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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.24 no.48 Ciudad de México jul./dic. 2014

 

Lecturas

 

Espacio público y género en Ciudad Juárez, Chihuahua*

 

Reseñado por Angela Giglia**

 

* César M. Fuentes Flores, Luis E. Cervera Gómez, Julia E. Monárrez Fragoso y Sergio Peña Medina (coords.), Espacio público y género en Ciudad Juárez, Chihuahua, El Colegio de la Frontera Norte/Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Tijuana, 2011, 352 pp.

 

** Profesora-investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Av. San Rafael Atlixco núm. 186, col. Vicentina, delegación Iztapalapa, 09340, México, D. F. <giglia.angela@gmail.com>.

 

A raíz del fenómeno denominado feminicidio -una serie de asesinatos perpetrados con lujo de violencia sobre mujeres, en su mayoría jóvenes, a lo largo de la última década-, es bien conocida en todo el mundo la situación vivida por las mujeres en Ciudad Juárez (CJ). Uno de los rasgos distintivos de estos crímenes, considerados crímenes de odio, especialmente dirigidos contra las mujeres por el hecho de ser mujeres, consiste en que las víctimas fueron abordadas y secuestradas mientras recorrían el espacio público. De la misma forma, sus cuerpos ultrajados suelen encontrarse abandonados en algún lugar poco frecuentado del espacio público.

Este libro parte de un esfuerzo por entender la relación de las mujeres y el espacio público en CJ que, junto con Acapulco, fueron señaladas en 2012 como las ciudades más violentas del mundo. Contiene un conjunto de ensayos que desde diferentes ángulos tratan la condición del espacio público en CJ, vista a partir de diversos actores y teniendo en cuenta las diferencias socioterritoriales existentes en la ciudad. En particular examina esta problemática desde cuatro ejes descriptivos y analíticos: accesibilidad, sociabilidad, participación y seguridad. El volumen se divide en cuatro secciones -una por cada eje- y un capítulo introductorio en el cual se expone el marco teórico metodológico.

Se trata de un análisis interesante no sólo porque habla de CJ y de las mujeres en los espacios públicos de esta ciudad, sino porque sus resultados y hallazgos, aunque con rasgos exacerbados, no son muy distintos de los que pueden encontrarse en otras zonas urbanas del país, incluso en la Ciudad de México. Por lo tanto, también es una lectura que propicia la reflexión sobre el estado del espacio público en las ciudades mexicanas en general. En un momento en el cual se han implementado en todo el país programas y políticas dirigidos a la mejora del espacio público, su lectura sugiere plantear la cuestión del papel que puede o no tener el espacio público en los procesos de cambio social. En otras palabras, es un libro útil para preguntarse qué se le puede pedir al espacio público en este momento en México, y qué se puede esperar de un mejoramiento del espacio público en relación con los grandes problemas que tiene el país: pobreza, desempleo, violencia, corrupción y desigualdad crecientes. Sobre esta pregunta regresaré una vez que haya comentado partes significativas de la obra, sin pretender abarcar todos y cada uno de los capítulos, pero destacando que todos resultan sugerentes y bien documentados. Los textos se organizan a partir de una encuesta realizada a una muestra de la población o de etnografías y materiales orales obtenidos en entrevistas de grupo a diversos usuarios del espacio público. En su conjunto, es un análisis minucioso del estado de los espacios públicos en CJ y, al mismo tiempo, un cuestiona-miento y una denuncia de la situación en la que se hallan estos espacios, mostrando los resultados especialmente deletéreos que ésta conlleva para todos los habitantes de CJ, pero de manera señalada para las mujeres.

Los espacios públicos de la ciudad son muy desiguales, con más opciones y en mejores condiciones en las zonas donde viven los sectores más acomodados. Dicho esto, el volumen muestra en primer lugar el descuido y abandono crónico en que se encuentran las calles, las banquetas y los parques en la mayor parte de la ciudad, así como la falta de alumbrado, el casi nulo mantenimiento del que son objeto por parte de las instituciones y la difusa percepción de inseguridad que tanto hombres como mujeres advierten en los espacios públicos. Pese a que la percepción de la inseguridad es igual, las mujeres no tienen las mismas prácticas de uso del espacio que los varones. Mientras éstos se mueven en un radio urbano más amplio, ellas se limitan al propio barrio y a un radio de circulación menor. Cuando el barrio carece de sitios de encuentro las mujeres padecen una suerte de encierro invisible, por la imposibilidad de acudir a lugares donde puedan estar y compartir con otras personas. Además, no sólo se mueven menos, sino que a menudo lo hacen en compañía de algún familiar y no solas, como un efecto de la inseguridad y de la extendida percepción de su mayor vulnerabilidad en el espacio público, lo que restringe significativamente su autonomía y su libertad. Los espacios que ellas prefieren son aquellos que les brindan la impresión de un cierto resguardo, como por ejemplo los centros comerciales, que se han constituido en lugares suplentes de los verdaderos espacios públicos.

Así, en CJ encontramos un conjunto de procesos socioespaciales interrelacionados, que también son comunes en otras ciudades y que se refuerzan los unos con los otros: descuido y abandono del espacio público; refugio en los espacios privados de uso público para la realización de un número creciente de actividades urbanas vinculadas con el consumo y el esparcimiento; cierre de calles con el objetivo de privatizar el espacio de proximidad como un mecanismo de protección ante la creciente inseguridad que se advierte en el espacio público.

Aparece evidente que el espacio público no es un hecho físico inerte, sino más bien una construcción social, en la cual y mediante la cual se hacen patentes las desigualdades y las diferencias sociales, incluidas las de género. En cuanto a las mujeres, el que se sientan más vulnerables en el espacio público tiene que ver con la inseguridad específica que viven en CJ, pero simultáneamente con una condición más general que atañe a las mujeres en muchas ciudades del mundo en donde las mujeres están menos legitimadas a estar en el espacio público que los hombres, pues el lugar que tienen asignado socialmente es la casa, y las actividades que se esperan de ellas tienen que ver con la reproducción familiar y el ámbito doméstico. En los contextos en los cuales se considera de manera más o menos implícita que las mujeres están para el cuidado de otros, in primis de su hombre y de sus familiares, teniendo en cuenta que sus derechos en cuanto individuos son de cierto modo menores a los de los hombres, las mujeres tienen poco o ningún derecho a estar en el espacio público, a menos que lo hagan para transitar hacia la realización de alguna tarea doméstica, y de preferencia en compañía de otros familiares.

Resulta difícil discernir hasta qué punto el hecho de evitar que circulen solas es el producto de una medida de seguridad o es una forma de destacar su falta de autonomía para andar y estar por su cuenta en el espacio público. Esto explicaría la aparente paradoja de que las mujeres en CJ, igual que en otras zonas urbanas del país, sean las que más se involucran en la participación vecinal en el nivel local en aras de conseguir los servicios básicos para su barrio o su colonia. Pueden, e incluso deben hacerlo, justamente porque es una lucha en beneficio de sus familiares, es un trabajo para otros. Hace falta que las mujeres de CJ -y de todas las urbes mexicanas- conquisten el derecho a estar presentes sin más en el espacio público, el mismo derecho que tienen los hombres, toda vez que se juntan en la esquina para platicar entre ellos, fumar o tomar juntos. Sobra decir que para que esto sea posible es necesario un cambio de sociedad.

Otro aspecto que aparece con nitidez en el libro es el carácter profundamente desigual del espacio de la ciudad, que presenta rasgos muy marcados de segregación socioespacial, con una fuerte concentración de los sectores más acomodados en el norponiente del área urbana y una concentración igualmente importante de los sectores de ingresos bajos y muy bajos en las periferias (esto puede confirmarse en los mapas de las pp. 49 y 50 del libro). En el área central, en buena medida abandonada, persisten todavía un conjunto de usos del espacio entre los cuales destaca la prostitución masculina. Al respecto, resulta de especial interés el capítulo dedicado a las visiones y prácticas del espacio público que realizan los hombres que se dedican al sexoservicio, para mostrar cómo su actitud frente al espacio es por completo diferente de la de las mujeres. Pese a estar colocados en una posición de vulnerabilidad por el tipo de actividad que realizan, estos jóvenes sexoser-vidores reivindican su presencia en el espacio, considerándose plenamente legitimados a estar en la calle. "Los hombres visualizan la calle como un mundo amplio de posibilidades y de superación, además de diversión, dinero y sexo" (p. 292). Lo cual confirma, por contraste, el papel de relegación y la no legitimidad de las mujeres para estar en el espacio público.

Como se mencionó antes, considero que este libro ofrece un diagnóstico que va más allá de CJ, propiciando una reflexión acerca de los espacios públicos en las ciudades del país. Salvo por los llamados a la "recuperación de espacios públicos" y por los programas de mejoramiento de unos pocos sitios, no existe todavía en México ninguna atención institucional hacia los espacios públicos cotidianos, comunes y corrientes, por los que transitamos todos los días: banquetas, luminarias, aceras, puentes peatonales, señales de tránsito, todo aquello que constituye el entorno urbano cotidiano, que en el fondo es el eje vertebral de nuestras ciudades, lo que verdaderamente hace la imagen urbana y posibilita habitar la ciudad. Este ámbito del espacio público cotidiano está desatendido casi en su totalidad, y no sólo en CJ, igualmente en otras zonas urbanas, incluida la Ciudad de México.

Hace falta un cuidado ordinario y cotidiano del espacio, que no esté orientado al cumplimiento de programas especiales, sino simplemente a la atención rutinaria de cada pequeña necesidad que se va presentando en el día a día: si se funde un foco hay que repararlo sin que los vecinos tengan que hacer un sinfín de gestiones para obtenerlo; si los árboles crecen y cubren las señales de tránsito hay que podarlos, no únicamente una vez al año y antes de que crezcan demasiado, además de que lo ideal sería no hacerlo en las horas pico del tránsito vehicular, etcétera. Es evidente la ausencia de las instituciones locales en materia del cuidado del espacio físico, legible como el correlato de una más amplia actitud hacia lo público y hacia los recursos públicos. Estos últimos raras veces son vistos como bienes de todos, se consideran, en cambio, herramientas para ser usadas como trampolín electoral. Después de haber ganado las elecciones los recursos públicos se emplean como un botín que hay que aprovechar mientras se pueda, en total contraste y menosprecio de cualquier idea acerca de lo que debería ser el interés general. Si ésta es la situación que priva en el país, el caso de CJ nos muestra algunos detalles sobremanera llamativos. Por ejemplo, el hecho de que los espacios barriales sean dejados al cuidado de los vecinos, con muy poco apoyo y compromiso de las instituciones locales. Lejos de facilitar la participación ciudadana en el nivel local, esto propicia un estado de mayor desprotección y abandono de los barrios donde viven los más pobres.

La lectura de este volumen revela de un modo muy claro que el espacio público es en gran medida un reflejo de cómo está lo público, y un espejo bastante fiel de la sociedad en su conjunto. Una sociedad desigual, fragmentada y pauperizada, forja el espacio público que le corresponde, en el cual se manifiestan puntualmente la desigualdad, la fragmentación y la falta de derechos de los más vulnerables. Es por eso que no puede entenderse el espacio público urbano si no se mira a los procesos sociales generales relacionados con la política y el ejercicio de los derechos ciudadanos. En ese sentido es muy acertado lo que mencionan Sonia Bass y Martha Pérez en su ensayo, cuando examinan los cambios socioeconómicos que caracterizan el actual modelo neoliberal y sus repercusiones en la sociedad y el espacio de CJ. Estas autoras ponen de relieve el debilitamiento de los sindicatos como uno de los resultados -yo diría de los más negativos- de la implantación del modelo de acumulación actual (pp. 306307), porque disgrega y desmantela un pedazo de sociedad civil organizada, cuya ausencia contribuye a la pauperización, a la penuria de formas de agregación y de solidaridad y al abandono del espacio.

Cabe entonces regresar ahora sobre la pregunta que se anunció al comienzo de esta lectura: qué se le puede pedir al espacio público en estas condiciones. En una sociedad desigual, fragmentada y pauperizada, qué se puede esperar de un programa de revalorización y recuperación de espacios públicos. Sin duda es posible esperar que el espacio público cumpla con su función de articulador de la vida urbana; se le puede exigir que vuelva a ser un espacio de esparcimiento y de aprendizaje; que sea un ámbito donde todos puedan estar, en igualdad de circunstancias y con el mismo derecho al anonimato, con lo que esto implica: respeto por el individuo y derecho a ser dejado en paz, en especial para las mujeres, cuyo derecho a estar en el espacio público es -como hemos visto- extremadamente reducido. Se le puede pedir que sea un lugar para el esparcimiento y el reconocimiento mutuo como ciudadanos, pero en la misma medida como viandantes anónimos. Mas sería ilusorio demandar que las mejoras de los espacios públicos resuelvan los problemas de la inseguridad y de la violencia, así como sería ilusorio intentar curar una enfermedad sólo eliminando algunos de sus síntomas más evidentes.

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