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América Latina en la historia económica

versión On-line ISSN 2007-3496versión impresa ISSN 1405-2253

Am. Lat. Hist. Econ  no.33 México ene./jun. 2010

 

Reseñas

 

Andrea Bentancor, Daniele Bonfanti, Daniela Bouret, Mariana Viera y Alcides Beretta Curi (coords.), Del nacimiento de la vitivinicultura a las organizaciones gremiales: la constitución del Centro de Bodegueros del Uruguay

 

Florencia Rodríguez Vázquez*

 

Montevideo, Trilce, 2008, 247 pp.

 

* INCIHUSA–CONICET, Universidad Nacional de Quilmes.

 

Este libro es el resultado de investigaciones realizadas por un equipo interdisciplinario –integrado por historiadores, una trabajadora social y una antropóloga– que desde hace tiempo procura reconstruir el proceso de conformación capitalista de la industria vitivinícola uruguaya a fines del siglo XIX y su consolidación durante el siglo XX. En tal sentido, profundiza los aspectos sociales, institucionales y económicos de dicho proceso a través de una presentación estructurada, cronológica y temáticamente, en tres secciones:

La primera permite al lector conocer los orígenes de esta agroindustria en Uruguay y los condicionantes culturales y económicos que formaron el gusto del consumidor. Para ello, Alcides Beretta Curi, director del equipo, presenta los antecedentes de la tradición vitivinícola en ese país, que se remontan al periodo colonial, y la realización de los primeros ensayos sobre aclimatación de vides extranjeras, cuyos resultados no fueron los esperados. No obstante, las dificultades fueron sorteadas por una élite, emprendedora y liberal en lo económico, que tomó una serie de medidas políticas para promover la vitivinicultura. Estas decisiones y sus efectos son estudiados en el segundo capítulo por el mismo autor, Entre otras medidas, destaca la promoción de la inmigración de ultramar –principalmente desde Italia, Francia y España– de un colectivo que tuvo un destacado protagonismo en la diversificación productiva nacional a través de la difusión de técnicas y labores agrícolas, en especial vitivinícolas, en determinados departamentos (Canelones, Salto, Montevideo y Colonia), Estos agentes también incorporaron puntuales innovaciones, tema que es desarrollado en el tercer capítulo.

Los pioneros de la actividad y sus aportes –económico y tecnológico– quedaron cuantificados en la encuesta vitícola de 1888, realizada por uno de los primeros grupos corporativos con poder de presión en los niveles político y económico; la Asociación Rural del Uruguay (ARU). Pioneros que, a su vez, conformaron "redes de prácticas" para la modernización agroindustrial. Este particular enfoque de análisis, ofrecido por Beretta Curi, permite comprender el proceso de adopción de nuevas técnicas agrícolas. Estas redes tuvieron como núcleo fundador a inmigrantes empresarios que luego alcanzarían reconocimiento político, económico y social; entre ellos destacan Francisco Vidiella, Luis de la Torre, Pascual Harriague, Diego Pons y Pablo Varzi.

Esos empresarios fueron vehiculizadores de una serie de cambios tecnológicos en viñedos y bodegas, temas que se desarrollan en el tercer capítulo a cargo de Daniele Bonfanti. Al comienzo se refiere a los insumos teóricos que enmarcan el estudio del cambio y de las innovaciones tecnológicas; los mismos abren una serie de interrogantes que evidencian la necesidad de elaborar nuevas categorías teóricas a la luz de las particulares condiciones que tuvo la modernización agrícola en Latinoamérica. El autor aborda, entonces, un tema escasamente estudiado para el sector agrario latinoamericano y, menos aún, para la vitivinicultura. Para el caso uruguayo, Bonfanti detecta que el autodidactismo, los viajes a Europa, los manuales específicos y el asesoramiento de técnicos y enólogos extranjeros constituyeron la fuente inspiradora de la modernización vitivinícola, a los que se les sumó el factor prueba–error como un modo de superar la simple copia de técnicas trasplantadas y verificar adaptaciones locales. Este proceso tomó una nueva dirección tras la invasión filoxérica que, al igual que en las regiones europeas, hizo necesaria la reconversión productiva de cientos de hectáreas de viñedo. Unido a este proceso se comprobó el crecimiento vertiginoso –entre 1898 y 1930– de las áreas cultivadas con viñedos y el consecuente aumento de volumen de vino elaborado, Esto último acompañado de una inversión inicial realizada por algunos bodegueros que lograron equipar sus establecimientos con la maquinaria más avanzada de la época. Algunos de ellos llegaron a ser productores integrados que se caracterizaron por la especialización productiva.

La complejidad de los aspectos presentados en este capítulo invita a realizar nuevos estudios y análisis de casos que sustenten la elaboración de categorías analíticas de cuño local o regional.

El cambio tecnológico y las apuestas económicas se cristalizaron en la elaboración de un tipo de vino característico que luego sería aceptado, o no, en un heterogéneo mercado de consumo. En este último aspecto reside el análisis del capítulo siguiente. El consumo de vino y la elección de un "tipo" específico han respondido, históricamente, a las posibilidades económicas del consumidor, pero también a los condicionantes culturales y sociales que construyen y deconstruyen el acto de beber. Y sobre la base de esta premisa, Daniela Bouret ofrece un interesante panorama acerca de las acciones de promoción del vino y de los discursos que, curiosamente, buscaron contrarrestar la publicidad de una industria que, por entonces, intentaba posicionarse en el sector económico. Así, surgen las visiones de los sectores opositores al consumo del vino basadas en el combate al alcoholismo en los estratos populares. Un discurso con una fuerte base moralista e higienista y una invocación constante a la "autoridad médica" –cuyos vacíos la autora busca interpelar–, que entraban en contradicción con los intereses de los productores cuyas publicidades buscaban orientar la elección del consumidor hacia las bebidas vínicas. De esta manera, el capítulo ofrece una nueva mirada acerca de la cuestión oferta–demanda: la misma no estaría sólo determinada por motivos comerciales y económicos, sino que, además, los discursos masivos que circulaban buscaban influir en la conducta. Resultaría interesante, entonces, profundizar en cuáles fueron las respuestas discursivas de los bodegueros y técnicos en torno al "antialcoholismo", y cómo se desarrolló la polémica –explícita o no– entre estos dos discursos simultáneos y con fines opuestos. A su vez, Bouret brinda un panorama general sobre el salto productivo y cultural que permitió el ingreso de la mujer como "blanco" de la publicidad del consumo de vino, que va de la mano de novedosas estrategias de lo que hoy llamamos marketing. El mismo significó un cambio cultural y político impensado a principios del siglo XX.

En la segunda sección, Alcides Beretta Curi y Andrea Bentancor Bossio trazan un panorama acerca de las primeras asociaciones de bodegueros y viñateros del Uruguay. En el capítulo inicial los autores rastrean los orígenes de la Asociación Rural del Uruguay (ARU) y sus primeras acciones, desde 1871, en torno a la promoción vitivinícola, principalmente a través de la generación y difusión de conocimientos –por medio del contacto periódico con técnicos y vitivinicultores extranjeros–; esta acción declinó hacia 1900 por el avance sostenido de la ganadería. No obstante, estas actividades se retomaron en la Sociedad Vitícola Uruguaya (ubicada en La Cruz, Florida) fundada por los empresarios integrantes de la ARU. Desde esta institución se realizaron numerosas prácticas de difusión de saberes, entre ellas la formación de una biblioteca especializada y la edición de una revista y manuales específicos sobre vitivinicultura. Asimismo, al igual que en otros centros de Latinoamérica, la vinculación de esta asociación con ingenieros agrónomos –Teodoro Álvarez y el argentino Julio Frommel– modernizó la técnica agrícola y la economía de Uruguay. Esto se hizo más recurrente durante las crisis del sector, sobre todo con motivo de la plaga de filoxera, en 1893. En este sentido, resultaría enriquecedor rastrear los vínculos entre los sectores empresarial y público, por ejemplo, en la injerencia de aquel en el diseño de políticas públicas vinculadas específicamente al agro.

Otra de las prácticas tuvo que ver con la formación de una red de productores que realizó ensayos experimentales de cultivos con nuevas variedades e investigaciones, sobre todo luego de la mencionada plaga de filoxera, Las puntuales mejoras alcanzadas por entonces sirvieron como demostración para otros productores.

El capítulo siguiente presenta una continuidad temática con el anterior. Andrea Bentancor Bossio ahonda en el análisis de los diversos procesos asociativos en la vitivinicultura uruguaya como instancias de cambio, pero también de defensa de intereses comunes, en este caso, "como interlocutores antagónicos en los intersticios de un Estado que no logra dar respuesta a la necesidades y requerimientos de un sector en pleno desarrollo". De esta manera, al compás del incremento de los viñedos y de la elaboración vínica, surgieron estrategias asociativas económico–productivas –como la mencionada Sociedad Vitícola Uruguaya (1887)– y político reivindicativas –el Centro de Viticultores (1893) y el Centro de Bodegueros del Uruguay (1932). Muchas de estas agremiaciones encuentran un antecedente directo en la ARU y en la Unión Industrial Uruguaya, fundada por el bodeguero italiano Pablo Varzi. Pese a las dificultades detectadas por la autora para agremiar o asociar al colectivo de viñateros, es posible rastrear la formación de estas asociaciones en el sector rural debido a la situación precaria de los pequeños productores. Por último, la autora ofrece una serie de características de este tipo de agrupaciones; algunas de ellas extensibles a colectivos similares surgidos en la provincia de Mendoza (Argentina) en las primeras décadas del siglo XX. Entre otras, podemos mencionar que sus integrantes eran, en su mayoría, inmigrantes con una importante influencia en el sector estatal y entre los productores.

Este encadenamiento de tópicos concluye con un capítulo dedicado a la institución gremial que da nombre al libro: el mencionado Centro de Bodegueros del Uruguay (CBU), nacido del seno de la Unión Industrial Uruguaya, como grupo corporativo en defensa de los intereses de la industria vínica. Bentancor Bossio y Beretta Curi detectan que este centro surgió como una estrategia de los bodegueros frente a la crisis de 1929 y al mayor intervencionismo estatal, por lo que esta institución núcleo a empresarios con viñedos y bodega que ya tenían una participación destacada en el sector, como por ejemplo, Rivara, Campistegui, Lamaison y Sapelli. Fueron ellos quienes concentraron el poder durante un largo periodo; no obstante, la cantidad de socios no fue numéricamente representativa del total de vitivinicultores. Los autores hacen referencia a las metas puntuales de esta asociación, entre ellas, la fijación del precio mínimo para la uva –fundamental para lograr el vínculo entre viticultores y bodegueros– y el estudio del problema vitivinícola. Rescatamos, por último, un completo anexo en el cual los autores han recuperado el estatuto fundacional del centro, los primeros suscriptores –lo cual permite dar cuenta de su representatividad en el sector, así como los orígenes de sus primeros integrantes– y las autoridades del Centro entre 1932 y 2007.

La perspectiva histórica cede un lugar al panorama actual en el abordaje que realizan Bentancor Bossio y Mariana Viera Cherro, sobre la base de los resultados de una encuesta realizada a los miembros del CBU, que permitió comprobar que la mitad de las empresas en actividad había sido fundada en la primera mitad del siglo XX y, también, conocer las estrategias asociativas y económicas del sector a partir del proceso de reconversión vitivinícola de fines de la década de 1980 para su integración al Mercado Común del Sur. Respecto a esto último, destacan la relevancia de la creación del INAVI (1986) y la producción de vinos de alta calidad para exportar a nuevos mercados, situación favorecida por las vinculaciones productivas y comerciales con empresas extranjeras. En este apartado, se advierten las inversiones realizadas por los bodegueros no sólo en capital económico, sino también en el fortalecimiento del capital técnico, a través del asesoramiento de expertos extranjeros, la participación en concursos internacionales y la capacitación del personal directivo. Aspectos que –pese a coyunturas políticas y económicas diferentes– permiten establecer una continuidad en las estrategias adoptadas por los bodegueros para mejorar la calidad de sus productos y posicionarlos en el mercado de consumo. La adopción y adaptación de nuevas técnicas de cultivo y de elaboración aparecen entonces como caminos ineludibles del sector agroindustrial.

La última parte de este libro es un anexo ilustrativo que presenta cada una de las bodegas que integran el CBU y sus "hacedores", algunas integradas por capitales familiares y otras, extranjeras. Se incluye información sobre sus orígenes societarios, sus fundadores –algunos inmigrantes europeos; otros, descendientes de ese colectivo que se formó en establecimientos educativos uruguayos–, la inversión en nueva tecnología y maquinarias, la elaboración de vinos finos, la presentación en concursos internacionales y la reciente inserción de alguna de ellas en el turismo enológico. En definitiva, se ofrecen "casos testigos" que testimonian la trayectoria institucional del Centro de Bodegueros del Uruguay aportando una invalorable información para el conocimiento histórico de la vitivinicultura uruguaya.

Resulta oportuno mencionar que estos estudios fueron posibles gracias al acceso de los investigadores a nutridos archivos privados –compuestos por balances contables, correspondencias, descripciones, etc– de los protagonistas de esta historia que aún se construye y reconstruye; lo cual no habría sido posible sin el "permiso" de las familias locales que tradicionalmente se han dedicado a la vitivinicultura. Algunas de ellas integran el anexo que ilustra las últimas páginas del libro.

De este modo, la obra no sólo permite reconstruir un periodo histórico–económico determinado, sino que abre múltiples caminos para profundizar abordajes e iniciar estudios comparativos entre las regiones vitivinícolas de Sudamérica. Regiones que recibieron un flujo informativo que fue la base del cambio técnico vitivinícola. A modo de ejemplo, el enotécnico italiano Arminio Galanti combinó largas estadías en Uruguay y en la provincia de Mendoza que le permitieron escribir sustanciosos informes técnicos que hoy constituyen un insumo fundamental para el estudio de la vitivinicultura en ambos países. De igual manera, se rescata el recorrido del ingeniero agrónomo Domingo Simois, egresado de la Universidad de La Plata (Argentina), quien fue el primer director de la Escuela Nacional de Vitivinicultura de Mendoza en 1896, pero que antes de cumplir esta función había sido asesor del gobierno uruguayo sobre temas vitivinícolas.

Estos ejemplos permiten avanzar hacia la caracterización común de las vitiviniculturas de Argentina y Uruguay teniendo en cuenta, por un lado, los aportes cultural y técnico de los inmigrantes europeos –italianos, franceses y españoles– que llegaron masivamente al continente a fines del siglo XIX y por el otro, las decisiones político–económicas de las élites locales –integradas por criollos e inmigrantes– que proyectaron y dirigieron la transformación productiva agrícola y vitivinícola. Por tanto el ingreso de capitales procedentes de actividades comerciales, la inversión en tecnologías y la participación activa de europeos conocedores de las tradiciones vitivinícolas fueron los componentes dominantes de la modernización técnica gestada en algunos países latinoamericanos desde fines de 1880.

En definitiva, de esta obra se abren múltiples puntos de comparación –algunos de ellos esbozados en este trabajo– que invitan a dar forma a una proyectada Red de Estudios sobre Historia de la Vitivinicultura en el Cono Sur. En efecto, los estudios sobre esta temática abordados en Chile, Argentina y Uruguay desde hace más de una década y, recientemente, en Brasil, dan por resultado un corpus de trabajos que invita, a partir de ahora, a realizar investigaciones en conjunto en diversos temas como las asociaciones gremiales y su papel en los ciclos de crisis y auge vitivinícolas, los procesos de generación y difusión de conocimientos técnicos especializados y la formación de la élite empresarial.

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