Introducción
El presente artículo tiene como finalidad hacer una revisión del estado del arte de las relaciones internacionales con la intención de ofrecer al lector o lectora una imagen panorámica del desarrollo teórico de la misma desde su incorporación a las ciencias sociales a inicio del siglo XX -producto del final de la Primera Guerra Mundial- y hasta la época más actual, marcada por la globalización en el siglo XXI y, de esta manera, comprender la dinámica internacional en torno a cada debate teórico, lo cual ha sugerido cambios a nivel ontológico, epistemológico o metodológico para continuar respondiendo a las transformaciones de la realidad, poniendo énfasis en el “cuarto debate” como punto de inflexión en la disciplina.
Las relaciones internacionales tradicionalmente, a nivel teórico, han explicado su evolución a través de debates, lo cual aparentemente facilita la aprehensión de los temas, situación que ha sido rechazada por algunos autores, pero que, para fines de este trabajo resulta útil, ya que como menciona Kepa Sodupe “con independencia de si los grandes debates han conducido a una mayor comprensión o han generado mayor confusión, no puede negarse la presencia de un impulso permanente a reinventar la disciplina” (Sodupe, 2002). Además de que es la forma de dar cuenta del desarrollo de esta, ya que la historiografía en torno a ella es mínima debido a su carácter occidental y europeo-estadounidense, según se señala en algunos trabajos de las escuelas del sur de América Latina (Vallarroel, 2018).
Los primeros debates y la explicación de la realidad
A finales del siglo XIX, los procesos de industrialización se aceleraron de forma considerable en Europa, situación que generó una rivalidad incuestionable entre Alemania, Francia y Gran Bretaña, ya que cada potencia buscaba garantizar su hegemonía económica y política en la región. Alemania, luego de su unificación en 1871, pretendía la expansión colonial y la consolidación de nuevos mercados, lo cual amenazaba el proyecto impulsado por las dos últimas, que poseían extensos territorios a lo largo del orbe. En esta intención de expansión colonial, Alemania tan solo logró hacerse de cuatro territorios en África: Togo, Camerún, parte de Namibia y la actual Tanzania; mientras que el Imperio Austrohúngaro carecía de colonias.
En este contexto, se comenzó a gestar un clima de descontento y desigualdad que dio cabida a los estandartes nacionalistas en diferentes Estados quienes a toda costa buscaban protegerse de sus vecinos o de recuperar sus antiguos territorios, como en el caso de Francia que reclamaba Alsacia y Lorena en poder alemán o de Italia que demandaba la devolución de los territorios del norte en posesión del Imperio Austrohúngaro o las minorías de la región de los Balcanes, que pretendía la creación de su propio Estado, entre otras situaciones. De esta manera, el pangermanismo y el paneslavismo se convirtieron en las dos corrientes dominantes que impulsaban los nacionalismos.
El clima prebélico alentado por las potencias y propagado por la prensa pronto generó la división de Europa en dos grandes bandos, sin desconocer que previo a ello la diplomacia secreta jugó un papel determinante en la correlación de fuerzas de la época. Uno de los bloques fue denominado Triple Alianza, conformada por Alemania, el Imperio Austrohúngaro e Italia, la última en anexarse. Dicho pacto fue firmado en 1882 y renovado en varias ocasiones, la última en 1912. Por el otro lado, estaba la llamada Triple Entente, integrada inicialmente en 1894 por Francia y Rusia, a la que después se uniría Reino Unido en 1907.
Aunque de manera tácita, la guerra no había iniciado, al lapso entre 1871 y 1914 se le conoce como “Paz Armada”, es decir, que se trata de un periodo que inició con la unificación alemana y que culminó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Bosnia que desemboco en la Crisis de Julio y, posteriormente, en el inicio de la Primera Guerra Mundial, pese a los esfuerzos diplomáticos llevados a cabo por Alemania y la Triple Entente. Evidentemente, la acción diplomática no tuvo buena acogida después de que salieran a la luz la serie de tratados o acuerdos que se habían suscrito en secreto durante estos años.
La Primera Guerra Mundial se libró en tierra, aire y agua con dos estrategias fundamentales: la guerra de movimientos y la guerra de posiciones; en la primera se desplegaron grandes contingentes para aplastar definitivamente al enemigo y en la segunda se buscaba desgastarlo, esta última se prolongó hasta el final de la contienda, sin embargo a ella se sumaron el uso de carros de combate y armas químicas, lo que provocaría un elevado número de muertos, mutilados, heridos y desplazados como no se había visto antes, además de precarias condiciones de vida y destrucción para la población en general:
La Primera Guerra Mundial supuso el fin de los cuatro grandes imperios en Europa: el Imperio Austro-Húngaro, el Imperio Otomano (actual Turquía), el Imperio Alemán (que incluía partes de Francia, Bélgica y Dinamarca) y el Imperio Ruso. La desaparición de los imperios significaba también el nacimiento de nuevos países, sobre todo en la Europa central, como Austria y Hungría, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania o Yugoslavia (que más tarde se dividiría en Eslovenia, Serbia y Montenegro). (Fernández, 2019)
El armisticio de Compiègne firmado el 11 de noviembre de 1918 puso fin al enfrentamiento, pero es el Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919 donde se selló la paz culpando a Alemania de la guerra, quitándole 13 % de su territorio que albergaba a la décima parte de su población. Renania fue ocupada y desmilitarizada, mientras que las colonias quedaron en manos de la Sociedad de Naciones, su ejercito se redujo a 100 000 hombres y se prohibió que el país reclutase soldados, asimismo se confiscaron la mayor parte de las armas y la armada se quedó sin grandes buques. Por otro lado, se exigió llevar a juicio al emperador, Guillermo II, por crímenes de guerra, y el pago de 269 000 millones de marcos de oro, el equivalente a 33 000 millones de euros (Blakemore, 2023).
Dicho tratado en varias de sus partes se inspiró en los Catorce Puntos de Wilson, entonces presidente de Estados Unidos, los cuales incluían: Convenios abiertos y no diplomacia secreta en el futuro, absoluta libertad de navegación en tiempos de paz o de guerra aun fuera de las aguas jurisdiccionales, reajustes en las reclamaciones coloniales y territoriales, y la creación de una organización general de naciones, la cual tomaría el nombre de Sociedad de Naciones (Barbé y Costa, 2020).
Bajo este panorama es que aparece el idealismo wilsoniamo que da forma a las primeras aportaciones de la disciplina de relaciones internacionales sustentadas en el pensamiento kantiano y la fe en el progreso, dos elementos clave para promover y mantener la paz, según se observaba en aquel momento:
Nacida de la Historia Diplomática y del Derecho Internacional, la nueva disciplina tenía tres objetivos básicos muy concretos: Explicar los sucesos que precipitaron la guerra y el colapso europeo; prevenir otros hechos catastróficos y orientar a los gobernantes para que desarrollaran políticas y estrategias que pudieran modificar, de manera positiva, el curso de los acontecimientos.
La primera cátedra Relaciones Internacionales se creó en Gran Bretaña, en 1919, más específicamente en Gales en la Universidad de Aberystwyth como Cátedra Woodrow Wilson y fue confiada a Alfred Eckhard Zimmern. A comienzos de los años veinte, nació una segunda cátedra en la London School of Economics a petición del premio Nobel Noël-Baker. Pero el primer centro consagrado plenamente a los Estudios Internacionales fue el Institut des Hautes Études Internationales, fundado en 1927 en Ginebra, por William Rappard. Dicho centro tenía por objetivo formar a los diplomáticos asociados a la Sociedad de Naciones y fue uno de los primeros en expedir doctorados en esta área del conocimiento. (Kreibohm, 2018)
En este ánimo, las relaciones internacionales continuaron dando forma a la teorización para explicar la realidad y contribuir a la creación de políticas y estrategías que modificaran de forma positiva el curso de los acontecimientos, un ejemplo de estos esfuerzos fue la firma del Tratado Briand-Kellogs (1928) que tenía como finalidad que las naciones se comprometieran a renunciar a la guerra y mantener la paz. Sin embargo, los avatares de la historia sacudieron al mundo con la Crisis del 29, lo cual derivó en la debacle económica en diferentes zonas y generó aun más descontento y desesperanza al inicio de la siguiente década, creando un clima prebélico como había sucedido unos años antes en el intervalo de la Paz Armada donde Alemania fue la gran protagonista, igual que en este periodo de entre guerras, aun a pesar de las sanciones impuestas en el Tratado de Versalles:
Fue entonces cuando empezó a surgir una lectura geopolítica y en clave racial del desarrollo de los pueblos y la necesidad de espacio vital para expandirse. Conocido como Lebensraum (espacio vital) fue una expresión acuñada por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel, que estaba muy influido por el biologismo y el naturalismo del siglo XIX. Así, el este de Europa y el mundo eslavo se veían como el Lebensraum propio de una Alemania a la que el tratado de Versalles había impuesto unos límites que hacían inviable el desarrollo del pueblo alemán. (Sadurní, 2021)
El ascenso del nazismo fue uno de los primeros pasos que desembocarían en otro conflicto armado, la Segunda Guerra Mundial que daría inicio en 1939 y se extendería hasta 1945.
De esta manera, para efectos de este artículo, el primer debate, que nos remonta casi cien años atrás, da inicio mientras idealistas y realistas aún sentaban las bases de la disciplina y continuaban definiendo el objeto de estudio, que la dotaría de un corpus teórico, lo cual se consiguió de manera muy clara con los aportes de Edward H. Carr y su texto de 1939, La crisis de los veinte años 1919-1939 (Carr, 2004), Georg Schwarzenberger (1960) con La política del poder: estudio de la Sociedad Internacional de 1941, pero sobre todo con Hans J. Morgenthau -el padre del Realismo Político- con su libro Política entre las naciones. La lucha por el poder y por la paz (Morgenthau, 1986) publicado en 1948 y posteriormente, en 1962 con Raymond Aron y su obra Paz y guerra entre las naciones (Aron, 1985). Todos autores europeos, que proveen una explicación del mundo y que establecen la inoperancia del idealismo para interpretar la dinámica internacional y evitar una Segunda Guerra Mundial. Así, se planteó la dicotomía en relaciones internacionales paz-guerra, dos conceptos antagónicos, pero a la vez complementarios debido a que se presentan de forma alternada a lo largo de la historia, pues en tiempos de guerra se negocia la paz y en tiempos de paz se prepara la guerra.
De igual forma, los seis principios del realismo político instauraron el eje rector de la discusión:
La naturaleza humana se arraiga en leyes objetivas a las cuales obedecen la política y la sociedad; descubiertas en las filosofías clásicas, esto es así porque la naturaleza del hombre no ha variado.
El interés en términos de poder guía la política internacional, estableciendo que la esfera política es autónoma en acción y comprensión, de acuerdo al interés que persigue, por eso, permite distinguir hechos políticos de los que no lo son e introducir un orden sistémico en ella.
El concepto clave es el poder que es una categoría objetiva de validez universal, pero no le otorga un significado inmutable. El interés es una categoría objetiva y la esencia de la política ajena a las circunstancias de tiempo y lugar, sin embargo, depende de un periodo histórico, de un contexto político y cultural por los cuales se formula la política exterior.
Los principios morales universales no pueden aplicarse a los actos de los Estados en una forma abstracta y universal, sino que deben adecuarse a las circunstancias determinadas por el tiempo y el espacio para una acción política exitosa.
Las aspiraciones morales de una nación en particular no son preceptos morales que gobiernan el universo, ya que generan excesos políticos y morales, lo cuales deben ser mitigados por el interés en términos de poder.
El realismo político ha sido criticado por la contradicción entre sus actitudes intelectuales y morales en materia de política. Esto no sería posible -según Morgenthau- porque en el ámbito intelectual mantiene la autonomía en la esfera política, de acuerdo al interés en términos de poder; sin embargo, no ignora otros pensamientos distintos al político porque es parte de la naturaleza humana, es decir, que el hombre debe reunir las partes económica, política, social, cultural, moral, etc. en sí mismo. (Morgenthau, 1986)
Podemos ver, entonces, que el poder es el punto central en el planteamiento del realismo político, el cual encuentra cabida para su ejercicio pleno, al menos en esa época, en el Estado nación y en el interés nacional, conceptos considerados en los análisis moldeando la visión del mundo para su explicación o interpretación, es por ello que en la literatura de la disciplina, el realismo aparece tambien bajo el nombre de paradigma tradicional, del poder y/o estatocéntrico, ya que las propuestas posteriores discuten con él, de allí la importancia de conocer los seis principios antes citados.
En las Conferencias de Yalta y Postdam, febrero de 1945 y julio-agosto del mismo año, respectivamente, se decidieron los destinos del mundo occidental, una vez terminada la guerra, en ellas se estableció la necesidad de gestionar y construir una paz duradera y nuevamente se consideró la idea de una organización internacional encargada de ello, se dividió Alemania y se establecieron las sanciones que recibiría, se plantearon las bases para la reconstrucción de Europa, pero, sobre todo, quedó en claro que el mundo se dividiría en dos bloques, uno lidereado por Estados Unidos y otro por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Tras la muerte de Mussolini en abril, la rendición de Alemania en mayo y de Japón en agosto la Segunda Guerra Mundial terminaría dando paso a lo que conoceríamos como Guerra Fría.
Después de la firma de la Carta de San Francisco, en octubre de 1945, la Organización de Naciones Unidas (ONU) entró en funciones con el objetivo principal de evitar otra guerra como la que se acababa de vivir. Sin embargo, no se pudieron evitar las confrontaciones locales en el entonces Tercer Mundo, siendo la primera de ellas la Guerra de Corea (1950-1953), episodio que dejó en claro la bipolaridad del mundo y el despliegue armamentista de ambas potencias. Este conflicto continúa, técnicamente hablando, ya que Corea del Sur no firmó el armisticio y se opuso a la división territorial. Dicha confrontación fue seguida por la Guerra de Vietnam, un territorio también dividido en norte y sur, la cual comenzó en 1954 y se prolongó hasta 1975, donde se enfrentarían los bloques comunista y capitalista.
Por tanto, podemos decir que el primer debate, según se observa, es ocupado fundamentalmente por el desarrollo realista del que dan cuenta las obras antes mencionadas, de acuerdo con su contenido y fechas de publicación. Con base en ello, es posible identificar tres etapas, la primera que sería la argumentación temprana basada en Carr y Schwarzenberger que comprendía el periodo de entre guerras y los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, una intermedia de consolidación con el texto de Morgenthau una vez finalizada la guerra y en pleno proceso de creación de la onu como promotora de la paz y una tardía con el libro de Aron ya muy empalmada con el segundo debate. Con esta segmentación se aprecia la evolución de la teoría y su correspondencia con distinto momentos históricos, así como la creación de escuelas de pensamiento a ambos lados del Atlántico, ya que los herederos naturales de los dos últimos autores fueron Kenneth Waltz y Stanley Hoffmann, respectivamente, a quienes les han seguido algunos más.
En este clima de beligerancia, las relaciones internacionales, igual que otras ciencias sociales vivió la denominada “revolución behaviorista” que tenía como objetivo dotar de rigurosidad científica a estas áreas de conocimiento. De esta manera, el segundo debate vio la luz en los años sesenta, centrándose en el establecimiento de un método que incorporara elementos matemáticos, particularmente estadísticos, que permitieran crear modelos para cuantificar y explicar los acontecimientos internacionales, lo cual derivó en un amplio espectro de enfoques y un gran acervo de bases de datos y de información que contribuyó a otros análisis, cuestionándose el método seguido por el realismo político y sus excesos, más no sus bases:
[Los] primeros investigadores [que plantearon estos cuestionamientos fueron] Morton Kaplan y Karl Deutsch, quienes en sus obras expresan bien las tres características del nuevo enfoque: preocupación por la filosofía de la ciencia; intento de tomar elementos prestados de la física y de otras ciencias sociales más “desarrolladas”, y el intento por aplicar matemáticas, particularmente estadística, al análisis de las relaciones internacionales. (López, 2010)
Las llamadas teorías cientificistas o conductistas hicieron grandes aportes, algunas con mayor aplicabilidad que otras, tales como, la teoría de juegos, la teoría de la toma de decisiones, la teoría de las negociaciones y la teoría de sistemas, las cuales fueron utilizadas para explicar un contexto de Guerra Fría, que requería dilucidar el mayor número de escenarios posibles para crear estrategias de ataque o defensa, así como identificar de mejor manera su funcionamiento, validez y limitación.
Dicha revolución no solo se vivía al interior de la ciencia, sino que era parte de la dinámica social a nivel internacional, por ello a los años sesenta se les ha considerado como el “tiempo de soñar” debido a la latente necesidad de llevar a cabo reivindicaciones sociales con las que se tenía una deuda histórica, como la lucha por los derechos civiles liderada por Martin Luther King, los movimientos estudiantiles en diversas partes del mundo, el movimiento hippie que abanderaba la causa de la “no violencia”, la revolución sexual, entre otros.
De acuerdo a lo anterior, los autores Robert Keohane y Joseph S. Nye en 1973 en su libro Poder e Interdependencia (Keohane y Nye, 1988), señalaron la necesidad de estimar el análisis de otros actores y fenómenos, adicionales y distintos al Estado que tradicionalmente se había abordado casi de forma exclusiva, como parte del predomino realista, esto más adelante se vio favorecido por los niveles de interconexión que experimentamos hasta el presente.
De esta manera, los años setenta -“la década del yo” para algunos por su exacerbado individualismo- abrieron las puertas a nuevas consideraciones culturales, sociales y políticas que aun hoy en día tiene efectos sobre temas como las crisis ambientales, la violencia contra las mujeres, los derechos de la actual comunidad lgbtq+, los avances tecnológicos, etc. Sin embargo, también involucró de forma importante a otras partes del orbe mundial, en este caso a América Latina con su modelo de sustitución de importaciones y sus dictaduras, estas últimas particularmente en el Cono Sur, y a África con sus procesos de decolonización.
En este sentido, la interdependencia se erigió como la versión renovada del liberalismo mientras que el denominado neorrealismo o realismo estructural apuntalado por el texto de Kenneth Waltz, Teoría de la Política Internacional (Waltz, 1988) hizo lo propio para el realismo, reconociendo la estrecha relación entre los asuntos internos -esfera doméstica- y externos de los Estados -esfera internacional-, introduciéndose el concepto de self help, es decir, que el Estado mismo debía garantizar su seguridad en todos los sentidos exaltando sus fortalezas, haciéndose patente la importancia de las capacidades fueran de orden económico, demográfico, político, tecnológico o de cualquier otra índole, ya que estas se asociaron directamente al papel que jugaría a nivel internacional y la percepción que se tendría de él. Del mismo modo, se reconoció la existencia de nuevos actores que indudablemente participaban en el plano internacional y paso a paso cobraban más relevancia.
En este marco, surge el tercer debate o debate interparadigmático, que tuvo su punto más álgido en la década de 1980 y que fue denominado así por Ole Weaver (Waever, 1996), quien lo representó gráficamente como un “triángulo equilátero”, en donde se identificaba la adhesión de un tercer paradigma a la discusión, el estructuralista o neomarxista con propuestas como las de la teoría de la dependencia o el sistema mundial moderno, y la acentuada separación entre neorrealismo y neoliberalismo y de estos con el tercero. Ello generó una nutrida discusión dentro de la disciplina, ya que cada vez fue más evidente la necesidad de tomar en cuenta otras perspectivas epistemológicas, ontológicas y metodológicas.
Del triángulo equilátero se transitó a un triángulo isósceles debido a que las corrientes racionalistas -agrupadas de esta manera a partir de aquí-, es decir neoliberalismo y neorrealismo, empezaron a acercarse y a reconocer puntos de coincidencia en sus programas de investigación como bien lo señala David Baldwin en su texto “Neoliberalism, Neorealism and World Politics” (Baldwin, 1993) y donde se aborda la naturaleza anárquica del sistema internacional, la cooperación como deseable o probable, las capacidades e intenciones de los Estados, las ganancias absolutas y relativas, etc.; tópicos que fueron planteados desde las particularidades de cada corriente, pero bajo el entendido de que analizaban la misma realidad dinámica y cambiante que ponía énfasis en determinados elementos de acuerdo a su propia transformación.
Lo anterior sentaría las bases para discusiones que rebasaron al paradigma estatocéntrico sustentado en el orden westfaliano y que habían dado cuenta de lo internacional desde esta perspectiva. Sin embargo, los paradigmas global y complejo abrieron brecha para que esos nuevos temas y nuevos actores que se habían venido dilucidando fueran incorporados al análisis, por supuesto mucho se habló de la desaparición del Estado y de un orden postwestfaliano, pero luego de varios ajustes en el sistema mismo, quedó en claro que el papel del Estado sigue estando vigente en cualquier análisis sin importar el nivel en que se lleve a cabo, ya que en buena medida, en términos constructivistas, es el gran agente en la dinámica internacional, ya que es el mediador entre todos los participantes de la anarquía, según indica Ileana Cid (2013).
El tercer debate fue la respuesta a los cambios que se presentaron en la dinámica internacional durante los años ochenta -la década perdida para algunos-, pero que continuó otorgando un papel preponderante a América Latina y fue el parteaguas en la Guerra Fría debido a las transformaciones internas de la lógica soviética que pretendían la apertura y modernización de esta, la Glasnot y la Perestroika, tenían como objetivo atenuar las tensiones políticas y la reestrucutración económica, respectivamente; hechos que fisuraron la “cortina de hierro” dando paso a los intercambios entre las dos Europas -este y oeste-, lo que derivaría posteriormente en la Caída del Muro de Berlín y la paulatina disolución del bloque socialista y la renuncia de Mijaíl Gorvachov en 1991, impulsor de las políticas antes señaladas. Ante esta imprevisible realidad, algunos autores escribieron que nos encontrábamos en el “fin de la historia” y frente a un “choque de civilizaciones”, sin embargo, lo que sí fue seguro es que nos posicionamos ante un panorama mucho más complejo por el cúmulo de interconexiones que se habían empezado a gestar desde los años setenta.
Como señala Erik Hobsbawn en el capítulo “El fin del milenio” de su libro Historia del siglo XX (Hobsbawm, 1998), aun con la desaparición de la URSS y las modificaciones en el sistema internacional -es decir, que de un sistema bipolar transitamos a uno unipolar y hoy hablamos de multipolaridad más en términos económicos que bajo los cánones político-militares sustentados por la lógica de la Guerra Fría-, hemos sido herederos de algunas temáticas que van desde el deterioro ambiental hasta los altos niveles demográficos en determinadas zonas geográficas o los fundamentalismos religiosos, pasando por las migraciones y la privatización de los sistemas de salud o la xenofobia. Esto podemos constatarlo si revisamos las noticias más destacadas en las páginas web de las cadenas informativas o en las mesas de análisis a las cuales se convoca a especialista en los distintos tópicos o en la misma literatura que da cuenta de la dinámica cambiante de las relaciones internacionales.
En un sentido paralelo, para Graciela Arroyo si bien no llegamos al “fin de la historia” si lo hicimos al punto en donde hay paradojas de trascendencia mayor de las cuales depende la supervivencia humana:
Primera la expansión de un sistema económico cada día más abierto y global, frente a las limitaciones de un sistema ecológico aislado y dañado. Segunda, la de una forma de poder inédita en el mundo que oscila entre hegemonismo y democracia y entre gobernabilidad e ingobernabilidad. Tercera, opone los fundamentalismo religiosos y económicos frente al universalismo y la mundialización. Cuarta, la de la diversidad y el pluralismo originarios frente a la homogeneización y el pensamiento único. Quinta, la paradoja del caos, que oscila entre el orden y el desorden, y en fin. Sexta, la de la revolución del conocimiento, que necesita de saberes del pasado para el futuro y de futuros saberes. (Arroyo, 2006)
Tanto Hobsbawn como Arroyo dejan claro que los cambios que se presentaron a nivel internacional no fueron suficientes para finiquitar el mundo conocido y dar paso a algo diametralmente opuesto con el cambio de milenio, pero sí se modificó el objeto de referencia, es decir que pasamos de la relevancia para la sociedad internacional a involucrar a la humanidad en su conjunto, por lo tanto, la lógica para abordar esto debe ser de carácter intersubjetivo y no de forma objetiva o subjetiva, ya que ello permite atender ambos lados de la ecuación, lo interno y lo externo, lo local y lo global, lo tradicional y lo innovador, etc.
Por tanto, en términos de la teoría de sistemas, es pertinente reflexionar sobre lo ocurrido y sus consecuencias, ya que
si una secuencia concreta de alteraciones en los estados de equilibrio de un sistema introduce cambios irreversibles en el sistema [habrá diferentes niveles en estos:]
Un sistema en equilibrio permanecerá en equilibrio sino cambia un valor parámetro, esto es, si el sistema no sufre perturbaciones. Si no existe un tipo de perturbación que puede hacer pasar al sistema de su estado de equilibrio a otro nuevo, el equilibrio tiene estabilidad. Si existe este tipo de perturbación, pero su efecto depende de su fuerza el equilibrio tiene estabilidad local.
Si un sistema con un equilibrio localmente estable sufre una perturbación de suficiente fuerza crítica pasará a un nuevo estado de equilibrio o cesará de existir como sistema identificable con límites que lo separan de su medio. Si el sistema continúa existiendo este cambio se denomina “cambio de equilibrio”. Este sistema es ultraestable.
Si el valor parámetro, esto es, la perturbación que es causante del nuevo estado de equilibrio, ha recuperado su anterior valor y no se ha producido otro cambio crítico, y si el sistema no vuelve a su estado originario estado de equilibrio, el cambio recibe el nombre de “cambio de sistema”, para distinguirlo del “cambio de equilibrio”. Este sistema es ultraestable pero queda alterado irreversiblemente. (Kaplan, 1963)
De acuerdo con esta clasificación, el punto número tres es el más aplicable, ya que el sistema quedó alterado de manera irreversible, por lo tanto, era necesario encontrar maneras particulares y adecuadas para dar explicación y respuesta a dicha alteración, es decir, requerimos recuperar y crear nuevos saberes.
El cuarto debate en relaciones internacionales
Los encuentros y desencuentros teóricos dieron origen al cuarto debate en relaciones internacionales que se desarrolló a partir de los años noventa, el cual se dividió en dos momentos, el primero es la discusión misma entre neorrealismo y neoliberalismo denominada síntesis neo-neo. Mientras que, el segundo se enriqueció con el reconocimiento de que la teorización en la disciplina se estaba llevando a cabo por dos grupos de propuestas, por un lado las de las teorías racionalistas (derivadas de la síntesis neo-neo) y, por el otro, las de las teorías reflectivistas.1
Cabe destacar que para autores como Yosef Lapid en su artículo “The Third Debate: On the Prospects of International Theory in a Post-Positivism Era” (Lapid, 1989) en realidad solo estamos frente a una ampliación del tercer debate y no ante un cuarto debate, siguiendo esta línea es pertinente recordar el triángulo isósceles de Weaver, ya que en su propuesta la base está ocupada por las corrientes racionalistas (neo-neo) y la punta por el neomarxismo que es de donde derivan las perspectivas reflectivistas. En este punto, más allá de si estamos en uno u otro debate, lo significativo es que la incorporación del reflectivismo refrescó la construcción teórica de la disciplina y a los internacionalistas nos mostró un panorama que poco habíamos observado y menos explorado.
Las nuevas propuestas se ubican fuera del denominado mainstream y son representadas por: la posmodernidad, la teoría social crítica, las teorías de género y feminismo, el postestructuralismo, la teoría normativa, el realismo científico y el constructivismo, las cuales son identificadas por diferentes clasificaciones. Las particularidades de cada una son notorias, sin embargo, guardan un hilo conductor compartido, a saber, el rechazo del excesivo racionalismo y positivismo establecido en los programas de investigación que ignoran la existencia de otras maneras de explicar la realidad producto de la modernidad y por ende, la demanda de considerar a las epistemologías alternativas o del sur global. En este orden de ideas, también hacen énfasis en que se ha soslayado el sello que le imprime el investigador o investigadora a su trabajo, ya que todo tiene una intención y está hecho con un objetivo (Calduch, 2019; Smith y Owens, 2008).
Evidentemente, algunas visiones se incorporaron de mejor manera que otras debido al predominio del enfoque occidental, estadounidense, racional y estatocéntrico en la disciplina de relaciones internacionales -que constituye otro tema de discusión y el cual se puede revisar a mayor profundiad en el texto “Relaciones Internacionales ¿un pensamiento americano o plural?” (López, 2001)-, lo anterior aunado a que ciertas teorías han mostrado una mayor capacidad explicativa de la realidad internacional que otras debido a que no cuentan con un programa de investigación, por lo tanto, carecen de rigor científico y metodológico, siendo esta una de sus grandes críticas. Sin embargo, el cuestionamiento ontológico, epistemólogico y metodológico que se ha llevado a cabo ha permitido que la diversificación de temas y actores planteada desde los años setenta por el paradigma transnacional este más presente que nunca y dé paso a otras perspectivas.
A continuación se hará referencia de forma breve a unas cuantas de las corrientes que intervienen en el cuarto debate y que consideramos las más representativas. Se iniciará por la propuesta de la posmodernidad que se basa en deconstruir lo ya existente siendo el primer paso el lenguaje a través del discurso, ya que es un elemento de la construcción identitaria, de allí se extiende a otras áreas, cuestionando conceptos clave para las disciplinas, tal sería el caso del Estado nación para relaciones internacionales y el orden westfaliano que lo sustenta. Dicha deconstrucción incentivó a considerar otros niveles de análisis, como el individual y con ello los temas directamente relacionados tanto en el ámbito público como en el privado, desdibujandose la línea divisoria entre estos, establecida por la Modernidad, ya que las preferecias políticas, religiosas, sexuales, etc. se empezaron a evidenciar como parte de un todo, el ser humano.
Aunado a lo anterior, se hizo patente la necesidad de la innovación y la dependencia tecnológica que desarrollamos en los últimos años del siglo XX, siguiendo a Wolin, “el verdadero soberano, es la desaparición” es decir que hemos alimentado la tendencia a olvidar el pasado, a borrarlo y crear un vacío para acoger lo nuevo (Wolin, 2013). Para exponer lo anterior, demos un par de ejemplos: la obsolescencia programada y el fast fashion. En ambos casos se visibiliza la modificación de nuestros hábitos de consumo, pero también la creencia de que al haber un vacío real o imaginario, entonces no existe y es posible recibir lo nuevo. En resumen, esto es una muestra de lo que ocurre en un aspecto de la compleja dinámica humana, que se replica en otras áreas y que se ha intensificado a partir de la pandemia por Covid-19 en donde nuestro único medio de comunicación y de contacto con el exterior fue una computadora y las múltiples aplicaciones que se desarrollaron para ello y que de forma autogestiva aprendimos a incorporar en nuestra cotidianidad.
Por su parte, la teoría social crítica heredera de la Escuela de Frankfurt inspirada en los supuestos marxistas, discutidos y enriquecidos por Max Horkheimer, Theodore Adorno, Erich Fromm, Herbert Marcuse, Jünge Habermas y otros autores más, llegó a relaciones internacionales con autores como Mark Neufeld, Vendulka Kubálcová, Robert W. Cox, entre otros. En general, los análisis desde esta perspectiva consideran a la historia como parte fundamental, ya que en este marco es que los procesos de cambio social y politico se pueden llevar a cabo, tomando en cuenta la estructura del Estado, la sociedad civil y de otras fuerzas que están presentes, así como la hegemonía. La vision del investigador o investigadora es un elemento indispensable que debe ser atendido porque permea en cada uno de los trabajos que se realizan (Cox, 1998, 2013).
Todos los puntos que aborda esta teoría resultan alentadores para el análisis, sin embargo, el concepto y la acción de la sociedad civil incentivan la reflexión, ya que la propuesta observa y considera otros objetos de referencia al centrarse en otra colectividad que cubre o satisfice aquellas deficiencias que el Estado presenta, sobre todo en materia de cambio social y politico, incluso económico donde lo que se busca es la reivindicación de añejas demandas o la visibilización de cuestiones recientes o actuales, encontrado con esto ultimo un punto de encuentro con los feminismos y el género, que entre sus principios está el de lograr un cambio social en favor de las mujeres y otros grupos vulnerables, como se describirá a continuación y como da cuenta el texto Activistas sin frontera. Redes de defensa en politica internacional (Keck y Sikkink, 2000).
Las teorías de género -como las feministas- identifican su desarrollo en olas, que empiezan al final del siglo XIX y principios del XX con el movimiento sufragista -primera ola- que ganó el derecho al voto para las mujeres inglesas y posteriormente para algunas más en otros países. La segunda dio paso a la lucha contra el patriarcado y se acuñó el concepto de género, quedando atrás el monolítico feminismo. La tercera es la que más permeó en los estudios de las relaciones internacionales en los años noventa, cuando el debate se abrió a temáticas no tradicionales, desviculadas de los asuntos político-militares, tales como los derechos humanos, el ambiente y el género. Una de las autoras más representativas para la disciplina ha sido Cynthia Enloe con su texto Bananas, Beaches and Bases (Enloe, 2014) donde hace un análisis sobre la globalización y las repercusiones que esta tiene sobre las mujeres de acuerdo a su género, etnia y clase, resaltando la importancia de su rol en la política internacional.
Otra autora importante es Ann Tickner, quien argumenta que la diplomacia, el servicio militar y la ciencia de la política internacional tienen un predominio masculino, por lo tanto son los hombres quienes toman las decisiones, relegando a las mujeres. Crítica los seis principios del realismo político de Hans Morghentau acusándolo de ofrecer una visión parcial de la realidad al no incluir la perspectiva femenina, con base en esto último propone una reformulación de dichos principios a partir del lenguaje utilizado por ejemplo una forma narrativa y contextual que es más de corte femenino que una formal y abstracta que es de naturaleza masculina (Tickner, 2014). Este último planteamiento acerca la propuesta feminista a la de la posmodernidad sobre la deconstrucción del lenguaje, lo cual como señala Judit Bokser coloca a los feminismos en la vanguardia de la transformación discursiva y del activismo dependiendo de las perspectivas (Bokser, 2023).
Por su lado, el constructivismo intentó tender un puente entra las vertientes racionalistas y reflectivistas (Wendt, 2009). Alexander Wendt su principal exponente, señala que el
constructivismo es una teoría estructural del sistema internacional que hace las siguientes afirmaciones fundamentales: 1) el estado es la principal unidad de análisis para la teoría de la política internacional, 2) la estructura clave en el sistema de estados es la intersubjetividad más que la material y 3) las identidades y los intereses del estado son construidos por la estructura social más que dados exogenamente al sistema por la naturaleza humana o la políticas domésticas. […] El resultado es una forma de estructura idealista o ideista. (Wendt, 1994)
Lo anterior ha dado pie a críticas sobre su capacidad explicativa por su similitud con los postulados racionalistas, particularmente neorrealistas, sin embargo, esta constituye una propuesta que igual que otras de corte reflexivista ha contribuido a reactivar la discusión teórica en la disciplina. De hecho, Karen Mingst analiza a la luz de la visión realista-neorrealista, liberal-neoliberal y constructivista los hechos contemporáneos, destacando las diferencias que el constructivismo tiene con las otras dos perspectivas, tomando en consideración los niveles de análisis con base en la propuesta de Waltz, es decir sociedad internacional, Estado e individuo (Mingst, 2006).
Como es posible observar, el cuarto debate en relaciones internacionales ha sido una apertura a las temáticas no tradicionales, pero también es el principio de una reflexión profunda en torno al objeto de estudio de la disciplina y a las herramientas que tenemos para explicarlo, pues definitivamente un mundo complejo requiere explicaciones acorde a ello, tal y como lo señala Graciela Arroyo:
Parafraseando a Immanuel Wallerstein, diríamos que impensar las ciencias sociales del siglo XXI aún vigentes, implica sí pensar las ciencias sociales del siglo XXI, ya que el viejo traje del Estado para el que las primeras fueron hechas, es insuficiente para contener el cúmulo de procesos supra-estatales, internacionales, intra-regionales, continentales, trans-soberanos, transnacionales y “globales”, que ahora integran la dinámica total e irreversible característica del mundo que está por ver la luz de un nuevo milenio. (Arroyo, 1998)
Agregaríamos, sobre el que ya hemos avanzado y que nos ha urgido a reflexionar desde nuestros propios lugares no sólo geográficos sino de quehacer académico complejizándose cada vez más debido a la interconexión e intersubjetividad existente entre los diferentes actores y factores.
Del inicio del siglo XXI a la fecha han pasado casi cinco lustros y la dinámica internacional se ha modificado de manera considerable, sin que necesariamente esto haya implicado un cambio de sistema, como anteriormente he señalado. Hemos sido espectadores y espectadoras del ataque a las torres gemelas, la lucha contra el terrorismo, las intervenciones en Afganistán e Irak, la ampliación de la Unión Europea, las Primaveras Árabes, la epidemia del ébola, el Brexit, el anuncio del desciframiento del genoma humano, los avances en la carrera espacial, las migraciones por cuestiones ambientales, las conformación de redes criminales transnacionales, la aparición y expansión de buscadores en internet, el uso de redes sociales, la pandemia por Covid-19, el surgimiento y empleo de inteligencia artificial (AI), el movimiento #MeToo, la invasión a Ucrania por parte de Rusia, la guerra palestino-israelí, tan solo por mencionar algunos sucesos, lo cual ha implicado la participación de los actores tradicionales, pero también de aquellos que hasta ahora no habiamos considerado ni vislumbrado, a las redes sociales, el crimen organizado, los movimientos sociales transnacionales, etc. confirmando así la ampliación de temáticas en la agenda internacional y por ende, de actores que intervienen.
A manera de conclusión
En este contexto, el cuarto debate ha quedado rebasado y actualmente la discusión se centra entre racionalismo y constructivismo, lo que ha dado cabida a propuestas que emanan desde otras visiones tales como el constructivismo realista, el posthumanismo y el post-nacionalismo, tan solo por mencionar algunas, y que estén enfocadas en dar explicación a lo antes planteado en este artículo, sobre el cambio en el objeto de referencia de las relaciones internacionales, es decir, la transición de la sociedad internacional a la humanidad.
Lo anterior constata un cambio en la manera de aprehender el mundo como resultado de las transformaciones y alteraciones en el sistema, pero ante esto surgen varias interrogantes, a saber: ¿qué elementos ontológicos, epistemológicos y metodológicos requerimos hoy para explicar la realidad? ¿El predominio de las teorías racionalistas es inminente? ¿Requerimos recuperar los viejos saberes y crear nuevos? ¿Nos encontramos frente a un cambio de paradigma? Estas y otras interrogantes quedan en la mesa para arrojar luz a una investigación posterior y con mayor nivel de profundidad, pues es necesario ir más allá en la discusión teórica de las relaciones internacionales.