Servicios Personalizados
Revista
Articulo
Indicadores
- Citado por SciELO
- Accesos
Links relacionados
- Similares en SciELO
Compartir
Secuencia
versión On-line ISSN 2395-8464versión impresa ISSN 0186-0348
Secuencia no.79 México ene./abr. 2011
Reseñas
María Teresa Cortés Zavala, Economía, cultura e institucionalización de la ciencia en Puerto Rico, siglo XIX
Consuelo Naranjo Orovio
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, 2008, 247 pp.
Instituto de Historia, CCHS CSIC
Inicio esta reseña por el título del libro, Economía, cultura e institucionalización de la ciencia en Puerto Rico, siglo XIX, ya que en sí mismo encierra la tesis de la doctora Cortés Zavala. El objetivo final que la autora va desarrollando y probando a lo largo de la obra es demostrar la existencia de un sentido identitario y la formación de una comunidad cultural en Puerto Rico a lo largo del siglo XIX. La existencia de la especificidad de este pueblo, la puertorriqueñidad, está presente a lo largo de todas las páginas aunque aparentemente el libro no hable propiamente de identidad. María Teresa Cortés, como ocurre entre los historiadores que cultivan la historia boricua, ha sucumbido al poder de la cultura y al peso que tiene en la historia insular. La identidad flota y envuelve todo el trabajo.
Como apuntaba, el título no es casual, ni tampoco lo son las materias abordadas en este libro: economía, cultura y ciencia, ni la forma de tratarlas; ellas nos hablan de los fines que la autora se planteó desde el inicio de su investigación. La tesis central es demostrar cómo se Ríe creando una comunidad letrada que hizo posible, o alrededor de la cual la elite fue fraguando una cultura e identidad: la puertorriqueñidad.
La economía, la cultura y la ciencia son para la doctora Cortés tres pilares fundamentales que hicieron posible la aparición de esa comunidad identitaria, siendo a la vez tres aspectos básicos que le sirven para avanzar en el estudio de la formación y consolidación de dicha comunidad. En la consecución o logro de esta comunidad fue importante la institucionalización de la ciencia y, sobre todo, de aquellas ramas del saber cuya aplicación a la sociedad y a la economía favorecieron y permitieron el desarrollo de la economía y del país.
Es interesante el estudio que la doctora Cortés realiza sobre los intelectuales boricuas, en especial de su formación, lecturas e ideas que les sitúan en un universo visitado por otros intelectuales, con objetivos e ideales comunes. Entre estos hay que destacar la idea de civilización y progreso compartida por ellos y que es común a muchos pensadores de diferentes países y latitudes. Sus visiones de la sociedad, de la economía, y de cómo llevar a ellas el progreso y la modernización nos remiten a los paradigmas que sobre la modernidad o el progreso se esgrimieron desde Cuba, México, Perú y otros países americanos. La educación y, como he indicado, la aplicación de la ciencia a la agricultura, fueron las herramientas principales que eligió este grupo para llevar a cabo su proyecto cultural, económico y político.
La comunidad letrada a la que alude la doctora Cortés y en cuya acción se basa para edificar la tesis de trabajo, es la clase cultural definida por Paul Thompson. Recordemos que para Thompson la clase es un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia. Y subrayo que se trata de un fenómeno histórico. No veo la clase como una "estructura", ni siquiera como una "categoría", sino como algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las relaciones humanas. La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales.
Economía, sociedad y ciencia, tal como aparecen en el título, hacen referencia no sólo al estado de la economía, la sociedad o la ciencia, sino que son los instrumentos a través de los cuales la autora logra probar sus tesis. Para que ello sea posible hay que destacar la capacidad de síntesis que tiene la doctora María Teresa Cortés al presentar estados generales que le permitan al lector conocer el contexto rápidamente para, a continuación, entrar en el análisis puntual de distintos contenidos económicos, sociales, culturales, demográficos y científicos. La historia resultante es un relato sólido y bien fundamentado sobre el que María Teresa Cortés ha logrado edificar su obra. Un estudio que es deudor de la historia política y social y que podemos enmarcar en una historia sociocultural que mira hacia el progreso como la aspiración de un grupo que quiere organizar su país.
Otro aspecto que quiero destacar del libro que reseño es que representa el esfuerzo de María Teresa Cortés por cultivar y extender el interés por la historia del Caribe y, en especial, de Puerto Rico más allá de la isla. La historia de Puerto Rico, por diferentes razones, ha estado confinada a los profesionales de ese país. Fuera de la isla, pocos se han interesado o han mantenido un esfuerzo continuo por Puerto Rico. Desde hace años, desde la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia, la doctora Cortés está alentando el estudio de Puerto Rico entre los nuevos y jóvenes historiadores.
Pero volvamos al libro.
La nación y la identidad que nos presenta la doctora Cortés procede tanto de una construcción —es una identidad imaginada— como de la realidad, al derivarse este proceso de construcción la creación de la nación. Las ideas y las circunstancias son, entre otros aspectos, los elementos que conforman y condicionan los conceptos de nación y de identidad. Como hizo Anderson en su obra Comunidades imaginadas, situar estas categorías en contextos más amplios nos dará una visión más global de la nación y de la identidad. Por tanto, el estudio de los elementos culturales propiciará el análisis de la nación y de la identidad desde el momento que estudian la manera en que se han ido creando los imaginarios nacionales y culturales que generan o generaron la nación, sus usos, fundamentos y también variaciones.
A lo largo del libro se estudian las maneras en que un grupo plantea organizar la sociedad, la educación, la cultura, sus relaciones con la metrópoli y aquellos elementos culturales y simbólicos que elige como representaciones de su identidad, es decir, crear su imaginario. En este análisis, la autora dedica una gran parte al estudio del desarrollo político, la creación de la cultura política y el surgimiento de los partidos. Fundamentalmente se centra en el Partido Autonomista por ser el órgano político que integró un mayor número de intelectuales —médicos, abogados, al igual que ocurrió en Cuba— y cuya defensa de la nación se basó en gran medida en el desarrollo y potenciación de la cultura y la educación. De esta manera, el proyecto político y el cultural caminaron unidos en las ramas del autonomismo para conquistar un espacio de poder, de reconocimiento y de fortalecimiento de la sociedad civil. Por otra parte, la legitimidad la alcanzaría a través de la firma de la Carta Autonómica, y el respaldo de la sociedad civil y la ciudad letrada formada a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX.
En el caso de Puerto Rico, 1898 supuso el paso de España a Estados Unidos por lo que la creación de un Estado soberano, aunque no su constitución como nación (sobre todo en términos culturales), quedó truncada. La Carta Autonómica concedida en noviembre de 1897 nació herida. Hasta marzo de 1898 no se constituyó un gobierno debido a las discrepancias dentro del Partido Autonomista y al retraso de la ratificación de la Carta por las Cortes. Asimismo, este gobierno nacía muerto ya que, a los pocos días de su constitución, el 25 de julio de 1898 comenzó la invasión estadounidense por Guánica.
El imperio ultramarino español llegaba a su fin con la ley del 14 de agosto de 1898 que autorizaba al gobierno
a renunciar a los derechos de soberanía y para ceder territorios en las provincias y posesiones de ultramar, conforme a lo estipulado en los preliminares de paz convenidos con el gobierno de los Estados Unidos del Norte de América.
El 10 de diciembre de 1898 Puerto Rico, junto con Filipinas y Guam, pasaban al dominio estadounidense por el Tratado de París, firmado entre España y Estados Unidos. Algunos historiadores interpretan que, en Puerto Rico, cuando se aceptó la dominación estadounidense en sus políticos operó la racionalidad que había fungido bajo el gobierno español. Para algunos de ellos y para un grupo de intelectuales, como el autonomista Salvador Brau, el 98' en Puerto Rico era el camino más rápido para que el país entrara en la modernidad. Aunque el libro no entra en el siglo XX, es preciso comentar que en el nuevo siglo continuó la defensa de la identidad a partir de la cultura. Tras 1898 se inició una nueva andadura para el pueblo puertorriqueño, que, dependiente de España, pasó a la subordinación de Estados Unidos, con un estatus que aún continúa siendo tema de debate entre las dos fuerzas políticas del país, el Partido Popular Democrático y el Partido Nuevo Progresista (ambos constituyen el grueso fundamental) y, en mucha menor medida, los independentistas. Desde entonces la cultura sigue siendo el instrumento de lucha contra la inclusión de la isla como un estado más de la Unión Americana y su mantenimiento como un estado libre asociado, estatus al que se llegó en 1953 y que mantienen desde entonces. Es en la cultura donde radica gran parte de sus peculiaridades, de su identidad y de su carácter, y es en la defensa de su cultura desde donde emana la oposición a la estadidad y la justificación de la existencia y permanencia de su nación; un caso peculiar que ha convertido a Puerto Rico en una nación sin soberanía.
El puente que une el pasado y el presente permanece en pie, al menos hasta hoy día. Es por ello que el libro que ahora reseño es una referencia importante para conocer e interpretar el debate que hoy en día se sigue viviendo en Puerto Rico sobre la identidad y la defensa de la cultura.
En este país, como aparece en un grafiti (2009) de una de las paredes del Instituto de Cultura Puertorriqueña, en el Viejo San Juan, identidad es igual a cultura.