Introducción
La reivindicación de los derechos de la niñez no suele asociarse con el entramado político-cultural del comunismo mexicano. Sin embargo, un examen detallado de las preocupaciones del Partido Comunista Mexicano (PCM) devela que esta lucha fue impulsada decididamente en la última parte de actividad del partido, un importante actor de la izquierda mexicana durante el siglo XX. En este artículo presentamos la trayectoria de una organización que los comunistas mexicanos lanzaron con la finalidad de ampliar la perspectiva de los derechos de la niñez hacia finales de la década de 1970 y el comienzo de la década siguiente; se trata de la Unión Nacional Infantil (UNI).
Esta iniciativa se enmarcó en un impulso mundial de promoción y defensa de la niñez, encabezado por la Organización de las Naciones Unidas en el marco general del despliegue de los derechos humanos. No es casual que en el contexto del autoritarismo sociopolítico que se vivió en México durante el siglo XX fuese la izquierda comunista la que recogiera este tipo de demandas. La explicación se encuentra en que, ante el modelo corporativo que restringía espacios de despliegue de la democracia y de ejercicio de derechos, la izquierda comunista apeló durante las décadas de 1960 y 1970 a una mayor apertura democrática y a un ejercicio de derechos políticos en clave universal.
Desarrollamos nuestro trabajo a partir de tres segmentos. En el primero, se expone un conjunto de elementos que apoyan la comprensión de la historia del PCM hasta su desintegración en el año de 1981; ello para encuadrar el contexto de emergencia de una organización abocada a los derechos de la niñez. En el segundo segmento, se reflexiona sobre los derechos sociales y la perspectiva democrática que la izquierda mexicana desarrolló en las décadas de 1970 y 1980 en lo que hemos denominado un proceso de modernización al interior del comunismo. En el tercer segmento, se aborda la experiencia de la UNI remarcando sus principales objetivos. En este punto la investigación se apoya en los recursos documentales que se encuentran en el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista, A. C. (CEMOS) y en una entrevista realizada para esta investigación a Martha Recaséns, fundadora de la UNI.
En el plano general, esta propuesta hace parte de una reconstrucción de los distintos recovecos de la historia del comunismo mexicano y en lo específico se ocupa del PCM, corazón de los esfuerzos organizativos de la izquierda. Se trata de una valoración de la experiencia partidaria que supuso un compromiso con la perspectiva democrática, dentro de un horizonte estratégico de transformación social y política. Como es expuesto, la vinculación del PCM con la temática democrática fue persistente en el ocaso de la organización y este ánimo quedó afianzado en la conformación de la UNI.
Reconocemos la existencia de una importante literatura en torno a la historia del PCM; no obstante, marcamos distancia de ella, en la medida en que nuestra propuesta es intensiva y no extensiva. No se ofrece un panorama de los avatares del partido, en su lugar se alude a un momento particular de su labor. A continuación, se apuntan las principales obras que sirven de referencia para lograr la meta de hacer notar que existen puntos ciegos en el análisis del periodo en cuestión. En la primera línea de lectura, valoramos, la obra de Barry Carr,1 pionera en el seguimiento de la izquierda mexicana a lo largo del siglo XX. Junto a ella, los trabajos de Elvira Concheiro, quien ha desplegado argumentos para sopesar tanto los momentos de marginalidad como los de vanguardia de los comunistas.2 Asimismo, recuperamos la compilación preparada por Carlos Illades, que permite acceder a temas contemporáneos, como lo son la renovación teórica y el papel de las prácticas culturales desde 1970.3 En una perspectiva más focalizada, las producciones de Verónica Oikión y de Gloria A. Tirado Villegas permiten comprender la acción de las mujeres dentro del PCM, a partir de los ejemplos de “Cuca” García y la “Chata” Campa.4 De igual forma, las elaboraciones de María Guadalupe Moreno González presentan un balance regional de las actividades del PCM en el estado de Jalisco.5
Además de estos textos, la mayor parte de la bibliografía disponible se concentra en las primeras décadas de vida del PCM, es decir, las de 1920 y 1930, caracterizadas por la creciente intervención pública del partido y el aumento de su influencia, especialmente durante el cardenismo. Entre estas obras, destacan las que atienden temas como: el lugar de los artistas en la vida política,6 los conflictos en el mundo agrario,7 el emplazamiento de la política de “unidad a toda costa”,8 el papel de las publicaciones que evidencian que “editar fue militar”9 y la fundación de la Confederación Sindical Unitaria de México.10 Finalmente, la indagación de Horacio Crespo explora la política de la década de los años cincuenta a partir de la consigna de la paz, sostenida por los militantes en concordancia con el “movimiento comunista internacional”,11 mientras que entre los documentos que centran su análisis en las décadas de los sesenta y los setenta sobresalen las memorias de Valentín Campa -líder histórico del PCM- y el libro de Juan de la Fuente dedicado al Frente Electoral del Pueblo y su vínculo con la Central Campesina Independiente.12 Mención aparte merecen los trabajos de Arnoldo Martínez Verdugo -último secretario general del PCM-, quien estableció hipótesis sobre el nacimiento, desarrollo, crisis y transformación del partido en clave democrática.13 De estos estudios, ninguno aborda de manera puntual la participación de los niños en el movimiento comunista.
Crisis y renovación
Fundado en 1919, el PCM tuvo durante sus primeros años de vida una agitada labor que se movió entre una versión anarquista de la acción política, su carácter de sección mexicana de la Internacional Comunista, la influencia de las versiones antiimperialistas y latinoamericanistas, así como una vinculación con los movimientos obrero, campesino y popular desde los que se encararon múltiples contradicciones y tensiones generadas por la consolidación del aparato estatal posrevolucionario. A este respecto son ilustrativas algunas experiencias con perspectivas radicales, como la organización de los inquilinos, las Ligas de Comunidades Agrarias y el propio agrarismo. El PCM es parte de la historia política de la nación, incluyendo los vaivenes de los años posteriores a la guerra civil. La década de los años veinte fue la del dominio del grupo sonorense con Álvaro Obregón (1920-1924) y Plutarco Elías Calles (1924-1928) a la cabeza. Aquel periodo de inestabilidad general propició un entorno de incertidumbre para la joven organización comunista en forja de su identidad. A partir del “Maximato” (1928-1934), las dificultades se acentuaron, pues el partido pasó a la “ilegalidad” y sus militantes fueron presos de una oleada de represión que se extendió hasta la primera mitad del decenio de 1930.
El inicio del sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940) permitió a los comunistas salir de la clandestinidad y extender su capacidad de movilización a una escala hasta entonces desconocida, pese a que inicialmente se mostraron reticentes a colaborar con el general michoacano. La creación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en 1936, la Guerra Civil Española y el papel de la Unión Soviética en el conflicto que se avecinaba de cara al fortalecimiento del fascismo internacional permitieron que la influencia del PCM, afincada entre los intelectuales, artistas, ferrocarrileros y profesores, se ampliara hacia otros sectores de las clases subalternas, como los petroleros, los panaderos y los taxistas.
Cerrado el capítulo del cardenismo, el PCM enfrentó de manera desigual el giro “derechista” de los gobiernos de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y Miguel Alemán Valdés (1946-1952). Éste fue un tiempo de crisis, pues los comunistas no configuraron una identidad propia ni se consolidaron como una fuerza independiente. Amén de existir numerosos procesos de expulsión y purga, comenzando con los de Hernán Laborde y Valentín Campa, excluidos en 1940, tras su negativa de participar en el complot que terminó en el asesinato de León Trotsky. Siguieron las expulsiones de cuadros medios o dirigentes como Carlos Sánchez Cárdenas, José Revueltas, Mario Gill y Miguel Ángel Velasco. Algunos de los militantes comunistas que fueron apartados formaron en la década de los años cincuenta el Partido Obrero Campesino de México.14 El colapso ideológico del comunismo se desató en dos frentes: por un lado, en la defensa irrestricta de la Unión Soviética y su política por la “paz”; y por otro, en la subordinación a la “ideología de la Revolución mexicana”. Esto último llevó al PCM a apoyar la candidatura de Alemán en 1946 y la de Vicente Lombardo Toledano en 1952. Hasta 1958 presentaron una candidatura independiente, la del exzapatista Miguel Mendoza López. Para el partido, fueron años de debilitamiento, de represión gubernamental y de la pérdida de influencia en el movimiento obrero y campesino. Los conflictos internos estallaron en los años 1956 y 1957 y tomaron fuerza con la represión estatal al movimiento ferrocarrilero entre 1958 y 1959. A esto se sumaron las consecuencias del proceso de “des-estalinización” arrancado en la Unión Soviética en 1956, que favoreció que la conducción mexicana encabezada por Dionisio Encina fuera sustituida por una dirección colectiva liderada por Martínez Verdugo.
La convulsa década de los años sesenta fue la antesala de preparación para la máxima renovación de la izquierda política en México. Así, el tema de la democracia se volvió central, junto a la renuncia y la crítica de la cada vez más desacreditada “ideología de la Revolución mexicana”, todo lo cual permitió la configuración de un nuevo sentido dentro de la cultura comunista. El cambio de dirección permitió una renovación que vino de la mano de figuras como Valentín Campa -quien fue readmitido en el partido-, Gerardo Unzueta, Encarnación Pérez y el ya mencionado Martínez Verdugo. Su participación en el Movimiento de Liberación Nacional en 1961 y el impulso al Frente Electoral del Pueblo en 1964 son muestra de la tendencia democrática que comenzó a surgir en su programa. Por su parte, el movimiento estudiantil de 1968 y la posterior emergencia de las opciones armadas de lucha, no amainaron el espíritu democratizante, aun a pesar de la ascendente represión. El PCM no condenó la lucha armada, aunque tampoco se adhirió a ella, mantuvo una estrategia que apuntaló la reforma política como apuesta para la lucha legal de las izquierdas. En el represivo clima en torno a la elección presidencial de 1970, los comunistas optaron por abstenerse. En 1976 lanzaron la candidatura independiente y, sin registro, de Valentín Campa. De acuerdo con los cálculos del PCM, se obtuvieron más de un millón de votos.15 Un aire liberalizador llegó en 1979 cuando el primer grupo parlamentario de izquierda se instaló en la Cámara de Diputados, lo que direccionó un proceso acelerado de renovación, el cual concluyó con la disolución del PCM al integrarse con otras organizaciones, fundando el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) que postuló a Martínez Verdugo como su candidato en las elecciones de 1982.
Nuestro interés se centra en estos últimos años, cuando se legalizó el partido y se pugnó por la obtención de derechos electorales. Se labró, así, una concepción de la democracia ligada a derechos políticos plenos, que no se limitaron a las clases subalternas tradicionales y se ampliaron hacia otros sectores de la sociedad. Es este el contexto que explica la emergencia de la UNI, cristalización de la impronta del comunismo mexicano por abrir resquicios organizativos que democratizaran a la sociedad.
La modernización de la izquierda mexicana
La historia del comunismo mexicano estuvo atravesada por diversas situaciones que lo colocaron en un escenario de excepcionalidad. La más importante es la de ser una organización que nació y maduró en un ambiente signado por una revolución que, a la postre, generó un Estado autoritario que se asumía como heredero de ese proceso. El PCM buscó eludir esta situación a partir de la década de los años sesenta, modernizando su programa. El cambio más destacable fue la ruptura con la ideología de la revolución mexicana, lo cual llevó a la organización a formular que la democracia era la vía para la construcción de un orden social distinto al capitalista. El último secretario general del PCM expresó en diversas ocasiones esta convicción. Señaló en 1967 que: “Es el problema de la democracia el que está haciendo crisis en nuestro país y el eslabón a través del cual podemos impulsar un movimiento en pos de transformaciones inmediatas”.16 Más tarde, al calor de los hechos de 1968 sostuvo que: “el punto de partida de todo movimiento político que tiende en verdad al socialismo reside cabalmente en la reivindicación de la democracia y la libertad política que la burguesía mexicana ha ido nulificando a medida que consolidaba su poder. Por eso resulta extraordinariamente superficial la contraposición mecánica entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo”.17
En ese entramado surgió la UNI, encaminando a la izquierda mexicana en un sendero que no se limitó al reconocimiento de derechos electorales. En el último tramo de la historia del PCM, la noción de democracia fue asociada a la libertad de los distintos sectores de la sociedad a su capacidad de autodeterminación frente al Estado; así, reconoció diversas demandas de los grupos sociales, como las infancias. Esto constata una ampliación de los sujetos políticos que habitaron el discurso comunista como actores plenos que debían conquistar sus derechos. Ello no sustituyó, sin embargo, la retórica obrerista asociada con la matriz ideológica comunista, pues las clases subalternas continuaron como el centro de su acción.
La modernización del PCM actuó en distintos niveles y puso en diálogo diversas experiencias, entre ellas la UNI. De manera que para explicar a ésta es necesario considerar sus correlatos. Esto se constata en las resoluciones de los congresos comunistas, particularmente del XIX, momentos en que fueron asentados algunos de los principales objetivos democráticos que el PCM concibió. Nos remitiremos a cuatro ejemplos que denotan esta cuestión: la concepción del mundo indígena en la sociedad mexicana, el ecologismo, la autonomía de las mujeres y finalmente, la reivindicación de los derechos de la niñez. Esta revisión corrobora que la existencia de la UNI no fue una anomalía ni una rareza, sino un dato concomitante a una nueva perspectiva que comenzaba a ser habitada por el comunismo.
Por lo que se refiere a la población indígena -el primero de nuestros ejemplos- es importante mencionar que el PCM denunció la subordinación al Estado mexicano de las naciones conformadas por las comunidades indígenas. Esto quiere decir, que no se privilegió -aunque se consideró- la dimensión productiva que los colocaba como campesinos. En su lugar, se optó por una noción amplia, desde la cual la preservación de la cultura y los idiomas se engarzaron al ejercicio político de la igualdad. Asimismo, se subrayó el respeto a la soberanía de sus formas organizativas. Desde 1963, durante su XIV Congreso el PCM abogó por el “respeto a las tradiciones, el lenguaje y las instituciones políticas y sociales de los indígenas sin pretender imponerles las formas comunes al resto de la población”.18 Un parteaguas se marcó en 1981 en el XIX Congreso, último del PCM, cuando se cuestionó la categoría de indio y se le sustituyó por la de etnia, de esta forma se afirmó que:
La opresión hace de estos grupos minorías étnicas sujetas a un trato discriminatorio, que la burguesía justifica y estructura ideológicamente basándose en sus diferencias culturales. En el proceso histórico de la opresión étnica los opresores han transformado las diferencias culturales en fundamento de la desigualdad: para fortalecer la dominación, las diferencias son concebidas como inferioridad, y ésta como esencia del ser social de los grupos étnicos, contrapuesta a la de la gente de razón. Por encima de la diversidad étnica de varias decenas de grupos diferentes, se ha creado al indio subordinado al opresor desde el momento en que, para justificar la explotación -por ser diferente- fue tenido como inferior e incapaz, y por ello como naturalmente explotable. Así, no se admite en los hechos la existencia de grupos étnicos, sino que se realiza una mitificación del ser indio, que es una de las bases de la concepción burguesa de la identidad nacional.19
Si bien el pensamiento que abraza la autonomía de los pueblos y comunidades (o una dimensión crítica de estos dos conceptos) se ha transformado en los últimos años, desde la emergencia de actores como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, es posible identificar una continuidad sobre esta temática en la historia del PCM. Esta organización cuestionó y enfrentó al indigenismo oficialista que buscaba la homogenización cultural.
El segundo ejemplo del proceso de modernización política del PCM refiere a la inclusión de la reflexión sobre las dimensiones de la crisis ecológica. En lo general, este tema había estado ausente de las directrices partidarias y fue incorporado hasta las resoluciones del XIX Congreso. Esta cuestión se ligó a la relación entre el medio ambiente y la salud de la población, coincidiendo así con la tendencia internacional del ecologismo. Ahora bien, en una lectura propia, el PCM contrapunteó estos tópicos con el capitalismo. Se dijo entonces:
La industria con el régimen capitalista y con el afán de ganancia es la que enferma a la sociedad no sólo por la concentración humana a la que obliga, sino tambiénpor el deterioro sistemático de las condiciones de vida de los trabajadores y de la población en general. Más aún, el dominio del capital financiero abre una nueva fase que en términos de explotación empeora el estado de degradación de los hombres y del medio ambiente.20
[…] Frente a esta situación el desarrollo del conocimiento y de la práctica médica con la orientación actual son incapaces de resolver el problema. Este conocimiento desde la perspectiva del capital, se basa en la definición de la enfermedad como resultado de la interacción entre individuo y medio ambiente, esto es, desde una perspectiva individual y biológica no tomando en cuenta sus aspectos económicos, políticos y sociales.21
La recepción del ecologismo se mantuvo y se profundizó durante los primeros años del PSUM, continuador del PCM. Muestra de ello fue la conformación de un foro especial en el que estuvieron involucrados Rolando Cordera, Julia Carabias y Víctor Manuel Toledo, encuentro que dio como resultado el libro Hacia una política ecológica del PSUM.22 Al igual que en el tema de los pueblos y comunidades indígenas, la visión de las izquierdas sobre el ecologismo ha mutado; sin embargo, no deja de ser sugerente su introducción en la política comunista de aquel periodo, generalmente asociada a las prácticas y desarrollos modernizantes del socialismo soviético.
El tercer ejemplo que es preciso señalar es el que refiere a la autonomía de las mujeres a partir de la propuesta de la “maternidad voluntaria”, que fue acompañada de una visión amplia de la sexualidad. Tanto en el XIX Congreso, como en la práctica parlamentaria de la coalición de izquierda, el PCM sostuvo una reivindicación que reconocía a las mujeres la capacidad de decisión sobre la maternidad. Se dijo así:
Es importante el avance en la formación de grupos de mujeres y el trabajo unitario que se ha emprendido en los tres últimos años entre grupos feministas, partidos revolucionarios y algunos sindicatos, a través del Frente Nacional por la Liberación y los Derechos de la Mujeres, así como las batallas que se comienzan a emprender, como la que se refiere a la maternidad voluntaria (que incluye la lucha por el aborto voluntario y gratuito como un derecho de las mujeres), porque abren el camino a la renovación de las costumbres y a conquistas más profundas. Pero se debe reconocer que no existe aún un movimiento de masas femenil, y sigue teniendo peso el pensamiento conservador y la utilización que hacen de las mujeres algunos partidos burgueses. Por otro lado, el movimiento femenino que se desarrolla tropieza con la falta de un movimiento obrero fuerte y autónomo, fuera del control del Estado, y con una vida democrática muy limitada en el país.23
En la coyuntura en que estas elaboraciones tuvieron lugar, se consideraba aún que el movimiento de las mujeres requería converger con otras demandas. La relación del PCM con las movilizaciones de mujeres tuvo un hito importante en la presentación de la primera iniciativa legislativa contemporánea que buscó despenalizar el aborto, la cual ocasionó un gran revuelo entre la prensa nacional. La temática del aborto no fue fácil de procesar entre la militancia comunista, pues existía una gran oposición a su inclusión, que logró ser vencida a partir de las iniciativas individuales de dirigentes como Martínez Verdugo.24 Las tendencias progresistas no se dirigían exclusivamente hacia la aceptación del aborto, sino también al reconocimiento de una noción amplia de la sexualidad, incapaz de ser reducida a concepciones binarias. En el mismo Congreso se arribó a la conclusión de que:
No existe una sexualidad proletaria o revolucionaria, ni una sexualidad burguesa o reaccionaria. No existen formas de sexualidad normales, aceptables o morales, ni otras anormales o inmorales. Cada individuo debe tener el derecho de realizar su sexualidad como mejor la entienda, de hacer libre uso de su cuerpo y de reivindicar el placer como un atributo humano, sin presiones jurídicas, políticas o morales, en cualquier sentido.25
Estas y otras resoluciones despejan cualquier noción historiográfica de una izquierda autorreferencial, encerrada en la consideración de la esfera productiva o en una visión exclusivamente clasista. Si bien nunca se abandonó el lenguaje y la concepción marxista de la división de la sociedad, tampoco existió un estancamiento en fórmulas retóricas sobre la existencia de dos clases.
Nociones en torno a los derechos de la niñez fueron expuestas en los congresos de los comunistas en su ligazón con la educación, dictando que la concepción de la educación pública era un “servicio nacional para formar a la niñez y a la juventud en los principios de la defensa de la soberanía nacional, en el ejercicio de las libertades democráticas, en la lucha por los intereses del pueblo y en el espíritu de la solidaridad internacional”.26 En el XIX Congreso, se definió finalmente este asunto al señalar que no puede ser competencia exclusiva de la familia la preservación de estos derechos:
No puede recaer sobre la familia la responsabilidad exclusiva del bienestar de los niños; la sociedad en general y el Estado deben asumir una parte fundamental de esta responsabilidad, creando las condiciones para que sean proporcionados elementos que son indispensables para garantizar las condiciones de vida que requiere la niñez mexicana. Estos elementos deben ser proporcionados a través de servicios tales como estancias infantiles, distribución de productos básicos para la alimentación infantil, servicios médicos gratuitos, etcétera.27
[…] Si bien es cierto que las difíciles condiciones de vida de la niñez se deben esencialmente a causas estructurales, no se puede esperar a la transformación del régimen económico-social para dar solución a los problemas que hoy afectan a la niñez, ni es posible limitarse a levantar demandas de carácter general, ya que la población menor de 15 años tiene una problemática particular, y, por lo tanto, requiere soluciones específicas.28
Se reconoció así la existencia de causas de fondo, “estructurales”, y se señaló la necesidad de avanzar en lo inmediato. La situación de la niñez fue evaluada en función de la violencia a la que se encontraba expuesta por el consumo de drogas y condiciones materiales que impedían un cabal desarrollo de sus capacidades. A razón de esto, el PCM consideró que el movimiento revolucionario no podía hacer a un lado los problemas de la niñez; todo proyecto de transformación de la sociedad debía dar la debida importancia a esta cuestión. En definitiva, para los militantes la lucha por los derechos de los niños era un “trabajo de carácter democrático general, como parte integral de la lucha por el socialismo”.29 Es precisamente de este tema del que nos ocuparemos en adelante, trazando los principales aportes de la organización infantil creada por los comunistas hacia el final de la década de los años setenta y ubicada en plenitud en este proceso de modernización política.
De los Pioneros a la Unión Nacional Infantil
La promoción de los derechos de la niñez dentro del comunismo no surgió en la década de 1970. Numerosos antecedentes globales, regionales y locales permiten conocer su perspectiva inicial. Un dato significativo es la aparición de las organizaciones de Pioneros, categoría construida desde la Unión Soviética que refiere a las formas organizativas de las infancias. El pionero era un comunista en formación. Las asociaciones de este tipo fueron replicadas en todo el campo socialista, destacando las de la propia Unión Soviética y más tarde las de Cuba revolucionaria, donde siguen existiendo.
Junto con los Pioneros se desarrollaron iniciativas de organizaciones femeninas pertenecientes a la perspectiva “maternalista”. Fue el caso de la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM), fundada en 1944 en París. La organización femenil de mayor alcance durante la Guerra Fría que convocó a manera de un gran frente a las mujeres de las izquierdas mundiales. Las investigaciones de Francisca Haan y Sandra McGee confirman que las organizaciones emanadas del comunismo solían asociar la problemática de la mujer en la sociedad con la protección de la niñez, colocando a la maternidad “como una categoría política”.30
Respecto al estudio de la niñez en México, los principales aportes se han realizado a partir de su incorporación al trabajo y al consumo,31 destacando su presencia en los espacios sociales, como las fiestas decembrinas o “el día del niño”. Sobre su participación en organizaciones políticas se cuenta con algunos indicios que exponemos a continuación.
Sabemos que Russell Blackwell, el comunista neoyorkino también conocido como Rosalío Negrete, fundó en 1927 la organización llamada Pioneros Rojos, como parte de su actividad en torno al PCM y la entonces llamada Federación Juvenil Comunista.32 Algunos registros sobre esta organización se pueden localizar en El Machete, principal órgano de la comunicación partidaria. Así, por ejemplo, en el número 241, correspondiente a octubre de 1932, la nota “La campaña de las tres generaciones” hizo un llamado enérgico a corregir la actitud de descuido para la organización de los Grupos de Niños Pobres dirigido a la lucha por sus reivindicaciones inmediatas. En el mismo texto se convocó a la creación de Comités Pro Niños Proletarios capaces de impulsar la Semana Infantil prevista para socializar el conocimiento sobre la situación de los niños en la Unión Soviética.33 De igual forma en el número 290, del 30 de abril de 1934, en la sección “Construyendo el Partido” se invitó a que los grupos de pioneros hicieran un trabajo de educación con los niños siguiendo el espíritu de la lucha de clases y, al mismo tiempo, se les movilizara para luchar por sus propias reivindicaciones.34 En el número 514, del 5 de marzo de 1938, aparece una nota titulada “Los derechos del niño”, en la cual se replica una lista de reivindicaciones sostenidas por un grupo católico neoyorquino, en la que se señala que tanto los grupos de creyentes como los comunistas aspiran a realizar la plenitud de la infancia.35 La evidencia fotográfica de aquellos años da cuenta de una intensa movilización de los Pioneros Rojos. Pongamos por caso la campaña del PCM en apoyo de Etiopía en el marco de la invasión italiana (véase la Figura 1). Algunas notas de prensa daban cuenta de las actividades de protesta de esta organización, por lo que el titular de una de ellas llamó la atención: “Niños que no llegan a los diez años afirman que son muy marxistas”.36 A pesar de la valía de estas referencias, los datos no han sido sistematizados. Al día de hoy no existe aún un trabajo de investigación sobre el papel de la niñez comunista de aquel periodo y no tenemos información del destino posterior de esa primera experiencia de organización.
Entre las estudiosas contemporáneas de las organizaciones femeniles comunistas se destaca la influencia del “maternalismo”, corriente presente desde la década de 1930, cuya presencia en México no fue la excepción.
Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, https://mediateca.inah.gob.mx/repositorio/islandora/object/fotografia%3A13528
Como ha estudiado Lourdes Cueva respecto a la fuerza política de las comunistas de aquella época, la energía de la mujer se tejía con la esperanza de hacer justicia con su hijo en el futuro, es decir, de que algún día llegara a ser un soldado rojo con afán libertario.37 En los decenios de 1950 y 1960 la perspectiva “maternalista” se hizo presente en la prensa de las asociaciones impulsadas por las comunistas. Es el caso del periódico Mujeres Mexicanas, durante algunos años órgano de información de Vanguardia de la Mujer Mexicana, en la cual se presentaron artículos donde la niñez fue mediada por la maternidad. Por ejemplo, en el primer número se lanzó la propuesta de “Vacaciones por maternidad”38 y se dirigió una carta al presidente Adolfo Ruiz Cortines con la demanda de escuelas para el estado de Tlaxcala.39 En el tercer número se abordó el tema del “Día del niño” para señalar la necesidad de escuelas, jardines de infantes y guarderías, así como la ampliación de servicios médicos “asistenciales infantiles y prenatales”.40 En esta publicación también se convocó a la movilización de mujeres, pongamos por caso el llamamiento titulado “¡Despertad mujeres!” de 1960 en el que se remarcó la petición de alimentación y estudio para la niñez. Resulta significativa la conclusión: “Vanguardia de la Mujer Mexicana, [es una] organización que tiene como fin el lograr una vida mejor para todo el pueblo y de un modo muy especial para los niños, al igual que la defensa de nuestros derechos”.41 En línea con la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM), esta organización pugnó por celebrar la declaración de defensa de los derechos del niño, como una “jornada de fiesta para la infancia pero sobre todo de lucha [y] de reivindicaciones de la mujer en favor de la infancia”.42 Posteriormente, cuando se formó la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, se hizo énfasis en la condición de los niños como “víctimas del sistema social” otorgando estadísticas sobre la mortalidad, la desnutrición y la escasa atención hospitalaria.43 Según se ha expuesto, la perspectiva de la mujer como madre o ama de casa fue acompañada del énfasis en la salud y la educación como motivos que emparentaron sus causas con las de los infantes. Esta perspectiva fue constante en las distintas organizaciones impulsadas por las mujeres comunistas y de izquierda que a lo largo del tiempo fueron mutando,44 en la medida en que su carácter de frente amplio se fue ampliando.45
Estos antecedentes, aunque fragmentarios, permiten captar la especificidad de la forma en que el PCM encaró los derechos de la niñez. En primer lugar, la niñez no fue concebida como un sujeto vulnerable, sino como un sujeto de derechos. En segundo lugar y como consecuencia del anterior, se finiquitó el “maternalismo” como gestor de la protección de los derechos de las infancias. Esto dio como resultado la creación de una nueva organización distinta a los Pioneros, distanciándose con ello -aunque manteniendo relación- con el modelo organizativo soviético o cubano. Así, la nueva asociación planteó la apertura a la participación tanto de los hijos de los militantes y como de sectores ajenos al PCM.
Hacia el final de la década de 1970 el PCM resolvió construir una organización encargada exclusivamente de los derechos de la niñez, bajo un formato democrático: la UNI. El surgimiento de esta organización derivó de una comisión especial dirigida por Martha Recaséns, quien también fue la responsable de exponer a la dirección partidaria, mediante documentos internos y comunicaciones diversas, la necesidad de impulsar permanentemente el crecimiento y el fortalecimiento de la naciente unión. Recaséns rememora que la iniciativa fue posible debido a que en el PCM existían condiciones favorables para la construcción de frentes amplios que, aunque arraigados en el partido, trascendieran su militancia. A decir de Recaséns, ésta fue una manera en la que los comunistas lograron abrirse a la sociedad.46
La iniciativa del PCM fue convergente con las preocupaciones generadas en torno al año de 1979, declarado como el “Año Internacional del Niño”. Aquella significativa fecha fue la culminación de un largo proceso, cuyos antecedentes formales se remontan a la primera declaración en defensa de dichos derechos, fechada en 1923. Esta iniciativa fue ratificada durante la XIV Sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 20 de noviembre de 1959, en su resolución 1386 que estableció la Declaración de los Derechos de la Niñez. Un ejemplo de la concepción de los derechos de la niñez que el comunismo mexicano impulsó en la década de 1970 es la siguiente cita de un documento interno, sin fecha, que realizó un balance de sus actividades:
Hacia mediados de 1976 se crea la Comisión Nacional para el Trabajo Infantil, cuyo objeto sería el de abrir un nuevo campo de influencia social, desarrollando un trabajo entre la niñez y proporcionando orientación para la elaboración de una política concreta frente a la problemática de este grupo social. Uno de los proyectos fundamentales de esta comisión lo constituye la creación de una organización infantil amplia y de carácter democrático, enmarcada en una lucha por los derechos de la niñez mexicana. Tarea compleja si consideramos que representa una experiencia nueva en nuestro país.47
Este mismo documento refiere algunas de las principales dificultades con las que se habían enfrentado sus responsables, quienes a la letra indican:
La organización que pretendíamos crear debería ser capaz de atraer a su seno a los niños interesados en participar respetando siempre sus intereses infantiles. Uno de los riesgos más grandes era el de crear una organización para niños concebida por adultos, sin tomar en cuenta las necesidades y los intereses de los niños, ni las formas naturales de organización que ellos tienen.48
Esta reflexión permite comprender las vicisitudes del horizonte propuesto por el PCM, pues al tiempo que promovía la creación de organizaciones infantiles apuntalaba a la autonomía de los niños. Martha Recaséns señala que en todo momento se partió de la premisa bajo la cual los niños eran sujetos de derechos plenos, a quienes no sólo se debía proteger, sino que ellos mismos podían participar de procesos de reflexión y acción.49
En 1978 la Comisión Ejecutiva del Comité Central avaló la creación de la UNI como órgano de desarrollo de la perspectiva de los derechos de la infancia impulsados desde la izquierda; se dijo entonces: “entre las orientaciones que se aprobaron destacó la idea de que se buscara que a este proyecto se incorporaran otras organizaciones políticas y sociales democráticas, subrayado que este trabajo debería ser considerado como un trabajo de carácter democrático general”.50 Así, en un documento posterior se indicó que el Sindicato Único de Trabajadores Universitarios (SUNTU) fue uno de los principales pilares del crecimiento de la organización.51
Estas líneas son complementarias de lo dicho en el documento titulado “El trabajo del PCM hacia los niños y la lucha por el socialismo”, que planteó la concepción general de los derechos de los infantes, al tiempo que operó como recuento de las actividades de la UNI. Ahí, se escribió: “sobre los niños se refleja de una manera particular la violencia del sistema que les niega el derecho a un desarrollo integral, físico, mental y social”.52 Por lo que la UNI debía enfrentar esta situación de manera directa:
Frente al autoritarismo del sistema, la UNI ofrece a los niños la posibilidad de desarrollar la participación democrática; frente al individualismo y la competencia, la UNI pretende educar a sus miembros en los ideales del compañerismo, la solidaridad y el trabajo colectivo; frente a la forma particular en que se refleja la violencia del sistema sobre los niños, la UNI debe contribuir a la lucha por los derechos, fundamentalmente a la lucha por el derecho a la satisfacción de sus necesidades básicas.53
Otros documentos del PCM que fueron firmados conjuntamente por Recaséns -encargada de la UNI- y por Encarnación Pérez -representante del Comité Central- exponen la idea general de la situación social, en la cual buscaban incidir en el desarrollo infantil: “el hecho de que en nuestro país el 46.7 % de la población es menor de 15 años y que dicho sector sufre de una manera violenta los efectos de la crisis, plantea la necesidad [de] que tracemos una política concreta en relación a la niñez”.54 Se tenía en cuenta que este objetivo no podía ser completado exclusivamente por el PCM, cuyas limitaciones se encuentran expresadas en distintos documentos, sirva de ejemplo la siguiente cita:
Es, sin embargo, fundamental que tengamos claros nuestros objetivos al impulsar la construcción de esta organización. Ésta no debe concebirse como una organización infantil del partido en donde participen sólo los hijos de nuestros militantes. Debemos impulsar la construcción de una organización infantil que tienda a conformarse como un movimiento democrático amplio, independiente, en el que participen otras organizaciones sociales y políticas democráticas.55
La tarea no era sencilla y encontró múltiples obstáculos, por lo que su eficacia fue acotada. En su plan de acción se registraron momentos autocríticos, destaca la siguiente observación: “debemos emprender acciones concretas para atraer a otras organizaciones políticas y sociales hacia este trabajo, impulsando, en este frente concreto, la unidad de la izquierda”.56 Este no fue el único dilema al que se enfrentó la joven organización, pues junto a la necesidad de establecer alianzas se asumió la tarea de convocar a especialistas para trabajar con niños, pues no cualquier militante se encontraba capacitado. El tono reflexivo del documento insiste en que: “el trabajo directo con niños implica una grave responsabilidad. Debemos garantizar mínimamente que los objetivos de la Unión Nacional Infantil no sean distorsionados”.57
Consecuentemente, en la declaración de principios de la UNI, fechada el 13 de agosto de 1979 en la ciudad de México, se la define como una organización nacional de niños, independiente y democrática que recluta a sus miembros de manera voluntaria, fijando el rango de edad de sus militantes entre 5 y 14 años, requiriendo para su adhesión formal la suscripción de los siguientes puntos que, en conjunto, expresaron la demanda del cumplimiento de los derechos de la niñez:
Una educación gratuita que los prepare para ser futuros ciudadanos útiles a la sociedad en que vivirán.
Recibir atención médica.
Una vivienda adecuada.
Recibir la protección de los adultos y la sociedad.
A jugar y divertirse sanamente.
Practicar algún deporte.
Desarrollar sus capacidades físicas, mentales y sociales.58
Al dirigirse a sus potenciales integrantes se añade: “en la Unión Nacional Infantil te prepararás para ser un futuro ciudadano que sepa luchar por sus derechos, conocerás y comprenderás qué es la democracia y la importancia que tiene la organización para lograr cualquier fin”.59 Estos objetivos eran convergentes con los planteamientos partidarios del PCM; de forma explícita se sostuvo que la UNI: “deberá ser una instancia de educación extra-escolar en donde los niños convivan con solidaridad y camaradería, en donde se eduquen en los ideales democráticos y patrióticos, en donde tengan la oportunidad de recrearse sanamente, de tener acceso a los valores culturales y artísticos auténticos, de acuerdo con su condición infantil”.60 Finalmente, la declaración de principios describe la seña distintiva que adoptará la organización: “el símbolo de la Unión Nacional Infantil es la mitad de un paliacate rojo que se lleva anudado al cuello y que simboliza al pueblo trabajador y los campesinos. El paliacate tiene tres esquinas, las dos esquinas que se anudan, simbolizan el trabajo y alegría, la esquina que cae sobre la espalda simboliza la responsabilidad”.61
Existe un registro limitado de las actividades de la UNI, pues no todos sus documentos fueron fechados o firmados, de manera que hemos reconstruido su trayectoria a partir de fragmentos que nos han permitido tener una idea general sobre sus preocupaciones e identificar los retos que asumieron. El PCM estimó que la UNI alcanzó la cifra de 1 000 niños organizados en torno a sus principios y objetivos, y cerca de 60 jóvenes y adultos coordinaron las actividades junto con los infantes.62 Por su parte, el testimonio de una integrante de la UNI refiere una afiliación de 2 000 individuos,63 número que coincide con la remembranza de Recaséns.64
La revisión documental nos permite destacar cuatro actividades relevantes de las labores de la UNI. La primera fue la celebración de campamentos. Desde el Primer Campamento de la Unión Nacional Infantil se dividió a los infantes en dos grandes grupos. La “palomilla” fue el colectivo de 6 a 10 años y el “destacamento” el núcleo de 11 a 14 años. Martha Recaséns refiere que esta actividad se volvió recurrente y se realizaba en Oaxtepec, Morelos, aprovechando las instalaciones que tenía el Instituto Mexicano del Seguro Social, al cual accedía la UNI a partir del trabajo sindical del PCM en esa institución.65 A cada celebración acudieron alrededor de 100 niños,66 quienes realizaban ejercicios físicos, como la natación, y actividades manuales; además de recrearse con juegos de mesa y tomar parte en la “fogata de la amistad”, un espacio propicio para la socialización personal. Estas acciones revelan el sentido amplio de la organización, que aprovechaba el espacio lúdico para proyectar una noción amplia de derechos, en la que los niños eran los responsables de desarrollar las tareas.
A este respecto es elocuente el testimonio de Recaséns, quien refiere que los campamentos hermanaban a la UNI con otras organizaciones dedicadas a las infancias en países como Cuba o la Unión Soviética. Destaca, así, el intercambio realizado con campamentos en dichos países. Entre los años de 1976 y 1982, la UNI envió a 120 niñas y niños provenientes de 20 estados de la República a estancias de un mes en el extranjero, tiempo en el que los infantes no tuvieron comunicación con sus familiares. En su recuerdo, Recaséns revive las actividades realizadas al norte de la ciudad de México: “Imagínate a mí en una vecindad en Santa María la Ribera, explicándole con un globo terráqueo a una abuelita dónde estaba la Unión Soviética, para que tuviera certeza sobre el lugar en el que su nieta iría a acampar”.67
Una segunda actividad fue la toma del espacio público por parte de las infancias, tanto en la ciudad como en el campo. En el medio urbano Recaséns recuerda la presencia constante de la UNI en el Kiosco Morisco de Santa María la Ribera, sitio en el que las y los niños participaron en la elaboración de carteles y otras actividades lúdicas. Un caso emblemático de aquel periodo fue la realización en 1979 de una exposición de pinturas hechas por infantes en solidaridad con Nicaragua, que fue emplazada en la Alameda Central de la ciudad de México.68 Respecto a la actividad en el campo, Recaséns aludió a la dificultad de dar continuidad a la labor debido a que las tareas eran más dispersas y estaban condicionadas a actividades de temporal.
La tercera actividad que movilizó a la UNI fue su participación en el Festival de la Oposición, en su cuarta y quinta edición. Estos eventos eran verbenas populares organizadas por el PCM en símil a los encuentros que convocaban sus homólogos en Italia y Francia, que hicieron parte de la renovación de las prácticas culturales de los comunistas. En Francia se conocieron como Fête de l’Humanité y en Italia Festa de l’Unità. Siguiendo el ejemplo de nombrar las celebraciones de acuerdo con el nombre de la prensa partidaria, en México el PCM colocó con el nombre de Oposición, su órgano de difusión desde 1970. Estas reuniones conjugaron la música, la socialización y el debate político, tomando como sede el Palacio de los Deportes y el Auditorio Nacional. Se contó con la participación de artistas progresistas de la época como Óscar Chávez, Salvador “Chava” Flores, Amparo Ochoa, Rodrigo González y la folclorista Tehua; así como con la presencia de invitados internacionales, entre ellos, los trovadores cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Al seno de estos festivales, la UNI desarrolló actividades deportivas y recreativas, ocupando un espacio reservado para ellos denominado el “Rincón infantil”. Se desarrollaron torneos de voleibol, fútbol de salón, ajedrez, exposiciones fotográficas y de juguetes, talleres de “expresión libre infantil”, obras de teatro guiñol, pantomima, rock, baile, e incluso una kermes. En el ámbito musical, el grupo “Los Nakos” y la cantante Amparo Ochoa fueron especialmente sensibles a la labor de los infantes. Signo de ello es la canción “Himno de los Pioneros” preparada por Ochoa, que a la letra dice:
Niños chiquitos creciendo a la vida
Estudio y trabajo, serán nuestras armas.
La historia del mundo está a nuestro alcance.
Tomemos las riendas, seremos mil aves.
Himnos de paz y amistad llevaremos.
En todo momento, en cada jornada.
En todo lugar donde esté muy oscuro.
Un canto de amor nos traerá la mañana.
A decir de Recaséns los Festivales de Oposición fueron relevantes en dos niveles. En el más general debido a que mostraron al público las posiciones del PCM: “Era la manera del partido (sin derechos durante 30 años) de tener presencia en la lucha política de masas”.69 En un segundo nivel, las festividades, y en particular el “Rincón infantil”, constituyeron una innovación al abrir espacios exclusivos para este sector. Recaséns refiere: “fuimos pioneros de estos espacios por considerar a la infancia como sujeto de derechos”.70
La cuarta actividad de la UNI fue la publicación de un boletín denominado Paliacate, cuya hechura recayó directamente en los niños (véase la Figura 2). Lamentablemente los recursos documentales no permiten dar un seguimiento continuo de este impreso, que devino en el “Órgano informativo de la Unión Nacional Infantil” y expresó con plenitud la autogestión infantil. En el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista se conservan dos ejemplares, ninguno de los dos con fecha indicativa del año de su elaboración. Se trata de ejemplares con un formato limitado que intercalan dibujos y texto. La elaboración de Paliacate fue iniciativa de los integrantes de mayor edad de la UNI, según recuerda Recaséns, y contó con apoyos solidarios. Por ejemplo, el papel fue donado por el sindicato de una fábrica de papel ubicada en la Plaza de la Conchita en Coyoacán, cuyo contrato laboral permitía disponer de una cantidad de este insumo. De forma similar, la imprenta Madero colaboró donando material para la impresión. Un tercer apoyo al proyecto editorial de la UNI fue conferido por el Comité Central del PCM, quien puso a su disposición un mimeógrafo.
Paliacate. Órgano de la Unión Nacional Infantil, México D. F., n. 1, sin fecha, AHCEMOS, México, Unión Nacional Infantil, caja 1
En la editorial del primer número se afirma: “nos hemos organizado con el fin de lograr un medio en donde el niño pueda gozar todos sus derechos, los cuales no se cumplen en México”.71 De igual forma, se desarrolla la idea de lo que significa ser un “pionero”: “pionero es aquel que inicia o empieza algo, aquel que construye algo nuevo, aquel que se prepara para el futuro. Por medio de nuestra organización, la Unión Nacional Infantil, los pioneros mexicanos convivimos con otros niños, aprendemos a ser responsables, a conocer mejor la historia de nuestra patria; nos divertimos, jugando, pintando, cantando”.72 El contenido de esta edición incluye breves escritos que definen el racismo, una biografía de Emiliano Zapata y coplas del prócer cubano José Martí (véase la Figura 3). Es de destacarse que, en consonancia con los objetivos de la UNI, Paliacate mostró una concepción de la historia en clave nacionalista, apelando a figuras típicamente asociadas a la idea de patria. Si bien esta publicación puede insertarse en la antigua tradición comunista de uso de los impresos como medio de agitación política, lo cierto es que también tenía innovaciones, como la inclusión de elementos lúdicos como los crucigramas.
Paliacate. Órgano de la Unión Nacional Infantil, México D. F., n. 1, sin fecha, AHCEMOS, México, Unión Nacional Infantil, caja 1, p. 8
Según se ha expuesto, las actividades de la UNI se desarrollaron a partir de una concepción amplia de los derechos de la niñez. Su movilización combinó lo político y lo recreativo, a partir de la reunión de sus integrantes en campamentos, su organización en el espacio público, su representación en los Festivales de Oposición y la edición de Paliacate. Recaséns enfatiza que la intención de la UNI fue en todo momento formular una política amplia, no de formación de futuros militantes comunistas, sino de construcción de una ciudadanía democrática. Es por ello que el esfuerzo de la UNI fue, ante todo, producto de la apertura del PCM y de un significativo trabajo voluntario.
Reflexiones finales
A lo largo del siglo XX, el PCM fue el corazón de las izquierdas mexicanas. Esto lo corrobora el recuento de la modernización que vivió el partido antes de su disolución. Su historia es la de un sector de las clases subalternas en búsqueda de construcción y conquista de espacios de autonomía frente al régimen resultado de la Revolución mexicana, que se caracterizó por ejercer un control férreo sobre la organización de las distintas clases de la sociedad
El PCM, fundado en 1919, coexistió con uno de los Estados más estables en América Latina, desde una situación de marginalidad. Primero, ante la avalancha que significó el asentamiento del Estado posrevolucionario; después, con un breve momento de esplendor durante el sexenio cardenista cuando su influencia creció significativamente. Hacia la década de 1940 inició una crisis que se acentuó durante el decenio de 1950, en medio de los giros conservadores de los gobiernos en turno y de una atmósfera decididamente anticomunista. La crisis estalló, finalmente, con la derrota del movimiento ferrocarrilero, un parteaguas en la relación del Estado con la sociedad. La década de 1960 fue de una intensa actividad ya que permitió a los comunistas sumarse a los esfuerzos del Movimiento de Liberación Nacional, participar con un candidato propio en las elecciones federales de 1964 y ser protagonistas en las movilizaciones de 1968. El ánimo de cambio político tomó forma en el posicionamiento del PCM frente al Estado y al resto de las organizaciones de izquierda, al incorporar en su lenguaje político la reivindicación de los derechos de los diversos conjuntos de la sociedad. Por todo esto, la reforma interna del PCM se hizo impostergable e inició una paulatina construcción política alternativa encaminada hacia su modernización.
En este marco la acción de los comunistas mexicanos se desenvolvió desde la vindicación de derechos, una lógica escasamente asociada a las izquierdas del siglo XX. Entre esta diversidad de derechos los de la niñez ocuparon un sitio privilegiado, pues movilizaron a la estructura partidaria hacia la conformación de una organización específica: la UNI. Dicho emprendimiento fue proyectado como un frente en la medida en que sostuvo un principio democrático esencial: considerar a la niñez como sujeto de derechos, capaces de tomar sus propias decisiones de forma colectiva. El desarrollo de las iniciativas de la UNI hizo hincapié en la conquista de derechos por parte de los infantes y alentó su autoorganización. Esta experiencia no se encontró aislada de los esfuerzos que los comunistas emprendieron con otros sectores de la sociedad civil; como fueron las concepciones sobre los pueblos y comunidades indígenas, el ecologismo y el movimiento de mujeres.
La historia que aquí se ha elaborado sobre la base de materiales dispersos contrasta con nuestra actualidad, en el siglo XXI, en donde existe la tendencia de retirar a la infancia del espacio público, bajo discursos que remarcan su vulnerabilidad en un entorno de inseguridad. Esto ha sido señalado por Susana Sosenski en su trabajo sobre el secuestro infantil, después de una larga investigación que resulta valiosa.73 En contraste con ello, la experiencia aquí relatada procede de una trayectoria que otorgó a la niñez la capacidad de ejercer su politicidad, ya fuera bajo los estándares de las organizaciones de Pioneros de las década de 1920 y 1930 y posteriormente de la mano de la influencia del “maternalismo”, que se expandió a través de las organizaciones internacionales de mujeres comunistas. La aparición de la UNI hacia el final de la década de 1970 debe enmarcarse en la política mundial de promoción de los derechos de la niñez. Cobra un sentido especial cuando se observa que la izquierda comunista tomó con seriedad aquellas proposiciones globales, en el marco de su propio proceso de transformación interna, cuya seña de identidad era el impulso de los derechos políticos en un contexto autoritario. Tanto los documentos internos del PCM como los registros documentales disponibles muestran con firmeza la intención de construir una organización con un sentido progresista, pero también con amplios márgenes de autonomía. El testimonio de Martha Recaséns resulta especialmente valioso, pues permite dimensionar mejor el trabajo urbano que la UNI realizó, los vínculos que tejió con otras organizaciones y la orientación general de la organización respecto al derecho a tener derechos por parte de las y los niños. La trayectoria de la UNI, refleja un episodio de esta historia protagonizada por los paliacates rojos.