Introducción
Cualesquiera que sean su forma, su arquitectura o la civilización que la ilumine, la ciudad mediterránea es siempre hija del espacio, creadora de rutas y, al mismo tiempo, creada por ellas (Fernand Braudel, El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II).
Desde la historia intelectual, el artículo aborda la trayectoria de Justa Ezpeleta (1941) en la ciudad de Córdoba, Argentina; comprende el periodo de arribo a la urbe en 1954 hasta su obligada partida a principios de abril de 1976 ante un nuevo golpe cívico-militar. La hipótesis del escrito es la siguiente: nacida en el noreste de la provincia de Córdoba, la ciudad le permitió a Ezpeleta entrar en contacto con corrientes de la nueva izquierda intelectual (nacionales e internacionales) que sedimentaron la formación en un marxismo heterodoxo; aunque no contó con una participación política orgánica, fue el sistema educativo su terreno de intervención en un contexto signado por el conflicto social.
Existe un estrecho vínculo entre la formación de la intelectualidad y las urbes. Las ciudades como arenas culturales, parafraseando la clásica definición de Richard Morse (1985) para nominar las metrópolis latinoamericanas, implican un conjunto de constelaciones sociales, económicas o estéticas que diagraman espacios donde transcurren las trayectorias intelectuales (Gorelik y Peixoto, 2016). Centro provinciano, la historia urbana de Córdoba, iniciada en 1573, es inseparable no solo de su emplazamiento en los márgenes del irregular río Suquía, sino también de su binomio universidad y religión que fueron pilares de su historia y dieron lugar a imágenes ambivalentes: la Córdoba católica, clerical, conservadora y docta, pero también su reverso, esto es, la Córdoba liberal, reformista, revolucionaria y universitaria (Rodríguez Agüero, 2013).
El artículo expone resultados producidos a través de un enfoque cualitativo. Los datos se recolectaron mediante la indagación documental (legajos estudiantiles y docentes, curriculum vitae, revistas, libros o cartas) y entrevistas semiestructuradas a la propia Ezpeleta (noviembre de 2018) y a amistades o colegas significativos en su trayectoria, tales como Juan Carlos Tedesco (abril de 2015), Nilda León (junio de 2018), Marta Teobaldo (mayo de 2019) y Clotilde Yapur (enero de 2020). En las entrevistas se aplicaron procedimientos de la historia oral; se ponderó que los testimonios sobre los convulsionados años sesenta/setenta de Argentina están signados por la experiencia traumática de la última dictadura cívico-militar como también de querellas o conflictos que aún permanecen abiertos, por lo que silencios, huecos u olvidos “selectivos” suelen impactar en el ejercicio de reconstrucción. A su vez, las memorias están generizadas, es decir, están atravesadas por la dominación masculina, por lo que, de manera frecuente, es complejo obtener testimonios sobre las trayectorias de mujeres (ya que se consideran menores) o bien, documentos que ilustren sus huellas en el espacio público. En este sentido, abordar la historia de mujeres intelectuales supone un cuestionamiento al canon masculino y a un saber que se asume descoporizado; en el caso del campo educativo, requiere además una particular atención para no replicar discursos normalizados (Alvarado, 2016; Jelin, 2021).
El artículo, que expone constelaciones intelectuales que configuraron la formación de Ezpeleta en la ciudad de Córdoba, cuenta con tres momentos. Primero, se abordan sus lustros iniciales en la ciudad hasta los conflictos desatados por la intervención de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) a manos del régimen militar en 1966; se repara en su formación como maestra normal y sus recorridos en la novel carrera de Pedagogía y Psicopedagogía. Segundo, se da cuenta del itinerario de Ezpeleta en la atmósfera política desatada por el 68 global; entre otros planos, se consideran los efectos del Cordobazo, las disruptivas iniciativas pedagógicas en (y desde) la UNC, el viaje a la República Popular de China (RPCh) y a Europa occidental, o la participación en revistas y editoriales. Tercero, y a modo de cierre, se realiza un breve balance del escrito y se insiste en la persistencia de la ciudad de Córdoba como problemática en la trayectoria de Ezpeleta.
Los primeros años de formación: los estudios en la gran ciudad
No hay en la vasta biblioteca, dos libros idénticos (Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel.
Los años cincuenta y sesenta formaron parte de aquel periodo que Hobsbawm (1997) denominó la edad de oro del capitalismo al estar signado por la expansión económica. La geopolítica cambió durante la posguerra: la hegemonía en Occidente de Estados Unidos, la Guerra Fría y la carrera por obtener avances tecnológicos animaron la escena. Estos reacomodos aparecieron en un periodo vertiginoso de transformaciones en las ciudades que impactaron sensiblemente en su vida cotidiana y, en particular, entre sus culturas juveniles y femeninas. Entre otros procesos del periodo, destacan las migraciones internas. A diferencia de lo que ocurrió en el siglo XIX, cuando en el marco de corrientes migratorias provenientes de Europa, vascos como Miguel Ezpeleta se asentaron en el noreste de la provincia de Córdoba en busca de una nueva vida, hacia la mitad del siglo XX las oportunidades se habían desplazado a la urbe: entre 1947 y 1966 la población de la ciudad de Córdoba pasó de 386,828 habitantes a 638,628 (la mitad de este crecimiento a causa de migraciones internas) (Brennan, 2015).
Nacida en la localidad de Morteros, al noreste de la provincia de Córdoba, Ezpeleta decidió buscar suerte en la ciudad mediterránea en los primeros años cincuenta. Si bien una opción era cursar los estudios de bachillerato en la ciudad de San Francisco, optó por la capital de la provincia. Junto con amigas oriundas de Morteros, recorrió 265 kilómetros hasta una de las ciudades más antiguas, importantes y cosmopolitas de Argentina para estudiar en el católico Colegio 25 de mayo. Madres Escolapias. Con un régimen pupilo, la vida estudiantil transcurría al interior de las paredes de una escuela de monjas. El contraste entre la atmósfera escolar monacal y una cultura juvenil contestataria era marcado. Entre tantas normas escolares, Ezpeleta encontraba sitios para transgredir y buscar, en la vasta biblioteca del Colegio, libros de la Guerra Civil española; era no solo una vía de politización sino también un estilo de habitar instituciones y desafiar el autoritarismo (entrevista a Ezpeleta). Un hito en el contraste entre la vida monacal y la agitación política urbana ocurrió ante el denominado conflicto “laica contra la libre”, de fines de 1958 durante la administración nacional del radical Arturo Frondizi, que tuvo a la ciudad de Córdoba como uno de los epicentros, dividiendo las calles entre quienes defendían el carácter laico de la universidad (especialmente, el movimiento estudiantil) y aquellas(os)1 que pretendían liberar la expedición de títulos del monopolio estatal (la Iglesia católica).
En paralelo al conflicto, en 1958 Ezpeleta obtuvo el título de maestra normal en el propio Colegio 25 de mayo (adscrito a la Escuela Normal de Profesores Alejandro Carbó). En el siglo XX, el magisterio había sido una de las primeras profesiones que se les habilitó a las mujeres; la obtención de esta credencial educativa era un medio tanto para el mercado laboral como para la incursión en múltiples esferas del espacio público (prensa, militancias, editoriales, artes) que habían sido históricamente negadas a las mujeres (Fiorucci, Pérez Navarro, Batista, Espinoza et al., 2022). Con su título, Ezpeleta proseguía el camino de su madre; pero también suponía la inserción como profesional en un terreno que la acompañará a lo largo de su vida: el sistema educativo; la impronta normalista y su afán por intervenir sobre la cotidianidad escolar constituirán marcas formativas de primer orden.
Si la juventud no es más que una palabra o una taxonomía lábil (Bourdieu, 1990), en los años cincuenta/sesenta a nivel global, y también local, una serie de fenómenos urbanos dieron lugar a la irrupción de la denominada “era de la juventud” (Manzano, 2017): una nueva industria cultural, dispositivos jurídicos específicos para este segmento etario, renovadas vestimentas, la cultura del rock, la aparición de organizaciones políticas o la masificación de universidades. Con un indisimulado orgullo, franjas juveniles caminaban por las ciudades, mostrándose portadores de una serie de prometedoras novedades (tecnológicas, culturales o estéticas) que abrieron un abismo entre las generaciones. En el caso de las franjas juveniles críticas, la impugnación al poder autoritario e institucional constituyó un signo identitario (Cosse, 2010; Cosse, Felitti y Manzano, 2010).
La emergencia de la juventud como un actor definido en los años cincuenta/sesenta estuvo atravesada también por la condición femenina y sedimentada en procesos tales como la incorporación masiva al mercado de trabajo, el inédito crecimiento de la matrícula entre los estudios superiores, o el acceso a la anticoncepción química que supuso una salida a la “fecundidad absurda”, al decir de Beauvoir (Agüero, 2013). Es cierto que no se trató de un cambio de paradigma como de “cambios discretos” (Cosse, 2009) que, de igual modo, abrieron oportunidades inéditas a jóvenes mujeres. Si bien la revolución de la vida cotidiana marcó a Occidente, la gravitación de los feminismos no fue homogénea: mientras en el mundo anglosajón los movimientos contraculturales incorporaron la denuncia a la opresión sexual y la discriminación de género, en Argentina las organizaciones de izquierdas reprodujeron el modelo masculino tradicional (Sepúlveda, 2015; Oberti, 2015). La opción por fugar de los roles estereotipados y heterosexuales se debía realizar más allá (e incluso a pesar) de las organizaciones con pretensiones revolucionarias.
Como otras jóvenes que deambulaban por los pasillos y aulas de la universidad en los años cincuenta/sesenta, Ezpeleta no provenía precisamente de los herederos (Bourdieu y Passeron, 2003). Primera generación universitaria de su familia era un testimonio de la denominada movilidad educativa del periodo: a inicios de los sesenta, la matrícula universitaria en la ciudad de Córdoba alcanzó el inédito número de los 26 mil estudiantes (Delich, 1970). Como otros 27 estudiantes, en 1959 la maestra normal optó por la novel carrera de Pedagogía y Psicopedagogía en la universidad más antigua del país que había sido la cuna del reformismo universitario: la UNC. La experiencia universitaria por entonces suponía una marcada yuxtaposición entre la temporalidad institucional o pública y la temporalidad cotidiana o privada (Carli, 2023). La geografía de bares, librerías o cines promovía un estimulante itinerario académico y un sentido de pertenencia generacional. Por entonces, con un 54% de su población con menos de 30 años, la ciudad de Córdoba era la más joven del país. En definitiva, para Ezpeleta la experiencia universitaria suministraba horizontes de expectativas que reconfiguraron radicalmente el espacio de experiencia propio de los pueblos del interior de Córdoba.
Una figura clave en el itinerario de Ezpeleta será María Esther Saleme. Formada originalmente en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) en los años treinta/cuarenta, la ciudad de Córdoba le permitió su inserción profesional. En 1956, esto es, en los años posperonistas que estuvieron marcados por la renovación del staff docente universitario, Saleme se incorporó a la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFyH) de la UNC; se hizo cargo de la cátedra de Didáctica General y Especial y, luego, de Introducción a la Filosofía. También asumirá la dirección de la Escuela Normal Superior de la ciudad de Córdoba. Entre sus huellas formativas en la UNT destaca la figura de un italiano exiliado en Argentina en 1939: Rodolfo Mondolfo. Miembro del Partido Socialista, este erudito filósofo sostenía una propuesta pedagógica: la mayéutica socrática, es decir, una propuesta basada en el diálogo y la pregunta entre docente y estudiante, donde el primero ayuda al segundo a conocer sus condicionamientos como las complejidades de la temática en cuestión. Un enfoque pedagógico que alcanzó también a la propia Saleme quien, con prácticas escolanovistas y preguntas que revitalizaban los libros, cautivó a una generación de estudiantes de la carrera de Pedagogía y Psicopedagogía de la UNC, tales como Juan Roqué, Marta Teobaldo, Gloria Edelstein… y también a Ezpeleta. En 1992, en la presentación del libro de Ezpeleta, Escuelas y maestros (publicado en 1991) en la ciudad de Córdoba, la tucumana dejó entrever este lazo discipular que, como en la mayéutica socrática, evade las marcas de quien educa: “Si alguien le preguntara a Justa quién le enseñó a entrar en profundidades sin asfixiarse, espero que responda como aquella campesina chaqueña, a quien se le preguntó quién le había enseñado a hacer el pan de mandioca y respondió: la vida” (Saleme, 1997:55).
Al promediar los años cuarenta, la profesora tucumana decidió enhebrar su destino con una figura central en la apertura de la ciudad de Córdoba al mundo de las letras: Alberto Burnichon. Comprometido con el trabajo de edición, Burnichon dedicó buena parte de sus años sesenta/setenta a la puesta en circulación de libros inéditos, poco difundidos o agotados; se trataba de libros de factura diversa que mantenían redes culturales y artísticas entre una cadena de ciudades argentinas (más allá de Buenos Aires); lo asistía la creencia, tan extendida en los años sesenta/setenta, de que los libros cambiaban al mundo (Burnichon, 2023). Este entrañable editor estuvo entre quienes fomentaron una de las pasiones de Ezpeleta: los libros, es decir, de estos particulares artefactos que con su presunta unidad intelectual introducen comunidades y mundos inagotables.
Interesada en el área de la sociología de la educación, otra figura destacada en la formación universitaria de Ezpeleta será Juan Carlos Agulla. Abogado de formación y proveniente de una familia ligada al reformismo universitario y el liberalismo, fue uno de los primeros docentes a nivel nacional en asumir la cátedra de Sociología de la Educación. Luego de una estadía académica en Alemania, regresó en los años posperonistas a su ciudad natal y logró su inserción, gracias a las mediaciones de Alfredo Poviña y Adelmo Montenegro, en la asignatura Sociología de la Educación, dependiente de la FFyH de la UNC. A inicios de los años sesenta, investigó el fenómeno de la industrialización en la ciudad de Córdoba y el acelerado proceso de cambio en su estructura social; en la pesquisa privilegió un enfoque que tenía un peso preponderante entre la sociología: el estructural funcionalismo de factura norteamericana (Suasnábar, 2004; Vila, 2022). En 1961, Ezpeleta ingresó a la cátedra de Sociología de Educación como alumna auxiliar y luego prosiguió como profesora adscrita (1964-1966); en 1963 se incorporó al Instituto de Sociología Dr. Raúl A. Orgaz, dependiente de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (FDCS) y dirigido por Alfredo Poviña, en calidad de auxiliar de investigación. En dicho instituto realizó trabajos de investigación en el marco de una temática propuesta por Agulla: socialización y educación en la escuela y en la familia.
También en el Instituto trabajó bajo la guía de Adolfo Critto, que había alcanzado el título de doctor en la Universidad de Columbia (1963) con la dirección de Robert Merton (Grisendi, 2014). Ezpeleta participó de la primera investigación llevada adelante por Critto, donde se advertía la preponderancia del funcionalismo norteamericano. Se trató de un intenso trabajo de campo en un barrio popular de la ciudad de Córdoba: Maldonado. La investigación se concentró en las condiciones sociales del “curanderismo” y su impacto en la salud pública. En un contexto político nacional marcado por políticas desarrollistas, del estudio se derivaron acciones para mejorar las condiciones de vida de la población. Ezpeleta participó de la sección educativa del proyecto (1964-1965). Entre las múltiples influencias de Agulla y Critto sobre Ezpeleta, tal vez sea apropiado subrayar una: la rigurosidad del estudio empírico (con combinación de técnica cuantitativas y cualitativas) para advertir los cambios en la vida social y educativa, y derivar estrategias de intervención; en otras palabras, una formación en la investigación social aplicada.
Licenciada en Psicología y Psicopedagogía en agosto de 1963, Ezpeleta continuó, al igual que hicieron egresados como Alicia Carranza o Juan Roqué, sus estudios de posgrado en el área de las ciencias sociales: entre 1963 y 1965 cursó una especialización en Sociología en la UNC. Por entonces esta disciplina tenía un peso creciente en el ámbito académico y se dirimía entre dos paradigmas hegemónicos: funcionalismo y marxismo. El heterodoxo marxista Wright Mills (Mills, 1961) sostenía que sobre la sociología científica recaía la promesa, es decir, el estudio científico y crítico de la sociedad capitalista prometía la contribución a la resolución de problemáticas acuciantes. La formación sociológica de Ezpeleta osciló entre el funcionalismo y el marxismo heterodoxo, aunque la maestra normal decidió quedarse en este último, convencida de su promesa. En el marco de sus actividades de docencia e investigación, Ezpeleta escribió, en 1966, con Alicia Carranza materiales de cátedra: Conceptos sociológicos básicos y La perspectiva sociológica del fenómeno educativo. Los vínculos internacionales de Agulla colocaron al Instituto de Sociología en contacto con académicos y centros extranjeros. Como parte de los antecedentes de apertura del Instituto de Sociología al mundo, se realizó el multitudinario XX Congreso del Instituto Internacional de Sociología realizado en las ciudades de Córdoba y Río Cuarto en diciembre de 1963 (González Canosa, 2017); por primera vez, Ezpeleta asistió a un Congreso de alcance internacional.
De manera frecuente, las revistas culturales no son solo un modo de intervención en la vida pública; también una forma de construcción (real o imaginaria) de un colectivo (Tarcus, 2020). El argumento aplica al grupo pasado-presentista: en torno a la revista Pasado y Presente (primera época, 1963-1965, Córdoba; segunda época, 1973, Buenos Aires) se conformó un colectivo integrado, en principio, por jóvenes cordobeses y universitarios (con la sola excepción de Aricó), tales como Oscar del Barco, Héctor Schmucler o Francisco Delich con quienes Ezpeleta mantuvo intercambios intelectuales. Nacida al interior del Partido Comunista Argentino (PCA), quienes protagonizaron la revista fueron expulsados luego del primer número y pasaron a animar las filas de una nueva izquierda intelectual en expansión; las novedades teóricas marxistas incluidas por estos jóvenes colisionaban con la lectura del marxismo de una dirección partidaria atada al centro moscovita. Surgido como un grupo político-teórico en la ciudad de Córdoba, el colectivo tuvo una rápida repercusión nacional e incluso latinoamericana (Burgos, 2004; Crespo, 2009; Petra, 2017). La figura central de este colectivo será Aricó, con quien Ezpeleta cultivará una estrecha amistad; entre conversaciones, puso a disposición de la joven intelectual el universo cultural de una biblioteca personal donde sobresalían las novedades de la nueva izquierda europea. En una carta del 4 de marzo de 1986 escrita desde México al “querido Pancho” (por entonces en Argentina), Ezpeleta no dudaba en asumirse como una “especie de discípula” del autodidacta cordobés.
Ezpeleta participó activamente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras (CEFyL) de la UNC que guardaba estrechos vínculos con el grupo pasadopresentista. A inicios de los sesenta, Aricó organizó grupos de estudio de los que participaron alumnos de carreras como Pedagogía, Historia o Letras. En una atmósfera tan porosa al debate marxista, al amparo de Aricó, Ezpeleta no solo incorporó categorías críticas; también un modo de lectura heterodoxo de la tradición marxista que polemizaba de manera abierta con la cultura teórica del PCA (Cortés, 2015). Pero la experiencia universitaria de Ezpeleta era también la puerta de acceso a una vasta literatura por otra razón específica: desde 1961 hasta 1971 trabajó en la biblioteca de la FFyH, como jefa de la sección Canje y Donaciones. Compartió la actividad de clasificación, servicio técnico y actualización de la hemeroteca con una amiga: la por entonces estudiante de la carrera de Letras, María Teresa Poyrazian (que hará trabajos de traducción para el colectivo pasadopresentista y será compañera de Aricó) (entrevista a Ezpeleta).
El CEFyL estableció vínculos con el combativo movimiento obrero cordobés. Entre otras actividades, estudiantes y docentes participaron en la alfabetización de adultos en el sindicato de Luz y Fuerza liderado por una de las principales figuras del sindicalismo: Agustín Tosco. Pero además de formación teórica y participación en los destinos de la vida pública cordobesa, el CEFyL promovió disputas por la democratización universitaria. Los años estudiantiles de Ezpeleta tendieron a coincidir con el decanato en la FFyH de Adelmo Montenegro (1958-1962), que también dirigió el Departamento de Pedagogía en el mismo periodo. Proveniente del ala liberal del Partido Demócrata, Montenegro era un reconocido docente en la Facultad que despertó la oposición del CEFyL; al igual que en su experiencia estudiantil en la escuela de monjas, Ezpeleta continuó deambulando por los intersticios de las normas para mostrar su descontento a la autoridad. Los rumbos del Departamento siguieron una perspectiva similar con la gestión de Agulla entre 1962 y 1968 que desplazó a Saleme de la posibilidad de asumir la dirección del Departamento.
El golpe de Estado en 1966 y la intervención de las universidades en julio de ese año tuvieron consecuencias graves para algunas de estas instituciones. Entre ellas, para la UNC y sus Facultades más críticas. La autodenominada Revolución Argentina buscaba poner fin a la “infiltración marxista” y agitación estudiantil entre las universidades. Apoyado por docentes y una parte de las autoridades, la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) fue una de las instituciones que protagonizó la oposición a la nueva dictadura. La tenacidad del movimiento estudiantil era tal que la ciudad de Córdoba se convirtió en la “capital nacional de la resistencia estudiantil a la dictadura” (Millán, 2013).
La intervención de la FFyH supuso el desplazamiento de importantes docentes: entre ellas, de Saleme. Las resistencias a este tipo de desplazamientos se hicieron notar, aunque existieron divisiones internas: por un lado, una mayoritaria, vinculada al progresismo liberal, que decidió permanecer para no abandonar las posiciones conquistadas; por otro, una minoritaria ligada a las tendencias de izquierda, quienes pretendían que la propia intervención produzca la expulsión. Ezpeleta participó del movimiento huelguístico y de las tomas de la universidad durante el régimen; como parte de la solidaridad de las recién llegadas al campo con docentes exoneradas, decidió retirarse de la docencia universitaria hacia fines de 1966 (Coria, 2015). En 1967 (y hasta 1972) encontró inserción docente en otro establecimiento de la ciudad: el instituto Superior del Profesorado en Educación Física, donde estuvo a cargo de las asignaturas de Pedagogía y Sociología de la Educación.
Su desplazamiento, junto con otras jóvenes pedagogas docentes, como Alicia Carranza, Azucena Rodríguez o Marta Teobaldo, la obligó a la conformación de otros espacios de sociabilidad. Ezpeleta utilizaba su auto Fiat 600 para viajar alrededor de una hora hasta el barrio Villa Rivera Indarte (en las afueras de la ciudad) donde residía Saleme (entrevista a Teobaldo). La profesora expulsada involucró a jóvenes en la tarea de escribir para la Enciclopedia Latinoamericana de Ciencias de la Educación de la Editorial Bibliográfica Argentina; Ezpeleta contribuyó con la entrada “Comunicación educativa” (Ezpeleta, 1967a). Además, encontraron espacios en la publicación semanal destinada a maestras y maestros: Nivel Educacional, que funcionaba como el periódico del magisterio de Córdoba. Ezpeleta escribió allí un artículo, “Acerca de las disposiciones en vigencia sobre evaluación” (Ezpeleta, 1967b), y una reseña (Ezpeleta, 1967c) del libro de Frederick Elkin, El niño y la sociedad (1964).
De Córdoba al mundo: el 68 global, China, Europa latina y el exilio
Cada cincuenta años desde la época de la Revolución Francesa, se había descrito a las feministas como mujeres “nuevas”, mujeres “libres”, mujeres “liberadas”; pero Gissing había encontrado el término adecuado. Éramos mujeres “singulares” (Vivian Gornick, La mujer singular y la ciudad).
1968 es un verdadero ícono en las luchas sociales. Alrededor de ese año, ya sea con inmediata anterioridad o posterioridad, se anudaron movilizaciones obreras y estudiantiles a escala global: a las luchas de la liberación nacional en países del tercer mundo (que ya tenían a Vietnam como uno de sus epicentros), se plegaron el Mayo Francés, la Primavera de Praga o, en 1969, L’autunno caldo italiano. En el caso latinoamericano: el ‘68 uruguayo, la passeata dos cem mil brasileña, o la masacre de Tlatelolco en México, por solo mencionar algunos hitos. En Argentina, el 68 global tuvo su traducción especialmente en la ciudad de Córdoba: en mayo del 69, estudiantes y obreros tomaron el cielo por asalto y pusieron en jaque a la dictadura militar (1966-1973). El Cordobazo, como fue conocida aquella gesta rebelde, constituyó uno de los mayores levantamientos populares en la historia argentina; como han subrayado indagaciones recientes, las mujeres tuvieron un rol central en la protesta (Fulchieri, 2019). La rebeldía fue tal que el movimiento obrero-estudiantil llegó a controlar la ciudad de Córdoba por unas horas y obligó a la intervención del Ejército ante la impotencia policial. Con un saldo de 34 personas muertas, miles de heridas y más de dos mil detenidas, mostró los límites de las clases dominantes para dirimir un problema que signaba la vida nacional desde el derrocamiento del peronismo en 1955: la asimilación política de las masas. En el marco del empate hegemónico (Portantiero, 1973) entre fuerzas sociales en pugna, los combativos sindicatos y estudiantes cordobeses abrieron el camino hacia la preponderancia de los intereses populares. La ciudad mediterránea aparecía como punto de referencia entre los levantamientos contra el régimen que azotaban al país, ya sea en Rosario, Corrientes o Tucumán; levantamientos que prosiguieron a inicios de los setenta y volverán a tener a la ciudad de Córdoba como protagonista: en marzo de 1971, el pueblo cordobés protagonizó la jornada denominada Viborazo (o también conocida como segundo Cordobazo).
El Cordobazo constituyó un verdadero parteaguas en la historia política nacional: ahondó la certeza de que la revolución estaba cerca; aquello que había acontecido en Cuba en 1959 a manos de unos jóvenes barbudos se creía cercano (aunque el foco de la contienda parecía trasladarse del campo a la ciudad). La rebeldía era un modo además de lidiar con el fantasma del argentino-cubano Ernesto Guevara (asesinado en octubre de 1967) que recorría el mundo y también la ciudad de Córdoba. Luego del Cordobazo, profundizaron su accionar o surgieron organizaciones armadas dispuestas a objetar aquello que define a un Estado en el planteo weberiano: el monopolio legítimo de la violencia física. Cinco grupos armados tuvieron alcance nacional, entre ellos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) fundadas por un compañero universitario de Ezpeleta: Juan Roqué. Las FAR aparecieron en la escena pública tras el espectacular asalto de la localidad de Garín (ubicada en la provincia de Buenos Aires) el 30 de julio de 1970. Roqué era una figura decisiva en la organización: clandestino desde 1971, en 1972 ocupó cargos de dirección. Aun sin una participación orgánica en las FAR, Ezpeleta siguió de cerca los debates e iniciativas de la organización.
Otras figuras descollantes de las FAR fueron Carlos Olmedo y Roberto Quieto, que detentaban una refinada formación marxista. Tanto Roqué y Olmedo como Quieto mantenían estrechos vínculos con el grupo pasadopresentista que, como se decía, animó la formación de Ezpeleta. Concluida la primera etapa de la revista, el colectivo encabezado por Aricó se embarcó en diversos proyectos editoriales, entre los que destaca la colección Cuadernos de Pasado y Presente (entre 1968 y 1983, en tres ciudades: primero Córdoba, luego Buenos Aires y, por último, ya en el exilio mexicano, Distrito Federal). Es difícil sintetizar los propósitos de los ambiciosos emprendimientos editoriales del colectivo, pero es posible destacar uno: modernizar los lindes de la crítica política y social a través de una lectura plural y abierta del linaje marxista capaz de aprehender las especificidades del ámbito nacional o latinoamericano. La audacia teórica del grupo en los años sesenta/setenta contrastó con la dificultad de contar con un anclaje político: luego de la expulsión del PCA, sus miembros deambularon o se acercaron a diversas organizaciones políticas, pero no establecieron vínculos orgánicos. La excepción en este periplo aconteció hacia mayo de 1973, cuando la revista Pasado y Presente volvió al ruedo y mostró su apoyo al peronista Frente Justicialista de Liberación (FREJULI); intentaba incidir en la izquierda peronista, guardando expectativas en el acercamiento de la organización político-militar Montoneros con las FAR. La fusión de las organizaciones, ocurrida el 12 de octubre de 1973, colocó a Roberto Quieto como el número dos en la dirección de Montoneros; Roqué integrará, poco tiempo más tarde, la conducción nacional.
Dentro de la geografía de las organizaciones armadas, las FAR tenían su singularidad identitaria: una articulación entre el marxismo como herramienta de análisis, el peronismo como identidad política y el socialismo como objetivo final. En definitiva, se proponía la conjunción entre dos polos que se entrecruzaron en los años sesenta/setenta, aunque con múltiples tensiones: marxismo y peronismo. Una conjunción que no era fácil de dirimir, especialmente para la regional cordobesa de las FAR que, comandada por Roqué, acentuaba el polo del marxismo. El dirigente, posiblemente al igual que Ezpeleta, reconocía la preponderancia del peronismo entre las masas, pero conservaba sus sospechas sobre las potencialidades políticas del versátil movimiento y del liderazgo de Perón (González Canosa, 2021). Como se mencionó, Ezpeleta siguió de cerca los debates e iniciativas de las FAR/Montoneros pero como en el caso del colectivo pasadopresentista, en ella persistió el problema del anclaje político, es decir, deambuló en los convulsionados años sesenta/setenta sin poder resolver la articulación de la práctica intelectual con la organización política.
La combatividad política y callejera de la rebelde ciudad de Córdoba tenía múltiples manifestaciones entrados los sesenta. En marzo de 1968, se formó la Central General del Trabajo de los Argentinos (CGTA) (1968-1973), que nucleaba a dirigentes y movimientos sindicales, pero también, y de manera novedosa, a estudiantes e intelectuales. La nueva central se oponía al establecimiento de un pacto con la dictadura militar, tal como pregonaba la dirigencia sindical de la Central General del Trabajo conducida por Augusto Vandor. Una de las figuras destacadas de la combativa CGTA fue el cordobés Tosco. A su vez, la provincia de Córdoba concentraba un alto porcentaje de la producción nacional automotriz: Fiat y Renault habían radicado la producción en tierras cordobesas en los años cincuenta. Empresa automotriz y lucha de clases eran sinónimos en la ciudad de Córdoba. La sección del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) era conducida por tendencias clasistas; en abril de 1972, el cordobés René Salamanca, militante del Partido Comunista Revolucionario (PCR), fue electo como Secretario General del Sindicato (Arrosagaray, 2018); también dentro de los sindicatos de Trabajadores de Concord (Sitrac) y de Trabajadores de Materfer (Sitram) se propagaron tendencias clasistas (Castilla, 2023). Tal era la ebullición social y política que, con una mirada retrospectiva, Aricó (1988) sugirió un paralelo entre la combativa ciudad de Córdoba de los años sesenta/setenta y aquella Turín del bienno rosso (1919-1920).
En 1971 Aricó se integró a la editorial Siglo XXI. Fundada en México por Arnaldo Orfilia Reynal en 1965, se proponía difundir las novedades en literatura, ciencias sociales y políticas por Hispanoamérica (Sorá, 2017); hasta entonces solo distribuía libros en Argentina pero, a partir de 1971, abrió su capítulo en el país sudamericano y le confío al autodidacta cordobés su dirección. A propuesta de Aricó, ese año Ezpeleta asumió la tarea de asesora en la sección educativa de la casa editorial. Como otras editoriales, Siglo XXI ofició como un espacio significativo para intelectuales que se desempañaban al margen del Estado al permitirles un acceso a redes intelectuales nacionales y transnacionales.
Hacia mediados de 1967, y como parte de las estrategias de resistencia, docentes decidieron reingresar a la UNC a través de concursos para auxiliares. Ezpeleta hará lo propio en 1969: luego de obtener el título como profesora en Pedagogía y Psicopedagogía en la UNC, en 1968, ingresó a la cátedra de Pedagogía, en calidad de Jefa de Trabajos Prácticos. Desde este espacio curricular, se abordaron corrientes educativas que traducían la convulsión de los años sesenta: la perspectiva desescolarizante de Iván Illich, las didácticas antiautoritarias, el pensamiento de Paulo Freire o el crítico reproductivismo francés. Entre estas corrientes, destaca la tradición italiana.2 En 1967, se publicó en Italia un libro de enorme impacto: Lettera a una professoressa, que reunía un trabajo colectivo y educativo organizado por el sacerdote Lorenzo Milani en la humilde localidad italiana de Barbiana. En un contexto de gravitación de los sectores críticos al interior del cristianismo, el sacerdote organizó un texto donde jóvenes entre 13 y 16 años denunciaban no solo la desigualdad socioeducativa sino además el papel reproductor del cuerpo docente.
Traducido al castellano en 1970 por la editorial Biblioteca de Marcha en Montevideo (Uruguay), Ezpeleta se hizo eco de la novedad editorial en una atmósfera que, como parte de los efectos del 68 global, se objetaba abiertamente la autoridad docente. Junto con Marta Teobaldo y Guillermo Villanueva, jóvenes docentes del Departamento de Ciencias de la Educación de la UNC, publicó en noviembre de 1970 un artículo en la revista Los Libros (1969-1976), que se editaba en la ciudad de Buenos Aires y era una referencia de la nueva izquierda intelectual y, en particular, en el debate de las novedades en las ciencias sociales. Por entonces, entre el equipo de la revista participaban miembros del colectivo pasadopresentista cordobés: Héctor Schmucler (director) y Santiago Funes (secretario de redacción). Con el título “Educación, Ideología y control social”, Ezpeleta y compañía recurrieron a la tradición francesa (Rancière, de Certeau, Bourdieu o Passeron) para advertir que el nudo de la reproducción escolar se dirimía no tanto en los contenidos sino en la forma institucionalizada de la transmisión del saber; también, y en un pionero empleo para el campo pedagógico latinoamericano, a Gramsci para sostener que la instrucción pública formaba parte de la conformación del consenso por parte del Estado. Centrada en la categoría ideología, nudo en la crítica marxista del periodo, el artículo se proponía develar una preocupación que signó la trayectoria de Ezpeleta: “saber qué ocurre realmente con nuestra realidad educativa” (Ezpeleta, Teobaldo y Villanueva, 1970: 22).
La impronta innovadora del marco teórico y la actualidad de la temática fueron algunas de las razones de la vasta circulación del artículo en el campo educativo nacional; pero también de su repercusión internacional. Si posiblemente Aricó favoreció el vínculo con la revista Los Libros, no quedan dudas de su mediación para que el artículo alcance el medio italiano: en 1973 será publicado en el número 12 de la prestigiosa revista educativa Scuola e Città (Ezpeleta, Teobaldo y Villanueva, 1973). Vinculada al socialismo italiano, en la revista participaba un pedagogo italiano que no solo había discutido el libro Lettera… en el número 6; además será un referente en la formación de Ezpeleta: Antonio Santoni Rugiu (Santoni Rugiu, 1967) (entrevista a Ezpeleta).
Un año más tarde, y también de manera colectiva, Ezpeleta volvió a las páginas de Los Libros. En el número 23 (noviembre de 1971) apareció un artículo firmado por el Equipo de Pedagogía de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la UNC que integraba la joven intelectual.3 El número titulado “Universidad y lucha de clases”, albergaba contribuciones sobre disputas universitarias en curso; entre ellas una titulada “La experiencia del Taller Total” (Equipo de Pedagogía de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, 1971). La misma daba cuenta del proceso de autogestión pedagógica por parte de estudiantes y docentes entre 1970 y 1975 que desató una profunda y general (total) transformación de la FAU desde un enfoque crítico e interdisciplinario (Malecki, 2016). La coordinación estuvo a cargo de María Saleme que luego de la expulsión de la UNC, había partido a México para realizar una estadía académica en el Centro de Estudios Educativos de la Universidad Veracruzana, y ahora lograba su reincorporación en la FAU. El artículo aparecido en Los Libros resumía los primeros años del Taller Total y enfatizaba la crítica al formato tradicional de los procesos de enseñanza y aprendizaje; también, y en línea con debates de época, la pretensión por ligar el saber técnico con las necesidades del pueblo, otorgándole un sentido comprometido a la formación universitaria.
La experiencia universitaria de Ezpeleta resultó tan compleja que le permitió un anhelo de época: conocer experiencias socialistas, es decir, experiencias capaces de sostener la viabilidad de la utopía socialista que dotaba de sentido los actos de vida de franjas intelectuales críticas; en su caso, la República Popular de China (RPCh) (entrevista a Ezpeleta). Una de las corrientes político-teóricas de la nueva izquierda que gravitaban en la ciudad de Córdoba era el maoísmo. Nacida como tendencia específica dentro del Movimiento Comunista Internacional luego del cisma chino-soviético entre 1956-1963, el maoísmo permitía a franjas de la nueva izquierda no solo establecer distancias con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), sino también responder de manera más acertada y a través de las famosas Cinco tesis filosóficas (que señalaban la versatilidad de la “contradicción fundamental”) a la condición dependiente de nuestro continente. Por entonces, la influencia del maoísmo alcanzaba múltiples ámbitos: organizaciones políticas (en la ciudad de Córdoba, destacaban el PCR y Vanguardia Comunista), revistas culturales (como Los Libros), intelectuales (en la periferia del globo, pero también en la izquierda europea); incluso imágenes, leyendas o consignas de la revolución china circulaban entre las protestas.
A inicios de los setenta, Ezpeleta organizó un seminario en la UNC sobre la revolución china. Para tal iniciativa contó con el apoyo de Aricó. En 1971, la colección Cuadernos de Pasado y Presente había publicado dos números sobre el fenómeno: La revolución cultural china (marzo de 1971) y China: revolución en la universidad (septiembre de 1971). Por entonces, el propio Aricó no solo cultivaba vínculos políticos con el PCR (que había nacido en 1967, producto de la mayor escisión en la historia del PCA). También estaba ocupado del estudio de la experiencia china: en 1971, en la colección Los Hombres de la Historia, del Centro Editor de América Latina, se lanzó el fascículo Mao Tse Tung que estuvo a su cargo (Celentano, 2022). Posiblemente, entre las figuras teóricas del seminario organizado por Ezpeleta destacó Rossana Rossanda, militante del grupo de la nueva izquierda italiana Il Manifesto, quien había estudiado la revolución china y era otra referente en la heterodoxa formación de Ezpeleta.
Aun sin adherir al Partido, miembros del PCR le ofrecieron a Ezpeleta la posibilidad de conocer el nuevo mundo: a fines de 1972, la oriunda de Morteros viajó a la China de Mao. Estos tipos de viajes formaban parte de una política habitual de la RPCh denominada “Diplomacia entre pueblos”, que buscaba sortear el aislamiento y obtener un reconocimiento oficial por fuera de los países socialistas (en el caso argentino, aconteció en febrero de 1972 bajo la dictadura de Lanusse). Políticos, intelectuales y sindicalistas formaron parte de esta diplomacia, aunque no era frecuente la participación de mujeres (Rupar, 2023). Entre tazas de té verde, Ezpeleta reflexionó en la RPCh sobre las posibilidades de una eventual “Larga marcha” en América Latina.
La incursión transnacional de la maestra normal no se detuvo en China. Antes de su regreso, permaneció semanas en Europa occidental: en Italia, impartió, en Roma, conferencias en el Instituto de Estudios de la Sociedad Occidental Contemporánea (ISSOCO) y, a través de la revista Scuola e città, en la editorial Nuova Italia en Florencia; en España hizo lo propio en la Asociación Española de Mujeres Universitarias. Entre otras aristas, en las conferencias reparó en la experiencia del Taller Total y en la renovación de los estudios comparados en educación. No era casual esta apertura de la izquierda europea hacia a las contribuciones de las periferias: por entonces, las esperanzas revolucionarias se anidaban en los países del Tercer Mundo.
El regreso de Ezpeleta a Argentina hacia inicios de 1973 se entremezcló con la efervescencia que suponía el fin de la dictadura y el retorno del peronismo al poder a través de la asunción de Héctor Cámpora; la coalición electoral FREJULI ganó las elecciones el 11 de marzo con más de 49% de los votos. El 25 de mayo de 1973, el mismo día de la asunción de Cámpora, se produjo en la ciudad de Buenos Aires el Devotazo, esto es, una multitudinaria manifestación que exigía la liberación de los presos políticos encarcelados durante el régimen. La protesta comenzó en la céntrica Plaza de Mayo, y luego se dirigió a Villa Devoto donde se encontraba la cárcel. La coordinación de organizaciones guerrilleras produjo tal presión que el nuevo gobierno democrático se vio compelido a liberar a los presos políticos de manera inmediata mediante una amnistía. Entre quienes exigían la pronta liberación se encontraba Ezpeleta. Las razones políticas se entremezclaban con afectos: en el penal permanecía el cordobés Juan Roqué (entrevista a Ezpeleta).
El triunfo de Cámpora supuso la distribución de la conducción política de agencias estatales entre las fuerzas peronistas. La izquierda peronista encontró espacios para forjar alternativas educativas: el Ministerio de Educación nacional a cargo de Jorge Taiana, las universidades dirigidas por nuevos decanos o gobernaciones (en Córdoba estaba encabezada por Ricardo Obregón Cano y Atilio López, líderes del Cordobazo). De retorno a la ciudad mediterránea, Ezpeleta asumió como profesora titular la materia Educación comparada en la FFyH (1973-1974) y fue promovida al cargo de profesora adjunta en la materia Pedagogía (poco tiempo después, será titular). Además, la ciudad le abrió puertas para la intervención nacional: en representación de la UNC, participó como miembro de la regional centro de la Campaña de Reactivación Educativa de Adultos para la Reconstrucción (CREAR), de la que también formaba parte Saleme. Lanzada por el Ministerio de Educación en septiembre de 1973, CREAR se proponía, desde los preceptos de Paulo Freire, la alfabetización de los sectores populares. Dentro de los convulsionados años sesenta/setenta, tan marcados por cambios institucionales bruscos, Ezpeleta encontró una posibilidad (aunque, es cierto, por un periodo muy breve) poco frecuente para franjas críticas: operar como experta desde el Estado nacional. A partir de la segunda posguerra, la figura del experto, esto es, una persona que formada en ámbitos académicos contaba con instrumentos adecuados para sustentar las acciones de los Estados se había extendido (Neiburg y Plotkin, 2004); sin embargo, los avatares de la historia política vernácula habían dejado pocas posibilidades para la inclusión de expertos críticos dentro de los organigramas estatales nacionales.
En mayo de 1973, Ezpeleta encontró otro espacio de agregación: el número 9 de la Revista de Ciencias de la Educación (RCE, 1970-1975) anunció su incorporación al equipo. Fundada en la ciudad de Buenos Aires, y bajo la dirección de Juan Carlos Tedesco, la RCE se había constituido en un punto de referencia para la teoría crítica vernácula. Su incorporación, junto a la también cordobesa Marta Teobaldo, le permitió a la revista ampliar su alcance nacional. Como otras publicaciones de la época operaba como una formación (Williams, 1977), es decir, como un espacio de agregación por parte de jóvenes profesionales que no encontraban otros canales institucionales de expresión; jóvenes, por cierto, que mantenían afinidad con figuras de la generación precedente, pero también establecían distancias con reconocidos intelectuales del campo educativo como Gilda Romero Brest (entrevista a Tedesco). Más allá de la colaboración en la distribución y otras tareas, Ezpeleta no tuvo un rol destacado en la revista; pero su incorporación expresaba la afinidad con jóvenes egresados en Pedagogía o Ciencias de la Educación que los aglutinaba una perspectiva crítica y comprometida (entrevista a Yapur). Mantuvo una afinidad particular con Tedesco, con quien coincidió, primero, en la Universidad Nacional de Comahue (1972-1974), y luego en la Universidad de La Pampa (1972-1975). En estas unidades académicas, además de tareas docentes, Ezpeleta asesoró a la gestión: en el primer caso, en la fundamentación de su primer plan de estudios para la carrera de Ciencias de la Educación; en el segundo, para el desarrollo del Gabinete de Investigación y Servicios Educativos.
Estas actividades académicas alternativas a la UNC mostraban el prestigio y la creciente inserción de Ezpeleta en un campo educativo en expansión; pero también se volvieron una forma de refugio ante la creciente gravitación de la derecha en el plano nacional y universitario que repercutía de manera sensible en la ciudad de Córdoba. Si 1973 apareció como el año de las esperanzas para las franjas críticas, pronto se convertiría en trágico. El ansiado retorno del general Perón del exilio en junio de 1973 y, luego su asunción de la presidencia en octubre con más de 61% de los votos, no supuso una mayor gravitación del ala izquierdista del versátil movimiento; más bien lo contrario. El reacomodamiento respondía no solo a fenómenos nacionales e internacionales, sino también regionales: el golpe de Estado comandado por el general Pinochet en septiembre de 1973 contra la Unión Popular en Chile fue un punto de inflexión en la geografía política del Cono Sur. A escala nacional, la ascendencia de las derechas se registró en la propia ciudad de Córdoba, donde el significante “azos” dejó de representar revueltas populares para nominar golpes institucionales: el navarrazo del 27 de febrero de 1974 fue un movimiento reaccionario encabezado por el jefe de la policía de la provincia Antonio Navarro. Afín a la derecha peronista, Navarro logró la destitución del gobernador Ricardo Obregón Cano y el vicegobernador Hipólito Atilio López (que posteriormente será asesinado en septiembre de 1974 por la organización paramilitar Alianza Anticomunista Argentina, Triple A).
A la muerte de Perón, en julio de 1974, le continuó una gravitación aún mayor de las fuerzas conservadoras que se expresó en el sistema universitario. Con la salida de Taiana del Ministerio de Educación y el ingreso de Oscar Ivanissevich, en agosto de 1974, se inició la denominada “misión Ivanissevich”, destinada a terminar con “la infiltración marxista” en las casas de estudios. La misión se sostuvo en intervenciones: Ottalagano en la Universidad de Buenos Aires, Arrighi en la Universidad Nacional de La Plata, Remus Tetu en la Universidad Nacional de Comahue o Mario Víctor Menso en la Universidad Nacional de Córdoba. A solo seis años del Cordobazo, el legajo docente de Ezpeleta en la UNC testimoniaba las nuevas correlaciones de fuerzas: “cesación de funciones”. En 1975, Ezpeleta fue expulsada de la UNC. La atmósfera en la ciudad de Córdoba se volvió cada vez más espesa: intervenido el sindicato Luz y Fuerza luego del Navarrazo, Tosco se vio compelido a la clandestinidad y, sin la posibilidad de contar con la atención médica adecuada, encontró la muerte en noviembre de 1975. Posiblemente, Ezpeleta coreó alguna vez la consigna “Tosco vive” que se alzó en el sepelio realizado en la ciudad de Córdoba entre disparos por parte de la represión estatal y paraestatal.
En Tosco se resumía la creciente persecución a franjas críticas de la ciudad mediterránea. Una persecución que el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 ahondó de manera inimaginable. Ezpeleta intuyó que este nuevo golpe no era una interrupción institucional más: la misma noche del 24 de marzo, la familia Burnichón-Saleme fue secuestrada por un grupo militar en su casa de Villa Rivera Indarte; el cuerpo de Alberto Burnichón apareció al otro día con siete balas. Sobre él pesaba una acusación que también recaía sobre franjas intelectuales: “correo de las organizaciones armadas” (Tatián, 2016). Si años atrás la ciudad mediterránea abría circuitos político-culturales, ahora aquellos circuitos eran razones para la persecución. Ezpeleta se vio compelida a la venta del Fiat 600 para costear el exilio (entrevista a León); era un síntoma del quiebre de los trayectos desde y hacia la ciudad mediterránea. Tal como ya habían emprendido otras amistades, optó por continuar en América Latina; comenzó una estadía en la tierra de Pancho Villa que supuso breve, pero sería definitiva.
A modo de cierre
El artículo abordó el itinerario de Justa Ezpeleta por la ciudad de Córdoba en los años 1950, 1960 y principios de 1970. En la reconstrucción se esbozaron constelaciones intelectuales que signaron su recorrido en un periodo de convulsión política y social, y expansión de formaciones de la nueva izquierda. Si bien se podrían profundizar estas constelaciones o añadir otras (por ejemplo, su participación en congresos académicos, tales como las importantes Jornadas Adriano Olivetti de educación en agosto de 1970), se buscó mostrar que la ciudad de Córdoba operó como una arena cultural capaz de ofrecer un cúmulo de influencias entre las que sobresalieron corrientes propias de la nueva izquierda intelectual. Formada en un marxismo heterodoxo y sin una militancia política orgánica, Ezpeleta asumió al sistema educativo como objeto de investigación e intervención. Por entonces, le asistía una doble certeza: por un lado, el marxismo ofrecía herramientas idóneas para el análisis pedagógico; por otro, el cambio social y educativo era inminente en la periferia del globo.
El exilio en el Distrito Federal desde abril de 1976 implicó una serie de novedades: profesionalizar las prácticas de investigación en educación al insertarse de manera duradera en el Departamento de Investigaciones Educativas (DIE); lidiar con un campo educativo donde el funcionalismo era preponderante; asombro ante un Partido Comunista, como el mexicano, que inserto en distintas instituciones (como el DIE) mostraba afinidad con el eurocomunismo y una perspectiva teórica abierta; complejizar el encuadre teórico precedente al incorporar la perspectiva de la etnografía educativa o los aportes de la heterodoxa marxista Agnes Heller. Pero más allá de estas y tantas otras novedades, su experiencia exiliar supuso un desdoblamiento: los días transcurrían en el Distrito Federal, sin embargo, sus preocupaciones más profundas continuaban girando sobre la ciudad de Córdoba. La persistencia de estas preocupaciones se advierte en los años ochenta cuando, además de intentar regresar a la ciudad mediterránea, llevará adelante investigaciones donde destaca la presencia de Córdoba. Aún en tierra azteca, el itinerario de los años cincuenta/sesenta y primeros setenta continuaba operando: Córdoba y su sistema educativo persistían como objetos de investigación e intervención.










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