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Salud mental

versión impresa ISSN 0185-3325

Salud Ment vol.31 no.5 México sep./oct. 2008

 

Editorial

 

La psiquiatría como saber–hacer, saber–estar y hacer–saber

 

Psychiatry as knowing–doing, knowing–being and letting–knowing

 

Fernando Lolas Stepke1

 

1 Profesor Titular de la Universidad de Chile. Director del Programa de Bioética de la Organización Panamericana de la Salud (flolas@uchile.cl).

 

Los oficios que se convierten en profesiones se trasmutan por la declaración pública de valores. En eso consiste, precisamente, profesar. No es solamente ejercer un arte, una ciencia o un oficio. Es adquirir su ethos, cultivar sus fundamentos, entender su uso prudente.

Las profesiones modernas son amalgamas de conocimiento formal con disposiciones espirituales que aseguran el recto ejercicio de los talentos. Cuando un practicante gana experiencia, ésta se transforma en una forma de conocimiento. Lo llamamos conocimiento tácito o implícito para señalar que no se deja sistematizar en libros de texto y es difícilmente evaluable o transferible. A menudo está ligado a una biografía individual, sin cuyo contexto carece de sentido. La fusión con el conocimiento explícito, formal, garantiza esa armónica relación entre el saber y el hacer que nos hace decir, con Laín Entralgo, que una profesión es un saber–hacer. Esto es, un saber que se cultiva con miras a un interés social, un hacer imbuído y traspasado de teoría.

No se agota con ello el sentido de las profesiones. Además, como suele decirse, las profesiones obligan a un <<saber–estar>> en la dignidad del oficio. Saber representar el papel que la sociedad asigna al profesional, saber entender las demandas y apreciar las recompensas apropiadas, son también parte del ethos profesional rectamente entendido.

Finalmente, como instituciones sociales –esto es, arquitectura de relaciones entre personas– las profesiones también corporizan valores, que son universales de sentido en la vida humana. Algunos tienen que ver con su propia constitución y estructura. Otros, con la forma en que organizan sus servicios a la sociedad. Esto desemboca en una forma de conocimiento que bien puede llamarse estructural. Un conocimiento no explícito o formal ni individualmente implícito, sino evidente tan sólo en los arreglos sociales y las estructuras en que se manifiesta. Así, por ejemplo, las universidades manifiestan sus tradiciones y sus misiones por el modo como se organizan, por las designaciones de sus unidades operativas, por la forma en que organizan su acción. También los hospitales, los bancos, los servicios sociales. Allí cada profesión aporta sus modos preferidos de estructuración jerárquica, sus formas de recompensar la virtud o la excelencia, sus orientaciones.

En este panorama de valores jerarquizados y estructurados es fácil desorientarse. Por ello necesitamos síntesis y pensamiento reflexivo. La acción experta, la praxis normada responde a conocimientos diversos, cada uno con sus valores, y a sentimientos también variopintos y vinculados a valores. El conjunto resume el ethos de un campo de acciones y el espacio de significaciones que determina la empiria propia de un sistema social.

Una reflexión en esta edad técnica debe precisar orígenes, motivaciones, fundamentos y metas de lo que se hace. El punto de vista desde el cual se parte es tan importante como el contenido de las afirmaciones. Los orígenes de la moral y de la religión, que pueden ser múltiples, se resumen en la acción humana. Una orientación bioética supone la incorporación del diálogo como elemento fundante y constituyente de las acciones. Y permite tipificar las acciones del sistema social de que se trate (el médico, el magisterial, el técnico, en fin, cualquiera) en si son apropiadas, hechas de acuerdo al arte, si son buenas porque hacen el bien a quienes las ejecutan y a quienes reciben sus efectos y si son justas en el sentido de que pueden generalizarse a toda la comunidad.

Sigue siendo válido aquello de que nada hay más práctico que una buena teoría. Una teoría propia de la razón tecnológica no solamente debe corregir los yerros del pasado. Aquellos que se tradujeron en prácticas indignas o inhumanas y en un perverso uso del conocimiento. Debe evitar, además, esa tendencia de los sistemas técnicos a volverse autónomos, a responder cada vez con mayor precisión a sus propias demandas, ignorando su misión social y su sentido humano. Pero también debe acompañar al progreso técnico con esa vigilante conciencia que Machado llamaba cultura. La ciencia y la técnica son creadas y mantenidas por las culturas. La autonomía de ambas, como la de cualquier interés parcial, debe ser constantemente examinada, no sea que se transformen, de útiles medios en soberbios fines en sí mismas.

Si algo debieran cautelar hoy quienes deciden los derroteros de la psiquiatría es preservar su estatuto de saber–hacer y de saber–estar. Porque ello garantiza que la formación de las nuevas generaciones, aquella que se resume en el hacer–saber que es la enseñanza, sea efectivamente formación y no simple adiestramiento en terminologías, procedimientos y técnicas.

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