Introducción
La discusión sobre los arreglos multigeneracionales está cobrando mayor relevancia en el mundo, debido al creciente envejecimiento de la población y a la preocupación acerca de quiénes podrán y deberán hacerse cargo de los cuidados de las personas mayores y que tienen más riesgo de dependencia. Es así como un número especial del European Journal of Ageing (volumen 15, año 2018) se dedicó al tema de grandparenthood (abuelidad) y la convivencia intergeneracional (Glaser y Hank, 2018); otro número especial del Contemporary Social Science (Journal of the Academy of Social Sciences, volumen 2, año 2018) se dedicó también al tema de grandparents (abuelos) (Buchanan y Rotkirch, 2018); y en 2017 Naciones Unidas publicó un informe específico sobre living arrangements (arreglos residenciales) en personas mayores, con datos para 143 países o áreas geográficas, cubriendo a alrededor del 97% de la población de 60 o más años del mundo en un período de tiempo entre 1960 y 2015 (United Nations, 2017).
Según la Organización Mundial de la Salud, entre 2015 y 2050 la población mayor a nivel mundial pasará de 900 millones a 2 100 millones, lo que representa un aumento del 12 al 22%, igualando a la población infantil (0 a 14 años). Asimismo, el número de personas de 80 años o más, es decir, de personas de “mayor edad”, crecerá incluso más rápido que el número total de personas mayores. Las proyecciones indican que en 2050 la población de mayor edad alcanzará unos 426 millones, habiéndose triplicado con creces desde 2020 (United Nations, 2022).
En el caso específico de América Latina y el Caribe, en 2022 había casi 89 millones de personas mayores, lo que representaba un 13% de la población regional, pronosticándose que para 2030 este grupo alcance unos 115 millones, lo que representará el 17% de la población total, mientras que para 2060 esta población llegará a casi el 30%, con unos 220 millones, lo que significará que la región tendrá 2.5 veces más personas mayores que en 2022 (CEPAL, 2022). Es importante mencionar que, si bien el proceso de envejecimiento está presente en casi la totalidad de los países de la región, este proceso no es homogéneo; hay algunos países que recientemente van dejando atrás el inicio de éste, mientras que otros se encuentran en etapas muy avanzadas (CEPAL, 2022).
Chile se ubica dentro de este último grupo, teniendo en la actualidad, según el Instituto Nacional de Estadística y sus proyecciones a partir del Censo Nacional de 2017, 3 472 243 personas de 60 y más años, lo que equivale al 16% de su población total. De éstos, 568 070 tienen 80 años y más. La esperanza de vida al nacer es de alrededor de 81 años en el año 2021 (Rojas et al., 2022).
Junto con este incremento sostenido del número de personas mayores, quienes además podrán vivir más años, otro fenómeno demográfico que está experimentando Chile es el abrupto descenso en la tasa de fecundidad, que llegó a 1.6 en el año 2021 (Rojas et al., 2022).
Por una parte, la mayor longevidad incrementa la cantidad de años en que las personas pueden experimentar relaciones intergeneracionales, ampliándose las oportunidades de la corresidencia multigeneracional al alargarse el tiempo de superposición entre generaciones (Esteve y Liu, 2018). A su vez, la disminución de la fecundidad permite establecer vínculos más profundos e intensos entre diversas generaciones (Connidis, 2010; Harper et al., 2010).
Considerando lo expuesto, el objetivo del presente artículo es describir la evolución de la corresidencia multigeneracional en las personas mayores en Chile, a partir de los Censos de Población entre los años 1982 y 2017, distinguiendo por sexo, y explorando qué variables censales están correlaciondas con dicha corresidencia. Como se expresa en el objetivo, este artículo es de carácter descriptivo y longitudinal.
Estudios sobre corresidencia multigeneracional en la población general
Resulta difícil tener datos comparativos de corresidencia multigeneracional, tanto a través del tiempo como entre países, debido a que, como se discutirá en la sección de metodología, hay distintas maneras de operacionalizar este concepto. Esto puede explicar las diferencias de resultados entre los datos de los diferentes estudios, donde algunos países muestran una tendencia al aumento (Dunifon et al., 2014; Hank, 2007), mientras otros a la disminución.
Por ejemplo, en Estados Unidos se pasó de un 3.7% de hogares multigeneracionales en 2000 a un 5.6% en 2011, lo que equivale a cerca de 4.3 millones de hogares (Lofquist, 2013). En ciertos países del sur y del este de Europa se aprecia una tendencia similar. Un estudio en Portugal mostró un aumento del 7 al 11% de este tipo de hogares entre 1994 y 2001 (Albuquerque, 2011). En los países del norte de Europa la situación es más bien opuesta, con baja presencia de arreglos residenciales multigeneracionales y una tendencia más bien al descenso (Glaser et al., 2018). Otro estudio en Australia (Easthope et al., 2017) mostró que, en el año 2011, uno de cada cinco australianos (de toda edad) vivía en hogares con dos o más generaciones de adultos relacionados (donde el de menor edad tenía 18 o más años). Los hogares multigeneracionales en Australia son más frecuentes entre los 45 y 54 años; entre los años 1986 y 2011, este tipo de hogares decrecieron en los niños y aumentaron a partir de los 45 años.
Para el caso de Asia, Esteve y Liu (2018) analizaron patrones de 13 países desde 1980 a 2010, concluyendo que la corresidencia multigeneracional continúa caracterizando a los hogares asiáticos, y donde además se ven muy pocos signos de disminución. Incluso, en algunos países como India, la corresidencia intergeneracional entre hijos/as casados/as y sus progenitores muestra un alza de 51.8% en 1980 a 59.5% en 2010.
Ahora bien, una manera de acercarse a la operacionalización de los hogares multigeneracionales podría ser a partir de la contabilización de los llamados “hogares extensos”, es decir, compuestos por un núcleo familiar más otros parientes, que podrían ser nietos/as y/o abuelos/as o padres/madres o suegros/as. Arriagada (2004) da cuenta de la evolución de los tipos de hogares extensos urbanos entre 1986 y 1999 en varios países de América Latina, observándose bastante diversidad entre éstos. Por ejemplo, para 1999, el porcentaje de hogares extendidos variaba entre 11.7% en Argentina y 31.8% en Venezuela; entre 1986 y 1999, en siete países aumentó el porcentaje de hogares extendidos y en otros siete disminuyó. Sin embargo, cabe mencionar que estas cifras pueden estar sobrestimando la corresidencia multigeneracional, porque los hogares extensos podrían incluir otros parientes de una misma generación, que también son catalogados como “hogares extensos”.
En esta línea, cabe destacar el trabajo de Gutiérrez y Rabell (2022), quienes analizan el caso de México diferenciando entre hogares extensos simples y extensos múltiples. Los primeros corresponden a arreglos constituidos por una pareja, con o sin hijos, o bien por un padre o una madre y sus hijos y, en ambos casos, otro pariente. En los extensos múltiples, conviven al menos dos parejas, con o sin hijos, o al menos una pareja y una madre/padre y sus hijos, además de otro pariente. Con esta clasificación, ellas establecen que desde 2010 a 2020 aumentaron de 21 a 25% los hogares extensos en el país, cuyo incremento se debe a una mayor frecuencia de los arreglos extensos múltiples que pasaron de 13 a 16% en el período, y en donde los “otros parientes” corresponden principalmente a generaciones descendentes (nietos/as, nueras/yernos, sobrinos/as), mientras que las generaciones horizontales y ascendentes están menos representadas. Por su parte, los extensos simples sólo aumentaron 0.5 puntos porcentuales, y a diferencia de la idea prevaleciente, estos arreglos acogen a personas de todas las generaciones, más que principalmente a personas mayores.
Estudios sobre corresidencia multigeneracional en personas mayores
El primer informe comparativo de alcance mundial sobre arreglos residenciales en personas mayores fue publicado en 2005 por la División de Población de Naciones Unidas (United Nations, 2005), con datos de personas de 60 años y más para 130 países. El estudio reveló la enorme diferencia según el nivel de ingresos de los países: las naciones con menor nivel de ingresos, con menor proporción de población urbana, con menor esperanza de vida y con menor escolaridad promedio, tenían mayor presencia de personas mayores viviendo con hijos/as, nietos/as y/u otros familiares. Asimismo, se observaron diferencias en el interior de los países, siendo las mujeres las que vivían más solas, especialmente las no casadas.
Saad (2005) ahondó en los indicadores presentados en el informe de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, comparando especialmente a las personas mayores que viven solas con quienes viven con otras personas, encontrando que, en general, en zonas rurales las no casadas y las mujeres vivían en hogares unipersonales en mayor proporción. Además, el estudio mostró que los mayores que vivían solos tenían menor bienestar material. A partir de la Encuesta de Salud, Bienestar y Envejecimiento en América Latina y el Caribe (SABE), realizada en algunas ciudades latinoamericanas en 2000, se observó también que las personas que vivían solas son las que contaban con menores recursos de apoyo informal para la realización de las actividades de la vida diaria, así como menos dinero. De esta manera, se concluyó que, a diferencia de los países europeos, los que vivían solos en América Latina estaban en condiciones de mayor vulnerabilidad y riesgo social.
Naciones Unidas actualizó los datos del estudio previo del año 2005, pero privilegiando conseguir una mayor cobertura de países y de períodos de tiempo, para lo cual simplificó la tipología de hogares, no distinguiendo edad ni estado civil de los hijos/as con quienes vivían (United Nations, 2017). El análisis longitudinal mostró una tendencia hacia el aumento de vida independiente (solo o en pareja) y menor corresidencia multigeneracional en casi todas las regiones del mundo. En el mundo, alrededor del año 2010, en promedio la mitad de las personas mayores vivía con hijos/as, sin grandes diferencias por género (excepto en África, donde los hombres vivían más solos). Sin embargo, nuevamente se observó la gran heterogeneidad de países según nivel de ingresos, donde en las naciones de menores ingresos había mayor corresidencia con los hijos/as que en las que contaban con mayores ingresos. A mayor edad, disminuían las personas mayores viviendo con hijos/as, lo que muestra que la corresidencia con éstos se debe más a las necesidades de los propios hijos (educación y crianza) que a las de las personas mayores. Con la edad aumentan también las personas mayores viviendo solas (especialmente mujeres) y disminuyen las que viven únicamente con sus parejas. En América Latina y el Caribe, entre 1990 y 2010, disminuyeron las personas mayores viviendo con hijos/as, de 59 a 52%, aumentando los que vivían con pareja, de 15 a 20%, y los que vivían solas, de 9 a 13%. La disminución de personas mayores viviendo con hijos/as ocurrió en todas las áreas del mundo, excepto en Norteamérica, donde se mantuvo en alrededor del 46 al 47%.
En este punto, es interesante destacar el trabajo de Zeng y Wang (2018), para quienes, si bien la disminución de los arreglos multigeneracionales en personas mayores es ciertamente una tendencia general, hay que considerar ciertos aspectos relativos a las diferencias entre las zonas urbanas y las rurales. En particular, en el caso de China encuentran que la proporción de hogares multigeneracionales decreció 2.3% entre 1990 y 2010, pero al analizar las cifras por zonas de residencia, evidencian que en las áreas urbanas la disminución correspondió a 23.7%, mientras que en las rurales hubo más bien un incremento de 18.9% de estos arreglos residenciales en el período, lo que se explicaría por las diferencias demográficas de la caída de la fecundidad y de los cambios socioeconómicos en ambos contextos.
Para el caso América Latina, los estudios en profundidad en países son escasos, destacando primeramente el trabajo de Pérez y Brenes (2006), quienes describen los cambios en los arreglos residenciales en la población de 60 años y más en siete ciudades latinoamericanas a partir de los datos de la Encuesta SABE. Entre sus principales resultados se advierte que la población en edad avanzada cambia de arreglo residencial en proporciones importantes; uno de cada cinco mayores en las ciudades analizadas cambió de arreglo residencial durante los cinco años previos a la encuesta, siendo el sexo y la edad los diferenciales determinantes en la magnitud de la movilidad. Los mayores que viven con sus hijos/as sin pareja presentan los mayores cambios, lo que en parte podría explicarse porque sus hijos están aún saliendo del hogar paterno/materno, pero también podría ser que, ante la ausencia de pareja (por viudez o separación), la persona mayor que reside con sus hijos carece de un arreglo constante o permanente (Pérez y Brenes, 2006).
Huenchuan (2009) dio cuenta de que en la mayoría de los países en América Latina la proporción de personas mayores que vivían solas no superaba el 17%, aunque esta tendencia iba en aumento a través del tiempo. También menciona que, a medida que los países avanzan en su proceso de envejecimiento, aumenta el porcentaje de hogares con personas mayores, llegando a cerca de 20% de hogares multigeneracionales en los casos de países con envejecimiento incipiente, y a casi 30% en aquellos con envejecimiento moderadamente avanzado.
Para el caso de México, Montes de Oca y Garay (2009) estudiaron el cambio en los tipos de hogares con personas mayores entre 1992 y 2006, encontrando una caída de los tipos nucleares, un mantenimiento de los extensos -donde se vislumbró una mayor presencia de menores de cinco años- y un aumento de los unipersonales. Posteriormente, Sánchez y Escoto (2017) estimaron que para 2014, cerca del 27% de la población mexicana corresidía en arreglos que involucraban a tres generaciones, mientras que para 1996 era de 23%. Este tipo de corresidencia era más frecuente y creció más rápido entre los pobres que entre los no pobres (32 y 20%, respectivamente).
El estudio de Monteiro y Paredes (2016) en Uruguay, con base en Encuestas de Hogares y Censos de Población entre 1975 y 2011, dio cuenta de una disminución de personas mayores viviendo en hogares extendidos, teniendo como contraparte un aumento significativo de personas mayores que vivían solas.
Por su parte, Esteve y Zueras (2021) realizaron un análisis transversal a partir de los datos de censos de población de 23 países de América Latina y el Caribe, siendo la mayoría de los datos referidos a las rondas censales del año 2010. Entre sus principales hallazgos encontraron que, en la mayoría de los países analizados, las personas mayores convivían con dos o más personas, que suelen ser más jóvenes (hijos/as y otros familiares). Concluyen que los niveles de convivencia intergeneracional son elevados, además encuentran que el tamaño del hogar se relaciona con la educación, en el sentido de que a más nivel educativo menor número de corresidentes. Asimismo, reportan que las personas mayores de países del Cono Sur suelen vivir en hogares más pequeños que los que viven en países andinos y en Centroamérica, con excepción de Costa Rica y México, que se asemejan más al primer grupo de países.
Para el caso específico de Chile, es muy poco lo que se ha estudiado sobre esta temática, siendo, por tanto, el objetivo de este estudio caracterizar la incidencia de la corresidencia multigeneracional y establecer si ésta ha aumentado o disminuido a través del tiempo.
Factores explicativos de la corresidencia multigeneracional
Si bien muchos de los estudios sobre corresidencia multigeneracional parten del supuesto de que la mayoría de los padres y sus hijos/as adultos (y nietos/as) prefieren vivir en hogares separados para mantener su privacidad e independencia (Bianchi et al., 2006), no es menos cierto que la corresidencia multigeneracional es una práctica lejana a desaparecer en algunos países (Dunifon et al., 2014; Hank, 2007). Entre las principales razones que explicarían la corresidencia multigeneracional se encuentran la escasez económica, la necesidad de cuidados y las preferencias socioculturales.
A nivel macrosocial se ha demostrado que en aquellos países que experimentan períodos de crisis o recesión económica, que derivan en altas tasas de desempleo, inestabilidad laboral, reducción del salario real, aumento de la pobreza, dificultad para acceder a una vivienda propia, etc., la corresidencia multigeneracional aparece como una estrategia que ayuda a dar respuesta a las dificultades financieras y de incertidumbre social (Isengard y Szydlik, 2012; Seltzer et al., 2012). Las carencias económicas obstaculizan poder mantener arreglos independientes, tanto para las personas mayores como para sus hijos/as (Sánchez y Escoto, 2017). En este sentido, si bien la mayoría de las personas preferiría vivir de manera independiente, las realidades financieras a menudo provocan que diversas generaciones se muden entre sí para optimizar recursos y poder sobrevivir (Huenchuan, 2009; Keene y Batson, 2010; López, 2008).
Respecto de las necesidades de cuidado, la corresidencia multigeneracional puede ser el resultado del progresivo deterioro de las condiciones de salud de las personas mayores, que impide a una porción importante de este grupo mantener hogares autónomos (Isengard y Szydlik, 2012). Lo anterior se vuelve predominante en contextos de sistemas de protección débiles, donde los arreglos multigeneracionales son una opción muy favorable para asegurar el apoyo y los cuidados requeridos por las personas mayores con algún tipo de necesidad (Saad, 2005).
La extensión en la cobertura de los sistemas de protección social tiene así consecuencias sobre las probabilidades de corresidencia multigeneracional. En los países en los que la cobertura es baja, como es el caso de América Latina y el Caribe, adquieren relevancia las redes informales de apoyo y la presencia de hogares multigeneracionales, para facilitar el intercambio de apoyo entre los integrantes del hogar (Redondo et al., 2015). En este punto, es importante no olvidar que las transferencias de apoyo son bidireccionales, es decir, las personas mayores no sólo son receptoras, sino que también pueden ser proveedoras de cuidados, especialmente en lo que respecta al cuidado de nietos/as. El incremento de las tasas de divorcio implica un aumento de hogares monoparentales, donde crece la necesidad de contar con apoyo familiar para cuidar a los hijos/as, cumpliendo los abuelos/as un rol relevante (Baker et al., 2008). El aumento en la participación laboral de la mujer también incrementa este requerimiento de ayuda para el cuidado de los hijos/as, pudiendo verse la corresidencia multigeneracional como una posible solución a esta necesidad, principalmente para las madres solteras o divorciadas, donde la presencia de abuelos/as es relevante para que éstas puedan efectivamente trabajar (Aassve et al., 2012; Ogawa y Ermisch, 1996).
En cuanto a las variables socioculturales que podrían estar explicando la corresidencia multigeneracional, se puede mencionar en primer lugar la zona de residencia. Si bien el supuesto del debilitamiento de los lazos de parentesco y el aumento de familias nucleares se asocian al medio urbano (Bongaarts y Zimmer, 2002), algunos estudios han encontrado que la corresidencia multigeneracional se da en mayor medida en entornos urbanos (Drumond y De Vos, 2002). Para Ybáñez, Vargas y Torres (2005), esto podría explicarse porque en las ciudades, ante las distancias y los altos costos de la vida, una persona mayor dependiente puede verse en la obligación de corresidir con algún hijo/a, para responder a su requerimiento de apoyo.
Algunos estudios en Estados Unidos también han mostrado diferencias acordes a la raza o etnia; por ejemplo, se ha evidenciado que los afroamericanos suelen tener tasas de maternidad adolescente más altas y menores ingresos, lo que se vincula directamente con una mayor prevalencia de corresidencia multigeneracional (Kamo, 2000; Swartz, 2009). De igual manera, se ha encontrado que los asiático-americanos suelen vivir con sus padres mayores con el fin de ayudarlos (Kamo, 2000). Esto se explica por la influencia del confucionismo, el cual promueve un fuerte deber de responsabilidad filial con las generaciones más envejecidas (Burr y Mutchler, 1999). Entre los hispanos, si bien la prevalencia de corresidencia multigeneracional se atribuye a su situación económica y condición de migrantes, no es menos cierto la existencia de factores culturales (Keene y Batson, 2010). América Latina es una región familista y los lazos intergeneracionales son más fuertes si se comparan con otros grupos étnico-raciales (Cohen y Casper, 2002; Kamo, 2000).
Finalmente, otro factor que se menciona en la literatura es la relación con el estado civil, tanto de los padres como de los hijos/as. Estar casado reduce la probabilidad de vivir en hogares multigeneracionales (Cohen y Casper, 2002), mientras que, por el contrario, el no estarlo -o haber dejado de estarlo, ya sea a consecuencia de un divorcio o por viudez- la aumenta (Keene y Batson, 2010). Lo descrito es más común en el caso de las mujeres, quienes, por ejemplo, en situaciones de divorcio o viudez, suelen quedar en una posición socioeconómica menos aventajada que los hombres (Bianchi et al., 1999), lo que redunda en una mayor probabilidad de acogerse a la corresidencia multigeneracional.
De lo descrito se desprenden las siguientes hipótesis. En primer lugar, se espera que la corresidencia multigeneracional en las personas mayores chilenas disminuya con el tiempo, en pos del aumento de arreglos independientes (solo o en pareja). En segundo lugar, de acuerdo con la revisión realizada en este apartado y las variables censales disponibles, se espera que la corresidencia multigeneracional en las personas mayores chilenas sea mayor entre las mujeres, las personas de más edad, sin pareja (viudas, solteras, separadas), de menor nivel educacional, con discapacidad, pertenecientes a alguna etnia y de zonas urbanas.
Material y método
La fuente de información corresponde al procesamiento estadístico de los Censos Nacionales de Población y Vivienda de Chile de los años 1982, 1992, 2002, 2012 y 2017, realizados por el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile.
Todos los censos, excepto el del año 2012, fueron censos “de hecho”, realizados durante un día festivo, registrando a todas las personas que pernoctaron la noche anterior en una vivienda. El censo de 2012 es el único censo “de derecho”, que registró a los residentes habituales de una vivienda y que se realizó por encuestadores durante varios meses. Este cambio de metodología implicó que el Censo de 2012 tuviese un mayor porcentaje de omisión, estimado en un 9.6%, con inconsistencias en algunas variables que alteraron especialmente las estimaciones de estructura de población por sexo y edad, así como las estadísticas de migración (INE, 2014). Por esto, se decidió repetir el censo en el año 2017, en un formato “de hecho” y más abreviado que en los años anteriores. Ello redundó, por ejemplo, en que en dicho año no se realizara la pregunta por el estado civil de las personas.
Pese a lo señalado, en el presente análisis se decidió mantener los datos del Censo de 2012, debido a que el análisis de tendencias en las variables estudiadas es consistente al comparar con los censos anteriores y con el del año 2017. Además, como se acaba de señalar, el Censo de 2012 incluyó la variable estado civil, muy relevante para explicar la corresidencia multigeneracional.
El análisis del presente artículo es descriptivo y longitudinal, valorando una tipología de corresidencia multigeneracional desde 1982 a 2017. Para ello se calcula, en primer lugar, una tipología de hogares teniendo en cuenta los parentescos de las personas de un hogar respecto a su jefe/a. Todas las personas de un mismo hogar tienen el mismo valor en esta tipología. Sin embargo, la unidad de análisis del presente estudio son las personas de 60 y más años. Esto plantea algunos problemas de interpretación en el caso de que estas personas no sean jefe/a o su pareja. Por ejemplo, en un hogar de dos generaciones, la persona mayor podría aparecer registrada como hijo/a, padre/madre, suegro(a), otro familiar o no familiar. Como en todos estos últimos casos la persona mayor no se autorreportó como jefe/a o su pareja, se considera que estarían allegados/as en el hogar en que viven. Es así como se creó una tipología de corresidencia multigeneracional distinguiendo si se está encabezando el hogar o si se está como allegado/a (posición diferente a jefe/a o su pareja).
De manera consistente con las hipótesis expuestas más arriba, las variables de cruce con la tipología de corresidencia multigeneracional son: sexo (hombre, mujer), edad (60 a 69 años, 70 a 79 años, 80 y más años), estado civil (viudo/a, separado/a o divorciado/a, casado/a o conviviente, soltero/a), nivel educacional (educación básica equivalente a máximo ocho años de educación primaria; educación media con uno a cuatro años de educación secundaria, y educación superior incompleta o completa con más de 12 años de educación), autorreporte de discapacidad de tipo física, psiquiátrica, mudez, sordera o ceguera (sí/no), autorreporte de pertenencia a alguna etnia (sí/no), zona de residencia (urbana/rural). Además, de manera exploratoria se incluyó la variable de migrante (respecto de comuna de nacimiento), no migrante, migrante desde otra comuna dentro de Chile, migrante desde otro país.
A continuación, se explica con más detalle cómo se construyó la tipología de hogares, de donde surge la categoría de “corresidencia multigeneracional”.
Tipología de corresidencia multigeneracional
La corresidencia multigeneracional se establece cuando hay dos o más generaciones compartiendo un mismo hogar. En los censos chilenos, el hogar corresponde a una o más personas que, unidas o no por un vínculo de parentesco, viven en la misma vivienda y comparten un mismo presupuesto para alimentación.
Cabe señalar que hay autores que realizan una distinción entre hogares intergeneracionales y hogares multigeneracionales. Los primeros incluirían dos generaciones de adultos viviendo juntos (Ruggles y Heggeness, 2008), mientras que en los segundos tendría que haber tres o más generaciones (Grundy, 2019; Sánchez y Escoto, 2017). Sin embargo, otros autores incluyen en el concepto de hogares multigeneracionales también la corresidencia de dos generaciones (Cohen y Casper, 2002; Keene y Batson, 2010). En el presente artículo se ha optado por este último término.
En este estudio en particular, se identifica la corresidencia multigeneracional a partir de las relaciones de parentesco que hay entre los miembros de un hogar. Cabe resaltar dos antecedentes de la operacionalización por relaciones de parentesco. En primer lugar, el análisis comparativo internacional de Naciones Unidas clasificó a los hogares en que residían las personas mayores en cinco categorías: 1) vive solo; 2) vive únicamente con la pareja; 3) vive con hijo/a (biológico o adoptado) y/o nietos/as; 4) vive con otro pariente (además de la pareja o hijo/nieto); 5) vive con no parientes (excluyendo a las parejas) (United Nations, 2005). Luego, para una muestra más reducida de países, se realizaron dos distinciones adicionales: a) hogares con nietos/as y sin hijos como una categoría separada; y b) separación de los hogares que tenían sólo hijos menores de 25 años, de los hogares que tenían al menos un hijo de 25 o más años. En segundo lugar, Naciones Unidas actualizó los datos del estudio previo, del año 2005, pero privilegiando conseguir una mayor cobertura de países y de períodos de tiempo, para lo que simplificó la tipología de hogares a cuatro categorías: 1) unipersonal (vive solo); 2) únicamente con pareja (dos personas en el hogar); 3) con hijos/as (biológicos o adoptados), con o sin presencia de otras personas en el hogar; 4) otro (todos lo demás) (United Nations, 2017).
Teniendo en cuenta estos antecedentes, en el presente estudio se define la corresidencia multigeneracional cuando las personas de 60 y más años corresiden con al menos una de las siguientes generaciones de parentesco: hijo/a adulto/a de 25 o más años y/o nieto/a con o sin generación intermedia (hijo/a).
En los censos analizados los parentescos se registran en relación con la persona jefe de hogar (de cualquier edad), por lo que, como previamente se indicó, se calculó inicialmente una tipología de hogares, donde todas las personas que comparten un hogar tienen el mismo valor. El Cuadro 1 detalla la operacionalización de cada uno de estos tipos de hogares. Se distinguieron ocho tipos: 1) unipersonal; 2) pareja sola; 3) bigeneracional de padre/madre con todos sus hijos menores de 25 años; 4) bigeneracional con al menos un hijo/a de 25 o más años; 5) trigeneracional, con presencia de nietos/as o abuelos/as; 6) abuelo/a con nieto/a sin hijo/a; 7) otros hogares con familiares; 8) otros hogares con no familiares. Los tipos 4, 5 y 6 son los hogares multigeneracionales que se identificarán en el presente estudio.
Cuadro1 Operacionalización de la tipología de hogares donde residen las personas mayores
Tipo | Núm. personas en hogar | Pareja | Hijos | Nietos | Otros familiares | Otros no familiares | Descripción | |
1 | Unipersonal | 1 | 0 | 0 | 0 | 0 | 0 | Una persona en el hogar |
2 | Pareja sola | 2 | 1 | 0 | 0 | 0 | 0 | Dos personas en el hogar: jefatura + pareja. |
3 | Bigeneracional <25 | >1 | sí/no | >=1 hijos/as y edad máxima hijos/as =24 años | 0 | sí/no | sí/no | Jefatura de hogar vive con hijos/as cuya edad máxima es de menos de 25 años y no vive con nietos/as. |
4 | Bigeneracional >= 25 | >1 | sí/no | >=1 hijos/as y >=1 de 25+ años | 0 | sí/no | sí/no | Jefatura de hogar vive con algún hijo/a de 25+ años y no vive con nietos/as. |
>1 | sí/no | 0 | 0 | padre/madre/ suegro(a) | sí/no | Jefatura de hogar no vive con hijos/as y vive con padre/madre, suegro(a). | ||
5 | Trigeneracional (tres o más generaciones) | >2 | sí/no | >=1 de cualquier edad | >=1 | sí/no | sí/no | Jefatura de hogar con algún hijo/a y nietos/as. |
>2 | sí/no | >=1 de cualquier edad | sí/no | padre/madre/suegro(a) | sí/no | Jefatura de hogar vive con hijos/as y vive con padre/madre, suegro(a). | ||
6 | Abuelo + nieto | >1 | sí/no | 0 | >=1 | sí/no | sí/no | Jefatura de hogar vive con nieto/a sin presencia de hijos/as. |
7 | Otro familiar | >1 | sí/no | 0 | 0 | >=1 | sí/no | Jefatura de hogar no vive con hijos/as ni nietos/as ni padres/madres, suegros y vive con otros familiares. |
8 | Otro no familiar | >1 | sí/no | 0 | 0 | 0 | >=1 | Jefatura de hogar vive con otros no familiares y no vive con hijos/as ni nietos/as ni otros familiares. |
Fuente: Elaboración propia.
En segundo lugar, se calculó una tipología específica de arreglos multigeneracionales a nivel de personas, con cuatro categorías: independientes (solo o únicamente con pareja); multigeneracionales encabezando su hogar como jefe o pareja; multigeneracionales como allegados (personas mayores en otras posiciones distintas a jefe o pareja); y otros arreglos. En estos últimos no se puede precisar adecuadamente si son multigeneracionales o si las personas mayores se encuentran en una posición de jefatura o como allegados. Por ejemplo, cuando en los otros hogares familiares extensos o no familiares una persona mayor está en la categoría de “hermano”, “otro familiar” o “no familiar”, no se puede determinar si están compartiendo una jefatura de hogar, o bien están en una condición de allegamiento. El Cuadro 2 detalla la operacionalización específica, conectando con la tipología de hogares anteriormente creada y la posición de las personas mayores en el hogar.
Cuadro 2 Operacionalización de la tipología de arreglos multigeneracionales de las personas mayores
Tipo | Tipo de hogar | Posición en el hogar | |
1 | Independiente | Unipersonal Pareja sola | Jefatura o pareja |
2 | Multigeneracional jefe/pareja | Bigeneracional (>=25) Tres generaciones Abuelo/a + nieto/a | Jefatura o pareja |
3 | Multigeneracional allegado | Bigeneracional (>=25) Tres generaciones Abuelo/a + nieto/a | Distinto a jefatura o pareja |
4 | Otro | Bigeneracional (<25) Otro familiar Otro no familiar | Cualquiera |
Fuente: Elaboración propia.
Resultados
A continuación se describen los principales resultados del procesamiento de datos a partir de los censos chilenos de 1982, 1992, 2002, 2012 y 2017, aplicados en las viviendas particulares en que habitan las personas. Cabe señalar que se excluyen a las personas que residían en viviendas colectivas. Históricamente, el porcentaje de personas en hogares colectivos nunca ha superado el 2% tanto en la población general como en la de 60 o más años.
Evolución de la corresidencia multigeneracional en las personas chilenas, de 60 y más años, entre los censos de 1982 y 2017
En la Gráfica 1 se expone la distribución de las personas mayores en los distintos tipos de hogar a través del tiempo, distinguiendo por sexo. En 2017, el 30% de las personas mayores vivía en hogares bigeneracionales (5% con menores de 25 años; 25% con mayores de 25 años); 22% únicamente con su pareja; 21% en hogares trigeneracionales; 15% en hogares unipersonales; 5% en hogares con abuelo/a y nietos/as sin generación intermedia; 7% en otros tipos de hogares familiares; y 1% en hogares no familiares.

Fuente: Elaboración propia a partir de Censos Nacionales de Población de 1982, 1992, 2002, 2012 y 2017.
Gráfica 1 Evolución del porcentaje de personas mayores en distintos tipos de hogares en Chile, censos 1982 a 2017 (unidad de análisis: personas de 60 y más años)
Se observan importantes cambios a través del tiempo. Por una parte, aumentan las personas mayores viviendo solas (de 5.6% en 1982 a 14.5% en 2017), viviendo únicamente con sus parejas (de 8.2% en 1982 a 21.8% en 2017), y en hogares bigeneracionales con hijos de 25 o más años (de 17.6% en 1982 a 25.3% en 2017). Como contraparte, disminuyen las personas en hogares bigeneracionales con hijos menores de 25 años (de 14.6% en 1982 a 4.5% en 2017) y disminuyen sobre todo las personas mayores en hogares trigeneracionales (desde 38.6% en 1982 a 20.9% en 2017). En los otros tipos de hogares no hay grandes diferencias a través del tiempo.
Las principales diferencias por sexo se encuentran en las personas viviendo únicamente con sus parejas, que es mayor entre los hombres que en las mujeres (26.2 y 18.3%, respectivamente, en el año 2017). Como contraparte, las mujeres habitan más en hogares multigeneracionales, con o sin nietos/as. Las tendencias a través del tiempo según sexo son similares a las de la población general.
Cabe resaltar que la inmensa mayoría de las personas mayores encabeza sus propios hogares en Chile. En 2017, el 60.7% de las personas mayores era jefe de su hogar y el 24.2% pareja del jefe de hogar (Gráfica 2). Aquí se observan diferencias por sexo, donde los hombres encabezan más los hogares en donde viven (76.8% como jefe y 11.4% como pareja en 2017), en comparación con las mujeres (47.7% como jefa y 34.3% como pareja en 2017). A lo largo del tiempo, son las mujeres quienes más aumentaron la jefatura de hogar, en ocasiones a expensas del aumento de hombres en la posición de pareja, aunque no únicamente.

Fuente: Elaboración propia a partir de Censos Nacionales de Población de 1982, 1992, 2002, 2012 y 2017.
Gráfica 2 Evolución de la posición en el hogar de las personas mayores en Chile, censos 1982 a 2017 (unidad de análisis: personas de 60 y más años)
Como contraparte, tanto hombres como mujeres disminuyeron en posición de padre/madre, suegro(a) o en otra posición respecto del jefe de hogar. A nivel total, la posición de padre/madre, suegro(a) disminuyó desde 13.1% en el año 1982 a 7.9% en 2017, y las personas en otra posición bajaron desde 12.2% en 1982 a 7.2% en 2017.
La evolución de las personas en arreglos independientes (solos y parejas solas) se aprecia más claramente en la Gráfica 3, donde se puede observar que las personas mayores que viven de manera independiente prácticamente se triplicaron en el período estudiado, aumentando de 13.8% en 1982 a 36.3% en 2017. Como se vio anteriormente, este cambio se produce principalmente por el aumento de hombres que viven únicamente con sus parejas.

Nota: Multigeneracional incluye a personas mayores viviendo con hijos de 25 o más años con o sin nietos y abuelos con nietos (sin hijos); independiente incluye a las personas viviendo solas o únicamente con su pareja.
Fuente: Elaboración propia a partir de Censos Nacionales de Población de 1982, 1992, 2002, 2012 y 2017.
Gráfica 3 Evolución del porcentaje de personas mayores en arreglos multigeneracionales en Chile, censos 1982 a 2017 (unidad de análisis: personas de 60 y más años)
Por su parte, se observa la evolución de las personas mayores en arreglos multigeneracionales, distinguiendo según si encabezan estos hogares (como jefe o pareja) o bien viven en casa de otros como allegados, en la posición de padre, madre o suegros. En primer lugar, cabe destacar que en el año 2017 poco más de la mitad (51%) de las personas mayores vivía en un arreglo multigeneracional, siendo mucho más frecuente estar encabezando el hogar (39.7%) que en posición de allegamiento (11.3%). Es decir, alrededor de sólo una de cada cinco personas mayores en arreglos multigeneracionales estaba como allegada. Las mujeres viven más que los hombres como allegadas en arreglos multigeneracionales (14.0 y 7.9%, respectivamente, en el año 2017).
A través del tiempo han disminuido las personas mayores en arreglos multigeneracionales (60.6% en 1982), donde cabe destacar que las personas mayores allegadas en arreglos multigeneracionales disminuyen mucho más (de 18.3% en 1982 a 11.3% en 2017) que los que encabezan arreglos multigeneracionales (de 42.3% en 1982 a 39.7% en 2017).
Variables asociadas con vivir en arreglos multigeneracionales entre las personas mayores
Para analizar las asociaciones entre tipos de arreglos multigeneracionales y variables sociodemográficas se trabajó con los datos del Censo de 2012, debido a que, como se mencionó antes, éste contiene las variables de “estado civil” y “discapacidad”, ausentes del censo abreviado de 2017. También se compararon lo resultados con los de censos anteriores, manteniéndose las tendencias observadas en el año 2012.
El 51.6% de las personas mayores vivía en arreglos multigeneracionales en el Censo de 2012, 41.4% encabezando sus hogares como jefe/a o pareja, y 10.2% en casa de otras personas (allegados). Los que más vivían en arreglos multigeneracionales, según se puede apreciar en la Gráfica 4, eran las mujeres (54.4%), los de 80 o más años (54.1%), las personas viudas (59.5%), con educación básica (54.5%), con discapacidad (52.7%), migrantes internos entre comunas dentro del país (51.9%) y de zonas urbanas (52.7%). La mayor presencia en arreglos multigeneracionales en los grupos de las personas anteriormente mencionadas se da casi en todos estos casos por la mayor presencia relativa de personas mayores allegadas en hogares de otras personas, en las posiciones de padre/madre, suegro/a u otro familiar o no familiar.

Nota: Multigeneracional incluye a personas mayores viviendo con hijos de 25 o más años con o sin nietos y abuelos con nietos (sin hijos); independiente incluye a las personas viviendo solas o únicamente con su pareja. Se excluyen de la gráfica las categorías de hogares bigeneracionales con hijos menores de 25 años, y otros hogares sin hijos ni nietos. Entre paréntesis se anotan los porcentajes totales de personas que viven en hogares multigeneracionales en cada característica de personas.
Fuente: Elaboración propia a partir del Censo Nacional de Población de 2012.
Gráfica 4 Porcentaje de personas mayores viviendo en hogares multigeneracionales, según sexo, edad, estado civil, educación, migración y zona de residencia, Censo de 2012 (unidad de análisis: personas de 60 y más años)
No se observaron diferencias importantes por etnia en cuanto a los arreglos multigeneracionales.
Conclusiones
Si bien a nivel de la población general chilena los arreglos multigeneracionales no son los más frecuentes, entre las personas mayores éstos adquieren protagonismo, alcanzando a poco más de la mitad de las personas mayores, siendo alta su frecuencia al comparar con el contexto internacional.
Los arreglos multigeneracionales pueden estar ocurriendo por tres tipos de situaciones. En primer lugar, porque los hijos/as permanecen más tiempo en el hogar paterno o materno, extendiendo su etapa de educación superior o bien trabajando y acumulando capital económico antes de constituir un hogar independiente. En segundo lugar, los hijos/as adultos pueden volver a vivir con sus padres, una vez que ya se habían independizado. Las razones de este regreso al hogar paterno/materno podrían ser económicas, por ejemplo, cuando los hijos/as se separan o divorcian y no pueden mantener dos hogares; o bien, por la necesidad de cuidado de los hijos/as una vez que la pareja no está para brindar dicho apoyo. En tercer lugar, podría darse que las personas mayores, especialmente las mujeres viudas y de mayor edad, se van a vivir con algún hijo o hija por razones de salud (necesidad de cuidado), aunque también por carencias económicas.
La primera situación parece más plausible por las tendencias evidenciadas en este estudio, donde se observó que entre 1982 y 2017 cae casi a la mitad la proporción de personas mayores viviendo en arreglos multigeneracionales, específicamente de tres generaciones, por lo que la segunda situación descrita (hijos/as vuelven con nietos/as al hogar de sus padres mayores) se está haciendo menos frecuente. También han disminuido las personas mayores allegadas en arreglos multigeneracionales (tercera situación). Por el contrario, lo que ha aumentado son las personas mayores viviendo con hijos/as adultos (de 25 o más años), sin nietos/as, por lo que la primera situación de hijos/as que se quedan más tiempo en casa de sus padres probablemente es lo que se está volviendo más frecuente.
Ahora bien, ¿qué puede estar explicando estos cambios? Como se mencionó inicialmente, las explicaciones sobre la corresidencia multigeneracional aluden fundamen- talmente a razones socioeconómicas, necesidades de cuidados y características socioculturales. A esto cabe agregar también ciertas condiciones estructurales que permitan la corresidencia multigeneracional.
La explicación económica de estos cambios ha sido ampliamente abordada en la literatura (Huenchuan, 2009; Keene y Batson, 2010; López, 2008; Ruggles y Heggeness, 2008). En Chile, tras el término de la dictadura y el regreso de la democracia a inicio de la década de los noventa, se vivió un importante crecimiento económico, del empleo y de los ingresos de los sectores medios y pobres, a un ritmo mucho más rápido que los otros países de la región, lo que permitió acortar significativamente la distancia que lo separaba de las naciones más desarrolladas, alcanzando un crecimiento del PIB promedio de 5.1% en los veinte años comprendidos entre 1990 y 2009, en contraste con sólo 1.3% entre 1974 y 1989 (Ffrench-Davis, 2016). Del mismo modo, entre 1990 y 2013 se redujo la pobreza de 38.6 a 7.8%, por efecto tanto del crecimiento económico como de un mayor gasto social (Larrañaga y Rodríguez, 2015).
De esta manera, el mejoramiento económico que ha experimentado el país posdictadura, y que corresponde en parte al período estudiado, puede estar explicando la disminución de los arreglos multigeneracionales entre las personas mayores. Lamentablemente el censo no pregunta por el nivel de ingresos individuales ni de los hogares, pero la variable de nivel educacional podría utilizarse como proxy de condiciones socioeconómicas. En Chile, el promedio de escolaridad de las personas mayores se incrementó desde 6.03 años en 1990 a 8.03 años en 2017; en el mismo período, el porcentaje de personas mayores con al menos un año de educación media (secundaria) casi se duplicó, pasando de 26.9 a 50.6% (procesamiento de Encuestas de Caracterización Socioeconómica).1
En el presente estudio se observó además que las personas de 60 o más años con mayor educación viven menos en arreglos multigeneracionales. Es así como la disminución de personas mayores en este tipo de arreglos a través del tiempo se puede estar explicando por el recambio generacional, donde las nuevas generaciones tienen cada vez mayor nivel educativo y, por tanto, mejores condiciones estructurales para poder sustentarse económicamente.
Por su parte, el aumento en los niveles educativos y el mayor acceso de los jóvenes a la educación superior podrían estar explicando el aumento de los hogares bigeneracionales con hijos de 25 o más años. La matrícula en la educación terciaria se incrementó más de tres veces entre 1990 y 2009 (Rolando et al., 2010); entre 1992 y 2017 el porcentaje de personas de 25 o más años con educación superior aumentó de 11.7 a 29.8%; y el promedio de escolaridad subió de 7.6 años promedio a 10.02 años (INE, 2018). Esa mayor cobertura de la educación superior podría estar incidiendo en que los jóvenes viven más años con sus padres mientras se están educando y hasta que logran estabilizarse en el mercado laboral.
Unido a lo anterior, otro elemento económico que podría estar explicando el aumento de hijos de 25 o más años en casa de sus padres es el incremento del costo de las viviendas en Chile. Los precios de venta de las viviendas casi se duplicaron en el período de 2009 a 2017, y el precio de los arriendos aumentó en alrededor del 50% en dicho lapso (Espinoza y Urzúa, 2018). Es así como a la par del reimpulso económico que Chile experimentó, especialmente en las dos primeras décadas de vuelta a la democracia, se produjo un incremento sostenido en el costo de bienes y servicios esenciales, lo que puede estar afectando las posibilidades de que una persona adulta pueda solventar los gastos de un hogar propio, acrecentando así las oportunidades de continuar cohabitando en el hogar paterno/materno.
La segunda línea de explicación tiene que ver con las necesidades de apoyo mutuo entre las generaciones. Los arreglos multigeneracionales son más frecuentes entre los 60 y 69 años, y después de los 80 años. Los primeros están en mayor proporción encabezando sus hogares, por lo que seguramente se debe a necesidades de apoyo de los hijos/as; los segundos, si bien lo más frecuente es que estén encabezando sus hogares, casi dos quintos están en posición de otros parientes o no parientes del hogar, por lo que es posible que sean las necesidades de salud las que los llevaron a allegarse residencialmente.
Respecto a las condiciones de salud, el censo sólo incluye el autorreporte de discapacidad. Resulta inesperado no haber encontrado asociación entre residencia independiente y discapacidad, si bien los que tienen discapacidad viven más como allegados que los sin discapacidad. Cabe señalar que el reporte de discapacidad no implica necesariamente que la persona sea dependiente o no autovalente; además, hay personas sin discapacidad que pueden ser dependientes.
Es notable el aumento a través del tiempo del porcentaje de personas mayores que encabeza su propio hogar, siendo mayor este cambio en los grupos de más edad. Esto puede reflejarse en las mejores condiciones de salud que tienen las personas mayores en 2017 en comparación con los años anteriores. La calidad de vida y de salud con que se envejece está muy asociada con el nivel educacional de las personas (UC y Caja Los Andes, 2017), que, como se señaló anteriormente, ha mejorado notablemente.
La tercera línea de explicación alude a factores socioculturales, de lo cual se tiene escasa información en los censos, pudiendo utilizarse solamente las variables de zona de residencia y migración en esta dimensión.
Los resultados mostraron que la convivencia multigeneracional era más frecuente en los entornos urbanos, lo que, acorde con la literatura, podría deberse a distintos factores: las zonas rurales se han vaciado de población más joven, que ha migrado a zonas urbanas en busca de mejores oportunidades laborales (Kinsella y Velkoff, 2001); en las zonas urbanas los altos tiempos de desplazamiento conllevan a que las personas deban corresidir para prestarse apoyo (Ybáñez et al., 2005), por ejemplo, para que una madre adulta pueda trabajar; también en las zonas urbanas, el alto costo de la vivienda incidiría en la mayor convivencia multigeneracional (López, 2008). Sin embargo, las zonas urbanas son altamente heterogéneas, por lo que estas explicaciones deben ser combinadas con las otras discutidas en este apartado.
La zona de residencia urbana en varios casos se asocia con ser migrante, ya sea internamente dentro del país (migración rural-urbana) o desde el extranjero. Sin embargo, los análisis no mostraron diferencias entre migrantes internos y no migrantes, por lo que las futuras investigaciones requerirían afinar más la identificación de migración entre comunas, distinguiendo, por ejemplo, si se trata de comunas rurales a comunas urbanas, o movimientos entre comunas de una misma ciudad. Por el contrario, en el caso de las migrantes de otros países, sí se aprecia que viven comparativamente con el menor porcentaje en arreglos multigeneracionales, lo que podría deberse a la menor disponibilidad de parientes con quienes residir (López, 2008).
Estas tres líneas de explicación se entremezclan a su vez con variables estructurales y sociodemográficas del país.
En específico, la disminución de los arreglos bigeneracionales con hijos/as menores de 25 años en el período estudiado puede estar vinculada a la disminución en las tasas de fecundidad y al aumento en la edad al primer hijo, sobre todo a partir del siglo XXI, lo que repercute en una caída abrupta del número de hijos/as en los hogares y en una prolongación en los años en que las personas jóvenes viven solas o únicamente con su pareja (Grundy, 2019). En Chile, la tasa de fecundidad bajó de 2.5 en los inicios de los noventa a 1.6 hijos por mujer en 2021 (Rojas et al., 2022), pero además aumentó en el país el porcentaje de mujeres que acaban su vida fértil sin descendencia (35% más en las últimas dos décadas, según datos del INE), lo que trae aparejado consecuencias sobre la conformación de los hogares.
La persistencia de una alta tasa de maternidad adolescente en Chile también podría estar explicando la permanencia principalmente de hijas adultas en el hogar de sus padres, por la necesidad de cuidado de sus propios hijos/as y por las dificultades que han tenido para persistir en sus estudios. En Chile, la tasa de natalidad adolescente se mantuvo sobre 50 por cada 1 000 mujeres de 15 a 19 años durante la primera década del siglo XXI, descendiendo sólo a partir del año 2005, llegando a 40.6 por cada 1 000 mujeres de 15 a 19 años en 2015 (INE, 2017). Como la baja en la maternidad adolescente ha sido reciente, esto no puede estar explicando la totalidad de la disminución en la prevalencia de hogares trigeneracionales entre 1982 y 2017.
Respecto del estado civil, se esperaba que estar viviendo con una pareja disminuiría las probabilidades de las personas mayores de estar corresidiendo con familiares, ya que incluso en el caso de las personas que tuvieran deterioradas sus condiciones de salud, contarían con sus parejas en caso de necesidad de apoyo y cuidado (Isengard y Szydlik, 2012).
De parte de los hijos/as, entre los censos de 1982 y 2012 disminuyó el porcentaje de personas entre 25 y 59 años separadas o anuladas, desde 3.8 a 2.5%, mientras las personas solteras aumentaron de 18.2 a 24.1%. Por tanto, esto último estaría explicando parte del aumento de hogares bigeneracionales con hijos de 25 años o más, ya que hay más hijos o hijas sin pareja que se quedan más tiempo en casa de sus padres. La hipótesis de aumento de la ocurrencia de hogares bigeneracionales con hijos de 25 años o más, separados, sería menos plausible en este contexto.
De parte de las personas mayores, contrariamente a lo esperado, estar casado en comparación con estar separado o ser soltero, se asoció con mayor corresidencia multigeneracional, aunque levemente menos que en las personas en situación de viudez. El factor que estaría explicando, por tanto, la mayor corresidencia multigeneracional, sería la disponibilidad de hijos y/o nietos/as, que es mayor cuando las personas se han casado.
Respecto del género, cabe destacar que las mujeres viven más en arreglos multigeneracionales y menos en hogares independientes, en comparación con los hombres, quienes viven más en parejas solas. Esto podría explicarse porque las mujeres tienen mayor esperanza de vida que los hombres, por lo que hay mayor cantidad de mujeres viudas que hombres, que llegan a más avanzada edad y con más problemas de salud y, por tanto, con más necesidades de cuidado. En esta línea, no se puede tampoco olvidar que la mayor sobrevida de las mujeres se enmarca en un curso de vida vinculado a profundas desigualdades de género, que redundan en vejeces caracterizadas por una mayor vulnerabilidad económica y con profundas dificultades financieras y materiales (Silva et al., 2024), que también pueden estar explicando la superior presencia de arreglos multigeneracionales entre éstas. A modo de ejemplo, la Encuesta CASEN de 2017 establece que el ingreso por concepto de pensión alcanzó un monto promedio de $198 716 para mujeres mayores y $276 937 para sus pares hombres.2
Finalmente, cabe reflexionar sobre las limitaciones de este estudio y las futuras líneas de investigación.
Una primera limitación que destacar es la falta de consenso internacional sobre la definición de hogares “intergeneracionales” o “multigeneracionales”, donde muchas veces las descripciones están sujetas a la disponibilidad de datos. En este estudio se ha adoptado el concepto de arreglo multigeneracional para referirse a la corresidencia de dos o más generaciones de adultos (25 o más años) en un hogar.
Además, en este artículo se optó por la clasificación de los arreglos multigeneracionales considerando las relaciones de parentesco dentro de los hogares, respecto del “jefe de hogar”. Esto podría estar subestimando la cantidad de personas mayores en este tipo de hogares al no incluir núcleos secundarios que podrían aparecer bajo un jefe de hogar, como otros parientes o no parientes. Por ejemplo, podría haber un núcleo secundario compuesto por un abuelo/a y un nieto/a, donde el abuelo/a es hermano/a de una jefa de hogar; aquí el nieto/a aparecería como otro familiar, y el hogar sería clasificado como “otro familiar”. De esta manera, una futura investigación podría profundizar en las diferencias de edad de las personas residentes en los hogares definidos como “otro familiar” o “no familiar”, intentando definir si hay presencia de distintas generaciones etarias.
Una manera de contrarrestar esta limitación es comparar con otra fuente de datos para estimar las tipologías de los arreglos residenciales a partir de las relaciones de parentesco definidas en torno a una persona mayor encuestada. En específico, si tomamos los datos de la Cuarta Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez del año 2017, la cual les preguntó directamente a las personas mayores con quiénes vivían, se puede establecer que un 14.7% de los mayores encuestados señaló estar viviendo solo/a, estimación casi idéntica a la obtenida con el Censo de 2017 (14.5%); mientras que el 50.9% afirmó estar viviendo con hijos/as, cifra también similar a la del Censo de 2017, donde la suma de las dos categorías de hogares bigeneracionales y trigeneracionales alcanzó 50.7%. Donde hay más diferencias entre el censo y esta encuesta es en la estimación de personas mayores que viven con nietos/as. Si se suman los que viven en hogares de tres generaciones y los que viven únicamente con los nietos/as sin los hijos/as, según el Censo de 2017 un 25.7% de personas mayores en Chile vive con nietos/as, mientras que en la encuesta mencionada la cifra es mayor, un 32.3% de las personas de 60 años o más señaló vivir con nietos/as. Cabe señalar que dicha encuesta es representativa de zonas urbanas de más de 10 000 habitantes en el país. Si se seleccionan sólo las zonas urbanas del Censo de 2017, el porcentaje estimado de personas mayores que viven con nietos sube a 26.6%, pero sigue siendo menor que en la encuesta utilizada de manera comparativa. Por lo tanto, resulta plausible plantear que la metodología empleada en este estudio puede estar subestimando la corresidencia con nietos/as.
Otra limitación tiene que ver con la escasa cobertura de posibles variables explicativas de corresidencia. En el caso de las personas mayores, resulta fundamental contar con más y mejores datos sobre sus condiciones de salud, y especialmente de evaluación de situación de dependencia. También se deberían considerar mejores variables económicas, como el nivel de ingresos y la propiedad de la vivienda.
Finalmente, cabe recordar que este estudio se centró en analizar la evolución y las variables asociadas con la corresidencia multigeneracional de las personas mayores. Para entender mejor este fenómeno, se hace necesario también profundizar en las características de los hijos/as que se quedan o que vuelven al hogar de sus padres.