Es imposible comprender acertadamente la historia de las ciencias sociales en México y en los países de Centroamérica si no se citan etnógrafos, arqueólogos, historiadores, geógrafos, geólogos, antropólogos y sociólogos de la talla de Claude Bataillon, Alain Breton, Thomas Calvo, Marie-Noëlle Chamoux, Marie-France, Fauvet-Berthelot, Alfredo López Austin, Jean Meyer, Guilhem Olivier, Guy Stresser-Péan.1 La huella y el legado de estos estudiosos del pasado y presente de las sociedades mexicanas y centroamericanas son ya imperecederos. Al mismo tiempo, sin ellos y muchos otros no se entiende la historia de TRACE: ésta y la trayectoria de estos autores corren paralelas.
Literalmente, TRACE, en español, es el acrónimo de “Trabajos e Investigaciones dentro de las Américas del Centro”. Dos ingredientes de este título ameritan destacarse. El primero es la categoría geográfica de acuñación francesa “Américas del Centro” que, además de conjuntar los actuales países de Belice, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala, México, Nicaragua y Panamá, más precisamente hace referencia a la diversidad de sociedades que habitan esos territorios: comunidades huastecas, mayas, caxcanes y de otras adscripciones culturales que existen en diversas formas, ya sean campesinas, urbanas, migrantes, obreras, artísticas, receptoras de turistas, hacedoras de política, divididas, comerciantes, marginadas y en movimiento; todas ellas herederas de procesos sociohistóricos singulares. Así, desde la perspectiva de los “mexicanistas” franceses,2 este catálogo cultural remite no a consideraciones económicas, ni políticas, ni geográficas sino, esencialmente, históricas (en el sentido de la historia de larga duración), culturales (de profundas raíces) y, por ende, arqueológicas-espaciales. Vistas así las cosas, las Américas del Centro constituyen una región del mundo en la que se comparten dioses y demonios antiguos (cfr.Fagant-Posadas 1998; Chamoux 2006), creencias imperativas (Taylor 1992:22), estéticas inconfundibles (Pincemin 1994:25), conflictos rancios (Bertrand 2000:37), sociedades únicas (Skerritt y Hoffmann 1993:24), arquitecturas insólitas (López 1991:20) y tesoros lingüísticos (Martínez y Flores 2005:47).
El segundo ingrediente tiene que ver con la preposición dentro. Ésta alude a la vocación primigenia que dio origen al CEMCA: durante más de 20 años, de 1961 a 1983, el antecedente de esta organización fue la Mission Archéologique et Ethnologique Française au Mexique (MAEFM [Misión Arqueológica y Etnológica Francesa en México]), que, como su nombre lo indica, fue el albergue de arqueólogos y etnólogos franceses interesados en México y otras sociedades centroamericanas. Antes de su fundación, más precisamente, desde 1936, Guy Stresser-Péan, que sería su primer director, ya había realizado estancias en la zona de la Huasteca y la Sierra de Puebla (CEMCA 2008). Así pues, desde el primer momento los estudiosos franceses que llegaban a México eran científicos que venían a hacer trabajo de campo y pasaban meses dentro de regiones y microrregiones de las Américas del Centro.3 En este tenor, de manera un poco jocosa, Claude Bataillon relata en sus testimonios del 2008 el cambio de nombre de MAEFM a CEMCA, en 1983:
Lo más fácil fue modificar el nombre: la MAEFM se convirtió en Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA). Dejábamos, en principio, de tener a la arqueología como pivote institucional y se empezaba a reconocer nuestra especialidad en América Central. Esto se negoció en París, un poco después, con la creación de un consejo científico (del que la MAEFM prescindió durante veinte años). La composición de dicho consejo mostraba las nuevas opciones: un historiador (Serge Gruzinski), un arqueólogo (Alain Ichon), un geógrafo (Jean Revel-Mouroz), un etnólogo (Jacques Galinier), un sociólogo (Henri Favre), un biólogo (Jacques Rufié), un botánico (Henri Puig), un lingüista (Jon Landaburu) y representantes de las instituciones francesas vinculadas. Ningún economista, ni jurista, ni politólogo: se pensaba que el CEMCA albergaría investigadores “de campo” y que estas tres disciplinas no podían serlo. Así, a iniciativa del director [el mismo Bataillon] se plantaron en el jardín dos jacarandas que, para principios del siglo XXI, ya sobrepasaban el techo del inmueble. Hasta aquí, pues, los cambios más visibles. Más serio sería el desafío de nuestras publicaciones (CEMCA 2008:10-11; traducción de los autores).
En el contexto del cambio de nombre de la institución, TRACE nació formalmente un año después, en 1984; sin embargo, el relato institucional (cfr.CEMCA 2008) considera la revista como heredera de un boletín que comenzó a publicarse en 1978, el Bulletin de la MAEFM, que sin fechas prefijadas divulgaba los trabajos principales de los investigadores adscritos o ligados a la institución (Figura 1). Cinco boletines aparecieron con textos en francés y en español, más uno en inglés, casi todos ellos mimeografiados en un formato casero. Ahí se podían leer noticias, notas biográficas, avances de proyectos de investigación y anuncios de otros nuevos, en su mayoría relacionados con trabajos y descubrimientos arqueológicos o informes etnológicos.
La transición del boletín a la revista no fue un mero cambio de formato, sino una respuesta al “desafío” al que se refiere Bataillon en la cita transcrita anteriormente. Según el testimonio de quien fuera director del CEMCA de 1982 a 1984, la pequeña comunidad de científicos franceses (arqueólogos, geógrafos, historiadores, biólogos y geólogos) debatía sobre cuál sería la audiencia a la que deberían dirigir los resultados de sus trabajos: para algunos lo importante era comunicarse con el gremio especializado del cual provenían: de ahí que prefiriesen que sus publicaciones aparecieran en francés; otros, por el contrario, buscaban que los leyeran los académicos y estudiantes mexicanos, por lo que alentaban las traducciones y la distribución de sus obras en México y los países centroamericanos (CEMCA 2008:10-11). Según Bataillon (CEMCA 2008:10-11), no fue sino hasta que Jean Meyer asumió la dirección del CEMCA (1987-1993) cuando se asentó una política editorial plenamente “mexicanista”, esto es, orientada principalmente a los públicos mexicanos, francófonos o no. En este marco nació tímidamente TRACE con un número por año; no obstante, en 1986 ya se había consolidado como una revista bilingüe (francés-español), con dos números anuales. Institucionalmente, el periodo de 1978 a 1984 se consideró la primera época de la revista, aunque, como dijimos arriba, en realidad el Bulletin fue su semilla. Por ello TRACE tiene su origen en una segunda época y en su séptima edición. Esta decisión de continuidad se tomó para dejar constancia del linaje compartido de ambas publicaciones.
La revista TRACE segunda época (números 7 al 69) cumplió, en octubre del 2016, sus primeros 32 años. Su historia puede dividirse en tres etapas:
La primera de ellas (números 7 al 10, octubre de 1984-diciembre de 1986) pareciera ser un periodo de balbuceos en el que la revista fue básicamente un medio de divulgación de los resultados de las investigaciones de los especialistas adscritos o vinculados al cemca
Desde la undécima entrega (mayo de 1987), TRACE inició un segundo periodo en el que predominó la publicación de ejemplares completos centrados en temas de investigación más o menos homogéneos que aglutinaban los esfuerzos de investigadores franceses, mexicanos y de otras nacionalidades. En cada caso, el coordinador del número temático escribía un prólogo para describir su sentido y composición. Así, por ejemplo, la decimoprimera edición de la revista reunió artículos sobre la Ciudad de México y otras grandes urbes del mundo, mientras que la siguiente se consagró a las características geológicas y geográficas de tres zonas de la república mexicana: el Bajío, el norte de Michoacán y la Sierra Gorda. Así sucesivamente fueron desfilando números especiales, cada uno editado por un investigador reconocido en su campo, en los que se daban a conocer artículos de sus colegas y estudiantes: los de arqueología (números 14, 16, 21, 25 y 43) (Figura 2), intercalados con otros de distintos temas, como movimientos políticos y procesos electorales contemporáneos (18, 23, 27 y 48) (Figura 3), los espacios rurales y la actividad campesina (19, 24 y 35), las dinámicas urbanas contemporáneas y antiguas (11, 17, 29 y 42), y sobre el mundo, las creencias, la historia y las afiliaciones indígenas (13, 15, 20, 28, 34, 38, 46, 47, 50, 53, 54 y 59) (Figura 4). En diciembre del 2011 se publicó el número 60 de trace, el último del segundo periodo de vida de la revista, con estudios sobre los movimientos migratorios internacionales.
Con el número 61, de junio del 2012, la revista dio inicio a un tercer periodo en el que aceptó el reto de convertirse en un órgano de difusión abierto a todos los investigadores que, independientemente de sus vínculos con el CEMCA, se preocuparan por los procesos mexicanos y centroamericanos. Esta nueva fisonomía de TRACE no significó una ruptura; más bien, refrendó su continuidad como una publicación interdisciplinaria centrada en una región del mundo. En cuanto a la identidad geográfica, si bien ahora ya no nos referimos a las Américas del Centro, sino a los procesos mexicanos y centroamericanos,4 sigue siendo la misma, con lo que resguardamos la vocación original de la revista: publicar artículos sobre realidades y procesos, del pasado o de la actualidad, propios de la vida de las sociedades centroamericanas (Figura 5).
El cambio principal de la última época: la apertura de la revista a todos los investigadores deseosos de publicar en ella, ha generado un resultado inmediato. Las ediciones 61 y 62 ya contienen artículos de académicos adscritos a diversas instituciones del mundo: la Université de Neuchâtel (Unine, Suiza), el Institut de Recherche Interdisciplinaire sur les Enjeux Sociaux (Iris [Instituto de Investigación Interdisciplinaria sobre Cuestiones Sociales], Francia), la Université de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines (UVSQ [Universidad de Versalles], Francia), la University of California, Los Angeles (UCLA [Universidad de California en Los Ángeles], Estados Unidos de América), la Université d’Aix-en-Provence (Universidad de Provenza, Francia), la Universidad de Guadalajara (UdeG, México), El Colegio de México (Colmex, México), El Colegio de la Frontera Norte (El Colef, México), el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM, México), El Colegio de Michoacán (Colmich, México), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH, México) y la Université de Perpignan (UP [Universidad de Perpiñán], Francia). Algunos de esos artículos están enfocados en el matrimonio heterosexual y en el arte de la guerra; otros más, en la migración de México a los Estados Unidos, en los estudiantes de enfermería en México y en los cultos neochamánicos. La apertura también significó una renovación: nuevos autores se sumaron a la casa de TRACE, con lo que la línea editorial integró contribuciones sobre nuevos procesos, con nuevas tendencias y debates originales. En suma, al abrirse la revista, se robusteció la interdisciplinariedad original, al tiempo que se multiplicaron los campos de interés.
Además de los cambios en términos de orientación científica, TRACE tiene detrás una historia de confección editorial. En su nacimiento fue una revista editada por el personal de apoyo técnico del CEMCA. Los mismos investigadores, con ayuda de los directores, la secretaria general y los miembros del comité editorial, llevan a cabo el proceso de selección, edición, diseño e impresión de artículos. Hoy en día, esta compleja tarea es responsabilidad del Departamento de Ediciones Multi-Soporte, Documentación y Apoyo a la Investigación, que, además de la revista, publica los libros y cuadernos que llevan el sello del CEMCA.
Así como TRACE viró de los temas puramente arqueológicos a la publicación de artículos de disciplinas diversas de las ciencias sociales y humanas, también modificó su tradicional formato impreso, para adaptarse, con las exigencias del presente y de las nuevas tecnologías, al electrónico: el Departamento de Ediciones se inscribió en el mundo digital desde el 2009. Esta transición fue posible gracias al compromiso y liderazgo de Joëlle Gaillac, Rodolfo Ávila y Martín del Castillo, así como al apoyo de la directora de la institución, que se articuló con el Centre National de la Recherce Scientifique (CNRS [Centro Nacional de Investigación Científica], Francia), en particular el Cléo (Le Centre pour l’édition électronique ouverte, Francia), que dio el apoyo para la digitalización (Cléo 2016).
El proceso de digitalización ha ido de la mano de la inclusión de la revista tanto en distintos portales de acceso abierto como en índices nacionales e internacionales. En particular destacamos su inserción en el Índice de Revistas Científicas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt, México), una de nuestras más importantes metas, finalmente concretada, lo cual no le resta importancia a otras bases de datos y repositorios que, con su aparato de difusión y visibilidad, nos abren las puertas a otras audiencias. La publicación en su versión electrónica es de acceso abierto para todo lector atraído por los procesos mexicanos y centroamericanos.
En su carácter interdisciplinario, la revista TRACE actual, hija o nieta de la MAEFM, sigue y seguirá siendo un referente en materia de arqueología y etnología mexicana, guatemalteca, hondureña, salvadoreña, nicaragüense y costarricense. Desde esa posición, aspira a ser un modelo internacional para quienes busquen comprender los procesos sociales singulares de esta región del mundo.
Como parte de la consecución de sus metas, desde el número 62 TRACE se convirtió en una revista trilingüe, en enero del 2015 se la aceptó en el renovado Sistema de Clasificación de Revistas Mexicanas de Ciencia y Tecnología (CRMCyT, México) del Conacyt, y actualmente está en proceso de que la refiera el Directory of Open Access Journals (DOAJ, Estados Unidos de América) (Figura 6).