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Argumentos (México, D.F.)

versión impresa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.26 no.73 Ciudad de México sep./dic. 2013

 

Diversa

 

Espacio de lucha política: teoría política y el giro espacial

 

Adrián Velázquez Ramírez*

 

* Licenciado en ciencias políticas por la Universidad Iberoamericana Puebla, Maestro en ciencias Sociales por la Flacso sede México y estudiante del doctorado en sociología por la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). Becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) (2008-2010). Becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Instituto de Altos Estudios Sociales (2011-presente).

 

Resumen

El presente artículo explora en el corpus del llamado giro espacial en la Teoría política contemporánea los elementos analíticos que permitan justificar una interpretación de lo social como espacio de lucha política. El objetivo será mostrar la pertinencia de este enfoque para abordar las relaciones que los conflictos sociales singulares establecen con la estructura de poder en la que están insertos. Con este bagaje, efectuaremos una lectura de los desarrollos teóricos de Juan Carlos Marín y Michel Foucault, que, desde distintos lugares, interpretan la sociedad como un espacio atravesado por múltiples relaciones de poder que configuran el campo de batalla.

Palabras clave: espacio político, giro espacial, teoría política.

 

Abstract

This article explores the analytical elements which justify an interpretation of the social as a space of political struggle in the corpus of the so-called spatial turn in contemporary political theory. It will aim to show the relevance of this approach to address the relations that the singular social conflicts establish with the power structure in which they are embedded. With this background, we take a reading of the theoretical developments of Juan Carlos Marín and Michel Foucault, which interpret society as a space traversed by multiple power relations that make up the social battle field from different places.

Key words: political space, spatial turn, political theory.

 

INTRODUCCIÓN: EL MAPA Y EL TERRITORIO CONTEMPORÁNEO

Esta dificultad tan peculiar debe ser superada mediante un
tipo especial de capacidad mental, llamado sentido del lugar,
que no deja de ser un término muy restringido. Consiste en
la capacidad para formarse con rapidez una representación
geométrica correcta de cualquier porción de territorio y, en
consecuencia, para encontrar en cualquier momento, de
modo ajustado y fácil, una posición en él. Esto constituye,
evidentemente, un acto de la imaginación.

CLAUSEWITZ-DE LA GUERRA

 

Para Karl von Clausewitz, la relación entre guerra, lugar y terreno (Althusser, 1968) constituye uno de los factores más influyentes en la conducción de una estrategia militar. El general prusiano justificaba la importancia de ésta (Foucault, 2006) a partir de tres argumentos: 1) toda acción bélica se produce siempre en un espacio definido; por lo tanto, es una relación constante que se encuentra presente en todos los momentos que van definiendo una estrategia. 2) Es un factor que condiciona por igual la acción de las fuerzas que se despliegan; la capacidad de los diferentes bandos para dar un contenido particular a esta relación es determinante para la consecución de los objetivos estratégicos y; 3) estratégicamente resulta central pues "mientras que por un lado puede alcanzar a los detalles más nimios de la localidad, por otro puede abarcarlos más amplios espacios" (Clausewitz, 1922:40).

Dentro de esta argumentación, Clausewitz llama la atención sobre una singular capacidad con la que el gran estratega debe contar para afrontar los desafíos que plantea la relación entre guerra, lugar y territorio: el sentido de lugar será fundamental en tanto permite trazar una ubicación dentro de un espacio más amplio. Esta representación geométrica que el buen mariscal debe generar, se vuelve indispensable a la hora de pensar y desarrollar una estrategia, pues permite subordinar los momentos locales, parciales y situados en franjas específicas de un territorio, al plan de guerra que tiene como referente la unidad del espacio en el que se desarrolla un enfrentamiento bélico. De estas consideraciones se deriva la importancia del mapa como un artefacto político básico en el desarrollo de un conflicto.

En Defender la sociedad, Michel Foucault (2002) desarrolló las consecuencias que se desprenden de invertir la famosa máxima de Clausewitz. Al afirmar que no sólo es cierto que la guerra es la política librada a otros medios, sino que la misma política es la continuación de la guerra por otros medios, Foucault ponía énfasis en que lo social se encuentra conformado por múltiples combates, mezcla de subordinaciones y resistencias que constantemente se desarrollan a lo largo y ancho del conjunto social. Como programa intelectual, de este análisis surge la posibilidad de explorar la conflictividad que subyace a esa aparente paz, bajo la cual el discurso liberal representa a la sociedad como un ámbito liberado de relaciones de poder y violencia, en donde el derecho y las instituciones del Estado serían las encargadas de neutralizar los potenciales conflictos.

Este replanteamiento de la relación entre guerra y política, si bien no equivale a establecer una igualdad plena entre ambos términos, sí permite trazar una continuidad entre ambas facetas que abre posibilidades analíticas interesantes. Una de estas posibilidades es la transferencia -o tal vez sea más adecuado decir: la traducción- de un conjunto de categorías y axiomas teórico/analíticos desarrollados disciplinariamente en el ámbito de la reflexión sobre la guerra, al ámbito propio del análisis de esta multiplicidad de conflictos sociales que conforman el espacio social contemporáneo.1

Así, podemos encontrar que el sentido de lugar al que hacía referencia Clausewitz en el siglo XIX, resulta igualmente importante tanto para la práctica política al interior de la sociedad contemporánea, como para su análisis. Todo antagonismo social supone una dimensión espacial. El conflicto nos revela datos importantes sobre la distribución de lugares en una sociedad. Durante el proceso de lucha política surge una suerte de triangulación, en la cual, mediante la práctica política, los agentes antagonistas van descubriendo la posición relativa que ocupan dentro del orden social en el que están inscritos. En este caso, será la práctica política antagonista lo que permite hacer visible la distancia que los vincula con lo que combaten y la forma en que esta distancia se inserta dentro de un orden social. Surge también un mapa o si se quiere, una práctica cartográfica, radicalmente diferente a la que uno puede encontrar en Clausewitz y su Teoría de la guerra.2 No se trata ya del espacio entendido como terreno, si no como un espacio de espacios que emerge de la interacción de un conjunto de posiciones relativas. No hay ahí, ni arriba ni abajo, sino un conjunto relacional conformado por posiciones singulares cuya ubicación depende de las relaciones que guarda con el resto.

El espacio emerge entonces como una categoría analítica que se debe tener en cuenta a la hora de abordar los procesos de conflicto social. En particular, resultan interesantes las posibilidades que abre para pensar la interacción que los múltiples conflictos sociales de carácter singular establecen con la estructura de poder en la que están insertos.

El objetivo del presente artículo es mostrar la importancia que para la Teoría política tiene la relación entre espacio y antagonismo. Para ello, recuperaremos algunos elementos del llamado giro espacial en las ciencias sociales,3 mismos que han sido retomados en forma de interesantes vetas de reflexión por la Teoría política contemporánea. Este giro, caracterizado por una tendencia a espacializar las categorías y prácticas políticas, ofrece elementos interesantes para pensar la dimensión espacial de los conflictos al interior de una sociedad. Se intentará demostrar en qué sentido el espacio representa una plataforma teórica idónea para pensar lo político en sociedades altamente complejas y heterogéneas, en donde la existencia de una multiplicidad de conflictos es una condición de difícil aprehensión tanto para la teoría como para la práctica. Para conseguir este objetivo, nos abocaremos primero a recuperar dos discusiones que, en momentos y lugares diferentes, problematizan la interpretación apolítica del espacio y coinciden en señalar su centralidad respecto a la expresión del fenómeno político. La discusión de la geógrafa inglesa Doreen Massey sobre el lugar que ocupa el espacio en la propuesta de Ernesto Laclau, nos servirá para mostrar los desplazamientos en la interpretación de lo espacial en la Teoría política contemporánea. Posteriormente, recuperaremos algunas de las preocupaciones de la Internacional Situacionista, en donde el espacio se muestra no sólo como el lugar donde la lucha política tiene lugar, sino como un objetivo de la práctica política.

Posteriormente, con estas discusiones como bagaje, pasaremos a caracterizar algunos de los rasgos que hacen del espacio una plataforma teórica interesante para abordar lo político en las sociedades contemporáneas. A partir de esta revisión, introduciremos una posible relectura de dos proyectos intelectuales que parten de una caracterización que interpreta lo social como un campo de batalla, en la medida en que la sociedad estaría conformada por la existencia de diversos conflictos. La revisión de los argumentos centrales de la Teoría del encuentro de Juan Carlos Marín (2009) y la recepción que desde el giro espacial se hace del trabajo de Michel Foucault, nos ayudará a introducir a manera de conclusión/apertura, una primera aproximación al concepto de espacio de lucha política.

 

DOREEN MASSEY: EL ESPACIO Y LO POLÍTICO

En el transcurso de las últimas décadas, el espacio se convirtió en un concepto de gran importancia. Distintas disciplinas y prácticas sociales lo han incorporado como una categoría central, encontrando ahí un fundamento interesante sobre el cual anclar su interacción con el mundo contemporáneo. Ante la volatilidad de las identidades, el aumento de complejidad en las interacciones sociales y la yuxtaposición de escalas locales, nacionales y globales, el espacio se ha convertido en el depositario de muchas de las ansiedades actuales (Massey, 1994:172). La creciente espacialización de categorías y prácticas surge entonces como un recurso interesante a la hora de afrontar la necesidad de reducir esta complejidad a un plano manejable, pues permite establecer ciertas referencias que habilitan la ubicación de los diferentes contextos de acción, así como la manera en que éstos se relacionan.

Este proceso viene acompañado de una completa resignificación de lo que entendemos por espacio. De la interpretación que dominó gran parte de la modernidad, en donde el espacio era percibido como un objeto neutral, identificado con lo dado y lo estable, a lo largo del siglo XX se fue descubriendo como un elemento socialmente construido4 y por lo tanto, como un medio dinámico que es afectado por la acción que se desarrolla en su interior. Políticamente, como veremos, el espacio dejó de considerarse como un mero receptáculo de la práctica política, para convertirse en un objeto susceptible de ser intervenido políticamente.

Para Doreen Massey (1994), en el centro de esta resignificación se encuentra un replanteamiento de la relación espacio-tiempo, así como del papel que desempeña lo espacial dentro de la secuencia estabilidad/cambio social. En contraste con la interpretación del tiempo como gran fundamento de la Historia y el cambio social, la identificación del espacio como stasis, lo mostraba como un objeto políticamente inerte. Con cierto grado de sofisticación, Massey encuentra en los planteamientos de Ernesto Laclau esta misma interpretación despolitizada del espacio. Las claves de esta crítica hay que buscarlas en el concepto de dislocación, a partir del cual Laclau identifica ese efecto que interrumpe la repetición estructural que supone toda clausura hegemónica que intenta delimitar un espacio simbólico.

En Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Ernesto Laclau (2000) señala tres características de la dislocación que dejan claro el papel que guarda el espacio respecto a lo político en su modelo teórico y en las cuales Massey basará el punto de partida de su objeción:

La primera es que la dislocación es la forma misma de la temporalidad. Y la temporalidad debe ser concebida como el opuesto exacto del espacio. La "espacialización" de un evento consiste en la eliminación de su temporalidad [...] En segundo término, la dislocación es la forma misma de la posibilidad [...] La dislocación de una estructura abre así a quienes son liberados de su fuerza coactiva -a quienes por consiguiente, están fuera de ella- la posibilidad de rearticulaciones múltiples e indeterminadas. [...] En tercer término, la dislocación es la forma misma de la libertad. Libertad es la ausencia de determinación (Laclau, 2000:58-59).

El espacio es interpretado entonces como pura estructura: espacio de representación y constitución simbólica dentro de ciertos límites hegemónicos. Lo que podemos encontrar ahí es "variación dentro de un núcleo invariante que es un momento interno de la estructura pre dada" (Laclau, 2000:58). Por lo tanto, para Laclau el espacio se encuentra gobernado por la repetición estructural y es ajeno a cualquier posibilidad de dislocación, pues ésta es irreductible a los términos prefijados por el espacio-estructura. Entonces, la dislocación es definida por Laclau como "una dinámica que interrumpe los términos predefinidos de cualquier sistema de la causalidad. Lo espacial, en tanto carece de dislocación, está desprovisto de la posibilidad de política"(Massey, 1994:252).5

Según Massey, en el planteamiento de Laclau se pueden identificar dos tipos diferentes de temporalidad que son radicalmente diferentes: por un lado el tiempo estructural, caracterizado por la repetición (variación dentro de un núcleo invariable), es decir, la cotidianidad que transcurre dentro de los límites hegemónicos del espacio de representación (el orden social hegemonizado); por el otro, el gran Tiempo histórico, imposible de reducir a los elementos previamente fijados en la estructura y que viene a desarticular lo que en el espacio permanece atado, permitiendo la eventual rearticulación de los elementos dispersos. A la primera forma de temporalidad Laclau la llama espacio, a la segunda, dislocación (Massey, 1994:252).

De esta manera, en el argumento de Laclau, lo espacial se caracteriza por el intento (siempre parcial) de ejecutar un cierre simbólico estructurante. Aunque Massey celebra la incorporación del espacio en el juego político, aun bajo la forma de momento ideológico, la posición de Laclau no se aleja demasiado de la larga tradición teórica que interpreta al espacio como stasis. Mientras que la Temporalidad como dislocación es el ámbito de la posibilidad y la libertad, el espacio como su opuesto es visto como el residuo estructural donde es impensable la dislocación como práctica política: "En lo espacial hay pura determinación y por tanto, no hay posibilidad de libertad o de política" (Massey, 1994:253).

Para Massey, por el contrario, no se puede pensar la relación espacio-tiempo como una oposición. Desde su perspectiva, el espacio está intrínsecamente dislocado, es, de hecho, una de las fuentes que intervienen cuando se produce eso que Laclau llama dislocación y que viene a interrumpir la dinámica estructural (Massey, 1994:268). Como se ampliará en el tercer apartado, en el concepto de espacio que propone Massey hay suficiente lugar para el caos, la posibilidad y la contigüidad no conectada (Massey, 1994:266-267). De tal manera que el espacio no puede ser interpretado más como un ámbito de estabilidad que contrasta con la dinámica temporal del cambio social, sino como un medio dinámico, impregnado de temporalidad, en donde constantemente se desarrollan elementos que potencialmente pueden modificar una distribución espacial. Por lo tanto, Doreen Massey insiste en que la relación tiempo-espacio está mutuamente contaminada, rompiendo así con la interpretación del espacio que dominó hasta el siglo XX.

 

EL ESPACIO COMO OBJETIVO POLÍTICO: LOS AVATARES DE LA INTERNACIONAL SITUACIONISTA

A final de la década de 1950, encontramos uno de los esfuerzos más intensos por problematizar el espacio como un ámbito de disputa política y práctica revolucionaria y, a la vez, una de las propuestas más innovadoras respecto de lo que hoy es una tendencia: la Internacional Situacionista, fundada en 1957 por algunas organizaciones culturales herederas del programa surrealista6 tal vez hubiera pasado a la historia como una excentricidad artística sino hubiera tenido una gran influencia en los acontecimientos de Mayo de 1968 en Francia (Pardo en Debord, 1999; Marcus en MacDonoug, 2002; Coverley, 2006).

Es una discusión aparte si es válido o no querer desentrañar de los textos constitutivos de la Internacional Situacionista una Teoría política particular. Los documentos que la aventura situacionista dejó fueron pensados como programas de acción política. Sin embargo, como afirmaJosé Luis Pardo (2012), autor del prólogo a una reciente traducción al español de La sociedad del espectáculo de Guy Debord (1999), es el propio fracaso de la empresa política que se propuso la Internacional Situacionista lo que ahora permite acercarnos a estos textos programáticos desde otra mirada: posibilita su abordaje como una interpretación del mundo de la cual, tal vez, sea posible extraer una Teoría política.

Influenciados por lo que ya venía desarrollando Henri Lefebvre en Francia sobre el urbanismo, así como por la tradición surrealista y francesa del paseo citadino como experiencia estética (Flaneur), la Internacional Situacionista presenta al espacio como un objeto moldeado políticamente y sobre el cual se debe intervenir a partir de una práctica estética-subversiva. Así, tanto en La sociedad del espectáculo, antes mencionada, y en el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Raoul Veneigem (2008), hay una reflexión puntual sobre el acondicionamiento territorial que supone el capitalismo. A partir de este diagnóstico, la Internacional Situacionista propone algunas prácticas que tienen como objetivo reacondicionar el espacio urbano moderno, caracterizado, según su propio diagnóstico, por su subordinación a la temporalidad de la mercancía y su fragmentación, ya sea en circuitos de recorridos domesticados por la relación dinero-trabajo o en la separación territorial de las clases sociales.

De esta reflexión surge la idea de un Urbanismo unitario, entendido como la "teoría del empleo conjunto de artes y técnicas que concurren en la construcción integral de un medio, en unión dinámica con experiencias de comportamiento" (Debor, 1999:160). Este será el programa de acción del que partirán las estrategias que la Internacional Situacionista ofrecerá para la creación de situaciones, mismas que tendrán como objetivo la reespacialización y, por tanto, la resocialización política de la vida humana. Esta serie de prácticas se convertirán en el arsenal revolucionario del situacionismo. La tergiversación (détournement), buscará la creación de nuevos sentidos y significados subvirtiendo los elementos culturales del espacio urbano al exponerlos en diferentes formas y contextos.7 La deriva (dérive) por su parte, se encargará de romper la fragmentación clasista de la ciudad y convertirá a los sujetos participantes en el vehículo de una experiencia totalizante del ambiente urbano. La deriva -el paseo sin un rumbo definido por el poder hegemónico-, será el equivalente situacionista de las misiones de reconocimiento militar desplegadas en un territorio a conquistar, pero con el objetivo de resignificar la ciudad a partir de la experiencia subjetiva del paseo (Coverley, 2006:57). Dentro de este arsenal, se postula a la psicogeografía como soporte pretendidamente científico de las prácticas situacionistas y estaría abocada al "estudio de los efectos del medio geográfico, ordenado conscientemente o no, actuando directamente sobre el comportamiento afectivo de los individuos" (Debord, 1999:159).

De igual manera, la vida cotidiana, entendida como un espacio vivido que escapa parcialmente a los imperativos del tiempo-mercancía, es interpretada por los situacionistas como punto de resistencia desde el cual es estratégicamente viable iniciar una subversión cultural:

La ventaja del punto de espacio vivido, estriba en escapar en parte al sistema de condicionamiento generalizado; su inconveniente, en no ser nada para sí mismo. El espacio de la vida cotidiana desvía un poco de tiempo en beneficio propio, lo aprisiona y se lo apropia. Como contrapartida, el tiempo del fluir penetra en el espacio vivido e introvierte el sentimiento de paso, de destrucción de muerte (Vaneigem, 2008:268).

La importancia que adquirió el espacio, tanto en la Teoría como en la práctica política, lo convierte en una herramienta interesante a la hora de abordar ciertos desafíos conceptuales. Uno de ellos -de particular interés aquí-, es la posibilidad de interpretar a la sociedad como un espacio de lucha que, pese a estar atravesado por múltiples conflictos parciales, se presenta como una unidad de poder. En ese sentido será fundamental la capacidad del espacio político de contener una simultaneidad de articulaciones de poder, algunas más próximas entre sí, otras más distantes, pero que coexisten en un espacio/tiempo. A continuación se introducirán algunos elementos conceptuales, articulados en la categoría de espacio, que nos ayudaran a interpretar lo social como un campo de batalla. En el último apartado, completaremos nuestro recorrido recordando dos aproximaciones teóricas que hacen del conflicto un descriptor fundamental de lo social: la Teoría del encuentro de Juan Carlos Marín, y la perspectiva topológica que se abre en el pensamiento de Michel Foucault.

 

LO UNO Y LO MÚLTIPLE: UNA CARACTERIZACIÓN DEL ESPACIO

Uno de los grandes temas que se le presentan a la teoría política contemporánea es dar cuenta de la unidad en condiciones de complejidad. La existencia de una multiplicidad de actores antagonistas y clivajes de poder relativamente autónomos, convocan a buscar nuevas formas de pensar cómo en lo social se logra articular esta multiplicidad -a veces divergente- de objetos y sujetos políticos, en una misma unidad de poder. Al abordar este tópico también se abre la posibilidad de contar con conceptos y categorías que permitan visibilizar el impacto que las luchas políticas particulares tienen en la distribución de poder global en la que están insertos.

Por la propia naturaleza conceptual del espacio, éste surge como una plataforma teórica que abre interesantes posibilidades para abordar esta problemática. El espacio, como condición y destinatario de la práctica política, permite vincular lo Uno y lo Múltiple, lo continuo y lo discontinuo (Lefebvre, 1976; James, 1923). Como tal, se trata de un espacio relacional: no puede ser independiente de los objetos y sujetos que se encuentran en él (Massey, 2009; WarfyArias, 2009). Espacio topológico, en tanto no se deja aprehender en términos absolutos, sino que depende enteramente de las relaciones que los objetos/sujetos establecen entre sí y que le dan forma. Se desarrolla entonces un léxico que permite dar cuenta de las relaciones que moldean un espacio constituido por enlaces, puntos nodales, contigüidades no articuladas y simultaneidad; donde el adentro es una introyección de un afuera dominado por relaciones de fuerza y el afuera se constituye por la manera en que se relacionan estas diversas torsiones que son el adentro (Deleuze, 1986).

En la forma en que se ha abordado el concepto de espacio, puede encontrarse una búsqueda por (re)pensar la totalidad desde otros supuestos. Como intuía Henri Lefebvre (1976:25): "[...] es posible que el espacio desempeñe un papel o una función decisiva en la estructuración de una totalidad". Pero la totalidad8 que se busca aprehender desde esta perspectiva espacial, no es aquella que se relaciona con lo homogéneo, con la estricta causalidad coordinada entre todas las cosas que hay en él. Por el contrario, se trata de una totalidad en la que se mezclan uniones y desuniones, donde hay patrones de causalidad pero también caos. De ahí que el espacio se presente como una forma interesante de pensar la unidad en condiciones de complejidad.

Expondremos a grandes rasgos, tres elementos constitutivos de la reflexión teórica sobre el espacio en donde se manifiestan las posibilidades que abre para abordar estos desafíos teóricos.

 

CONEXIONES Y DESCONEXIONES

Este carácter aparentemente contradictorio del espacio, en tanto se encuentra constituido por conexiones y desconexiones, encuentra en la filosofía pragmatista de William James una formulación temprana de lo que hoy es un punto común en las concepciones contemporáneas de lo espacial. En sus famosas conferencias de 1907, publicadas bajo el título Pragmatismo: nuevo nombre de antiguos modos de pensar, James (1923) expone la idea de que el tiempo y el espacio pueden pensarse como "vehículos de continuidad mediante los cuales las partes del mundo se mantienen unidas" (James, 1923:118), en tanto permiten recorrer una totalidad constituida a través de sus líneas de influencia. Sin embargo, resalta James, cuando uno explora el espacio a menudo se encuentra también con interrupciones ante las cuales se está obligado a detenerse. El pragmatismo encuentra ahí una posible solución al problema de lo Uno y lo Múltiple que tanto tiempo acosó a la filosofía racional y a la filosofía empirista. Desde el punto de vista del sistema, es decir, de las diversas conexiones que se yuxtaponen para que un Todo funcione como tal: el mundo es Uno. Desde el punto de vista particular sin embargo, el mundo es Múltiple, en tanto estas conexiones a menudo fracasan y en el ensamblaje del mundo uno dispone también de elementos no-conductores: "si nuestra inteligencia hubiera estado tan interesada en las relaciones disyuntivas como lo está en las conjuntivas, la filosofía habría celebrado con igual éxito la desunión del mundo" (James, 1923:121).

El espacio logra articular lo Uno y lo Múltiple ya que está habilitado para soportar tanto las conexiones y las desconexiones, permitiendo constituir un Uno múltiple o, si se quiere, una Multiplicidad unificada. Años más tarde, Henri Lefebvre (1976) le asignaría al espacio esta misma cualidad. Para el francés, la capacidad del espacio para resolver las contradicciones que implican la coexistencia de lo conectado y lo desconectado revelan su centralidad para la reproducción del modo de producción capitalista. El espacio capitalista por tanto, "vendría a ser una relación y un sustentáculo de inherencias en la disociación, de inclusión en la separación [...] espacio a la vez abstracto-concreto, homogéneo y desarticulado" (Lefebvre, 1976:34).

En este sentido la totalidad del espacio se convierte en el lugar de esa reproducción, incluido el espacio urbano, los espacios ociosos, los espacios denominados educativos, los de la cotidianidad, etc. Esa reproducción se realiza a través de un esquema relativo a la sociedad existente que tiene como característica esencial la de ser unida-desunida, disociada y manteniendo una unidad, la de la fuerza dentro de la fragmentación (Lefebvre, 1976:34-35).

 

SIMULTANEIDAD

Tal vez sea en la noción de simultaneidad donde más se exprese la búsqueda por la totalidad que subyace al replanteamiento teórico del espacio. Una manera de desentrañar el sentido que esta noción tiene respecto al espacio, es atendiendo a la diferencia entre la narración geográfica y la narración histórica.9 Mientras que en la Historia -como forma de la Temporalidad- uno puede recurrir a una narración cronológico-causal para ordenar y dar coherencia a la concatenación de eventos en el tiempo, la descripción geográfica -como forma de la espacialidad- está caracterizada por la lógica de lo simultáneo, en donde una multiplicidad de eventos tiene lugar en el mismo espacio sin que esto implique necesariamente alguna causalidad. Es por ello que Massey hace énfasis en que "en el espacio, las cosas que están juntas la una con la otra, no necesariamente están conectadas" (1994:267). Eso explica también porqué la descripción geográfica es casi imposible sin la imagen -comúnmente expresada en forma de mapas y cartografías—, pues sólo ahí la descripción geográfica es capaz de expresar esa huidiza totalidad que encierra lo simultáneo.

Se desprende que, para Massey, la simultaneidad está íntimamente emparentada con la multiplicidad. Refiere al amplio repertorio de actividades que se desarrollan en simultáneo en un mismo espacio y que pueden estar o no, conectadas. Este espacio que propone Massey implica por lo tanto, un proceso, una multidinámica, así como un caos que hace del espacio, como decíamos anteriormente, algo intrínsecamente dislocado.

 

ESPACIO TOPOLÓGICO, ESPACIO RETICULAR

El replanteamiento teórico del espacio encontró en el paradigma relacional una de sus principales plataformas epistemológicas (Murdoch, 2008). Para entender las condiciones de emergencia de este paradigma, resulta fundamental el tránsito que nos lleva del estructuralismo al postestructuralismo. En la variante marxista de este tránsito se destaca el trabajo La revolución teórica de Marx de Louis Althusser (1968). En su relectura de El capital de Karl Marx, Althusser problematiza la forma en que la estructura económica es capaz de determinar al resto de las estructuras que componen una sociedad. Para esto, introduce la noción psicoanalítica de sobredeterminación con el objetivo de dar cuenta del tipo de causalidad estructural mediante la cual el modo de producción puede mantener su jerarquía en la organización de una sociedad compleja y plural. Este tipo de causalidad no es mecánica ni lineal; por el contrario, es una causalidad compleja en la que un elemento particular puede observar un cierto grado de presencia ordenadora en el resto de los elementos, sin que esto le implique dejar de ser un elemento particular.

De ahí que, para Althusser, lo económico sólo determine lo social "en última instancia". Desde esta perspectiva, el elemento económico sólo tiene una eficacia estructurante en tanto es capaz de mantener una relación compleja con el resto de los elementos; la última instancia sería así el último tramo de un conjunto de relaciones jerarquizantes. Lo económico se encontraría contaminando a partir de sus relaciones (o enlaces) al resto de la sociedad y mediante estos contactos ordena y jerarquiza los componentes estructurales que la conforman. Lo social, como unidad, deviene en una compleja articulación de relaciones estructurantes que conforman un Todo histórico y económico: "la unidad de la que habla el marxismo es la unidad de la complejidad misma, [...] el modo de organización y de articulación de la complejidad constituye precisamente su unidad" (Althusser, 1968:167).

Con la introducción del concepto de sobredeterminación, Althusser abre la puerta a un nuevo repertorio de interpretaciones que desembocará en lo que hoy se conoce como postestructuralismo. Laclau y Mouffe (2010) utilizarán este concepto para afirmar una perspectiva relacional de la constitución de identidades que se opone radicalmente al esencialismo identitario. Desde la óptica relacional, las diferentes identidades que uno encuentra en lo social dependen de su posición relativa dentro de un conjunto de relaciones hegemónicamente fijadas. Así, ninguna identidad particular es condición suficiente de sí misma, por el contrario, está determinada negativamente desde el exterior. Una identidad "A", lo será en tanto no es "B" o "C". Aquí, lo relacional es un juego de espejos en donde todas las identidades que constituyen lo social se encuentran referidas las unas a las otras dentro de un discurso hegemonizado, es decir, están sobredeterminadas.

Adyacente a este paradigma relacional se encuentra la idea de que lo social está constituido por redes, es decir, conjuntos de relaciones dinámicas que al estructurarse dan lugar a formas y patrones de regularidad.10 Esto supone, como lo afirma Barney Warf (2009), un cambio en la metáfora con la cual se da cuenta de lo espacial: de las superficies a las redes (from surfaces to networks). El espacio ya no es entendido como una dimensión independiente de los objetos que se encuentran en él, sino de una propiedad que emerge de las relaciones que los sujetos/objetos establecen entre sí. Esto implica un cambio radical en el léxico geográfico/espacial. No es más la semántica de la geometría euclidiana la que mejor va a reflejar este cambio en la metáfora espacial. Lo topológico, vertiente matemática que trata el espacio como una entidad cuyas propiedades no dependen de su tamaño o forma, sino de las relaciones y posiciones relativas de los distintos puntos nodales que lo forman, aportará una nueva matriz al lenguaje espacial (Murdoch, 2008).

Por lo tanto, el espacio será una entidad que emerge de las relaciones que establecen distintos puntos entre sí. Esto es fundamental ya que permitirá atribuirle al espacio ciertas propiedades causales que lo mostrarán como un elemento imbuido de poder y conflicto que será seminal para la Teoría y práctica política, así como para el concepto que aquí buscamos introducir.

 

EL CAMPO DE BATALLA: MICHEL FOUCAULT Y JUAN CARLOS MARÍN

Por último, con base en lo desarrollado hasta aquí, introduciremos la lectura de dos programas intelectuales que convergen en definir lo social como un conjunto atravesado por una multiplicidad de conflictos que constantemente se están desarrollando -ya sea en forma latente o en su manifestación concreta. Desde dos posiciones teóricas diferentes, Juan Carlos Marín y Michel Foucault aportan interesantes reflexiones para el objetivo que aquí nos hemos planteado: interpretar la sociedad como un amplio campo de batalla. En particular, resaltaremos la caracterización de dos diferentes escalas espaciales dentro de sus planteamientos. Este recurso les permitirá a ambos articular y dar un contenido específico a la relación espacio/lugar que tanto le interesaba a Clausewitz y que hemos señalado en la introducción.

Cabe decir que la serie de textos de Juan Carlos Marín (2009) reunidos en Leyendo a Clausewitz, son transcripciones revisadas de una serie de conversaciones que el autor mantuvo en México a fines de la década de 1970 con "jóvenes que emprendían la determinación por la lucha armada en distintos territorios de nuestra América" (Rebón y Pierbattisti, en Marín, 2009:7). Ahí, la Teoría del encuentro figura como un capítulo central y es sobre el cual nos enfocaremos.

El ejercicio teórico de J.C. Marín se sustenta en la vinculación de dos esferas de conocimiento diferentes: la Teoría de la guerra de Clausewitz y la Teoría de la lucha de clases sociales de Marx. Según Marín, si bien lo desarrollado por Clausewitz tiene una validez importante, su discurso no deja de estar impregnado por la perspectiva burguesa de la guerra. Intentando ir más allá, Marín reubica el contexto de la guerra que servirá de marco para su Teoría del encuentro: no se trata ya del enfrentamiento entre Estados nacionales con ejércitos regulares, por el contrario, se trata de la propia lucha de clases, protagonizada por dos fuerzas sociales antagónicas que se ubican al interior del espacio social capitalista. El encuentro, entendido como la parte visible del enfrentamiento entre estas fuerzas sociales (el capital y la fuerza de trabajo) "se convierte entonces en el factor estructurante del ámbito del poder (Rebón y Pierbattisti, en Marín, 2009:9).

De tal manera que para Marín, el antagonismo entre las fuerzas sociales capital-fuerza de trabajo, tenderá a configurar el campo de batalla de las sociedades capitalistas. Esto es postulado como una tendencia que organiza lo social en torno a dos polos antagonistas, es decir, la burguesía y el proletariado.11 Esta situación es planteada al nivel de un proceso siempre parcial ya que Marín no puede dejar de reconocer la existencia de un conjunto variado de conflictos/encuentros que no se dejan reducir de manera inmediata a la lógica de la lucha de clases. Por el contrario, el reconocimiento de esta pluralidad de conflictos será fundamental para la Teoría del encuentro, pues posibilitará un campo de conocimiento indirecto que el agente proletario debe ser capaz de aprovechar para el desarrollo de su estrategia de combate (Marín, 2009:40-41). Esto supone que Marín pone en juego una noción clásica de hegemonía: la fuerza social proletaria, en tanto tendencia estructurante, tiene que asegurarse un papel protagónico dentro del campo de batalla mediante la incorporación de los enfrentamientos parciales no clasistas a su estrategia global.

Es dentro de este argumento que surgen dos escalas espaciales diferentes y que dentro de la Teoría del enfrentamiento se articulan en la distinción entre estrategia y táctica. La estrategia será el ámbito de constitución de una fuerza social que se desarrolla sólo en la medida que ya se encuentra enfrentada a otra fuerza opuesta (Marín, 2009:42). En esta escala, reservada por Marín para el sujeto revolucionario proletario, tenderá a abarcar la totalidad social, en tanto implica la tendencia dicotómica que logra configurar la extensión del campo de batalla capitalista. A esta escala la llamaremos global y pretende ubicar los enfrentamientos parciales dentro de un plano espacial que los abarca en su relación con una configuración de poder más amplia.

La táctica por el contrario, supone otro tipo de escala. Aquí lo que domina es la visibilidad material de los enfrentamientos. Mientras que en la escala global el protagonista es una fuerza social, acá lo que encontramos son singularidades concretas -de carácter proletario o no- visibles en tanto suponen una manifestación violenta (el enfrenamiento o encuentro). Esta violencia, sin embargo, no se agota en sí misma: es indicativa de la propia constitución del campo de batalla en donde estas singularidades se encuentran. El enfrentamiento singular surge así como un dato, aprehensible teórica y metodológicamente, que permite vincular dos escalas diferentes: una global, signada por la estructuración de poder que implica la constitución de dos fuerzas sociales antagónicas y otra local: los múltiples enfrentamientos que van surgiendo dentro de este espacio estructurado y que pueden ser identificables mediante la observación.

En el ejercicio teórico propuesto por Marín, podemos apreciar las potencialidades de las categorías espaciales para resolver el problema de la relación espacio/lugar. Cada enfrentamiento singular, visible por la violencia que manifesta, es un dato que se hace inteligible a la luz de una escala más extensa que permite darle una ubicación particular. Evidentemente, este planteamiento es deudor de algunas de las falencias propias del estructuralismo marxista clásico. Esta capacidad de generar ubicaciones parciales es posible gracias a que se le adjudica a una tendencia estructural la posibilidad de establecer puntos fijos que sirven de referencia. Este marco de referencia es establecido, para Marín, por la lucha de clases y el desarrollo de la contradicción capitalista. En la propuesta de Michel Foucault y, sobre todo, en la recepción de sus trabajos desde el giro espacial, encontramos otra manera de plantear la relación entre espacio/lugar. Más cercano a la sensibilidad postestructuralista que domina hoy en día, en el carácter topológico del pensamiento foucaultiano hay otra forma de reflexión interesante.

El trabajo de Michel Foucault ha sido ampliamente retomado y discutido por los autores que se agrupan dentro del llamado giro espacial en la Teoría política contemporánea (Soja, 1998; Collier, 2009:78-108; Murdoch, 2008). En términos generales, esta recuperación tiene dos grandes núcleos temáticos: 1) la perspectiva reticular-topológica, asentada en una definición del poder como algo que se ejerce en red abordada por Michel Foucault (2002) en Defender la sociedad. En este primer núcleo, la lectura/homenaje que Giles Deleuze (1986) hace del trabajo de Foucault viene a profundizar este carácter topológico que se puede derivar del pensamiento del francés; y 2) El desplazamiento de objeto y escala que se da en los trabajos tardíos de Foucault (Collier, 2009; Soja, 1998).12 Este corrimiento lleva a Foucault de una reflexión arquitectónica sobre una forma de poder que se ejerce como disciplinamiento sobre los cuerpos materializada en arquitecturas y lugares concretos, a la exploración del tipo de poder que se ejerce sobre grandes conglomerados humanos (la población por ejemplo) y que funciona mediante una lógica totalmente diferente a la forma disciplinar. Mientras en el primer registro, avocado al disciplinamiento de los cuerpos, Foucault ve al poder comportarse como una fuerza centrípeta: aislando, encerrando, distinguiendo; en esta segunda escala domina una fuerza centrífuga: expandiendo, conectando, circulando por las diferentes singularidades que conforman la multiplicidad de la sociedad moderna (Foucault, 2006:66-67).

La concepción reticular del poder que introduce Foucault en la última etapa de su trabajo, nos muestra a la sociedad bajo la imagen de un espacio de espacios conformado por múltiples "relaciones de poder que atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social" (Foucault, 2002). Para Foucault, el poder debe ser entendido entonces como una tensión dinámica constituida por fuerzas estructurantes. El poder, definido como un circulante, atraviesa, conecta y limita las relaciones entre una heterogeneidad de lugares concretos (la fábrica, el hospital, etcétera). El espacio social surge así de las relaciones que el poder va delineando en su circulación por los lugares concretos que aliena y vincula. Para María Inés García Canal (2006), esta definición del poder marca un claro matiz topológico que será bien recuperado por los autores del giro espacial.

Foucault [...] produjo una nueva forma de espacialidad social: una manera propia de distribuir política y socialmente los espacios y un tipo de inscripción, en él, de las relaciones de fuerza. La repartición y reorganización del espacio social aparece como un factor estratégico del discurso del poder [...] El poder se constituye como espacio topológico. Espacio atravesado por múltiples relaciones de fuerza que se ejercen en diferentes dominios, siendo esas relaciones propias y específicas de cada dominio, al mismo tiempo que logran, en sí mismas, su propia organización (García, 2006:71-72 y 84).

En el texto en el que Deleuze (1986) rinde homenaje a su amigo, define esta original interpretación del poder que plantea Foucault como una curva que diagrama estos distintos puntos singulares y bajo la cual se configura una determinada distribución espacial. Esta curva diagrama distintas constelaciones de poder, trastocando cada punto local en el que se ejerce el poder: regularizando, alineando, "haciendo que las series converjan, trazando una línea de fuerza general" (Deleuze, 1986:108). Ya no es, por lo tanto, el espacio físico de las arquitecturas de poder. El poder sigue siendo visto espacialmente pero ahora desde una matriz topológica: "las formaciones y transformaciones de esos espacios plantean, ya lo veremos, problemas topológicos" (Deleuze, 1986:108). En esta escala el poder deja ver problemas de interconexión, reconfiguración y jerarquización que se dan entre múltiples lugares de poder relativamente autónomos cuya constante actualización e interacción permite que surja un espacio de espacios.

 

CONCLUSIONES/APERTURAS: UNA APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE ESPACIO DE LUCHA

En términos generales, entender la sociedad como un espacio de lucha significa ensayar una posible salida a la crisis de ubicuidad de la Teoría política contemporánea. Con el surgimiento del concepto de lo político, si bien se ganó amplitud en el repertorio de objetos y temas que eran susceptibles de ser tratados desde una perspectiva política, también implicó que las grandes referencias de la política moderna se volvieran mucho más difusas. El Estado y sus instituciones no podrán, de aquí en adelante, mantener su posición monopólica respecto a lo político en las sociedades modernas. Lo político se difuminó así a todos los rincones de una sociedad que se descubrió políticamente totalizada. La búsqueda por lo político se volvió así cuasi imposible, en tanto había que vincular los niveles más micro del análisis del poder y el conflicto, con la reflexión sobre nociones y conceptos más abarcadores, como estructura, orden social, Estado, etcétera. Desde la perspectiva de este trabajo, esta crisis de ubicuidad puede resolverse recurriendo a una perspectiva espacial.

El concepto de espacio de lucha política intenta articular las dos escalas que se pueden rastrear tanto en J.C. Marín como en Foucault. La primera escala, de carácter global responde a una pregunta clásica: ¿cómo dominan los que dominan? Sin embargo, esta pregunta, tal como está formulada, presenta un supuesto equivocado: que la dominación tiene un único sujeto. No se puede dejar de reconocer que toda estructura de poder tiene posiciones privilegiadas, esto es observable a simple vista, basta recorrer las calles de cualquier ciudad para ver que el poder no se distribuye por igual. Sin embargo, la estructura que soporta esta distribución de espacios no está compuesta por una intensión, sino por una articulación de distintas intensiones siempre parciales cuya resultante es necesariamente anónima. La unidad de poder, tiende a ser anónima en tanto es una propiedad emergente de la articulación de múltiples relaciones de poder concretas, cada una relativamente autónoma. El poder, en esta escala, no tiene más sujeto que sí mismo. Para tomar prestadas las palabras de Althusser: en el juego de interacciones, conexiones y desconexiones en esta escala la resultante será "una fuerza sin sujeto, fuerza objetiva desde su comienzo, fuerza de nadie" (Althusser, 1968:100).

Esto no quiere decir que en el espacio de lucha política no tengan cabida sujetos y agentes. Todo lo contrario. En la segunda escala dejamos atrás el anonimato de la estructura de poder y lo que encontramos son múltiples sujetos, distribuidos en posiciones sobredeterminadas, pero con capacidad suficiente para aprehender su situación y modificarla mediante la práctica política. Más aún, lo que caracteriza esta escala es el permanente ensayo de subjetivar la estructura de poder anónima. Mediante la práctica política -entendida aquí como lucha política-, los distintos agentes que intervienen en su realidad, descubrirán/harán visibles, las articulaciones concretas que les adjudican una posición determinada. Convertirán así una distribución de poder sistémica en un antagonismo personal, focalizado y concreto. La distinción amigo/enemigo que Schmitt consideraba fundamental para definir lo político, servirá aquí para mapear un conjunto de distancias/proximidades mediante las cuales los agentes descubren el porqué y el cómo de la posición que guardan en la estructura de poder.

En este sentido, la lucha política será un concepto articulador entre las dos escalas de poder mencionadas. Esta práctica política dotará a la relación entre espacio y lugar de un contenido determinado; permitirá, por lo tanto, generar un conocimiento posicional sobre la organización de una sociedad, sobre la forma en que se distribuyen posiciones. Por ello la lucha política debe verse como una práctica cartográfica dentro de un espacio topológico. Práctica cartográfica que será de una naturaleza radicalmente diferente a la que tenía en mente Clausewitz pues, al desarrollase al interior de un espacio social tiene que operar en condiciones de complejidad y heterogeneidad.

Por último, antes de concluir haremos explícitas las condiciones que forman parte constitutiva de esta práctica cartográfica:

a) La complejidad de la sociedad implica que las posiciones específicas que se encuentran en el espacio social siempre estén sobredeterminadas. Esto quiere decir que no hay un punto estructuralmente prefijado que pueda servir de referencia unívoca en la representación geométrica de la relación lugar/espacio que surge en los procesos de lucha política. Por el contrario, el propio proceso conflictual fija estos nodos referenciales, mismos que se encuentran asentados en interacciones concretas que se desarrollan simultáneamente a la práctica política que los descubre. Esto señala que la práctica cartográfica de la lucha política siempre se lleva a cabo en un contexto de constante movilidad.

b) De los muchos sentidos que se le puede dar a lo heterogéneo, aquí se pone en primer plano la presencia de lo diverso en lo homogéneo. Este sentido de lo heterogéneo será lo que permite aprehender la especificidad de las relaciones —entendidas como enlaces— que mantienen las diferentes posiciones entre sí. Estos enlaces no son trazos en un afuera que mantienen en contacto los bordes o límites de cada posición, por el contrario, son un adentro: es la presencia de la relación al interior de lo que relaciona. Para que un conjunto de relaciones resulten efectivas a la hora de estructurar una posición, éstas deben tener un cierto grado de concreción local. La presencia de lo heterogéneo permite a una posición singular formar parte de una red de poder específica.

 

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Notas

1 Este es el caso del proyecto teórico de Juan Carlos Marín (2009). Su propuesta de una interpretación de la Teoría de la guerra bajo los supuesto de la lucha de clases marxista será trabajada más adelante en el texto.

2 Entender la lucha política como una práctica cartográfica implica poner atención a la capacidad de los antagonistas en generar información posicional respecto a su ubicación dentro de un orden. Un abordaje más acotado sobre esta cuestión puede encontrarse en Adrián Velázquez Ramírez (2012:238-248).

3 Para un estado de la cuestión general sobre el giro espacial, véase Warf y Arias (2009).

4 En este sentido será fundamental lo desarrollado por Henri Lefebvre (2000).

5 En adelante, todas las citas referidas al texto de Massey (1994) son traducciones propias.

6 La Internacional Letrista, el Movimiento por un Bauhaus Imaginista, el grupo COBRA, entre otros.

7 Esta práctica se verá fielmente reflejada en los diversos grafitis que le dieron al Mayo francés su color particular. Esta técnica buscaba intervenir en el paisaje urbano, utilizando objetos culturales identificados con la hegemonía burguesa. Actualmente uno puede encontrar estas raíces en el artista urbano Bansky.

8 El espacio, será para Lefebvre, el lugar de producción de las relaciones de producción, es decir, el esquema que permite aprehender el capitalismo como un sistema que produce un determinado espacio.

9 Esta cuestión es conocida dentro del campo de la geografía como "el problema de la descripción geográfica". D. Massey, trae a colación esta antigua discusión citando al geógrafo H.C. Darvy, que establece: "Los eventos se suceden en el tiempo de una manera tan inherentemente dramática que hace que la yuxtaposición temporal sea más fácil transmitir a través de la palabra escrita que la yuxtaposición en el espacio. La descripción geográfica es inevitablemente más difícil de lograr con éxito que la narración histórica" (Darvy, citado por Massey, 1994:267).

10 Por ejemplo, la perspectiva relacional articulada en la noción de redes será ampliamente retomada por la Teoría Acción-Red (véase Latour, 2008).

11 Aquí Marín sigue los postulados básicos del marxismo. La propia dinámica capitalista genera una tendencia que la lleva a su contradicción. En este sentido, el antagonismo principal entre la clase trabajadora y la burguesía llevaría a conformar dos polos de enfrentamiento.

12 Véanse también: Stephen J. Collier (2009) y Edward Soja (1998).

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