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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.57 Ciudad de México ago. 2005

 

Reseñas

 

Gutiérrez de MacGregor, M. T., J. González Sánchez y J. J. Zamorano Orozco (2005), La cuenca de México y sus cambios demográfico-espaciales

 

Boris Graizbord*

 

Temas Selectos de Geografía de México (I.8.1), Instituto de Geografía, UNAM, México, 155 p. ISBN 970-32-2395-8

 

* El Colegio de México.

 

Este es un texto monográfico en la mejor tradición de la geografía regionalista. En la presentación se insiste en la determinación histórica del fenómeno geográfico y se destaca el enfoque esencialmente geográfico que utilizan los autores. Ambas observaciones atinadas. Los primeros capítulos dan cuenta del contexto natural (el relieve) y de la historia de los primeros pobladores. Mientras que los tres capítulos restantes se refieren al proceso de urbanización reciente.

Para documentar la urbanización y el crecimiento acelerado de los últimos años en el análisis del proceso de expansión y transformación del paisaje de esta región, la cual se delimita y se hace coincidir con la cuenca de México, la variable que se revela es la población. Cabría aquí una primera pregunta: ¿La región de la Ciudad de México fue y es en la actualidad la cuenca? O, en otras palabras, ¿hasta dónde llega la región?

Los autores recorren la historia de manera breve y dan cuenta de los límites y alcances del doblamiento que se ha dado en este espacio y que en la actualidad ha cruzado cualquier umbral que pueda manejarse como el apropiado para establecer una posible relación armónica entre la población y los recursos que el medio natural ofrece en la cuenca de México. Surge así una segunda pregunta: ¿Cuáles son los parámetros que deberán considerarse para saber si el fenómeno urbano-metropolitano de la Ciudad de México ha rebasado las posibilidades de ofrecer un ambiente propicio para sus habitantes? O, bien, ¿es la ciudad demasiado grande?

Éstos son, desde mi punto de vista, los dos elementos analíticos básicos que permitirían, una vez aclarados, hacer recomendaciones ante "los problemas que afronta la ZMCM" (p. 136).

Estas preguntas, y más bien las respuestas, podrían modificar la manera en que se concibe la cuenca. A veces, ésta se confunde con la región centro (p. 121) o con el territorio nacional (p. 81) y al proponer una perspectiva de sistema urbano su escala se pierde, por eso, se habla de "primacía" o "macrocefalia" indebidamente (p. 120). Lo mismo sucede al proponer la consolidación de una red urbana jerarquizada en toda la región (p. 138), cuando en realidad se está hablando de un ámbito metropolitano que, con altas y bajas densidades, forma una continuidad espacial metropolitana. Véase, por ejemplo, la serie de mapas que se presentan en las figuras 35 y 36, en donde el último mapa ya no es de "puntos en un área" sino que muestra el espacio de la expansión continua de la ciudad y el área urbana en el tiempo. La cuestión es si se puede mantener el uso de categorías urbano-rural en el contexto metropolitano, no sólo en su aspecto físico sino funcional. En efecto, en el área metropolitana sí existen espacios de producción primaria ¿rurales? Y también, para algunos, una presencia, que no la convivencia, de indígenas de diversos grupos o etnias y regiones del país, pero ¿son rurales los individuos que cultivan nopal en Milpa Alta y que quieren exportar productos alimenticios y de ornato derivados de estas plantaciones?

Otra cuestión más, no trivial, es la confusión en el uso del término alfabetización como equivalente a educación (p. 106). Aquí, la educación en el ámbito metropolitano es una cuestión de formación de capital humano y, por tanto, de diferenciación, mientras que en el ámbito rural o en otros momentos, la alfabetización se inscribió en el esfuerzo de reducir diferencias y universalizar la política educativa. En el aspecto práctico la educación se refiere a calificación de fuerza de trabajo y no a saber leer y escribir.

¿Frente a estos pequeños detalles hay enormes aciertos? No sólo en lo relativo a los mapas, como instrumentos geográficos, sino también en cuanto a las figuras y las fotos que, con más nitidez y con las fechas en que fueron tomadas, podrían aumentar su valor, pues son un ingrediente básico en la orientación del texto hacia la difusión del conocimiento. El libro es muy accesible y llena un espacio desatendido por los académicos, que es al que pueden acceder los no especialistas, público en general y, especialmente, estudiantes universitarios de primer ingreso. A ellos, creo, están dirigidos los textos que conforman esta serie de monografías que atinadamente publica el Instituto de Geografía de nuestra Universidad.

En cuanto a los capítulos en general, me gustó el II, corto, pero con interesante información aunque quizá falto de secuencia en algunos casos, y con una inexplicable ausencia de planos de la ciudad de siglos anteriores al XX, que hubieran sido bienvenidos. En el capítulo III falta quizá una reflexión acerca del significado de los cambios para la propia ZMCM y para el país... En contraste, es muy acertado el señalamiento acerca de que el Distrito Federal e incluso los municipios metropolitanos originales de los años cincuenta y sesenta, se han transformado "en la principal área de expulsión de población a prácticamente todas las ciudades del país" (p. 113).

Hago un paréntesis para recordar al fundador de la geografía francesa que es por antonomasia la "geografía de la región": Vidal de la Blache (1848-1918), esto, para respaldar un argumento a favor de la monografía que aquí comento. Si entiendo bien, De la Blache tenía una clara idea de la debilidad de los argumentos determinísticos que oponían el medio natural al ámbito de la cultura en donde uno dominaba al otro. De acuerdo con De la Blache, ambos fenómenos, el natural y el cultural, son inseparables; el primero se modifica a partir de la presencia humana lo mismo que aquél influye en el "hombre", genéricamente hablando. Esta relación íntima constituye -o más bien construye- en el tiempo la región y ésta deberá ser el objeto esencial del interés de los geógrafos. Pero el enfoque original de De la Blache se justifica para aquellas regiones donde dominaba lo "local", es decir, lo aislado del resto del mundo. Estas circunstancias favorecían el desarrollo de tradiciones locales, prácticas sociales, incluso formas arquitectónicas y daban lugar a un "estilo de vida". Las comunidades eran autosuficientes para satisfacer la mayoría de sus necesidades. Claro, había fuerzas que subyacían y gobernaban el desarrollo comunitario, pero se daban de forma continua y, en todo caso, volvían a la situación estable si algún agente perturbador las afectaba.

La pregunta que se desprende sería ¿es posible pensar actualmente en una situación como ésta? Por supuesto, Vidal de la Blache se percató al final de su carrera, y ya entrado el siglo XX, que los efectos perturbadores originados por los cambios tecnológicos, habían llegado para transformar de manera ineludible la estabilidad en la relación hombre-medio natural. Esto redujo el valor del método regional y él mismo sugirió que futuros trabajos geográficos deberían observar, analizar y estudiar la interrelación entre la región y la ciudad que como centro dominaba su espacio tributario, más que las relaciones entre los elementos naturales y culturales. Creo, que esto es lo que aquí han hecho los autores.

Antes de terminar caben señalar dos rutas que, por supuesto, ya están trazadas en la actualidad y que involucran dos fenómenos extremos en el estudio del fenómeno y los procesos metropolitanos: lo global y lo local.

No es posible discurrir en este reducido espacio sobre temas tan complejos, especialmente si los ubicamos en el contexto de la discusión de geógrafos prominentes como David Harvey y otros de igual imaginación y suspicacia. El punto es que con Giddens y su señalamiento de la "comprensión del tiempo y el espacio" ambos extremos o escalas geográficas comienzan a presentar un juego de relaciones muy complejas que toca a los geógrafos actuales dilucidar y explorar.

Por una parte, en el estudio de la ciudad vista como punto, en una escala global, es necesario considerar los impactos externos que modifican el papel o función de la ciudad y sus relaciones viz a viz el territorio y la economía nacional tanto como su estructura urbana interna. No puede verse la Ciudad de México sin considerar su rol cambiante con respecto al resto del país, la ganancia que ofrece a su población y actividades ahí localizadas en ciclos de crecimiento, y sus pérdidas en tiempo de crisis... sectorial y demográficamente hablando. Ahora, como bien se dijo, es el origen principal de la migración hacia el resto del país, es decir, transfiere mano de obra calificada, capital humano, y otros bienes a favor del conjunto de ciudades del sistema urbano nacional y, por tanto, del aparato productivo del país; relación inversa a la que se dio durante los últimos treinta años en contra de la periferia.

Por otra parte, en la escala local, la ciudad como área no puede estudiarse sin considerar la presencia diferenciada de los diversos agentes que no sólo entienden o interpretan el espacio y lo consumen, sino que lo crean y recrean a partir de sus prácticas sociales. La dinámica y transformación de la estructura urbana resulta de la movilidad de la población tanto en términos de transporte y flujos de viajes con distintos propósitos como en razón de ajustes residenciales que responden a las interdependencias de los mercados de empleo y de la vivienda. Pero esto no es todo, el espacio metropolitano es un mosaico cambiante de espacios sociales diferenciados que reflejan idiosincrasia, capital social y cultural de los propios actores y grupos sociales que lo constituyen y que por supuesto están transformando, junto con actores que actúan desde otras escalas (gobierno, organismos internacionales, empresas transnacionales y, en general, capital nacional y foráneo) la estructura y funcionamiento de la metrópolis.

Estos temas son y no son nuevos. Representan una muestra de lo que falta por documentar sobre esta región del país. Lo nuevo es el enfoque, pero decir esto requiere una nota aclaratoria: el embate del post-modernismo que, como dijo algún geógrafo, está perdido en el "post" (en inglés, correo!), no ha desplazado al geógrafo del análisis de los fenómenos y procesos socio-espaciales. En efecto, el referente geográfico, el dónde precede, o al menos está incluido en las preguntas clásicas: qué, por qué, para qué, cómo y cuándo, que son las que todos hacemos implícita o explícitamente cuando nos acercamos a la "dialéctica socio-espacial", para usar un término de Soja, o bien, cuando queremos ubicar entre espacio y tiempo, con Harvey, cualquier fenómeno social con "imaginación geográfica", que en este pequeño libro abunda.

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