Introducción
El motivo de este estudio responde a la inquietud de compartir tres relatos de viaje, datados en 1864,1 sobre el recorrido de un joven autor en partes de Colima, Durango y la Sierra Madre Occidental, que fueron publicados en 1904 entre los “Opúsculos” contenidos en Obras del Lic. Don Alfredo Chavero. Tomo I. Escritos diversos.2 La selección constituye una fuente histórica por las referencias al acontecer pretérito e inmediato de los sitios que el autor visitó, quien agregó a sus vivencias las descripciones geográficas y sus impresiones acerca de la gente, las costumbres, la economía, el gobierno, las construcciones locales, etcétera.
En este estudio presentaré el contexto histórico y una semblanza de Chavero, donde expondré nociones relacionadas con sus etapas de vida -manejando la teoría de las generaciones-,3e incluiré una visión de conjunto y una síntesis de los tres textos que elegí, los cuales analizaré desde una mirada historiográfica con el propósito de conocer cómo los creó el autor y destacar, entre otros, sus rasgos expresivos, explicativos e informativos.4 Me aproximaré además a “los relatos de viaje”, con base en las contribuciones de varios especialistas en ese género y/o en la categoría “literatura de viajes” para conjugarlas con ideas mías, así como con las de otros historiadores.
Iván Jablonka sostiene que al estudiar diversos tipos de literatura -como biografías, memorias, historias de vida, diarios íntimos, testimonios, relatos de viaje y otros, que rinden “cuentas de una experiencia”, trazan “el itinerario de un individuo”, “recorren un país en guerra”, etcétera- se revela cómo las ciencias sociales se involucran y hacen recordar cuán importante es “que la multidisciplinariedad invita a trabajar en las fronteras, a trocar las herramientas, cambiar de manera radical los hábitos, a cruzar diferentes enfoques en un mismo texto”.5
Un ejemplo son estos planteamientos: entre los rasgos fundamentales de los “relatos de viaje”, destaca Luis Alburquerque, cabe su carácter testimonial; este género “se mueve” en los confines “entre lo literario y lo documental o historiográfico”.6 Y, con respecto al uso y la distinción de dichos relatos “como fuente histórica”, Leonor García Millé propone que la historia y la literatura suelen ubicarlos fuera de sus límites, pese a que ellos constituyen un documento que brinda “una información del pasado” y remiten “a un tiempo, a un espacio ‘vividos por el viajero’ ”.7
Alfredo Chavero, quien, desde su horizonte cultural y momento histórico, entretejió sus escritos con los pensamientos y las sensaciones que le generaron los lugares donde viajó, manifestó y reiteró lo novedoso a sus sentidos, lo que se adentró a su persona; además, marcó la diferencia entre él y “los otros”. Las líneas a continuación le quedan “como anillo al dedo” a nuestro autor. Dice Luz Elena Zamudio: “en varios de los relatos, [el viaje] se lleva a cabo en el espacio interior del viajero -[y es] simultáneo a su viaje físico- que le permite crecer o destruirse, conocerse o expresar el conflicto en el que vive”.8 Y en su caso, Margarita Pierini afirma que: “el viaje es una de las circunstancias vitales en que el encuentro con el otro cobra un significado especial”. Esto se observa en la relación que el viajero establece con quienes resultan distintos a su cultura y sus “expectativas sobre lo que se debe ser”.9
Durante su trayecto hacia el norte del país, cuando acompañaba al presidente Benito Juárez, nuestro autor pasó por otros sitios que no mencionó: el 13 de mayo de 1863 partió de la capital de la república al Estado de México y visitó Michoacán, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Jalisco, Colima y Sinaloa.10 En aquel entonces, Chavero era un joven veinteañero quien, a esa temprana edad, se entregó a una causa por la que dejó su ciudad natal, su familia y su hogar.
Contexto histórico y semblanza del autor
En adelante, ubicaré al personaje en su tiempo y espacio, destacando ciertos aspectos “del viaje” que realiza durante su existencia, haciendo aquí eco de la sugerente frase de Tzvetan Todorov: “el viaje coincide con la vida, ni más ni menos: ¿qué es ésta sino un paso del nacimiento a la muerte?”.11
Las referencias biográficas sobre Alfredo Chavero no son pocas; entre ellas, caben las escritas por sus contemporáneos Vicente Riva Palacio,12 Ireneo Paz13 y Nicolás León;14 en particular, este último precisa su origen familiar y trayectoria como estudiante, escritor, orador, abogado, político, docente, bibliófilo, arqueólogo e historiador. Incluso, se enriquecen con capítulos librescos, folletos, artículos periodísticos de su época, noticias necrológicas del sujeto y otros materiales de primera mano, así como una herramienta mediante la cual complementamos los nombres de sus familiares;15 con una de las tesis citadas,16 y otras fuentes secundarias.
Alfredo Chavero Cardona vio la luz en la ciudad de México el 1o. de febrero de 1841 y ahí murió el 24 de octubre de 1906.17 Sus padres, el coronel José María Martínez de Chavero18 Miraval y María Gertrudis Cardona Burgos de Chavero19 procuraron su educación e inculcaron la fe católica en él.20 Era un niño cuando aconteció la invasión estadounidense en nuestro país (1846-1848); ingresó al Colegio de San Juan de Letrán, donde “alcanzaba siempre el primer lugar entre sus condiscípulos, y era el alumno aventajado que, en los desempeños de certámenes, justas científicas y actos escolares sabía poner en buen lugar el nombre del maestro y del aula en que cursaba”.21
Su alma mater, semillero de grandes plumas, fue relevante en su primera formación; en ella tuvo mentores, compañeros y amigos que despuntaron en las letras mexicanas. Entregado a la literatura y al estudio de las humanidades, Chavero empezó joven como escritor fecundo, reconocido por su prosa y poesía, así como por sus dramas publicados desde 1860 en Veladas literarias, El Federalista, El Siglo Diez y Nueve y otros, aunque estrenados algunos en los setenta.22
Chavero adquirió título de abogado en 1861 e inició al año siguiente su labor política y filiación liberal. En 1863, destacaba por cultivar la Historia23 y era integrante de una asociación filantrópica que auxilió a compatriotas aprehendidos o deportados por los franceses a Martinica.24 Y, junto con José María Iglesias, Pedro Santacilia, Francisco Schiaffino y Guillermo Prieto, redactaba en el periódico La Chinaca.25
Recordemos que habían ocurrido hechos por demás significativos en México: se promulgó la Constitución de 1857; transcurrió la guerra de Reforma (1858-1861), así como la Intervención francesa (1862-1864). Chavero participó en esta última. Había salido de la capital en mayo de 1863 con el presidente Juárez y parte del gabinete hacia el norte del país, ante el avance del ejército francés e intentando salvaguardar al gobierno de la república.26 León señala que aquél había recorrido los estados que mencioné al principio “con especiales encargos del Primer Magistrado”:
unas veces acompañando al caudillo […], y otras desempeñando comisiones importantes, […] sufriendo en esos viajes todas las penalidades consiguientes a la situación, penalidades que venían a aumentar las que hasta en tiempos normales sufre el que se ve obligado a viajar por nuestro extenso y poco poblado territorio. Yendo a Mazatlán fue aprehendido por los franceses.27
Desconozco cuándo quedó libre. El joven abogado dató los relatos de su travesía por Colima, Durango y la Sierra Madre Occidental en 1864. En cuanto a Colima, Servando Ortoll propone una interesante hipótesis:
Chavero vino por estos rumbos cuando la invasión francesa estaba en su apogeo. Quizá especulemos al decir que, aunado a su interés y admiración por la pródiga belleza de estos entornos, su presencia obedecía a la secreta intención de efectuar servicios de inteligencia o de establecer contactos político-militares en pro de las huestes liberales que radicaban fuera de las grandes ciudades […]. [Aquél] se cuestionó, creemos, […] qué decisión tomarían los colimenses, como pueblo, cuando se les pidiera tomar las armas contra los invasores franceses y en apoyo de los liberales.28
Tras el Segundo Imperio en México (1864-1867), encabezado por Maximiliano, este último año fue trascendental en la vida de Chavero: triunfó su facción y Juárez restableció el gobierno de la República. Casó con Guadalupe Rosas Soriano el 14 de enero de 1867 en la capital del país29 y se encargó de la redacción de El Siglo Diez y Nueve. Durante el lustro siguiente continuó apoyando a don Benito;30 además, empezó a despuntar como político y catedrático. Fue magistrado del Tribunal Superior del Distrito Federal; secretario e integrante de la Comisión del Código de Comercio; síndico del Ayuntamiento de México; diputado al quinto Congreso Constitucional por Tixtla, Guerrero; profesor de Derecho Administrativo en la Escuela Nacional de Comercio; presidente de dicho ayuntamiento; diputado al sexto Congreso de la Unión por la ciudad de México y gobernador del Distrito Federal.31
Al tiempo que ascendía en la administración pública, Chavero ratificaba su inquietud intelectual. Ávido de estudios -sin dejar la docencia y la pluma-, inmerso más en el mundo del arte y las humanidades, enriquecía con creces la cultura mexicana. Publicaba ensayos políticos, históricos, pedagógicos,32 y transmitía sus alcances en periódicos citados y a partir de 1869 en El Renacimiento con Ignacio Manuel Altamirano y Gonzalo A. Esteva, como editores; Ignacio Ramírez, José Sebastián Segura, Guillermo Prieto, Manuel Peredo y Justo Sierra, como redactores; y en ese semanario, Chavero colaboró con otros afamados literatos, amigos suyos: Manuel Payno, Vicente Riva Palacio, Enrique de Olavarría, Niceto de Zamacois, José María Vigil, Francisco Sosa, Juan A. Mateos e Hilarión Frías y Soto.
Desde fines de 1867 hasta inicios de los setenta, Alfredo participaba asiduamente en veladas literarias, tanto en casa de Altamirano donde “improvisaba composiciones que se mezclaban con música de piano” como en la suya. Además, él y Mateos habían dado de nuevo a las tertulias la sencillez que las caracterizaba.33
Parecía vivir tranquilo. No obstante, las pugnas entre sus correligionarios estaban a la orden del día; él mismo se opuso al presidente Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), por lo que salió hacia Europa y regresó a la caída del gobierno lerdista, para restablecer “su modesta fortuna, con el ejercicio de su profesión”.34 Chavero continuó ascendiendo en política al ser oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores y al ser electo diputado al octavo y noveno Congreso de la Unión, que le dio mayor prestigio; además, a partir de los años ochenta, a su fama de poeta, prosista, dramaturgo, autor de óperas, zarzuelas y sainetes, se aunó la importancia de su autoría en los estudios biobibliográficos, arqueológicos e históricos que produjo, como los del “Códice Chavero”,35 la Piedra del Sol 36y la elaboración de “Historia Antigua de México”, tomo primero de la obra historiográfica nacional México a través de los siglos (1882-1883), dirigida por Vicente Riva Palacio.
Aquí planteo varias ideas sobre la vida de nuestro personaje: desde sus treinta años hasta los del quindenio siguiente corría su edad de “gestación” durante la que había comenzado y destacado como literato, orador, docente, político e investigador. Después, de los 45 a los 60, la etapa de “gestión o predominio”,37 alcanzó el mayor éxito. Chavero estaba entre las personas de gran reputación que se distinguían de las demás; según González, por los honrosos cargos públicos que ocupaban, los “libros de fuste” que escribían, la fama de la cual gozaban.38
Cuando gobernaba en México su coetáneo y correligionario Porfirio Díaz (1877-1880, 1884-1911), Chavero amplió su horizonte, pues viajó tanto a Europa como a los Estados Unidos de América. Perteneció a sociedades científico-culturales mexicanas, incluso extranjeras, y, muy importante, Díaz confió en él para que representara a México en la Segunda Conferencia Internacional Panamericana; la Corte permanente de Arbitraje de la Haya; la Conferencia Internacional de Arqueología y Etnología Americanas; el Primer Tratado de Propiedad con España y el Congreso de Ciencias, celebrado en la Exposición Internacional de San Luis Missouri, entre otros.39
En su “mundo histórico”,40 el autor convivió con, trató o conoció a literatos, músicos, filósofos, científicos sociales, médicos, políticos, militares, etcétera, de edades diversas, quienes, incluyéndolo, constituían una minoría social, que había hecho del arte, la filosofía, la ciencia, la Historia y otras disciplinas que estaban en el centro de su interés. Ellos tenían una infraestructura auspiciada por el gobierno porfiriano, que impulsó su formación y desenvolvimiento. La plataforma integrada por bibliotecas, archivos, museos, academias, liceos, sociedades científico-culturales y demás instituciones permitió a Chavero -quien no dejó sus veladas literarias-, así como a otros individuos polifacéticos como él, interactuar, desenvolverse y entregarse al diálogo y a la polémica; de esta manera lograron transmitir los avances o hallazgos en sus investigaciones y compartieron sus métodos. Así se beneficiaron varias generaciones de dicha minoría y de otros estudiosos, y se reafirmaron los cimientos promotores del conocimiento en México.41
Conforme había corrido la adultez de Chavero y se acercaba a la vejez, “don Alfredo” gozaba del plácido ritmo de la “era porfiriana” en un país donde prevalecían “el orden, la paz y el progreso”. Había formado un grupo de amigos correligionarios, funcionarios, negociantes e intelectuales de la alta esfera juarista y porfiriana, como Joaquín García Icazbalceta, Manuel Orozco y Berra, Ponciano Arriaga e Ignacio Mariscal; los mencionados Ramírez, Iglesias, Prieto, Paz, Riva Palacio, León, e incluso el mismísimo Díaz. Su amistad con García Icazbalceta y Orozco y Berra, sin duda, influyeron en la entrega de Chavero al cultivo de una de sus disciplinas preferidas: la arqueología. Además, nuestro personaje se había integrado a la élite social;42 su reputación alcanzaba los ámbitos cultural, político y económico.
Respecto de sus recursos materiales, cabe plantear que su producción literaria y su desempeño como funcionario público le depararan cierta riqueza; asimismo, que haya heredado algún bien inmobiliario.43 Sabemos que antes de morir, en 1906, don Alfredo y su familia vivían en una residencia en la “Avenida Madrid número 27”,44 sita en la colonia de los Arquitectos -que ya contaba con todos los servicios-,45zona prestigiosa de la capital, aledaña a El Paseo de la Reforma, “promovido y embellecido” desde los ochenta “como un símbolo del triunfo liberal”.46 Conocemos además, que Chavero tenía una importante colección de piezas arqueológicas y una biblioteca que enriqueció al comprar los materiales de José Fernando Ramírez, que luego vendió en su mayor parte “al señor Manuel Fernández del Castillo con la condición de que nunca salieran de México, pero, sin cumplir su palabra, [Fernández la] puso en subasta en Londres”.47
Vale la pena mencionar un detalle interesante por el que pensé que don Alfredo era masón.48 Cuando su drama Xóchitl se estrenó en El Principal el 26 de septiembre de 1877, Gabriel Galza Talma, actor español y director de la compañía dramática que actuaba en aquel teatro, envió una invitación a Porfirio Díaz, donde le ofreció un palco. Galza se refirió a Chavero como el “eminente” autor de la obra y tanto al nombre de Gabriel como al de Alfredo los precedió con la letra “h.” y tres puntos “ ”, alusivos a “hermano” y a uno de los símbolos de la masonería.49
Veamos una selección de líneas sugerentes de Riva Palacio:
Chavero habla bien, es lógico, y su lenguaje es fácil y aliñado. Lo haría mejor si el timbre de la voz más le ayudara; pero buena voz y mucho rapé no pueden ser […]. ¡La arqueología y el drama! Les parecerá a ustedes título de comedia. Pues no señor, son precisamente las pasiones de nuestro amigo […]. En arqueología […] es terrible; ese calendario mexicano le ha sacado, como decían nuestros padres, canas verdes [sic].50
Asimismo, otra de Paz:
Alfredo […] ha sabido acopiar en su persona todas las cualidades que constituyen al hombre de mundo y de buena sociedad. Pocas personas han de haber merecido más distinciones que [él]. Su carácter comunicativo, […] y sencillo no le han despojado de esa aureola que prestigia a los hombres de valer.51
Y, por último, una de León:
Sencillo hasta la humildad, afable hasta el cariño, y siempre dispuesto a acercarse a todo aquel que le busca, seduce con sus correctos modales, atrae con su conversación amena, y deja huella profunda de su simpatía con su sinceridad y moderada franqueza. Sus viejos amigos […], le hallan siempre amable, cariñoso y sin veleidad […]. Con una firmeza de carácter poco común, domina su excesiva nerviosidad […]. Años ha, que íntimamente le trato, y con frecuencia, sin haber visto ni una sola vez que el “perfecto caballero” pase a ser hombre vulgar.52
Sus más allegados le decían “Chaverito”. Cuando falleció, tenía 65 años.53 La noticia de su muerte circuló durante varios días en periódicos nacionales y extranjeros,54 donde se le distinguió entre los sabios e intelectuales más connotados de su tiempo. Al duelo, presidido por don Porfirio, acudieron familiares, amigos, conocidos y algunos curiosos; después de que su féretro se trasladó a la Cámara de Diputados, cuyas sesiones se suspendieron dos días, los restos del renombrado personaje se inhumaron en el panteón del Tepeyac; además, la bandera nacional se colocó a media asta.55
Cierro el apartado con estas elogiosas líneas: “Alfredo Chavero estudió muchos años, trabajó sin descanso [...]; es más bien el cantor de una raza moribunda; su historia es el poema de la raza azteca. Debía escribirse en lengua mexicana su epitafio”.56
De los tres relatos de viaje
Recordemos que el joven viajero estuvo en partes de Colima, Durango y la Sierra Madre Occidental en 1864. En adelante, consideraré cómo plasmó lo que para él significaba estar en “un mundo nuevo”; asimismo, las referencias acerca de su posición liberal, creencia católica y crítica a la religión; el afán del sujeto por la Historia, la admiración a los aztecas y los clásicos; la preocupación por conservar las tradiciones populares locales; el orgullo al sentir “la grandeza de la patria”, etcétera.57 Seleccionaré pasajes y distinguiré los rasgos historiográficos de los textos, con base en las propuestas de Álvaro Matute, Evelia Trejo y Hayden White,58 entre otros, concibiendo los relatos de Chavero como “fuente histórica” -en cuyo examen aplicaré elementos del método historiográfico.
Angélica González Otero, por ejemplo, destaca que en los estudios de esos relatos “se han ignorado” recursos analíticos como los planos expresivo, estructural y lingüístico, y “la relación del relato de viaje con su contexto histórico”. Agrega que un aspecto teórico importante de la literatura de viajes es “el tema de la metodología de análisis” y que valdría la pena preguntarse: “¿cómo analizar relatos de viaje? ¿existe un método de análisis?”59 Sin ser especialista en dicho género y literatura, me atrevo a responder planteando que el examen de esos relatos va de acuerdo con el tipo de investigación que realizamos y no creo que haya sólo un método, sino varios. En mi asomo a los “relatos de viaje”, el ejercicio analítico ha llevado necesariamente a campos donde cultivan sujetos cuya formación es diversa -son literatos, filósofos e historiadores-, cumpliéndose así el carácter multidisciplinario que menciona Jablonka y que, al trabajar “un mismo texto”, ocurre un cruce de miradas distintas.60
Chavero escribió sus relatos con un estilo jocoso, muy agradable y los construyó mediante apartados breves que aligeran la lectura. El plano de la expresión es por demás atractivo: lleno de metáforas, sarcasmos e ironías, resulta claro, vivaz, cromático, ameno. El rasgo romántico, a la vez realista e ingenioso, fluye de la pluma del viajero. Señala Matute que: “El relato [histórico] tiene un inicio y un final […], una estructura, por más elemental que resulte” y conforme se hace “más complejo”, requiere de una manera de entramado “que puede ser épica o romance, comedia, tragedia o sátira”.61 En los textos de Chavero sobresale la comedia. White explica que, en ésta:
Se mantiene la esperanza de un triunfo provisional del hombre sobre su mundo por medio de la perspectiva de ocasionales reconciliaciones [sic] de las fuerzas en juego en los mundos social y natural. Tales reconciliaciones están simbolizadas en ocasiones festivas, que el escritor cómico tradicionalmente utiliza para terminar sus dramáticos relatos de cambio y transformación. Las reconciliaciones que ocurren al final de la comedia son reconciliaciones de hombres con hombres, de hombres con su mundo y su sociedad […].62
En su caso, Sofía Carrizo considera que:
Desde el punto de vista formal, es evidente en el discurso propio de un relato de viaje el papel preponderante que cumple la descripción […]. La suma de las descripciones que van dando cuenta de las características del itinerario es la estructura básica del relato y, mientras que las narraciones de la literatura de viajes empujan continuamente al receptor hacia la averiguación del desenlace, las descripciones del relato de viajes, por el contrario, van reteniendo la atención en virtud de sus características informativas o estéticas […]. Y hay que reconocer que ante los grandes relatos de viajes el receptor, embelesado con cada uno de los grandes frescos descriptivos, desea que el final no llegue.63
Chavero se expresa sin cortapisas y deleita a los lectores con múltiples, hermosas frases -que se antojan greguerías-:
El mar canta una epopeya, sin repetir jamás la misma estrofa […]. Esos pelícanos obscuros, que agobiados por su colosal pico se dejan llevar perezosamente por el movimiento de las ondas, nos han parecido siempre el pensamiento triste de los mares […]. No hay cosa más molesta que marchar hundiéndose en la arena de la playa […] va uno haciendo el más triste papel de cojo que puede imaginarse […]. [Las jóvenes] no adornan sus cabezas con flores; pero llevan en su cara un par de ojazos negros que despiden rayos tropicales, capaces de hacer derretir la misma frente de hielo del volcán de Colima.64
Las líneas del joven Chavero contrastan con el estilo denso de su posterior inclinación erudita, que Trejo caracteriza con el cultivo a detalle del conocimiento histórico: el erudito critica, colecciona, preserva fuentes escritas, copia documentos y se apega a ellos para manejar “datos verdaderos o positivos”.65 Esta tendencia la observo en buen número de los opúsculos en Obras del Lic. Don Alfredo […], que parecieran ser hijos de distinta pluma. Son rasgos historiográficos que, sin embargo, son del mismo progenitor, particularmente de los escritos en su etapa porfiriana.
Chavero, siendo modesto, califica su pluma como “débil”. Sin embargo, hace gala de sus dotes literarias. Se da a notar como el humanista, culto, sensible y sensitivo que es: plasma lo que a su paso mira, toca, escucha, degusta y huele; lo que le causa tranquilidad o pavor durante el itinerario. Maneja el método comparativo; suele dirigirse a los lectores en tercera persona del singular y plural. Además, concibe un carácter didáctico en la Historia.
Da cuenta de un tiempo -entonces presente-, en el que aún no llega la modernidad a la ciudad de Colima ni al puerto de El Manzanillo; en cambio, opina por qué la capital de Durango está adelantada. Observa la vida costumbrista, cómo trabajan los colimenses; subraya que “el pueblo” requiere educación y piensa que el gobierno debe tener más injerencia para impulsarla y mejorar las condiciones laborales. Ratifica la categoría de fuente histórica que confiero a los relatos de viaje que lega Chavero, por la información y la explicación que dan. Constituyen, siguiendo a Matute, una fuente “parahistoriográfica”, que enriquece la visión del acontecer inmediato.66
El viajero menciona a Goethe, Víctor Hugo, Juan A. Mateos y Constantino Escalante; dice que siente gran inspiración por las leyendas alemanas. Llama mucho mi atención cómo sustenta sus escritos: escucha lo que le dice la gente, datos orales que vierte en textos y a los que añade otras fuentes sui generis que encuentra durante su trayecto, como si le hablaran también los trinos de aves, los ruidos de otros animales, los sonidos arbóreos; lo que le sugieren los alimentos, las bebidas e indumentarias; los edificios civiles y religiosos locales, así como todo lo que percibe en un mundo distinto al suyo.
En los relatos, el autor sólo incluye una nota al pie que dice: “Histórico”. Transcribo el extenso pasaje donde la inserta porque alude a la creencia religiosa de Chavero y se trata de cuando los habitantes de la ciudad de Colima construyeron el primer teatro. Luego iré a cada relato.
El doctor Abad, uno de los jóvenes más apreciables que habitan en [ella], regaló para el teatro la paja de quince días de almuerzo de su caballo, y el techo quedó concluido. Ya no hubo más que un agujero de diez pulgadas de diámetro: pero surgió un genio desconocido, y lo tapó con un cántaro (i) [sic] que aún existe. El mismo genio fingió las paredes con petates. Gracias a él, los buenos habitantes de Colima tienen ya un teatro. A veces, cuando en el foro se representa algún crimen tenebroso, un petate se desprende y deja ver el manto estrellado del firmamento, y aquellos espectadores sencillos pueden decirse a sí mismos: no hay que temblar si vemos en la escena que el crimen triunfa, porque a través del petate hemos mirado la bóveda del cielo, que parece decirnos que hay un Dios que castiga la maldad [...] ¿Quién […] no exclamará con nosotros: ¡gloria a ese genio desconocido!?67
“El Manzanillo”
Está armado con doce apartados. Antes de llegar al puerto, sito en Colima, Chavero observa los bosques espléndidos que bordean el camino; los palmares que forman “los más bellos mosaicos de sol y sombra”; “los preciosos pueblos” costeros; las casas de tejas con portales y hamacas que van quedando atrás. Siente “una tristeza invencible y profunda” al llegar al borde de la laguna de Cuyutlán: diez leguas putrefactas, de miasmas, “inoculan el mal al pasar”. Sin embargo, agrega, “tiene sus encantos”. Escucha “el tumbo inmenso del mar con solemnidad”, ruido nunca monótono, que siempre fascina. Aprecia en la noche cuán agradable es pasar frente al pueblo de Cuyutlán e informa que los trabajadores sacan más bien de la laguna la famosa sal de Colima. Mira las luces de las chozas y se imagina una escena que toma “aspecto fantástico de leyenda alemana”.68
Conforme avanza, el viajero distingue el clima cálido, la fauna y la flora, la bahía de El Manzanillo. Le fascinan el mar, su sonido, movimiento y color; las mujeres por su belleza, vestimenta y comportamiento. Registra cómo los locales satisfacen las primeras necesidades. Se refiere al “magnífico y voluptuoso calor [que] no les exige la esclavitud de trajes y modas”; al alimento que pende de los árboles; a los cocos que mitigan la sed; a quienes se columpian en una hamaca “teniendo por horizonte un mar sin límites, de espléndido manto azul que [se] mueve sin cesar”. Señala la diferencia que hay entre ricos y pobres, la que existe también entre los otros y nosotros, los hombres de las ciudades.69
A Chavero le llama sobremanera la atención la limpieza de los habitantes, la indumentaria de las jinetes y de aquellas que asisten a fiestas profanas. Se propone “pintar” la originalidad de estas festividades, examinar las costumbres y los bailes. Entonces trata una corrida de toros; describe la conducta femenina durante la función; también algo propio y raro de ellas: “huyen de un toro que no las puede alcanzar, y se van a arrojar en los brazos de un hombre más temible que el toro”. Menciona que no hay una plaza para la corrida “como la de nuestra capital”; luego se remite a los griegos y los romanos para comparar el espectáculo y concluir que, por lo que observa al momento, “los toros han venido a ser un progreso en la historia”.70
En relación con la economía, el viajero resalta, además del comercio de la sal, el atraso en la infraestructura local porque no hay ferrocarriles, ni un muelle, ni un camino carretero; aclara que los viajes se hacen en mula o a caballo y hace saber que: “hoy tocan en [aquél] dos líneas de vapores: la de Panamá, y otra especial establecida en virtud de una última concesión del Gobierno”; que algunas empresas han tenido la intención de construir un puerto, pero los cosecheros de sal lo han obstaculizado. Para Chavero, El Manzanillo no es un paraíso. Sin embargo, “está llamado a ser de una grande importancia”, pues le espera un mejor futuro.71
En los tres relatos, el autor destina líneas a las enfermedades que padecen los locales y deja claro que el puerto requiere atención en la salud. De acuerdo con Ortoll:
[Chavero] reconoce como un mal el gusto exagerado de los de El Manzanillo por las fiestas y las actividades lúdicas. […] Según él, el gobierno apenas si actuaba post mortem; es decir, una vez que resultaban varias muertes de muchachas que, bailando día y noche, caían rendidas sin poder recuperarse.72
El mismo Ortoll reconsidera la posible visita del viajero al puerto como espía, pues informó sobre “las rentas que pueden extraerse con relativa facilidad de la aduana de Manzanillo”, “las posibilidades de defensa […] en las costas del Pacífico mexicano” y comunicó haber visto “un buque de guerra” en la bahía.73
En este primer relato, hay pasajes que sugieren las metas del proyecto liberal: el estímulo al progreso, a la economía, la salud. Chavero piensa que el gobierno es el encargado de instruir al pueblo y aprecia que la historia enseña cómo gobernar: “no con teorías, sino con filosofía práctica”. Luego, el autor cierra refiriendo cómo la gente habita en Manzanillo, qué necesita y qué le depara el futuro: “Aquellas gentes viven en la libertad y […] el placer; es preciso que [residan] en la comodidad y en los goces tranquilos de la civilización”. El puerto “está abierto a un porvenir grande”, para lograrlo requiere “paz y abundancia”.74
“Colima”
El segundo relato contiene dieciséis apartados y, comparado con los otros, es el más extenso y generoso. Proporciona una rica información histórica, explicaciones sugerentes e ideas críticas alusivas al tiempo del viajero. Cito a White, quien, aunque se refiere al escrito de un historiador, me permite enlazar sus líneas con el plano explicativo del texto -como fuente histórica-, y que recuerdan lo antes dicho por Matute sobre la estructura:75
El lector, en el proceso de seguir la narración del historiador, gradualmente va dándose cuenta de que el relato que está leyendo es de cierta clase y no de otra: romance, tragedia, comedia, sátira, épica o cualquiera otra. Y cuando ha percibido la clase o tipo al que pertenece el relato que está leyendo, experimenta el efecto de que se le están explicando los acontecimientos del relato. Al llegar a este punto no sólo lo ha seguido [sic] con éxito, sino que se ha apoderado de su sentido, así como también lo ha comprendido [sic].76
En principio, Chavero describe el entorno urbano y destaca los volcanes, resaltando que no se puede recordar el lugar sin hablar de aquellas montañas “viejas como el mundo”, de esos “dos conos” a los que los locales llaman “volcán de nieve” y “volcán de fuego”. Se considera a sí mismo “un extranjero” en la ciudad, a la que valora como: “una virgen que duerme en un bosque de plátanos y de palmas, a la falda de sus dos volcanes”.
Y agrega que “la rodean hermosas huertas”, donde “se cultiva su famoso café” y que no hay otra cosa más deliciosa “que pasear en la tarde, [cuando] las jóvenes sacan a la acera de la casa […] sus sillones, y allí forman tertulias con sus amigas y […] conocidos; […] en un solo paseo […] se conoce toda la población”.77
El autor realiza un repaso histórico de la urbe desde la antigüedad hasta cuando con la Constitución de 1857 se le reconoció como capital del estado homónimo. Explica por qué Colima prospera día con día: cuenta con un comercio muy activo, casi todo en manos de alemanes; sus haciendas producen maíz, arroz, cacao, frijol, café, añil, caña de azúcar y otros frutos. ¿A qué se debe su fama? Sobre todo, a la sal y la abundancia de maderas. Luego augura que será “poderosa, si no se hunde antes por un terremoto o la cubre la lava de sus volcanes”.78
Chavero registra el número de habitantes, se refiere a las costumbres religiosas, los bailes, la plaza pública, el teatro, los baños públicos, la seguridad urbana, la curiosa manera de construir las casas, la fábrica de mantas, etcétera. Remarca los contrastes sociales al observar cómo viven los comerciantes alemanes u otros ricos, a diferencia de la gente modesta y pobre. Se expresa sensiblemente de las mujeres, como cuando escribe sobre las obreras de aquella fábrica.
Jamás hemos podido contemplar sin enternecernos esas fábricas en que jóvenes obreras forman una deliciosa colmena; allí, limpias, elegantes, coquetuelas [sic], trabajan y sonríen alumbradas por el sol del cielo y por la virtud […]. Esas niñas, tal vez condenadas a la miseria, y con la miseria a una vida de perdición, son felices, se han hecho superiores a su sexo bastándose a sí mismas, y cuando trabajan parece que de sus espaldas brotan alas blancas de ángeles. El trabajo las ha redimido de la esclavitud […] y del vicio. El trabajo es el primer redentor.79
El viajero critica una condición de los mexicanos: su ignorancia sobre la historia patria es “interesante y original”, pues más estudian culturas antiguas europeas y asiáticas que indagar quién fue Quetzalcóatl. Luego, con optimismo agrega:
[...] hemos visto con indecible placer, que nuestros literatos han vuelto los ojos hacia su país, que por todas partes se levantan las letras mexicanas, y que novelas, poesía, historia, todo se ocupa de México, y ya tales obras no son recibidas con desprecio sino leídas con avidez. En este renacimiento queremos poner nuestro grano de arena.80
Su censura, no obstante, continúa al tratar las costumbres y prácticas religiosas locales; las compara con las de la ciudad de México y las del país entero; intenta explicárselo e invita a la reflexión: en Colima “ya no existían”, supimos de ellas “porque nos las contaron”.
Si se reflexiona un momento, no podrá menos de impresionar la prontitud con que [se] han olvidado las prácticas religiosas de tres siglos. Esto se nota en nuestra capital […]. Nuestros pueblos no han tenido verdaderas costumbres religiosas; éstas no se arrancan con una ley; después de siglos todavía subsisten. [Ellos] no han tenido tales costumbres, porque no han tenido religión. Les fue impuesta por los conquistadores, y las han practicado maquinalmente, sin hacerse de ella una costumbre del corazón. En […] 1864 había ya en Colima una indiferencia palpable […]. Hemos visto pasar […] Semana Santa, como […] cualquiera otra semana.81
Y al referirse a una costumbre, no exclusiva de Colima, en torno a la muerte de un pequeño, Chavero reafirma su posición crítica: una idea “muy antigua de todo el pueblo bajo de nuestra República” es que hacen “bailes o ‘velorios’ a los niños cuando se mueren. El corazón sufre al ver un niño muerto, una familia desolada, y esa alegría ficticia [ha sido] impuesta por los errores de las creencias”.82
En la exposición destaca lo que el viajero prescinde de escribir: “Histórica ha sido también Colima en nuestras guerras civiles; pero no es nuestro ánimo narrar tales sucesos”.83 Frase que hace sentido con esta otra de Carrizo: “en los relatos de viaje, resulta fundamental observar detenidamente qué aspectos recoge cada descripción. Y, asimismo, qué aspectos calla”.84
“La sierra de Durango”
El tercer relato, constituido por diez apartados, trata sobre la travesía que realiza Chavero yendo a lomo de mula y en caravana hacia ese lugar, cuyo escenario le permite describir una contrastante visión geográfica física del paisaje y, viajando a través del tiempo, deja una información histórica somera de Durango. Nuestro autor aclara que la cabecera y el estado son homónimos; menciona que la antigua Guadiana fue capital provinciana de la Nueva Vizcaya y al referirse al acontecer presente, distingue que la urbe es de las “más adelantadas del interior” de México; la ubica “a las márgenes de un río”, al pie del cerro de Mercado, famoso por ser “todo de fierro” y porque constituye “una de las riquezas que el porvenir reserva a nuestro país”.85
Chavero guía sobre cómo llegar a ciudad Durango: “hay que atravesar el desierto, cuya soledad custodian los indios bárbaros”. Aprecia a los capitalinos por su simpatía y porque son “tal vez los más hospitalarios” del territorio nacional, además por cómo visten y se divierten: “allí, después de mucho tiempo, volvimos a ver el espantoso sombrero negro, que nuestra gente del pueblo ridiculiza tan bien con el nombre de sorbete”. Los locales “hacen gala de vestirse [como] si estuvieran en México”; su vida pasa en bailes y conciertos. Sus casas son bajas, cómodas, amplias; las construcciones religiosas, hermosas. Hay un teatro, una plaza de toros, un baño público y “no sabemos cuántos edificios públicos más, porque apenas pasamos por la ciudad”.86 Después, Chavero rescata un “hecho original” y opina sobre Dios:
Todos saben que Durango es la tierra de los alacranes, y que al año se matan millares [...]: el ayuntamiento paga a los muchachos un tanto por cada docena que entregan; los presentan vivos dentro de una botella. [...] Ningún joven enguantado, ninguna dama, [...] se atreverán a llamar con su mano a la puerta, de miedo de encontrarse con la lanceta venenosa [...]. Ningún viejo solterón se atreverá a acercar sus labios a la reja para besar la mano de su amada, de temor de encontrar en el frío hierro [las] temidas antenas. Pero mientras a la luz de la vela la rica señorita ve entre sus almohadones […] si se oculta el terrible [arácnido], el pobre de la orilla del río duerme tranquilo […]. Esto nos convenció de que definitivamente el Dios de los cielos era un buen demócrata.87
El autor registra lo áspero de la naturaleza; consigna los altos y avances del grupo viajero y compara los escenarios con otros europeos, por ejemplo: los desfilados serranos de Durango con los Alpes, que son “más hermosos” y “peligrosos”. Atiende el momento cuando se despliega el camino “por la falda de la magnífica Sierra Madre” y al verse “por primera vez en el verdadero desierto”, expresa que el corazón les “palpitaba de un modo inusitado”, a lo que agrega que “allí se comprende la magnífica imagen de Víctor Hugo, allí se conoce que la naturaleza es una Biblia abierta”.88
Su narración, llena de sensaciones ante el peligro que acecha, además de subrayar la presencia de “indios bárbaros” o “apaches” de la región norteña, refiere cómo se resguardan los viajeros: levantan tiendas de campaña y la tropa establece “su campo militar con sus centinelas de avanzadas”, algo “indispensable para evitar los ataques nocturnos de los apaches”. Chavero indica la necesidad de atravesar la sierra “con piezas de grueso calibre”, pues aquéllos no atacan si se tiene cargado el rifle. En principio, dice, se reunió una caravana de más de 200 personas; unos iban a Mazatlán y se embarcarían a San Francisco; otros “éramos peregrinos de la emigración” de Durango capital; viajaban también varios comerciantes y arrieros; “nos acompañaba una fuerte escolta de infantería que custodiaba una conducta de plata”. Y aquí sugiere parte de la problemática circunstancia bélica del país: “jefes y oficiales […] marchaban al lugar que les destinaba el Gobierno para pelear contra la intervención”.89
A las sensaciones de intranquilidad e incomodidad por los bárbaros, lo escabroso del trayecto y el excesivo frío, Chavero suma otras que “forman el encanto del viaje”. Muestra nuevas emociones cuando mira ambos lados del sendero, donde hay cruces clavadas en el terreno, “osamentas humanas esparcidas por todas partes”, “despojos del hombre […], descarnados”, que dicen al transeúnte “el peligro en que se encuentra” y no evitan sentir pavor. Al llegar a lo más alto de la sierra, el viajero siente que “el aire es tan delgado, que apenas se puede respirar; el horrible frío hace que las botellas de agua se revienten. Los caminantes llevábamos cada uno dos sarapes, e íbamos tiritando”; luego agrega: “el sol está triste y amarillento, parece [tener] tisis”. Y aquí, el viajero brinda un dato histórico antiguo de los mexicanos: en la cima, “el corazón entonces siente un aliento inmenso que llena todo aquello que se ve vacío: a este aliento lo llamaban los aztecas Teotl”.90
Noto un giro de 180° cuando Chavero describe qué percibió cuando miró el rancho “de los Coyotes” -han vuelto el bienestar y la tranquilidad-.
Esto lo atribuye a que el hombre nacido “para la sociedad y la civilización”, al ver “el penacho de humo que escapa de la chimenea de alguna habitación, se siente otra vez en su campo de acción”. Para el relator, ese humo es “señal de la existencia, […] la bandera que ondea sobre la ciudad, y que muestra a lo lejos el lugar del descanso, el hogar de la familia, la grandeza de la patria”. Nostálgico y romántico, Chavero muestra una postura sugerente contra la religión: tras considerar a los ocotes que forman hileras de columna en la sierra, piensa que “dieron idea” para construir catedrales y entonces plantea: “Si el catolicismo resiste todavía en la segunda mitad del siglo XIX a los embates de la inteligencia y del progreso, [se debe] a que es una religión que alucina enteramente la imaginación”.91 Llega a Tierra Caliente, después del azaroso trayecto. Y así termina el relato del viaje a la sierra de Durango, que duró ocho días.
Conclusión
Analizar los tres relatos de Chavero fue una gran experiencia. Desde una mirada historiográfica, distinguí en ellos sus características expresivas, explicativas e informativas, entre otras, y si bien mi aproximación a las reflexiones e ideas sobre “relatos de viajes” no tuvo el propósito de profundizar en ellos, sino conjugarlas para completar el trabajo, parte de la riqueza adquirida es el avance al haber “cruzado”, desde mi perspectiva -“los distintos enfoques”-, las líneas de especialistas o interesados en aquel género y en la categoría “literatura de viajes”.
Gracias a los textos seleccionados conozco más del autor en su edad temprana y, sin duda, continuarán enriqueciendo como fuente histórica a otros lectores. Llaman mi atención, las siguientes ideas de Todorov:
[…] El descubrimiento que el narrador hace del otro, su objeto, el lector lo repite en miniatura, con respecto al narrador mismo; el proceso de lectura imita, en cierta medida, el contenido del relato: es un viaje en el libro. Esta distancia entre narrador y lector no puede fijarse con exactitud; pero yo diría, para marcar el límite, que por lo menos hace falta una generación que separe a los lectores de los autores.92
Alfredo Chavero Cardona habitó casi siempre en la gran capital de la república y más de la mitad de su vida transcurrió cuando hubo condiciones adversas en México: rebeliones campesinas, convulsiones internas de liberales contra conservadores, guerras con el exterior, pugnas entre correligionarios, a las que se sumaron enfermedades, pobreza, inseguridad, analfabetismo, hambre e injusticia. Fue afortunado al cubrir sus necesidades primarias; al tener una notable inteligencia, estudios e incluso una profesión; también porque pudo desempeñarse como literato, abogado, docente y funcionario público al tiempo que manifestó su patriotismo y su postura política e ideológica.
Le afectaron la intervención francesa -no sólo porque lo privó de su libertad- y el Segundo Imperio, porque provocaron una guerra al ir en contra del gobierno de la república, de la soberanía nacional. Asimismo, lo perjudicó el conflicto con gente de su propio bando, que lo llevó a salir hacia Europa. Regresó y gradualmente encajó bien en su siguiente etapa, pues se integró a la minoría social que gozó de los privilegios establecidos por el régimen porfiriano. Vivió tranquilo y falleció un lustro antes de la caída de Díaz.
Destacado escritor e intelectual, amante del arte, la arqueología y la historia, entre otras disciplinas, temprano abrevó de los clásicos, de la literatura moderna europea, así como de los códices antiguos y la historiografía mexicanos. Siendo adulto y persona mayor, continuó su posición liberal, su carácter humanista y la inquietud por seguir contribuyendo a las letras y a las otras mencionadas disciplinas y, ampliado su horizonte, tendió a ser un autor erudito, cientificista. Poco antes de morir, vio publicado el libro de su autoría donde aparecen, entre varios opúsculos, los tres relatos de viaje escritos cuando cumplía una misión, siguiendo a su admirado Juárez, dispuesto a colaborar a favor de la república. Chavero era entonces un muchacho célibe, que se sintió como un “extranjero” en los sitios donde viajó. Con bellísima prosa, conjugó comedia con la trama; se valió de metáforas e ironías; contextualizó sus argumentos y manifestó su ideología liberal.93 Finalmente, pienso que además de relatar lo que percibió en los viajes, el autor reveló su nacionalismo y se perfiló como un viajero en el tiempo y el espacio. Eso que hacemos cuando vamos al pasado, a otros lugares y regresamos a nuestro punto inicial.