad por el control de las rutas de tráfico nos permitirá entender el problema sólo de manera parcial, pero no otorga buenos instrumentos para explicar por qué la violencia se propaga.

 

REFLEXIONES FINALES

No he pretendido explicar en este ensayo la explosión de la violencia en México. No creo siquiera tener una respuesta. La intuición sociológica indica que el paradigma conceptual con que se aborda el tema muestra algunas limitaciones. La principal es que se basa en una aproximación optimista, que asume este proceso como una distorsión, como un desvío temporal de una inevitable marcha hacia el progreso. Bajo esta narrativa, una vez que se resuelvan las condiciones exógenas que provocan la violencia —guerra entre bandas, rentas por las drogas—, ésta se reducirá significativamente. Considero que esta explicación es incompleta o tal vez falaz. El contexto sí importa y la decisión en 2007 de enfrentar el problema como una guerra ha exacerbado la violencia sin "éxitos" a la vista. Al mismo tiempo, tener una gran frontera con Estados Unidos convierte a México en blanco de violencia. Una larga historia de producción y tráfico de drogas frente al mayor consumidor del mundo ha convertido a México en candidato natural para el fortalecimiento de redes de narcotraficantes con poder de fuego, pero esto no implica que el actual nivel de violencia sea una consecuencia inevitable. El secreto para contenerla no sólo yace en tener un Estado eficaz. Los trabajos de este número de Desacatos dan testimonio de un enigma estructural que subyace en esta encrucijada. Así, Desacatos busca contribuir a la necesaria tarea de abrir brecha en la búsqueda de las causas profundas.

¿Podemos identificar entonces en qué momento la violencia lastimó a México? Ciertamente no fue ni en 2004 ni en 2007. Hay que bucear en aguas profundas para identificar la naturaleza violenta de una sociedad que arrastra muchas deudas y que, al no enfrentarlas adecuadamente, fue socavando sus cimientos. No parece haber ni una fecha ni un año específico. Una explicación plausible es que esta interrogante requiere de estudios evolutivos que van condicionando el repertorio de respuestas de los actores ante sus restricciones y oportunidades. Hay un proceso por medio del cual, parafraseando a Pinker, ha sido más natural para muchos mexicanos recurrir a los "demonios internos" en lugar de descansar en nuestros "mejores ángeles". Nuestro desafío es comprender por qué ha sido tan difícil generar las condiciones para domesticar los impulsos corrosivos y poder disfrutar de los beneficios de la cooperación. México tiene esa deuda pendiente.

 

Bibliografía

Arendt, Hannah, 1970, On Violence, Harvest Books, Nueva York.         [ Links ]

Astorga, Luis, 1996, El siglo de las drogas, Espasa-Calpe Mexicana, México.         [ Links ]

Banco Mundial (bm), 2010, Crime and Violence in Central America Report No. 56781-LAC, Banco Mundial, Washington, D.C.         [ Links ]

Benjamin, Paul y Damarest William, 1988, "The Operation of a Death Squad in San Pedro la Laguna" en Robert Carmack (ed.), Harvest of Violence: the Mayan Indians and the Guatemalan Crisis, University of oklahoma Press, Norman.         [ Links ]

Bergman, Marcelo, 2010, "Narco-politique et Narco-économie en Amérique latine", en Problémes dAmérique latine, vol. 76, pp. 25-41.         [ Links ]

Donnelly, Robert y David shirk, 2009, "Police and Public security in Mexico", University Readers, en línea: <http://web.me.com/davidashirk/FILESHARE/David_A._Shirk_files/60043_review.pdf>         [ Links ].

Escalante, Fernando, 2011, "Homicidios 2008-2009: la muerte tiene permiso", en Nexos, en línea: <http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=1943189>         [ Links ].

----------, 2009, El homicidio en México entre 1990 y 2007: aproximación estadística, El Colegio de México, México.         [ Links ]

Guerrero, Eduardo, 2011, "La raíz de la violencia", en Nexos, en línea: <http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2099328>         [ Links ].

Human Rights Watch (HRW), 2011, "Neither Rights nor Security. Killings, Torture, and Disappearances in Mexico's 'War Drugs'", en línea: <http://www.hrw.org/sites/default/files/reports/mexico1111webwcover_0.pdf>         [ Links ].

Kalivas, stathis, 2001, "La violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una teoría", en Análisis Político, núm. 42, pp. 3-25, en línea: <http://stathis.research.yale.edu/articles_others.html>         [ Links ].

Los Angeles Times, 2011, "Unraveling Mexico's Sinaloa Drug Cartel", 24 de julio.         [ Links ]

Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad, 2011, Segundo reporte de monitoreo de delitos de alto impacto, Observatorio Nacional Ciudadano de seguridad, Justicia y Legalidad, México.         [ Links ]

Organización de Estados Americanos (OEA), 2011, "Informe sobre seguridad ciudadana en las Américas", en Alertamerica.org: el observatorio de seguridad ciudadana de la OEA, en línea: <http://www.oas.org/dsp/alertamerica/Alertamerica_2011.pdf>         [ Links ].

Procuraduría General de la República (PGR), 2011, "Incidencia delictiva por entidad federativa", en línea: <www.pgr.gob.mx/temas%20relevantes/estadistica/incidencia%20Entidad/incidencia%20entidad.asp>         [ Links ].

Pinker, Steven, 2011, The Better Angels of our Nature: Why Violence Has Declined, Penguin, Nueva York.         [ Links ]

 

Notas

1 El argumento de Pinker, desde la psicología cognitiva, sostiene que la evolución humana va dando forma al cerebro y por tanto a las facultades cognitivas y emocionales. La proclividad humana hacia la violencia se produce cuando los hombres recurren a sus "demonios internos" en lugar de descansar en los "mejores ángeles" de nuestra naturaleza que nos llevan a ser más pacíficos y cooperativos. La gran pregunta es cuándo y por qué optamos por uno de estos dos mecanismos. Pinker sugiere que el contexto social, cultural y evolutivo inclinan la predilección por alguna de estas alternativas.

2 En varios trabajos, Eduardo Guerrero (2011) ha aportado evidencia importante y una explicación penetrante acerca de cómo la intervención del gobierno a través de ejecuciones y detenciones de líderes de las organizaciones ha afectado las luchas internas y finalmente la escalada de la violencia. Su aporte es fundamental, aunque —como sostengo en este ensayo— debiera ser completado con otras miradas, algunas de ellas más estructurales.

3 Véanse estadísticas oficiales compiladas a partir de las averiguaciones previas y concentradas por la Procuraduría (PGR, 2011).

4 Reporte periódico de monitoreo sobre delitos de alto impacto (Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad, 2011).

5 Sin embargo, Canadá tiene una frontera con Estados Unidos tan extensa como la mexicana pero, hasta donde sabemos, las redes de narcos no han podido penetrarla.

6 Sostengo que todas las experiencias internacionales demuestran que la producción, tráfico y comercialización de drogas —por su carácter ilegal— conllevan algo de violencia. Lo que deseo destacar es que no todo el narcotráfico produce altos niveles de violencia.

7 La tasa de homicidio en 2010 para Nicaragua fue de 13.4 por cada 100 000 habitantes, para El Salvador fue de 64.4 y para Guatemala 41.4. Respecto de Colombia, su tasa fue 33.4, mientras que la de Bolivia fue de 10.8 y la de Perú en 2009 fue de 10.1 (OEA, 2011).

8 Una tonelada de cocaína a precio de mayoreo y puesta en Estados Unidos cuesta aproximadamente 25 millones de dólares. se calcula que la utilidad neta para la organización que la compró en Colombia o Perú y la coloca en Los Ángeles o en Chicago es de 25% (Bergman, 2010). Es poco probable que una plaza como el estado de Guerrero produzca utilidades netas para un cártel por más de 30 millones de dólares al año.

9 El periodista Richard Marosi de Los Angeles Times (2011) describe en cuatro notas el funcionamiento del tráfico de cocaína que cruza por una plaza muy tranquila —Mexicali— y que producealtas rentas. La lógica económica debería indicar que de haber una guerra racional de cárteles tendría que centrarse por el control del tráfico hacia Estados Unidos. La mudanza de la violencia desde la frontera hacia el resto del país sugiere que hay patrones adicionales de conflictos violentos que no dependen directamente del tráfico hacia Estados Unidos.

10 La extrema violencia del triángulo del norte centroamericano —Honduras, El salvador y Guatemala— muestra que las altas tasas de homicidios se producen en contextos de extrema pobreza y precariedad. La evidencia indica que aunque las altas tasas de homicidios ocurren en los distritos penetrados por el narcotráfico, los que se matan lo hacen por rentas muy pequeñas. Véase el informe del Banco Mundial (2010: cap. 3).

11 Un tema poco estudiado, como Azaola y Reguillo enfatizan en sus trabajos, es el de los efectos de las escasas oportunidades laborales. Por ejemplo, la incapacidad de crear empleos de calidad para los jóvenes se solucionaba en décadas pasadas a través de la demanda laboral de Estados Unidos, que además producía un efectovirtuoso, ya que la expulsión de jóvenes hacia el norte redundaba en un cuantioso flujo de remesas hacia el sur, tanto para aliviar la pobreza en las zonas rurales como para generar demanda agregada y crecimiento económico en México. La explosión de la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos en 2007 menguó esa demanda, al tiempo que las compensaciones que ofrecía el narcotráfico se convertían en atractivas para miles de jóvenes.

12 En este número, el trabajo de silva Forné, Pérez Correa y Gutiérrez Rivas analiza uno de los actores visibles, las fuerzas de seguridad del Estado, como promotores de violencia.

13 Por ello los datos de las autoridades, ya sea PGR o Cisen, que clasifican la procedencia e identificaciones de cada uno de los 50 000 muertos son poco creíbles. Dado que la mayoría de las ejecuciones no se investiga —HRW (2011) calcula que aproximadamente 1 000 averiguaciones previas fueron efectivamente realizadas— no es factible determinar quién mató a quién ni por qué.

14 Algo que también las estadísticas oficiales ignoran.

15 Como sostiene Kalyvas, allí donde la soberanía de los grupos es débil, la deserción es fuerte.

16 Ésta sería una extrapolación a gran escala de la lógica con la que operan las mafias.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons