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Secuencia

versión On-line ISSN 2395-8464versión impresa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.121 México ene./abr. 2025  Epub 31-Mar-2025

https://doi.org/10.18234/secuencia.v0i121.2334 

Artículos

María Silvia Valdez García y su mirada desde los márgenes de la historia. El problema de los cuidados en la Liga Comunista 23 de Septiembre

María Silvia Valdez García and Her Perspective from the Margins of History: The Issue of Care in the 23rd of September Communist League

Francisco Ávila Coronel1  *
http://orcid.org/0000-0001-7796-1350

1Universidad Nacional Autónoma de México, México Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades franciscoavilacoronel@gmail.com


Resumen:

La historiografía androcéntrica ha privilegiado los escenarios públicos en los que principalmente predominan los hombres hegemónicos y viriles. En contrapartida, la mayoría de las mujeres y los subalternos han sido segregados de la historia tradicional. El enfoque de la presente investigación busca descentrar la narrativa y revalorizar la mirada de la historia en claves feministas. Por ello, desde un enfoque biográfico, con una metodología etnográfica e interseccional, se busca recuperar la voz de Silvia Valdez García, quien fue base de apoyo de la guerrilla, en busca de potencializar sus saberes y revalorizar sus afectos, plantear preguntas y reflexionar sobre los silencios y omisiones de “las grandes narrativas históricas” y explorar el significado de uno de las acciones guerrilleras de mayor trascendencia en la historia contemporánea de nuestro país, que derivó en la muerte de Eugenio Garza Sada, importante empresario de México desde los años cuarenta, hasta principios de los setenta del siglo XX.

Palabras clave: Liga Comunista 23 de Septiembre; cuidatoriado; masculinidades guerrilleras; historia de las mujeres; ética del cuidado

Abstract:

Androcentric historiography has privileged public settings predominantly occupied by hegemonic, virile men. Conversely, most women and subordinates have been overlooked in traditional history. The focus of this research is to decenter the narrative and reappraise the view of history from a feminist perspective. To this end, using a biographical approach, with an ethnographic, intersectional methodology, we sought to recover the voice and perspective of Silvia Valdez, a support base for the guerrilla movement, to shed light on her knowledge and reassess her affections, raising questions and reflecting on the silences and omissions of “the great historical narratives” and exploring the meaning of one of the most significant guerrilla actions in contemporary Mexican history, which led to the death of Eugenio Garza Sada, a leading businessman in Mexico from the 1940s to the early 1970s.

Keywords: September 23rd Communist League; kidnapping; guerrilla masculinities; history of women; ethics of care

INTRODUCCIÓN

En la década de los sesenta del siglo XX predominó en México un régimen autoritario que, mediante el clientelismo político, operó bajo el imperativo de obediencia y generó una cerrazón institucional de las estructuras estatales, impidiendo la participación política de la sociedad y criminalizando la protesta ciudadana (Favela, 2006, p. 25; 2010, p. 37). Además, se crearon mecanismos de vigilancia y persecución política que, en el marco de la guerra fría, intensificaron la violencia estatal en contra de grupos opositores al régimen (véase Valdez, 2021). A raíz de la represión estudiantil del 2 de octubre de 1968, así como la del 10 de junio de 1971, otros agravios tuvieron lugar a nivel regional en diversas partes del país,1 donde miles de jóvenes decidieron levantarse en armas y crear organizaciones político-militares de corte socialista.2 Una de las guerrillas más importantes fundadas a principios de los años setenta del siglo pasado fue la Liga Comunista 23 de Septiembre (en adelante Liga), que logró congregar a cientos de civiles e integrar varios frentes armados en contextos urbanos y rurales (Gamiño et al., 2014; Cedillo, 2019; Glockner, 2019; Peñaloza, 2024).

Un hito en la historiografía del Movimiento Armado Socialista Mexicano (MASM) que expresa las tensiones que atravesaba el país en dicha década, fue el intento de secuestro organizado por la Liga Comunista 23 de Septiembre, el 17 de septiembre de 1973, en contra de uno de los más prominentes empresarios de México, Eugenio Garza Sada, en el que murieron los guerrilleros Anselmo Herrera Chávez y Javier Rodríguez Torres, además del empresario y su escolta.3 En la historiografía del MASM, esta coyuntura ha sido caracterizada como una intensificación de la actividad guerrillera que, aunada a otros secuestros políticos y a la emboscada de policías y militares por parte de la Liga, detonó la represión generalizada de los movimientos armados en México (Cedillo, 2008a, p. 238; Glockner, 2014, p. 246; Ramírez, 2023, p. 216).

Cabe anotar que el secuestro de Eugenio Garza Sada ha sido explicado desde una cosmovisión masculina, donde el “valor y la cobardía”, el uso político de la memoria como arma contrainsurgente, así como del pasado con el fin de denostar y humillar a los adversarios políticos. Desde luego, esa narrativa no ha sido suficientemente cuestionada ni sujeta a examen, por lo que, en los marcos conceptual y metodológico con los que se ha abordado y estudiado a la Liga Comunista 23 de Septiembre, aún prevalecen elementos androcéntricos.4

El problema con esta narración e interpretación del secuestro político es que en la historiografía del MASM predomina un “sesgo masculino” (Scott, 1996, pp. 74-75) en el que los hombres aparecen como los actores principales, y las mujeres, como Silvia Valdez, quien fue base de apoyo de la guerrilla, quedan desdibujadas o borradas, incluso, a veces victimizadas, al caracterizarlas como si su contribución no hubiera tenido importancia para el movimiento armado.5

Por ello, el enfoque de esta investigación está orientado por la llamada nueva biografía de mujeres.6 En este sentido, quiero señalar que un aspecto metodológico central de esta perspectiva que las especialistas destacan, es la importancia de tejer la historia particular con el contexto (Bazant, 2018, p. 70; Chassen-López, 2018, p. 145; Vaughan, 2009, p. 92), lo cual permite mirar desde un horizonte privilegiado, pues mediante las historias de las mujeres es posible observar los procesos históricos de manera articulada gracias a que lo micro adquiere movimiento y resonancia en lo macrosocial, por lo que se pueden captar las relaciones sociales como proyección de fenómenos que aparentemente son particulares y personales. El enfoque biográfico permite entender los grandes procesos históricos estableciendo que “es el sujeto el que le da vida al hecho y no al revés” (Bazant, 2018, p. 55).

Asimismo, posibilita diferenciar la experiencia femenina de la masculina y enriquecer el ejercicio del análisis historiográfico con un carácter sexuado (Lau, 2018, p. 25).

En este sentido, con la historia de Silvia Valdez, a partir de una microhistoria, me propongo revelar lo que las “grandes narrativas” encubren (Chaseen, 2018, p. 145). Por otra parte, apoyado en la etnografía feminista, pretendo reconstruir el testimonio de Valdez desde su ángulo de mirada y centrar como categorías de análisis las afectaciones socioculturales, las memorias que desde su presente son las claves para poner en cuestionamiento las narrativas historiográficas androcéntricas.

Es pertinente mencionar que las reflexiones de Martha Patricia Castañeda (2012, p. 221) sobre cómo elaborar etnografías feministas fueron una brújula en mi propio proceso de investigación, pues pude cuestionarme sobre cuál era el lugar que ocupa Valdez como sujeto político y social, procurando un diálogo en el que ella fuera partícipe en el proceso de reflexión y generación de conocimiento histórico y no sólo informante.7 Respecto al tratamiento de los testimonios desde un enfoque no androcéntrico, se visualizó el problema de la crítica de las fuentes, además de considerar los cambios en las memorias después de varias décadas. Por ello, me apoyé en fotografías familiares, en hemerografía y documentos personales de Silvia Valdez, en los documentos de las policías políticas, así como en los testimonios de otras mujeres y hombres vinculados con la Liga. Todo lo anterior fue con la intención de hacer una arqueología de las fuentes, poder reconocer las continuidades y rupturas, la transformación de las narrativas de Silvia Valdez y de otros sobrevivientes de la guerrilla en el transcurrir de los años.

Respecto a la metodología, me fue imprescindible ubicar los conceptos con los que se interpretó la participación de las mujeres en los años setenta, a nivel social, familiar y personal. De ello se desprende que existía un piso común en la época, un sesgo masculino de ayer y, en menor medida, también de hoy, que consiste en no considerar como significativa la participación de las mujeres en la guerrilla. Para abordar este problema, convoqué a exguerrilleras, en su mayoría de la Liga, y mediante varios conversatorios que tuvieron lugar entre 2020 y 2023, en los que también participó Patricia Castañeda Salgado; se charló sobre los problemas cotidianos que a ellas les hacía sentido y que les importaba explorar. Ellas situaron problemas como la maternidad, el matrimonio, la sexualidad, el amor, la ética revolucionaria, y acordaron que había que visibilizar más a las mujeres.8 Con este ejercicio de memoria cabe apuntar que, quienes fueron bases de apoyo, no tuvieron ese denominativo en su momento, sino que, al no tener un reconocimiento social y político, se les narraba en calidad de hermanas, esposas, novias, madres, suegras y/o amistades. Incluso, hoy en día, todavía encontré a un sobreviviente que afirma categóricamente que la Liga “no tenía bases sociales”, sino solamente militantes. Mediante valores masculinos en la guerrilla, se entendía que quienes pasaban por el proceso de militarización, merecían el reconocimiento de ser parte de la organización, mientras que el cuidatoriado no tenía un reconocimiento formal y significativo por no haber pasado por el proceso legitimador de la experiencia militar. En este contexto de memorias pasadas y presentes se entiende el testimonio de Silvia Valdez, el cual se transformó en el tiempo, pues, en los años setenta, ella no se adjudicaba ninguna agencia, no se reivindicaba como parte de la Liga; sin embargo, en los últimos diez años, a raíz de que hizo una indagación documental y testimonial sobre la muerte de su esposo, Javier Rodríguez, ella se dio cuenta de que muchas de las actividades cotidianas que ella hizo estuvieron articuladas con la guerrilla, incluso, sin saberlo, le daba de comer a los amigos de Javier (guerrilleros) y se usaba su propio hogar como casa de seguridad. Debo aclarar que la base empírica de la presente investigación comenzó antes de que el gobierno lanzara su propuesta de hacer una Comisión de la Verdad, por lo que la intencionalidad de Valdez no estaba puesta en aparecer en ningún informe histórico oficial. En este sentido, la condición de salud precaria de Silvia Valdez fue un aspecto que volvió complejo el proceso de recordar, pues aunque ella es muy lúcida, siente que se encuentra en los últimos días de vida y, desde una circunstancia de olvido social, desatención médica, pobreza y de dolores físicos y emocionales intensos, me pidió ayuda para recuperar las memorias de Javier Rodríguez y de ella, así como para reflexionar y encontrar conjuntamente el sentido y significado de la traumática experiencia que vivió a raíz del intento de secuestro del empresario Eugenio Garza Sada, que la marcaría por el resto de su vida. A ese proceso de resignificación de sus experiencias pasadas lo denomino colocación epistémica, porque para Silvia Valdez implicó un proceso de desmontaje de ciertos sentidos y significados, de valores y conceptos que le impedían ver el sesgo masculino que tenía la estructura guerrillera, así como los propios recuerdos que estaban impregnados de una autodesvalorización, pues ella misma no consideraba que había abonado en el movimiento armado y, aunque su vinculación fue involuntaria, ella fue solidaria y consciente de las injusticias y sabía que la lucha por los derechos más elementales podía costarle la vida a su padre o a su esposo. Este proceso de construcción de memorias de manera situada se prolongó por tres años, y el diálogo con Silvia me llevó a circular la palabra en espacios como el conversatorio de mujeres antes referido, incluso también tuvo una resonancia en espacios como el Taller de Testimonios del CEIICH-INEHRM, un proceso en el que las polifonías de las memorias circularon en torno a cuestionarse si la Liga tuvo bases sociales, existiendo opiniones divididas, pues había quienes percibieron que la guerrilla estuvo “aislada de las masas”, mientras que otros rememoraban el apoyo popular, familiar y comunitario que recibieron en distintos contextos.9

En un esfuerzo colectivo de memorialización, tanto del conversatorio de mujeres del MASM como del Taller de Testimonios, se hizo plausible que la biografía de Silvia Valdez proyecta las resonancias y polifonías de los mandatos de género y las violencias del México de los años sesenta y setenta del siglo XX y, a través de su historia, busco articular las esferas pública y privada para evitar reproducir la dicotomía androcéntica, según la cual la política sólo incumbe al espacio público y a los hombres viriles y hegemónicos. Particularmente, me interesa el problema de la invisibilización de las mujeres en la historia, la cual, según Joan W. Scott (1992, p. 49), responde a una ideología que naturaliza a las mujeres “como seres exclusivamente privados”. En este sentido, Seyla Benhabib (2006, p. 181) explora el discurso que excluye a las mujeres, arrojándolas al “mundo de la naturaleza” para atraparlas en los hogares donde sus aportes se desvalorizan y etiquetan como insignificantes por estar destinados a la crianza y la reproducción, considerando la esfera de los cuidados como invariables e intemporales.

En este artículo pondré en práctica una heurística que procura romper con el androcentrismo en la historia, pues el problema de “crear la fuente” no sólo me llevó a recuperar de manera oral el testimonio de Silvia Valdez y de otros exguerrilleros y exguerrilleras de la Liga, sino a pensar en el significado de la experiencia guerrillera desde su particular visión del mundo, desde su “ser mujer”, considerando como punto de articulación la afectación psicosocial de la falta de cuidados patriarcales, como claves afectivas con una fuerte resonancia de género.10

En cuanto al concepto de cuidados me pareció sugerente la interpretación de Nancy Fraser (2016, p. 112), quien plantea el problema de la tendencia a la crisis sociorreproductiva en la sociedad capitalista. Este elemento me permitió identificar que, en contextos de guerra e insurgencia, dicho aspecto se acentúa y se vuelve crucial para mantener la resistencia a través de las futuras generaciones. Karina Batthyány (2020) reconoce cuatro miradas analíticas sobre el cuidado en América Latina: a) la economía del cuidado; b) el cuidado como componente de bienestar; c) el derecho al cuidado, y d) la perspectiva de la ética del cuidado en el que se enfatiza el aspecto afectivo, vinculante, relacional y moral.

Debo señalar que en la presente investigación me enfocaré en este último aspecto, porque me interesa problematizar las tensiones político-morales y éticas en torno a fenómenos como el cuidado, el autocuidado, el descuido, el sacrificio, el suicidio, la valentía y la virilidad como componentes de la condición genérica masculina que implican mandatos de género y naturalizan algunas formas de violencia entre varones y hacia las mujeres. Asimismo, me resultarán útiles los conceptos de economía de cuidados y de cuidatoriado11 acuñados por M. Ángeles Durán (2018, pp. 89 y 125), mediante los cuales es posible distinguir al trabajo doméstico del trabajo de cuidados y diferenciar diversos aspectos como la intensidad, el ritmo del trabajo, el cuidado remunerado frente al no remunerado, la dimensión institucional y política, el cuidado directo e indirecto, el autocuidado y el cuidado de los otros, así como la tipificación de cuidados de acuerdo con aspectos físicos, intelectuales y afectivos, todo ello procurando una perspectiva interseccional en la que busco articular el problema de clase con el género.

Respecto a la biografía de Silvia Valdez me interesa explorar cómo en la historiografía del MASM, ella y muchas otras mujeres fueron borradas como agentes sociales importantes y se les situó principalmente como víctimas de la llamada “guerra sucia”. En este sentido, exploraré el mundo simbólico y afectivo que envuelve y da sentido a la participación de Valdez en el movimiento armado, el cual no puede entenderse sin considerar al género como categoría de análisis, pues permite entender por qué existió una participación diferenciada en la guerrilla, particularmente entre Silvia Valdez y su esposo Javier Rodríguez, y colocar los sentidos de la guerrilla en torno a la mirada de las mujeres que fueron parte del cuidatoriado de la guerrilla, que es una clase social negada, silenciada e invisibilizada, que se dedicó a hacer posible la base sociorreproductiva de la sociedad capitalista, compuesta mayoritariamente por mujeres (aunque no sólo integrada por ellas), que en toda insurrección significó un apoyo fundamental para mantener y desarrollar las organizaciones clandestinas y guerrilleras. Esta invisibilidad del cuidatoriado en las narrativas históricas androcéntricas se debe a que la participación de las cuidadoras es socialmente concebida como insignificante y, por lo tanto, ahistórica, pues la falta de reconocimiento se inscribe en los ordenamientos genéricos y no sólo a imperativos ideológico-políticos. De esta manera, “las relaciones de género construyen la política, la política construye al género” (Durán, 2018, p. 89; Ramos, 2005, p. 5).

LA SOLEDAD Y EL DESCUIDO COMO MARCAS DE VIDA

Silvia Valdez es originaria de la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, Tamaulipas (México), que colinda con Texas, Estados Unidos, región dominada actualmente por la violencia “del narco” (López León, 2022, p. 170), la cual estuvo marcada desde los años cincuenta por la lucha de los obreros ferrocarrileros, actividad clave en el engranaje económico nacional y local, al conectar comercialmente al norte de México y convertirse en uno de los polos industriales de mayor peso en relación con el mercado estadunidense (Herrera, 2017; Isaac et al., 2013).12 Al respecto, hay que anotar que el movimiento ferrocarrilero liderado por Demetrio Vallejo significó la insurgencia obrera de mayor relevancia a lo largo de las décadas de los cincuenta y sesenta en México, pues generó una profunda crisis en el sistema hegemónico-gremial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) (Hernández y Lazo, 2016; Vallejo, 1967, p. 52).

El padre de Silvia Valdez, Candelario Valdez López fue parte del movimiento vallejista y, hacia finales de los cincuenta, le tocó sufrir la represión. Silvia Valdez vivió de primera mano el problema de los “esquiroles” (obreros oficialistas) que pretendían romper la huelga ferrocarrilera, además de que padeció el desempleo de su padre, pues lo corrieron a él y a muchos de quienes participaban activamente en la huelga. De esta manera, su padre estuvo desempleado más de un año, y durante ese periodo iba a la cárcel de Lecumberri (en la ciudad de México) para ver a Vallejo y a otros líderes de su movimiento.

Silvia recuerda que tuvo una infancia feliz, una etapa de “sueños rosas” en la que vivió sin miedos y con muchas ilusiones. Sin embargo, también tuvo algunas experiencias que la marcaron. Cuando Silvia era pequeña lloraba porque se preocupaba por el paradero de su padre, pues se pasaba hasta un mes en la ciudad de México preparando la resistencia y luchando por la reinstalación de su plaza. A los siete años, Silvia sufrió una experiencia que, bajo su perspectiva, le presagió la difícil tortura que viviría años más tarde, pues cuando se encontraba jugando en el parque, fue perseguida por dos “robachicos” que estuvieron a punto de raptarla. Afortunadamente, un conocido logró salvarla de aquellos sujetos.

Otro momento clave en su memoria lo dejó el recuerdo de cuando la obligaron a perforarse las orejas. Entonces también se vio obligada a correr, perseguida aquella vez por su abuela Luisa y su madre Lilia, quienes lograron atraparla para preguntarle si no le habían gustado unos aretes. Ella supuso que si los aceptaba vendría el martirio de perforar los lóbulos de sus orejas. Al final, después de aceptar la perforación, comprendió que “la belleza duele y duele”, concluyendo que las mujeres, muchas veces, tenían que someterse a actos un tanto “bárbaros” y desagradables.

Esa “barbaridad”, además, se expresaba cotidianamente, y con un mayor grado, a través de la violencia ejercida por el gobierno contra los obreros vallejistas. Por ello, en el caso de Silvia Valdez, la violencia de género se articuló con la de clase, pues siendo “demasiado chiquita, quizás siete años, me daba cuenta que ser obrero era sinónimo de ser vulnerable de que, en cualquier momento, por ser vallejista, podías ser golpeado, encarcelado y hasta la vida podía costarte exigir que se respetara tu trabajo y tus derechos”.13

Cabe anotar que Silvia Valdez creció en un entorno donde las mujeres, además de los quehaceres de crianza y del hogar, también desempeñaban empleos alternativos para sostener sus hogares. Por ello, su madre tenía una tienda de abarrotes, además de que trabajaba incansablemente en un taller de costura abierto por su tía Angelina, quien solidariamente ofrecía empleo a las mujeres que lo necesitaban. Silvia recuerda que, en ese medio, “pasaba momentos muy solitarios”, sentimiento que se impregnaba en el ambiente que vivía, pues el taller de costura estaba muy cerca de las vías del tren, por donde también transitaba a veces su padre, quien cumplía funciones como vigilante. Silvia, incluso recuerda que, en invierno, el estruendoso silbido del tren “parecía llorar”.14

La sensación de soledad y tristeza perduró de manera casi indeleble en la biografía de Silvia Valdez, pues en su ambiente familiar sufrió violencias sutiles. Su padre Candelario Valdez era discriminado por la familia de su esposa por ser ferrocarrilero, moreno y pobre. Estas condiciones de violencia sutil perpetrada por su abuelo y tíos maternos, generó en la pequeña Silvia “mucha presión”. Al ver que la figura paterna era mancillada, ella misma empezó a sentirse con temores, insegura, solitaria y menospreciada, con una personalidad introvertida.

Ante su situación familiar y social opresiva, Silvia no permaneció pasiva, pues desde muy pequeña perfiló sus actividades hacia el logro de una independencia personal. En la adolescencia, primero entró a trabajar en un despacho de abogados, después con un arquitecto y luego con un doctor como practicante en su consultorio. Finalmente, ingresó a Ferrocarriles Nacionales de México (FNM) como practicante, luego fue secretaria del secretario general del Comité de Vigilancia y del secretario de Organización, en tanto que, paralelamente asistía a estudiar a una escuela de comercio.

Pese a tener sus propios ingresos, la sensación de ser maltratada por su familia materna fue algo que perduró en ella durante su adolescencia y juventud. Silvia Valdez conoció en FNM a Javier Rodríguez Torres, un obrero ferrocarrilero que era solidario, carismático, con conciencia social, y quien además la trató dignamente. En sus palabras: “Javier me dio esa seguridad que yo no llegué a tener, […] al conocer a Javier, él fue mi salvación”. Ella lo percibió como un hombre “bueno, noble, guapo, deportista, todo tenía. ¿Qué más podía yo pedir?” Tiempo después, se hicieron novios.15

EL SECRETO DE JAVIER RODRÍGUEZ

Javier Rodríguez era originario de Nadadores, Coahuila, y durante su juventud, a raíz de la muerte de su padre, emigró a Nuevo Laredo, Tamaulipas. Entró a trabajar en FNM como practicante, y al igual que a Silvia, le tocó vivir la represión del movimiento vallejista. Rodríguez -hacia 1970- era un obrero ferrocarrilero que tenía su base como forjador. Él tenía liderazgo en la Sección 30 del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM), en donde llegó a ser representante de los ayudantes auxiliares. También tuvo comisiones sindicales y participó en campañas para renovar las plantillas sindicales.16

Fuente: archivo personal de Silvia Valdez

Imagen 1 Silvia Valdez cuando era adolescente, en la tienda de abarrotes que tenía su madre, y cargando algunos expedientes de su escuela 

Fuente: archivo personal de Silvia Valdez

Imagen 2 Silvia Valdez como secretaria durante una Junta del Ejecutivo General del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM) 

Según los informes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y la declaración de Elías Orozco Salazar, Javier Rodríguez se integró a la guerrilla en mayo de 1971, cuando se creó un grupo guerrillero que en esas fechas intentó hacer una expropiación a la Fábrica de Camisas y Pantalones Medalla. No obstante, la misión fracasó, ya que no pudieron abrir la puerta de la caja donde se hacían los pagos del personal. En la primera semana de junio de ese mismo año, Javier Rodríguez participó en la expropiación a la oficina central de Teléfonos de México, luego siguió en Nuevo Laredo la expropiación al Banco Longoria y, en noviembre de ese mismo año, el grupo guerrillero, aún sin nombre, expropió una sucursal del Banco Internacional. Tiempo después, posiblemente a principios de 1973, Rodríguez participó en la expropiación al Banco de Monterrey, cuyo resultado fue la obtención de más de un 1 000 000 de pesos.17

En marzo de 1972 hubo una huelga obrera en las instalaciones de FNM de Nuevo Laredo. El charro sindical Eliud Aguirre fue cuestionado por ser “aviador” y acusado por nepotismo. Aunque también se reclamaron mejores condiciones laborales, medicinas y vivienda, el principal motivo de la indignación obrera fue que Aguirre se impuso en las elecciones internas con la ayuda del gobierno, quebrantado por completo la democracia sindical. Entre marzo y abril de 1972, Javier Rodríguez participó en la toma de las instalaciones del STFRM con la finalidad de exigir la renuncia del líder “charro” y los militares pretendieron tomar el edificio, pero los ferrocarrileros resistieron.

Silvia Valdez recuerda que su pareja salió muy golpeado, pero aun con la brutal represión, se mantuvo la toma del sindicato por aproximadamente un año.18

Javier Rodríguez llevó una vida como padre, esposo y también como obrero y sindicalista vallejista, mientras que en secreto militó en la guerrilla. Pero, ni siquiera a su esposa le platicó sobre su vida clandestina. En muy pocas ocasiones, Silvia llegó a sospechar que su esposo estaba metido en algo “bastante fuerte”. Al parecer este silencio de Javier se debió a que él tenía prohibido en su organización hablar sobre las actividades guerrilleras. No obstante, su esposa se dio cuenta de algunas situaciones inexplicables que la alarmaban y afectaban, provocando una gran incertidumbre, entorno que se analizará a continuación.

LA INVISIBILIZACIÓN DE LAS MUJERES Y LA INCERTIDUMBRE DEL SILENCIO

El día que Silvia Valdez se casó con Javier Rodríguez, ella era feliz porque amaba a su esposo; sin embargo, no fue completamente dichosa debido a que, en sus palabras: “presentía el trágico fin del hombre que he amado con todo mi ser”. Por eso -agrega- el día de la ceremonia “tenía miedo”. Algunos destellos le mostraron a Silvia Valdez que su pareja tenía ideas fuera de lo común. Por ejemplo, cuando eran novios, al pasar por un puesto de periódicos y ver la foto de una mujer que había caído en un asalto, Silvia dijo: “pobrecita”, pero Javier replicó: “¡Pobrecita! ¡No!… ¡Qué valiente!” Por lo que Silvia comprendió que Javier Rodríguez “sentía admiración por esa muchacha tan joven, tirada ahí”.19

Fuente: archivo personal de Silvia Valdez

Imagen 3 Javier Rodríguez con su hijo Javier, quien es recordado por Silvia Valdez como un padre y esposo muy amoroso y responsable 

Fuente: archivo personal de Silvia Valdez

Imágenes 4 y 5 La mirada de Silvia Valdez el día de su boda 

Silvia, consciente de las injusticias, reconocía la necesidad de la lucha sindical y apoyaba la huelga de marzo de 1972, antes referida. Debido a que es una mujer inteligente y capaz, con habilidades para la lucha sindical, su participación pudo ser muy valiosa; sin embargo, no se integró al movimiento activamente por tener dudas, pero, especialmente, por estar atenta al sustento y la seguridad familiar, pues para entonces tenía un hijo recién nacido. Fue entonces cuando se encontró en una encrucijada, pues algunos de los huelguistas le enviaron una carta por conducto de su propio esposo, donde le pedían ayuda como socia y asesora sobre los procedimientos normativos y administrativos para conducir el movimiento. Silvia sabía que si colaboraba con los huelguistas sería despedida, pues debía trabajar en la oficina de los “charros” del sindicato. Al sentirse entre “la espada y la pared”, pidió consejo a un viejo sindicalista y a su padre. Ambos coincidieron en decirle que “en la lucha alguien tiene que estar en segunda línea”, por lo que tenía que prever el encarcelamiento de Javier, incluso le advirtieron que lo podían matar. Por otra parte, como Javier no percibía un sueldo, ella se dio cuenta de que alguien tenía que pagar el terreno donde habían construido su casa, además de encargarse de los pagos de los materiales de construcción. Así, se percató de que ella debía ocuparse del trabajo asalariado, doméstico y de cuidados para preservar la vida de su hijo, al tiempo que podría contribuir a la causa de Javier, pues tendría los mínimos elementos para subsistir. Fue por esta razón que Valdez decidió no colaborar con los huelguistas, pero finalmente lo hizo para mantener la base material que daba sustento a uno de los que lideraban la resistencia: su marido. Esto sucedió con decenas de mujeres que, de manera voluntaria o involuntaria, se convirtieron en la base de la resistencia durante la huelga ferrocarrilera de 1958, con Demetrio Vallejo como líder, pues, como se explicó anteriormente, muchas mujeres buscaron empleo y realizaron trabajos artesanales o ligados al comercio.

La condición genérica de Silvia Valdez la lleva a situar el problema del cuidado y la supervivencia del clan familiar como claves ético-políticas: “Por mes estaba pagando el terrenito, estábamos pagando el material para hacer la casita y todo. ¿Quién iba a pagar todo eso? ¿Entiendes? ¿Cómo pensaba yo? ¿Cómo ves tú? Lo que yo pensaba, yo actué con el corazón abierto, ¿verdad?”.20

“Actuar con el corazón” fue el fundamento de la agencia de Silvia Valdez, quien miraba la política desde una dimensión afectiva. La relación con su esposo Javier estaba mediada por la afectación que fue estructurante y trascendente para Silvia, pues en ella el sentimiento de soledad y descuido permanecía como marca de vida, por eso fue leal y tuvo una conexión espiritual con su esposo, pues, como ya se dijo, él como novio y luego como cónyuge, se encargó de protegerla, de acompañarla para sentirse segura. Por ello, Silvia agradecía y valoraba las acciones de su esposo porque “nadie se había ocupado de mí”. Javier la hacía sentir amada y alentada para trabajar, sin importar que ella laborara para los “charros” sindicales. Desde la perspectiva de Silvia, con el matrimonio ella no perdió su autonomía, sino que pudo tener libertad para concretar algunos proyectos personales, como, por ejemplo, su plan de abrir un salón de belleza.

Para entonces, Silvia Valdez había sido incorporada como cuidatoriado de la guerrilla, con una agencia fundamental que le dio soporte y apoyo al comando armado de la Liga, ya que no sólo cuidaba de su esposo, sino que mantenía económicamente “la casa de seguridad” que se había convertido en su propio hogar, pues su esposo aprovechaba cuando no estaban su madre o su esposa para reunirse a arreglar asuntos políticos, mientras Silvia esperaba al lado de sus padres que su marido la recogiera o llegara a dormir con ellos.

Javier Rodríguez se vio en la necesidad de actuar clandestinamente en la pequeña ciudad de Nuevo Laredo, en donde muchos lo conocían, por lo que su intención de llevar una vida secreta fue imposible, pues no sólo su esposa sospechó de él, sino que gente conocida llegó a verlo en alguna acción armada. Desde el presente, Silvia reflexiona: “qué difícil para Javier, porque cualquier persona lo podía reconocer”.21 En este punto, Valdez ubica el problema del autocuidado como una clave que la marcó, pues aún no logra explicarse por qué su esposo, teniendo una familia que lo amaba y con un hijo pequeño, no ponía suficiente cuidado para no arriesgar su propia vida o integridad física.

La falta de autocuidado, al parecer no fue sólo una decisión personal asumida por Javier Rodríguez, pues permite reflexionar sobre la estructura guerrillera, sobre los elementos ideológicos y políticos en los que él y muchos otros guerrilleros se sostenían en la idea de entregar sus vidas a la revolución. Lo anterior obliga a pensar en el problema de por qué no hubo suficiente cuidado de la guerrilla para evitar que se arriesgaran las vidas de sus militantes o bases de apoyo de manera innecesaria.

TENSIONES ÉTICO-MORALES AL INTERIOR DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO

A finales de marzo de 1973, Edmundo Medina Flores y Salvador Corral, como líderes del grupo guerrillero donde estaba Javier Rodríguez, se reunieron con el buró político de la Liga, que acababa de ser fundada y a la cual se incorporaría un grupo denominado “los Macías”, pues uno de los integrantes, Edmundo Medina, tenía parecido con el famoso boxeador mexicano, el “ratón Macías” (Aguado, 2022, p. 77). La alegoría de Medina con la de un símbolo de la masculinidad hegemónica nacional, auguraba lo que la Dirección de la Liga esperaba de su grupo. No sobra decir que esa masculinidad afianzada en la fuerza y valentía es un elemento subjetivo importante, pues Javier Rodríguez y los militantes de su célula experimentaron un cambio cualitativo porque desde la Dirección se les planteó que era indispensable hacer un secuestro político de gran impacto. En sentido figurado, al igual que “el ratón Macías” ganó el campeonato mundial, ellos debían dar evidencia de esa condición genérica masculina de lograr “hazañas”, pero con acciones armadas de gran peligro y trascendencia.22

Respecto a este a este punto, al interior de las organizaciones armadas existió el debate en torno a qué acciones debían efectuarse en el terreno militar. De hecho, había quienes pensaban que “ser guerrillero” implicaba emboscar soldados o policías, expropiar los bienes de los grandes burgueses del país o secuestrarlos para exigir a cambio un rescate o la liberación de los presos políticos. Por ejemplo, en el caso de los primeros guerrilleros urbanos del Frente Urbano Zapatista (FUZ), los comandos “Lacandones”, “Patria o Muerte” y “Arturo Gámiz”, así como en las guerrillas rurales de El Partido de los Pobres (PDLP) o la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), se debatió sobre la pertinencia de hacer acciones “espectaculares”, muchas veces en oposición a otros combatientes que proponían primero acumular fuerzas, ganar bases sociales, formarse política y militarmente y sólo hacer aquellos operativos en los que hubiera grandes posibilidades de que todos los revolucionarios y, aun los policías, salieran ilesos. Este fue el caso de grupos como el FUZ y los “Lacandones”, que contaron con un porcentaje importante de participantes femeninas. En este sentido, Carlos Salcedo recuerda: “Hubo hasta una teoría que se denominaba como la teoría de los huevos. ¿En qué se basaba la teoría? Hoy hay que hacer eso, ¿por qué? ¡Por huevos!”

Rigoberto Lorence rememora este planteamiento en los siguientes términos: “Como dice Salcedo, ‘la política de los huevos’. ‘Si aquí se hace la operación porque me alcanzan los huevos […]’. Es importante el valor personal, cualquier tratado militar te lo indica. Como dijo un compañero: ‘¡qué desperdicio de huevos!’ (risas). Pero sí había de sobra, parecían de avestruz. Sí había muchos huevos, mucho valor mexicano” (Salcedo y Lorence en Ávila, 2022)23

Por su parte, Yolanda Casas refiere que esta posición de los “huevos” también estaba acompañada por cierta dosis de “machismo”:

Yo me acuerdo que fui de las primeras que dije: ¿saben qué es un suicidio? Si no se trata de demostrar que somos muy machos, ahorita no somos nadie, estamos empezando y no podemos darnos ese lujo de ponernos con Sansón a las patadas, las llevamos de perder, pero totalmente. Y, pues ahí fue donde dije: sí claro hubo cosas como “bueno compañera te entendemos, pues eres mujer y tienes miedo”. […] Le dije pues el miedo no anda en burro, yo no voy a ir a un lugar que tengo cien por ciento segura que me van a matar. No, yo no estoy en esto para ver qué tan rápido me matan, mi objetivo es la lucha y estoy luchando por la libertad, por la paz, por el amor, no para llegar a las primeras de cambio y que nos maten. No, no va así.24

En este punto, me interesa centrar la mirada en este conflicto ético y explorar el significado que existe en torno a ese “espíritu revolucionario”, a eso que Verónica Oikión (2020, p. 45) denomina como el “ethos revolucionario”, específicamente, pretendo explorar esa condición genérica de los hombres guerrilleros que los hacía identificarse con un arquetipo del “héroe revolucionario”, afianzando valores como el sacrificio y la valentía, que posicionaba la voluntad de “consagrarse a la causa”. Como se ve, se trata de un mandato de género e imperativo moral que sitúa al guerrillero como “la vanguardia”, que lo coloca al filo de los extremos “patria o muerte”.

En este sentido, Benjamín Pérez Aragón -que fue parte del comando “Arturo Gámiz”, conoció y convivió con varios guerrilleros que posteriormente fueron claves en la historia de la Liga, como Miguel Domínguez o David Jiménez Sarmiento- se pregunta respecto a ellos: por qué se dio ese fenómeno que llevó a buena parte de la militancia guerrillera a situar que había que pelear “¡hasta las últimas consecuencias!”. Para Benjamín Pérez (2024, p. 7), esto se traduce como un problema de suicidio en la guerrilla. Él se pregunta por qué hubo compañeros que decidieron suicidarse, que asumieron acciones armadas en las que sabían que no saldrían vivos, e incluso, hicieron las cosas para morir en acción y quizá consagrarse como héroes y/o mártires.

El caso más icónico al respecto es el de Miguel Domínguez, quien fue el líder moral y político más importante del llamado grupo Lacandones, posteriormente, torturados, apresados y desarticulados por la DFS. Hay que anotar que Domínguez se encontraba en Lecumberri cuando se efectuó una serie de deslindes entre quienes adoptaron las directrices de la Liga y los que plantearon rectificar (incorporarse a la lucha legal), por considerar que se había caído en una “desviación militarista”. En ese contexto, Benjamín Pérez (2024), quien convivió con Domínguez desde que formaban parte del movimiento estudiantil de 1968, lo retrata de la siguiente manera: “Miguel fue un hombre que decidió quitarse la vida en aras de sus ideales y de sus cálculos personales. Perteneció a un pensamiento y a una actitud que invadió a muchos de los jóvenes, que junto con muchos de nosotros pasaron a formar parte de lo que se buscaba fuera la única organización armada del país, la LC23S. Por lo tanto, ‘no es un caso aislado’” (p. 8).

Miguel Domínguez, según los testimonios de sus hermanos y compañeros de lucha y de todos los que lo conocieron, coinciden en que fue un modelo de camaradería, rectitud y honestidad, por lo que era un líder muy legítimo.25 Estaba preso en Lecumberri y él, junto con otros dos guerrilleros, decidieron fugarse de la cárcel y, sin la complicidad de las mismas autoridades, resultaba casi imposible evadirse, no obstante, lo intentaron. Antes de ejecutar el plan, los tres guerrilleros se comprometieron a que si los descubrían no se dejarían agarrar vivos, sino que se suicidarían, por lo que llevarían una daga para clavarla ellos mismos en el corazón. El día de los hechos, al ser descubiertos, Miguel Domínguez fue el único que consumó el suicidio. Respecto a esto, Benjamín Pérez (2024, p. 10) se pregunta: “el suicidio podría ser un síntoma de una desviación militarista que terminó desdeñando el valor de la vida, la importancia de la esperanza, de preservar los valores humanísticos más importantes del ‘hombre nuevo’ como lo son el respeto a la vida del compañero y el respeto de su dignidad para ser y pensar, incluso para disentir”.

Estos elementos, identificados por Benjamín Pérez, son de suma importancia, pues el problema del suicidio pone en juego el autocuidado y el cuidado de los demás compañeros de la guerrilla. Pérez concluye que, si alguien no salvaguarda su propia vida, cómo podría cuidar a los demás. Es aquí donde se articula la historia de Silvia Valdez y Javier Rodríguez, pues sus vidas terminaron con una de esas acciones de gran impacto hechas por la Liga, en la que flota como interrogante ese elemento del suicidio, de esa convicción de participar en acciones armadas a sabiendas de que se tendrían muy pocas posibilidades de sobrevivir. Al respecto, Silvia no cree que su esposo Javier Rodríguez se hubiese inmolado, pues “tenía mucho por qué vivir”, además de que en su hogar había mucho amor. No obstante, cabe reflexionar sobre el mandato guerrillero del sacrificio, el arrojo y el valor como imperativos ético-políticos que impactaban en la seguridad y el cuidado de sus propias vidas, de su aspiración y convicción para “convertirse en linces”, provocando que los guerrilleros se sintieran capaces de desafiar a un adversario que los sobrepasaba militarmente.26 Aquí cabe preguntarse hasta dónde el “valor mexicano” al que se refirió Rigoberto Lorence fue un aspecto que marcó la estrategia militar de la Liga.

SENTIDOS Y SIGNIFICADOS DEL INTENTO DE SECUESTRO DEL EMPRESARIO EUGENIO GARZA SADA. LA VISIÓN DE UNA MUJER, ESPOSA, MADRE E INTEGRANTE DEL CUIDATORIADO DE LA GUERRILLA

A finales de marzo de 1973, Edmundo Medina Flores y Salvador Corral eran los líderes del grupo guerrillero donde participaba Javier Rodríguez. Elías Orozco explica que “teníamos muchos temores quienes veníamos de otra línea dentro de la Liga”, y apunta que “éramos más mesurados, medíamos, planificábamos bien, de tal manera que estuviera bien planeado. Pero lamentablemente en la dirección nacional presionaban mucho, precisamente el compañero del FER de Guadalajara, Jiménez Sarmiento de la organización de México, la Brigada Roja, presionaban.”27

El miedo es un elemento subjetivo que coloca en su narrativa Elías Orozco, por hacer una acción apresurada. Al acelerar la acción se corrió un mayor riesgo; sin embargo, se inclinaron por esta opción en lugar de negarse, pues de manera embrionaria ya había un contexto de pugnas internas en la que existía “la lucha a muerte contra el oportunismo”, que tenía como contenido subjetivo el rechazo al reformismo. Por lo tanto, la insurrección armada y la revolución se miraba cercana y se creía que había que combatir la “indecisión” y la “vacilación”, cuestión que para algunos guerrilleros podía ser riesgosa, pues si mostraban dudas o “titubeos”, o bien, si se salían de la línea política de su organización, podían ser considerados “reformistas”, “enemigos” y ser deslindados.28 Quizá por este encono entre fracciones al interior de la Liga, en la célula de Javier Rodríguez Torres se vieron obligados a arriesgar sus vidas en aras de un mandato que venía desde la Dirección Nacional. Unos días antes de que Javier Rodríguez participara en el intento de secuestro del empresario Eugenio Garza Sada, se lesionó un ojo con una astilla de metal. Silvia Valdez se pregunta por qué pese a estar dolido participó en el secuestro: “¿Por valiente o por qué? ¿Qué pasó ahí?” Ella recuerda que su esposo traía lentes cuando falleció, y explica que no fue para ocultar su identidad, sino que lo hizo para que sus compañeros no se dieran cuenta de que su ojo estaba irritado, pues, aunque podía ver, quizá no quería que lo descartaran de la acción. Ella adjudica ese sacrificio, valor y carácter de su esposo, a su hombría, sosteniendo que “el que es hombre, es hombre”, pues, a pesar de estar con dolor, no desistió de su “deber revolucionario, porque no huyó, tomó el toro por los cuernos y lo enfrentó”.29

En la cotidianidad de la guerrilla puede reconocerse el problema de las masculinidades en la medida en que se pensaba en el concepto del hombre, el “hombre nuevo”. Silvia Valdez pone al centro la hombría de su esposo, y al respecto no es interés de esta investigación juzgar lo que ella coloca en su memoria, ni tampoco me interesa estereotipar a Javier Rodríguez, ni a muchos otros guerrilleros de su época bajo el arquetipo del “macho guerrillero”. El problema de la condición genérica de los hombres en los movimientos armados implica mirar la diversidad de formas de asumir las masculinidades, por lo que aquí me propongo comprender el significado para Silvia cuando habla de que Javier Rodríguez es un “hombre muy hombre”. Para ella, la virilidad de su esposo no está enmarcada en el machismo, porque él fue alguien que la trató siempre de manera amorosa. Por lo que Valdez mira la hombría como algo significativo, en la medida que representa una causa digna y la inquebrantable decisión de consagrar su vida en aras de lograr una sociedad más justa. Esto coloca a Javier, no como el macho egoísta e individualista que vendía la sociedad consumista y burguesa, sino que lo masculino se asimila a cualidades como la solidaridad, la protección y el ímpetu revolucionario.

El día del intento de secuestro de Eugenio Garza Sada, Javier Rodríguez y Anselmo Herrera Chávez tenían la orden de acercarse al automóvil para sacar al empresario por la fuerza. Sin embargo, su chofer, con gran destreza, logró disparar para evitar que lo sustrajeran, incluso hay indicios de que el propio Garza disparó con su pistola, pues sabía manejar armas. La operación fracasó, y no solamente fallecieron Rodríguez y Herrera, sino también el empresario regiomontano, consumándose un deceso que consternó a la clase empresarial de Monterrey y activó una despiadada represión por parte del gobierno.

A cinco décadas de distancia, Silvia Valdez se pregunta y reclama a quienes fueron compañeros de lucha de su esposo, por qué no hubo cuidado para preservar la vida. Asimismo, se cuestiona si Javier Rodríguez todavía podría seguir con vida de haber tenido más cuidado. Cabe señalar que el descuido no solamente fue de Javier Rodríguez, quien en primera instancia asumió una tarea altamente peligrosa, sino también de los sobrevivientes del asalto y de quienes dirigieron la Liga, pues Silvia considera que quizá a su marido lo usaron como “carne de cañón” al darle la orden de ejecutar la acción más riesgosa, es decir, la de abrir la portezuela del vehículo donde viajaba Eugenio Garza Sada.

Ahora bien, el reclamo que me interesa analizar es el que se refiere a su propia persona, pues, aunque ella contribuyó con alimentos, con techo y con cuidados, la organización armada no correspondió de manera simétrica a la ayuda que recibía de ella, incluso hubo una falta de reconocimiento hacia su persona como base social, pues se le concebía “como la esposa de”. Por casi cinco décadas, Silvia Valdez no se asumió como parte de la guerrilla, pero pasado el tiempo se dio cuenta de que su agencia y la de muchas otras mujeres posibilitó que la Liga pudiera subsistir. En este sentido, el reclamo que ronda su memoria se sitúa desde el significado que tuvo para ella que su esposo la dejara sola, desprotegida, por haberla descuidado a ella y a toda su familia. Este aspecto será abordado a continuación.

EL DESCUIDO Y LA SOLEDAD COMO AFECTACIONES POLÍTICO-SOCIALES

Un día antes del intento de secuestro del empresario Eugenio Garza Sada, Silvia Valdez se encontraba preocupada porque su esposo Javier Rodríguez salió supuestamente de viaje para visitar a sus parientes, pero no llegó a dormir a su casa desde el día 16 de septiembre de 1973. Ella había preparado un festejo para Rodríguez debido a que su cumpleaños era el 18 de septiembre. Así, la noche del día 16, su esposo no llegó a dormir, por lo que lo buscó en los talleres de Ferrocarriles sin que nadie lo hubiera visto.

Debido a que la abuela de Silvia estaba gravemente enferma, había un ambiente de resignación y tristeza porque la familia percibía que la anciana vivía sus últimos días. Sentada a la mesa, Silvia de pronto escuchó en la radio que “algo fuertísimo” había ocurrido en Monterrey: se reportaban dos hombres fallecidos, por lo que la invadió un presentimiento que la llevó a decirse: “Ay, estoy pensando mal, no, no, no.” Entonces se comunicó por teléfono con sus cuñados para preguntar si su esposo estaba con ellos en Coahuila, y pronto se dio cuenta de que “nadie lo había visto”. Incluso, pensó que su mejor amigo, Hilario, tal vez sabría dónde se encontraba. Sin embargo, su preocupación creció cuando se enteró que de él tampoco se sabía nada y que, en consecuencia, ninguno de los dos había llegado a dormir a sus casas. Sanjuana Velásquez, esposa de Hilario dijo: “Andan en algo muy fuerte.” Fue entonces cuando Silvia, por fin, enunció lo que hasta entonces había callado durante meses. Una serie de ideas, conjeturas y sospechas que la hacían pensar que su esposo estaba metido en algo muy serio y peligroso. Pero sólo hasta ese momento pudo narrarlo a otra mujer que vivía la misma situación.

En su intento desesperado por conocer más información de lo sucedido, recorrieron varios pueblos en búsqueda de periódicos, pero al no encontrar nada, se dirigieron de Nuevo Laredo, Tamaulipas, a la ciudad de Monterrey, Nuevo León. En un día lluvioso, “todo el camino era tormenta”, hasta que llegaron a la central de autobuses de Monterrey, y después de pedirle prestado el diario a un señor, casi sin querer mirar, identificó la imagen de un cuerpo con el torso torcido y sin ver el rostro, reconoció la hebilla del cinturón. Un dolor inmenso la invadió y corrió al baño de la central de autobuses para gritar y patear puertas y paredes. En sus propias palabras: “ahí me perdí en cuanto al dolor, tenía completamente desgarrado mi corazón”. Después de salir corriendo de la central y deambular por varias calles: “frente a mí, ella parada, yo casi en el suelo, allí veía las piernas de la comadre Sanjuana… y gritaba: dime que no es y ella me decía ¡sí es, sí es! De repente, dejé de ver sus piernas. Al levantar la vista, vi que ella ya no estaba allí, me había quedado completamente sola. Me metí a la central y ya no estaba allí. Sentí la peor soledad que pude haber sentido en mi vida.”

Silvia Valdez, rememorando aquellos momentos, enfatiza: “ME DEJÓ SOLA LA SOCIEDAD.” Desmenuzando esta frase tan significativa habría que dividir ese abandono en al menos dos grandes elementos. Por un lado, la sociedad patriarcal mantenía a millones de mujeres mexicanas en una “minoría de edad”, pues a pesar de estar casadas y con hijos, el patriarcado y las leyes privilegiaron a los varones, manteniendo a las mujeres alineadas a través de un contrato matrimonial asimétrico en el que eran condenadas a trabajos domésticos sin ninguna remuneración y sin reconocimiento social,30 circunstancias que también se reprodujeron -en el caso de Valdez y otras mujeres que fueron base de apoyo- en el seno de la guerrilla (Gaytán y González, 2021).

El segundo elemento de ese sentimiento de soledad se debió a que la célula en la que estaba Javier Rodríguez no se ocupó por proteger a Silvia Valdez. Ella explica que hubiese sido suficiente que le avisaran por teléfono, o por otro medio, que su esposo había muerto y que ella corría un gran peligro. Quizá los guerrilleros desestimaron que las mujeres pudieran ser capturadas, pues no las consideraban parte de su organización. No obstante, Miguel Nazar Haro, titular de la DFS, sabía que las mujeres eran parte de una base social rebelde y decidió mancillarlas para debilitar la base material y afectiva de la insurgencia y así quebrantar el espíritu de lucha de “los Macías”.

Javier Rodríguez, frente a los indicios que iba encontrando su esposa, optó por ser más hermético, precisamente como una forma de protegerla, para que su ella no tuviera información que le hiciera peligrar en caso de que la aprehendieran. Sin embargo, bajo la perspectiva de Silvia, el hecho de negarle la verdad jugó en su contra, porque ella no estaba preparada para la represión que vendría y no entendía las consecuencias: “pues yo no sabía, en aquel tiempo no sabía, ni idea. ¿Cómo te diré?, de todo lo que un empresario podría tener de poder, de la política, no lo imaginaba.”

Con base en lo anterior, cabe preguntarse si la reserva y el secreto sirvieron para resguardar a las familias de los guerrilleros, o si, más bien, fue un mecanismo militar que, en vez de “proteger”, procuró la seguridad de las células clandestinas para que la policía no “jalara el hilo” y detuviera a más combatientes. Distinguir la “seguridad militar” del cuidado como un vínculo relacional y recíproco, deja ver que en la Liga no se practicó una política de cuidados para evitar que el gobierno atacara al cuidatoriato de la guerrilla, cuestión que no exime al Estado de su responsabilidad en los crímenes de lesa humanidad.

En esos momentos, aparte de la soledad hubo un ruido ensordecedor, pues, de pronto, Silvia Valdez se encontró en el centro de un gran escándalo nacional y, sin siquiera saberlo, toda su familia era el blanco de una de las más sanguinarias persecuciones contrainsurgentes. David Cilia nos narra el terrible martirio al que fue sometida, quizá uno de los más crueles e impactantes de los que se tienen registro en México.31

Miguel Nazar Haro, experto en contrainsurgencia, secuestró y desapareció temporalmente a Silvia Valdez, a sabiendas de que era la esposa de Javier Rodríguez, descargando un severo castigo contra ella como una forma de vengarse de su esposo, quien, durante el proceso del martirio, fue humillado y maltratado frente a ella, aun cuando su cuerpo estaba inerte. Para Valdez, recordar la tortura es ver el rostro de su esposo publicado en los medios, en los cuales ella fue exhibida como “botín de guerra”. Incluso fue llevada a un exclusivo hotel y mostrada cautiva ante integrantes de las cúpulas empresariales, como “trofeo” del gobierno: “Cuando Nazar me llevó al hotel, me expusieron, no sé qué gente sería; pero andaban muy elegantes, no sé qué sería ese evento, sólo sé que Nazar me exhibió dando yo vueltas en ese lugar. Me sentía como un animal, toda con los pantalones orinados con agua-sangre.”32 La resistencia y agencia de Silvia se concentró en defender la dignidad del cuerpo de su esposo, ya que se empeñó en que no desaparecieran sus restos. Durante su propio martirio se dio fuerzas pensando que a su esposo no le habría gustado que se mostrara derrotada, por eso, su mirada ante los agravios fue de una digna rabia, misma que se ve reflejada en la imagen que está retratada en la prensa.33

LA MIRADA DE SILVIA VALDEZ REVELA LO QUE LAS “GRANDES NARRATIVAS” OCULTAN

Cabe contextualizar el sentido y significado que para Silvia tuvo la defensa del cuerpo de su esposo, pues la humillación y el maltrato del cuerpo de Javier Rodríguez en presencia de su esposa fue una tortura cuyo propósito fue activar una profunda vergüenza por “el atrevimiento de un guerrillero” que pensó en dar su vida y lo entregó todo en aras de una sociedad más justa y la búsqueda de la utopía y la revolución.34

El Estado mexicano, mediante una campaña en los diferentes medios de comunicación, sembró la idea de que todo lo que representaba Javier Rodríguez, así como los guerrilleros de la Liga, era lo peor de la sociedad. Así, fueron identificados a través de fotografías de sus rostros en la prensa. En el caso de Rodríguez, su cadáver ensangrentado fue exhibido en los medios como el asesino de un “gran empresario”, como quien agravió a “todo el pueblo”, especialmente a los regiomontanos, por haberlos privado de “un gran benefactor”. Hasta el día de hoy, los poderosos grupos empresariales y la ultraderecha siguen presentando a Eugenio Garza Sada como un modelo de hombre. En contraste, los guerrilleros son estigmatizados como “extremistas”, “fanáticos”, “enajenados”, “asesinos”, “secuestradores” y “criminales”. Como puede deducirse, no ha habido una reflexión sobre el agravio brutal en contra de mujeres como Silvia Valdez, a quienes a lo sumo se les califica como “víctimas”, sin profundizar en que esas torturas terminaron en feminicidios y desapariciones forzadas, elemento que expresa el carácter misógino del debate público.35

La policía política buscó que Silvia Valdez tuviera resentimiento hacia los compañeros de Javier Rodríguez, pues Miguel Nazar Haro, frente a los medios de comunicación, la obligó a ella y a Sanjuana Velázquez, a pedir a los guerrilleros que las salvaran de su martirio, entregándose a las autoridades para que ellas y sus hijos no sufrieran. Valdez tuvo la esperanza de que los guerrilleros la protegerían y ayudarían; sin embargo, la Liga no pudo o, como sostiene Silvia, finalmente, “los guerrilleros no hicieron nada”. Ella recuerda con tristeza que el teléfono nunca sonó, lo que desembocó en un castigo terrible; el martirio arreció usando el cuerpo de las mujeres para extender el dominio sobre los guerrilleros, como símbolo para mostrar a los “indignados empresarios” que el deceso de Eugenio Garza Sada “no quedaría sin castigo”.36 El cuerpo de Valdez fue objeto de la venganza pública de las cúpulas empresariales que presionaron al gobierno para cometer los actos más atroces. Esta estrategia contrainsurgente fue usada con muchos otros grupos guerrilleros, en los que los torturadores en los calabozos de los cuarteles o de las cárceles clandestinas, les decían a sus víctimas que toda la culpa era de los guerrilleros. Así lo refieren algunos testimonios de Guerrero, en los que, como telón de fondo, después de cada maltrato, el torturador decía: “esto que estás sufriendo es culpa de Lucio Cabañas”. De esta manera, se pretendía despertar un resentimiento hacia los luchadores sociales y no en contra del gobierno (Campos, 1987, p. 328).

La afectación de soledad y falta de cuidado, además de ser una circunstancia de vida, también tiene una dimensión estructural, pues no solamente el gobierno tuvo una función activa en desvalorizar y estereotipar a las guerrilleras y guerrilleros, sino que desempeñaron una serie de significados en torno a ser hombre y mujer. Silvia Valdez, aun después de la tortura y después de ser liberada, siguió padeciendo, junto con su familia, de persecución y represión política, muchas veces reproducida en su cotidianidad por una sociedad que los estigmatizó y condenó a ser “madre de guerrilleras(os)”, “esposa de guerrilleros”, “hija(o) de guerrilleras(os)”. Silvia Valdez y toda su familia fueron discriminados, incluso atacados verbalmente por sus vecinos, es el caso del pequeño Javier, quien fue agredido por otros niños de su escuela y su colonia por ser “hijo de un guerrillero”. En el trabajo de Silvia, los “charros” sindicales usaban de manera peyorativa el calificativo de guerrillera o no se cansaban de decirle que su esposo había sido un “secuestrador”, como sinónimo de criminal. Es pertinente mencionar que, en Nuevo Laredo, todavía mucha gente piensa que quienes intentaron secuestrar a Eugenio Garza eran “delincuentes”.

Los tentáculos de la represión se extendieron para Silvia Valdez hasta el tratamiento médico que necesitaba recibir, teniendo una terrible experiencia con un doctor militar, quien al enterarse de que Silvia era esposa de un guerrillero, decidió no atenderla. Tampoco encontró algún psicólogo o psiquiatra que la ayudara a ella y a su familia.

En otro nivel, el descuido y el abandono podrían situarse en el terreno de la memoria y, en tanto que hay un vacío para entender lo sucedido -pues, durante más de cuatro décadas, Silvia Valdez no tuvo elementos para explicarse por qué la torturaron-, tampoco ha podido dar una explicación a sus padres y a su hijo. Esto es muy relevante, porque la comprensión de lo que les pasó era clave para defenderse frente a los ataques cotidianos y sanar las heridas del cuerpo, el espíritu y del corazón.

En este sentido, familia, vecinos, la sociedad, e incluso algunos historiadores, han prolongado el castigo social hacia ella y los suyos mediante el estigma y la criminalización. Por ejemplo, Silvia recuerda que sus tíos, después de su terrible experiencia, en vez de comprenderla y ayudarla, la atacaron: “mi tío me decía: ¡mira la mierda esta que trajiste a la casa! ¿Cómo crees que me sentía? ¿Cómo crees que yo me sentía cuando me decían que Javier era popo?” Con los años, se difundió una versión oficial donde Javier Rodríguez era tildado como “criminal”. Al respecto, Silvia Valdez recuerda que un historiador dijo que Javier Rodríguez “no deja de ser un secuestrador”.37

Al igual que ocurrió durante la tortura, Silvia sigue defendiendo el cuerpo y la memoria de su esposo. Ella no se arrepiente de haberlo conocido, ni mucho menos, haberse casado con él. Aunque reconoce que Javier Rodríguez cometió errores como no haberle consultado su decisión de ir a la lucha armada, pues ella considera que hubo un menosprecio al no considerarla capaz de adherirse a la lucha. Ese resguardo también representa una defensa propia, pues si a ella se le estigmatizó como “guerrillera”, ahora reivindica a la Liga y lo asume como una decisión propia, pues ella eligió a Javier Rodríguez como su pareja y decidió quedarse con él cuando aún supo que tenía armas y que estaba “metido en algo muy peligroso”.

Silvia Valdez, después de la represión, regresó a su casa, pero se encontró que los policías dejaron su hogar lleno de inmundicia y se robaron todo lo que quisieron. Ella se hizo fuerte y trató de rehacer su vida y su casa, sobre todo, se propuso sacar adelante a su hijo. Además, tuvo la suficiente resistencia para ayudar a su madre y a su padre, quienes, producto de la tortura o el ambiente represivo que vivieron, entraron en una severa crisis emocional. No se dejó vencer; por el contrario, se reintegró a laborar en el sindicato de ferrocarrileros y no la vencieron las constantes calumnias, ataques y adjetivos discriminatorios.

En este punto, quiero situar las contradicciones expresadas por Silvia Valdez desde su mirada, pues, en sus últimos años de vida, se encuentra gravemente enferma y consagrada a recuperar la memoria de Javier Rodríguez. Justamente, por esta incansable labor de recuperación, fue reconocida con el premio “Carlos Montemayor” en 2023. No obstante, ella identifica una encrucijada en el movimiento revolucionario, una que ella y su esposo vivieron, y que narra en los siguientes términos:

ya no quiero estar atada a nada que me haga sentir que soy juzgada, por el hecho de abrazar hasta el más allá, a quien supo amar, sin reparo, a quien lo dio todo a cambio de nada, a quien quizás en sus momentos de entrega absoluta no le importó morir. No quiero sentir miedo al pensar en el pasado… [deseo] escribir lo que ha significado para mí recordar siempre a mi hombre, aquel que quiso SER LIBRE y sólo se iba encadenando más y más (Valdez, 2022).

Como lo advierte Federico Ramírez (2023), en la guerrilla, por su estructura político-militar, hubo una paradoja: “personas dispuestas a luchar a muerte contra unas autoridades, deben someterse sin discutir a las órdenes de otras. Máxima rebeldía y máxima disciplina. La ecuación es inestable” (p. 351). Este aspecto ambivalente también pone en tensión a Silvia Valdez, quien observó a su esposo transitar por una etapa de rebeldía y de relativa libertad cuando estuvo en la lucha sindical, pero después conoció a un Javier demasiado hermético, que ni siquiera con su esposa podía desahogar las duras situaciones que pasaba en la guerrilla, sin poder negarse a los mandatos de sus superiores.

A manera de cierre, es necesario anotar que la mirada de Silvia Valdez permite formular algunas preguntas que abren la historia del MASM hacia un enfoque no androcéntrico. Me pregunto si los mandatos de género masculinos, anclados en lógicas militaristas, pueden encadenar a sus militantes, a sus familias y a comunidades enteras en una lógica que conlleva la muerte. ¿Cómo un movimiento que comienza luchando por principios y valores como el amor, la justicia y la libertad, desemboca en acciones donde privan valores asociados con la condición masculina en clave cristiana como el valor, la fuerza, el sacrificio (de otros) y el autosacrificio? Con lo anterior, queda claro que es importante recuperar desde los ámbitos privados, en las casas de seguridad de la guerrilla, la importancia que tuvieron los cuidados y la solidaridad como elementos político-morales. Además de entender cómo fue cambiando el esquema de solidaridad y camaradería, para convertirse en una competencia armada por efectuar las acciones más “espectaculares” ¿La Liga tuvo una la brújula del cuidado y el autocuidado?, ¿si es así, cuándo se perdió?, ¿cómo estas preguntas podrían servir para reincorporar a las mujeres a la historia y para resaltar la importancia del cuidatoriado en el movimiento armado?

Con base en los conversatorios de mujeres38 y en las sesiones del Taller de Testimonios del CEIICH-INEHRM y en una amplia variedad de testimonios escritos,39 se puede advertir en la mayoría de las narraciones la agencia de madres, esposas, hijos, vecinos, amistades, conocidos, colegas de trabajo, muchas de estas personas fueron mujeres que se solidarizaron y apoyaron la causa desde la etapa de lucha magisterial, sindical, agraria, cívica, estudiantil o popular. Se trata de mujeres que estuvieron apoyando y algunas también hicieron un trabajo como cuidadoras: antes, durante la etapa armada, después de la represión y el encarcelamiento. Pese a que ellas están presentes en los testimonios escritos y en las narraciones orales, no ha habido un esfuerzo por incluirlas en la historia e ir más allá de situarlas como personajes marginales, pues, historiográficamente y socialmente, se considera que su participación fue insignificante. De esta manera, en este artículo se propone un desmontaje de los valores masculinos y militares que tienden a concebir lo bélico como el modelo de la militancia revolucionaria. Desde este cuestionamiento, la mirada de Silvia Valdez nos enseña que las mujeres estuvieron presentes, que asumieron agencias que las mantuvieron a veces conscientemente apoyando en las luchas reivindicativas, aunque otras se vieron involucradas en la guerrilla de manera involuntaria. Pero, pese a no estar de acuerdo, fueron consistentes, determinadas y solidarias, sobre todo cuando llegó la represión y se hizo necesaria la defensa política y legal de los presos y desaparecidos.

REFLEXIONES FINALES

La historia de Silvia Valdez es una muestra de que, sin el apoyo voluntario o involuntario de miles de mujeres y de los trabajos de cuidados que llevaron, no hubiese sido posible activar y sostener ningún proceso de resistencia, rebelión e insurrección. Aun los llamados “focos guerrilleros” que, aparentemente estuvieron encapsulados en casas de seguridad, recibieron cuidados y apoyo de sus familiares, vecinos y amistades. Incluso cuando cayeron en la cárcel, las cuidadoras (y también algunos cuidadores) fueron las más decididas defensoras, siendo las precursoras de la defensa de los derechos humanos en nuestro país. Pese a que arriesgaron sus vidas, que actuaron de manera semiclandestina y apoyaron voluntaria o involuntariamente al movimiento armado, desde la visión androcéntrica del MASM, estas mujeres no merecieron aparecer en la historia, aun cuando tuvieron agencias destacadas.

Históricamente, los hombres se han dedicado a matar a otros, a matarse entre sí y a sacrificar a los demás o a sí mismos, atribuyéndose el privilegio masculino de reinar en el mundo de Thánatos, por lo que toda mujer transgresora que atraviesa esos dominios se ve presionada para adoptar los valores masculinos. El cuidatoriado, que a lo largo de los tiempos ha sido prodigado mayoritariamente por las mujeres, es olvidado y condenado a ser una capa de la sociedad que aporta un trabajo invisible y sin ninguna clase de reconocimiento. Por ello, recuperar la experiencia de las mujeres cuidadoras de la guerrilla permite reconocer, en primer término, que también hubo una base social de mujeres que lucharon incansablemente por preservar la integridad corpórea y político-moral de la guerrilla, además de ser sujetas políticas y sociales que abonaron en la subsistencia de las organizaciones armadas.

En este artículo se revela que la condición genérica masculina, afianzada en la violencia y el poder, conduce a una lógica de matar y destruir, y que muchos de esos hombres violentos fueron registrados en la historia oficial como los “los grandes hombres protectores o héroes”, mientras que las mujeres fueron invisibilizadas, quizá porque se empeñaron en luchar y también en cuidar y preservar la dimensión sociorreproductiva, y en este nivel, queda abierta una línea de investigación. Así, los hombres dedicados a destruir, abandonar y descuidar son encumbrados en la cúspide social, en tanto que las cuidadoras (y también hay cuidadores), es decir el cuidatoriado pasa inadvertido, silenciado y menospreciado. Se advierte, pues, una fuerte asimetría: mujeres que sostienen la sociedad y hombres empeñados en su destrucción. Hasta aquí la línea de investigación abierta permite preguntarse hasta qué punto la guerrilla y la historiografía del MASM reprodujo estos mismos sesgos androcéntricos.

La utopía en masculino, “el hombre nuevo” en busca de la justicia y en búsqueda de transformaciones sociales, priorizó la agencia destructora, con la intención de derrumbar de un tajo todo lo rancio y perverso de la sociedad, asumiendo el papel sacrificial y salvador, potencializando la condición masculina, en tanto que emerge la figura del padre benévolo y salvador. Por otro lado, este trabajo procuró revelar la mirada de Silvia Valdez y, a través de ella, el sentir de una clase social negada y menospreciada, aun entre los marginados, empeñada en su papel cuidador, sin una plena conciencia de clase, pero persistente en sostener todas las transformaciones. Respecto a esta paradoja, cierro con la pregunta de hasta dónde podría ser posible conciliar el cuidado y la violencia revolucionaria, ¿o son polos contrapuestos? También me pregunto si podría gestarse un movimiento revolucionario que considere el cuidado a los demás, estableciendo un vínculo más relacional y recíproco en lugar de una desvinculación orgánica, jerárquica y sacrifical.

Es necesario desmontar el pensamiento de izquierda androcéntrico y colocar una mirada que incluya a las mujeres desde una perspectiva interseccional, descolonial e interdisciplinaria, esfuerzo que conlleva un ejercicio permanente de examen y guardia crítica, para estudiar la historiografía del MASM con un posicionamiento que haga visibles los sesgos de las “grandes narrativas”. Lo que nos enseña la mirada de Silvia Valdez es que los grandes acontecimientos, las grandes batallas, los grandes hombres, son frecuentemente magnificados, y que cuando estudiamos “las modestas y pequeñas agencias”, encontramos una base social y material que, en buena medida, es la que explica el sostenimiento y tenacidad de cualquier grupo de guerreras o guerreros, permitiéndonos estudiar y entender las redes de solidaridad y de cuidados que afianzan los procesos insurreccionales y revolucionarios.

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1Se dieron otras masacres en el país como, por ejemplo, en Guerrero, donde hubo cuatro masacres entre 1960 y 1967. También ocurrió el emblemático asesinato de Rubén Jaramillo y su familia en 1962. Véase Bellingeri (2003), Castellanos (2008) y Piccato (2022, p. 163).

2Para comprender el proceso en el marco de la guerra fría, véase Aguayo (2001), Condés (2007), Ibarra (2006), Spenser (2004) y Vicente (2019).

3El funeral de Eugenio Garza Sada es quizá el momento político más representativo que tensó al gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) con las cúpulas empresariales, evento público al que asistió el presidente recibiendo reclamos y “exigencias de justicia” por parte de los más encumbrados integrantes del sector empresarial. “Echeverría se une al duelo de la ciudad y reprueba el asesinato”, El Porvenir. El Periódico de la Frontera, 19 de septiembre de 1973, pp. 1 y 4; “Don Eugenio sería secuestrado en 7”, El Norte, 18 de septiembre de 1973, p. 16A.

4Véase la polémica nacional alrededor de la figura de Pedro Salmerón, director del INEHRM en 2019, quien calificó a los guerrilleros que intentaron secuestrar a Eugenio Garza Sada como “jóvenes valientes”: “La muerte de Eugenio Garza Sada”. https://lacabezadevilla.wordpress.com/2019/09/20/el-asesinato-de-eugenio-garza-sada/ Dicha polémica es desmenuzada por Mario Virgilio Santiago (2022). Me sumo al llamado de Daniela Lechuga Herrero (2024, p. 398) que ha propuesto el problema de los trabajos domésticos en el estudio de la Liga y coincido con la autora cuando señala que hacen falta más investigaciones que “cuestionen la forma en la que se ha narrado la guerrilla, la cual ha dejado fuera muchas de las funciones, como alimentar, cuidar y limpiar”.

5Existe una abundante historiografía sobre la Liga en la que los “aguerridos varones” son el centro de atención, pues la mirada está centrada en la historia militar y se da por hecho que los principales actores son los “grandes hombres”, los líderes, a los que se les atribuye un excesivo papel en la historia y la sociedad, negando o menospreciando la diversidad de agencias. Véanse Car (1996, p. 273), López Limón (2013, p. 55), Esteve (2013, p. 475), FEMOSPP (2008, p. 487), Gamiño et al. (2014, pp. 244, 292, 321 y 539) y Glockner (2019, p. 346). La mayoría de testimonios masculinos de la Liga también exaltan a las figuras de los líderes guerrilleros, en su mayoría hombres, y se centran en el aspecto militar o político-ideológico. En las narraciones de estos guerrilleros existe el sesgo de omitir la participación de algunas mujeres, por ejemplo, Miguel Topete (2009) borró de su testimonio a las mujeres que participaron en la guerrilla de la Sierra Rarámuri en Chihuahua. Existe el testimonio de Gustavo Hirales (1996), quien aborda algunos temas con tintes sexistas y normaliza la violencia de género y el acoso sexual al interior de la Liga (p. 209). Los textos que abordan la historia de las mujeres guerrilleras de la Liga son: Alicia de los Ríos (2015), Gabriela Lozano (2015), Adela Cedillo (2008b, 2019) y Laura Castellanos (2008). También hay varios testimonios publicados como los de Rosa Albina Garavito (2014), Citlali Esparza (en Aguilar, 2014), Bertha Lilia Gutiérrez (en Aguilar, 2014; Gómez y Gutiérrez, 2014; Gutiérrez, 2017); Ávila y Pérez (2023) y Luz María Gaytán y María Monserrat González (2021).

6Que un hombre pretenda estudiar a las mujeres del MASM puede generar dudas o reservas de parte de las historiadoras feministas, por lo que me parece necesario señalar que, con base en mi propia biografía, padecí la violencia sutil y física en un contexto de violencia social y escolar, que me hizo cuestionarme si los hombres podríamos pensar y estudiar el pasado en claves que no fueran las de la masculinidad hegemónica. Por otra parte, cuido a mi hijo autista gran parte de mis días, soy una persona altamente sensible que fácilmente se satura sensorialmente, quien padeció la discriminación por no responder las exigencias de los neurotípicos, cuestión que me lleva a valorar el papel de los trabajos domésticos y la ética del cuidado que se propone desde el feminismo. Todas estas afectaciones estuvieron en tensión permanente, pues en el proceso etnográfico no sólo fueron expuestos los sentires de Silvia, sino que también se relacionaron las experiencias propias, las cuales configuran un marco epistémico que me permite construir una particular mirada de la guerrilla, que ha sido resultado de un largo diálogo con varias exguerrilleras y guerrilleros, tanto con mujeres que fueron parte del cuidatoriado, como con Silvia Valdez.

7Como ejemplo de este proceso, comparto un fragmento que me envió Silvia Valdez cuando leyó el presente artículo, en el que ella se asume como parte del proceso: “Este tema de Anselmo y Javier, ningún historiador lo había expuesto así… ellos fueron relegados por mucho tiempo. Usted y yo estamos alimentados de valor, para que por fin se les reconozca a ellos y se les observe hacia arriba, no hacia abajo, como se venía haciendo al minimizarlos. Estaban desaparecidos históricamente. Se les mencionó, sí, por algunos historiadores, pero por lo regular mencionaban la ACCIÓN, no a los protagonistas que cayeron en la acción. Ellos, tristemente, fueron marginados de la historia que ellos mismos fueron hacedores, autores.”

8Entre 2022 y 2023 se hicieron nueve conversatorios en los que se llevó un proceso etnográfico en el que las exguerrilleras colocaran cuáles son los temas que les parecía más importantes para rememorar y analizar colectivamente. En este sentido, como investigador no induje las sesiones con preguntas, sino que propuse que ellas mismas fueran quienes las generaran y a que partir de ello se donaran las experiencias colectivas y personales que abonaban en la comprensión de los problemas propuestos. Dicho conversatorio fue parte importante en el proceso de escritura de los testimonios que ellas han estado elaborando durante varios años y participaron: Bertha Lilia Gutiérrez, María de la Paz, Martha Piña, María de la Luz Aguilar, Rosa María González, María Montserrat González, Luz María Gaytán, Maricela Balderas, Lourdes Uranga, Amabilia Olivares, Alejandrina Ávila, Esther Acosta, Catalina Pérez Núñez y Victoria Montes.

9Entre abril de 2020 y junio de 2022 coordiné el Taller de Testimonios del Movimiento Armado Socialista Mexicano del CEIICH-INEHRM, junto con Adela Cedillo y Alejandro Peñaloza. En dicho espacio participaron decenas de sobrevivientes de varios movimientos armados, principalmente de México. En total se hicieron 72 sesiones, incluyendo una sesión especial de homenaje a Silvia Valdez y a Javier Rodríguez (la última, en mayo de 2023), en la que varios compañeros de lucha hablaron de sus recuerdos sobre el intento de secuestro de Eugenio Garza Sada. En el taller expusieron largamente sus testimonios y fueron comentados en colectivo. Las experiencias que fueron claves en esta historia de los “Macías” fueron Juan Aguado y Andrés Ayala. También hubo testimonios importantes para situar el problema de las bases de apoyo en la guerrilla como Camilo Valenzuela, Antonio León Mendívil, José Luis Moreno Borbolla, Pedro Martínez, Jesús Cadena, María de la Paz, Benjamín Pérez, Alejandrina Ávila, Lourdes Uranga, Alberto y José Domínguez, Héctor Torres, Judith Galarza, Maricela Balderas, Rigoberto Lorence, Rubén Villalpando, Mario Rechy, Rubén Leyva, José Luis Esparza, Antonio Orozco Michel, Amabilia Olivares, María de la Luz Aguilar, Alonso Vargas, “Ranulfo”, Jorge Amaya Mendívil, Manuel Anzaldo y Martha Piña.

10 Verónica Oikión (2020) propone una hibridación teórica y metodológica en la que se vinculan la historia política, la historia de género y la historia de las emociones, las cuales deberían contribuir a la develación de su ethos, “es decir, la razón (suprema) de ser de mujeres y hombres afincados en el imaginario del cambio social y su conflicto contra el Estado” (p. 45).

11“Es un concepto creado por paralelismo con campesinado y proletariado, con el objetivo de terminar con la consideración de los cuidadores como un conglomerado disperso de individuos que cuidan. […] También como el campesinado, el cuidatoriado contiene dos grandes subclases: la de quienes no reciben remuneración directa por el trabajo de cuidar y la de quienes sí la reciben” (Durán, 2018, p. 109).

12Silvia Valdez vivió recientemente un episodio de crisis a raíz de la ocupación territorial de la delincuencia organizada en Nuevo Laredo. En la vecindad donde ella comparte vivienda con otros familiares, se metió un grupo de criminales, toda la gente se tuvo que salir de sus viviendas, excepto Silvia Valdez, quien al principio no estuvo enterada del motivo por el cual la gente se mudaba, y cuando finalmente se enteró, por su delicada salud prefirió quedarse. Durante varios años de conversaciones se pudo constatar que hay una afectación por la inseguridad y violencia que se vive cotidianamente en su ciudad, incluso durante la pandemia hubo balaceras enfrente de su casa, todo ello agravó la situación emocional de ella y es una manera de prolongar la afectación psicosocial por extrema violencia que padeció durante su juventud.

13Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 9 de marzo de 2021. Archivo Personal de Historia Social, México.

14Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 9 de marzo de 2021. Archivo Personal de Historia Social, México.

15Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 24 de marzo de 2023. Archivo Personal de Historia Social, México.

16Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 9 de marzo de 2021. Archivo Personal de Historia Social, México.

17Dirección Federal de Seguridad. Declaración de Elías Orozco Salazar, 10 de octubre de 1973. Archivo General de la Nación (en adelante AGN), México; Informe de la DFS, “Investigación del atentado y homicidio del Ing. Eugenio Garza Sada y acompañantes”, 24 de septiembre de 1973. Archivos de la Represión. https://biblioteca.archivosdelarepresion.org [Consulta: 10 de junio de 2023]; Andrés Ayala, comunicación personal, 21 de julio de 2023; Juan Aguado, comunicación personal, 14 de septiembre de 2023 y 10 de octubre de 2023; Aguado (2022, p. 77).

18Entrevista a Silvia Valdez García por Francisco Ávila Coronel, 24 de marzo de 2023. Archivo Personal de Historia Social, México.

19“Antes de casarnos en la Plaza 1 de mayo, en la esquina estaba un banco y ahí se escuchó el rumor de algo, no fue asalto, pero un intento de algo y entonces fotografiaron a uno que había intentado algo. Después se dio el asalto ya como recién casados, entonces se vio la fotografía de un hombre idéntico a mi esposo, pero blanco. Y ese hombre, que me puedo confundir un poquito porque han pasado muchos años -en las fechas me puedo confundir-, pero ese hombre había estado conmigo en la misma escuela, se llama Roberto […], pero ahí todos nos conocíamos y ese muchacho era de recursos, sí tenía recursos su familia y cuando lo vi dije: ¡ah, se parece a Javier! Pero era mi compañero, entonces dije: ¿cómo puede ser que él esté en esto? Este tipo de detalles me van dando a mí tips. Cuando me casé, dije: ay, yo estoy pensando mal, son figuraciones porque aquí no se escuchaba de asaltos.” Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 24 de marzo de 2023. Archivo Personal de Historia Social, México.

20Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 4 de abril de 2023. Archivo Personal de Historia Social, México.

21Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 4 de abril de 2023. Archivo Personal de Historia Social, México.

22El parecido de Edmundo Medina con “El ratón Macías” es una percepción subjetiva pues, por ejemplo, Silvia Valdez, quien lo conoció personalmente, recuerda que Medina “sí se veía recio de carácter”, pero no se parecía físicamente al famoso boxeador, sino al actor Al Pacino. Comunicación personal con Silvia Valdez, 23 de diciembre de 2023. Andrés Ayala explica que el apodo de Edmundo Medina fue por sus ademanes y expresión corporal, porque su movimiento de manos y el quiebre de la cabeza al hablar hacían que se pareciera a los movimientos del boxeador (Andrés Ayala, comunicación personal, 4 de enero de 2024).

23Entrevista a Carlos Salcedo García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 28 de septiembre de 2020. Archivo Personal de Historia Social, México; entrevista a Jesús Rigoberto Lorence López, realizada por Francisco Ávila Coronel, 24 de abril de 2020. Archivo personal de Historia Social, México.

24Entrevista a Yolanda Casas Quiroz, realizada por Francisco Ávila Coronel, 26 de septiembre de 2020. Archivo Personal de Historia Social, México.

25Pude platicar con militantes que lo conocieron en la guerrilla como Yolanda Casas, Benjamín Pérez, Rigoberto Lorence, Lourdes Quiñones, Alberto Domínguez, José Domínguez y Héctor Javier Velásquez, que coinciden con esa mirada de Miguel Domínguez como una autoridad “moral”, como un líder muy legítimo, un modelo de honestidad, nobleza y rectitud.

26Resulta interesante la mirada de Antonio Orozco Michel, uno de los guerrilleros de la Liga que se fugaron de la Penitenciaría de Oblatos en Guadalajara, Jalisco: “Un jefe o un responsable de la planeación de este operativo [secuestro de Eugenio Garza] tenía que haber considerado los puntos de mayor riesgo y en esos puntos de riesgo mandar a los cuadros con mayor capacidad. En este caso, el compañero [Javier] era un sindicalista, no un cuadro familiarizado con las acciones armadas. David Jiménez Sarmiento, el máximo jefe militar en nuestra organización, a pesar de que era cuidadoso, a pesar de que era muy meticuloso, siempre que le presentaban los proyectos de planes a tal o cual operativo decía: ‘hay que tomar en cuenta esto y quién va a ir aquí, nada más que refuercen esta parteʼ, y aportaba. Pero tenía que ver con su trayectoria personal, con esos detalles, con esas particularidades que tienen solamente el jefe militar, o sea el individuo que tiene ese perfil, en el aspecto militar, que no todos, esa agudeza de las acciones en la planeación, y ese espíritu de que él se convertía en un lince…, a la hora de la acción se convertía en un lince. Y pues varios seguíamos su ejemplo ¿no?, porque en un momento de esa naturaleza caminas como lince y vas en esa alerta extrema. Un último elemento es que en general, no éramos una organización con experiencia, no éramos una organización que fuera formando a nuestros cuadros en la profesionalización de las cualidades de un militar, no podíamos, lo intentamos con pocos grupos, pero nuestros entrenamientos eran muy elementales.”

27La Octava (24 de septiembre de 2019). Así fue el secuestro de Eugenio Garza Sada, relata exguerrillero Orozco. [Archivo de video]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=JObFBRbGz6A

28Madera, núm. 2, p. 37; “El oportunismo que por todas partes trata de hacer dar marcha atrás a la Liga Comunista 23 de Sept. ha comenzado a asomar la cabeza, los revolucionarios debemos cortarla sin ningún miramiento, los representantes del proletariado no pueden mostrarse indecisos ante los enemigos”, Carta del Comité de Coordinación del trabajo Subserrano en el Noreste al Comité Político Militar Arturo Gámiz, Madera, núm. 3, pp. 16 y 23.

29Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 4 de abril de 2023. Archivo Personal de Historia Social, México.

30El carácter patriarcal de las leyes emanadas de la revolución mexicana se manifiesta en la falta de los plenos derechos, políticos, económicos, laborales y reproductivos. Por ejemplo, fue hasta 1953 que se reconoció a nivel nacional el derecho al voto y a ser votadas. Lo anterior significa que las mexicanas de los años setenta fueron la primera generación que había nacido con derechos políticos; sin embargo, existía un rezago en las leyes que las dejaba en desventaja, por ejemplo, el código agrario establecía una jerarquía que otorgaba ventajas a los hombres para acceder a la tenencia de la tierra (Código Agrario de 1942, artículo 85, aún vigente en los años sesenta y setenta). Tampoco había una plena libertad de las mujeres sobre sus cuerpos, pues el aborto estaba penalizado y había un contrato de matrimonio que desde el momento en que se leía la epístola de Melchor Ocampo, le daba una condición de subordinación e inferiorización a las mujeres, al imponerles un cautiverio que las confinaba al trabajo doméstico y al hogar. No sólo las leyes son parte de la subordinación y dominación femenina, sino también la impunidad imperante, que también es parte de la estructura de dominación que tiene un carácter sexuado, pues las mujeres contaban con una mayor vulnerabilidad frente a violencia de género y la violencia sexual. Véase Marcela Lagarde (2019) y Aleida Hernández (2022). Sobre el carácter patriarcal e histórico de mediana duración de las leyes mexicanas, véase también Nash et al. (2013, pp. 105-110 y 175-180).

31Véase Contralínea, núm. 693, mayo de 2020, pp. 38-45.

32David Cilia, “Silvia Valdez, sobreviviente a Nazar Haro, la DFS y la Guerra Sucia”, Contralínea, núm. 693, mayo de 2020, p. 43.

33“Entrégate o te matan; Grita la esposa de uno de los asesinos”, El Porvenir. El Periódico de la Frontera, 22 de septiembre de 1973, p. 7; “Clama su esposa ¡Entrégate Hilario!”, El Norte, 22 de septiembre de 1973, p. 6A. Las fotos de Silvia Valdez que salieron en la prensa, según el testimonio de ella, fueron sacadas por los policías de la DFS y entregadas a los periodistas. En ellas se ve a Silvia en dos facetas. En una pensativa y con miedo y en otra con una cara de coraje e indignación.

34Silvia Valdez recuerda que el cadáver de Javier Rodríguez fue golpeado y humillado de maneras indecibles por parte de los policías, enfrente de ella. El acta de defunción que ella tenazmente pudo conseguir, omite todos los maltratos que el cuerpo de su esposo tenía; por ejemplo, tenía hundida buena parte del cráneo, cuestión que habla de que quizá fue golpeado post mortem, hasta quebrarle la cabeza, cuestión que ejemplifica la saña y el odio con el que actuaron los torturadores. Acta de defunción de Javier Rodríguez Torres, Archivo personal de Silvia Valdez. En la prensa, con la intención de difamar y de mostrar a los guerrilleros como personas “enfermas” o “perversas”, se afirma que fueron los propios compañeros de Javier Rodríguez quienes les dieron el “tiro de gracia” a sus propios compañeros (“Don Eugenio sería secuestrado en 7”, El Norte, 18 de septiembre, p. 16A).

35Véase Santiago (2022); “Echeverría condenó en Monterrey el asesinado de Garza Sada por un grupo de fanáticos o enajenados”, El Nacional, 25 de septiembre de 1973.

36Sanjuana, mujer de unos 32 años, madre de cinco hijos -el menor de dos y medio meses- fue presentada por los medios de información, a través de los cuales hizo patético llamado al esposo que andaba a salto de mata. […] Cuando se le dijo a Sanjuana que si deseaba decirle algo a su marido por medio de la prensa, radio y televisión ahí presentes, con angustia dijo: “Por favor Hilario, donde quiera que estés entrégate a la policía; yo estoy aquí y he dejado a nuestros hijos solos, la nenita está enferma; yo no puedo amamantarla pues me encuentro aquí […] Por favor piensa que tus hijos y yo, no tenemos a nadie más. […] María Silvia Valdez viuda de Rodríguez, dice que ha informado cuanto sabe a la policía, porque desea que se aclare el caso en que resultó muerto su marido, Javier Rodríguez Torres” (“Entrégate o te matan; Grita la esposa de uno de los asesinos”, El Porvenir. El Periódico de la Frontera, 22 de septiembre de 1973, p. 7).

37Entrevista a Silvia Valdez García, realizada por Francisco Ávila Coronel, 4 de abril de 2023. Archivo Personal de Historia Social, México.

38Aquí me refiero a los nueve conversatorios que convoqué junto con Martha Patricia Castañeda Salgado, pero también a las cuatro reuniones nacionales que convocaron las mujeres exguerrilleras, cuyas memorias están reunidas mayoritariamente en el libro que editó María de la Luz Aguilar Térrez (2014).

Recibido: 01 de Febrero de 2024; Aprobado: 13 de Mayo de 2024

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Becario posdoctoral del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH-UNAM) con la Convocatoria de Estancias Posdoctorales por México para la Formación y Consolidación de las y los Investigadores por México del CONAHCYT, con asesoría de Martha Patricia Castañeda Salgado. Además de agradecer a Paty Castañeda por todas las enseñanzas y el apoyo, también quiero agradecer a todos los integrantes del Seminario Interinstitucional de Estudio sobre la Condición Genérica Masculina. Miradas desde el Feminismo, especialmente a Fernando Huerta, Leonardo Olivos y Luis Fernando Gutiérrez por todos los conocimientos que se han circulado y compartido en ese espacio. Olivos me donó valiosos comentarios que ayudaron a mejorar el texto, por lo que me gustaría darle un doble agradecimiento. También quiero agradecer los comentarios y sugerencias de las(os) dictaminadoras(es). Gracias por la ayuda y profesionalismo de Nicolasa Ramírez Vicente, Karina Pardo Sosa, Luis Demetrio Cortés Fraire y Adriana Cruz Romero de la Biblioteca del CEIICH, y a José González, de la Hemeroteca Nacional de la UNAM. Un especial agradecimiento para Silvia Valdez por toda la confianza y a todas y todos los integrantes del Taller de Testimonios del CEIICH-INEHRM.

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