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Secuencia

versão On-line ISSN 2395-8464versão impressa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.76 México Jan./Abr. 2010

 

Reseñas

 

Alfonso Reyes, Mi óbolo a Caronte (Evocación del general Bernardo Reyes), estudio preliminar, edición crítica y selección de apéndices por Fernando Curiel Defossé

 

Leopoldo Silberman Ayala*

 

Secretaría de Gobernación/Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2007 (Memorias y Testimonios).

 

* Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación.

 

ALFONSO REYES EN EL HADES

La carta fechada en 22 de octubre de 1925 por Alfonso Reyes y dirigida a Genaro Estrada es considerada por su autor como "muy confidencial". La razón: está acompañada por una "memoria secreta", documento por medio del cual el hombre de letras regiomontano quiere dar a conocer ciertas cosas que marcaron la trayectoria de su vida. Lo que estaba destinado a ser una breve narración fue convertida por su autor en un pequeño libro al que deseaba llamar Mi óbolo a Caronte. No fue publicado. No fue conocido. Antes bien, tan sólo cinco años después verá la luz pública otro texto autobiográfico en el cual hace una apología a la vida de su padre, el general Bernardo Reyes: Oración del 9 de febrero.

Escrita en un momento difícil de su vida, cuando su posición diplomática pende de un hilo ante las injurias que, por su historia familiar, recaen sobre su cabeza, la memoria secreta tiene dos destinatarios claramente identificados: el canciller Aarón Sáenz y el mismísimo presidente Plutarco Elías Calles. Reyes, que cuenta para esos momentos con un nombre reconocido en el Viejo Continente, en particular entre la intelectualidad matritense, sabe bien que los hechos políticos de su padre y de su hermano Rodolfo en los aciagos años inmediatamente posteriores a la caída de Porfirio Díaz han de tener consecuencias si no es él mismo quien marque su postura personal respecto a los hechos de 1913.

Si bien en su Ifigenia cruel de escasos años atrás ya Reyes había logrado dar una salida catártica a sus recuerdos y en su Oración pondera el amor filial profesado a su padre, es este documento quizá el más puntual de los tres, el que más acerca al lector al Bernardo Reyes concebido por el entonces joven Alfonso. De ahí la importancia de su publicación, así sea décadas después de haber sido concebido.

Con un acucioso estudio preliminar de Fernando Curiel Defossé, Mi óbolo a Caronte fue publicado en 2007 por el Instituto de Estudios Históricos de las Revoluciones de México en su colección Memorias y Testimonios y fue acreedor al premio José C. Valadés 2005. La espléndida prosa de Curiel, culta y coloquial a la vez, nos lleva por los intrincados vericuetos de la vida de los tres Reyes (Bernardo, Rodolfo y Alfonso) en los últimos años del antiguo régimen y primeros de la revolución de 1910, tejiendo y deshaciendo, como Penélope en espera de Ulises, para desenmarañar la madeja de los sucesos en que se vieron envueltos.

El padre, don Bernardo, militar con una excelente hoja de servicios que brindó sus servicios incondicionales al régimen de Díaz, convirtiéndose en una de las columnas sobre las que descansaba la anhelada paz y cuyo prestigio creció tanto que fue visto por muchos como el sucesor natural del general oaxaqueño. El hijo mayor, Rodolfo, abogado reconocido y admirador incondicional de su padre, artífice del reyismo, el movimiento popular más importante de las postrimerías del porfirismo. El hijo menor, Alfonso, dotado para las letras, alejado, por propia voluntad, de las intrigas políticas aunque en ocasiones involucrado por inercia familiar, y quien alcanzaría el mayor renombre de los Reyes Ochoa.

Las vidas de estos hombres, vistas a la luz de una vasta documentación, son analizadas a partir, principalmente, de un hecho en particular: el Plan de la Soledad, la prisión del general, su excarcelamiento por Manuel Mondragón y su muerte en acción frente al Palacio Nacional. La visión que tiene Rodolfo de don Bernardo difiere sobremanera de aquella que guarda Alfonso en su memoria. Y es que las acciones del otrora ministro de Guerra de Díaz ante la sucesión presidencial (con la supuesta, posible, fórmula Díaz-Liman-tour-Reyes-Limantour-Reyes...) y la indecisión del regiojalisciense ante el empuje que su propia figura tuvo como candidato idóneo de una incipiente oposición, hicieron que cambiara la percepción que, de él, tuvieron sus propios vástagos. Rodolfo, Rofis, considerará las acciones de su padre como un suicidio político, por lo que tomará los caminos que habrán de ser su Gólgota: el felicismo, en apoyo al sobrino de su tío, Félix Díaz y el huertismo, su cadalso político. Alfonso, en cambio, considerará la muerte de su padre como un accidente, "una violenta intromisión de la metralla en la vida y no el término previsible y paulatinamente aceptado de un acabamiento biológico". Las palabras de Alfonso Reyes son humanas, bañadas de un amor filial más allá de lo político, más allá de lo público. Son el óbolo que ha de dar a Caronte para ser aceptado en el Hades.

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