La enfermería, al igual que otras profesiones, se encuentra profundamente ligada a su historia. A menudo, esa historia se expresa como un relato que busca resaltar la trascendencia de instituciones y personas relacionadas con la práctica del cuidado en México a lo largo de distintas épocas. Este no es un recordatorio sobre la importancia de la enfermería en la historia mexicana. Más bien, es una invitación a estrechar los vínculos entre enfermeras dedicadas a la historia e historiadores interesados en temas relacionados con la enfermería. A manera de primer paso en ese acercamiento, este artículo analiza la historiografía de la enfermería de las últimas décadas. Con esta aproximación se pretende también colmar un vacío: no se ha hecho hasta ahora una revisión historiográfica de esas fuentes.1 Celia Davies ve en la historiografía una vía necesaria para fomentar la maduración intelectual de la historia de la enfermería y seguir adelante con su escritura.2 En línea con su afirmación, la revisión se propone aquí como una herramienta que, por un lado, examinará y criticará el paradigma tradicional de la historia de la enfermería en México, animando a repensar su enfoque; por otro lado, sugerirá aproximaciones distintas que ─se espera─ permitirán vislumbrar también nuevos temas para la investigación. El presente artículo se encuentra, pues, dividido en tres apartados: el primero, examina la literatura producida en las últimas dos décadas destacando su afinidad con el positivismo histórico; el segundo, revisa las aportaciones hechas desde la perspectiva de la historia social y cultural, y sugiere otros posibles enfoques y fuentes para abordar la historia de la enfermería, tales como los estudios de género y la historia visual y de la cultura material. Por tal motivo, este segundo apartado se subdivide en secciones más pequeñas que indican líneas de investigación sobre las cuales es posible profundizar todavía, como son la historia de las mujeres, la historia del cuidado, la profesionalización y la identidad profesional. En el tercer y último apartado, se reconocen las aportaciones más significativas de la historia científica de la enfermería y se alienta el diálogo entre historiadores y enfermeras como única vía para lograr una escritura de la historia sobre esta profesión que sea cada vez más rica y diversa.
La ausencia actual de revisiones historiográficas no significa que el interés por entender cómo han construido los historiadores sus versiones sobre la historia de la enfermería no se haya manifestado antes. A Lucila Cárdenas-Becerril se debe el primer “Recuento de lo escrito”. Es decir, de un inventario que como tal describe, clasifica y, además, evalúa en términos cuantitativos un corpus bibliográfico de publicación reciente.3 La utilidad de la heurística, elegida como enfoque para ese trabajo, no está en duda. Aunque es un buen punto de partida, la descripción no es suficiente para valorar de manera profunda las aportaciones que se han hecho al campo de la historia de la enfermería. Como se sabe, la comprensión del discurso histórico no se reduce a la recolección de datos. La literatura es siempre producto de un contexto específico y la manera en que construye sus argumentos se vuelve significativa en función del análisis de ese contexto.4 Por lo tanto, el objetivo del siguiente apartado consiste en analizar cómo se ha escrito la historia de la enfermería en las últimas décadas y en tratar de explicar por qué se han hecho determinadas elecciones metodológicas a ese respecto.5
La escritura de una historia científica
En 2004, la historiadora Elsa Malvido reconoció que la historia de la enfermería en México estaba en proceso de escritura. Asimismo, señaló a la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia de la Universidad Nacional Autónoma de México como una institución comprometida con dar a conocer la importancia de esa rama de la disciplina histórica.6 En efecto, la historia de la enfermería es una creación reciente. Su corpus historiográfico comenzó a integrarse de manera más o menos constante hace alrededor de veinte años, teniendo como núcleo generador importante, aunque no exclusivo, el ambiente académico que indicó Malvido. Por este motivo, la historiografía sobre el tema se debe en gran medida a las enfermeras: son ellas quienes han escrito la historia de su profesión y también quienes la han dado a conocer a través de publicaciones dirigidas principalmente a sus colegas.7
El primer trabajo extenso sobre la historia de la enfermería en México es la tesis que Edda Alatorre Wynter concluyó en 1984.8 Enfermera y docente, Alatorre Wynter había impartido la asignatura de Historia de la Enfermería. El curso consistía entonces en una valoración de los cuidados prodigados a enfermos en diversas épocas, culturas y lugares del mundo. Por más que fuera un antecedente, esa historia resultaba ajena al contexto de la historia mexicana; de ahí el interés de la autora por rastrear las particularidades de la enfermería en México desde la época prehispánica hasta el siglo XX. El resultado fue una tesis con enfoque marxista, que buscaba explicar, a través de la historia, las condiciones laborales adversas que afrontaban las enfermeras en ese momento.9
Además de ser una aportación pionera, el trabajo de Alatorre es significativo porque se escribió cuando la historia de la enfermería ya no figuraba en el currículo de la Escuela Nacional de Enfermería. La historia universal de la enfermería se enseñó mientras se mantuvo vigente el Plan Piloto aprobado en 1958.10 En 1979 entró en vigor un nuevo Plan de estudios que excluyó oficialmente a la historia por trece años. El objetivo principal de este consistía en hacer del método científico el eje de toda la enseñanza.11 Según el diagnóstico previo a la reestructuración, alrededor de un tercio de los programas de estudios ofrecidos “carecía de una metodología científica”. Este criterio justificó la recomposición y supresión de ciertas asignaturas.12 La historia se excluyó probablemente por formar parte de las humanidades, campo que entonces se percibía muy alejado de las ciencias de la salud y de las ciencias en general. Al no cumplir con los ideales científicos del nuevo plan de estudios, la investigación histórica quedó también descartada.13
Esta modificación significó una herida profunda para la historia de la enfermería en México. Las investigaciones en esa área comenzaron a ver la luz a finales de la década de 1990 y el ritmo de las publicaciones se incrementó de forma paulatina a partir del año 2000. Este cambio parece estar vinculado a otra modificación del plan de estudios de la licenciatura: en 1992 se incluyó, por primera vez, la asignatura de Historia de la Enfermería en México.14
La inquietud por enseñar una historia que estaba todavía por escribirse en tantos aspectos parece explicar entonces el aumento de la producción historiográfica. Sin embargo, el énfasis en el carácter científico que debía dominar todos los aspectos de la enfermería se mantuvo e incidió en la forma de escribir la historia de la profesión. La historia de la enfermería se hizo científica, recuperando la teoría filosófica del positivismo.
Desde esta perspectiva, contar la historia de la enfermería implica, en primer lugar, colocar la historia al mismo nivel de la ciencia.15 Los resultados de la investigación histórica deben, pues, acomodarse a la estructura típica de las publicaciones científicas, en aras de garantizar la objetividad de su contenido; de ahí, que algunas revistas académicas exijan que los artículos de corte histórico adopten una división estricta en cuatro secciones, a saber: introducción, metodología, discusión y conclusiones.16 Sobre este esquema, y aun sobre otros menos rígidos, se elaboran narraciones que giran en torno a dos conceptos fundamentales: orden y evolución.17
En la historiografía de la enfermería en México, orden es igual a cronología.18 La historia se concibe como un proceso lineal que, por lo tanto, amerita una narración secuencial de los hechos. Por lo general, la narración inicia en la época prehispánica y culmina en el siglo XX. En la reciente compilación de Carlos Compton García Fuentes, esta secuencia responde a los propósitos didácticos de la publicación.19 Sin embargo, es común encontrar este mismo tipo de organización interna en espacios editoriales más breves, tales como artículos y capítulos de libros, dirigidos a lectores académicos especializados.20 La cronología se toma como un criterio de ordenamiento, pero también como una herramienta; a través de ella se busca identificar sucesos y fechas clave para la consolidación de la enfermería como profesión. Esto explica también la existencia de al menos dos libros de Efemérides que se han convertido en referencias obligadas para otra literatura.21 En esas densas recolecciones de datos y descripciones de acontecimientos no se analizan los cambios históricos, no se ofrecen interpretaciones, ni tampoco emergen comparaciones o conclusiones significativas.
No obstante, la cronología lleva implícita la tensión dialéctica entre estática y dinámica que también es propia del positivismo.22 El orden implica un progreso que se entiende como un proceso de evolución. En enfermería, la historia se ha concebido, por lo tanto, como una evolución en marcha hacia una consolidación cada vez más acabada de la profesión. Artículos como los de Cárdenas Jiménez y Zárate Grajales, Villeda García, Castañeda y Alemán Escobar se pronuncian abiertamente en este sentido.23 La narración cronológica se introduce, en esos textos, como un recorrido necesario; sólo a través del ordenamiento temporal es posible mostrar a la enfermería universitaria como la etapa más avanzada del proceso evolutivo y, en consecuencia, afirmar que cualquier etapa anterior que pudiera haber experimentado la profesión no fue mejor que la actual.24
Del enfoque anterior deriva también la búsqueda de leyes que supuestamente rigen el curso de la historia de la enfermería.25 Alatorre Wynter manifiesta su acuerdo con esta idea cuando declara que sólo la historia científica es capaz de explicar racionalmente el presente a partir del pasado.26 La escritura de la historia tiene, según la autora, la obligación de descubrir y exhibir las causas de las desigualdades de clase y género que afronta la enfermería actualmente. Pero, sobre todo, debe servir para proponer acciones que contribuyan a mejorar el futuro de las enfermeras, logrando su empoderamiento como mujeres y su reconocimiento social.27 O sea que, en afinidad con los planteamientos positivistas, la historia se percibe como una garantía de transformación del futuro mediante el logro de metas cada vez más perfectas.28 Esta idea se repite a manera de justificación en diversos artículos, a veces sin argumentos claros: Bermúdez González asegura que la historia “rescatará a la enfermería humanista” olvidada en el mundo contemporáneo. Para Alatorre Wynter y Villeda García, la memoria histórica “contribuirá a construir o forjar un mejor futuro”. Torres Barrera confía en que la historia “permitirá identificar aciertos y errores que servirán para mejorar los programas educativos” y, se entiende, seguir adelante con la evolución de la profesión.29
Queda claro hasta aquí que la historiografía de la enfermería en México de las últimas dos décadas mantiene una fuerte afinidad con el positivismo. Sin embargo, presenta una contradicción sumamente importante en relación con la herencia metodológica de esa corriente. El positivismo prevé la formulación del conocimiento histórico basada en el examen exacto de las pruebas.30 En contraposición a este planteamiento, los textos rara vez construyen sus argumentos a partir de datos positivos, que sería la información obtenida a partir de fuentes primarias. La tendencia es a recurrir una y otra vez a las fuentes de segunda mano sin cuestionarlas. La escritura de la historia cae entonces en un círculo que dificulta la creación de narrativas distintas e impide el estudio de temas inexplorados. En este sentido, la historia científica de la enfermería falla en su intento por legitimar a la profesión capturando su pasado de la manera más precisa posible.31
Otras perspectivas, nuevas posibilidades
¿La historia de la enfermería en México puede escribirse de otra manera? La necesidad de hacer una historia diferente no ha pasado inadvertida. Alatorre Wynter aboga por abordar temáticas distintas y formular nuevas teorías de la historia. Sin embargo, esta idea se introduce de manera un tanto paradójica. La autora apela a la novedad como una garantía de avance en la disciplina que soluciona las dificultades para encontrar evidencia histórica.32 Su propuesta resulta inviable porque desestima el valor de las fuentes a sabiendas de que la historia, incluso en sus planteamientos más innovadores, se construye examinando los vestigios del pasado, como sostiene Sioban Nelson.33 Esto significa, en otras palabras, que no debemos simplemente negar o poner en duda la existencia de las fuentes históricas; al contrario, es preciso buscarlas. O bien, estar dispuestos a mirar aquellas fuentes de las que ya se tiene conocimiento con otros ojos.
Escribir una historia de la enfermería en México distinta de la que se ha hecho hasta ahora puede ser una novedad, en tanto se entienda como un ejercicio de interdisciplina. Se trata de poner los métodos y los enfoques que tiene la historia al servicio de una disciplina que está más cerca de las ciencias que de las humanidades, pero que, sin embargo, tiene en su núcleo una cuestión profundamente humana que es el cuidado del otro. En la introducción a Rewriting Nursing History, Celia Davies insta a los estudiosos de la enfermería a enmarcar sus investigaciones en las diferentes aristas de la disciplina histórica; ella pone especial énfasis en la historia social dada su formación como socióloga.34 Actualmente, existen trabajos enfocados en cuestiones relacionadas con la historia del cuidado y la enfermería en México que abordan sus temas desde esa perspectiva. Vale la pena traer a colación el capítulo de Elsa Malvido sobre las Hermanas de la Caridad, los artículos de Silvia Marina Arrom dedicados a la labor asistencial de las asociaciones católicas filantrópicas, el estudio de Margarita Ramírez Sánchez sobre la creación de una cátedra exclusiva para parteras en la Escuela de Medicina durante el siglo XIX, o bien el trabajo de Claudia Agostoni sobre el papel asignado, por las autoridades de salud, a las enfermeras visitadoras en la década de 1920.35 La historia cultural ha sido, en cambio, el marco preferido por investigaciones centradas en la partería durante la época virreinal. Basta echar una mirada al estudio de Martha Eugenia Rodríguez sobre las creencias asociadas a cuidados que se prodigaban durante el embarazo y el parto o a la tesis en la que Verónica Susana García Vega perfila la identidad de las parteras y analiza la postura de la Inquisición ante sus saberes y prácticas. También cabe incluir en este grupo el estudio de Brenda Ortiz Coss sobre la aculturación de los conocimientos en torno a la partería en los siglos XVI al XVIII.36
Los trabajos de las historiadoras apenas citadas conforman un pequeño muestrario que abona a la viabilidad de escribir la historia de la enfermería, valiéndose para ello de métodos y enfoques distintos de los que contempla la historia científica. Para Celia Davies, la escritura se nutre del intercambio entre enfermeras e historiadores animados por un propósito común: cuestionar el paradigma tradicional de la historia mediante la formulación de una variedad amplia de aproximaciones.37 Lucila Cárdenas-Becerril identifica cuatro líneas de investigación por medio del análisis cuantitativo de la historiografía, a saber: la historia de las instituciones de enfermería, misma que está enfocada en desentrañar el origen y dar seguimiento al desarrollo de facultades y escuelas; la historia de las enfermeras y enfermeros, que contempla las biografías de personajes sobresalientes; la historia del cuidado en enfermería y la historia de la profesión.38 Las historiadoras Celia Davies y Barbara Mortimer, por su parte, han propuesto líneas de investigación que indican otros posibles acercamientos.39 La mayoría de estas perspectivas no son desconocidas para los historiadores de la enfermería en México. Un par de éstas coincide incluso con las que identifica Cárdenas-Becerril; sin embargo, todavía no han sido suficientemente desarrolladas. A continuación, presento una síntesis de las propuestas de estas autoras, misma que adapto a las características y fuentes de la enfermería en México.40 Sugiero, además, otras líneas que considero susceptibles también de explorarse. Mi exposición no pretende ser exhaustiva sino llamar la atención sobre algunas problemáticas y vetas de investigación que, a mi parecer, pueden resultar interesantes, destacando sus posibles entrecruces con diferentes ramas de la disciplina histórica.
Historia de las mujeres y estudios de género
La historia de las mujeres ha experimentado un crecimiento constante desde la década de 1970. Se trata de un modelo caracterizado por una multiplicidad de planteamientos, formas de escribir y narrar una historia que visibiliza a las mujeres.41 En este campo, la enfermería tiene mucho que aportar puesto que ha sido de manera predominante una profesión femenina, especialmente a partir del siglo XIX. Varios de los temas de interés para la historia de las mujeres tienen un vínculo directo con la enfermería. Por ejemplo, la relación entre el cuidado y lo doméstico. Douglas Nance se ha referido a la domesticidad como una cuestión de carácter, relacionada con la sumisión, que fue impuesta a las enfermeras por los médicos en el tránsito al siglo XX.42 Su estudio muestra que la historia de las mujeres puede servir para explicar la interacción entre mujeres y hombres dentro del espacio hospitalario; también abre el panorama hacia relaciones establecidas en otros ámbitos. Ha quedado de lado, en este sentido, el papel de las mujeres como enfermeras o cuidadoras de niños o enfermos en los hogares. Este tema probablemente encierra una gama de experiencias que a veces suponen un balance entre los cuidados domésticos cotidianos y la asistencia remunerada. Cuestiones de esta índole son las que aborda Estela Roselló en su estudio acerca de las curanderas en Nueva España.43 Por su desemejanza, los trabajos de Nance y Roselló llaman la atención sobre la diversidad de roles asociados a los cuidados de enfermería que las mujeres han asumido; esto inclina, a su vez, a explorar las motivaciones que existen detrás de esa práctica, como puede ser la obligación, la vocación, la necesidad o la filantropía. Las vidas de enfermeras, como las memorias noveladas de Leonor Villegas de Magnón, pueden ser fuentes útiles para este tipo de indagaciones, al igual que las memorias de enfermeras vivas todavía; esos relatos permiten incursionar en la complejidad de los testimonios narrativos que maneja la historia oral, como muestra el trabajo de María Guadalupe Rosete Mohedano.44
A partir de la década de 1980, las historiadoras mexicanas adoptaron al género como una categoría que permitía interpretar, resignificar y comprender la participación femenina dentro de un entramado de relaciones que las definía como sujetos subordinados.45 En trabajos como los de Edda Alatorre Wynter y María de Lourdes Olguín, el género se ha esgrimido como un mecanismo de defensa; a través de esa categoría se busca reivindicar la importancia de las mujeres en el área de la salud.46 Esta inquietud es legítima. La enfermería pasó de ser considerada una actividad de servidumbre a un oficio y finalmente una profesión cuando la Escuela de Enfermería se incorporó a la Universidad Nacional, como explican Josefina Torres Galán y José Sanfilippo.47 Aunque esta incorporación implicó la inserción de las mujeres tanto en la educación universitaria como en el campo laboral, no significó un cambio sustantivo en su condición de subordinación.48
Sin embargo, el estudio histórico de las enfermeras como un grupo aislado dificulta la justa valoración de la contribución femenina a la salud en un mundo dominado por hombres. Vale la pena recordar aquí a Joan Scott cuando afirma que el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basado en percibir las diferencias entre los sexos, y es precisamente esa diferencia la que permite significar las relaciones de poder.49 La presunción sobre la enfermería como profesión femenina es algo que puede cuestionarse profundamente usando el género como herramienta para la historia. No se ha escrito todavía una historia de los hombres en la enfermería, aun cuando su labor asistencial está documentada al menos desde los primeros años de la Conquista. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, por ejemplo, hace numerosas menciones de las curaciones a los heridos de guerra y de las atenciones prestadas por los soldados a los enfermos.50 La llegada de las órdenes religiosas ─entre ellas la de los juaninos─,51 así como la fundación de los primeros hospitales, significó la apertura de espacios para prácticas de enfermería que estuvieron encabezadas por hombres, y que así se mantuvieron a lo largo del periodo virreinal hasta la supresión de las órdenes religiosas.52 La feminización de la enfermería es un fenómeno que va de la mano con el siglo XIX, pero éste no implicó que los varones dejaran de desempeñarse en ese ámbito. La asistencia a los necesitados justificó, por ejemplo, la fundación de la asociación laica conocida como los Señores de San Vicente de Paúl que estudia Silvia Marina Arrom.53 Por otra parte, la convocatoria de Escuela Práctica y Gratuita de Enfermeros adscrita al Hospital de Maternidad e Infancia, que se inauguró en 1898, contempló la admisión de alumnos varones, como apunta Douglas Nance.54
El estudio del cuidado prodigado por hombres, que además de la enfermería desempeñaban otros oficios -tales como soldados, religiosos y empleados de oficinas públicas, por mencionar algunos- podría arrojar pistas para resolver uno de los mayores problemas de la historia de la enfermería: definir quién debe ser considerado enfermero y quién no, y bajo cuáles circunstancias, especialmente antes del establecimiento oficial de la profesión en el tránsito del siglo XIX al XX. El estudio de la presencia masculina es indispensable para lograr una comprensión más profunda de la historia de la enfermería en México en cualquiera de sus momentos.
Historia del cuidado
June M. Como observa acertadamente que las palabras “enfermería” y “enfermera” tienden a asociarse con la palabra “cuidado”. No pocas enfermeras consideran incluso que las habilidades para cuidar son la esencia de su profesión. Especialistas dedicados a disciplinas tales como la ética, la filosofía o la teoría moral han discutido el significado y las implicaciones de cuidar.55 Sin embargo esta, que es una cuestión medular para la enfermería, es quizá un tópico elusivo para los historiadores.56 De una forma un tanto paradójica, el cuidado tiende a quedar vagamente esbozado dentro de los temas más abordados de la historia de la enfermería.
La historiadora y enfermera Marie-Françoise Collière destacó que el cuidado de la salud ha sido indispensable para mantener la vida a lo largo de la historia.57 Su exposición deja en claro que los seres humanos no se han limitado a desarrollar técnicas o aplicar procedimientos que ayuden a aliviar o sanar, sino que han dotado de significados a sus prácticas. El cuidado es el resultado de la interacción entre sujetos; ocurre cuando se establece una relación, entre quien cuida y quien es cuidado, mediada por la confianza.58 Esto significa que, además de los remedios y las técnicas, el cuidado implica tanto emociones como actitudes que se demuestran y ponen en práctica. Tales cuestiones aparentemente tan subjetivas son las que han interesado a la historia de las emociones. Elsa Malvido y María Elena Hernández incursionan en ese terreno al estudiar el vínculo entre el amor y el cuidado a los enfermos en el capítulo dedicado a las diaconisas protestantes en el México decimonónico.59 El trabajo de estas autoras pone de manifiesto la posibilidad de encontrar y acceder a fuentes que documenten el cuidado y que pueden ser distintas de fuentes más tradicionales, motivo por el cual ahora pasan desapercibidas. Esas fuentes pueden ser menos evidentes o difíciles de rastrear dada la naturaleza oculta del cuidado, especialmente en la esfera privada. Lo que ocurre entre la enfermera y el paciente es algo que suele quedar circunscrito a la intimidad del cuarto del enfermo; por lo cual, apenas deja rastros o evidencias escritas.60 En este sentido, Christopher Maggs señala que la historia de las enfermeras tiende a escribirse cuando las fuentes refieren a prácticas visibles en la esfera pública.61 Para recuperar los vestigios del cuidado, Barbara Mortimer propone la historia oral, o bien el análisis de fuentes semejantes a la narración hablada, como pueden ser las autobiografías.62 En México queda pendiente todavía identificar aquellas fuentes documentales que puedan ayudar mejor a problematizar el cuidado desde la historia, reconociendo sus diferentes tipologías.
Historia visual e historia de la cultura material
La historia visual es una forma de acceder al pasado y estudiarlo a través de imágenes. Esas imágenes pueden ser cualquier tipo de materiales visuales y no necesariamente aquellos que se consideran dentro del rubro del arte. En este sentido, cualquier imagen o conjunto de imágenes que se haya creado con el propósito de capturar un momento o evento específico pueden utilizarse como evidencia para hacer historia.63 Patricia Donahue y Juana Hernández Conesa entendieron el valor de los vestigios visuales para reconstruir la historia de la enfermería y del cuidado en diversas partes del orbe.64 Sus libros se han tomado como historias convencionales; sin embargo, en ambos trabajos se percibe el interés de las autoras por documentar prácticas y reconstruir espacios relacionados con el cuidado de la salud a través de materiales visuales como la pintura, el grabado, los carteles o la fotografía, entre otros. La historia visual de la enfermería en México es hasta ahora una línea prácticamente inexplorada. Esto no deja de ser llamativo dada la significativa cantidad de imágenes relacionadas con la profesión que existen en diversos soportes y circulan en diferentes medios. Basta con echar un vistazo a las plataformas digitales más conocidas para encontrar una variedad interesante de fotografías, pertenecientes a las colecciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia o del Instituto Nacional de Estudios Históricos sobre las Revoluciones de México, por mencionar sólo un par de repositorios, que bien podría tomarse como punto de partida para diversos estudios. Los materiales fotográficos se han incluido en algunas publicaciones académicas, pero siempre a manera de meras ilustraciones que acompañan otro discurso y no como documentos o evidencias interesantes por sí mismas. Existen, no obstante, algunos trabajos que sugieren los alcances de la historia visual de la enfermería. Un ejemplo de esto es el artículo de Angélica Velázquez Guadarrama sobre la secularización de la caridad en el siglo XIX, en el cual tienen especial protagonismo las imágenes que representan a las Hermanas de la Caridad.65
La historia visual se relaciona con la dimensión material del pasado dado que existen vínculos entre las imágenes y los objetos, también denominados artefactos. Los historiadores de la cultura usan tanto los artefactos como el material visual y escrito para reconstruir significados, ideas, valores, actitudes, restricciones, temores y emociones, entre otros elementos inscritos dentro de los patrones culturales de una sociedad.66 Según Richard Grassby, algunos artefactos pueden evidenciar la calidad de vida de los seres humanos si se les interpreta adecuadamente.67 Esta afirmación es atractiva para la historia de la enfermería. Los objetos conservados en las colecciones de los museos pueden dar pistas sobre el significado y la práctica del cuidado o el autocuidado en diferentes épocas y espacios. La combinación de objetos puede ser, además, útil para evocar o reconstruir entornos o atmósferas. Desde la perspectiva de la historia de la cultura material, los artefactos pueden ser vestigios de esa naturaleza oculta del cuidado de enfermería a la que me referí en un apartado anterior.
Ivan Gaskell sostiene que la interpretación del material visual no es exclusiva de una disciplina. Si bien es cierto que la visualización del pasado a través de sus imágenes y objetos requiere herramientas metodológicas distintas de aquellas que se utilizan para el análisis de documentos escritos, esto no significa que los historiadores no tengan nada que aportar en esta línea.68 Los historiadores que son también enfermeros tienen mucho por enseñar en este sentido. El estudio de imágenes y objetos relacionados con el cuidado de la salud podría resultar más enriquecedor hecho desde la perspectiva de quienes, de alguna manera, podrían estar más familiarizados con sus usos y significados.
Profesionalización e identidad profesional
La palabra “profesionalizar” es un término empleado por diversos grupos de trabajo y que posee una larga historia en el contexto social. Las múltiples definiciones y significados atribuidos a ese concepto se han convertido en ejes para la historia de las ocupaciones, incluyendo a la enfermería. En la historiografía reciente, la profesionalización se ha entendido como un proceso de evolución, el cual está estrechamente vinculado a la formación brindada por escuelas y facultades en distintas épocas. En este sentido, profesionalización e historia de la educación en enfermería han ido de la mano; su relación se ha examinado estableciendo las fechas de fundación de las escuelas de enfermería más importantes, los requisitos de ingreso a la institución y los cursos ofrecidos.69 Dicha información es importante para la historia de la enfermería, pero se puede problematizar. Una posible vía para esto consiste en reconocer la complejidad que entraña el proceso de convertir una ocupación por largo tiempo considerada doméstica en una carrera universitaria.
Durante el siglo XIX, la enfermería a cargo de mujeres se calificó como una práctica empírica. La falta de una formación científica se señaló como un obstáculo para su correcto ejercicio en cualquiera de sus vertientes; de ahí que se descalificasen los saberes tradicionales de las parteras, o bien de las enfermeras laicas que se incorporaron a los hospitales tras el exilio de las Hermanas de la Caridad. En la vuelta al siglo XX, la ideología de la profesionalización fue más allá de satisfacer los estándares científicos de una época; sugirió que las enfermeras podían elevar su posición en la jerarquía social, colocándose por encima del servicio doméstico, y mejorando así el potencial remunerativo de su ocupación.70 La ideología de la domesticidad y la profesionalización convergen, se complementan y, a la vez, entran en conflicto en la historia de la enfermería de una manera muy peculiar; este encuentro adquiere nuevos matices con la incorporación de la enfermería a la universidad, la cual supuso la equiparación de la disciplina con otras profesiones, especialmente aquellas pertenecientes al área de la salud. La complejidad de este fenómeno, así como sus relaciones con el contexto social que atañe a todas las profesiones, merece estudiarse con mayor profundidad.
La historia de la profesionalización puede ser una perspectiva útil para abordar también cuestiones relacionadas con la identidad profesional; es decir, con ese conjunto de atributos que permiten a un individuo reconocerse como integrante de un gremio profesional y que, en el caso de la enfermería, apuntan al cuidado como eje organizador de dichos atributos. Karime Balderas define la identidad profesional de la enfermera como un entramado en el que también participan la identidad individual y la identidad colectiva. Además, señala al pasado histórico como un elemento que amalgama esos elementos, contribuyendo a forjar también la identidad profesional. Así, remite a Florence Nightingale como punto de partida para la construcción de un estereotipo que, en teoría, funciona como el fundamento simbólico de la identidad profesional de toda enfermera.71 Aunque la relevancia de Nightingale para la enfermería moderna es indiscutible, valdría la pena preguntarse hasta dónde influye su modelo en el caso de México. La historia de la profesionalización vinculada a la historia de las instituciones, o bien a la historia de la formación y vida de enfermeras sobresalientes quizá podrían mostrar una identidad profesional distintiva de la enfermería mexicana; ésta, a su vez, podría arrojar luz sobre el papel que desempeña la historia en la construcción de la identidad de las enfermeras contemporáneas. Cierro este apartado con el tópico de la profesionalización porque, a mi parecer, es aquel que tiene mayores posibilidades de cruzarse con otras líneas, incluyendo las que se han discutido hasta aquí.
Conclusión
En México, el paradigma tradicional de la historia de la enfermería se ha construido sobre los ideales científicos del positivismo; de ahí, que los conceptos clave de esa teoría filosófica -orden y evolución- sean los pilares que sostienen una parte significativa de la narrativa histórica producida en décadas recientes. Esta forma de escribir la historia ha traído consigo diversas aportaciones: en primer lugar, ha llamado la atención sobre la historia de la enfermería como una historia distinta, aunque paralela a la historia de la medicina; en segundo lugar, ha identificado fechas, hechos y personajes importantes para la historia de la práctica del cuidado, enfatizando siempre la participación de las mujeres en la atención de la salud de individuos, familias y comunidades, lo cual favoreció la supervivencia de las mismas en distintas épocas; por último, ha destacado la importancia de la incorporación de la enfermería a los programas universitarios como un motor para la formación profesional femenina y la introducción de las mujeres en el ámbito laboral. Al ocuparse someramente de temporalidades tan extensas y distintas entre sí, la historiografía elaborada en el marco de este paradigma ha permitido también entrever múltiples campos de la historia en los cuales todavía es posible seguir investigando.
Para lograr su consolidación como una rama más de la disciplina histórica, la historia de la enfermería debe escribirse desde otras perspectivas. La historia social y la historia cultural han demostrado ser alternativas viables para comprender y explicar realidades diversas relacionadas con el ejercicio del cuidado de la salud. Existen, sin embargo, otras vías para las cuales es preciso que los historiadores y las enfermeras entablen un diálogo constante; pues, sólo a través del intercambio será posible discernir y elegir aquellos marcos y enfoques que mejor contribuyan a exponer la complejidad de la enfermería como práctica, pero también como una ocupación que tiene numerosos matices y entrecruces a nivel individual, social, cultural, político y religioso. A mi parecer, esa labor empieza con la búsqueda y el examen de fuentes documentales que pueden abrir senderos a problemáticas no abordadas todavía. En este artículo he sugerido apenas algunas ideas que pueden resultar útiles a este respecto, pero las alternativas son, desde luego, mucho más amplias.
La historia de la enfermería que se escriba con estas miras debe tener dos propósitos fundamentales: por un lado, deberá contribuir a identificar y explicar esas singularidades de la enfermería mexicana que son producto de los procesos históricos en los que se ha visto inmersa y, por otro lado, deberá resaltar el lugar que le corresponde a la enfermería en la historia, no por haber sido una ocupación largamente “menospreciada” o “infravalorada” -términos de uso relativamente frecuente en el discurso del paradigma tradicional- sino por su compromiso continuo con la preservación de la vida humana. Con estas afirmaciones, no desestimo los aportes de la historia científica de la enfermería; al contrario, retomo una de sus ideas más importantes y la señalo como un punto de partida obligado para quien decida optar por otras formas de escribir, sin perder de vista que la posición de las enfermeras en el tiempo ha sido tan cambiante como la historia misma.