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La ventana. Revista de estudios de género

versión impresa ISSN 1405-9436

La ventana vol.4 no.31 Guadalajara jun. 2010

 

En la mira

 

Heroínas o la construcción de la mujer total

 

Consuelo Patricia Martínez Lozano*

 

Rivero Weber, Paulina. Se busca heroína. Reflexiones en torno a la heroicidad femenina. México, Ítaca, 2007.

 

* Doctora en ciencias sociales e investigadora en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Correo electrónico: patriciamartinez_00@yahoo.com.mx

 

Al concluir la primera lectura que hice de este libro vino a mi memoria, entre otros asuntos, una anécdota muy sencilla ocurrida hace muchos años: una muy querida amiga mía y yo estudiábamos en la universidad y por razones diversas en ese tiempo mi amiga leyó, por primera vez, un texto muy conocido y denominado "clásico" de la literatura infantil: Corazón, de Edmundo de Amicis. Al mismo tiempo, el libro fue leído también por la hermana de mi amiga. Cuando ésta le devolvió el libro le dijo: "toma tu libro, me gustó... pero también me hizo sufrir... cuando una termina de leerlo le dan ganas de ser muy buena persona, amar y ayudar a todos... pero no es posible ser tan bueno". Recordé esto porque, al concluir de leer lo escrito por Paulina Rivero Weber, queda un enorme impulso que llama a la acción inmediata, aunque no precisamente como la que describía la hermana de mi amiga sino más bien un ímpetu ferviente de poner en práctica, al instante, la labor de forjar el propio destino, una búsqueda y deseo libertario e inaplazable de realización personal y plena, unas enormes ganas de ser mujer total, de ser la heroína de nuestra propia vida. Y, además, con la certeza de que esto es posible. No se trata de la realización de excéntricas, esforzadas y llamativas hazañas, o de la búsqueda de aventuras de conquista y posesión, es decir, lo que comúnmente se entiende por el trabajo o el desempeño "propio" de un héroe. Este libro es, en otro sentido, un análisis reflexivo sobre la vida y el destino históricamente asignado a las mujeres, de confinamiento y sujeción, y también de su necesidad (y responsabilidad) de buscar y desarrollar "otro modo de ser humano y libre", como decía Rosario Castellanos, de construir una manera distinta y libre de ser mujer, alejada de esa carga histórica, marcada como destino, de nulidad, invisibilidad y dominación.

De manera sencilla, armoniosa e inteligente, Rivero Weber lleva la reflexión sobre el ser femenino por caminos diversos pero confluentes: mediante la literatura, la filosofía, la historia y la poesía, construye un cuadro analítico, contundente y lúcido, que resulta a la vez riguroso y afable, académico pero sin falsas pretensiones de erudición. Uno de los aspectos más gratos del texto es la conjunción del conocimiento y la reflexividad literaria-filosófica con una exposición y escritura clara, breve y sin artificios, muy generosa. El resultado es un libro que puede compartirse con cualquier edad.1

Rivero Weber, con una pregunta, expone una inquietud fundamental: por qué no existe en la literatura universal una protagonista (una heroína) que pueda funcionar como ejemplo para las mujeres, una figura femenina heroica que marque directrices a seguir, de la que emane un deseo de imitarla, cuyas acciones sean altamente valoradas, realizables y aleccionadoras. Esta interrogante lleva a Rivero al análisis y caracterización, primero, de lo que se considera heroico, lo que hace (a) un héroe (en masculino). Para ello acude a la figura de un héroe por antonomasia: Odiseo y la vivencia de sus extraordinarias aventuras en su regreso a Ítaca. Después, Rivero compara las características de la heroicidad (masculina) de Odiseo con la personalidad e historias de dos protagonistas femeninas (dos heroínas) de novelas clásicas de la literatura universal: Emma Bovary (Madame Bovary, de Gustav Flaubert) y Ana Karenina, de León Tolstoi. Así, podemos apreciar que Odiseo sale de su casa, viaja, conoce tierras lejanas, corre aventuras alucinantes y grandes riesgos de los que triunfa airoso; libra batallas, salva su vida por ser astuto y audaz; todo esto mientras su abnegada y dulce esposa, Penélope, se queda en casa, dedicada a la muy destacable, productiva y emancipadora labor de tejer, destejer y esperar el regreso de Odiseo.

Rivero Weber no pretende transportar la figura del héroe masculino, tal cual, a las heroínas que describe (Emma y Ana), parte de la idea de que una heroína bien puede tener otras características que no sean las mismas del héroe varón; sin embargo, enfatiza que la concepción de lo heroico sí puede entenderse a partir de ciertas actitudes y acciones que desarrolla el héroe: salir, recorrer mundo, poner a prueba su valor, enfrentarse a retos y vencerlos, tener arrojo, fortaleza, decisión, sabiduría y nobleza. Con esta perspectiva, Rivero Weber analiza a las heroínas Emma Bovary y Ana Karenina, y en ellas no encuentra nada que las acerque a la manifestación de lo heroico, más bien todo lo contrario. En forma breve y precisa Rivero cuenta la historia de ambas mujeres y, de manera similar, en ellas sólo hay frustración, debilidad, desequilibrio, inestabilidad emocional, sufrimiento y suicidio, entre otras cosas. Odiseo vence y es libre de realizar venturosamente sus sueños; Emma y Ana se descontrolan, se equivocan, van cayendo en una vorágine de malas decisiones, de errores fatales y terminan apurando veneno o tirándose a las ruedas del tren. Según apunta Rivero, "¡Vaya heroínas que nos han dado estos grandes hombres!". Ellas son los ejemplos femeninos a seguir porque, al parecer, lo heroico en las mujeres es buscar el amor y la compañía de un hombre; este noble y único fin bien valen adulterio, locura y suicidio. Las mujeres, dice Rivero: "A l no tener una vida propia, perder el amor de un hombre es perderlo todo, quedar vacía... Y por ello tantas mujeres creen que a una mujer sola le falta algo" (pp. 52-53). Además, Rivero Weber encuentra que estas heroínas no sólo fueron descritas o creadas por hombres, sino también para los hombres. Es decir, Emma y Ana, al ser mujeres que centran su vida en los varones y lo sacrifican todo por ellos, se convierten en espejos que los engrandecen, que los hacen aparecer superiores.

Para Rivero Weber, el que no exista una figura femenina literaria en la que se conjuguen y destaquen los diversos aspectos que atañen a la heroicidad ha privado a las mujeres de un ícono ejemplar o representativo, y de alguna manera ha contribuido a determinar las vidas femeninas como de escaso valor, acción, temple e independencia. Por el contrario, siguiendo los destinos de Emma y Ana, las mujeres, como heroínas, sólo pueden aspirar a volcar su vida en pos de los varones o de las frivolidades. Esto ha sido crucial en la vida de mujeres y hombres, porque a través de un medio como la literatura no se han brindado personajes femeninos que "acostumbren" a las y los lectores a valorar y considerar a las mujeres como personas de acción o agentes de cambio social. Según palabras de Rivero:

La realidad es que las mujeres no encuentran en la literatura clásica heroínas triunfantes, ni heroínas que transformen su entorno; los patrones femeninos inducen a la dependencia psíquica y emocional. De ahí que ellas, más que servir como ejemplo de las mejores facetas de la mujer —como debiera ser el caso de una auténtica heroína— presentan las peores, las más peligrosas.

Lo que requiere la mujer de hoy es una literatura donde las mujeres no corran afanosamente hacia los hombres y se suiciden por ellos, sino mujeres que sean capaces de correr tras de sí mismas: mujeres que encuentren en sí el punto de equilibrio, el centro fundamental, el proyecto más importante de la vida... Falta que la mujer triunfante deje de ser una excepción en la literatura, que la heroína triunfante exista de manera más corriente (pp. 63 y 68).

En este sentido, Rivero acepta que estos personajes literarios no concuerdan con las mujeres auténticamente heroicas que han existido y existen en la vida real. Para ello recurre al ejemplo (entre otros) de Lou Andreas Salomé, pensadora y escritora rusa, autora de profundas e importantes obras literarias y filosóficas; sin embargo, ha sido más conocida no por su méritos intelectuales, sino en función de los hombres que la rodearon y que de alguna manera estuvieron influidos por ella: Rilke, Nietzsche o Freud. Así, Rivero describe a Lou, justamente, como el prototipo de una heroína, una figura ejemplar e imitable. Es la heroína inteligente, sensible, vehemente y libre que se basta a sí misma, que en ningún momento mutila su vida para beneficio de otra persona, que es por completo independiente y productiva. Rivero se pregunta por qué, siendo ésta una mujer de pensamiento y acciones trascendentales y deslumbrantes, no sirve como ejemplo para configurar una heroína literaria. Ello porque Tolstoi conoció a Lou, con quien intercambió y discutió temas, ideas y planteamientos diversos. Ante esto, Rivero se pregunta:

¿Por qué un hombre que conoció a una mujer tan excepcional, y seguramente conoció a muchas otras mujeres excepcionales, por qué —pregunto— escribió Ana Karenina? ¿O acaso un hombre con el talento y la profundidad de Tolstoi no fue capaz de darse cuenta que tenía ante sí a una mujer excepcional? Pareciera como si su genio literario sólo tuviese ojos para ciertas cualidades femeninas y fuera ciego para otras que simplemente no encajaban en su concepción de lo que es una mujer apasionada... Como mujer de la vida real Lou tiene en las Kareninas y las Bovarys una competencia desigual e injusta (pp. 77 y 78).

En función de esto, Rivero también alude a las mujeres que renuncian o desertan en la búsqueda de la independencia material y emocional, esto es, que evaden voluntariamente la responsabilidad de construir otro modo de ser humano y libre: la mujer total. Ellas son, dice Rivero Weber, las "mujeres esquirol": las que, a sabiendas, se convierten en un mero objeto de satisfacción y entrega a las percepciones culturales dominantes masculinas (y comerciales) de lo que se ha conformado como lo femenino o una verdadera mujer, y con esto traicionan la vida de todas las otras mujeres y sus posibilidades de independencia, de conformar un destino libre y propio.

La clave principal para construir a esta "mujer mujer" (como la llama Rivero aludiendo a un término acuñado por la escritora nicaragüense Gioconda Belli), es decir, a la "mujer total", consiste, fundamentalmente, en dos aspectos: 1) la mujer debe aprender a vivir partiendo de un "sano egoísmo", a la manera en que lo expuso y vivió Lou Andreas Salomé: "Yo sólo puedo ser fiel a mí misma" (p. 89). Esto, según lo explica Rivero, tiene que ver con dejar de lado la abnegación y el sacrificio a toda prueba que se le ha atribuido a las mujeres como destino fundamental. La mujer debe auto-salvarse primero, y no buscar ser el soporte permanente de los demás o aplicarse en el rescate exclusivo y cotidiano de los otros. Ninguna mujer puede ayudar cabalmente a los que la rodean o a quienes ama si antes no se salva a sí misma de la nulidad, del auto-abandono, del no ser. 2) La mujer debe ejercitarse en lidiar consigo misma, "tiene que aprender a estar sola", saber que la mejor compañía con la que puede contar es ella misma, siempre; que su propio ser es, en principio, a quien debe conocer, amar y servir. De nuevo, siguiendo el ejemplo de Lou Andreas (quien, no obstante haberse casado, tuvo una vida independiente en lo material y afectivo), Rivero señala que las mujeres temen a la soledad y que ésta no significa no ser amadas por las y los demás o no tener una pareja. La soledad es el disfrute pleno de la propia compañía. Las mujeres no se regocijan en y de sí mismas; por el contrario, son educadas para estar siempre rodeadas por otros (familia, hijos, pareja, amigos, compañeros de trabajo), para estar al "pendiente" de los demás, ser su auxilio, ayuda y protección, y no para recrearse, acompañarse, en su propio ser.

Por ello, Rivero señala, retomando a Virginia Woolf, que no bastan una habitación propia y la seguridad económica o material para que una mujer sea dueña de sí misma y su destino. Estos dos aspectos ya mencionados, el egoísmo y la soledad, le confieren a las mujeres la independencia emocional que es básica y necesaria para ser realmente una heroína, una mujer total. Por supuesto, Rivero asume que esta configuración de la heroína-mujer mujer no es trabajo fácil; por el contrario, es una verdadera proeza digna de toda una heroína, porque, con prácticamente todo en contra (la historia, los esquemas culturales de género, las prescripciones sociales-religiosas, la dominación, la violencia institucional-económica y simbólica, y un largo etcétera), las mujeres deben asumir y lanzarse al reto y la lucha de ser ellas mismas, y no volcarse en las directrices de subordinación históricas-culturales que les han sido trazadas y a las que deben sometimiento como destino único o natural. Así, dice Rivero, "La mujer, más que buscar una heroína, debe convertirse a sí misma en tal" (p. 95).

En general, éste es un libro que se disfruta, que se lee con gusto y en cierta forma con alegría por el acertado uso de la ironía y la agudeza en sus planteamientos. Es un libro amigable, lúcido y risueño (si caben estos calificativos para un libro). Incluso es posible que para muchas mujeres resulte un texto verdaderamente revelador. Sobre todo, se trata de un libro realizado con una gran modestia, en el sentido de que en realidad, bien mirado, se trata de un tema que se aborda desde un punto de vista filosófico-literario, que se ha puesto al alcance del lector de manera sencilla, sin desplantes académicos pretenciosos. Encontrar modestia en un libro que aborda y explica la ontología o la epistemología de la manera más sencilla y natural ya es motivo suficiente para leerlo.

Ahora bien, es oportuno elaborar algunos señalamientos. A mi juicio, Rivero Weber elude o abandona notablemente en su exposición el aspecto de la cultura. En realidad, sus planteamientos tienen que ver o sólo se refieren a la cultura occidental, a la que se deriva de la civilización griega. Por supuesto que esto no es reprochable, pero sí se echa de menos una aclaración de este tipo. Ello conduce a que el libro se antoje significativo para ciertos sectores de mujeres (las que se ubican en las clases medias y altas o las profesionistas), aunque, al parecer, no es ésa la intención de Rivero Weber. Es decir, a mi entender, sus reflexiones pretenden ser más abarcadoras de diversos públicos femeninos (al menos en la sociedad mexicana) pero, en realidad, no me parece que esto se logre en el texto.

Por otro lado, Rivero sucumbe en cierta medida a su admiración, de manera particular, por Nietzsche, lo que evidentemente no es un acto abominable y además está en todo su derecho. A lo que me refiero es que se vislumbra una cierta reticencia a aceptar, de manera explícita, la misoginia en el filósofo, lo que afloja ligeramente los planteamientos del libro. Me explico, no se trata de hacer señalamientos de fuego, implacables o rencorosos hacia todo lo que suene a filósofo masculino, pero también es preciso ser honestos y aceptar la realidad. Rivero Weber señala que Tolstoi conoció a Lou Andreas Salomé, y le reprocha abiertamente que no haya hecho uso de su talento y sabiduría de artista, de escritor, para inmortalizar a una heroína auténtica, a una mujer como Lou. Sin embargo, Rivero no nos dice si Nietzsche sí hizo trascender en sus textos, en sus ideas, la figura de Lou de manera explícita, no como una influencia personal, algo-alguien que está detrás de las grandes enseñanzas del filósofo. De hecho, por lo que señala Rivero en su libro, pareciera que Nietzsche, más que estar influenciado, plagió descaradamente algunas de las ideas de Lou. En todo caso, si Tolstoi no escribió sobre esta mujer, tal vez Nietzsche sí habría podido emprender la tarea fundamental de compartir y destacar la vida de una heroína real. Rivero, en cierta forma, aclara (aunque ella no lo manifieste así) que cuando Nietzsche y Schopenhauer se evidencian misóginos, es porque en realidad se están refiriendo a "las mujeres esquirol", las que claudican en la construcción de ser heroínas:

Estas mujeres son en verdad las de largos cabellos e ideas cortas, son aquellas a las que un hijo termina por arreglar su existencia, las que los hombres doman con un látigo... Sí, Nietzsche y Schopenhauer tenían razón cuando hablaban así de la mujer. La única forma de que no la tengan es dejando de ser así (las cursivas son del texto, p. 79).

Se puede leer esto y estar de acuerdo, pero... qué lástima que ni Schopenhauer ni Nietzsche (tal vez él se refería sólo a su madre o a su hermana) tuvieron el buen tono o la fineza de hacer esas aclaraciones. Sin embargo, asumo que Rivero Weber es doctora en filosofía y ha escrito libros sobre Nietzsche; es decir, me queda claro que sabe de lo que está hablando. Quizá esta percepción de mi parte es simple ignorancia mía, y espero que ésta pueda ser disculpada.

Por último, Rivero toma en cuenta que también existen varones protagonistas de novelas que tienen un destino fatal como el de Ana Karenina y Emma Bovary; no obstante, enfatiza que a ellas, casualmente, nunca les toca las de ganar, en cambio, los varones sí tienen opción de diversos destinos. Coincido con esto; sin embargo, me parece que Rivero no reflexiona de igual manera en que, de algún modo (o de todos los modos), estos personajes femeninos literarios son la representación, la muestra, la explicación o el trazo (incluso, por qué no, la denuncia) que hace el escritor de una realidad social-cultural que pone grilletes y yugo a las mujeres. Recuerdo que, en mi juventud, cuando leí Madame Bovary y Ana Karenina (de esto hace muchos años), en efecto, no me parecieron figuras ejemplares y también fue decepcionante (sobre todo en Ana) que no tuvieran las agallas para salvarse a sí mismas. No obstante, también consideré que, en buena parte, ambas historias intentaban perfilar, dibujar un entorno social que violentaba a las mujeres, en el que ellas no tenían más salida que la muerte. Es decir, estas mujeres caen en una vorágine que las arrastra a la fatalidad porque las normas sociales-culturales, la carga histórica, el autoritarismo y la dominación las han marcado, no les permiten vivir, no las dejan intentar hacer lo que quieren, tratar de ser ellas mismas (y es que tampoco les han inculcado la manera de llegar a serlo). No sólo se trata de decir "éstas son las heroínas, así son las mujeres heroicas"; sino, también: "esto es lo que la sociedad androcéntrica, las normas de dominación hacen de y a las mujeres", "éste es el destino injusto e indigno al que se les arroja: ya sean la ignorancia, la frivolidad, la estulticia, o la desesperación, el señalamiento, la obsesión y la muerte". Un ejemplo de esto, me parece, son algunas de las obras de Benito Pérez Galdós, y que Rivero Weber nunca menciona. Pienso, fundamentalmente, en Tristana, en donde el personaje, al inicio de la novela, es el trazo de una verdadera heroína: una mujer reflexiva, inteligente, analítica, rebelde, valiente, que toma decisiones, pero... todo se vuelve contra ella, no sólo la sociedad, las costumbres y su tutor-abusador, también la enfermedad se ensaña con ella: aparecen el cáncer y la amputación, y esto es fundamental para presenciar el derrumbe brutal del vuelo que empezaba a emprender. Al final la sociedad la copta, la doblega, la mata en vida, y Tristana se convierte en todo lo que al principio aborrecía: mojigata, pusilánime, improductiva, ignorante voluntaria. Queda claro que Galdós no hace el retrato del deber ser de una heroína sino, más bien, la denuncia de una cultura particularmente misógina y violenta hacia las mujeres.

Hay otros aspectos literarios-heroicos-femeninos que Rivero deja a un lado, como pueden ser ciertas obras escritas por mujeres (y que son consideradas como una especie de literatura menor), pero que resultarían importantes en su análisis. Aunque Rivero menciona la novela La mujer de Gilles (una obra, dice, "admirada por Simone de Beauvoir", p. 55), escrita por Madeleine Bourdouxhe, nunca hace referencia, por ejemplo, a Jane Austen o a las hermanas Brontë, por mencionar algunas. De manera especial, Jane Austen logra realizar trazos de mujeres muy interesantes, sobre todo porque pareciera que estas protagonistas femeninas son todo menos heroínas (de hecho, quizá para Rivero serían absolutas antiheroínas: al final son felices o las cosas les salen bien porque se casan y adquieren prestigio, etcétera), pero hay una malicia, una extraordinaria ironía y agudeza intencionales en esos retratos femeninos (y en los personajes masculinos también, así como en el contexto de la campiña inglesa en que se desenvuelven) que escapa al juicio facilón de las historias "bonitas", por mucho (y a pesar de) que Hollywood se esmere en ello. Austen en realidad se burla de todo, principalmente de los diversos parámetros de lo femenino, y perfila heroínas falsamente sencillas en un entorno plagado de imposturas y futilidad.

Muchas son las reflexiones que despierta el libro Se busca heroína, y esto es lo mejor. Sobre todo, constituye una lectura útil para el análisis de género, imperativo e impostergable, en estos tiempos en que la violencia contra las mujeres y la misoginia criminal e impune se han apoderado de nuestro país. En este sentido, el libro bien puede ser un llamado a la acción inmediata. ¿Será posible?

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