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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.33 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2022  Epub 08-Ago-2022

https://doi.org/10.19130/iifl.litmex.2022.33.2.7731x09 

Reseñas

Carlos de Sigüenza y Góngora. Triunfo parténico. Estudio preliminar y edición crítica de Martha Lilia Tenorio. México: El Colegio de México, 2021.

Antonio Rubial García*1 

1Universidad Nacional Autónoma de México, arubial@servidor.unam.mx

Sigüenza y Góngora, Carlos de. Triunfo parténico. Estudio preliminar y edición crítica de Martha Lilia Tenorio. México: El Colegio de México, 2021.


Atenea, la diosa de la sabiduría patrona de Atenas, tenía como uno de sus apelativos el de Partenos por su virginidad. A partir de esta alusión, Carlos de Sigüenza y Góngora ideó el título de una de las obras que le dio más prestigio y que dedicó a la Inmaculada Concepción de María; la nueva Partenos, cuyo triunfo consistía en haberse visto libre desde su concepción del pecado original, fue celebrada por la Universidad de México (que la tenía como patrona), con dos fastuosos festejos en su honor en 1682 y en 1683. En su obra, el cronista incluía una descripción de las celebraciones universitarias y los poemas ganadores en los certámenes poéticos que, tanto en castellano como en latín, exaltaban con rebuscados símiles y emblemas el nacimiento inmaculado de la Madre de Dios. En la obra, Sigüenza incluyó también la descripción de la remodelación del aula magna de la universidad, cuya fabricación se hizo a costa de su rector, el clérigo Juan de Narváez, quien además había pagado la misma publicación y parte de los gastos de los dos festejos anuales. Uno de los actos fue la representación teatral El mayor triunfo de Diana que Narváez encargó al capitán criollo Alonso Ramírez de Vargas, en la que se asociaba a la Virgen inmaculada con la otra casta diosa clásica. Las continuas menciones a Juan de Narváez en el impreso muestran que este personaje utilizó su prolífico mecenazgo para impulsar su carrera político-académica, siendo nombrado dos años seguidos rector de la universidad.

Aunque la crítica contemporánea coincide en que el Triunfo parténico es el texto más representativo de dicho género festivo durante el periodo barroco novohispano, el texto compilado por Sigüenza ha recibido las más encontradas críticas; éstas giran sobre todo alrededor de la poca originalidad de la poesía que se presentaba en los certámenes y que sólo conocemos gracias a obras como el Triunfo, que las incluyeron en sus descripciones de los festejos. La novedad del texto que hoy publica El Colegio de México es el estudio introductorio escrito por la eminente doctora en letras hispánicas Martha Lilia Tenorio. Se trata 248 páginas, casi la mitad del volumen, que introducen la obra de Sigüenza, creando un tratado completo sobre la poética colonial y la sociedad novohispana. El estudio comienza con una interesante relación sobre los certámenes poéticos en los cuales los concursantes debían hacer gala de ingenio y maestría en la versificación y la métrica exigidas, salvando los obstáculos que les imponían la ortodoxia y el decoro. A los ganadores se exigía no sólo el dominio del oficio, sino además una originalidad formal, apremiada por unos tiempos de entrega reducidos a dos semanas. Los centones, redondillas, canciones, sonetos, retratos, vejámenes y emblemas que se presentaron, desplegaban erudición e implicaban “esfuerzo, ingenio y oficio”; algunos de ellos, como los centones (formados utilizando citas de autores clásicos) eran verdaderas proezas técnicas verbales. Ante la limitación que imponía la teología, cuyos temas eran incuestionables y por tanto redundantes, tomaba un papel central lo formal, la belleza del lenguaje, el ingenio de los giros retóricos, la erudición desbordante. Asistimos, por tanto, al nacimiento del arte, que comenzaba a independizar el valor estético de las formas, del riguroso contenido de los mensajes religiosos.

Los certámenes fueron los grandes “motores y promotores de la poesía”, cuyo desarrollo se iniciaba con actos insertos en una teatralidad exuberante. Los de 1682 se iniciaron con la publicación o proclama de la convocatoria acompañada por un desfile por las calles de la ciudad, el repique de campanas y el golpeteo de atabales; estudiantes y caballeros, profesores laicos y religiosos acompañaban el evento a caballo o en mula, el cual terminaba con la colocación del cartel a la puerta de la universidad con las fechas, temas alegóricos y métricas propuestas. Dos semanas después, durante los festejos, un jurado calificaba los poemas entregados y declaraba a los tres triunfadores en cada categoría, quienes recibían diversos premios otorgados gracias a la munificencia de un mecenas, en este caso de nuevo Juan de Narváez.

La oralidad en que estaban inmersos dichos actos efímeros obligaba a mantenerlos en la memoria por medio de la letra impresa, para exaltación de sus autores y mecenas. Esa funcionalidad del impreso puede verse desde el romance con el que se abrió el primer certamen de 1682, cuyo autor fue el secretario (el mismo Sigüenza); su protagonismo a lo largo del texto era esencial en la promoción de su carrera; el cierre de este prólogo se hizo con una décima, también de su autoría, en la cual “agradecía al virrey su patrocinio y presencia al tiempo que le ofrecía, cuan víctimas de sacrificio, las acordes cadencias ya presentadas”. En adelante varios de los romances recopilados por el texto se dedicaron al virrey, marqués de la Laguna, mientras que los sonetos fueron destinados al rector Narváez.

Martha Lilia Tenorio señala que las menciones que se han hecho a estos certámenes, incluida la del investigador estadounidense Irving Leonard, calificaron dicha poesía de superficial, de hacer gala de una erudición ramplona extraída de colecciones de citas (como las polianteas) y no de fuentes directas. Por ello consideraban que ni los temas ni las rebuscadas formas retóricas que utilizaban eran dignos de un estudio profundo. La autora de la introducción rebate dichas aseveraciones señalando que lo magistral de esa poesía consistía en saber insertar con ingenio dichas citas las cuales, al igual que las historias, leyendas y mitos, pues formaban parte de un contexto discursivo al servicio de un mensaje de sujeción. Por ello el estudiar esta producción, instrumento comunicativo básico para la elite intelectual del barroco, se vuelve esencial para la comprensión de una época en que gozaron de una gran popularidad.

Es por ello que el texto introductorio dedica un extenso apartado al culto a la Inmaculada Concepción, una de las principales promociones de los Reyes Católicos y de los franciscanos, quienes se confrontaron con algunos teólogos dominicos que sostenían lo contrario (el maculismo) basados en varios textos de santo Tomás de Aquino. En la corte de Felipe II, la fuerte presencia dominica limitó a los inmaculistas y promovió el culto a la Virgen del Rosario, patrona de dicha orden, a cuya devoción se atribuyó el triunfo cristiano en la batalla de Lepanto frente a los turcos en 1571. Pero en los primeros años del siglo XVII los franciscanos desplazaron a los dominicos en la corte del Felipe III, quien juró a la Inmaculada como patrona del imperio en 1612, tres años después de la expulsión “purificadora” de los moriscos. A partir de entonces la monarquía española, sobre todo con Felipe IV, convirtió el inmaculismo en el elemento central de su identidad y se dedicó a buscar el aval pontificio para su definición como dogma universal, y a extenderlo en todos sus dominios. A estas discusiones se unieron los jesuitas, quienes apoyaron la postura franciscana, con lo cual la posición maculista dominicana se radicalizó, al igual que sus confrontaciones con la Compañía.

La autora de la introducción señala que uno de los espacios donde se dio con más fuerza esa pugna fue la Universidad de México, donde se había acordado que todo aquel que pretendiese graduarse debía jurar a la Inmaculada Concepción de María; a lo largo de dos décadas los dominicos fueron apoyados por la audiencia en sus pretensiones de no hacer el juramento. De hecho, desde su cátedra de santo Tomás, que monopolizaban en la universidad desde 1618, atacaban la opinión teológica franciscana. A pesar de dicha oposición, la universidad celebraba a la Inmaculada en enero, el domingo posterior a la octava de epifanía, de manera independiente de la que se hacía el 8 de diciembre en todo el mundo católico. La pugna entre teólogos llegó a su punto álgido durante los festejos de 1653, año en que la Universidad de México votó como patrona a la Inmaculada (San Marcos de Lima lo había hecho ya en 1619). Frente a la postura intransigente de los dominicos, los franciscanos, tradicionales defensores del inmaculismo, supieron usufructuar muy bien el espacio que se les abrió a raíz de los festejos de 1653; unos años después consiguieron ingresar en el ámbito universitario cuando se abrió en él una cátedra exclusiva para los frailes menores sobre Duns Scoto. Después de la jura de 1653, los festejos universitarios a la Inmaculada decayeron por falta de recursos hasta que los reactivó Juan de Narváez en 1682. Fue también en esa magna celebración que se encargó a los dominicos, perpetuos ausentes en las fiestas anteriores, el sermón de clausura de la celebración. Para estas fechas la orden, que se había opuesto a reconocer la “verdad del misterio”, pactó finalmente con el sistema. No podía seguir navegando contra corriente, y más teniendo vínculos tan fuertes con la universidad.

Martha Lilia Tenorio hace a continuación un análisis de los certámenes y por medio de ellos nos muestra a una sociedad letrada culta que gustaba de la ambigüedad, de los juegos retóricos, de los vejámenes, de la ironía y del sarcasmo. La temática de los poemas estaba plagada de alusiones a la representación plástica con que, a partir del siglo XV, se asoció la propuesta teológica inmaculista: la mujer vestida de sol, coronada de estrellas y con la luna bajo sus pies, del Apocalipsis. Algunos poemas mencionan incluso, como una alabanza a Sigüenza, secretario inspirador de los certámenes, que sólo un astrónomo podía tratar con sobrada erudición una figura rodeada de astros. Asimismo, se utilizó como tema recurrente el triunfo de María sobre el pecado inspirado en la imagen de la Virgen pisando la cabeza del dragón infernal. Por ello varios poemas eran propuestos como vejámenes al Demonio a la manera de los que se hacían a los graduados; en ellos lo ridiculizaban al igual que sus pretensiones de manchar con el pecado original a la Virgen María.

Sin embargo, el primer tópico propuesto por el secretario no fue de carácter astronómico o demoniaco. A partir de la Eneida de Virgilio se propuso como tema la comparación de la Virgen inmaculada con la isla inamovible de Delos, patria del sol Apolo y de Diana, la luna. Según Cicerón, Delos como isla sagrada nunca fue mancillada, ni siquiera por los persas, y estuvo libre de toda impureza, lo cual para Sigüenza era otro elemento que podía utilizarse para reforzar su equiparación con María. En varios poemas de este certamen se propusieron paralelismos entre Minerva-Atenea y la universidad y Anquises (el padre de Eneas), alegorizando a la orden franciscana. La autora del estudio señala que ese mundo clásico no estaba sustentado a partir de la lectura de sus fuentes primigenias (Ovidio, Virgilio, Horacio), sino que era visto a través de los ojos de autores barrocos como Luis de Góngora o Juan Luis de la Cerda.

En la segunda parte de la obra, Sigüenza describe los festejos de 1683 en los que se incluyó la inauguración del aula magna recién restaurada por el rector Juan de Narváez. En la descripción del aula, símbolo de la pureza de María, aparecían descritos 36 retratos de universitarios ilustres con sus respectivas notas biográficas; muchos de ellos eran frailes que llegaron a ser obispos y otros insignes clérigos seculares y personajes laicos. Por su papel en la fundación de la institución, el agustino fray Alonso de la Veracruz recibió la más extensa noticia. En esta segunda parte, el virrey y el rector ocuparían un papel importante en los encomios, sobre todo para justificar que Narváez fuera no solamente exculpado de la edad reglamentaria (tenía 28 años al ocupar el cargo), sino además el haber sido elegido rector por un año más, algo irregular de acuerdo a los estatutos. En esta segunda parte los emblemas ocuparon un papel central. El tema del águila, animal con fuertes cargas simbólicas tanto para Europa como para la Nueva España, sería el articulador de todos los emblemas que se presentaron en el certamen de 1683, siempre relacionándolo con la Inmaculada Concepción.

Con la publicación de textos como el Triunfo parténico y de estudios que nos permiten su comprensión y contexto, como el que ha realizado Martha Lilia Tenorio, se enriquece notablemente nuestro conocimiento de un periodo clave de nuestra historia cultural. Por principio de cuentas, se nos muestra cada vez más claramente la importancia fundamental que tuvo la fiesta como artefacto representacional del mundo corporativo y su fuerte impronta social y cultural. Con su carácter multiforme (que incluía música, teatro, sermones, emblemas, procesiones, certámenes, arcos, etcétera) la fiesta constituía la manifestación más acabada del proceso comunicativo, el instrumento más eficiente para trasmitir valores y símbolos con miras a promover control y sujeción hacia la monarquía y refrendar los lazos de fidelidad de los súbditos transatlánticos con la metrópoli.

El segundo aporte de este tipo de publicaciones que me parece debemos resaltar es que da a conocer la producción literaria novohispana, no sólo de los autores connotados como el mismo Carlos de Sigüenza o Juan Sáenz del Cauri (uno de los pseudónimos con que sor Juana Inés de la Cruz participaba en los certámenes), sino también de otros menos acreditados: Diego de Rivera, José de Mora y Cuéllar, Francisco de Aguilar, Juan de Guevara, Alonso Ramírez de Vargas, Francisco Ayerra Santamaría y Francisco de Acevedo. Además de su producción, estudios como el que hoy se reseña nos ayudan a comprender las redes existentes entre los miembros de esa “República de las Letras”, cuyas sociabilidades se hacen visibles por medio de los certámenes, los paratextos que acompañaban las publicaciones y los mecenazgos, como el de Juan de Narváez, que permitían su materialización.

Un tercer aporte de este trabajo es poner en evidencia lo injustificado del desdén, e incluso del desprecio, con que se ha tratado la poesía de los certámenes. La autora del estudio introductorio encontró en ese texto plural que es el Triunfo parténico: “poemas, versos, imágenes, giros dignos de ser recordados y de pasar a ser parte, con todo derecho, de la memoria poética de la poesía hispánica”.

*

Profesor Titular emérito de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Autor de numerosos libros y artículos sobre la sociedad y la cultura en la Nueva España, Miembro de número de la Academia mexicana de la Historia y Miembro emérito del Sistema Nacional de Investigadores.

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