SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.30 número118Economías subterráneas: Minería informal en MéxicoLiberalismo y antiporfirismo: Las incursiones periodísticas de Joaquín Clausell índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.30 no.118 Zamora jun. 2009

 

Documento

 

Sentencia a los prisioneros de la huelga de Cananea de 1906

 

Juan Manuel Silva R.*

 

* CIESAS-Occidente. Correo electrónico: jmsilva_542002@hotmail.com

 

En la madrugada del día primero de junio de 1906, como a las tres de la mañana, estalló un movimiento de huelga en la mina de cobre "Oversight", ubicada en las inmediaciones del pueblo minero de Cananea, Sonora. Los trabajadores estaban cansados del mal trato que les daban sus empleadores y decidieron cerrar los trabajos en esa mina. Pocos días antes, el dueño de la empresa norteamericana The Cananea Consolidated Copper Company. S.A., mejor conocida como la "4C", decidió que los trabajos en la mina "Oversight" se dieran a contrato a otras compañías establecidas en la población. Esta medida causó irritación entre los trabajadores quienes, conocedores de la forma de operar de los contratistas y de sus mayordomos, sabían que significaba para ellos más horas de trabajo y menores ganancias en sus salarios diarios.

Ese mismo día, a las cuatro de la mañana, se avisó del cierre de la mina al empresario norteamericano William C. Greene, dueño del emporio minero. De inmediato se trasladó al lugar de los hechos e intentó negociar con los trabajadores, pero pronto disgustado rechazó sus demandas y les dijo que su empresa no estaba en condiciones para pagarles más, que sus salarios eran los más altos de México y que la jornada laboral de diez y doce horas era proporcional a su salario. Les advirtió que si querían negociar, tenían que poner por escrito sus demandas. Y así se hizo.

A las diez de la mañana, un grupo que representaba a los trabajadores se reunió con los apoderados de la empresa, Pedro D. Robles y mister Dwight, para negociar los términos de la huelga. El pliego petitorio era claro: cinco pesos diarios y jornada laboral de ocho horas. Además, exigían de la empresa trato justo y equitativo, sin distinciones y la remoción de algunos capataces de la mina "Oversight" que agredían constantemente a los trabajadores.

Al igual que su patrón, Robles y Dwight se negaron a ceder ante las demandas de los huelguistas y los invitaron a seguir trabajando. Pasada una hora, las pláticas se rompieron bruscamente, sin que hubiera algún arreglo definitivo entre las partes. Los huelguistas, molestos por la actitud de los empresarios, se lanzaron a la calle a parar las actividades de los que seguían laborando.

La agitación entre los trabajadores, la irritación y el malestar in crescendo, y los gritos desesperados de una multitud vociferante, se dejaron oír por todas las calles del pueblo. La mayor parte de los mineros se encontraba trabajando todavía. A las dos de la tarde, las diferentes minas de la empresa habían parado. La huelga no anunciada, pero sí de facto, tomó por sorpresa a muchos trabajadores; mientras unos se negaron a seguir laborando, otros permanecieron aferrados en sus puestos. Este fue el caso de los trabajadores de la maderería de la empresa minera, cuyo gerente George Metcalf se enfrentó a la multitud con una manguera lanzando potentes chorros de agua para dispersarla. En respuesta, las pedradas no se hicieron esperar. Metcalf, herido en la cabeza por una piedra, entró enfurecido a su oficina, sacó su rifle y empezó a disparar contra los trabajadores. De un solo tiro certero cayó herido uno de los mineros. Confundida y azorada la multitud, de inmediato se lanzó contra el agresor dándole muerte. Otros huelguistas hicieron lo mismo con su hermano y le prendieron fuego al almacén de maderas y a la oficina de los hermanos Metcalf. Lo demás, es una historia conocida por todos. Ese día, y los dos que le siguieron, las calles de Cananea se cubrieron con la sangre del pueblo trabajador. El dueño de la mina William C. Greene y sus capataces mataron a 23 personas e hirieron a otras 50.

El documento que aquí presentamos debidamente paleografiado, permaneció desconocido por muchos historiadores hasta ahora. Lo hallé oculto y perdido entre el polvo de los archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional en la ciudad de México el 7 de octubre de 2008.1 Su valor radica en los numerosos detalles que aporta y que precisan los acontecimientos históricos; con seguridad darán pie a muchas más conjeturas para continuar profundizando sobre la trascendental Huelga de Cananea de 1906. Espero que su lectura despierte la inquietud de quienes aún guardamos la esperanza de que en historia nada está dicho todavía.

 

Documento

 

Notas

1 Héctor Aguilar Camín cita este documento en su libro La frontera nómada Sonora y la Revolución Mexicana (México, Siglo XXI, 1987).         [ Links ] La nota al pie número 27, en la página 116 dice así: [...]; para Diéguez, Archivo Histórico de la Defensa Nacional. Sección Cancelados, Expediente XI / III /166, Manuel M. Diéguez. Tomo I, ff. 1-3. El expediente contiene el acta judicial de los sucesos de Cananea, con las declaraciones de los acusados que se citan, tomo VI, ff. 1295-1311.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons