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Tzintzun

versión impresa ISSN 0188-2872

Tzintzun  no.48 Morelia ene./dic. 2008

 

Reseñas

 

Agustín Sánchez Andrés, Tomás Pérez Vejo y Marco Antonio Landavazo (coordinadores), Imágenes e imaginarios sobre España en México, siglos XIX y XX

 

Alfredo Rajo Serventich

 

México, Editorial Porrúa-Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo- Conacyt, 2007

 

Universidad Intercultural Indígena de Michoacán.

 

El cúmulo de artículos presentados en esta reseña, ofrece una visión plural acerca de las imágenes e imaginarios sobre España en México. El marco temporal es amplio al abarcar percepciones y acciones ante los españoles, por parte de las sociedades o el Estado mexicano, desde los albores de la Independencia hasta la transición hacia la democracia en España de 1978.

Los horizontes temáticos demuestran también tal amplitud, que combinan la historia intelectual y socioeconómica con una multiplicidad de manifestaciones estéticas y análisis de diversos tipos de discursos.

En su artículo, Will Fowler resalta la pluralidad de grupos originarios que integran el México indígena. Esta pluralidad está determinada por la nada despreciable cantidad de habitantes reconocidos como indígenas en el territorio nacional: diez millones, distribuidos entre 56 etnias diferentes, cada una con una lengua distinta.

En la tónica del análisis de la diversidad, el autor esboza varias interrogantes, las cuales están vinculadas al lugar ocupado por los descendientes de los esclavos africanos en los imaginarios del mestizaje nacional, y a los problemas de identidad del mosaico de pueblos originarios de la República Mexicana que a lo largo de su historia, según el autor, han vivido una imposición identitaria, la de los mexicas o aztecas, que ha dejado fuera a la diversidad de los pueblos originarios. Es así que hay un imaginario excluyente de los no aztecas a la hora de perfilar la identidad indígena mexicana, a la vez que al retomar las palabras de Octavio Paz en El laberinto de la soledad, establece una doble raíz opresora imperial, de los europeos y de los aztecas.1

Fowler explica que la intencionalidad de su artículo no es redefinir lo mexicano, sino recalcar que la relación entre lo español y los mexicanos es una constante en las interpretaciones sobre la identidad mexicana que se ha prodigado en los últimos tres siglos. En concordancia con lo anterior, el autor establece una tipología de interpretaciones sobre la identidad en México.

Antonio López de Santa Anna es abordado como un prototipo mexicano de principios de la vida independiente, que realiza cierta combinación entre lealtades familiares y una mirada difusa a la nación que viene. Su historia personal, sus antepasados españoles, la mirada de la colonia española de carácter pragmático -útiles a sus intereses y los que no lo son- determinan la ambigüedad de sus políticas, empezando por sus primeras experiencias en Veracruz.

Un punto cuestionado es la existencia de una ideología nacionalista en los primeros años posteriores a la Independencia. Un autor muy influyente, a través de su pluma, Carlos María de Bustamante, hizo gala de ataques contra los conquistadores Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, sin perfilar aún una ideología que privilegiara lo nacional.2

La hispanofobia como expresión política y cultural sería una cuestión posterior. Para dar lugar a esta actitud anti-española, ciertas circunstancias de la política internacional influirían, tal como la negativa a reconocer la Independencia mexicana por parte de Fernando VII.

En el de texto de Marco Antonio Lavandazo se brindan razones para explicar la incorporación a la insurgencia, tales como la pertenencia social y étnica de los alzados, las condiciones locales y regionales y las expectativas puestas en la rebelión.3

Hay un discurso legitimador de la insurgencia: asegurar los derechos de Fernando VII y defender la religión católica ante la "impiedad" francesa y acabar con la dominación política y social de los españoles. En el análisis de este discurso, el autor esboza tres imágenes sobre España: la conquista fue un episodio ilegítimo y sangriento, los españoles eran intrínsecamente malos y perversos, y la expulsión y exterminio de los gachupines era una necesidad histórica.4 Al respecto, la obra de José María Morelos y Pavón, en lo que atañe a la dominación española, es enfática en la figura de 300 años de opresión. Esto, forma parte de una naciente opinión pública patriótica que resalta el rechazo no por la identificación de ciertos españoles como gachupines, sino por el simple hecho de ser calificados como malos.

Lavandazo aclara las motivaciones de la hispanofobia:

Había un indudable componente de agravio social en estas terribles manifestaciones, que aludía al carácter pronunciadamente jerárquico y desigual de la sociedad novohispana, en cuyo seno lo verdaderamente irritante eran la exclusión y la inequidad y no el origen étnico o nacional. Son elocuentes al respecto unas anónimas instrucciones a los jefes insurgentes, en las que no se hacía distinción entre españoles y criollos sino entre ricos y pobres.5

El autor plantea la existencia de un clima mental que buscaba chivos expiatorios a situaciones conflictivas, en lo que se podría considerar como una tradición valorar a una comunidad humana como naturalmente malvada. Esto, se empata con la percepción antijudía que se ha manifestado con frecuencia en diferentes puntos del planeta.

Lo anterior va acompañado de la utilización del rumor como arma política que consagra el "derecho a la represalia".6

Las primeras décadas del siglo XIX son pródigas en la personalización de los hechos y fenómenos históricos en América Latina. Moisés Guzmán Pérez aborda este manejo heroico del pasado americano reciente por parte de los primeros intelectuales de la vida independiente. En concordancia, resalta a quien es considerado padre de la patria cubana, Carlos Manuel de Céspedes, quien consideraba a los grandes hombres como los creadores de los nuevos estados nacionales.7

El Panteón patriótico americano se nutre de figuras clave para definir el pensamiento y la praxis independentista, al aparecer figuras como Túpac Amaru, José Joaquim Da Silva Xavier, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, José de San Martín, Bernardo O'Higgins, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Agustín de Iturbide. A colación viene una definición del historiador michoacano Luis González y González, con relación a la historia de bronce y sus figuras resaltables, los héroes siempre "A remolque de los acontecimientos y no delante de ellos".8

Moisés Guzmán establece ciertas condicionantes para el surgimiento del héroe: "El héroe es una invención, es una creación de la colectividad que aparece casi siempre en un momento en que hay crisis política, crisis de valores y crisis de identidad".9

Por lo tanto, los héroes son interpretados como modelos de virtud, inteligencia y dirección. Apelando a la tradición cultural grecorromana y judeo cristiana se les asimila a grandes protagonistas mitológicos. Es el héroe quien, por excelencia, contribuye a crear sentimientos de identidad política y social. Y carga sobre sus hombros con un imaginario de mucha utilidad al representar la unidad del grupo, de la etnia o del pueblo, con todo su ritual de vida y muerte, entre otras cosas.

El héroe, en esta época de conflicto, suele estar acompañado del anti-héroe, que el bando realista desplegó como figura para un aprendizaje popular de signos sacros. A Miguel Hidalgo y Costilla lo proyectaron como "el nuevo Mahoma".10

En una época de derrumbe de mitos e imágenes, de reconfiguración de los mismos o construcción de nuevos, fue labor de intelectuales ilustrar al pueblo, bajo la égida de la obediencia y gratitud hacia los caudillos.11

Sin embargo, no todos los insurgentes llegaron a la categoría de héroes. La sanción de la Junta Nacional, en el caso mexicano, perfilaría a los héroes y definiría a los personajes olvidados de la historia, sembrando la nueva pedagogía cívica.

Tomás Pérez Vejo sostiene la hipótesis de que hispanofobia e hispanofilia recorren la vida mexicana, durante buena parte de los dos siglos de vida independiente. En concordancia, para el autor, este proceso no va de la mano con el Estado-nación español ni con los atentados contra los españoles en México, sino que es una circunstancia que camina con la misma construcción del Estado mexicano.12

Para sustentar las anteriores explicaciones, el autor realiza estudios de caso que abordan la matanza de españoles en las haciendas de San Vicente y Chiconcuac, en la Tierra Caliente de Cuernavaca, en el marco de una crisis diplomática vinculada. Las claves para entender el conflicto que el autor define como paradigmático son cuádruples: económico, étnico, social y político.13

El conflicto es atizado por la presencia del fuerte caudillo nacional Juan Álvarez, acompañado del lugarteniente español de apellido Abascal. Este conflicto fue engarzado con una pugna en el periodismo. Particularmente, la prensa liberal, en voz de Francisco Zarco, director del diario El Siglo XIX, se esfuerza por incorporar estos acontecimientos a la definición de crimen común.14

Este tratamiento periodístico se desplegaba en el marco de la inestabilidad política del país y de la región. Por consiguiente, expresiones como "los reaccionarios tienen toda la culpa" y las acusaciones de "sembrar cizaña entre "defensores de la libertad", eran material corriente.

La voluntad de la prensa liberal era apaciguadora en general. El Monitor Republicano alertaba sobre el crimen como consecuencia de la existencia de buenos y malos españoles, vislumbrando una justificación frente a las "anteriores actuaciones" de los españoles.15

Otros abordajes, desde diferentes trincheras periodísticas, eran muy duros contra las fuerzas liberales y el Estado mexicano. El Diario de la Habana, reproducido por El Progreso de Veracruz y El Siglo XIX, manifestaban en sus editoriales que era un asesinato de la fuerza pública, no un robo, cometido por el simple hecho de que las víctimas eran españolas.16

Ante esto, se produce la muerte del liberal Abascal, que la lectura nos da a entender como conveniente. Hay una crítica del autor a la política oficial española con respecto a sus connacionales con cierto sustrato económico.

Sólo destacar que, como ocurriría posteriormente durante la revolución o la guerra cristera, es uno de los pocos momentos en que la opinión pública española pareció interesarse o incluso ser consciente de que seguían habiendo españoles en México, que "en México existen 8000 españoles, que representan una fortuna de 150 millones de duros".

La prensa española, en voz de El español y Clamor público, resalta la impunidad del crimen cometido contra "indefensos y laboriosos españoles", a la vez que refuerza el carácter de crimen de Estado.17

Otro punto de vista fue el del diario gubernamental La España, que insiste en que la hispanofobia mexicana estaba relacionada con la forma como se construía una memoria colectiva sobre el pasado de México. Entonces, la hispanofobia, el accionar del general Álvarez y los problemas de la deuda y del agiotismo, serían factores de un mismo conflicto.

Ernest Sánchez Santiró sostiene que la actitud antigachupina tiene una permanencia en la historia mexicana más allá del siglo XIX, ya que para 1910 el grito "Mueran los gachupines", todavía "galvanizaba" al campesinado morelense.18

El autor comenta que la controversia étnica se presentaba parcialmente con categorías socioeconómicas. De esta forma, se definía el concepto de hacendado-español siempre en contraposición con campesino-indio. Sánchez Santiró esboza la complejidad de su hipótesis:

Como hipótesis a desarrollar cabría determinar en qué medida la pugna social campesina morelense decimonónica adquirió legitimidad en tanto no se manifestaba a través de términos socioeconómicos, léase de clase social, sino en términos étnicos, dado que la lucha contra la hacienda azucarera (ya de jornaleros asalariados, ya de arrendatarios y campesinos de los pueblos de la zona) se enunciaba como una lucha contra el hacendado "español", heredero de la colonia o, peor aún, contra un individuo al que de forma reiterada se le atribuían por parte de estos mismos agraviados acciones injustas cuando no ilegales, sin faltar en numerosas ocasiones acusaciones de las propias autoridades locales.19

Lo anterior se comprende en la misma creación del Estado de Morelos que, según palabras del autor, se forja "en medio de un fuerte conflicto político y social en el que se entreveraban actores e intereses diversos".20 Una de las controversias más notorias de la segunda mitad del siglo XIX, el enfrentamiento de Porfirio Díaz y Benito Juárez se refleja en la política del Estado de Morelos. Viejas pugnas del liberalismo, de sectores moderados contra radicales, problemas de clientela política entre grandes bandos políticos nacionales en pugna y la afiliación de los hacendados españoles de Tierra Caliente, modelan la trama del Estado sureño.

La presencia del general Francisco Leyva, en la política local, en el último tercio del siglo, sus antiguas lealtades al general Juan Álvarez, junto con el recuerdo de pasados acontecimientos marcados por hechos de sangre, enrarecían la política y la dinámica social morelenses, máxime las simpatías del presidente Benito Juárez por él y las apuestas del emergente Porfirio Díaz por la oposición local. Los ataques antiespañoles, de lo que había sido acusado el propio Leyva, y la huella en la memoria de los españoles de esos embates contra las haciendas de Dolores, San Vicente y Chiconcuac, propiciaban intranquilidad en los hacendados.

Es así como se perfila en la Tierra Caliente de Morelos, dos poderes alternativos que, según el autor son, el consensual de la mano del caudillo y el económico forjado por los hacendados españoles.21

Los hacendados españoles actúan de una manera que asemeja a una organización política. Se centran alrededor de la candidatura del General Pedro Baranda. De la mano de esta situación forjan una opinión favorable ya que gozan de variados recursos, entre los que se encuentra el uso de la palabra escrita, ejercida, por ejemplo, por Joaquín García Icazbalceta, quien juega un doble papel, como hacendado e intelectual.

Ya en el gobierno, Francisco Leyva lleva adelante una política de conciliación. Este pragmatismo del gobierno de Leyva conduce a una suerte de orientación pendular con respecto a los hacendados españoles hasta que, en 1875, todos los acuerdos forjados son quebrados.

Pío Bermejillo, un importante exponente de los hacendados, lleva adelante una ofensiva que tiene que ver con el intento de perpetuar la memoria del crimen cometido una veintena de años atrás en las haciendas. Inaugura un monumento a las víctimas de 1856, con la aseveración que la justicia divina debe subsanar un déficit de la justicia terrenal. La presencia de varios actores sociales y políticos en el acto, quizá lleve a perfilar una futura alianza política, ya que en él participan hacendados, trabajadores de las haciendas y funcionarios del Estado.22

Martín Pérez Acevedo define como muy determinante el lema porfirista: orden, paz y progreso, acorde con los intereses de negociantes españoles en la región. Es en este marco que en años posteriores estalla la contradicción entre el zapatismo y los intereses de los hacendados, de los cuales es exponente el español Alonso Pagaza. Éste, en ese ambiente revolucionario, abandonó y paralizó actividades en 1914. Sus antecedentes, en lo que refiere a la vinculación con el poder, marcan una constante ya que había mantenido indistintamente relaciones con los gobiernos estatales a lo largo del siglo XIX. Su perfil era el de los propietarios de grandes haciendas morelenses. Su variopinta actividad es señalada por el autor:

... constituían el modelo del hombre de negocios versátil de la época, que invertía sus recursos en distintos rubros además de la agricultura, entre los que sobresalían la especulación monetaria a través de los créditos privados y oficiales, la deuda pública, la minería, el comercio, los servicios y los transportes, entre otros.23

Este vínculo con el poder llegó a tal grado de ser una relación privilegiada, que proyectó la internacionalización del azúcar de Tierra Caliente, sin éxito. Es de destacar que a partir de 1876 contaron con el apoyo de los cinco gobernadores de Morelos que dominaron la esfera pública durante el porfiriato.

La dinámica del campo en la tierra de Zapata pronto condujo a cierta circunstancia en la cual se dirimía la clásica rivalidad entre hacendados y comunidades, arbitrado por el poder estatal, ubicado con mucha precisión, en la mayoría de las ocasiones, del lado de los grandes propietarios.

Ya en el periodo revolucionario, el Ejército Libertador del Sur incursionó en las haciendas en busca de recursos para la guerra. La viuda de Pagaza armó guardias privadas para protegerlas, aunque fue poco lo que pudieron hacer ante los embates agraristas.

Hubo mediación diplomática española para amparar, según reporta el autor, los intereses de estos hacendados, dando lugar a una serie de negociaciones, inconclusas durante buena parte del siglo XX, y socavadas ya con la dictadura de Franco, a raíz del rumbo ya conocido que tomaron las relaciones entre México y España.

Aimer Granados define el concepto de nación étnica o genealógica para estudiar los debates en torno al origen étnico de la nación mexicana. La política "blanqueadora" de la población que ocupa una buena parte del siglo XIX, en desmedro de las poblaciones indígenas y de origen africano, marca una serie de inclusiones y exclusiones a la hora de perfilar el proyecto nacional que señala el autor. En tales esbozos, caben los mitos en torno al indigenismo, las filias y las fobias con relación a los migrantes blancos europeos y los asiáticos, entre otros grupos étnicos.24

La hipótesis que plantea el autor apunta a: "resaltar que en el último tercio del siglo XIX la construcción de la nación étnica en México, entre otros aspectos, contempló una serie de debates a propósito de los imaginarios que el migrado español, el mestizo y diferentes sectores populares tuvieron unos de los otros."

Otra hipótesis que plantea Granados es que las etnicidades en conflicto, durante el siglo XIX, dan causa y contribuyen a la consolidación del nacionalismo mexicano durante el siglo XX.25 De este modo, se puede explicar cómo influyó la leyenda negra española en el proyecto revolucionario de 1910.

En el periodo que antecedió al proyecto revolucionario, conviven en México varias posiciones vinculadas al migrado español. Éstas van desde considerar a los migrantes españoles y europeos en general, como fuentes de progreso, hasta la interpretación negativa tradicionalista y xenófoba. En el punto intermedio se presenta el imaginario de, según el autor, la mestizofilia, la cual también rechazaba al extranjero, pero recalcaba la identidad mestiza como forjadora de la nacionalidad.26

Salvador Morales esboza la importancia de la presencia de una opinión pública mexicana y cubana en México que permitió la permanencia del conflicto en las mentes de los cubanos independentistas durante muchos años y posibilitó la continuidad de las reivindicaciones emancipadoras.27

El lenguaje de la opinión pública fue generoso en la creación de imágenes que señalaban los aspectos más reprobables de la dominación española en Cuba: "... en el periódico Águila Mejicana con la siguiente expresión: 'del país de la esclavitud acaba de escapar milagrosamente, salvando su vida que tantas veces ha expuesto por proclamar y defender la causa de la independencia americana y la libertad del género humano'".28

Las figuras poéticas alrededor de la esclavitud negra, las comparaciones de la Independencia de la nación isleña con el proceso similar que se vivió en Grecia, además de la asimilación del imaginario de las castas hindúes a la realidad cubana, fueron recursos de la prensa escrita para señalar el oprobio del coloniaje

La imagen de las dos Españas en la prensa mexicana, la aceptación sutil del liderazgo de Estados Unidos y la presencia de la masonería, fueron elementos que compartieron atención con los anteriores.

Se vislumbra la pretensión de continuidad a la hora de abordar la independencia cubana por parte de periodistas cubanos y mexicanos. Es frecuente la comparación entre Hidalgo y Céspedes, en un marco en el cual la simpatía hacia Cuba impregna la cultura política de México.

María del Rosario Rodríguez explica la actitud y postura del periódico El Hijo del Ahuizote, ante la contienda bélica de 1898 por la Independencia de Cuba que enfrenta a españoles y estadounidenses. Según se infiere, este periódico rompe lanzas contra la prensa mayoritaria la cual enarbola posturas tradicionales en la tónica del enfrentamiento de la tradición hispana contra el mundo anglosajón.29 El periódico defiende una línea editorial proclive al liberalismo, con una posición adversa al clericalismo español. Cuestiona, por otra parte, la neutralidad y es adepto a la Independencia de la nación isleña, mientras califica a la prensa porfirista como adicta al régimen español.

Miguel Ángel Urrego perfila la disputa del fin del siglo XIX en torno a la lucha por las mentes de mexicanos y colombianos en un escenario que dibuja la nueva realidad que despliega capacidades organizativas en el mundo obrero, como en otros ámbitos de la cultura de las clases y grupos subalternos:

Las sociedades católicas fueron uno de los instrumentos más eficaces para implementar las políticas y concepciones de El Vaticano sobre la organización de la sociedad latinoamericana en la coyuntura de finales del siglo XIX. Las sociedades se propusieron la defensa de la moral católica y del destino del Papa, la condena y persecución de morales alternativas (socialismo, liberalismo, protestantismo) y la organización de los católicos más conservadores y beligerantes, de aquellos dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias.30

Hay un intento de gestar una opinión pública católica en México y Colombia a través de las asociaciones Apostolado de la Oración y El Mensajero del Corazón de Jesús, colocando en el centro de los debates el problema obrero y el socialismo. Además, pugnan por la socialización de periodistas. Esto se observa en la celebración del Congreso de Puebla de 1909, que sería el corolario de otros encuentros.

Lo anterior proyecta una visión estratégica por parte de estas asociaciones. Urrego nos ofrece las pautas de ella: "El Apostolado fue fundamental por contribuir a la determinación de los textos moralmente buenos que podían leer los cristianos. Los objetivos de la sociedad fueron: el establecimiento de bibliotecas católicas, la difusión de un Índice de autores malditos y la fundación de comités de censura".31 A todo esto se debe agregar que la trama organizativa de los reglamentos y estatutos y las funciones sustantivas de la organización provenían de España.32

Los imaginarios culturales emergen también en el terreno de la producción artística. Gabriela Pulido Llano, señala el espacio en disputa que presenta la oposición entre autores españoles y mexicanos, éstos menos reconocidos en el espectáculo de las tandas. Lo anterior da lugar al surgimiento de la Sociedad Mexicana de Autores.33

En la época porfirista, en la que se presenta esta situación hay censura hacia escritores mexicanos, no así hacia los extranjeros. De ahí se infiere que el terreno político tan convulsionado entra en los tópicos de la tanda. Por lo demás, en palabras de Pulido, es la época de la mexicanización de la tanda a la que José Elizondo contribuye en alto grado. El accionar de este empresario y artista mexicano es tal, que es exiliado en 1913, en el periodo revolucionario.

Pablo Mora incursiona en la historia de Enrique de Olavarría y Ferrari (1844-1918), español fincado en México, como uno de los responsables de conformar una imagen institucional de buena parte de la cultura y la historia de México hacia fines del siglo XIX, a través de la administración, la educación y la redacción de la historia de las instituciones científicas, educativas. La incidencia de Olavarría en el ámbito cultural mexicano, según Mora, se debe en primer lugar, a la amistad con Ignacio Manuel Altamirano, a quien le debe la consumación de su obra.

Pablo Mora señala la trama política y cultural, nacional e internacional de la época de Olavarría:

El conjunto de este trabajo de institucionalización, sin duda, proyecta una imagen cultural muy definida que tiene su momento cumbre entre 1894 y 1896, años marcados por sucesos importantes para Olavarría tales como: el cambio y ruptura en le periodismo político y cultural, la iniciativa de celebración del aniversario del descubrimiento de América en 1892, la crisis cubano-española y el triunfo de la hegemonía norteamericana en 1898, la producción de obras y revistas literarias definitivas, la consolidación del porfirismo y sub administración, y finalmente, la presencia de una clase más conservadora que va hallando los espacios e instituciones nacionales hasta su ruptura con la Revolución mexicana de 1910.34

El trabajo de Olavarría es temporalmente extenso, ya que comienza en el periodo juarista y se prolonga al porfiriato. Junto con otro influyente autor español, Anselmo de la Portilla, pretende enaltecer a España sin ofender el orgullo patrio mexicano.35

La visión de Olavarría está dirigida, se infiere del autor, a la población letrada minoritaria en esa época y hay un olvido evidente de las clases populares. Cierto purismo lingüístico se observa al resaltar la lengua y la literatura españolas.

Alicia Gil Lázaro explica la percepción del español por parte de diferentes grupos sociales mexicanos que oscila entre el hidalgo y el gachupín. Toma testimonios españoles de la época porfirista y revolucionaria para vislumbrar las connotaciones de los estereotipos antes mencionados. Con el propósito de denigrar al español se utiliza el calificativo gachupín que es una suerte de continuidad de los antivalores españoles en la historia mexicana. Éstos van de la encomienda a la usura, con ejemplificaciones como usurero, especulador, egoísta, tacaño, avaricioso, racista, entre otros referentes.

El hidalgo español, en contraposición, es percibido como "honorable, virtuoso, 'decente', recto, enriquecido gracias a su esfuerzo, tesón y sabiduría casi innata; es un empresario filántropo, bondadoso, caritativo, respetuoso de todo lo mexicano y al mismo tiempo agradecido. Todo un caballero, en definitiva".36

Entre los grupos sociales y políticos participantes en la interpretación "gachupina" de la presencia española están los grupos de izquierda mexicanos que, en no pocas ocasiones, esgrimen el carácter destructivo del español en México. Entre ellos destaca Germán Lizt Arzubide. Esta interpretación viene a colación de los vínculos de la influyente y rica colonia española con el porfirismo y la dictadura de Victoriano Huerta, posteriormente. Las imágenes negativas de los españoles son retomadas por el autor en claves latinoamericanas: gallego, godo e inquisidor.

Los debates en torno a estas percepciones de lo español se extienden a la época en la cual José Vasconcelos ejerce gran influencia en la vida cultural mexicana. Al calor de sus posiciones hispanistas y de su conocido antiyanquismo esboza que el antihispanismo es una actitud traidora a la patria mexicana.

Josefina Mac Gregor realiza un análisis sobre las medidas antiespañolas tomadas por Francisco Villa, en Chihuahua, que derivan en la expulsión de varios hispanos. Contrapone a Alan Knight en relación a la hispanofobia del villismo. Y recalca ciertas condicionantes a las actitudes de Villa.

Al respecto, yo he propuesto la consideración de que los ataques a los bienes y aun a la integridad física de los españoles están vinculados, más que al odio y al rencor por un grupo específico de extranjeros -así estos sentimientos hayan existido colectiva o individualmente-, a las necesidades económicas de los revolucionarios, a la debilidad y cautela de la política exterior de la corona española y al tipo de actividades preponderantes, las comerciales, a las que se dedicaba la colonia española en México.37

La autora plantea heterodoxias en el movimiento villista que significan, en ocasiones, contrariedades a las mismas posturas de Villa por parte de sus seguidores y aliados, como es el caso de Silvestre Terrazas que difiere con el general revolucionario con relación a los españoles.

Por lo demás, hay ciertas mediaciones culturales, por parte de militantes revolucionarios y periodistas para determinar las posturas de Villa alrededor de este problema. Los casos de Gildardo Magaña, Bernardo Reyes, como virtuales mentores culturales y políticos del dirigente de la División del Norte, explican las justificaciones históricas de Villa con respecto a sus medidas de expulsión. Es así que aparece el pasado colonial como justificación de las políticas emprendidas contra españoles. Además, hay una suerte de garantías que ofrece Villa a españoles no involucrados, con lo que el General duranguense considera reacción.

Pablo Yankelevich busca las raíces de las posturas antihispánicas en México en la antipatía perfilada durante el siglo XIX. Esboza políticas propicias a la integración de los españoles a las élites económicas, políticas y culturales de los regímenes imperantes en el siglo citado.38

Yankelevich incursiona en las raíces de la misma historia patria al abordar el componente hispanofóbico en el pensamiento de José María Morelos y Pavón con sus alusiones a la dominación colonial de 300 años.

El periodo revolucionario que se inaugura en 1910 es ilustrado como antihispanista, salvo las mediaciones carrancistas. Las expulsiones que se derivan, según el autor, tienen como características, en ocasiones, la confidencialidad y, se infiere, la discrecionalidad. Por lo demás, está presente en muchos de los procesos de expulsión los derechos de petición de las comunidades, con una multiplicidad de causalidades.39

Las situaciones descritas, en algunos lugares aparecen vinculadas a reivindicaciones del mundo del trabajo, así como a la coyuntura generada por la crisis internacional de 1898. No se pierde de vista, que el componente antiespañol irrumpe, en el momento revolucionario, con políticas anticlericales del proceso. En alguna ocasión, también se trasluce la hispanofobia por motivos de preferencia sexual.

Ante los debates en torno a los españoles surgen escenarios de diversa índole. En torno al conflicto que recaló en la esfera cultural por la producción del muralista Diego Rivera que punzaba sus mensajes contra la conquista, la diplomacia española denuncia, como uno de los instigadores, al embajador norteamericano Dwight Morrow.40 El marco de lo anterior es el del hispanismo tutelar de los años treinta del siglo pasado, que lleva a figuras culturales tan notorias como José Vasconcelos a afirmar que vilipendiar la conquista y el papel de la iglesia católica en ella era traicionar al pueblo mexicano. Esta circunstancia, exacerbada por la pintura mural de Cuernavaca producía todavía escozor en el intelectual español, transterrado en México, Juan Rejano.

Johanna Lozoya Meckes, acude al análisis de revistas de arquitectura de los años veinte del siglo pasado, para ponderar diferentes estilos en lo que lo español es ámbito de disputa.

Realiza un abordaje al respecto de la imagen de lo español en los artículos neocolonialistas de esos años en contraposición a la historiografía nacionalista del periodo posterior.41

Se desprende que se forja un consenso estético, que pretende fortalecer las figuras del mestizaje. Éste está lejos de buscar el equilibrio entre las formas indígenas e hispánicas. A cada quien le asigna un papel. Lo español aparece privilegiado como el sustento cultural, mientras que a lo originario lo encierra al espíritu. Por ende destaca un protagonismo cultural hispano. Las manifestaciones artísticas concretas de festejar a la par a Miguel Hidalgo y a Pelayo evidencia lo anterior.

Ángel Miquel especifica el terreno del combate cultural que vislumbra imágenes mexicanas que compiten con Hollywood. Presenta una explicación que denota la presencia en Madrid de buena cantidad de intelectuales mexicanos. En torno a la exhibición cinematográfica, comenta que la proyección en ciudades de provincia de películas que narran ciertos hechos de la revolución mexicana, son mayores en esos lugares que en Madrid y Barcelona.42 A colación de esto, aparecen las estrategias de defensa de los Estados mexicano y español, por proteger la imagen de sus países ante la denigración proveniente de la industria cinematográfica estadounidense.

El tratamiento cinematográfico de la revolución es muy particular. Se abordan historias de contrabandistas, bandoleros y héroes de la revolución, remarcando los comunes entornos culturales con la Revolución como telón de fondo.

Alfonso Reyes fue una figura señera para enarbolar la bandera de la renovación de España con los nuevos alientos que trajo la república. Fue el interlocutor, por excelencia, entre el mundo cultural español renovador, y la intelectualidad mexicana que, desde diversos campos y posturas, vivieron la revolución. Nexo privilegiado con los pensadores José Gaos y María Zambrano, se considera a Reyes el más español de los mexicanos. Resalta entonces el vínculo de vida, vivir la república y defenderla. Asiste y es protagónico de la renovación juvenil española.43 En el Ateneo español contribuye a la construcción de espacios de sociabilidad, en los que aparecen Ortega y Gasset y Azorín.

Sin embargo, en territorio mexicano no hubo unanimismo, mucho menos en el terreno de la prensa escrita. Según, Nidia Nava, frente a la política oficial, hubo prensa que apoyó a los "nacionales". Hay en esta prensa una combinación de clase media urbana y ultramontanismo católico. Una guerra de tinta y papel, en palabras de José Antonio Matesanz, que presenta el caudal organizativo de la derecha. Éste fue tal que pretendieron organizar, en 1939, un Congreso Anticomunista Iberoamericano. Las figuras más prominentes del discurso fueron las pasadas glorias y valores vinculados a la hispanidad.

Las imágenes que proyectó esta prensa fueron las de una guerra con tintes de cruzada, la continuación internacional de la Guerra Cristera o la confrontación de la civilización ante la barbarie centroafricana. Las imágenes de la España imperial emergen entones con remembranzas de Lepanto y Juan de Austria. El bien y mal de esta visión extremista del mundo aparece con la imagen discursiva de Cristo en el cielo y Lenin en el infierno. Consecuente con lo anterior, las loas a la Alemania nazi y a la Italia fascista no se hacen esperar. Críticos acérrimos de la política exterior del cardenismo, miran hacia afuera con la definición de que la Sociedad de las Naciones era un instrumento del imperio británico.44

Con el marco de la triunfante Revolución cubana como estímulo para las izquierdas latinoamericanas, las embestidas de las dictaduras sudamericanas, y las discusiones en torno a las identidades, la globalización y la nación como paradigma en crisis, Aleksandra Jablonska esboza que es menester repensar la identidad, la heterogeneidad, la interculturalidad, la resistencia y la apreciación selectiva de las culturas.45

Este cúmulo de circunstancias, en la cinematografía, proyecta las imágenes de Padre contra conquistador y el fracaso de las empresas coloniales.

En los casos concretos de El jardín de la tía Isabel de Felipe Cazals y Cabeza de Vaca de Nicolás Echevarría, emerge la zozobra de los conquistadores, por apropiarse de lo temido de otra cultura, por ejemplo, del canibalismo.

El sincretismo cultural figura en Barroco de Paul Leduc, junto con los efectos lúdicos de la conquista.46 El sincretismo religioso, se esboza, por ejemplo, en La otra conquista de Salvador Carrasco con un planteamiento análogo al de Barroco. Las figuras más frecuentes son la guerra, la destrucción de códices, las imágenes religiosas y las matanzas.

Otros horizontes interpretativos están dados con España como proveedor de la cultura en una América vacía. Tal es el caso de conventos observados como microcosmos de la sociedad novohispana, en la cual no aparece la cultura indígena. La insistencia en mostrar a los conquistadores españoles como bienintencionados muestra este tipo de comprensión de la realidad.

Otro tipo de versiones presenta a la conquista como fuente de conflictos identitarios. Desiertos Mares, de José Luis García Agraz, traslada a épocas contemporáneas conflictos entre las dos raíces nacionales.

Finalmente, Agustín Sánchez Andrés analiza el tratamiento dado por la revista Siempre a la transición española de fines de los años setenta. Cabe destacar que el perfil de los colaboradores de la revista no es plural en torno al franquismo, según Sánchez Andrés. Esto se fundamenta en la colaboración en la publicación de republicanos españoles.47 Por otra parte, hay cierta euforia observada en la revista por la reconciliación española mexicana.

Casi la totalidad de los artículos presentan una visión negativa de la situación española. Al igual que la mayoría de la prensa hay excepticismo en lo que refiere a la transición. Esto se complementa con la observancia negativa del proyecto centrista de Adolfo Suárez. Por lo demás, los sucesos de ese momento en España, vislumbran para Álvaro Custodio, periodista destacado en la revista, un clima prebélico.48 Todo lo señalado contrasta en parte con la interpretación crítica, desde la misma revista, de Jacobo Zabludowsky. Finalmente, la moderación emerge en Custodio ante las elecciones de 1977, que vislumbran un rumbo más cierto a la transición.

 

Notas

1 Will Fowler, "La hispanofóbica hispanofilia de Antonio López de Santa Anna (México, 1794-1876)", p. 3.         [ Links ]

2 Ibídem, p. 14.

3 Marco Antonio Lavandazo, "El imaginario antigachupín de la insurgencia mexicana", p. 35.         [ Links ]

4 Ibídem, p. 40.

5 Ibídem, p. 47.

6 Ibídem, p. 59.

7 Moisés Guzmán Pérez, "Adiós a Pelayo, la invención del héroe americano y la ruptura con la identidad hispana", p. 63.         [ Links ]

8 Ibídem, p. 64.

9 Ibídem, p. 65.

10 Ibídem, p. 74.

11 Ibídem, p. 81.

12 Tomás Pérez Vejo "Hispanofobia y antigachupinismo en la tierra caliente de Morelos: las claves de un conflicto", p. 100.         [ Links ]

13 Ibídem, p. 107.

14 Ibídem, p. 129.

15 Ibídem, pp. 122-123.

16 Ibídem, p.s 125.

17 Ibídem, p. 131.

18 Ernest Sánchez Santiró, "De hispanofobia y gachupines. Revisitando los hechos de San Vicente, Dolores y Chiconcuac", p. 143.         [ Links ]

19 Ibídem, p. 147.

20 Ibídem, p. 149.

21 Ibídem, p. 153.

22 Ibídem, p. 167.

23 Martín Pérez Acevedo, "Empresa, agroindustria, revolución y reclamaciones españolas en tres haciendas morelenses", p. 181.         [ Links ]

24 Aimer Granados "De los unos y los otros en la formación de la nación étnica y del nacionalismo mexicano a fines del siglo XIX", p. 226.         [ Links ]

25 Ibídem, p. 229.

26 Ibídem, p. 234.

27 Cfr. Salvador E. Morales Pérez "España en el imaginario del exilio cubano en México", p. 241.         [ Links ]

28 Ibídem, p. 244.

29 María del Rosario Rodríguez Díaz "España y Estados Unidos durante el 98. La mirada de El Hijo del Ahuizote", p. 271.         [ Links ]

30 Miguel Ángel Urrego, "Sociedades católicas e hispanismo. El Apostolado de la Oración en México y Colombia, 1890-1910", p. 285.         [ Links ]

31 Ibídem, p. 296.

32 Ibídem, p. 303.

33 Gabriela Pulido Llano "La tanda española se "mexicaniza", p. 310.         [ Links ]

34 Pablo Mora "Literatura e historia cultural en México: el caso de Enrique Olavarría y Ferrari(1844-1918)", p. 345.         [ Links ]

35 Ibídem, p. 350.

36 Alicia Gil Lázaro "¿Hidalgo o gachupín? Imágenes en torno al inmigrante español en el México revolucionario", p. 369.         [ Links ]

37 Josefina Mac Gregor "Villa y los españoles: una relación difícil en tiempos difíciles", p. 402.         [ Links ]

38 Pablo Yankelevich, "Denuncias e investigaciones contra españoles. Orígenes y desenvolvimiento de una conducta social y una práctica política en el México revolucionario", p. 426.         [ Links ]

39 Ibídem, p. 440.

40 Ricardo Pérez Montfort "Las peripecias diplomáticas de un mural o Diego Rivera y la hispanofobia", p. 468.         [ Links ]

41 Johanna Lozoya Meckes, "Formas de lo español en las revistas mexicanas de arquitectura (1920-1929)", p. 495        [ Links ]

42 Ángel Miquel, "Pancho Villa en España: recepción de películas sonoras sobre la revolución mexicana (1932-1936)", p. 527.         [ Links ]

43 "España en Alfonso Reyes" Alberto Enríquez Perea, p. 540.         [ Links ]

44 Nadia Nava Contreras "Imágenes de la Guerra Civil Española en la prensa conservadora: los caso de Omega y David" p. 597.         [ Links ]

45 Aleksandra Jablonska, "Las imágnes de España en las películas mexicanas sobre la conquista (1970-2000)", p. 611-612.         [ Links ]

46  Cfr. Ibídem, p. 619.

47 Agustín Sánchez Andrés, "La transición española vista por la revista Siempre", p. 636.         [ Links ]

48  Ibídem, p. 640-641.

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