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Crítica (México, D.F.)

versão impressa ISSN 0011-1503

Crítica (Méx., D.F.) vol.43 no.128 Ciudad de México Ago. 2011  Epub 05-Jun-2020

https://doi.org/10.22201/iifs.18704905e.2011.834 

Notas bibliográficas

Daniela M. Bailer-Jones, Scientific Models in Philosophy of Science

Alejandro Cassini* 

*Universidad de Buenos Aires-CONICET alepafrac@yahoo.com.ar

Bailer-Jones, Daniela M.. Scientific Models in Philosophy of Science. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2009. 235p.


Daniela Bailer-Jones fue una promisoria representante de la filosofía de la ciencia en Alemania que falleció prematuramente en 2006 a la edad de treinta y siete años. Esta obra, su único libro, se publicó póstumamente a fines de 2009. Los editores, Coryn Bailer-Jones y Peter Machamer, explican en el prefacio las circunstancias de la edición del libro, que la autora terminó de escribir en 2003, pero cuyas revisiones finales quedaron parcialmente inconclusas.

La cuestión de la naturaleza y las funciones de los modelos cien-tíficos ha sido uno de los temas más discutidos en la filosofía de la ciencia de las últimas dos décadas. Existe una amplia bibliogra-fía, a menudo bastante confusa y desorganizada, que incluye varias antologías y numerosos artículos esparcidos en revistas especializa-das, pero, curiosamente, no se ha editado desde hace varias décadas ninguna monografía general y auténticamente introductoria dedicada exclusivamente a este tema. El único antecedente es la obra de Mary Hesse, Models and Analogies in Science, publicada originalmente en Londres en 1963, que todavía se cita frecuentemente, pero que, dada su fecha de publicación, resulta inevitablemente desactualizada. El libro de Bailer-Jones viene a cubrir este hueco en la bibliografía filosófica y lo hace de manera muy satisfactoria. Es conveniente hacer explícita la naturaleza de la obra para tener en claro sus pretensio-nes y su alcance. No se trata de una monografía donde se exponga, desarrolle y justifique una tesis personal de la autora, sino de un libro de carácter introductorio y panorámico que apunta a ordenar y sistematizar la información disponible sobre el tema. No obstante, no tiene un carácter puramente expositivo. Las opiniones de la autora aparecen breve pero claramente formuladas en determinados pasajes, sobre todo en las conclusiones de cada capítulo y en la conclusión general del libro.

La obra consta de nueve capítulos que están dispuestos siguiendo un orden aproximadamente cronológico de los temas abordados en cada uno; también incluye una amplia y muy útil bibliografía final, ordenada por año. El primer capítulo es una introducción general al estudio de los modelos científicos. El segundo se ocupa de la naturaleza de los modelos mecánicos en la física de la segunda mitad del siglo XIX. El tercero trata acerca del uso de analogías en la ciencia. El cuarto habla de la concepción clásica de las teorías y de los comienzos de la discusión filosófica sobre los modelos. El quinto versa sobre las metáforas en la ciencia. El sexto estudia la concepción semántica de las teorías empíricas. El séptimo analiza la relación entre fenómenos, datos y modelos de los datos. El octavo culmina la obra con el tratamiento de la representación científica en las publicaciones más recientes de la filosofía de la ciencia. El noveno es una breve recapitulación de las conclusiones de la autora. Se advierte que son temas muy amplios, que interesarán a los filósofos de la ciencia y a todos los que se ocupan de elucidar la naturaleza del conocimiento. Dado que no es posible discutir todas estas cuestiones en el espacio limitado de una reseña, me ocuparé con cierto detalle de dos problemas principales: la relación entre modelos y analogías, y la manera en que los modelos representan los fenómenos.

Modelos y analogías estuvieron estrechamente asociados desde el siglo XIX, pero el significado de ambos términos se modificó con el paso del tiempo. Bailer-Jones señala que en los comienzos de la discusión de los modelos mecánicos se llamaba “modelo” solamente a las entidades físicas, tales como las maquetas y los prototipos a escala; mientras que se llamaba “analogías” a todas las representaciones visuales de los fenómenos físicos y a todos los constructos teóricos que los representaban. Así, el modelo de vórtices del éter de Maxwell o su modelo de las líneas de fuerza del campo electromagnético eran analogías en la terminología de la época (p. 28). El hecho de que hoy los llamemos modelos indica que el significado de este término se ha extendido notablemente. Asimismo, el concepto de modelo mecánico, señala la autora, ha cambiado y ya no se limita a la imagen de la mecánica clásica de partículas en movimiento que interactúan mediante fuerzas a distancia y están sometidas a las leyes de Newton. En la actualidad, es posible admitir un concepto más amplio de modelo mecánico, concebido en términos de partes de un todo que interactúan entre sí, pero no necesariamente de acuerdo con leyes causales (p. 38). Bailer-Jones, sin embargo, no consigue caracterizar este nuevo concepto de mecanismo con la misma precisión con que describe los modelos mecánicos clásicos.

Es indudable que las analogías se utilizan ampliamente en la ciencia y que desempeñan diferentes funciones. Bailer-Jones analiza brevemente el empleo de las analogías como instrumentos para el descubrimiento de hipótesis, como guías para el diseño experimental y como recursos para la enseñanza y la ejemplificación. En general, casi nadie cuestiona estos usos de la analogía, el problema central es si éstas tienen carácter explicativo, o, en otros términos, si proporcionan auténtica comprensión de los fenómenos. Sobre este punto, la autora no avanza demasiado respecto de las ideas de Mary Hesse (1963), cuyo marco conceptual para el estudio de las analogías suscribe de manera casi completa. Señala, eso sí, y de manera acertada en mi opinión, algunas de las limitaciones de los estudios más recientes sobre el pen-samiento analógico en el campo de las ciencias cognitivas. Indica que las conclusiones de los psicólogos cognitivos, generalmente basadas en amplia evidencia experimental, no siempre pueden transferirse de manera directa al dominio del conocimiento científico. Esto se debe a que la mayoría de los experimentos en ciencia cognitiva se realizan con sujetos que no son científicos, y sobre la base de problemas que no son problemas análogos a los de la modelización en las ciencias (p. 72).

Bailer-Jones se distingue claramente de autores como Max Black (1962) y Mary Hesse (1963) cuando aborda la cuestión de la relación entre analogías, metáforas y modelos. Sostiene de manera terminante que los modelos no son metáforas y que llamarlos de esta manera no pasa de ser en sí mismo un recurso metafórico (p. 121). Reconoce que el lenguaje científico contiene numerosas expresiones metafóri-cas, como “corriente eléctrica” o “campo magnético” (que ya son metáforas muertas, se podría agregar), pero señala que no se sigue de ello que los modelos sean metáforas (p. 118). Tampoco son analogías, afirma, aunque en muchos casos un modelo pueda estar basado en una analogía. Modelos y analogías son entidades de tipo muy diferente, puesto que “una analogía es una relación, mientras que un modelo es una descripción (parcial) de un fenómeno” (p. 74). Algunos modelos científicos pueden comprenderse mediante analogías con los fenómenos, pero otros no. Según la autora, no hay razones empíricas ni conceptuales para creer que la analogía es la única estrategia cog-nitiva para construir modelos. En todo caso, lo que verdaderamente importa para evaluar epistemológicamente un modelo científico no es el hecho de si se originó en una analogía, sino la cuestión de si describe y representa de manera adecuada los fenómenos, por ejem-plo, si resulta compatible con todos los datos empíricos disponibles acerca de dichos fenómenos (p. 113), algo que evidentemente es in-dependiente de cualquier consideración de analogías.

Este último punto nos conduce directamente al problema de la representación científica, un asunto actualmente muy debatido, en el que las conclusiones de Bailer-Jones son mucho más tentativas e incompletas que respecto de las analogías y metáforas. Ante todo, para encarar el problema, la autora adopta muchas ideas de Nancy Cartwright (1999) acerca de la relación entre teorías y modelos. Considera que las teorías son abstractas, mientras que los modelos son re-presentaciones de los fenómenos concretos (p. 145). Los modelos son, entonces, una suerte de mediadores entre las teorías y los fenómenos, puesto que las teorías sólo pueden aplicarse a situaciones concretas mediante modelos específicos (p. 152). Las teorías no representan los fenómenos, al menos directamente; la relación de representación se establece primariamente entre modelos y fenómenos. Sin embargo, los modelos no deben concebirse como agentes autónomos, como propusieron Mary Morgan y Margaret Morrison (1999), porque están condicionados tanto por las teorías que aplican como por los fenóme-nos modelados (p. 152).

Bailer-Jones reconoce que la noción misma de representación es su-mamente elusiva y no pretende elaborar una teoría general y completa de la representación científica. Se conforma con alcanzar el objetivo, mucho más modesto, de establecer algunas restricciones que debe-rían aplicarse a los modelos científicos para poder afirmar que son representativos (p. 178). No obstante, algún tipo de elucidación del concepto de representación debe poder ofrecerse, sostiene la autora, pues, de otro modo, afirmar que los modelos son representaciones de los fenómenos no proporciona ninguna comprensión filosófica de los modelos mismos (p. 200) y, en el peor de los casos, me atrevería a decir, puede transformarse en una explicación de una noción oscura por medio de otra aún más oscura. Según mi opinión, éste es un riesgo que Bailer-Jones no logra evitar del todo.

Al comienzo de su libro, la autora había definido “modelo” como “una descripción interpretativa de un fenómeno que facilita el ac-ceso a ese fenómeno” (p. 1). Cuando, al final de la obra, discute la representación científica, mantiene esta definición, pero, a la vez, sostiene que los modelos son representativos, de lo cual resulta que “un modelo representa los fenómenos describiéndolos” (p. 208). Esta concepción de los modelos parece presuponer una suerte de realismo ingenuo, pero la impresión se disipa cuando se atiende a la manera en que los fenómenos se relacionan con los modelos. Según Bailer-Jones, los fenómenos no son clases naturales que están en el mundo a la espera de ser representadas, ni tampoco se identifican con los datos crudos de la observación o la medición. Hay un aspecto de los fenómenos que no está dado en la experiencia, sino que es una construcción teórica. La identificación de los fenómenos está cargada de teoría y depende de los modelos teóricos que los representan, los cuales son necesarios para reconocer los fenómenos como tales. Se establece, así, una especie de equilibrio reflexivo entre fenómenos y modelos, que se desarrollan conjuntamente en el tiempo (p. 174). Aquello que se considera un fenómeno está influido por la manera en que se lo modela y puede, por tanto, cambiar cuando cambian los correspondientes modelos teóricos.

Si la representación de los fenómenos es meramente descripción, no parece haberse ganado mucho mediante la sustitución de un tér-mino por el otro. Es necesario explicar de qué manera representan o describen los modelos científicos. Sobre esta cuestión crucial, el aná-lisis de Bailer-Jones arroja conclusiones fundamentalmente negativas. La representación no consiste en una copia, reflejo o replicación de los fenómenos que ocurren en el mundo real (p. 182). Tampoco la semejanza o el isomorfismo entre modelos y fenómenos constituyen condiciones necesarias para la representación. Por una parte, hay modelos que no son semejantes a los fenómenos que representan, en algún sentido especificable de semejanza. Por otra parte, el iso-morfismo (entre modelos) es una relación de equivalencia, esto es, reflexiva, simétrica y transitiva, mientras que la relación de represen-tación, intuitivamente al menos, no parece poseer ninguna de estas propiedades (pp. 197-198). Estas críticas a los intentos de elucidar la noción de representación mediante las de semejanza e isomorfismo eran ya bien conocidas, por lo que en este punto la obra no aporta mayores novedades.

El aspecto positivo del análisis de Bailer-Jones consiste en acep-tar que un modelo puede ser verdadero o falso, o, al menos, “más cercano a la verdad” que otros modelos (p. 186). Ésta es una tesis difícilmente defendible, si se la toma en sentido literal. Tradicionalmente, se admite que las proposiciones son los portadores primarios de valores de verdad y que los modelos científicos no son entidades proposicionales. Si se aceptan estas dos premisas, sumamente verosímiles, la conclusión inevitable es que los modelos no tienen valor de verdad y no pueden, por tanto, ser más o menos verdaderos (en algún sentido de aproximación a la verdad, que en la obra se deja sin determinar). La respuesta de la autora a este argumento es que los modelos “implican” (entail) proposiciones, tanto verdaderas como falsas. El sentido de esta implicación no puede ser la deducibilidad o consecuencia lógica, ya que los modelos no son proposiciones de las cuales se pudieran deducir otras proposiciones. Su única elucida-ción de este concepto de implicación afirma que “al menos algo del contenido del modelo puede expresarse en términos de proposiciones acerca del fenómeno modelado” (p. 187, las cursivas son de la autora). Por otra parte, dado que los modelos científicos son siempre incom-pletos, idealizados y a menudo incompatibles entre sí, como Bailer-Jones reconoce, todo modelo implicará proposiciones falsas. Cuáles sean las que se toleren y cuáles no es algo que depende de la función que desempeñe el modelo y, por consiguiente, de los intereses de los modeladores. Algo análogo sucederá con las proposiciones verdaderas que implique el modelo: se admitirán los modelos que impliquen las verdades que se desea obtener. Así, incluso suponiendo que hubiera alguna manera de determinar la verosimilitud de un modelo (cosa que parece sumamente difícil en razón de las conocidas complicacio-nes que afrontan las teorías de la verdad parcial para las teorías), ésta resultará inevitablemente relativa a los intereses de los modeladores o de los usuarios.

En suma, la autora deja sin resolver el problema de la represen-tación, como ella misma reconoce (p. 200), y su principal aporte positivo al tema parece ser demasiado problemático. Posiblemente, una de las razones de esta situación sea el supuesto, con que se abre el capítulo que discute el tema, según el cual el tema de la representa-ción “pertenece al contexto del debate acerca del realismo científico” (p. 177). Desde un punto de vista descriptivo, la afirmación es correcta, al menos respecto de una buena parte de los filósofos que se ocupan de la representación en la ciencia (por ejemplo, de modo explícito, con posiciones diferentes, las obras de Giere (2006) y van Fraassen (2008), o algunos colaboradores de Suárez (2009)). Pero tal vez debería cuestionarse si ésa es la manera más conveniente de plantear el problema.

Bibliografía

Black, M., 1962, Models and Metaphors: Studies in Language and Philosophy, Cornell University Press, Ithaca. [ Links ]

Cartwright, N., 1999, The Dappled World: A Study of the Boundaries of Science, Cambridge University Press, Cambridge. [ Links ]

Giere, R., 2006, Scientific Perspectivism, University of Chicago Press, Chicago. [ Links ]

Hesse, M., 1963, Models and Analogies in Science, Sheed and Ward, Londres. [ Links ]

Morgan, M. y M. Morrison (comps.), 1999, Models as Mediators: Perspectives on Natural and Social Science, Cambridge University Press, Cambridge . [ Links ]

Suárez, M. (comp.), 2009, Fictions in Science: Philosophical Essays on Modeling and Idealization, Routledge, Nueva York y Londres. [ Links ]

Van Fraassen, B.C., 2008, Scientific Representation: Paradoxes of Perspective, Clarendon Press, Oxford. [ Links ]

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