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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.30 no.120 Ciudad de México ene. 2008

 

Reseñas

 

Andante con brío: Memoria de mis interacciones con los secretarios de Educación (1963–2006)

 

Manuel Gil Antón*

 

Latapí Sarre, Pablo. México, FCE (Vida y Pensamiento de México), 2007

 

* Profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana–Iztapalapa, Coordinación de Sociología. Correo electrónico: maga@correo.azc.uam.mx

 

Pasado en claro

No es lo mismo "pasar en limpio" que "pasar en claro". La distancia entre las dos acciones es profunda aunque, a vuelo de pájaro, parecieran similares. Pasar en limpio alude a ese fatigoso afán por quitar la más leve seña de los borrones, titubeos, rastros de fallas y "hacer" otra vez el trabajo en una hoja nueva. Así, eliminada toda huella de imperfección, impecable, entregarlo como si con tal nitidez hubiera sido realizado. Muchos hacen así al relatar sus vidas.

Pasar en claro, por lo contrario, implica realizar un esfuerzo ético y político por reconocer y dar noticia de lo sucedido sin ocultar los orígenes, avatares, reveses, aciertos, errores y tropiezos de los que se aprende tanto, y advertir al lector por dónde el transcurso seguido quizá (sólo quizá porque cada vida es distinta) no sea el más fructífero.

El primer modo de actuar conduce siempre al proyecto de una estatua: lleva al bronce tentador que, por perfecto o excelente, no es humano; el segundo marca trazos complejos, nos regala el bosquejo de un testimonio sobre el que se reflexiona.

Octavio Paz, en 1975 y a sus sesenta años, publica Pasado en claro. Adolfo Castañón, analizándolo, afirma que: "Pasado en claro es un poema escrito desde la serenidad del que vuelve a la vida y la dice con la voluntad serena de comprenderla [...] y apunta a la necesidad consciente de la revisión, al deber de la autocrítica como única forma de modificar el espejo del pasado" (Castañón, 2008: 5 ss).

Pasar en claro, no en limpio, es el motivo profundo del texto de Pablo Latapí, Andante con brío. Luego de leerlo, su autor no resulta un estudioso de la educación que siempre haya sabido qué hacer, cómo realizarlo, y que por ello cosechó éxitos a raudales y los pocos fracasos, si los hubo, derivaron de la acción de otros. No. Es una persona que con serenidad revisita su vida profesional —dando énfasis a sus interacciones con los secretarios de Educación— y la relata con doble propósito: comprenderla en sus claroscuros y compartirla con quien lo lee. El pasado no cambia; ha ocurrido. La mirada sí, evoluciona.

Pablo Latapí, en la memoria común de los que realizan indagación educativa, es una persona con múltiples aristas: don Pablo, el personaje, el autor que leemos al formarnos en este campo del conocimiento, el investigador; Latapí, el fundador de instituciones y de formas de comunicación con expertos y legos; Pablo, el colega, maestro, cómplice y amigo de sus amigos. El interlocutor constante con quienes ejercen el poder, con la opinión pública interesada en la educación y, como debe ser, consigo mismo. Este actor de la vida educativa mexicana en los más recientes cincuenta años ha escrito un libro en el que, a juicio del que esto escribe, pasa en claro sus relaciones con los dirigentes de la educación nacional con varias preguntas en las alforjas.

 

La estructura del libro

Una reseña, hallo en el diccionario, tiene dos sentidos. El primero afirma que es una narración sucinta. El segundo es más amplio y atractivo: noticia y examen de una obra literaria o científica.

La forma en que se dispone el material en el libro corresponde a la primera acepción. Hay en el texto tres apartados y un epílogo. El lector encontrará en el primero –Antecedentes– una reflexión interesante sobre el contexto político–religioso de México desde los años veinte, pues Latapí ha de ubicar en esas coordenadas por biografía, vocación, origen y trayecto intelectual futuro, el inicio de su labor profesional.

En el segundo, el autor reseña las relaciones específicas (interacciones, prefiere decir) que tuvo con los secretarios de Educación, desde Torres Bodet (1958–1964) hasta Reyes Tamez (2000–2006). Merced a ellas se puede reconstruir una serie muy completa de las principales acciones de política pública para la educación mexicana en el periodo, así como la opinión que procura justipreciar los resultados de las acciones llevadas a cabo.

En la tercera sección ahonda, como reflexiones finales, el ya señalado "pasado en claro" sobre su experiencia personal y en relación, sobre todo, con uno de los temas que atraviesa todo el libro: los vínculos posibles entre la investigación educativa y las decisiones políticas, a las que subyace la tensión ineludible entre el científico y el político. Dedica el epílogo a responder si, luego de andado el camino, ello ha valido la pena.

 

Noticia y examen de una obra literaria o científica

La segunda acepción es más sustantiva en términos intelectuales. En este caso, la idea no es resumir el libro —para eso se ha escrito: para ser leído—, sino dar a conocer las dimensiones y vetas de análisis que su lectura ha generado en quien lo comenta. Sin pretender que sean las que todo lector resaltará, aspiran, y ojalá logren, a mostrar la calidad y profundidad del texto que se examina.

Estamos ante una obra compleja. Es testimonio, memorial, interpretación y esa manera de invención –no falsa: al contrario, profundamente verdadera y sincera– que todo recuerdo humano trae consigo adherido al hueso del tiempo. Recuerda y recrea.

Escapa el libro a las clasificaciones ortodoxas. Biografía, sí, pero no sólo eso; también reseña de encuentros entre el que investiga y quienes disponen lo que habrá de hacerse, sí, aunque en ello no se agota; síntesis de lo acometido por los secretarios y balance de la acción pública, algo hay de eso, mas se fuga de un texto clásico de análisis de políticas educativas. Es por ello que a falta de ubicación precisa en los compartimentos usuales para clasificar las obras, se puede recurrir, con más precisión, a la poesía. Es, propongo, un pasado en claro. Y bien logrado.

 

Tres veredas

Al leer Andante con brío surgen muchas vetas. Compartir las que más me interesaron será la forma en que daré noticia de lo que me invitó a examinar el libro. De eso se trata en los textos que tocan problemas intelectuales de gran calado, pues además de su importancia como documento histórico y relato particular del autor, remiten a la experiencia de quien los lee y la cuestionan.

 

Primera vereda: investigación educativa y acción política

Hay una línea profunda a lo largo de las páginas que marca tanto la reflexión del autor como los relatos de sus vínculos con los diversos ocupantes del despacho de Vasconcelos: se trata de la relación (o tensión) entre la investigación educativa y la acción política, a la que subyace el tema clásico del complicado nexo entre el político y el científico. Referencia obligada a Weber y, ahora, en nuestro tiempo, circunstancia y campo de estudios –a partir de este libro– a Latapí.

Pionero en México y Latinoamérica en realizar indagación fundada sobre la acción y función de la educación en la sociedad, con el Centro de Estudios Educativos (CEE) como eje inicial, parte aguas y orgullo legítimo y luego el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), por dar sólo dos ejemplos, este constructor de instituciones se pregunta si la investigación educativa (ie en adelante) orienta, puede conducir o acotar en cierto modo las decisiones políticas. ¿Cómo se relacionan, se deberían poner en contacto, es posible que lo hagan o lo han hecho a lo largo de su experiencia?

Ante tal cuestión, vale la pena recordar una advertencia de Max Weber que desencanta (en el sentido de romper la ilusión) a quienes piensan que el saber, porque sabe, puede indicar al poder sin duda o restricción alguna lo que debe y ha de hacer: "Una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer, sino únicamente qué puede hacer y, en ciertas circunstancias, qué quiere" (Weber, 1983: 83).

Pablo Latapí enfrenta el reto y toma como eje conductor, en el relato de sus interacciones con los secretarios, "la labor de mediación que me correspondió realizar entre el conocimiento especializado propio del investigador [...] y las necesidades de conocimiento que tenía la toma de decisiones políticas" (Latapí, 2007: 58). Señala que tuvo que andar dos caminos para llevar a la autoridad "lo que la ie tenía que decir respecto a determinados temas de interés en la toma de decisiones, y también, aunque en menor grado, [llevaba] las preocupaciones del ámbito político al de la ie, sugiriendo estudios cuya necesidad o conveniencia percibían los funcionarios" (: 58).

La investigación bien hecha y sus derivaciones prácticas no suelen ajustar bien con las decisiones a tomar por parte de las autoridades, pues la actividad política tiene constreñimientos de los que el análisis lógico, analítico y la acción pausada carecen, aunque le sean propios otros, no menos filosos y duros, en torno a su coherencia y rigor.

Si el poder, consciente de sus limitaciones y posibilidades, no busca en la ie un espejo a modo, alabanza o justificación acrítica de su proceder, sino un insumo valioso para saber qué es lo que pudo hacer de haber sabido, o puede hacer tomando en cuenta otros factores en el futuro, y hasta emplearla buscando esclarecer lo que el funcionario quiere o la educación requiere, la relación entre la ie y los que mandan, respetando sus lógicas, puede ser, y hay testimonio de ello en el libro, fructífera.

Como hay dos lados en la interacción, un puente de comunicación inteligente a su vez impulsa, en los productores de ie, la posibilidad de construir mejores y más adecuados modelos de análisis, sobre todo los que tienen que ver con la complejidad del cambio: tan sencillo de enunciar en el papel, tan difícil de lograr en la práctica no sólo educativa. Esto conduce, creo, a que los investigadores podamos advertir, en el espejo que nos corresponde, lo inapropiado de la frecuente y pretenciosa reducción que hacemos al afirmar que es preciso realizar, sin dilación, determinadas acciones sin tomar en cuenta las circunstancias específicas.

A este tipo de relaciones, tensiones en los dos lados del espectro, comprensiones y desacuerdos remite el libro, de manera concreta en su caso, pero con sendero a la abstracción para los que leemos las diferentes formas de relación experimentadas por Latapí. Este logro del libro no es menor. Así como, volviendo a Weber, no se necesita ser el César para comprender al César, no se requiere ser Latapí para entender los dilemas y retos que sus interacciones con la autoridad —y los vínculos de los intelectuales con el poder como problemática antigua y recurrente— generan.

No es sencilla, se concluye, la relación entre la ciencia y sus cánones con la acción política fundada en la ética de la responsabilidad. ¿Posible? ¿Deseable? ¿Necesaria? ¿Cómo? ¿De qué depende? ¿Cuánto juega la personalidad del científico y del funcionario? En el escrito de Latapí sobra miga para pensar en todo esto y no es válido anticipar sus conclusiones: eso es tarea del lector.

Arriesgo, no obstante, un pronóstico. Si se es escéptico en torno a la posibilidad, ya no se diga fertilidad, de esta interacción, lo que se leerá pondrá en duda su posición pesimista y "desencantada", y si se es muy optimista, casi platónico al proponer que los gobernantes deberían ser filósofos, el testimonio de Latapí reducirá, con fundamento vital y reflexivo, sus expectativas. Enhorabuena en ambos casos. Porque así es la vida: más gris que blanco o negro.

La cuestión, al leer el trabajo, parece arrojar un resultado prudente: se puede proponer, desde el estudio riguroso, el umbral, el espacio de lo posible, pero no así la trayectoria específica. Depende de muchos factores que están en el sitio de lo impredecible, el factor de azar siempre presente y la pericia política que ningún modelo analítico puede precisar,

¿Qué piensa, y obtiene como saldo, el autor andante luego de estas décadas de relación, con papeles distintos —asesor profesional, asesor o consultor sin paga, invitado ocasional a conversar de "la situación educativa", crítico desde los medios impresos e indagaciones— con los señores del despacho de la SEP? :

Sus respuestas están en el libro pero, como se intenta mostrar ahora, conduce a reflexiones relevantes a quien lo lee. Por ejemplo: a la contradicción o al menos intrincado nudo intelectual y ético entre lo posible y lo deseable. Chesterton, agudo, sentencia: "Nunca lo mejor ha sido mejor que lo posible". De este modo, el político cuestionado por parte del indagador sobre la velocidad inadecuada para llevar a cabo alguna iniciativa suele responder, pragmático, que es necesario aprovechar la coyuntura. El estudioso insiste, apegado a su lógica, en que es necesario más tiempo antes de lanzar el gran programa o, al menos, ponerlo a prueba. Sí, sería bueno, pero no se puede; urge y no hay tiempo para planes pilotos acordes con un tamaño adecuado.

Al pensar en esta discrepancia, anoté como temas a pensar detenidamente los que siguen: ¿Siempre la premura, el ahora o nunca, comandará las acciones en materia educativa? ¿Cuál sería, si fuese calculable, el costo acumulado de los efectos indeseados de la prisa con la que se suelen poner en marcha planes y programas? No poco. Siempre, o casi siempre, las acciones necesarias a emprender en el espacio de la enseñanza ¿han de estar subordinadas a acuerdos políticos "más importantes" en otras esferas, como las que resultan de servicios electorales de los representantes gremiales del magisterio al poder en turno? Triste condena.

En otras palabras: ¿Sólo buscar, o resignarse a lo posible sin ensanchar los umbrales del cambio (reducir las expectativas a las reformas factibles y los avances marginales)? Resulta muy estrecho tal sendero.

¿Intentar, como decían los muchachos del 68, ser realistas y por ende buscar lo imposible? Tampoco cabe sin problemas, y serios, esta propuesta que suele ser expresada por los estudiosos como si no hubiera resistencias y complicaciones, como si se actuara en el vacío de intereses, múltiples actores, oportunidades no esperadas y ritmos variables.

Del libro se puede extraer una lección de sabiduría, tendiente al equilibrio inestable. Es necesario hacer, por una parte, política sin resignación, corriendo riesgos más allá de una prudencia paralizante, no virtuosa y, por la otra, ciencia sin autismo, que evite dar la espalda a lo pedregoso del camino, aunque por ello cese el aplauso fácil que proviene del público aficionado a la superficialidad.

Matizar, poner en duda la duda o desconfiar de un optimismo ingenuo; dar fe de la complejidad y los diversos niveles de la relación entre saber y poder se consigue al leer el libro. Su lectura, además, como en los abundantes textos del autor, es muy placentera por la forma y claridad de su lenguaje aunque, en ocasiones, y no pocas, cale lo que escribe, y cale más si cabe porque está bien dicho.

 

Segundo sendero: reconocer la trayectoria y sus valores

En la segunda vertiente mis comentarios serán breves pues el libro es también un ejercicio de sinceridad sobre la posición ética y política de origen del autor y sus ajustes y modificaciones posteriores: un hombre que no niega, reniega o esconde su génesis espiritual e intelectual y los cambios que ha requerido para serse fiel. No es usual que en nuestro país los intelectuales reconozcan su pasado sin vergüenza –con realismo y convicción, como hace Latapí–, pues dar cuenta de la evolución de su pensar, contradictorio y complejo, no viene bien a la imagen de la escultura que intentan construir, o al menos imaginan.

Latapí es cristiano: lo dice ahora y lo ha dicho. Esta condición, en un Estado laico, es tan respetable como la del agnóstico o del que profesa otra religión. Esa raíz, en su vertiente liberadora en este mundo, lo impulsa a la investigación comprometida con la equidad, pero no implica, por ejemplo, que el cee sea una entidad religiosa, ni caja de resonancia de empresarios, aunque se acuda a ellos en busca de recursos para sostenerlo, ante la sospecha gubernamental, más bien jacobina, de la imposibilidad de una contribución externa al Estado concebido como un "ogro filantrópico". En ese entonces, una organización no incluida en los límites del corporativismo autoritario resultaba harto sospechosa.

Concibe y se adscribe a una Compañía de Jesús involucrada con la esencia de una fe que no se escapa del compromiso con los desvalidos como eje central, lo que lo lleva a la noción de Iglesia que no es la de las jerarquías que reclaman más privilegios.

No se esconde. En el libro lo vemos en ese tránsito. Sus convicciones espirituales le llevan a posiciones no clásicas, y en buena hora críticas, de aspectos como el laicismo, valor que siempre ha defendido, pero no concebido como ignorar el fenómeno religioso en la historia de la humanidad. Sin ello, coincido con el profesor Latapí, no hay modo de entenderla.

Inicia con el reconocimiento de una fe profunda (ayer y hoy: actual) y que, de nuevo, no es escudo para sustituir el buen juicio, aprecio por el parecer del otro e indagación científica en su trabajo.

Latapí dialoga con quien quiera que esté ahí: no es ajeno a un buen sentido cristiano la apertura, al contrario. Reserva para sí los modos de discernir que recomendaba Ignacio de Loyola, pero no impone a nadie tal proceder. En el libro indica, al escribir, y entre líneas, que esta fe es patrimonio de su impulso, en efecto, mas no un elemento que sustituya el rigor de su trabajo, ni condición para confluir con quien no cree o cree de otro modo.

Declararse hombre de fe de manera abierta es importante. Al no imponer nada al reconocerlo y afirmarlo, sólo lo aclara: lo pasa en claro. Dice de dónde viene, pero se ha juntado con muchos caminantes de otros lados... y ha sido para bien.

 

Tercera pista: pienso, luego escribo, luego insisto

El tercer tema a tratar lo aborda Latapí en el libro de manera provocativa. ¿Para qué escribir en la prensa? Excélsior y Proceso dan cuenta, además de varias compilaciones, de su labor en este campo. Reconocer que al principio se busca enfatizar lo negativo sin aportar al lector una idea de la complejidad de los asuntos es un aspecto que destaca y que con franqueza reporta para sus inicios en el periodismo. Creo que habla por varios que nos hemos incorporado a ese oficio alguna vez. Es fácil simplificar, pero tampoco, considera, se resuelve el conflicto con atemperar la crítica. De nuevo, es cuestión de equilibrio, asunto de toma de decisiones específicas.

¿Quién lee al que escribe con periodicidad? Latapí no ha tenido empacho en correr los riesgos de hablar al poder, colaborar desde dentro de manera crítica, pero si no me equivoco, su trayectoria no se entiende de manera cabal sin la parte dedicada al periodismo. Un día le dijeron que el interés por lo que decía no pasaba desapercibido en palacio. Un viejo lobo de mar en las lides periodísticas le dijo, cuando el novato Latapí de entonces preguntó qué hacer: "Nada. O te mandan una auditoría de hacienda, o una canasta de Navidad". Ninguna llegó, sólo el mensaje. Y nítido: el poder observa, mide, procura o realmente amedrenta, intenta arropar o ni ve ni oye.

Si la educación tiene una mirada desde la ciudadanía, esa poca que lee, la que tenemos, es, en buena parte, por un intelectual que escribía de lo que sabía, no como ahora que la industria del "todo opino" nos va ganando. Creo que luego de una exploración a fondo de las implicaciones que ha tenido en su trayectoria ser asesor, interlocutor y crítico, la del periodista agudo, mesurado pero firme, me parece ejemplar: no porque se coincida siempre, sino porque de acuerdo o en desacuerdo, en virtud de ese trabajo se forma opinión pública. Sin ella, en ausencia de una sociedad que exija cada vez más con mejor información, la transición será siempre proyecto inacabado. Abrió el camino para que ahora más personas contribuyan, desde los medios, a cambiar la actitud frente al hecho educativo nacional. Eso, lo aseguro, ha hecho una diferencia.

Termina el libro con una pregunta fuerte: "Si al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar" –como dijo Machado–, ¿ha valido la pena lo andado hasta ahora? Sí, concluye, pero no por un descomunal impacto en la política: Latapí reconoce que su influencia ha sido variable y en ocasiones muy limitada. No es sólo con el poder con quien evalúa y sopesa su caminar: está la formación de investigadores, la construcción de instituciones para la investigación educativa, la creación de la primera revista latinoamericana en estos temas, la satisfacción de ser leído en el diario o la revista, aunque la  confección del artículo haya implicado diez versiones.

Lo advierto prudentemente satisfecho en esa multiplicidad de dimensiones laborales, pero sobre todo con una: haber andado ese camino, y el que sigue será así, con brío y ofreciendo a quien ha sido el caminante, a él mismo, lo que de la vida es preciso buscar a diario: sentido. Ese que no proviene, aunque pueda coincidir, con el parecer de los otros.

Para que este comentario cierre como es debido, igual que en el texto, el escribidor que ahora deja el teclado en paz puede decir que leerlo valió la pena; qué va, valió mucho a secas, pues pena, sinceramente, no hubo.

 

REFERENCIA

CASTAÑÓN, Adolfo (2008), "Pasado en claro", Revista de la Universidad de México, nueva época, núm. 51, mayo.        [ Links ]

WEBER, Max (1983), El político y el científico, México, Premia Editora (La Red de Jonas).        [ Links ]

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