SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número55PresentaciónLas salinas de Santa María y del Peñol Blanco en la segunda mitad del siglo XVI: Frontera, mano de obra y articulación territorial índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Tzintzun

versión impresa ISSN 0188-2872

Tzintzun  no.55 Morelia ene./jun. 2012

 

Artículos

 

Otomíes y mazahuas de Michoacán, siglos XV-XVII. Trazos de una historia

 

Otomies and Mazahuas of Michoacan during the fifteenth, sixteenth and seventeenth centuries. Traces of a history

 

Otomies et Mazahuas au Michoacan, XVe-XVIIe siécles. Traits d'une histoire

 

Moisés Guzmán Pérez

 

Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correo electrónico: moisesguzmanp@hotmail.com

 

Recepción: 23 de agosto de 2011
Aceptación: 06 de octubre de 2011

 

Resumen

Uno de los vacíos que existen en la historiografía de los pueblos indios de Michoacán, es el que se refiere a los otomíes y mazahuas localizados en la parte media oriental de la entidad. En cierto modo, la fuerte presencia tarasca o purépecha que aún hoy se observa en muchos lugares del estado, y la enorme labor evangelizadora de Vasco de Quiroga en aquella extensa diócesis, determinaron a los investigadores a ocuparse de estos temas dejando de lado a otras minorías étnicas. Con base en las crónicas franciscanas y las relaciones geográficas del siglo XVI; apoyado en documentación inédita proveniente de archivos locales y extranjeros así como en bibliografía especializada sobre los siglos XV al XVII, en este artículo se reconstruye la historia de los otomíes y mazahuas del Oriente de Michoacán antes de la conquista y después de ella. El estudio destaca la llegada de los dos pueblos al territorio "Michoaque" desde mediados del siglo XV y el papel que ambos desempeñaron durante la conquista militar emprendida por los españoles en 1522. Asimismo, analiza el influjo que ejercieron sobre ellos la evangelización franciscana, las distintas actividades productivas en las que fueron empleados y las estrategias de que se valieron para mantener el control de su territorio y defender su identidad.

Palabras clave: Otomíes, mazahuas, indios de Michoacán, conquista, evangelización.

 

Abstract

One of the gaps that exist in the historiography dealing with the history of the Indian people of Michoacan, is referred to the Otomi and Mazahua located on the eastern side of the state. In a way, the Tarascan or Purepecha strong presence that still exists in many parts of the state, and the enormous task of evangelization of Vasco de Quiroga in that vast diocese, determined researchers to address these issues instead of other ethnic minorities. Based on the Franciscan chronicles, and geographic relationships of the sixteenth century relied on unpublished documents from local and foreign files, as well as literatee on the fifteenth, sixteenth and seventeenth centuries, this article reconstructs the history of Eastern Otomi and Mazahua Michoacan before the Conquest and after. The study highlights the arrival of the two groups to the "Michoaque" territory in the midfifteenth century and the role both played during the military conquest undertaken by the Spanish in 1522. It also examines the influence exerted upon them the Franciscan evangelization, the different productive activities in which they were involved and the strategies that they used to maintain control of their territory and defend their identity.

Keywords: Otomi, Mazahua, Indians of Michoacan, conquest, evangelization.

 

Résumé

L'historiographie des peuples indigénes du Michoacan n'a pas fait attention aux indigénes otomies et mazahuas qui étaient établis á l'est de cet état. C'est par la forte présence du peuple tarasco ou purépecha, situé partout l'état du Michoacan, et même par le travail évangéliste dans le diocése de Vasco de Quiroga, que les chercheurs ont pris la décision á ne pas étudier les minorités ethniques. Cette recherche a le but de reconstruire l'histoire des otomies et des mazahuas d'avant et d'aprés la conquête du Michoacan. Elle est fondée sur les chroniques des Franciscains et sur les rapports géographiques du XVIe siécle. Elle est également basée sur des documents inédits trouvés dans les archives locaux et étrangers et aussi dans la bibliographie spécialisée des XVe et XVIIe siécles. L'étude signale l'arrivée des deux peuples au territoire <<Michoaque>> depuis la moitié du XVe siécle et le rôle que tous les deux ont accompli pendant la conquête militaire des espagnols en 1522. En outre, l'article analyse l'influence de l'évangélisation des Franciscains sur ees deux peuples, les activités productives variées qu'ils ont fait oú ils étaient employés et les stratégies qu'ils ont appliquées pour maintenir le control de leur territoire et la défense de leur identité.

Mots clés: Otomies, mazahuas, indigénes du Michoacan, conquête, évangélisation.

 

Los estudios realizados últimamente por Hernández Rivero (1994)1, Fernández Martínez (2008)2 y Albiez-Wieck (2011)3 en torno a la conformación de la frontera tarasco-mexica durante los años previos a la Conquista española, han arrojado interesantes reflexiones que nos permiten avanzar en el conocimiento del tema así como en las complejidades que conllevó su configuración; pero al mismo tiempo, queda al descubierto la falta de investigaciones en el campo de la arqueología, la lingüística y la etnohistoria para llegar a resultados concluyentes.

De las cuatro áreas en que Hernández Rivero divide dicha frontera, la que desde nuestro punto de vista aún carece de explicaciones más convincentes es la que él denomina "sector oeste-tarasco", que ubica entre las actuales poblaciones de Maravatío y Cutzamala. Se trata de un área extensa e importante trazada de Norte a Sur, que paradójicamente ha sido de las menos investigadas hasta ahora y la cual se hallaba habitada a finales del siglo XV por grupos otomíes, mazahuas y matlatzincas, entre otras etnias.

Hablar de la historia de los pueblos otomíes y mazahuas de la región Oriente de Michoacán -en algunos momentos metidos en dicha frontera-, no es tarea fácil. Si aún existen enigmas sobre el pasado y el presente del pueblo tarasco o purépecha, que ha sido de las culturas del Occidente de México más estudiadas en los últimos años,4 podemos imaginar en qué situación se encuentran las investigaciones relativas a estos dos pueblos de Michoacán que durante siglos permanecieron en el olvido. El hecho de que toda su vida estuvieran "sujetos" a un determinado centro de autoridad política, religiosa o militar antes y después del contacto con los españoles, condicionó en gran medida la falta de testimonios o evidencias documentales que nos permitiera una mejor comprensión de su pasado.

Como señala Carrasco refiriéndose a los otomianos en general, las fuentes son sumamente escasas, no existen tradiciones ni anales indígenas comparables a las que se tienen para nahuas y mayas, y las fuentes etnográficas son de alcance muy limitado. Su historia la hemos conocido a través de los documentos escritos por los nahuas, o bien a través de la mirada prejuiciada de los españoles.5 En cuanto a los mazahuas, la única descripción colonial impresa de la lengua mazahua conocida hasta ahora data de 1637 y se debió al cura de Xocotitlán, Diego Nágera Yanguas, muerto dos años antes de la aparición de su Doctrina y enseñanza de la lengua mazahua.6 García Castro juzga que los que se establecieron al Poniente del Valle de Toluca permanecieron prácticamente invisibles en la documentación colonial hasta finales del siglo XVII,7 por lo que la carencia de fuentes de información pictográfica o escrita, constituye el principal reto al momento de querer escribir su historia.

A pesar de los obstáculos, ¿es posible precisar los antecedentes más próximos de los vínculos entre otomíes y mazahuas con los señoríos de Mechuacan?8 ¿Cuáles fueron las circunstancias que permitieron su asentamiento en la zona fronteriza tarasco-mexica? ¿Cómo fue que lograron conservar sus lenguas, sus costumbres y formas de organización frente al impacto avasallador de la Conquista? Y por último, ¿cuáles fueron los mecanismos que posibilitaron su integración a la sociedad colonial, que les permitiría, a final de cuentas, poder subsistir? Estas son sólo algunas de las interrogantes que llamaron poderosamente nuestra atención y a las cuales trataremos de dar respuesta en este ensayo.

Si bien la presencia de los grupos otopames9 en lo que sería el territorio michoacano se remonta a las etapas del Clásico (200 d. de C. al 650 d. de C.) y Epiclásico (650 d. de C. al 900 d. de C), pensamos que los primeros contactos con los tarascos pudieron ocurrir durante el reinado del Cazonci Tariácuri de dos maneras:

a) a través de migraciones de familias otomíes provenientes del Altiplano Central que buscaban mejores condiciones de vida, y

b) mediante la conquista militar de poblaciones habitadas por dicha etnia, como la de Taximaroa (hoy Ciudad Hidalgo), por ejemplo.

Por otro lado, la consolidación de los reinos tarasco y mexica en el transcurso del siglo XV, la creciente militarización desarrollada por los dos pueblos y el deseo de ensanchar cada vez más sus dominios para controlar una variedad de recursos naturales y humanos, los llevó a continuos enfrentamientos en el área fronteriza de ambos señoríos. Esto obligó a los grupos otomíes, mazahuas y matlatzincas del Valle de Toluca a pedir asilo en los dominios del Cazonci a cambio de pagar el tributo, venerar a los dioses tarascos, acompañarlos en las guerras contra los mexicas y vigilar sus fronteras. Desde nuestro punto de vista, dicha frontera estuvo mucho más al Este de lo que se creía y para nada fue "rígida" o "dura" como refieren algunos estudios. Por el contrario, fue permeable y fluctuante debido a las sucesivas incursiones que unos y otros hacían en territorio enemigo, fundando pueblos, invadiendo otros e imponiéndoles un nombre en su propia lengua.

Finalmente, sugerimos que otomíes y mazahuas lograron sobrevivir y mantener mucho de su lengua, costumbres y tradiciones, gracias a su capacidad de adaptación frente a los cambios políticos y territoriales que la Conquista militar y espiritual trajo consigo con la implantación del sistema de encomiendas, el proceso de evangelización, la creación de corregimientos y la política de congregaciones implementada por la Corona. Pero además, a las diferentes formas de negociación empleadas por los gobernadores e indios principales con las autoridades coloniales y otras instancias de poder local.

Para fundamentar estas hipótesis desarrollaremos nuestro artículo en seis apartados: el primero tratará de los pueblos otomíes y mazahuas que se asentaron en Mechuacan antes de la Conquista; los primeros, al menos desde el siglo XIV durante el reinado de Tariácuri, y los segundos desde el último cuarto del siglo XV con Zizispandaquare, por el tiempo en que se hicieron frecuentes los enfrentamientos entre tarascos y mexicas. El siguiente apartado se referirá al rol diferenciado que jugaron los otomíes y mazahuas durante la conquista militar, emprendida por los españoles en Mechuacan a partir de 1522, y los beneficios que obtuvieron; luego nos ocuparemos del sistema de encomienda introducido por los conquistadores en Nueva España y el impacto que generó en la región de Taximaroa; continuaremos con el proceso de evangelización llevado a cabo por los padres franciscanos de la Provincia del Santo Evangelio de México, y su influjo en los pueblos de indios, tanto en el ámbito espiritual como en el material y espacial; después se abordará la utilización de la fuerza de trabajo nativa en las actividades agrícolas y ganaderas y el movimiento de la población que se generó a causa de las epidemias y las congregaciones de pueblos ordenadas por la Corona; y por último, explicaremos el surgimiento de nuevos pueblos otomíes y mazahuas en la zona durante el siglo XVII, con la finalidad de comprender las estrategias empleadas por ambos grupos para mantener el control de su territorio y de su propia identidad.

 

Otomíes y mazahuas de "Mechuacan" antes de 1522

El pasado del pueblo otomí

De acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por el eminente investigador francés Jacques Soustelle, los otomíes constituían un pueblo civilizado desde antiguo que había estado en contacto con los olmecas de Nonoualco y que desde el siglo VII de nuestra era se establecieron en la meseta central, viniendo del Este, antes de la fundación de Tula.10 Carrasco por su parte, menciona que los otomíes no habían llegado de tierras lejanas sino más bien, se originaron en la misma región en que vivían en tiempos históricos, es decir en Xilotepec y Chiappan, considerada el riñón de los otomíes.11

Con la llegada de otros grupos guerreros a la zona, como los acolhuas, tepanecas y mexicas entre los siglos X al XII, los otomíes se vieron precisados a negociar con ellos a fin de mantener el control de algunos territorios no codiciados por los invasores; en algunos casos lo lograron, pero en otros quedaron subordinados a ellos. En muy poco tiempo los chichimecas de Texcoco lograron que los señores otomíes de Otumba, Tepotzotlán, Tulancingo, Pahuatlán y Papaloticpac les pagaran tributo, mientras que el Estado aristocrático de Tlaxcala, gobernado por gente de filiación nahua, empleó a los otomíes del oeste de Huamantla como soldados y los puso a edificar murallas con el objeto de proteger sus fronteras.12

La situación de los otomíes se complicó aún más con la política implementada por los mexicas y por el Estado nahua de Azcapotzalco. El señorío de Xilotepec, que hasta antes de la llegada de los mexicas había permanecido independiente, fue sometido en el año 1379 por Acamapichtli, primer soberano mexica elegido en 1376. Por su parte, Tezozómoc fue elegido soberano en 1388 y de inmediato comenzó a exigir tributos a los otomíes instalados en sus dominios. Luego de su alianza con Acamapichtli, decidió expulsar a los otomíes de Xaltocan y repartir los territorios entre señores mexicanos. Muchos de los otomíes exiliados hallaron protección y refugio en el señorío de Texcoco gobernado por Techotlalatzin, consiguiendo algunas tierras para su cultivo en Yahualica (hoy estado de Hidalgo), cerca del límite Noreste de sus posesiones.13

Otros encaminaron sus pasos a la provincia de Mechuacan para ponerse al servicio de Tariácuri (Characu), cuyo reino comenzó a florecer, de acuerdo con Espejel, entre los años 1360 y 1420 aproximadamente.14 Un grupo proveniente de Huichapan (en el actual estado de Hidalgo) era liderado por cuatro principales otomíes; llegaron acompañados de sesenta indios casados y lo único que pedían era que el señor de los tarascos les designase un lugar para vivir bajo la sujeción de su gobierno.

...y le dijeron que ellos eran de nación otomí y que querían estar en su servicio, que les diese y señalase lugar y tierras donde poblasen. El cual, admitiéndolos, les señaló un sitio junto a la ciudad, que dicen Guayangareo, y allí poblaron y estuvieron algunos días. Y, no hallándose bien, se vinieron de lugar en lugar, hasta llegar al río grande que pasa por este dicho pueblo, y allí poblaron, gobernándose por las dichas personas otomíes, no embargante que el reconocimiento tenían al dicho señor de Mechuacan. El cual, desde a ciertos años, envió a este dicho pueblo cuatro personas casadas, de su nación tarascos, mandándoles que viniesen a poblar a donde éstos otomíes estaban. Los cuales vinieron y poblaron a la falda del cerro que este dicho pueblo tiene y, estando poblados, envió después a otro principal que mandase y gobernase a los dichos tarascos, [...] Y dicen que el señor que entonces gobernaba Mechoacan se llamaba TARIACURE.15

Este es el testimonio documental más antiguo que conocemos del contacto entre otomíes y tarascos en tierras michuaques, pero no fue el único ni el primero; otras familias debieron establecerse al Poniente de los reinos de "Mazahuacan" y "Matlatzinco" en condiciones similares, y algunas más fueron producto de las avanzadas militares de este último; sólo así se explica que hubiese una fuerte población otomí en esa zona poco después de la muerte de Tariácuri, ocurrida entre 1420 y 1440.16

Cuando el Estado tarasco se dividió en tres señoríos por la muerte de dicho jefe, se ensancharon las fronteras con las conquistas de nuevos territorios por parte de sus sobrinos Hiripan y Tangaxoán, y de su hijo Hiquíngaje. Varios grupos de chichimecas e isleños capitaneados por caciques leales a los señores tarascos, conquistaron posteriormente algunos pueblos localizados en la frontera del territorio matlatzinca, entre los que podemos mencionar a Xungapeo (Jungapeo), Chapato Hoato (Chapatuato), Maroatio (Maravatío), Hucario (Ucareo) y desde luego Taximaroa, "que era de otomíes", precisa la Relación de Michoacán.17 Es bastante probable que los demás pueblos hubiesen pertenecido a la misma etnia, pues tenemos evidencias que demuestran que los naturales de Pateo, Tupátaro, Tungareo y Senguio, asentados en los alrededores de Maravatío, hablaban esa lengua.18

En relación con el concepto de "frontera" empleado por los estudiosos de este periodo, su uso ha generado un interesante debate que aún se mantiene en nuestros días. Algunos autores que se ocupan de la frontera tarasco-mexica han querido verla como una "cadena natural" de fortificaciones con "fronteras bien delimitadas" que se extiende de Norte a Sur, empezando en Acámbaro, Guanajuato, para terminar en Ajuchitlán, en el actual estado de Guerrero.19 Hernández Rivero por su parte, la conceptualiza como "frontera política" y a la vez "frontera de asentamiento". Para él se trata de una "frontera de conflicto, entendiendo por ello la existencia de un teatro de operaciones de guerra a lo largo del territorio que la comprende; [...] se define como el área o zona (no línea) donde se llevan a cabo las diferentes acciones beligerantes ofensivas y defensivas, con avances y retrocesos menores, por lo que se determina como una frontera rígida o dura".20

Si bien coincidimos en su carácter de "frontera de conflicto" y en que se trata de una "área o zona" y no de una línea, disentimos en la interpretación de que permaneció "rígida o dura" con "avances y retrocesos menores". Precisamente, uno de los objetivos que nos hemos planteado en este estudio es tratar de demostrar que los dominios del Estado tarasco por el rumbo del Oriente estuvieron mucho más alejados de Taximaroa de lo que comúnmente se creía. En ese sentido, nos parece más apropiada la tesis de Fernández Martínez, quien en un trabajo reciente afirmó que la zona fronteriza tarasco-mexica "fue un espacio abierto y elástico que definió y redefinió sus límites continuamente", como resultado de las continuas invasiones y la ocupación temporal de determinados territorios por uno u otro señorío rival.21 Al menos es lo que podemos apreciar en nuestra área de estudio con los hallazgos documentales recientes y el trabajo de reconocimiento que hemos realizado en varios de esos lugares.

Albiez-Wieck también comparte la visión de que se trataba de una frontera fluctuante y movible, donde los grupos étnicos locales jugaban un papel importante, precisando "que en la mayoría de los casos, las evidencias arqueológicas no corroboran los datos históricos sobre guarniciones de tropas estatales de gran tamaño en el lugar" y que no necesariamente una cultura material debe estar relacionada con un grupo étnico o lingüístico específico. Los tarascos que habitaron en los sitios fronterizos bien pudieron usar la misma cerámica que la gente local.22

Volviendo con las incursiones militares de Axayácatl en territorio michuaque, debemos decir que muchos pueblos del Sur del Valle de Toluca fueron ocupados por grupos otomíes, matlatzincas y mexicanos, quienes habrían de servir de aliados de los mexicas. El cronista Diego Durán señala que los otomíes que invadieron Mechuacan al servicio de Axayácatl eran de "Cuauhtlalpan", es decir, de la región boscosa de Xilotepec-Chiapa.23 García Castro sostiene que los señoríos de la Triple Alianza no modificaron totalmente la estructura de poder de los tlatoques sometidos, sino que a través del reconocimiento o el nombramiento de un nuevo hueytlatoani o señor, conservaron la organización interna de cada altépetl (pueblo o señorío) hasta el momento de la conquista europea. Además, establecieron pequeñas colonias militares o poblaciones dentro o al lado de los altepeme (pueblos o señoríos) conquistados, a fin de asegurar y simbolizar su dominio.24

No obstante que en esos momentos Jungapeo bien pudo ser uno de los últimos asentamientos tarascos, en realidad fue Taximaroa la que se convirtió en el principal sitio estratégico al ser elegida una de las cuatro fronteras de la provincia, gobernada por un señor principal al servicio del Cazonci. Éste, como gran señor, "tenía puestos por todos los pueblos caciques que ponía él de su mano y entendían en hacer traer leña para los cúes, con la gente que tenía cada uno en su pueblo, y de ir con su gente de guerra a las conquistas".25 Sin embargo, Martínez Baracs supone que "la reciente conquista de remotos señoríos en tierras diversas debió implicar formas de dominio diferentes", aun cuando se siguiera utilizando la coerción, la organización militar y la imposición de algunos castigos.26

El control de estos territorios fue fundamental para los gobernantes michuaques, no sólo por el hecho de ayudarles a acrecentar territorialmente sus dominios; esto les permitió, por un lado, establecer fortificaciones con centros de acopio de armas y víveres para defender sus fronteras, y por el otro, preparar desde esos sitios nuevas expediciones de conquista, como la que emprendieron en el año de 1462 contra los xiquipilcas asentados en el Valle de Matlatzinco y a los cuales lograron sojuzgar por poco tiempo.27

En algunos lugares los caciques aliados de los tarascos hicieron levantar fortificaciones en la cima de los cerros más elevados, con la finalidad de vigilar la frontera y observar los movimientos guerreros de otros pueblos del área matlatzinca; así sucedió por ejemplo en la llamada Mesa del Otatal o cerro de la Cruz, localizado al Noreste del actual pueblo de Jungapeo, en cuyos alrededores se llegó a establecer una de esas guarniciones.28

La Relación de Michoacán menciona que Taximaroa fue tomada y destruida por el Hueytlatoani Axayácatl y que enseguida el Cazonci Zizispandaquare la volvió a recuperar y poblar, sucesos que debieron ocurrir entre los años de 1476 y 1477.29 La derrota que sufrieron las fuerzas de Axayácatl cimbró el orgullo mexica en la urbe del imperio y causó preocupación en no pocos de los pueblos sojuzgados por ellos, por el gran número de vidas humanas que cobró aquella confrontación. La embestida del señor de los mexicas fue sin duda la más directa e importante porque en su empeño por doblegar a los tarascos logró reunir a numerosos contingentes de guerreros provenientes de Xochimilco, Chalco y otros lugares del imperio.30

A raíz de ese revés muchos de los pueblos del Valle de Toluca sojuzgados por los mexicas trataron de liberarse; a eso se debe que pidieran abrigo y protección al señor de Mechuacan a cambio de fiel vasallaje en tributo y en colaboración bélica. Las fuentes registran otra oleada migratoria de otomíes proveniente de Toluca dirigidos por un principal llamado Timax, a quien el Cazonci le designó como su lugar de residencia el pueblo de Taimeo, cerca de Zinapécuaro, al Oriente de la provincia de Mechuacan. De allí se expandió la raza otomí creando varios pueblos en los alrededores y asentándose en otros lugares más alejados dentro de la misma provincia. Precisa la Relación de Taimeo que

...siendo maltratados por los REYES MEXICANOS, se vino un principal que se decía TIMAX, y trató con un señor que había en esta provincia que se decía CHICHISPANDÁQUARE, padre de CAZONCI, que él quería poblar en esta provincia y tributarle como los demás pueblos, que le diese donde hiciese asiento y poblase. Y, ansí, el CHICHISPANDÁQUARE, como señor que era de toda esta provincia, le señaló y dio este sitio de Taymeo donde poblase. Y, ansí, habrá como cien años, según LA CUENTA de los indios, que poblaron, y, así, saben su lengua materna y la tarasca, que es la general desta provincia, y, así, usan la una y la otra". [...] Entiéndese que, cuando esta gente vino a poblar, eran muchos otomíes los que vinieron, y el señor desta provincia los repartió por otros pueblos de tierra caliente donde al presente tienen sus poblazones.31

Varios de esos grupos fueron los que se situaron en las cercanías de un importante centro ceremonial localizado en las faldas del cerro "Agangueo" hoy de Coatepec, cuyos primeros vestigios cerámicos se ubican cronológicamente en los horizontes Epiclásico y Postclásico Temprano (650-1250 d. de C, es decir, de entre los siglos VII al XIII de nuestra era), con clara influencia teotihuacana. El sitio tuvo otro momento importante en el Postclásico Tardío (abarca del año 1200 a 1500 d. de C.) y en la actualidad lo podríamos ubicar entre las localidades de Ziráhuato de los Bernal, San Cristóbal y el propio San Felipe de los Alzati.32

Es cierto, como afirma Fernández Martínez, que carecemos de estudios que nos permitan saber si Ziráhuato estuvo ocupado en el momento de la conquista tarasca; el único trabajo monográfico que se ha hecho hasta ahora sobre la historia de ese lugar dice muy poco al respecto.33 Sin embargo, el cronista Beaumont lo menciona en su obra como sujeto a Taximaroa, apoyado en un "instrumento" de los indios de Timbineo escrito en lengua tarasca.34 Por otro lado, la cédula de la encomienda de Taximaroa que concedió Hernán Cortés al factor Gonzalo de Salazar el 24 de julio de 1524 desde Tenochtitlán, menciona un conjunto de pueblos sujetos que se localizan relativamente cerca del sitio arqueológico en cuestión, algunos de los cuales desaparecieron por completo a finales del siglo XVI a causa de las migraciones y epidemias, mientras que otros lograron sobrevivir hasta nuestros días. Uno de ellos era precisamente el lugar conocido como Macutzio, de origen otomí, en la actualidad manzana de la tenencia de San Felipe los Alzati,35 lo cual nos lleva a inferir que el lugar sí estaba habitado.

De esta manera, el señorío tarasco mantuvo varios fuertes y guarniciones contra los chichimecas, los mexicas y otros pueblos cercanos a sus dominios, en sitios como Yuririapúndaro, Acámbaro, Ucareo, Maravatío y Taximaroa, pero al mismo tiempo extendió sus dominios hacia el Este ocupando lugares como Turundeo, Tuxpan, Jungapeo, Ziráhuato, Macutzio, Zitácuaro, Camémbaro, Zacapendo, Timbineo y Enandio, y hacia el Sudeste con rumbo a la Tierra Caliente, asentándose en Susupuato, Tuzantla, Tiquicheo, Archiricato, Cutzio, Huetamo, hasta llegar a Cutzamala donde existía una extraordinaria guarnición militar.36 Por su parte, los mexicas habían conformado otra zona semejante que comenzaba en Jilotepec y continuaba en Villa Victoria (Llaves), Valle de Bravo, Luvianos, Tejupilco, Tlatlaya, Ostuma-Acapetlahuaya, Sultepec, Tetela del Río y Capulalcolulco.37

Una última incursión por parte de los mexicas a territorio michuaque ocurrió hacia el año 1517 cuando Tlahuicole, un guerrero tlaxcalteca al servicio de Moctezuma II, organizó un gran ejército y con él fue a combatir a las provincias fronteras de aquel reino, entre las que se hallaban Taximaroa, Maravatío, Acámbaro, Oquario (Ucareo) y Zinapécuaro. El cronista Muñoz Camargo señala que

...aunque esta tan grande entrada se hizo a costa de muchas gentes, que en ella murió de la una parte y de la otra, puso terrible espanto a los michoacanenses; no les pudieron entrar ni ganar cosa alguna de su tierra, a lo menos trajeron los mexicas plata y cobre de la que pudieron robar en algunos reencuentros y alcances que hicieron en seis meses que duró la guerra,...38

La confrontación causó la muerte de muchas vidas humanas, y fue uno de los últimos choques entre tarascos y mexicas registrado por los religiosos franciscanos y agustinos en las crónicas de su orden.39 Como explica Fernández Martínez, las diferentes conquistas y migraciones trajeron como resultado una importante multiplicidad de grupos culturales tanto de los tarascos, que era el mayoritario, como de distintas etnias descendientes de las culturas teotihuacana y tolteca, lo cual dio lugar a que en la frontera se hablaran por lo menos seis lenguas diferentes: tarasca, otomí, mazahua, matlatzinca, pame y náhuatl. "La pluralidad lingüística que se observó de manera general en la frontera persistió de modo particular en cada uno de los pueblos estudiados, siendo más marcada en Zitácuaro y Taximaroa, lo cual resulta natural si consideramos que fueron los lugares que controlaron el acceso al territorio tarasco, y por lo tanto, la interacción con los vecinos fue más temprana e intensa".40

Los lingüistas han podido demostrar que las lenguas suelen presentar diversas variantes, no obstante la cercanía entre las poblaciones de la misma etnia, como es el caso de los mazahuas del actual Michoacán y los del estado de México. Lastra señala que en el Clásico existían como lenguas separadas el chichimeco, el pame, el otomí-mazahua y el matlatzinca-ocuilteco; empero, mientras estas últimas se separaron hace poco, en tiempos históricos, los otomíes y mazahuas lo hicieron poco después del año 500 d. de C., aunque han aparecido evidencias lingüísticas que indican que su separación pudo ser posterior.41

Las investigaciones publicadas por Soustelle precisan que el otomí de Michoacán localizado en el pueblo de Ziráhuato se encuentra estrechamente vinculado con el que se hablaba en Xilotepec y San Andrés Timilpan, y no al otomí de la meseta de Ixtlahuaca. Lastra, por su parte, encontró una gran semejanza entre el otomí de San Felipe, tenencia de Zitácuaro y el de San Andrés Cuexcontitlán del municipio de Toluca.42 Estudios recientes parecen confirmar que la lengua en que están escritos los topónimos no siempre era la que hablaban los habitantes de esos lugares. Esto es importante señalarlo para no pensar que Zitácuaro, cuyo nombre es de origen tarasco, era ocupado sólo por esa etnia; al contrario, las fuentes etnohistóricas tempranas nos indican que la lengua materna que desde inmemorial tiempo se hablaba en la zona era el mazahua, ni siquiera el otomí.

A causa de la guerra o por necesidades propias del intercambio de artículos de subsistencia, los indios otomíes tuvieron que aprender otras lenguas como la mexicana, la tarasca, la mazahua y la matlatzinca o pirinda, las cuales aún se hablaban a finales el siglo XVI y primera mitad del siglo XVII. Era a través de ellas como los otomíes se comunicaban, como trataban sus asuntos y contrataban sus mercancías con otros pueblos cercanos. El carácter de "frontera fluctuante" que tuvo la zona, situada entre dos señoríos en constante lucha por ampliar sus territorios y controlar espacios vitales que aseguraran su subsistencia, fue lo que posibilitó el intercambio lingüístico entre ellos, así como la adopción de imaginarios, prácticas y costumbres similares.

Algunos otros lugares fundados por mexicas y tarascos durante sus sucesivas luchas de conquista, así como posteriores asentamientos españoles, fueron rebautizados por los otomíes en su propia lengua. A Zitácuaro le decían "gnchanschua"; a Ziráhuato "ngani"; a San Felipe "ma'hnini"; a Angangueo "oohtti"; a Taximaroa "iooch iaschi"; a Tuxpan "njuá"; a Tuzantla "mohomu"; a Jungapeo "kngkangui"; a Curungueo "d'ti"; a Aporo "aporo" y al pueblo de Irimbo, muy cercano al anterior, le llamaban "maccan dampo", con fuerte sentido peyorativo.43

 

Mazahuacan: tierra de los mazahua

En lo que respecta a los mazahuas, comenzaremos por decir que hacia el año 1244 los chichimecas de Xólotl procedentes de la región de Xilotepec-Tula o del Valle del Mezquital, pasaron a establecerse en el Valle de México. La migración estaba conformada por dos importantes linajes (Chichimecas y Tultecas) de los que habrían de surgir nuevas generaciones, cada una con su lengua y modo de vivir particular. Entre los grupos que se preciaban de ser de los "meros Chichimecas" traídos por Xólotl estaban los acolhuas, aztlanecas (mexicanos), tlaxcaltecas, tepehuas, totonaques, mezcas, cuextecos, michuaques, otomíes, mazahuas y matlatzincas, entre otras naciones que decían pertenecer al mismo linaje.44

Cuando Xólotl decidió repartir su señorío entre los seis jefes principales que trajo consigo, dispuso que "la parte del Poniente, con las tierras de Amacahuacan" fueran gobernadas por los señores Técpatl y Quauhtlíztac, a cambio de que lo reconocieran como rey y señor, lo mismo que a sus descendientes, "haciéndoles la especial recomendación que no quitasen o cambiasen los nombres de las ciudades que poblasen".45 Mientras que Técpatl se convirtió en el señor de los matlatzincas, grupo mayoritario que llegó a dominar todo el Valle de Toluca y una pequeña parte del actual Michoacán,46 Quauhtlíztac lo fue de los mazahuas, pueblo relativamente pequeño que muy pronto fue sujeto de los tepanecas. El pertenecer a un mismo tronco lingüístico (el otomiano) y la semejanza cultural entre ambos grupos, es lo que permite comprender por qué aparecen como vecinos dentro de una misma provincia.47

Si tomamos como centro el Nevado de Toluca, podemos ver que los mazahuas se asentaron en un extenso territorio localizado de Noroeste a Suroeste del territorio matlatzinca, siempre en los márgenes con la frontera michuaque por ambas partes. Salvo lugares como Ixtlahuaca, Xocotitlán y Atlacomulco, que podríamos considerar más o menos poblados y mejor organizados, el resto de los mazahuas vivían asentados en los bosques y valles, y a eso se debe que hayan sido los últimos en ser colonizados por los mexicas y por los españoles. Inclusive los arqueólogos que han realizado excavaciones en una superficie de 650 kilómetros cuadrados en esa zona, no han detectado más de 19 sitios habitacionales pequeños y sólo uno o dos de cierta significación. Algunos autores sostienen que dichos sitios se construyeron en el Postclásico Tardío con fines defensivos, y hasta se habla de un abandono de la parte Noroeste del Valle de Ixtlahuaca durante la época del imperio mexica, debido a las guerras que éstos sostenían con los tarascos. García Castro agrega que los mazahuas de las zonas montañosas al Poniente del volcán Xinantécatl no alcanzaron a organizarse en un altépetl o impuhetzi, y permanecieron como personajes secundarios y oscuros en la documentación colonial hasta finales del siglo XVII.48

No obstante, Xocotitlán fue considerado por mucho tiempo como la capital del reino de Mazahuacan. Aunque los mazahuas o "masauaques" -como les llama Sahagún-, eran de la misma calidad y costumbres que los de Toluca, se diferenciaban de ellos por la lengua. De las costumbres de las mujeres, dice fray Bernardino, que a pesar de ser adultas se afeitaban la piel como si fueran jóvenes, se emplumaban los brazos y las piernas, y participaban en las danzas utilizando unas sonajas que llamaban ayacachtli. Respecto a los hombres, agrega que ordinariamente cargaban con estas sonajas y cuando se les ofrecía realizar alguna fiesta, se ataban una cinta a la cabeza con una correa y allí ponían una de ellas. La ocupación principal de los mazahuas consistía en labrar sementeras y, aunque eran resistentes al trabajo, se les consideraba poco hábiles y algo toscos para desempeñar algunos oficios.49 En cuanto a su cultura material, los arqueólogos han localizado en la zona habitada por ellos, cuencos y cajetes abiertos con decoración polícroma crema anaranjada y blanco sobre un fondo rojo, y vasijas de color negro sobre el fondo pintado en rojo, pero sin presencia de cerámica matlatzinca ni mucho menos el comal y el molcajete usados por los mexicas.50

Los asentamientos mazahuas en la parte media oriental de lo que ahora es el estado de Michoacán, pueden ubicarse entre los años de 1479 y 1480, poco después de que el Hueytlatoani Axayácatl extendiera las conquistas hacia el Poniente de sus dominios. Fernando de Alva Ixtlilxochitl en su Historia menciona que

Los tres reyes (Axayácatl, Nezahualcoyotl y Chimalpopoca), habiendo juntado sus gentes, fueron contra los de la provincia de Matlaltzinco y los vencieron, y con los cautivos poblaron el pueblo de Xalatlahuco, y luego fueron [...] contra los chichimecas y otomíes de todas las provincias que contienen tres naciones, que son otomíes, mazahuas y mataltzincas, cuyos pueblos son Xiquipilco, Xocotitlán, Xilotepec, Teuhtenanco, Tlacotepec, Callimayan, Amatepec, Zimatepec y Tolocan. Después de haber puesto presidios y gente de guarnición en lo más necesario de estas provincias, se volvieron a sus tierras,...51

De acuerdo con las Relaciones originales de Chalco Amaquemecan escritas hacia 1602 por Francisco de San Antón Muñón de Chimalpahin, entre 1472 y 1475 los matlatzincas de Tolloca fueron vencidos y sojuzgados por Axayácatl con ayuda de Quetzalmamalitzin, señor de Teotihuacan, quien lo acompañaba en sus expediciones. Éstos no tardaron en llevar la guerra al territorio de los mazahuas, quienes ya sojuzgados, acompañaron a los mexicas en su intento por tomar el reino de Michoacán.52 Por su parte, Clavijero señala que Axayácatl emprendió su campaña desde el valle de Toluca logrando ocupar los pueblos de Tuxpan y Taximaroa, quedando este último lugar por raya entre los reinos de México y Mechuacan.53 Sin dejar de hacer incursiones en otros territorios, hacia 1478-1479 Axayácatl ya había aniquilado a los matlatzincas de Calimaya y logró someter a los xiquipilcas, aliados de los tollocas.54

 

De "Mazahuacan" a "Mechuacan"

Hacia el año 1428, con Izcóatl a la cabeza, comenzó la política expansionista de los mexicas y varias décadas después se consolidaron los gobiernos militares como consecuencia de la conquista de Tollocan; es entonces que se da el éxodo de grupos otomíes, mazahuas y matlatzincas hacia el reino de Mechuacan en busca de protección y de tierras para su sustento. De acuerdo con las fuentes etnohistóricas más tempranas, en tiempos del Cazonci Zizispandaquare varios pueblos de estas tres naciones, guiados por distintos indios principales, entre los que se mencionan a Timax y a Ucelo Apanze, le pidieron permiso para poblar sus tierras a cambio de vasallaje y pago de tributo. El Cazonci accedió autorizándoles a poblar en Taimeo, localidad cercana a Zinapécuaro y Araró, al Oriente de la provincia; en Necotlán (hoy Santiago Undameo), cerca de Pátzcuaro, y en Charo matlatzinco, próximo al Valle de Guayangareo (actual Morelia). Además de lo que se menciona en la Relación de Taimeo de la que ya hablamos,55 la Relación de Necotlán señala que los hombres que habitaban en ese lugar

...solían ser, antiguamente, de la provincia de México, de tierra de Toluca. Dicen los antiguos viejos que habrá como cien años que un principal otomí, que se decía UCELO APANZE, vino huyendo de México y se recogió ante un señor que se decía CHICHISPANDAQUARE, padre del CAZONCI, rey que fue desta provincia, y éste les dio estas tierras y los mandó poblar en este sitio, y en otros pueblos que se dicen Taymeo y Matalzingo, y en otros pueblos de tierra caliente, donde al presente viven.56

Finalmente, en 1635 un indio matlatzinca del pueblo de Charo relató lo que por tradición oral le habían transmitido sus ancestros sobre la llegada de este grupo a Michoacán:

... y esto lo sabe porque de unos viejos a otros ha habido siempre tradición y han entendido que la venida de estos naturales a este pueblo fue porque sus antepasados vinieron de Toluca por vejaciones que allá recibían y así entendieron que primero se vinieron los naturales de Santiago Necotlán, Jesús y Neutla que están en tierras de su Majestad y los antepasados de esta dicha Villa como hallaron este puesto desocupado se poblaron en él; y fueron aumentando hasta estar en mucha cantidad y así se ha ido continuando.57

Entre los viejos que mencionaba el declarante se encontraba su bisabuelo, originario de Toluca, quien junto con otros indios escapó de la tiranía del Hueytlatoani mexica. El número de familiares que después vinieron a poblar en Michoacán se calculó en "casi trescientos" de nación matlatzinca, asignándoles para vivir en San Miguel Cicío, Patámbaro, La Asunción Brevío, Mexcala, La Asunción y Santa Mónica, Xaripeo, Cuiceo, Texcaltitlán, Maravatío y Onchécuaro, Tarímbaro, Tiripetío, Necotlán, Taymeo y Huetamo.58

Otras más de esas "poblazones" no pudieron ser otras que las que se asentaron cerca del lugar que después sería conocido con el nombre de Zitácuaro, como Chimusdá, Agogoni, Ucareo, Ucariguarimeo (actual Camémbaro) y Anguerin, por mencionar algunos;59 también lo hicieron en Cuzio (cerca de Huetamo), Ajuchitlán y Guayameo, en la franja suroriental de la provincia. ¿En qué apoyamos nuestra aseveración? En primer lugar, en el hecho de que los testimonios presentados por los ancianos mazahuas, matlatzincas y otomíes de algunos de esos pueblos, remiten a un sitio de procedencia común: la provincia de México o las tierras de Toluca. En un sentido amplio, dichas tierras comprendían los reinos de Mazahuacan y Matlatzinco, en donde se encontraban poblaciones importantes como Xilotepec, Tollan, Toluca y Coatlan, tal y como lo podemos apreciar en el mapa del Imperio Mexicano con los reinos de Acolhuacan y de Mechuacan publicado por Clavijero.60

En segundo lugar, es importante resaltar que a pesar de tener una lengua diferente, conservaban una memoria histórica compartida. Por un lado, tenían presentes los recuerdos trágicos de su conquista, así como los agravios y vejaciones de que habían sido objeto por parte de los gobernantes mexicas; por el otro, no olvidaron el nombre del Cazonci de Mechuacan que les permitió asentarse en sus dominios, agradeciéndole el gesto a cambio de subordinación y ayuda militar. Zizispandaquare es el señor de los tarascos al que todos los entrevistados mencionan y al cual los antiguos indios principales decidieron someterse de forma voluntaria. Esta memoria histórica se fue transmitiendo de padres a hijos de forma oral y junto con la lengua constituyó un elemento fundamental en el fortalecimiento de la identidad de cada grupo.

En tercer lugar, los indios reseñaban los acontecimientos partiendo de una misma cronología, adecuada ya al calendario impuesto por los conquistadores. Llama la atención la longevidad de las personas elegidas para hacer las indagaciones y la capacidad que mostraron algunos de ellos al aprender varias lenguas convirtiéndose en intérpretes. Los viejos hablaban de lo que supieron u oyeron decir a sus padres y uno de esos momentos importantes los remitía a 1479, año en que llegaron a tierras michoacanas, pidieron permiso para vivir y, luego que les fue concedido, se asentaron en distintos puntos del territorio tarasco. "Habrá como cien años" que poblaron esas tierras, decían los viejos otomíes en las indagaciones. Tomando en cuenta que las relaciones de Taimeo y Necotlán se escribieron en 1579 y que para los habitantes del lugar aquellos sucesos tuvieron lugar cien años atrás, podemos concluir que el último periodo de asentamiento otomí, mazahua y matlatzinca en la zona de Zitácuaro y en todo el Oriente de Mechuacan, previo al contacto con los españoles, debió ocurrir entre los años de 1479 y 1480 aproximadamente, justo por el tiempo en que Axayácatl logró someter a Xiquipilco.61 Esta pluralidad lingüística en la zona aún persistía a finales del siglo XVI y principios del XVII, y fue claramente percibida por los religiosos y cronistas que pasaron por el lugar con la misión de instruir a los indios y predicar el Evangelio.

Uno de los criterios que tomó el Cazonci para distribuir en su territorio a los distintos pueblos, fue sin duda el del fortalecimiento de sus fronteras en toda la parte oriental de su señorío. Cada uno de estos grupos se estableció en un sitio en el que sólo tenían cabida los miembros de la misma etnia. A eso se debe que todavía en el siglo XVI encontremos pueblos y barrios de indios conformados de forma exclusiva por gente otomí, mazahua, tarasca, nahua y matlatzinca. Esto desde luego no era impedimento para que aprendieran otra lengua, además de la materna, y así pudieran comunicarse entre ellos. Los mazahuas se instalaron en las tierras frías del Noreste de la provincia, cerca de un río que nacía en ese lugar y que les permitía abastecerse del vital líquido.62 Además de dedicarse a labrar sus sementeras aprovecharon los bosques y la fauna silvestre de la región para sobrevivir. También trabajaron el maguey, recurso que existía en abundancia en la zona y del cual sacaban lazos, mecates y mecapales para utilizarlos en sus actividades agrícolas y domésticas.

Si bien los mazahuas debieron tener sus propios indios principales, todos en general eran regidos por un achaecha o indio gobernador que el Cazonci les mandaba desde Tzintzuntzan, la capital del reino, o bien desde la fortaleza de Taximaroa, que se hallaba más próxima a los pueblos subordinados. Es entonces que debió darse nombre al sitio donde el achaecha, los sacerdotes y varias familias tarascas irían a gobernar y poblar, y este fue el de "Tzitacuaro", el lugar donde se hacen sogas o cordeles, tal como lo registró fray Maturino Gilberti en su diccionario de mediados del siglo XVI.63

Cuando el achaecha y sus acompañantes llegaron al lugar, se asentaron en un sitio estratégico, a tres leguas del pueblo otomí y a cuatro del mazahua; esto permitiría al achaecha recolectar el tributo en especie y tener siempre listas armas para la guerra. A partir de entonces, Zitácuaro se convertiría en el principal centro de autoridad religiosa, administrativa y militar, al que quedaron sujetos los pequeños poblados de los alrededores como Camémbaro, Timbineo, Agogoni y Chimusdá y a eso se debe que sea Zitácuaro el principal punto de referencia para los religiosos que desde 1526 comenzaron a evangelizar en esa zona, construyendo sobre el antiguo cu que había en el lugar, una pequeña iglesia para el culto católico.64

No sabemos con certeza qué era lo que tributaban estos mazahuas al señor de Mechuacan, pero posiblemente entregaban sogas, mantas de algodón, chile, maíz y otras semillas que cosechaban; pieles y animales que cazaban; fabricaban arcos y flechas para los hombres de guerra y también le enviaban algunas doncellas, hijas de los indios más principales que entre ellos había. Esto último nos hace pensar que era a través de las alianzas matrimoniales como se perpetuaba el linaje de los indios principales y al mismo tiempo se consolidaban los lazos de obediencia y lealtad hacia el Cazonci. También adoraban a dos ídolos de piedra con hechura de hombre llamados Curicaueri y Urendecauecara; armados con arcos y flechas ayudaban a los tarascos en sus guerras contra los de Toluca y Temascaltepec, y muchos de sus prisioneros eran ofrecidos a sus dioses en sacrificio.65

 

La conquista militar española

Cuando se dio la conquista de Mechuacan por las tropas de Cristóbal de Olid en 1522, algunos otomíes participaron de manera decidida del lado de los españoles; les servían de soldados, de guías, de intérpretes o de mensajeros. Según la Relación de Michoacán, Olid tomó el pueblo de Taximaroa, hizo prisionero al cacique tarasco Pedro Cuiniarángari y lo envió a Tzintzuntzan custodiado por una escolta de la que formaban parte cinco mexicanos y cinco otomíes que traía a su servicio.66 Sin embargo, este testimonio proporcionado por el propio don Pedro debe tomarse con reservas, pues nuevos estudios lo revelan como un noble del linaje uacúsecha que gozaba de una posición privilegiada, que trataba de proteger sus intereses políticos y económicos y que gracias a sus informes, contribuyó a construir un relato en el cual él aparecía como garante de la paz y a veces como protector de los españoles ante el conflicto bélico causado por la Conquista.67

De nada sirvieron las medidas tomadas por el Cazonci de concentrar en Taximaroa a toda la "gente de guerra" para hacer frente a los invasores; fue infructuoso el intento de reunir a los "matalcingas y otomies y bétama (huetamas) y cuytlatecas y éscomaecha y chichimecas" porque cuando don Pedro, el enviado del Cazonci, llegó a Taximaroa "todos se habían huido".68 Allí empezó propiamente la conquista de Michoacán. En el futuro, los aliados otomíes adquirieron mayor protagonismo y junto con los tarascos y otros grupos habrían de apoyar a los españoles en la conquista del septentrión novohispano. No olvidemos que de Xilotepec fue de donde salieron muchos indios otomíes a fundar posteriormente poblaciones coloniales tan famosas como Querétaro, Acámbaro y Celaya, entre otras; también vivieron en Acambay, Toluca, Temoaya y el antiguo distrito de Lerma, en el hoy estado de México.

Por lo que toca a los mazahuas, carecemos de información precisa sobre el rol que jugaron durante la conquista y primeros años de colonización. Los cronistas indican que Malinalco y Matlatzinco fueron las últimas poblaciones en ser conquistadas luego de la caída de México Tenochtitlán, pero nada en concreto sobre los mazahuas asentados en la parte Poniente de la provincia. La información proporcionada por algunos de estos autores nos relata las pugnas entre matlatzincas y otomíes, y la ayuda prestada por estos últimos a los españoles. Por ejemplo, López de Gómara escribió que

...vinieron diez y seis mensajeros de lengua otomitlh, quejándose de los señores de la provincia de Matalcinco, sus vecinos, que les hacían cruda guerra y que les habían destruido la tierra, quemado un lugar y llevado la gente; y que venían hacia México con el propósito de pelear con los españoles para que saliesen entonces los de la ciudad y los matasen o echasen del cerco; y que proveyese presto de remedio, porque no estaban de allí más de doce leguas, y eran muchos.69

Cortés envió a Gonzalo de Sandoval a combatir a los matlatzincas con ocho caballos, cien peones y "con muchos de aquella serranía". En pocos días la ciudad fue cercada por los españoles y sus aliados, muriendo en el alcance cerca de dos mil indios. El lugar fue saqueado y destruido por el incendio y los que pudieron escapar se refugiaron en el cerro de Xinantécatl, en donde habían construido una fortaleza. "Tuvieron grandes llantos y alaridos -escribe López de Gómara-, y un estruendo increíble de atabales y bocinas hasta media noche". Cuando Sandoval fue a perseguirlos, el jefe de aquel lugar rindió las armas prometiendo pacificar los pueblos de Matlatzinco, Malinalco y Cuixco y, conseguido el perdón de Hernán Cortés, sirvieron muy bien a éste en el sitio impuesto a México Tenochtitlán.70

Lo más probable es que los españoles guiados por los otomíes, hayan logrado sujetar muchos pueblos principales del área mazahua, como Ixtlahuaca, Xilotepec, Xocotitlán y Atlacomulco, y junto con ellos a otros subordinados de menor rango o importancia, como sugiere Gerhard.71 García Castro indica por su parte, que los españoles concedieron ciertas concesiones a los jefes sometidos con el fin de ganarse su lealtad a cambio de darle perpetuidad a su linaje. Los caciques de Xocotitlán y Atlacomulco por ejemplo, recibieron el título de "don" y el nombre cristiano de Francisco Villegas, que era su encomendero. Otros pueblos mazahuas de Malacatepec pasaron a formar parte de la encomienda de Alonso de Ávila a mediados del siglo XVI. Para García Castro, los pueblos de encomienda constituyen la evidencia más tangible de la continuidad de los antiguos altepeme.72

 

La encomienda de Taximaroa

Los españoles supieron aprovechar la estructura político-territorial preexistente de los altepeme o impuhetzi (pueblo o señorío) creada por el imperio tenochca. Decidieron respetar las instituciones políticas de los niveles básicos o las de los señoríos locales, porque era una manera segura de obtener riquezas y fuerza de trabajo para sus empresas agrícolas y mineras. Por su parte, los gobernadores e indios principales sabían que era a través de "la continuidad negociada" de sus instituciones básicas como podían seguir existiendo, reproducirse y conservar muchos de sus valores, costumbres y tradiciones. Esto fue lo que permitió el establecimiento de nuevas instituciones y prácticas coloniales durante el primer siglo de dominación, como fueron la encomienda, la parroquia, el corregimiento y las congregaciones.73

La encomienda fue la primera forma de explotación de la fuerza de trabajo nativa implantada primero en las Antillas y posteriormente trasladada a la Nueva España por los españoles. Por encomienda se entiende al grupo de indios que han sido depositados o "encomendados" a un conquistador o poblador, para servirle y darle tributo durante cierto tiempo, con la condición de que los naturales fueran protegidos y educados en la fe católica por los conquistadores.74

La visita que Antonio de Carvajal realizó entre octubre de 1523 y abril de 1524 a Michoacán por órdenes de Hernán Cortés, fue fundamental para la primitiva historia de la ocupación española en esas tierras porque en su informe se apoyaría el futuro marqués del Valle de Oaxaca para hacer la distribución de las encomiendas. La lista entregada por Carvajal comprendía la visita a varios pueblos cabecera con sus sujetos y estancias; el número de casas existentes en ellas, la situación geográfica donde se encontraban, los nombres nativos de montañas, ríos, fuentes y lagos y otros datos de interés.75 Aunque sólo se han localizado las correspondientes a Comanja, Uruapan, Turicato, Huaniqueo y Erongarícuaro, son valiosas porque nos permiten ubicar algunas de las poblaciones que estuvieron incluidas en la encomienda de Taximaroa: Guaniqueo, antiguamente sujeto a "Calsunsi" y a un señor llamado Aymotupe; Acanbaro, sujeto a Areno, que a su vez dependía de Guaniqueo, y Maritzo, sujeto a Comanja.76

Gonzalo de Salazar llegó a ser encomendero de Taximaroa por virtud de una cédula de Hernán Cortés otorgada el 24 de julio de 1524 en Tenochtitlán, cuyo documento fue confrontado con su original en la ciudad de México el 29 de enero de 1532 ante el escribano público, Alonso de Paz. Por tratarse hasta ahora de un testimonio inédito en donde se consignan algunas de las poblaciones que existían en la zona Oriente de la provincia en los primeros años de la Conquista, lo reproducimos íntegro. Dice literalmente:

Por la presente se deposita en vos Gonzalo de Salazar, fator de sus magestades desta Nueva España. El señor e naturales del pueblo de Taxinda que es en la provincia de Mechuacan en los pueblos de Acanbaro y Macharo y Avaneo e Masgoron, Ecunbaro, Unyameo, e Tupataco e Gua-riqueo e Puzquaro y Macutzio y Tanimeo, Cunguorira e Yraputo y Chercanen, Guechao y Atapuero y Azaro con Maritzo y Gincomas e Guacao y Umarozio y Andachuco y a Zataquero e Matamysquaro y Bugapachoro y Guanymoro e Chanchaqueo y Gozinveo y Characheo y para vuestra merced manda Echarapesto e Pazarco que son subjetos al dicho pueblo de Taginda cabe asta para que os syrvays dellos e vos ayuden en vuestras haciendas e granjerías conforme a las hordenanzas que sobre dicho estan hechas e se haran e con cargo que tengais de los instruir en las cosas de nuestra santa fee catholica ponyendo en los todos vigilancia e quietud posyble e necesaria razón. Fecho en Tenuxtitan a veynte e quatro de julio de mil e quinientos e veynte e quatro años Fernando Cortes. Por mandado del governador mi señor don Rodrigo de Paz.77

Salazar era originario de Granada, España y estuvo casado con Catalina de la Cadena, siendo ambos criados de los reyes católicos. Llegó a la Nueva España en el año de 1523 ostentando el cargo de "factor real" acompañado de sus tres hijos Hernando, Catalina y Juan, así como de un hermano llamado Juan Velázquez que viviría en México en una casa de su propiedad.78

El sitio elegido para establecer la encomienda de Taximaroa fue "en una lomas entre sierras" en donde se disponía de "buenas aguas y montes". A pesar de que la mayor parte del lugar era de "tierra fragosa", lleno de quiebras, malezas y breñas que hacían difícil los cultivos, lo compensaba el hecho de que en "una estancia de este pueblo" se cogía oro.79 Poco tiempo después, y de acuerdo con los comisionados enviados por el Cazonci, arregló las mojoneras y linderos para distinguir lo que tocaba al rey de España, con el fin de gobernar a los indios y cobrar de ellos los tributos que le pertenecían. Pérez Escutia, basado en Beaumont, ubica algunos lugares que nos pueden servir de referentes: al Norte, el llano de Tepetongo, Paquisihuato, Yurécuaro, el macizo montañoso de Los Azufres y Jerahuaro; por el Sur el monte llamado Hurisi y los parajes Tarecuato, Aramehuato e Ipucuato; al Este Yanicuahuato, Copándaro y Apundaparavieu; y al Oeste, un sitio llamado Urapeo (Irapeo), situado al Oeste de Otzumatlán, para continuar hasta Yunsimahuato, Caperahuato, río de Patamoro y el sitio denominado Patoro.80

Hacia 1549 la encomienda contaba con poco más de 2500 personas distribuidas en tres pueblos cabeceras con algunos barrios, y 80 indios de distintas etnias eran utilizados en el servicio de las minas;81 asimismo, el ingenio de azúcar que fundó a finales de 1543 el mismo Salazar "en término de Zitácuaro" también utilizó no sin problemas la mano de obra de los naturales.82 Un testimonio de finales de enero de 1551 nos dice que en él laboraban más de 200 personas, un número muy superior al que estaba obligado a dar por tasación aquel pueblo, ocasionando por consecuencia cierto malestar entre los habitantes del lugar.83 Habrá que añadir que, además de multiplicarse las cargas de trabajo impuestas por los españoles, para el indio no fue fácil adaptarse al pago salarial introducido por órdenes del monarca en las Indias, porque a sus espaldas cargaba con una relación laboral que lo vinculaba de manera estrecha con prácticas rituales que desde muchos años atrás desempeñaba al seno de su comunidad.

No contamos con datos concretos que nos permitan reconstruir la historia de los pueblos otomíes y mazahuas de la frontera oriental de Michoacán en la primera mitad del siglo XVI. Las fuentes no hacen la distinción entre los diferentes grupos que habitaron en esta zona. El hecho de que no se conozca el nombre indígena original de varios de esos pueblos en los primeros años de la Conquista, nos impide saber si estuvieron comprendidos entre los que entregó Cortés a Gonzalo de Salazar en encomienda. Por lo menos identificamos algunos correspondientes a esta área que sí se mencionan y que lograron subsistir hasta nuestros días: Macutzio, Taimeo, Zitácuaro, Guanimoro y Sanchiqueo,84 habitados en aquel tiempo por la raza tarasca, otomí, mazahua y matlatzinca.

A pesar del litigio que Salazar tuvo que enfrentar durante varios años contra los apoderados de Cortés por el usufructo de dicha encomienda, logró mantenerla en su poder para posteriormente dejarla en manos de uno de sus hijos, Juan Velázquez de Salazar en 1553. Cuándo éste murió en 1612, los derechos los adquirió su esposa doña María de Urdiñola. En los años subsiguientes la encomienda tuvo distintos usufructuarios: José Magallón en 1622; Manuel Orozco y Cervantes en 1667 y Josefa Pacheco Velázquez en 1741.85

 

La conquista espiritual

Como sabemos, los pobladores circunscritos a la encomienda de Taximaroa fueron convertidos a la religión católica por los frailes franciscanos. Empero ¿quiénes fueron los primeros evangelizadores en la región? ¿en qué años desarrollaron su actividad misionera? La información es ambigua y en ocasiones contradictoria. Beaumont nos dice que fray Ángel de Jesús y Alonso de Palo, lego, llegaron con los hombres de Hernán Cortés y fueron los primeros en llevar la religión cristiana a los indios de Taximaroa, Tuxpan y probablemente de Zitácuaro y sus alrededores; con la ayuda de "muchos españoles" empezaron "a fabricar una iglesia, encima, donde estaba la casería".86 Sin embargo, aquellos nombres no aparecen entre los primeros evangelizadores franciscanos conocidos. Ricardo León señala que entre 1525 y 1528 hubo algunos que entraron en Michoacán pero se regresaron al poco tiempo dadas las difíciles condiciones del lugar.87 Si esto fue así, entonces cobra relevancia el testimonio encontrado por el fraile franciscano Manuel Marín Villaseñor en el último cuarto del siglo XVIII, en el archivo del convento de Zitácuaro, que señalaba que "se fundó este pueblo de S. Juan Tzitaquaro, hoy villa con el mismo título, el año de mil quinientos veinte y seis a veinte y cuatro de junio",88 lo cual debió hacerse sobre el caserío ocupado por el grupo gobernante tarasco.

La evangelización temprana en la zona puede confirmarse con otras evidencias descubiertas en fechas relativamente recientes. La más importante de ellas es el altar principal de la iglesia de San Francisco Coatepec, a kilómetro y medio de Zitácuaro en dirección Suroeste, la cual debió construirse entre 1528 y 1537, durante la segunda y tercera etapa del desarrollo de las misiones franciscanas en Michoacán.89 El sitio escogido para iniciar los trabajos de edificación fue un paraje llano, un tanto cercano de los grupos de indios dispersos que vivían en los alrededores. El lugar resultaba ideal porque ofrecía otras ventajas: muy cerca de allí había agua en abundancia, muchos árboles de pino, encino y oyamel de donde extraerían madera; piedra de río y suficiente arena para no sufrir la escasez de materiales de construcción.

La capilla abierta se construyó toda de piedra con dirección de Oriente a Poniente, como era costumbre entre los religiosos de la orden. Los frailes debieron labrar la piedra con sus propias manos y tallar una serie de figuras simbólicas aún no contaminadas de representaciones indígenas. Al menos eso es lo que nos induce a pensar la falta de elementos aborígenes en él y lo cargado que está en su decoración. Las cornisas de la iglesia son típicamente europeas y reflejan la arquitectura que llevaron a cabo los religiosos en los primeros años de la evangelización. El retablo es de piedra y muy austero. También pueden verse las columnas labradas de manera burda, superpuestas en estilo jónico y compuesto. Además, en el altar se aprecian hermosos grabados que representan varias cornucopias o "cuernos de la abundancia" y las hojas y frutos de la vid, cosa bastante singular que nos indica que los frailes misioneros llegados por primera vez a estas tierras no estaban aún culturizados con los alimentos y formas de representación de los indígenas, como sí ocurrirá con la iglesia otomí de San Felipe.

Esta pequeña construcción corrió paralela con la edificación del convento de San José Taximaroa, que había sido fundado entre los años de 1531 y 1535 por la Provincia del Santo Evangelio de México y desde la cual se realizarían las visitas de doctrina a los diferentes pueblos de indios. Prueba de que el convento de Taximaroa ya existía para esas fechas, es el testimonio de Gonzalo Gómez, primer poblador español en el Valle de Guayangareo quien en 1537 declaró en un litigio de límites entre los obispados de México y Michoacán, que

...en el pueblo de Taximaroa hay un monasterio de frailes que administran los santos sacramentos y en el pueblo de Acámbaro ha oído decir este testigo y así es público que hay otro monasterio, y este testigo ha tenido mucha comunicación con los frailes del monasterio, aunque no se ha hallado en él y que todo esto es lengua tarasca y sujeto a esta provincia de Michoacán.90

Según La Rea, luego que los frailes administraban en sus partidos y guardianías, se tomaban entre una y dos semanas para hacer sus visitas a los demás pueblos de su jurisdicción,

...y visitada se volvían a la cabecera, predicando, confesando, bautizando y enseñando la doctrina. [...] Las cabeceras de que tengo relación fueron, la de la ciudad de Tlaximaloyan, que visitaba a Tuxpia y a Tzitáquaro, y por ser tan grande su administración se hicieron tres guardianías muy capaces.91

Otros religiosos consignados en las fuentes fueron fray Francisco de Castro (1543) y fray Antonio Beteta (1550), quienes salían de Taximaroa a realizar sus visitas de doctrina a los poblados cercanos; se esmeraban por aprender la lengua nativa para poder evangelizar a los indios y, en la medida de sus posibilidades y aprovechando la fuerza de trabajo indígena, comenzaron a construir capillas abiertas y pequeñas iglesias para el servicio del culto, como la del pueblo de "Patisiguad" ubicada "a la parte del Este" de la provincia, posiblemente en lo que fue después Paquisihuato, cerca de Maravatío.92

Asimismo, en el "ma'hnini" (pueblo) otomi cercano a Zitácuaro, el padre Castro empezó a edificar una pequeña iglesia empleando para su construcción adobe, piedra, madera y tejamanil, entre otros materiales; poco después hizo un atrio para que le sirviera de camposanto y colocó en el centro de éste una enorme cruz de piedra, hecha de una sola pieza, con incrustaciones de obsidiana y un nicho en su pie; todo descansando sobre un gran pedestal. Los franciscanos le dieron a esta fundación la advocación de San Felipe, en recuerdo de uno de los apóstoles.93

Hacia 1543 la iglesia de San Felipe estaba ya edificada. Un traslado del siglo XVIII nos dice que las tierras que había adquirido Salazar para fundar su ingenio, se hallaban "en la vega que está de unas casillas y una iglesia de otomíes, en todo el valle y término de Zitácuaro".94 Cada uno de los componentes del paisaje físico y natural que se describe en el contrato de compraventa (casillas, iglesia y valle) y que pudo apreciar el encomendero Salazar al mediar el primer siglo de la Conquista, son los mismos que podemos observar en la actualidad desde distintos puntos de ese municipio.

A un costado de dicha iglesia, el fraile y los indios levantaron un hospital con el objeto de atender a los numerosos enfermos que dejaron las epidemias de matlazahuatl y viruela.95 Fue fabricado de piedra y su techo estaba soportado por varios morillos o puntales y decenas de vigas de "llarín". Se dice por tradición que la iglesia principal fue construida por los hombres y que la casa del hospital, convertida después en capilla dedicada a Nuestra Señora de la Candelaria, fue debida al trabajo de las mujeres; sin embargo esto último es un testimonio que no hemos podido documentar. Sin duda, lo que ayudó mucho al desarrollo de la comunidad fue el hecho de que por San Felipe pasara el camino que conectaba al ingenio de Zitácuaro con los pueblos de Tuxpan y Taximaroa y que posteriormente se prolongó hasta las minas de Zacatecas.96 Ese camino aún se conservaba a finales del siglo XVI cuando dicho pueblo otomí fue visitado en 1585 y 1586 por el padre fray Alonso Ponce, de la orden de San Francisco.97

Ya para entonces en el pueblo de San Juan Zitácuaro se había construido una pequeña iglesia con la participación de los indios del lugar, misma que era atendida por dos religiosos de la orden; eran ellos los que se desplazaban de manera periódica al pueblo de San Felipe y a otros lugares de los alrededores como Coatepec, Timbineo y Aputzio para ofrecer los servicios espirituales a los indios. Asimismo, el lugar contaba desde 1543 con una imagen de Nuestra Señora de los Remedios traída de España por Juan Velázquez de Salazar para devoción de su casa en Taximaroa, la cual finalmente debió dejar en Zitácuaro. En muy poco tiempo, las noticias de sus portentos corrieron de boca en boca entre la gente y su fama de imagen milagrosa se extendió hacia los cuatro puntos cardinales de la provincia.98

De esta forma, aunque Zitácuaro ya contaba con un buen número de iglesias en los alrededores y con una imagen religiosa muy venerada por los indios, no se convirtió en guardianía sino hasta después de 1569. Espinosa lo pone como el 17° convento que "se fundó por los padres antiguos de la custodia" después de la de Tarecuato y antes de Jiquilpan.99 Esto fue lo que facilitó el contacto entre los dos religiosos que moraban en el convento y los habitantes de aquellos pueblos de indios. Sin embargo, la comunicación entre ambos debió ser complicada en un inicio, sobre todo para los frailes, quienes en su afán por cumplir su misión evangelizadora primero tuvieron que superar el problema de la lengua.

Como habían hecho con los otomíes, cuando los franciscanos iniciaron el proceso de evangelización del pueblo mazahua cercano a Zitácuaro, lo bautizaron con el nombre de San Mateo. Su patrón de asentamiento estaba conformado por caseríos dispersos en el campo y unas cuantas casas agrupadas en torno a una capilla abierta que con el correr de los años se transformaría en una pequeña iglesia.100 No hay muchas evidencias que indiquen si los frailes llegaron a utilizar los métodos "audiovisuales" ideados por el padre Jacobo de Testera a través de lienzos pintados en que se representaban imágenes religiosas propias de la doctrina cristiana, lo cual no descartamos por completo, dada la relación que existía entre los habitantes otomíes y mazahuas de aquella región.101 Sabemos que en el interior de la iglesia de San Mateo había un platón de duela de madera "laboreada" con dibujos de estrellas, luna y cielo, entre otras representaciones, y aún se puede observar hoy día una pintura en el muro que representa a Juan el Bautista bautizando a Jesús en el río Jordán y en la parte superior una paloma que simboliza el Espíritu Santo.

 

Fuerza de trabajo y movimiento de población

Como ya lo han demostrado diversos estudios, el descubrimiento y la explotación de varios yacimientos minerales de gran riqueza por parte de los españoles, se convirtió rápidamente en una prioridad para la Corona española. La fundación de "Reales de Minas" como el de Tlalpujahua y Otzumatlán, en el Oriente de Michoacán, trajo consigo la concentración de un número importante de trabajadores, el aprovisionamiento de materiales, de alimentos y de ganado, así como también de novedosos sitios de colonización indígena. Por otro lado, los ingenios azucareros de Zitácuaro y Tiripitío, este último cerca de Tuzantla, funcionaron como centros articuladores de una gran cantidad de pueblos otomíes, mazahuas, tarascos, nahuas y matlatzincas esparcidos por toda la zona fronteriza, cuya fuerza de trabajo se utilizó en los cañaverales.102

Los indios eran empleados bajo el sistema de trabajo denominado repartimiento

...el cual era retribuido, regulado por una autoridad civil, el juez repartidor y obligatorio para los indios. Operaba bajo un sistema de 'tanda y rueda', de manera que la obligación laboral se imponía a todos los hombres indios de cada población, exceptuados los nobles y sus familias de linaje, las mujeres y los menores.103

El ingenio de Zitácuaro

El 22 de noviembre de 1543 el factor real Gonzalo de Salazar, encomendero de Taximaroa, compró a los indios de aquel lugar 20 caballerías de tierra para fundar el primer ingenio de azúcar que hubo en la provincia de Michoacán y cuatro días después el corregidor Luis de León Romano le dio posesión de las tierras. Este acto fundacional decía lo siguiente:

En el valle de Zitácuaro se midieron y aposesionaron trece caballerías de tierra a Gonzalo de Salazar con expresión de los linderos, un cerro que está a la parte del Norte nombrado Atucaro, y del dicho cerro a dar a otro que está a la parte del Sur nombrado Agangueo, que es redondo y ambos montuosos, y por la parte del Poniente (que se muestra enmendado Oriente), con un cerro nombrado Querendo Vangareo, y de este a dar a otro que está a la parte del Poniente, llamado Zitácuaro, atravesando el río en derecera a dar a otro que se dice Quaquiro, tomando todos los cerros a la redonda del dicho valle, aguas, vertientes, tierras y aguas y montes. 104

El ingenio de Zitácuaro comenzó construirse entre diciembre de 1544 y noviembre de 1545. Los indios empleados por el factor Salazar provenían del pueblo de Tuzantla "con otros de esa comarca", localizada más precisamente en la Tierra Caliente de Michoacán. También participaron en la edificación del ingenio los indios de Ucareo, Zinapécuaro y otros de aquel partido que el factor Salazar había solicitado con oportunidad.105

Ninguna de las fuentes de la época precisa la calidad étnica de los indios que fueron empleados en él. Sólo se sabe que inicialmente provenían de los pueblos de Taximaroa, Maravatío, Ucareo, Zinapécuaro y Tuzantla, lo cual nos hace pensar que pudieron ser tarascos, otomíes, mazahuas, nahuas y matlatzincas.106 Será hasta finales del siglo XVI cuando los indios mazahuas de la guardianía de Zitácuaro serían enviados a trabajar en el ingenio del mismo nombre, mientras que los de los pueblos de Taximaroa, Ucareo y Tuzantla lo harían en el ingenio de Tiripitío, propiedad de los jesuitas.107

Hasta donde tenemos noticia, los indios de Taximaroa y San Juan Zitácuaro dados en repartimiento para el trabajo en las minas y en el ingenio, servían por lo regular una semana, pero cuando se presentaba una fiesta se les obligaba servir un día más de lo mandado. Tratando de corregir este exceso, el virrey Velasco ordenó de manera tajante que no los tuvieran más de una semana en el servicio, incluyendo las fiestas, salvo si fuese domingo. Quien no acatara su disposición se le suspendería su oficio y se haría acreedor a una multa de cien pesos para la Cámara de Su Majestad.108 Por otro lado, había indios que no daban el servicio cuando les tocaba la "tanda" porque sus "amos" españoles los tenían ocupados en el trabajo de sus labores, estancia, casas y haciendas. Esto desde luego obligaba a los indios de Taximaroa, Zitácuaro y sus sujetos a suplirlos en varias ocasiones con bastante perjuicio de sus personas. Debido a ello el virrey ordenó al corregidor del pueblo que no consintiera que ningún español impidiese a los indios dar el servicio personal del repartimiento, "sino que aunque sean gañanes los dejen ir a servir cuando les cupiere su tanda, y todos vayan sin reservarse".109

Luego de la muerte de Gonzalo de Salazar, el ingenio pasó a manos de su esposa doña María Alarcón, quien lo mantuvo trabajando por varios años hasta que al morir pasó a formar parte de los bienes del rey, los cuales fueron rematados a finales del siglo XVI a favor de Juan Fernández de Mata. Fue él quien se encargó de cambiar el giro comercial del ingenio azucarero, convirtiéndolo en adelante en una hacienda de labor que en lo sucesivo fue conocida como la Encarnación.110

El impacto de las epidemias

El pueblo de San Juan Zitácuaro debió contar a finales del siglo XVI con poco más de 500 indios tributarios, ya que sólo daba 26 indios para el servicio ordinario en el ingenio mencionado.111 Aquí influyeron mucho las enfermedades y epidemias que afectaron a un gran número de población nativa, haciendo estragos en el número de sus habitantes. Si bien desde los primeros años de la Conquista hubo gente que la padeció, llegando incluso a ocasionar la muerte de algunos gobernantes uacúsechas como ocurrió con Zuangua en 1522, este problema se generalizó en la Tierra Caliente de Michoacán entre los años 1545-1548 y fue conocida como la fiebre tifoidea; otra más apareció entre 1576-1581 causando mayores pérdidas en los altos de la provincia de Valladolid y fue llamada de "la peste".112

En ese contexto, los hospitales-pueblo creados en varios lugares de Michoacán por el obispo Vasco de Quiroga, desempeñaron un papel fundamental: en ellos no sólo se proporcionaba refugio, alivio y protección al necesitado; también se introducía a los indios en un modo civilizado de vida organizando su trabajo para su propio sustento, y se les instruía en la fe católica. Por su parte, los hospitales-enfermerías que constituyeron la gloria de los primeros padres franciscanos, como fray Juan de San Miguel, por ejemplo, también hicieron su labor.113 El cronista de la orden franciscana, Antonio de Ciudad Real, menciona que en todos los lugares donde había convento franciscano, los indios contaban con un hospital en los pueblos de esa doctrina

... y en él se curan los enfermos del pueblo, y para servirlos y darles de comer tienen allí muchos indios e indias, y allí los curan y les administran los santos sacramentos de la penitencia, viático y extremaunción, y para poderlos curar y medicinar (SIC) a su modo tienen estos hospitales algunas ovejas y cabras, de cuya lana y quesos sacan algún dinero; hay en todos ellos fundada cofradía de la Concepción de nuestra señora la virgen María y tienen los cofrades sus leyes y ordenanzas.114

La gente huyó de las enfermedades refugiándose en distintos lugares relativamente cercanos a Zitácuaro. Con la muerte de cientos de indios muchas tierras quedaron sin cultivar; varios pueblos desaparecieron completamente del mapa y muy pocos lograron sobrevivir. Contamos con evidencias que señalan que hacia 1579 había en el pueblo de Tuzantla algunos indios mazahuas que no hacía mucho tiempo se habían establecido en aquel sitio, sujeto al corregimiento y alcaldía mayor de Temascaltepec.115 Por su parte, Ciudad Real consigna que en la visita que fray Alonso Ponce, comisario general de la orden, hizo a Taximaroa a principios de octubre de 1586, encontró que en aquella guardianía habitaban indios otomíes y mazahuas.116

Desde el punto de vista lingüístico, debemos señalar que los otomíes de San Felipe y Taximaroa no fueron los únicos que había en Michoacán en el siglo XVI. Mientras unos grupos se asentaron en el pueblo de Taimeo, que era cabeza de corregimiento muy cercano a las minas de Tlalpujahua -donde rápidamente se purepechizaron adoptando la lengua y el vestuario tarasco-,117 otros más se fueron a poblar en zonas de frontera al Norte del señorío, en donde los sorprendería la Conquista. Son los casos de los cuatro principales otomíes provenientes de Huichapan que se asentaron finalmente en el pueblo de Acámbaro, según se menciona en la relación que se hizo de aquel lugar;118 y de los otomíes de León, en Guanajuato, quienes con el correr de los años también lograron el predominio de su lengua sobre el guachichil hablado originalmente por los indios.119 Durante mucho tiempo se creyó que los otomíes llegaron a introducirse hasta el corazón de los antiguos dominios del Cazonci, como en el actual Santiago Undameo, porque así lo llegó a informar el autor de la conocida "Relación de Necotlán", cuando en realidad el sitio había sido poblado por gente de origen matlatzinca, al igual que ocurrió en Charo.120

En cuanto al área de lengua mazahua, ésta se transformó con el correr de los años. Entre los siglos XVI y XVII encontramos a gente hablante del mazahua en Tuzantla en 1579; en Zitácuaro en 1586; en Contepec en 1593;121 en Pateo, Tupátaro, Tungareo y Senguio en 1604;122 en Santa Ana, San Ildefonso y los carpinteros en el monte Tlalpujahua en el mismo año;123 en Tlacotepec en 1674, y en Susupuato, en donde incluso había una elevación conocida con el nombre de cerro de los mazahuas.124 Como hemos venido insistiendo, el hecho de que varios lugares tengan un topónimo náhuatl o tarasco no significa que fueran indios de esa misma etnia los que poblaran los lugares. Tlacotepec es una palabra nahua, lo mismo que Tuxpan y Coatepec, y sin embargo, los sitios fueron habitados desde finales del siglo XV y principios del siglo XVI por grupos mazahuas y otomíes.125

Las congregaciones

Las primeras medidas llevadas a cabo en Michoacán para concentrar a las familias dispersas fueron impulsadas por el entonces oidor y licenciado Vasco de Quiroga. Ricardo León hace notar que

...en el caso del hospital-pueblo de Santa Fe, al menos en sus orígenes, se trata de una fundación hecha a instancias de un don Vasco seglar y cuyas características como congregación fueron muy diferentes a las del resto de los pueblos y hospitales que se fundaron años después en otros lugares de Michoacán y que el propio don Vasco impulsó ya como obispo.126

Otras congregaciones fueron realizadas por los religiosos de las órdenes franciscana y agustina, así como por algunos encomenderos que buscaban contar siempre con una fuerza de trabajo puesta a su servicio.

Respecto a la política de congregaciones implementada por el virrey Luis de Velasco y continuada por su sucesor Gaspar de Zúñiga y Acevedo conde de Monterrey, muchos pueblos de Michoacán fueron obligados a reagruparse en sitios más cercanos a los asentamientos españoles para que éstos ejercieran un mejor control sobre ellos. Como apunta Ernesto Lemoine,

...la dispersión de miles de localidades en un vasto territorio impedía el debido control de las mismas por las autoridades, originaba gastos crecidos en la administración, dificultaba su eficaz evangelización, hacía incosteables los cobros de tributos. Concentrar a la gente en sitios estratégicos adonde llegara con facilidad la acción gubernativa, se consideró la solución a todos estos problemas.127

Así, el 10 de septiembre de 1598 desde la ciudad de México se dio comisión a Martín Cerón de Saavedra para trasladarse a Michoacán y reagrupar a distintos pueblos que habían quedado dispersos con el objeto de adoctrinarlos y gobernarlos en forma debida; entre ellos estaban distintas poblaciones que antiguamente habían formado parte de la frontera tarasca como Ucareo, Maravatío, Irimbo, Taximaroa, Tuxpan, Jungapeo, San Felipe, San Mateo, San Juan Zitácuaro y Tuzantla, además de otros pueblos de la Tierra Caliente, habitados por tarascos, otomíes, mazahuas, nahuas y matlatzincas.128 En este proceso jugaron un papel importante los indios que fungían como "intérpretes" porque a través de ellos era como se hacían llegar las disposiciones de la autoridad y también se les utilizaba para "negociar" en caso de altercado.

En la zona encontramos a dos a finales del siglo XVI: "Cristóbal Jacobo, indio principal del pueblo de San Juan Zitácuaro, inteligente en la lengua tarasca, y a Juan Bautista, en la otomí y mexicana".129

Otros pueblos otomíes que originalmente habían fungido como cabecera de partido acabaron siendo perjudicados por la política de congregaciones. Tal es el caso de Taimeo, reputado en 1579 como una de las localidades principales de la provincia de Michoacán; cuarenta años después (1619) aún mantenía un número importante de población india, pero había pasado a convertirse en uno de los dos barrios sujetos a Tlalpujahua debido a la riqueza minera del lugar.130

Posteriormente, en el año de 1604, los naturales de Pateo, Tupátaro, Tungareo y Senguio de la doctrina de Maravatío, opusieron resistencia a ser congregados en un puerto y barrio distinto de Maravatío, llamado Puquichamuco, porque era para complacer a un Pedro Martínez que tenía sus haciendas cercanas a aquel sitio;131 además, argumentaron que ellos eran de lengua otomí y que por tal motivo no podían expresarse en tarasco ni entendían esa lengua, por lo que pedían que se les congregase en un lugar distinto a Irimbo y Maravatío.132

De acuerdo con Fernández Martínez,

...las congregaciones en Zitácuaro como en otros casos de la frontera, se caracterizaron porque los indios constantemente tomaron la iniciativa de congregarse en los pueblos que ellos juzgaron más convenientes de acuerdo con sus afinidades culturales y geográficas, incluso antes de recibir la orden de congregación. Con estas medidas quisieron evitar ser trasladados a lugares en condiciones geográficas o culturales muy diferentes a sus lugares de origen.133

En suma, con la implementación de la política de congregaciones los pueblos de indios sufrieron una vez más una transformación radical de sus espacios territoriales, tal como había ocurrido durante el periodo de 1530-1570, cuando las promovieron Vasco de Quiroga, los padres franciscanos y agustinos y algunos encomenderos.134

 

Otomíes y mazahuas en el siglo de la integración

Los otomíes

En los primeros años del siglo XVII, de acuerdo con el informe de beneficios, pueblos y lenguas que mandó levantar el obispo de Michoacán, fray Francisco de Rivera en 1631, San Felipe contaba con 70 vecinos, 10 menos que Coatepec y 10 más que San Mateo. De los siete pueblos indígenas que pertenecían al partido eclesiástico de Zitácuaro, San Felipe era el segundo más habitado, por encima de San Juan Zitácuaro que tenía 20, Enandio 20, Santa María 20 y San Bartolomé 15. Como ya vimos, desde el siglo XVI San Felipe tenía hospital pero no contaba con rentas ni propios para sostenerse; la lengua principal era la otomí y mazahua, aunque en la zona también se hablaban el tarasco, el nahua y el matlatzinca.135

Si bien durante la primera mitad del siglo XVII la comunidad otomí de San Felipe se mantuvo cerrada a su interior, entre los españoles que adquirieron propiedades en las cercanías fue práctica común el arrendamiento de ingenios, ranchos y haciendas en esta zona. Los plazos que se estipulaban en los contratos eran por tres, cinco y hasta nueve años, y lo que las fincas producían era destinado para su consumo en los centros mineros próximos como Angangueo y Tlalpujahua. Por ejemplo, la hacienda de labor de San Miguel (Ocurio) fue dada en arrendamiento a Gaspar Lainez en septiembre de 1637, con todas las tierras y aguas que le pertenecían; otra finca importante en aquel tiempo cercana al pueblo de San Felipe era la hacienda de labor de San Francisco Curungueo y fue arrendada en distinto tiempo por Juan de Carbajal y Güemes, Alonso de Solórzano Negrete y Francisco de Meza, este último vecino de la ciudad de México.136

La reconstrucción del templo parroquial también fue motivo de interés para los vecinos de San Felipe en aquellos años. En 1649 el gobernador, alcaldes y común del pueblo, se dirigieron a la justicia de Zitácuaro para informarle que su iglesia se estaba cayendo y que era necesario repararla. Fue entonces cuando se cambió el cumbrado y se reedificó de pura piedra, destacando en la construcción la vistosa torre de tres cuerpos con sus respectivas campanas. Por estos años, ocho indios otomíes eran obligados a trabajar en el beneficio de las minas de Temascaltepec, y como el número de habitantes que tenía el pueblo no iba de acuerdo con el padrón de tributarios, pidieron al alcalde de Taximaroa les redujera el número. También le solicitaron al alcalde que "los ampare en sus tierras y aguas, sin consentir que persona alguna los perturbe", ya que durante la segunda mitad del siglo XVII fueron seriamente acosados por las haciendas y ranchos colindantes que trataban de despojarlos de sus bienes.137

No debemos pasar por alto que fue en el año de 1662 con la expedición de la bula papal de Alejandro Séptimo, cuando el culto a la Inmaculada Concepción de María se hizo extensivo a todas las posesiones de la Monarquía española. Si bien desde finales del siglo XV los reyes católicos habían luchado por obtener la declaración del dogma de la Inmaculada y siempre habían impulsado sus empresas invocando el patrocinio de María,138 y no obstante que dicha veneración fue trasplantada al Nuevo Mundo y enraizó profundamente en la mentalidad y creencia de los pueblos indios de Michoacán, al grado de construir muchos hospitales con esta advocación por influjo directo de Vasco de Quiroga y de los religiosos de San Francisco;139 fue hasta aquel año cuando se consiguió la gracia papal y se fijó una fecha para su celebración: el ocho de diciembre de cada año. A eso se debe que varios pueblos indígenas de los alrededores de Zitácuaro aún lo celebren y que además conserven al interior de sus iglesias una imagen de talla de esta advocación mariana.

Hacia 1680 los bienes y propios del hospital de naturales del pueblo de San Felipe en la doctrina de San Juan Zitácuaro, aunque bajos, mantenían un saldo muy favorable, tomando en cuenta que el edificio se mantenía con el servicio personal de los indios y con las pequeñas contribuciones de los fieles. Exceptuando el hospital de Zitácuaro, el de San Felipe era el que más percepciones tenía en toda la doctrina, por encima de los de Coatepec, Enandio y San Bartolo; aquel año registró 380 pesos de entradas y 280 pesos de gastos de salida.140

Los mazahuas

Fue del pueblo mazahua de San Mateo de donde se desprendieron unas dos o tres familias para ir a poblar entre 1610 y 1630, un sitio localizado a media legua por el lado Poniente de su antigua cabecera, el cual fue bautizado por los frailes franciscanos con el nombre de San Bartolomé, quizá por el día en que los religiosos hicieron la bendición del lugar con el nombre de uno de los apóstoles. Después se le agregaría el adjetivo "del Monte", para asociarlo con el sitio frío y boscoso en que aquellos primeros vecinos se asentaron.

Hacia 1632 el pueblo mazahua de San Mateo llegaba apenas a una población de 60 vecinos; era la tercera localidad más poblada de la doctrina de Zitácuaro, después de San Francisco Coatepec y de San Felipe, que tenían 80 y 70 vecinos respectivamente. Aunque contaba con hospital para atender las enfermedades de los indios, carecía de rentas y de "propios" para sostenerlo.141 Años más tarde, en julio de 1655, el pueblo de San Mateo "de la parcialidad de la lengua mazahual" estaba sujeto política y administrativamente al pueblo de Taximaroa, al igual que San Bartolomé. Sus habitantes se quejaron ante el corregidor de aquel lugar de los agravios y molestias que les causaban cuatro españoles, entre los que se encontraban Francisco del Conde, Miguel de Solís, Nicolás de Jiles, además de Agustín y otra persona que andaba ausente. El defensor de los indios mazahuas denunció que

Entrándose en las casas de los naturales y con fuerza y violencia les quitan y sacan de (e)llas el maíz, gallinas y demás cosas que en ellas tienen, echándoles en sus milpas y sembrados, caballos, mulas y demás ganados que tienen, con que los destruyen y aniquilan y si acaso lo defienden los aporrean y maltratan, por cuya causa se ven muy apurados y no pueden conseguir remedio por las muchas amenazas que les hacen.142

Para terminar con las vejaciones pidieron a las autoridades superiores mandar una orden al corregidor de aquel partido para que amparase a los indios y no consintiera que las personas de quien se quejaban entraran en sus casas y pueblos a hacerles semejantes ofensas. Los agravios de españoles a comunidades indígenas en estos años se enmarcan dentro del proceso de creación de la villa y regimiento de Peñaranda de Bracamonte, en los linderos del pueblo indígena de San Juan Zitácuaro. También los naturales de dicho pueblo sufrieron la arremetida del elemento español que trataba de subordinarlos y expropiarles sus bienes.

Entre 1661 y 1670 otro grupo de familias mazahuas de San Mateo se fue a poblar hacia la parte Norte, a media legua de distancia de esta última localidad.143 Los frailes franciscanos le dieron el nombre de San Francisco el Nuevo, para distinguirlo de San Francisco Coatepec, pueblo cercano a Zitácuaro y de San Francisco Curungueo, que era barrio de San Felipe. Como era de esperarse, la insuficiencia de tierras para el cultivo y la necesidad que tenían de disponer de ellas para asegurar su sustento, fue lo que los motivó a procurar la compra de algunas propiedades. En 1673 los pueblos de San Francisco y San Bartolomé, sujetos a San Mateo, formalizaron la adquisición de un sitio de ganado menor que había pertenecido a don Antonio Rodríguez Boyso por el precio de 225 pesos. Enseguida, el alcalde mayor Alonso Álvarez de Arcila

...metió en posesión a Alonso Hernández, alcalde del pueblo de San Bartolomé y a Domingo Nicolás de el de San Francisco el Nuevo, por sí y en nombre de el común y naturales de dichos pueblos de el expresado sitio de ganado menor en el campo, en un monte y camino que viene del pueblo de San Juan Zitácuaro al de San Mateo y ciudad de México, cerca de una barranca honda, donde hace un modo de bosque y se dividen los caminos para el pueblo de San Mateo y San Bartolomé.144

Años después, en 1685 los naturales de San Mateo compraron a Melchor Manuel de la Roca, vecino de San Juan Zitácuaro, otro sitio de ganado menor por la importante suma de 400 pesos.145 Ya para entonces San Mateo se había convertido en el centro de población mazahua más importante de la parte oriental de la provincia. En junio de 1683 contaba con 388 indios casados y 40 viudos; San Bartolomé tenía 66 indios casados, cinco ancianos y 12 mujeres viudas y San Francisco el Nuevo sólo 68 indios casados. El empleo de nombres propios como apellidos de las personas, nos indica que la población era hasta esos momentos fundamentalmente indígena.146 Fue justo en el año de 1689 cuando la iglesia de San Mateo del Rincón fue terminada por los padres franciscanos, según consta en una piedra de cantera labrada que se ubica en la parte superior de la ventana que da a la fachada.

Otro ataque más a la cultura de los pueblos mazahuas vino por parte del propio monarca, quien a principios de 1692 ordenó que en todos los lugares y pueblos de la Nueva España se formaran escuelas con el fin de que los muchachos e hijos de los naturales fueren enseñados a leer y escribir en lengua castellana, "para que así la hablen y excusen hablar en la suya". Asimismo, buscaba que en ellas aprendieran las oraciones, la doctrina y los misterios de la fe cristiana "para que en este modo sea una lengua en todo [...] olvidando la propia suya".147 Si bien la lengua de otros grupos tendió a desaparecer durante la siguiente centuria, la mazahua, otomí y matlatzinca logró perdurar más tiempo, en parte gracias a la fundación de cátedras en el colegio seminario de Valladolid en 1759 y debido también a la propia resistencia de los indios, ya que la lengua, como sus ritos y tradiciones, representaba uno de sus más importantes elementos de identidad.

 

Conclusión

Gracias a los estudios realizados por antropólogos, arqueólogos, lingüistas, arquitectos y otros profesionales del pasado, ahora sabemos que los otomíes y mazahuas formaron parte de los grupos otopameanos que se establecieron en las tierras del Norte del Altiplano Central durante las etapas históricas del Preclásico (2500 a. de C. a 200 d. de C.) y el Clásico (200 d. de C. a 650 d. de C); que participaron plenamente en el desarrollo de la civilización mesoamericana durante todos los periodos de la época prehispánica y que su presencia en el territorio del actual Michoacán se puede ubicar entre el Clásico y el Epiclásico (650 d. de C. a 900 d. de C), a través de restos de cerámica y estructuras arqueológicas encontradas en el Norte y Noreste de la entidad.

También fueron protagonistas durante el Posclásico Tardío (1200-1500 d. de C), como parte de las migraciones chichimecas encabezadas por Xólotl provenientes del Valle del Mezquital con rumbo al Valle de México. Fue esta una etapa caracterizada por continuos movimientos de población, una fuerte militarización en las zonas fronterizas de tarascos y mexicas y pugnas constantes protagonizadas entre ambos señoríos por el control de los recursos naturales del Valle de Toluca, los metales de Tlalpujahua o las salinas de la Tierra Caliente, en cuyo conflicto los otomianos se vieron inmersos.

Las fuentes etnohistóricas que hemos consultado demuestran que la presencia de los otomíes y mazahuas en los dominios tarascos eran ya una realidad durante los reinados de Tariácuri y Zizispandaquare. Su asentamiento en Mechuacan se debió en el primer caso, a procesos migratorios motivados por el interés de contar con mejores espacios, abundantes en recursos naturales y en condiciones de habitabilidad óptima que garantizaran su subsistencia y el bienestar del grupo, como ocurrió con los otomíes de Huichapan por ejemplo; y en el segundo, a causa de la represión que sufrieron por parte del señorío militar y conquistador de los mexicas, que los obligó a pedir asilo y refugiarse en los dominios del Cazonci, como sucedió con distintas etnias del valle de Toluca.

A reserva de lo que digan las futuras investigaciones arqueológicas y lingüísticas, podemos adelantar que la conformación de la frontera Este del Estado tarasco fue permeable y fluctuante, no estática o "rígida" como se pensaba. El área estuvo ocupada por una diversidad de pueblos otomíes, mazahuas y matlatzincas subordinados al señor de Mechuacan a cambio de pagar el tributo, adorar a los dioses tarascos y ayudarles en las guerras contra los indios de Toluca, Temascaltepec y Jalisco. Como se ha visto, dicha frontera comenzó a definirse y redefinirse durante la segunda mitad del siglo XV a través de la construcción de guarniciones y la ocupación de sitios estratégicos de vigilancia en la cima de los cerros, desde donde habrían de emprender futuras conquistas.

La pluralidad étnica, característica esencial de los espacios de frontera; la diversidad lingüística existente en la zona previa al contacto con los españoles; la toponimia prehispánica que existía y que aún se mantiene en varios cerros, ríos y lugares de la zona Oriente de la entidad, así como la localización de vestigios arqueológicos en sitios aún sin explorar que hemos visitado, nos permite sugerir que el área de ocupación de estos grupos y por consiguiente de dominio del Estado tarasco, estuvo mucho más al Oriente de lo que se creía.

Desde nuestra perspectiva, la "franja intermedia" o "zona fronteriza natural" entre ambos señoríos que observa Fernández Martínez (Frontera y asentamientos, p. 61), contó con poblaciones étnicamente muy heterogéneas que a su vez experimentaron desarrollos históricos diferenciados: mientras los que habitaban en lugares como Acámbaro, Ucareo, Maravatío y Taximaroa (al Noreste) continuaron sufriendo las invasiones mexicas, como la de Tlahuicole en 1517, otros grupos subordinados a los tarascos fueron ampliando el área de dominio por el lado este asentándose en lugares como Tuxpan, Jungapeo, Ziráhuato, Macutzio, Zitácuaro, Camémbaro, Zacapendo, Timbineo y Enandio; lo mismo hicieron hacia el Sudeste rumbo a la Tierra Caliente, ocupando Susupuato, Tuzantla, Tiquicheo, Archiricato, Cutzio, Huetamo hasta llegar a Cutzamala, desde donde hacían incursiones a Ostuma, sujeto a Moctezuma.

Este espacio comenzó a transformarse después de la Conquista europea. Durante los primeros años, los españoles mantuvieron intactas las estructuras políticas preexistentes tanto en los niveles básicos de gobierno como en los de algunos señoríos locales, porque esto les facilitaba la obtención de riquezas y contar con mano de obra para sus empresas agrícolas y ganaderas, como sucedió en Ucareo, Taimeo, Zitácuaro y Tuzantla. Por su parte, los gobernadores e indios principales pensaron que era a través de la "continuidad negociada de sus instituciones básicas", estudiadas por García Castro, como podían seguir existiendo y conservar los valores y tradiciones que daban identidad al grupo. Así fue como pudieron establecerse nuevas instituciones y prácticas coloniales, como la encomienda, el corregimiento, las alcaldías mayores y la organización parroquial; el sistema de trabajo de repartimiento impuesto a la población nativa y el desarrollo de ingenios, trapiches y futuras estancias agroganaderas para abastecer de alimentos a los habitantes cercanos a los Reales de Minas de Tlalpujahua y Otzumatlán.

No menos relevante fue el proceso de evangelización llevado a cabo por los primeros frailes franciscanos que llegaron a Michoacán. Empeñados en su misión redentora, poco a poco fueron aprendiendo la lengua y las costumbres de los distintos pueblos de indios; levantaron capillas y pequeñas iglesias para el culto católico y pusieron los cimientos para la creación de nuevas guardianías y conventos, desde donde habrían de emprender sus visitas con el objetivo de congregar a los indios y catequizarlos.

La política de congregaciones implementada por las autoridades virreinales a finales del siglo XVI y primeros años del siguiente, ocasionó una gran movilidad de la población de naturales hacia los ingenios, trapiches y centros mineros como Tlalpujahua y Otzumatlán; propició cambios fundamentales en la jerarquía política de los pueblos al crear nuevas sedes de alcaldía o corregimiento en lugares que antes sólo eran barrios sujetos, como Tlalpujahua que se impuso a Taimeo; y por consiguiente, generó conflictos entre los pueblos al momento de definir el sitio en que debían concentrarse, o bien cuando se elegía el que fungiría como cabecera. Lo cierto es que toda esa reorganización espacial del territorio sirvió para consolidar varios de los asentamientos de lo que antes constituía la frontera tarasca, como en Ucareo, Maravatío, Irimbo, Taximaroa, Tuxpan, Jungapeo, San Felipe, San Mateo, San Juan Zitácuaro y Tuzantla, además de otros lugares de la Tierra Caliente.

Los pueblos otomíes y mazahuas que concentraron un mayor número de población en el transcurso del siglo XVII, fueron los de San Felipe y San Mateo. De allí habrían de emigrar algunas familias para establecerse en lugares próximos, como estrategia para evitar la ocupación de sus tierras por parte de las haciendas y ranchos vecinos, como ocurrió con San Bartolomé y San Francisco el Nuevo, o como sucederá en la centuria siguiente con San Cristóbal y Curungueo. Además, a medida que la sociedad colonial fue imponiendo sus leyes e instituciones basadas en el patrón europeo, los indios aprendieron el nuevo lenguaje y las nuevas reglas del juego para poder defenderse en los tribunales y así conservar o recuperar sus tierras.

Fue de esta manera como los pueblos otomíes y mazahuas del Oriente de la provincia de Michoacán lograron sobrevivir, preservando su lengua y mucho de sus usos y costumbres; se integraron a la sociedad colonial adoptando instituciones, valores y prácticas de nuevo cuño que poco a poco moldearon la mentalidad y las formas de organización de cada grupo. Ambos pueblos dieron muestra de su capacidad de aprendizaje y de la voluntad de supervivencia, lo cual les permitió adaptarse a las circunstancias del momento y reinventar su cultura, perdiendo, es cierto, mucho de lo que existía, pero ganando también muchas cosas nuevas. Todo eso pasó con estos dos pueblos que habían formado parte de aquella provincia chichimeca de las tres naciones.

 

Notas

1 José Isabel Hernández Rivero, Arqueología de la frontera tarasco-mexica. Conformación, estrategia y tácticas de control estatal, Tesis para optar el título de licenciado en arqueología, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1994.         [ Links ]

2 Teresita Fernández Martínez, Frontera y asentamientos humanos, morfología del oriente de Michoacán en el siglo XVI, Morelia, Secretaría de Cultura, Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo, Sistema Estatal de Creadores, Programa de Coinversiones para la Producción Artística de Michoacán, 2008.         [ Links ]

3 Sarah Albiez-Wieck, Contactos exteriores del Estado tarasco: influencias desde dentro y fuera de Mesoamérica, Tesis de doctorado, Bonn, Rheinischen Friedrich-Wilhelms-Universitat, febrero de 2011, 2 tomos.         [ Links ]

4 Carlos García Mora (editor), Enigmas sobre el pasado y el presente del pueblo purépecha, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo (Kw'anískuyarhani: 1), 2004;         [ Links ] Rodrigo Martínez Baracs, Convivencia y utopía. El gobierno indio español de la "ciudad de Mechuacan", 1521-1580, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 91, 95.         [ Links ]

5 Pedro Carrasco, "Los otopames en la historia antigua de Mesoamérica", en Estudios de Cultura Otopame 1, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1998, p. 17.         [ Links ] Yolanda Lastra ha hecho notar que la palabra otomiano no es sinónimo de otomí; los lingüistas la usan para referirse a las lenguas otomí-mazahua y matlatzincaocuilteco. Apud. Los otomíes. Su lengua y su historia, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, p. 34.         [ Links ]

6 Dora Pellicer, "Confesión y conversación en la doctrina y enseñanza de la lengua mazahua de Diego de Nágera Yanguas", en Estudios de Cultura Otopame 5, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, p. 20.         [ Links ]

7 René García Castro, Indios, territorio y poder en la provincia matlatzinca. La negociación del espacio político de los pueblos otomianos, siglos XV-XVII, México, El Colegio Mexiquense, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1999, pp. 41, 49, 52-53.         [ Links ]

8 Usamos "Mechuacan" para referirnos al territorio del señorío tarasco que existía antes de la llegada de los españoles, y Michoacán, como una nueva entidad política, civil y religiosa cuya voz fue castellanizada poco después del contacto.

9 De acuerdo con la clasificación lingüística el otopame es una rama del tronco otomangue que se extendió desde el Norte del Altiplano hasta Centroamérica y que incluye los idiomas pame (con sus variantes Norte y Sur), chichimecajonaz, otomi, mazahua, matlatzinca y ocuilteca. Guadalupe Barrientos López, Otomíes del Estado de México, México, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pueblos Indígenas del México Contemporáneo), 2004, p. 6.         [ Links ]

10 Jacques Soustelle, La familia otomí-pame del México central, traducción de Nilda Mercado Baigorria, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 461.         [ Links ]

11 Carrasco, "Los otopames", Op. cit., pp. 28-29.

12 Soustelle, La familia otomí-pame, Op. cit., pp. 463-464.

13 Ibid., pp. 463-465.

14 Claudia Espejel Carbajal, La justicia y el fuego. Dos claves para leer la Relación de Michoacán, México, El Colegio de Michoacán, 2008, T. I, p. 122.         [ Links ]

15 René Acuña, Relaciones geográficas del siglo XVI. Michoacán, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, Vol. 9,         [ Links ] "Provincia de Acámbaro", p. 61. En adelante RG y el nombre del obispado, según sea el caso.

16 Espejel, La justicia y el fuego, Op. cit., T. I, pp. 142-144.

17 Jerónimo de Alcalá, Relación de las ceremonias y rictos y población y gobernación de los Indios de la Provincia de Mechuacán, Moisés Franco Mendoza, coordinador de edición y estudios, México, El Colegio de Michoacán, Gobierno del Estado de Michoacán, 2000, p. 524. Espejel, La justicia y el fuego, Op. cit., T. I, p. 142 y ss.

18 Ramón Alonso Pérez Escutia, Historia de Maravatío, Michoacán, Morelia, Comité organizador de los festejos del 450 aniversario de la fundación de Maravatío, Michoacán 1540-1990, 1990, p. 38.         [ Links ] La sobrevivencia de grupos otomíes en la zona aún era perceptible en el primer siglo de vida colonial; los naturales que vivían en los pueblos de Santa Anna, San Ildefonso y los carpinteros "que dicen del monte de Tlalpujahua", se resistieron a ser congregados en 1604 en el mencionado Ucareo, porque "no tendrían paz ni quietud, por ser de naciones diferentes", ellos mazahuas y los otros otomíes. Ernesto de la Torre Villar, Las congregaciones de los pueblos de indios. Fase terminal: aprobaciones y rectificaciones, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Serie Historia Novohispana/54), 1995, p. 228.         [ Links ]

19 María del Refugio Cabrera V., y Benjamín Pérez González, El estado p'urhepecha y sus fronteras en el siglo XVI, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura-Gobierno del Estado de Michoacán, 1991, p. 33 y ss.         [ Links ]

20 Hernández, Arqueología, Op. cit., pp. 30-31.

21 Fernández, Frontera y asentamientos, Op. cit., pp. 55, 82.

22 Albiez-Wieck, Contactos exteriores..., Op. cit., T. I, pp. 249, 266.

23 Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, estudio preliminar de Rosa Camelo y José Rubén Romero, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Cien de México), 2002, T. I, p. 341.         [ Links ]

24 García, Indios, Op. cit., pp. 42-43.

25 Alcalá, Relación, Op. cit., pp. 558, 585.

26 Martínez, Convivencia, Op. cit., p. 101.

27 Ibid., lámina I. 2. del Códice Telleriano-Remensis.

28 Joaquín Meade, "Noticias de unas ruinas arqueológicas", Universidad Michoacana. Revista de Cultura Popular, Núm. 17, Morelia, T. III, marzo de 1940, pp. 5-8.         [ Links ] Sobre el concepto de guarnición desde la perspectiva militar véase Hernández, Arqueología, Op. cit., p. 31.

29 Alcalá, Relación, Op. cit., pp. 542-543. Véase además: Carlos Herrejón Peredo, "La pugna entre mexicas y tarascos", Cuadernos de Historia. Revista semestral de la especialidad de Historia, Núm. 1, México, Universidad Autónoma del Estado de México, abril-septiembre de 1978, pp. 22-25.

30 Herrejón, "La pugna", Op. cit., p. 25.

31 Acuña, RG. Michoacán, Op. cit, Vol. 9, "Relación de Taimeo", p. 276.

32 Estela Peña Delgado, Los matlatzincas de la zona oriente de Michoacán y occidente del Estado de México, Morelia, Centro Regional Michoacán-Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2002, pp. 13-15.         [ Links ]

33 Cfr. Fernández, Frontera y asentamientos, Op. cit., p. 65, nota 58; Armando Guzmán Huerta, y Abel Martínez, N'ka'ni. Estudio de Ziráhuato Oriente de Michoacán, Morelia, Morevallado editores, 2006, pp. 67, 73-75.

34 Fr. Pablo Beaumont, Crónica de Michoacán, Morelia, Balsal Editores, 1985, T. II, p. 301.         [ Links ]

35 Archivo General de Indias (AGI), Justicia, Leg. 185, Núm. 1, Año 1529. "Gonzalo de Salazar y Pero Almíndez Cherino, factor y veedor en México, con el fiscal de su majestad, sobre que se restituyan unos pueblos de indios llamado Taximaroa".

36 Beaumont, Crónica, Op. cit., T. II, p. 301; Peña, Los Matlatzincas, Op. cit., mapa anexo.

37 Donald D. Brand, "Bosquejo histórico de la geografía y la antropología en la región tarasca. Primera parte", traducción del inglés por José Corona Núñez, Anales del Museo Michoacano, Núm. 5, segunda época, Morelia, Fimax-Publicistas, 1952, pp. 56-57.         [ Links ] El estudio más reciente que trata de precisar las fronteras de ambos señoríos es el de Albiez-Wieck, Contactos exteriores, Op. cit., pp. 245-246, particularmente el mapa de la p. 247.

38 Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, edición de Germán Vázquez Chamorro, España, Ediciones y Distribuciones Promo Libro (Crónicas de América), 2003, p. 148.         [ Links ]

39 Alonso de la Rea, Crónica de la orden de N. Seráfico P. S. Francisco, Provincia de S. Pedro y S. Pablo de Mechoacan en la Nueva España, edición y estudio introductorio de Patricia Escandón, México, El Colegio de Michoacán, Fideicomiso Teixidor, 1996, pp. 77-78;         [ Links ] Matías de Escobar, Americana Thebaida. Vitas patrum de los religiosos hermitaños de N. P. San Agustín de la provincia de San Nicolás Tolentino deMechoacán, escrita por..., su cronista año 1729, primera versión completa, Morelia, Balsal Editores, (Colección Documentos y Testimonios 3), 1970, pp. 48-49. El arqueólogo Hernández Rivero recogió el testimonio del reportero Medardo González Arizmendi, vecino de Ciudad Hidalgo, Michoacán, quien le informó del hallazgo de 'abundantes huesos' en una de la colonias residenciales de aquella municipalidad conocida con el nombre de "La Regadera", sin tener una explicación del por qué de ello. Arqueología, Op. cit., p. 143.

40 Fernández, Frontera y asentamientos, Op. cit., p. 58.

41 Lastra, Los otomíes, Op. cit., p. 36.

42 Soustelle, La familia otomí-pame, Op. cit., p. 480; Yolanda Lastra, Unidad y diversidad de la lengua. Relatos otomíes, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 2001, p. 248.

43 Entrevista con la señora Petra Rodríguez y el señor Quintín González, hablantes del otomí, realizada por el autor en el mes de noviembre de 1992 en San Felipe de los Alzati.

44 Apud. Noemí Quezada, Los matlatzincas. Epoca prehispánica y época colonial hasta 1650, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, pp. 40-41. Al referirse a los mazahuas, Sahagún menciona que "los mismos también se llaman chichimecas". Historia General de las cosas de la Nueva España, escrita por..., franciscano y fundada en la documentación en lengua mexicana recogida por los mismos naturales. La dispuso para la prensa en esta nueva edición, con numeración, anotaciones y apéndices Ángel María Garibay K., México, Editorial Porrúa (Sepan Cuantos... Núm. 300), 1982, p. 606.

45 Apud. Carlos Basauri, La población indígena de México, México, Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional Indigenista (Presencias 3), 1990, T. III, p. 323.

46 Estela Peña Delgado, La zona arqueológica de San Felipe los Alzati Michoacán, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, Centro Regional INAH-Michoacán, 1995, 54 pp. lis.

47 Quezada, Los matlatzincas, Op. cit., p. 42; Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la Nación Chichimeca, edición de Germán Vázquez Chamorro, España, Ediciones y Distribuciones Promo Libro (Crónicas de América), 2003, p. 73. Sahagún señala que su nombre les venía de un caudillo primigenio llamado Mázatl tecutli quien junto con otras tribus ocupó la tierras de aquel valle. Historia General, Op. cit., p. 606. Entre los indígenas de la región de Zitácuaro pervive la tradición oral de que su pueblo desciende del Dios Sol y de la Madre Luna. El testimonio recogido por Benítez en una obra reciente agrega: "los primeros hombres eran gigantes que se les llamó 'ma ndaa' (eran altos); posteriormente vinieron los enanos, a los que se les llamó 'mbeje' (insignificantes) y nosotros correspondemos a la tercera generación y nos llamamos 'jñatjo' (los que hablan)". Rufino Benítez Reyna, Vocabulario práctico bilingüe mazahua-español, México, Instituto Nacional Indigenista (Vocabularios en lenguas indígenas 1), 2002, p. 11.

48 García, Indios, Op. cit., pp. 41, 49, 52-53.

49 Sahagún, Historia general, Op. cit., p. 606; Clavijero, Historia antigua de México, prólogo de Mariano Cuevas, edición del original escrito en castellano por el autor, México, Editorial Porrúa (Sepan Cuantos... Núm. 29), 1982, mapa; David Velázquez Torres, El Valle de Toluca. Asentamientos humanos/Espacio geográfico, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1980, p. 25. La descripción de Sahagún, basada en sus informantes nahuas, debe tomarse con reservas porque los mexicas solían referirse a sus enemigos en forma despectiva, como ocurrió con los otomíes. Barrientos, Otomíes, Op. cit., pp. 6-7.

50 Yoko Sugiura Yamamoto, "Desarrollo histórico en el valle de Toluca antes de la conquista española: proceso de conformación pluriétnica", Estudios de Cultura Otopame 1, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1998, p. 118.         [ Links ]

51 Ixtlilxóchitl, Historia, Op. cit., p. 199; ver además el testimonio de Durán, Historia, Op. cit, T. I, pp. 322-330.

52 Francisco de San Antón Muñón de Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Relaciones originales de Chalco Amaquemecan, escritas por don..., paleografiadas y traducidas del náhuatl, con una introducción por Silvia Rendón, prefacio de Ángel Ma. Garibay K., México, Fondo de Cultura Económica (Biblioteca Americana proyectada por Pedro Henríquez Ureña y publicada en memoria suya. Serie: Literatura Indígena), 1982, pp. 104-105.         [ Links ]

53 Clavijero, Historia antigua, Op. cit., p. 119.

54 Chimalpahin, Relaciones originales, Op. cit., pp. 104-105.

55 René Acuña, rg. Michoacán, Op. cit., Vol. 9, "Relación de Taimeo", p. 276.

56 Ibid., "Relación de Necotlán", p. 186.

57 Archivo General de la Nación (AGN), Hospital de Jesús, Año 1635, Leg. 29, Vol. 51, Exp. 34, f. 55r. Apud. Quezada, Los matlatzincas, Op. cit., p. 43.

58 Quezada, Los matlatzincas, Op. cit., p. 44.

59 Archivo Particular del señor Héctor Mendoza (APHM), Títulos del pueblo de San Francisco Coatepec, Lib. 8, f. 18r.

60 Clavijero, Historia antigua, Op. cit., mapa.

61 Acuña, RG. México, Op. cit, Vol. 7, T. II, p. 156; Michoacán, Vol. 9, pp. 36, 63, 186, 262-263, 268-269, 276. Quezada, Los matlatzincas, Op. cit., pp. 43-44; Chimalpahin, Relaciones originales, Op. cit., p. 105.

62 Alfonso Luis Velasco, Geografía y estadística del Estado de Michoacán, edición facsimilar de las de 1895, estudio introductorio de Gerardo Sánchez Díaz, estudio cartográfico de Guillermo Vargas Uribe, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Centro de Investigación y Desarrollo del Estado de Michoacán, 2006, p. 119.

63 Gilberti, R. P. Fr. Maturino, Diccionario de la lengua tarasca o de Michoacán por el..., de la orden de San Francisco, impreso en México en el año de 1559, reimpreso bajo la dirección y cuidado del Dr. Ernesto Ramos Mesa, nota preliminar de José Bravo Ugarte, México, s. 1. I. (Siglo XVI, 9), 1962, p. 123.

64 Así ocurrió en el pueblo de Tancítaro, donde los frailes construyeron su iglesia sobre el centro ceremonial tarasco.

65 Con excepción de la entrega de "trajes guerreros", eran prácticamente los mismos tributos que los mazahuas entregaban a la Triple Alianza. Cfr. Beatriz M. Oliver Vega, "El tributo en el área mazahua en el siglo XVI", en E. Fernando Nava L. (compilador), Otopames. Memoria del primer coloquio, Querétaro, 1995, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-Universidad Nacional Autónoma de México, 2004, pp. 218-230. René Acuña, RG. México, Vol. 7, T. II, "Relación de Tuzantla", pp. 154-161.

66 Alcalá, Relación, Op. cit., pp. 662-663.

67 Martínez, Convivencia, Op. cit, pp. 107-108, 120-123.

68 Alcalá, Relación, Op. cit., pp. 661-662.

69 Francisco López de Gómara, Historia de la conquista de México, estudio preliminar de Juan Miralles Ostos, México, Editorial Porrúa (Sepan Cuántos, Núm. 566), 1988, p. 200.         [ Links ]

70 Idem.

71 Peter Gerhard, Geografía histórica de la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, p. 179.         [ Links ]

72 García, Indios, Op. cit, pp. 114,124,127.

73 Bernardo García Martínez, "El altépetl o pueblo de indios. Expresión básica del cuerpo político mesoamericano", en Arqueología Mexicana, Vol. 6, Núm. 32, julio-agosto de 1998, pp. 59-60;         [ Links ] García, Indios, Op. cit., pp. 22, 44. Al parecer estas prácticas fueron generalizadas en los primeros años de la Conquista. Cfr. Federico Navarrete Linares, Los pueblos indígenas de México, México, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pueblos Indígenas del México Contemporáneo), 2008, p. 31.

74 Silvio Zavala, La encomienda indiana, México, Porrúa, 1973, pp. 13-15.         [ Links ]

75 J. Benedict Warren, La conquista de Michoacán 1521-1530, traducido por Agustín García Alcaraz, Morelia, Fimax-Publicistas (Colección "Estudios Michoacanos" VI), 1989, pp. 85-91.         [ Links ]

76 Ibid., pp. 92, 99.

77 AGI, Justicia, Leg. 185, Año 1529, ff. 15-15v. "Gonzalo de Salazar y Pero Almindez Cherino...".

78 Peter Boyd-Bowman, Indice geobiográfico de cuarenta mil pobladores españoles de América en el siglo XVI, 1520-1539, México, Editorial Jus, Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica, A. C., 1968, T. II, pp. 134-135.         [ Links ]

79 Biblioteca Nacional de Madrid (bnm), Manuscrito 2800. Lista de Encomiendas de la Nueva España. Taximaroa, en Mechuacan, Gonzalo de Salazar, f. 180 v.

80 Ramón Alonso Pérez Escutia, Taximaroa. Historia de un pueblo michoacano, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, 1986, p. 60.         [ Links ]

81 Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de la Nueva España, publicada de orden y con fondos del gobierno mexicano por..., segunda serie, Geografía y Estadística, t. I, Madrid, Establecimiento tipográfico "Sucesos de Rivadeneyra", 1945, p. 253.

82 AGN, Mercedes, Vol. 2, Exp. 671, ff. 267-268. "La aprobación de la venta de las tierras que hicieron los del pueblo de Taximaroa a Gonzalo de Salazar". APHM, Títulos del Pueblo de San Francisco Coatepec, Lib. 8, ff. 16v.-17.

83 El virrey Luis de Velasco a Francisco Velásquez de Lara, México, 30 de enero de 1551, en Carlos Paredes Martínez (editor), Y por mí visto... Mandamientos, ordenanzas, licencias y otras disposiciones virreinales sobre Michoacán en el siglo XVI, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1994, pp. 40-41.

84 AGI, Justicia, Leg. 185, Año 1529, ff. 15-15v. "Gonzalo de Salazar y Pero Almindez Cherino.".

85 Pérez, Taximaroa, Op. cit., pp. 60-61.

86 Beaumont, Crónica, Op. cit., T. II, p. 300.

87 Ricardo León Alanís, Los orígenes del clero y la iglesia en Michoacán, 1526-1640, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Colección Historia Nuestra 16), 1997, pp. 59-60.         [ Links ]

88 Archivo Histórico Casa de Morelos (AHCM), Diocesano, gobierno, administración pecuniaria, recaudaciones, Caja 186, Año 1787, Carpeta 12, f. s. n.

89 El altar fue descubierto de manera accidental por el padre italiano José Tristaíno, especialista en historia del arte en una universidad de su país y radicado en San Francisco Coatepec por varios años. A él se deben las gestiones necesarias para que se hicieran los trabajos de restauración correspondientes y otras indagaciones de tipo histórico. Estoy en deuda con él por los datos y la información que me proporcionó.

90 AGI, Justicia, Leg. 1009, f. 242. México, año de 1544. "De Juan de Zumárraga Obispo de México contra don Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán sobre demarcación de los límites de los obispados".

91 Alonso de la Rea, Crónica, Op. cit., p. 143.

92 AGI, Justicia, Leg. 1009, f. 358. México, año de 1544. "De Juan de Zumárraga Obispo de México contra don Vasco de Quiroga, Obispo de Michoacán sobre demarcación de los límites de los obispados".

93 APHM, Títulos del Pueblo de San Francisco Coatepec, Lib. 8, ff. 17r.-17v. Manuel González Galván, Arte virreinal en Michoacán, introducción de Elisa Vargas Lugo, fotografías de Judith Hancock, México, Frente de Afirmación Hispanista, 1978, pp. 38-39. Sobre las influencias del arte céltico cristiano y románico en el conjunto arquitectónico del pueblo de San Felipe, véase: Estela Peña Delgado, Guía del monumental complejo arquitectónico prehispánico y virreinal de San Felipe los Alzati y Ziráhuato de los Bernal, Morelia, Centro INAH Michoacán, 2009, pp. 37-61.

94 APHM, Títulos del pueblo de San Francisco Coatepec, Lib. 8, ff. 17r.-17v.

95 Peter Gerhard, "Congregaciones de indios de la Nueva España antes de 1570", Historia Mexicana (103), Vol. XXVI, Núm. 3, México, El Colegio de México, enero-marzo de 1977, p. 350.         [ Links ]

96 AGN, Mercedes, Vol. 3, Exp. 119, ff. 55v-56v. "Merced de dos ventas al factor Hernando de Salazar".

97 Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España, México, UNAM, 1976, Vol. I, pp. 24-25, 35, 36; Vol. II, pp. 63-64.         [ Links ]

98 Sobre este tema véase: Moisés Guzmán Pérez, Nuestra Señora de los Remedios de San Juan Zitácuaro. Historia y tradición de un culto mariano, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Nuestras Raíces 4), 1999, p. 120.         [ Links ]

99 Alberto Carrillo Cázares, Partidos y padrones del obispado de Michoacán 1680-1685, México, El Colegio de Michoacán, Gobierno del Estado de Michoacán, 1996, p. 235.         [ Links ]

100 Dicho patrón aún se mantenía vigente a mediados del siglo XX, según lo pudo apreciar el antropólogo Alfonso Fabila en su visita que hizo al lugar en mayo de 1955. Véase de este autor: Los otomianos de Zitácuaro 1955, H. Zitácuaro, reproducción mimeográfica por el H. Ayuntamiento Municipal y la Escuela Secundaria Federal "Nicolás Romero", 1967, pp. 24, 25.

101 Nicolás León, Un catecismo mazahua (En jeroglífico Testeramerindiano), México, Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (Biblioteca Enciclopédica del Estado de México), 1968, 51 pp.         [ Links ]

102 Carlos Paredes Martínez, "Gobierno y pueblos de indios en Michoacán en el siglo XVI", en Carlos Paredes Martínez (Director), Arquitectura y espacio social en poblaciones purépechas de la época colonial, México, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Universidad Keio, Japón, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1998, pp. 24-25;         [ Links ] Fernández, Frontera y asentamientos, Op. cit., pp. 98-99.

103 Paredes, "Gobierno y pueblos...", Op. cit., p. 25.

104 APHM, Títulos del pueblo de San Francisco Coatepec, Lib. 8, f. 17v.

105 AGN. Mercedes, Vol. 3, Exp. 124, f. 56v. El virrey Antonio de Mendoza al corregidor de los pueblos de Ucareo y Zinapécuaro, México, 25 de mayo de 1550.

106 Para una discusión más amplia sobre el trabajo indígena en esta zona véase: María Trinidad Pulido Solís, "El trabajo indígena en la región de Zinapécuaro-Taximaroa-Maravatío", en Michoacán en el siglo XVI, Morelia, Fimax-Publicistas (Colección Estudios Michoacanos VII), 1984, pp. 297-373.         [ Links ]

107 Mandamiento del virrey Luis de Velasco, México, 25 de enero de 1592, en Paredes, Y por mí visto, Op. cit., p. 386.

108 Mandamiento del virrey Luis de Velasco, México, 29 de noviembre de 1593, en Ibid., p. 409.

109 Mandamiento del virrey Luis de Velasco, México, 15 de julio de 1594, en Ibid, p. 422.

110 AHCM, Diocesano, gobierno, religiosos, franciscanos, Caja 17, Años 1609-1688, Carpeta 21. "Testimonio de los autos en cuya virtud se dio un censo de 1000 pesos a don Esteban Pérez de Olarte, vecino de Zitácuaro. 1666", 3 ff.

111 El virrey Luis de Velasco al corregidor de Maravatío, México, 10 de enero de 1592, en Paredes, Y por mí visto, Op. cit., p. 470.

112 Gerhard, Geografía histórica, Op. cit., p. 358.

113 J. Benedict Warren, Vasco de Quiroga y sus hospitales-pueblo de Santa Fe, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1977, pp. 36, 115-117.         [ Links ]

114 Ciudad Real, Tratado, Op. cit., T. II, p. 68.

115 Acuña, rg. México, Op. cit., T. II, Vol. 7, "Relación de Tuzantla", p. 155.

116 Ciudad Real, Tratado, Op. cit., T. II, p. 67.

117Acuña, rg. Michoacán, Op. cit., Vol. 9, p. 276. "Relación de Taimeo".

118 Ibid., "Provincia de Acámbaro", p. 61.

119 Hans Roskamp, La historiografía indígena de Michoacán. El Lienzo de Jucutacato y los Títulos de Carapan, Leiden The Netherlands, Research School cnws, 1998, p. 19.         [ Links ]

120 Cfr. Acuña, RG. Michoacán, Op. cit., Vol. 9, p. 187. "Relación de Necotlán"; Carlos Herrejón Peredo, Los orígenes de Morelia: Guayangareo-Valladolid, México, Frente de Afirmación Hispanista, El Colegio de Michoacán, 2000, p. 25.

121 AGN, Tierras, Año 1593, Vol. 269, Exp. 21, f. 2. Apud. Carlos Herrejón Peredo, Tlalpujahua, México, Gobierno del Estado de Michoacán (Monografías Municipales), 1980, p. 27.

122 Pérez, Historia de Maravatío, Op. cit., p. 38.

123 Torre Villar, Las congregaciones, Op. cit., pp. 227-228.

124 Velasco, Geografía, Op. cit., p. 118.

125 Cfr. Ignacio Manuel del Castillo, "Toponimia nauatl del estado de Michoacán", Universidad Michoacana. Revista de cultura popular, Núm. 17, Morelia, marzo de 1940, T. III, pp. 194, 199-200; Ramón Aguilera Murguía, Las tierras de Tlacotepec. Continuación de una historia, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Centro de Estudios de Microhistoria del Noreste de Michoacán, Archivo Histórico de Tlacotepec (Biblioteca Tlacotepec 1), 2003, pp. 15, 21.

126 León, Los orígenes. Op. cit, p. 262.

127 Ernesto Lemoine Villicaña, "Mandamientos del virrey conde de Monterrey para la congregación de pueblos de indios en la alcaldía mayor de Valladolid (1601-1603)", versión paleográfica, introducción, notas y apéndice por..., Boletín del Archivo General de la Nación, segunda serie, T. I, Núm. 1, México, Secretaría de Gobernación, 1960, p. 11.         [ Links ]

128 Comisión a Martín Serón de Saavedra, México, 10 de octubre de 1598, en Paredes, Y por mí visto, Op. cit., p. 510.

129 APHM, Títulos del pueblo de San Francisco Coatepec, Lib. 8, f. 16r.

130 Ernesto Lemoine Villicaña, Valladolid-Morelia 450. Documentos para su historia (1537-1828), Morelia, Morevallado Editores, 1993, p. 177.         [ Links ]

131 Torre Villar, Las congregaciones, Op. cit., p. 217.

132 Pérez, Historia de Maravatío, Op. cit., p. 38.

133 Martínez, Frontera y asentamientos, Op. cit., p. 161.

134 Paredes, "Gobierno y pueblos", Op. cit, pp. 25-28.

135 Ramón López Lara, El Obispado de Michoacán en el siglo XVII. Informe inédito de beneficios, pueblos y lenguas, nota preliminar de..., Morelia, Fimax-Publicistas, 1973, p. 154.

136 Archivo General de Notarías del Estado de Michoacán (AGNEM), Protocolos, Vol. 25, Años 1637-1638, Exp. 4,3 ff.; Vol. 26, Años 1640-1649, Exp. 14, 2 ff.; Vol. 27, Años 1642-1650, Exp. 5, f. s. n.

137 AGN, Indios, Vol. 15, Exp. 87, ff. 155; Exp. 91, ff. 158-159v; Vol. 19, Exp. 28, ff. 13v-14.

138 Francisco Icaza Dufour, El Altar de Dolores. Una tradición mexicana, México, Miguel Ángel Porrúa Librero Editor, 1998, p. 15.         [ Links ]

139 El obispo Baltasar de Covarrubias ya nos habla de esta veneración en su relación escrita en 1619. Cfr. Lemoine, Valladolid-Morelia, Op. cit., p. 159.

140 Alberto Carrillo Cázares, Michoacán en el otoño del siglo XVII, México, El Colegio de Michoacán, Gobierno del Estado de Michoacán, 1993, pp. 166-169.         [ Links ]

141 López, El Obispado, Op. cit., p. 154.

142 AGN, Indios, Vol. 18, Exp. 171, ff. 129-129v. 24 de julio de 1655.

143 En 1661 eran siete los pueblos sujetos a la doctrina y convento de San Juan Zitácuaro, recientemente convertida en villa con el título de Peñaranda de Bracamonte: San Mateo, San Felipe, San Bartolomé, Santa María, San Francisco Coatepec, Enandio y Timbineo. El idioma de los indios era el mexicano, otomí, mazahua y tarasco. Como vemos, para ese entonces el pueblo de San Francisco el Nuevo aún no se fundaba. agi, Audiencia de México, Leg. 374, Valladolid, 18 de abril de 1661.

144 AGNEM, Títulos de Tierras y Aguas, Jurisdicción de Maravatío, Años 1758-1760, Leg. 2, ff. 699v-700.

145 AGNEM, Títulos de Tierras y Aguas, Jurisdicción de Maravatío, Años 1758-1760, Leg. 2, ff. 699.

146 Carrillo, Partidos y padrones, Op. cit., p. 239-240.

147 Juan Carlos Ruiz Guadalajara, Documentos para la historia del Obispado de Michoacán. Tomo I. Educación y Colegios. Archivo Histórico Enrique Arreguín Oviedo, versión paleográfica, presentación e introducción por..., México, Frente de Afirmación Hispanista, A. C., Fundación Cultural Enrique Arreguín Vélez, A. C, 1993, pp. 42-43.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons