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Debate feminista

versão On-line ISSN 2594-066Xversão impressa ISSN 0188-9478

Debate fem. vol.63  Ciudad de México  2022  Epub 02-Maio-2023

https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2022.63.2311 

Artículos

Sucesos comportamentales: estados mentales, cuerpo y género

Behavioral Events: Mental States, Body, and Gender

Eventos comportamentais: estados mentais, corpo e gênero

*Centro de Investigaciones y Estudios de Género, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México. Correo electrónico: lucia_ciccia@cieg.unam.mx


Resumen

Distintas disciplinas y epistemologías feministas han visibilizado los sesgos deterministas que permean el discurso científico predominante. Sin embargo, considero que ninguna de las críticas problematiza la lógica causa-efecto sobre la que se estructuran las relaciones físicas y simbólicas de género. En este sentido, se naturaliza una linealidad temporal que antepone lo biológico a comportamientos típicamente generizados, tales como la agresión y la competencia. Tal naturalización resulta de no problematizar lo suficiente la relación mente-cuerpo desde los estudios de género. Propongo un cruce entre el concepto de suceso y el monismo anómalo de Donald Davidson con ciertos aportes de los nuevos materialismos feministas, y sostengo que existe una sincronización temporal entre nuestros estados biológicos y nuestros estados psicológicos. A la vez, resalto la irreductibilidad de lo mental. Concluyo que interpretar de esta manera las conductas generizadas habilita una ontología del cuerpo que diluye la lógica causa-efecto, una lógica androcéntrica heredada de la ciencia moderna y fundada en un biologicismo inherentemente cisheteronormativo.

Palabras clave: Lógica causa-efecto; Epistemología feminista; Sucesos-comportamiento

Abstract

Various disciplines and feminist epistemologies have highlighted the deterministic biases permeating the predominant scientific discourse. Nevertheless, I consider that none of the criticisms problematizes the cause-effect logic structuring physical and symbolic gender relations. In this respect it is naturalized a temporal linearity is that prioritizes biological aspects over typically gendered behaviors, such as aggression and competition. This naturalization results from insufficiently problematizing the mind-body relationship in Gender Studies. I propose a cross between Donald Davidson’s concept of event and anomalous monism and certain contributions from the new feminist materialisms, and argue that there is a temporal synchronization between our biological and psychological states. At the same time, I highlight the irreducibility of mental aspects. I conclude that interpreting gendered behaviors in this way permits an ontology of the body that dilutes the cause-effect logic, an androcentric logic inherited from modern science and predicated on an inherently cis-Heteronormative biologism.

Keywords: Cause-effect logic; Feminist epistemology; Events-behavior

Resumo

Diferentes disciplinas e epistemologias feministas tornaram visíveis os vieses deterministas que permeiam o discurso científico predominante. No entanto, creio que nenhuma das críticas problematiza a lógica de causa-efeito sobre a qual se estruturam as relações físicas e simbólicas de gênero. Nesse sentido, naturaliza-se uma linearidade temporal que coloca o biológico à frente de comportamentos tipicamente de gênero, como agressão e competição. Tal naturalização resulta de não problematizar suficientemente a relação mente-corpo a partir dos Estudos de Gênero. Proponho um cruzamento entre o conceito de evento e o monismo anômalo de Donald Davidson com certas contribuições dos novos materialismos feministas, e argumento que há uma sincronização temporal entre nossos estados biológicos e psicológicos. Ao mesmo tempo, enfatizo a irredutibilidade do mental. Concluo que interpretar os comportamentos de gênero nessa forma permite uma ontologia do corpo que dilui a lógica de causa e efeito, uma lógica androcêntrica herdada da ciência moderna e fundada num biologicismo inerentemente cisheteronormativo.

Palavras-chave: Lógica de causa e efeito; Epistemologia feminista; Eventos-comportamento

Introducción a la introducción (precisiones conceptuales)

¿Cuáles son los alcances de las relaciones de género en nuestra destreza cognitiva, nuestra conducta, nuestra forma de habitar (en) el mundo? Esta pregunta, ampliamente abordada desde los estudios de género, me lleva a otras dos: ¿cómo puede todo ello materializarse en nuestro cuerpo, en un sentido biológico?, ¿cuál es la relación entre ese cuerpo y nuestros estados mentales, que implican, a la vez, aprendizaje y memoria?1 Estos cuestionamientos fueron disparadores de una trilogía de textos donde intento (re)pensarnos en términos de sucesos. Mi intención en tales textos no es entonces un análisis sociológico o antropológico de la forma en que el género estructura la vida social e impacta en nuestros comportamientos, sino explorar en un sentido ontológico la coimplicación entre nuestros procesos fisiológicos y estados mentales en el marco de las normativas de género.2

Pretendo aportar a una ontología del cuerpo desde una perspectiva feminista materialista capaz de diluir la actual lógica causa-efecto que, como mostraré, aún prevalece en la interpretación de nuestros comportamientos. Caracterizo dicha lógica como un rasgo constitutivo del sesgo biologicista heredado del discurso científico moderno que buscó reducir la mente al cerebro a fin respaldar una lectura cisheteronormada de los cuerpos (Ciccia, 2021a).3

Por determinismo biológico me refiero a la idea de que cierta configuración biológica, fija y definida -sea heredada o adquirida a lo largo de la vida-, puede disponernos de manera irrevocable a determinado tipo de conducta. Por cerebro-centrismo me remito a la crítica que subraya que no somos nuestros cerebros, y que la mente se encuentra corporizada, es decir, que el cerebro es necesario para nuestros estados mentales pero no suficiente. Considero lógica causa-efecto cualquier presupuesto que implique interpretar que una cierta configuración biológica contribuye causalmente, y precede temporalmente, a un determinado estado psicológico o comportamiento típicamente generizado.

Introducción: el caso hipotético

Los comportamientos típicamente generizados que abordo en este trabajo son la agresión, la actividad sexual, la competencia y la reactividad al estrés.

Estructuro el trabajo a partir del siguiente caso que, si bien es hipotético, desde ciertas posturas podría considerarse factible en un futuro (quizás no tan lejano, quizás incierto):

Imaginemos que contáramos con la técnica y la tecnología que nos permitirían escanear la totalidad de nuestro cerebro hasta su estado molecular. Es decir, que pudiéramos “ver” número de neuronas, espinas dendríticas, densidad de receptores, qué neurotransmisores están en juego en qué sinapsis, patrones de activación y diferentes poblaciones neuronales, todo ello en un momento t específico. De la misma manera, imaginemos que podemos observar el resto de los parámetros fisiológicos asociados con otros órganos y, a la vez, su conexión con el cerebro, y que también es factible medir las concentraciones de todo metabolito, hormona, proteína u otro componente bioactivo en circulación.

Sumemos que fuera posible “capturar” a modo de fotografía y de manera instantánea la anterior descripción, exhaustiva, del estatus fisiológico global de un organismo en un tiempo t específico. Más aún, que dicha captura no requiriera de un lugar de experimentación, sino que la tecnología permitiera que el sujeto investigado no registrara que su estatus estaba capturándose. Supongamos entonces que un grupo de investigadorxs tomara una foto de mi organismo sin yo ser consciente de ello.

El primer interrogante es: ¿estaría este grupo de investigadorxs en condiciones de predecir cómo me comportaría en cierto contexto? En otras palabras, esa compleja descripción fisiológica contenida en la foto, ¿equivaldría a algún tipo de predictor de mi conducta en una determinada situación?

El segundo interrogante, vinculado al anterior, es: con base en mi estatus fisiológico, ¿podrían lxs investigadorxs describir mi estado psicológico sin conocer mi expresión facial-corporal? Es decir, con solo ver la foto, ¿podrían aproximarse a si en ese instante estoy siendo agresiva o competitiva, estresada, etcétera?

Ambos interrogantes comparten el presupuesto de que, a partir de un conocimiento pormenorizado de mi fisiología, puede “accederse a” ya sea mis conductas futuras, ya sea mi sentir presente. El punto neurálgico para problematizar los dos cuestionamientos radica en cómo interpretamos la relación entre nuestro cuerpo y nuestros estados mentales.4

Mientras que el primer interrogante supone claramente un vínculo causal entre mi estatus fisiológico y mi conducta posterior, sea o no inmediata, el segundo interrogante no implica esta temporalidad causal. Sin embargo, supone una correlación de equivalencia entre mi estado fisiológico x y mi estado psicológico y en un momento t. De alguna manera, responder de manera afirmativa al primer interrogante supone también dicha correlación de equivalencia, solo que en dos tiempos. Por tanto, una respuesta afirmativa al primer interrogante difícilmente puede negar el segundo.

Aunque podemos pensar que el primer interrogante es negativo para las epistemologías críticas del discurso científico predominante, e incluso para ciertas corrientes feministas, en las dos primeras secciones sostengo que es afirmativo desde una reconceptualización de la noción de causa.

En la tercera sección sostendré que afirmar el primer interrogante resulta de reproducir ciertos sesgos biologicistas mediante los cuales naturalizamos el orden físico y simbólico de género. Para problematizar tal reproducción, incorporaré la noción de suceso y la propuesta del monismo anómalo del filósofo Donald Davidson.

Considero nuestras conductas como una sincronización mental / corporal, a la vez que expongo rasgos distintivos de lo mental. El objetivo es invalidar fundamentalmente el segundo interrogante, lo cual implica la negación automática del primero. Retomo algunos aportes de autoras de los nuevos materialismos y propongo reinterpretar nuestros comportamientos generizados en términos de sucesos.

Finalmente, subrayo la necesidad de profundizar en la relación mente-cuerpo desde los estudios de género, un punto estratégico para desandar la lectura cisheteronormada -androcéntrica- de los cuerpos.

Comportamiento generizado: ¿cuáles son las críticas fundamentales al discurso científico?

El discurso neuroendocrinológico predominante sostiene que las diferencias comportamentales relativas a los géneros son consecuencia de los roles en la reproducción; argumenta que estos explican la existencia de dos cerebros sexo-específicos con habilidades cognitivas-conductuales características (Ciccia, 2018). En este contexto, el “género” incluye aquellas habilidades cognitivas-conductuales no vinculadas directamente con los roles en la reproducción, pero que se derivan de estos. En oposición con este discurso explícitamente determinista y biologicista, nos encontramos con ciertas teorías constructivistas provenientes de la sociología, la antropología, los estudios de género y la teoría queer, entre otras, que explican las diferencias comportamentales a partir del determinismo social implicado en los discursos normativos de género.

Para conciliar estas dos posturas antagónicas, en las últimas dos décadas han emergido nuevos marcos conceptuales que, por un lado, buscan invalidar el determinismo biológico y el cerebro-centrismo que caracterizan el discurso científico; y, por otro, problematizan el giro discursivo de las lecturas constructivistas que dejaron a un lado el cuerpo, el dinamismo y la agencia que caracterizan la materia (Alaimo y Hekman, 2008).5

Los intentos por tal conciliación podemos encontrarlos en la neurociencia social, la neuroendocrinología social, los trabajos de feministas empiristas pertenecientes a la NeuroGendering Network y los nuevos materialismos feministas. Con sus diferencias -especialmente respecto de su postura ante el cerebro-centrismo y de cómo entienden el determinismo-, el punto en común que reúnen los trabajos que se inscriben en una, o más de una, de estas categorías, es que incorporan la noción de biosocialidad para subrayar el carácter plástico de nuestro organismo, los procesos epigenéticos que en él ocurren y la experiencia como modificadora de nuestra fisiología. Si bien suscribo su reconceptualización de lo biológico, considero que estas posturas, al no problematizar el sesgo biologicista con que se interpreta nuestros estados mentales, terminan por adoptar una perspectiva evolutiva desde la cual asumen la lógica causa-efecto para interpretar conductas generizadas.

Por lo tanto, en esta sección reviso críticamente las posturas del aspecto social de las neurociencias y de ciertas investigadoras de la Red. La segunda sección la dedico a las autoras de los nuevos materialismos y señalo sus aportes y limitaciones.

Las críticas desde la neurociencia social y la neuroendocrinología social

Para señalar los sesgos relativos al determinismo biológico que tiñe los presupuestos del discurso neuroendocrinológico predominante, los investigadores Cacioppo y Berntson (2002) plantearon la necesidad de un análisis multinivel. La idea central de este enfoque proviene de la neurociencia social y sostiene que no es posible explicar nuestro comportamiento ni desde un enfoque totalmente biológico ni desde un enfoque totalmente social, razón por la cual debemos implementar una lectura biosocial de nuestra conducta.

Cacioppo y Berntson consideran que el cerebro impacta la conducta al tiempo que la interacción social tiene un impacto sobre el cerebro y el posterior desarrollo comportamental. Aportan dos ejemplos para respaldar sus ideas.

En el primero se refieren a un estudio en el que se observó a monos que han experimentado una privación táctil en periodos tempranos del desarrollo, y para quienes el contacto es un factor más determinante que la alimentación respecto del apego materno-infantil, muestran un cambio permanente en el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA). Dicho cambio, concluyen en el estudio, causa que, en contextos de estrés, se desencadene, vía cortisol, una respuesta más reactiva que la normal (Cacioppo y Berntson, 2002, p. 5).6

El segundo ejemplo que utilizan se basa en investigaciones en las que se concluye que los niveles de testosterona en primates machos no humanos promueven el comportamiento sexual, al mismo tiempo que la disponibilidad de hembras receptivas influye en estos niveles de testosterona. A continuación dirán que la psicología social demostró que “la exposición a materiales violentos y eróticos influye en el nivel de excitación fisiológica en los varones, y que este nivel de excitación fisiológica tiene una influencia recíproca en las percepciones y tendencias hacia el sexo y la agresión” (Cacioppo y Berntson, 2002, p. 6).7

Como puede advertirse a partir de los estudios citados por los autores, la idea de un análisis multinivel supone que cierta interacción social afecta al organismo “preparándolo” para una respuesta ulterior. En otras palabras, a partir de una reconfiguración biológica dada por la experiencia social se desencadenaría una conducta específica.

Resulta paradójico que la crítica al determinismo biológico se dé con una propuesta que continúa enmarcada, literalmente, en una interpretación determinista de la conducta. Solo que, a diferencia del determinismo del innatismo clásico que desvincula los genes del ambiente, los autores consideran elementos sociales que actúan vía modificación cerebral y resultan en cambios permanentes que se reflejarán en conductas posteriores, como la reactividad al estrés.

La perspectiva evolutiva es evidente en la comparación entre primates no humanos y personas. La presunción de la testosterona como causa de una excitación fisiológica que luego explica ciertas conductas (como la sexualidad o la agresión) reproduce los estereotipos de género en términos físicos y simbólicos.

En términos físicos, porque los autores establecen una relación directa entre la testosterona, los machos/varones (cis) y la agresión y la sexualidad, como si hembras y mujeres no sintetizaran testosterona. Más aún, solo estarían disponibles para afectar los niveles de testosterona de machos/ varones. En términos simbólicos, porque las conductas vinculadas con la testosterona son las típicamente asociadas con lo masculino.8

Finalmente, el enfoque multinivel es a todas luces cerebro-céntrico, puesto que los autores interpretan el cerebro como una especie de “filtro” en un flujo de doble dirección: del cerebro a la conducta social/de la experiencia social al cerebro. Asimismo, tratan los factores sociales como sumatorios o periféricos. Este tipo de postura se alinea con interpretaciones dimórficas de los cerebros.

Por su parte, la neuroendocrinología social es inversa a la neuroendocrinología del comportamiento. En contraste con la segunda -basada en el estudio de las hormonas en tanto causa de nuestras conductas-, la primera indaga de qué manera la experiencia social puede afectar los niveles hormonales.

Sari Van Anders es un referente en este campo de conocimiento, reconocida y citada por las investigadoras de la Red y ciertas autoras que se inscriben dentro de los nuevos materialismos feministas. El motivo es que su trabajo rompe con una lectura dimórfica de la testosterona. El equipo de Van Anders enfatiza que la herencia es un factor más que contribuye con su síntesis, entre otros. Asimismo, subraya que el factor heredable no está desvinculado de los contextos sociales (Hyde et al., 2019, p. 6). Los otros factores van desde los ambientales (hora del día, estación del año) hasta nuestras prácticas sociales. En relación con este último punto, la investigadora realizó estudios para evaluar el impacto de prácticas típicamente generizadas en la regulación de la testosterona (Van Anders, 2013).

En sus resultados encontró una correlación positiva entre las prácticas de crianza -que implican un contacto cálido, cercano, de apoyo o amoroso- y la disminución de concentración de testosterona en sangre. Ambas correlaciones independientemente del sexo (la genitalidad) de las personas. En contraste, en contextos de competencia -que implican disputas en la adquisición de recursos- observó un aumento en la concentración (Van Anders, 2013; Hyde et al., 2019). Los estudios describen ciertas culturas en las que se observa que los padres que realizan tareas de cuidado muestran bajos niveles de testosterona, y constatan que tales tareas explican los niveles observados (Van Anders et al., 2015).

El espíritu de la neuroendocrinología social es “estudiar los sustratos neurobiológicos que evolucionaron para el comportamiento social y atender a la vez los factores socioculturales” (Van Anders, 2014, p. 256). Van Anders concluye que la respuesta a la testosterona ha evolucionado para adaptarse a ciertos contextos conductuales, pero no a otros (Hyde et al., 2019, p. 6). Quiero señalar dos cuestiones que se derivan de esta conclusión.

Primero, dicha conclusión supone que, en nuestra especie, el sentido evolutivo del aumento en las concentraciones de testosterona es su implicación en comportamientos sociales específicos. Al igual que en el análisis multinivel, en esta afirmación subyace el supuesto de un flujo de doble dirección, donde lo social modifica lo biológico para que luego dicha modificación oriente al organismo hacia cierta conducta. En segundo lugar, esta hipótesis parece cuestionar los binarios de género. En efecto, podríamos aceptarla en un sentido físico, esto es, porque rompe con la idea de los factores genéticos como únicos contribuyentes a las concentraciones de testosterona.

Sin embargo, este tipo de hipótesis e interpretaciones reproducen el sesgo biologicista que perpetúa el orden simbólico de género: alimenta un imaginario donde el cuidado es representado por personas “con bajos niveles de testosterona”. En consecuencia, legitima la feminización de las tareas de cuidado.

En otras palabras, las lecturas revisadas habilitan la siguiente interpretación: por su rol en la reproducción, los varones (cis) producen, al menos en promedio (sea de manera basal, debido a una respuesta ambiental o a su desempeño en la caza), más testosterona que las mujeres, hecho que explica tanto su tendencia a competir por la adquisición de recursos como su alejamiento de las tareas de cuidado.

El abordaje social desde las disciplinas científicas “neuro” critica el determinismo biológico solo en un sentido innatista, al enfatizar que la experiencia impacta y modifica nuestro organismo. Sin embargo, asume que tal modificación resulta en un aumento o disminución de testosterona que, vía cerebro, explica una conducta ulterior que se convierte en permanente. Así, los niveles de testosterona parecen fungir como una explicación causa-efecto de conductas típicamente generizadas, tales como la agresión, la sexualidad, la competencia y el cuidado.

En definitiva, la implementación de este tipo de enfoque continúa anclada en interpretaciones biologicistas y cerebro-centristas, que reducen la singularidad del comportamiento humano a una molécula.

¿Qué dicen las feministas empiristas de la Red?

Investigadoras de la NeuroGendering Network, una red interdisciplinar creada en 2010 con el fin de sistematizar las investigaciones críticas del discurso neurocientífico predominante, han mostrado que no hay una correspondencia biunívoca entre los cerebros y la genitalidad.

La reconocida neurocientífica Daphna Joel sostiene que la variabilidad cerebral y, consecuentemente, comportamental, es una ventaja evolutiva, un aspecto adicional de la reproducción sexual como fuente de variabilidad (Joel et al., 2020, pp. 165-166). Esta manera de interpretar la variabilidad cerebral hace explícita la asunción causal entre cerebro y conducta.9

Sigrid Schmitz, otra integrante de la Red y partidaria de los nuevos materialismos, sostiene que el cerebro está formado por la experiencia generizada, que influye recíprocamente en la cognición y el comportamiento. Esta investigadora plantea que la encarnación de la experiencia establece una conexión entre “las construcciones socioculturales y las constituciones de las corpo-realidades de género sin hacer deducciones tendenciosas sobre causa y efecto y sin dicotomizar sexo (como parte biológica) y género (como parte sociocultural)” (Schmitz, 2012, p. 163).

La explícita controversia causa-efecto planteada por Schmitz no problematiza la existencia de un principio causal, sino que lo complejiza de acuerdo con una lectura dinámica y plástica, la cual, al situarnos como organismos biosociales, cuestiona la dicotomía entre naturaleza y cultura mediante las nociones de encarnación y reciprocidad. Pero desde tal noción no se explora la relación mente-cuerpo, sino que predomina la idea de flujo en doble dirección donde, al igual que en la tesis central del análisis multinivel, el cerebro opera como un filtro que, en constante retroalimentación con nuestra experiencia social, nos prepara para desencadenar ciertas respuestas.

Por su parte, en una entrevista a Katrina Karkazis luego de la publicación del libro Testosterona: una biografía no autorizada (en coautoría con Rebecca Jordan-Young, integrante de la Red), le preguntan: “¿Creen que no existe un link entre testosterona y violencia?” Ella responde: “No, eso es muy plano […] es que el link es débil. Dado este link débil, debe haber algo más […] otros factores, y es probable que sean sociales y culturales” (Anthony, 7 de diciembre de 2019).

Al siguiente interrogante, “Los varones son alrededor de veinte veces más propensos a ir a la cárcel que las mujeres. ¿Tu argumento es que no hay razones biológicas para eso o simplemente que la biología aún no ha sido establecida?”, Karkazis responde: “Es lo último. No estamos diciendo que no haya alguna relación entre factores biológicos y agresión, pero ciertamente no podemos decir que se debe a la testosterona”.

Karkazis asume que tanto la testosterona como otros factores biológicos son contribuyentes causales de la violencia y la agresión. Más aún, sin problematizar las diferencias de género que arguye la persona entrevistadora al referirse a la probabilidad de ir a la cárcel, los factores biológicos que Karkazis asume suponen sexo-especificidad.

Las interpretaciones hasta aquí revisadas no solo se fundan en la lógica causa-efecto. Además, dejan sin cuestionar el cerebro-centrismo. Como he destacado en otros trabajos, por supuesto suscribo la crítica que invalida la caracterización de los cerebros de acuerdo con la genitalidad, y además eso no implica considerarlos la causa de nuestra variabilidad comportamental.

Los aportes y las limitaciones de los nuevos materialismos feministas

El espíritu de los nuevos materialismos es retomar la biología desde una dimensión social, sin miedo a caer en lecturas deterministas (Alaimo y Hekman, 2008, p. 1). Para las autoras que se inscriben dentro de este marco teórico es necesario resignificar la interpretación biológica de los cuerpos: enfatizar la diversidad, nuestra plasticidad y el constante “hacernos” a través de nuestro diálogo con un ambiente fluctuante (Pitts-Taylor, 2016, p. 4).

Un aporte teórico fundamental en este sentido lo encontramos en el concepto de intra-acción desarrollado por Karen Barad. A diferencia de la noción de interacción, que supone elementos que primero existen y “luego” interactúan, la intra-acción supone que tales elementos no preexisten. Más bien se trata de entidades que emergen y se constituyen como tales en el momento mismo de su intra-acción (Barad, 2003).

Para Barad, los elementos que intra-actúan no son solo materiales. Los discursos también forman parte del conjunto de entidades que intra-actúan y resultan en una unidad ontológica -fenómeno- indeterminada por su dinamismo. Muchas autoras han aplicado y desarrollado la noción de intraacción para interpretar la relación que existe entre los discursos y el cuerpo, entre el sexo y el género.

Intra-acción y mente corporizada desde los nuevos materialismos

En su obra The Brain’s Body: Neuroscience and Corporeal Politics, Victoria PittsTaylor, feminista materialista e integrante de la Red, retoma el concepto de intra-acción para criticar tanto el determinismo como el cerebrocentrismo presente en los presupuestos e hipótesis del discurso neurocientífico dominante.

Su crítica al determinismo la encontramos en su análisis sobre la oxitocina. Pitts-Taylor alerta sobre el trato atomista que suele darse a la llamada “hormona del amor”, debido a que se la vincula con una variedad de experiencias afectivas que incluyen “confianza”, “amor romántico” y “lazos de parentesco”.

La autora sostiene que esta interpretación oscurece otros sistemas neurales de los cuales se piensa que también están involucrados en la confianza, la cooperación, el apego y la respuesta sexual. Tales sistemas, dirá la investigadora, pueden intra-actuar con la producción y el uso de oxitocina, así como con las relaciones dinámicas que estos mantienen con su ambiente (Pitts-Taylor, 2016, p. 102). De acuerdo con lo anterior, el modelo heteronormado de las investigaciones científicas “no considera que los vínculos no reproductivos, no heterosexuales u otro tipo de parentesco queer en la vida humana, estén biológicamente habilitados” (Pitts-Taylor, 2016, p. 115).

Con la alusión a una suerte de habilitación biológica de los lazos afectivos, la autora asume que una biología, en este caso dinámica y multicausal y que puede resultar de la intra-acción entre sistemas neurales junto con la experiencia social, desencadena -o habilita- cierto comportamiento de apego o respuesta sexual.

En efecto, la noción misma de intra-acción se funda en el principio de causalidad. La idea es que las entidades -que serían las causas- no tienen límites precisos y sus efectos no son fijos. En cambio, dependen de cómo intervienen en un fenómeno dado. Es decir, esta noción subraya la indeterminación de los elementos intra-actuantes y sus efectos.

Respecto del cerebrocentrismo, la autora niega que la mente sea lo que “hace el cerebro”. Describe que tal idea es materialista -al asumir que todas las propiedades mentales derivan de la organización de la materia- y reduccionista -al postular que dicha organización se circunscribe a los procesos neuronales- (Pitts-Taylor, 2016, p. 44).

En contraste, Pitts-Taylor retoma la noción de mente corporizada propuesta en la década de 1990 por el neurobiólogo chileno Francisco Varela (Varela y Thompson, 2017). De acuerdo con esta, la mente no es reductible a un solo órgano o sistema, sino que depende de la experiencia vivida por un cuerpo con muchas capacidades sensoriomotoras. Es decir, “la mente es dependiente de, e incluso es constituida por, la acción del cuerpo en su conjunto y sobre el medio ambiente” (Pitts-Taylor, 2016, p. 45).

En palabras del propio Varela, “el cerebro está íntimamente conectado con todos los músculos, con el esqueleto, los intestinos y el sistema inmunitario, los flujos hormonales y así sucesivamente” (2000, p. 4). Destaco que el autor sostiene de manera explícita que la materia es el soporte de la mente, pero que la mente tiene un efecto directo sobre la materia: se trata de “una calle de dos direcciones y no tan solo de una dirección” (2000, pp. 6-7).

Si bien Varela (1995) incorpora la noción de sincronización para referirse a los diferentes ensambles neuronales que se activan de manera sincrónica (sincronía neuronal), dando al estado mental su característica multimodal (por ejemplo, sensorial, emocional, visual), no remite a una sincronización entre los estados cerebrales y los estados mentales. Su postura emergentista bajo la idea de flujo en dos direcciones se enfrenta con el problema de la causalidad descendente. Aunque no lo abordaré aquí, considero que el monismo anómalo de Davidson y su incorporación de la noción de superveniencia puede superar este problema.10

Finalmente, Pitts-Taylor hace un cruce entre la filosofía analítica y la epistemología feminista. Así, incorpora la idea de mente extendida de Andy Clark y la cognición situada de Haraway para, desde una lectura fenomenológica, afirmar que la mente es el cuerpo en el mundo y respaldar la noción de pluralismo epistémico (Pitts-Taylor, 2016, pp. 59-63).

Asimismo, la socióloga cuestiona que las propiedades mente-cuerpo estén prefiguradas por la evolución y resalta que se encuentran embebidas en eventos particulares, contexto-dependientes (Pitts-Taylor, 2016, pp. 63-64). Volveré a ello en la próxima sección, pero adelanto que suscribo cada una de sus posturas. Sin embargo, y también regresaré a ello, la autora no aclara cómo se relacionan la mente y el cuerpo, ¿son lo mismo? O, en sintonía con Varela, sostiene que la mente emerge y tiene efectos sobre la materia. Si así es, ¿de qué manera?

Por lo anterior, sumado a su análisis mediante el concepto de intra-acción, considero que Pitts-Taylor no cuestiona la lógica causa-efecto para interpretar nuestro comportamiento.

Procesos epigenéticos desde los nuevos materialismos

Redefinirnos como seres biosociales encuentra respaldo en el giro epigenético ocurrido en los últimos treinta años. Un giro que rompió con la idea acerca de que una programación genética desvinculada de su ambiente desencadena mecánicamente nuestro fenotipo (Nicolosi y Ruivenkamp, 2012).11

La epigénesis vino a consolidar la idea de que la experiencia social modifica nuestro organismo, algo presente en las posturas que he revisado. Sin embargo, este fenómeno es leído como un neodeterminismo: se asume que los cambios en la expresión génica dados en ciertos momentos del desarrollo o en situaciones adversas, como casos de desnutrición o violencia, son fijos y condicionantes de futuras experiencias, que incluyen el desarrollo de ciertas capacidades (Schmitz, 2012; Pitts-Taylor, 2016).

Alertando sobre la continuidad de este tipo de sesgos deterministas en clave epigenética, algunas autoras han interpretado estos procesos desde el marco de los nuevos materialismos. Antes de considerar a tres autoras fundamentales en este sentido, describiré brevemente la postura de Eva Jablonka, sin duda el referente de este campo de conocimiento y el punto de partida de las nuevas materialistas.

Jablonka subraya una función recíproca entre factores y mecanismos epigenéticos y conducta (Jablonka, 2016, p. 47), y explica que la desigualdad social (como la pobreza) está correlacionada con un riesgo incrementado a padecer cáncer, enfermedades cardiovasculares y desórdenes psicológicos; la autora sostiene que todas estas condiciones tienen subyacentes epigenéticos (Jablonka, 2016, p. 50).

Quiero detenerme en la equiparación de ciertas enfermedades orgánicas específicas (como las que resultan de células tumorales) con estados mentales que se interpretan como patológicos y para los cuales no se conocen correlatos neuronales específicos. Este tipo de equiparación, a mi juicio sesgada por una concepción biologicista, es la que permite a Jablonka referirse a la herencia epigenética y a trabajos que encontraron ciertas “susceptibilidades” en hijxs de sobrevivientes del Holocausto. Por ello, insiste en la necesidad de indagar si los efectos epigenéticos de las guerras aumentan o disminuyen el riesgo de futuros conflictos domésticos y sociales, por ejemplo, si predisponen a lxs hijxs de las víctimas a ser más sensibles al estrés, agresivxs o reacixs a la agresión en condiciones adversas (Jablonka, 2016, p. 55).

Este tipo de conceptualizaciones será sobre el que se centren las nuevas materialistas. Así, Noela Davis retoma a Foucault y Barad para aludir a la epigenética como un fenómeno producido por la intra-acción de factores discursivos y materiales (Davis, 2014, p. 66). La epigénesis, en los periodos críticos durante el desarrollo temprano,

prepara el patrón típico de respuesta de un organismo al medio ambiente, dándole al organismo sus características particulares e individuales, sus resiliencias y debilidades, y la personalidad que guía, pero no determina de antemano, sus interacciones ambientales futuras […] Aunque la expresión genética es relativamente estable, el organismo siempre responde a las características específicas de su contexto ambiental y siempre está abierto a más modificaciones ambientales (Davis, 2014, p. 69).

Para respaldar esta afirmación, Davis menciona estudios en los que se observó que el estigma social repercute en el eje HPA y tiene como resultado una función incrementada de dicho eje, lo cual ocasiona una mayor reactividad al estrés (2014, p. 72). Esta idea, que recuerda al enfoque multinivel, es reforzada al afirmar que la reactividad puede heredarse incluso si una persona no experimentó el estigma. Es decir, con nacer en el estigma “el individuo está genéticamente preparado para responder a un ambiente de alto estrés” (Davis, 2017, p. 124).

En la misma línea se ubica la materialista Lisa Weasel, para quien los procesos epigenéticos

sirven como sitios de integración e interfaz entre fenómenos socio-materiales como el estrés, la dieta y las exposiciones químicas ambientales […] que a su vez regresan a ciclos que influyen en nuestra percepción, representación y corporización en el mundo (Weasel, 2016, pp. 111-112).

Por su parte, Samantha Frost introduce la noción de seres bioculturales. En la obra fundacional donde trabaja dicha noción, Criaturas bioculturales, concluye que “los procesos de la percepción sensorial e imaginativa generan reacciones energéticas químicas dentro y entre las células, transformando el funcionamiento de las células y la respuesta del sistema endócrino” (Frost, 2016, p. 148).

La autora explica que estos procesos de materialización e incorporación no abonan para ceder terreno al reduccionismo biológico, puesto que una experiencia o una norma sea incorporada, materializada, biológicamente embebida, no significa que se convertirá en una “característica fija de la criatura biocultural en cuestión” (2016, p. 149). Por reduccionismo biológico ella entiende un tipo de determinismo: la idea de que un cambio epigenético sea irreversible. Su énfasis en el carácter dinámico de la epigénesis no deflaciona la lógica causa-efecto para interpretar nuestro comportamiento, sino para criticar la idea de mecanismos causales lineales (Frost, 2018, p. 558).

En un trabajo reciente, remite a los procesos epigenéticos como la capacidad del cuerpo para anticipar su respuesta en un contexto posterior. Así, incorpora el concepto de cuerpo atento (attentive body) para referirse a uno que adquiere conocimiento para moverse y funcionar en el mundo: un cuerpo que activamente interpreta su entorno y es capaz de cambiar su composición y función de manera que disminuya los efectos negativos en experiencias futuras (2020, p. 26):

Las personas que atraviesan experiencias de desigualdad, ya sea a través de las formas en que el racismo estructural restringe los patrones de vida, a través de micro agresiones raciales y de género diarias o mediante jerarquías institucionales, generan perfiles epigenéticos que promueven, más adelante en la vida y transgeneracionalmente, una mayor reactividad al estrés, lo que a su vez las vuelve susceptibles a enfermedades (2020, p. 18).

En síntesis, la interpretación que hacen las autoras de los nuevos materialismos de los procesos epigenéticos sin duda amplía y profundiza el criterio de causalidad, e incorpora la temporalidad, el dinamismo y la reversión. Es decir, la predisposición no equivale necesariamente a predicción, puesto que el cuerpo puede seguir modificándose según la experiencia vivida y por tanto se plantea una disposición indeterminada. Además, las autoras comprometen todo el cuerpo y son críticas del cerebrocentrismo desde el que se pretende explicar nuestro comportamiento. La epigenética muestra que nos hacemos de prácticas discursivas-materiales.

Sin embargo, las autoras asumen que una reconfiguración biológica prepara el terreno para desencadenar una conducta específica en un contexto determinado, incluso de forma heredada. Así, validan el primer interrogante del caso hipotético, y esto es así, considero, porque no problematizan la relación mente-cuerpo.

Las ideas de reciprocidad, de ciclos que influyen, de una imaginación a partir de la cual se “generan” reacciones químicas, muestra un vacío ontológico relativo al cómo. Nuestros estados psicológicos parecen perder materialidad en una suerte de nuevo dualismo, o reducirse a una biología causal capaz de explicarlos.

El monismo anómalo de Davidson: del flujo en dos direcciones a los sucesos comportamentales

Las nociones de seres biosociales y bioculturales no problematizan la causalidad para interpretar nuestros comportamientos, hecho que resulta de reconceptualizar la biología sin abordar la particularidad de nuestros estados psicológicos. Esto es especialmente evidente en los casos vistos para la testosterona, la agresividad y la competencia. En lo que refiere a procesos epigenéticos y reactividad al estrés, persiste una interpretación que objetiva en clave molecular un estado mental generizado.

Vale precisar por qué generizado, puesto que no es tan explícito como en el caso de la testosterona. El estrés es definido como un miedo, real o percibido, por nuestra integridad física y psicológica, que dispara una respuesta adaptativa (Juster et al., 2019, p. 2). La hormona principal liberada en estos casos por la vía del eje HPA es el cortisol, el glucocorticoide ya mencionado en el análisis multinivel, involucrado en la regulación de importantes funciones homeostáticas, metabólicas, inmunológicas y cardiovasculares (Lee et al., 2015, p. 210). Se ha propuesto que la evolución ha conservado un patrón de “lucha o huida” típico de los hombres, y un patrón de “cuidar y hacerse amigo” típico de las mujeres, a fin de favorecer las conductas de crianza y socialización para hacer frente al estrés; asimismo, se sostiene que la reactividad del eje HPA difiere notablemente en función del ciclo menstrual, el uso de anticonceptivos y el embarazo (Lee et al., 2015, p. 210). En otras palabras, la canalización del estrés sería sexo-específica, donde la respuesta agresiva se vincula con una respuesta adaptativa masculina, y la inestabilidad, con una femenina.

Es evidente que la pretendida objetividad molecular para interpretar nuestra conducta continúa anclada en la narrativa evolutiva del macho cazador y la hembra cuidadora; narrativa heredada del discurso científico androcéntrico de la segunda mitad del siglo xix, y que desde los estudios de género ha sido tan ampliamente criticada por legitimar la polarización de los roles sociales mediante justificaciones biológicas sesgadas (Fox-Keller, 1991; Fausto-Sterling, 2006).

Así, acciones como agredir o cuidar continúan vinculadas de manera causal a ciertos parámetros fisiológicos interpretados como sexo-específicos, desde los que la genitalidad se vuelve habilitación y legitimación de conductas diferenciadas.

Es interesante ver cómo siguen operando estos sesgos biologicistas heredados, incluso en ciertas críticas al discurso científico predominante: ¿por qué miramos solo la testosterona para tareas generizadas? ¿Acaso no puede evaluarse si otros parámetros “no generizados” también varían? Con esto no estoy asumiendo que dichas variaciones sean la causa de conductas posteriores. Lo que quiero es evidenciar la manera en que estas hipótesis en sí mismas reproducen las normativas de género.

En el mismo sentido, puesto que los niveles de cortisol no han sido establecidos como sexualmente dimórficos, al menos por ahora, desde la biomedicina se busca una diferencia sexo-específica, ya sea en su variación, su metabolismo, su secreción en ciertas condiciones o su impacto.

De cualquier forma, el hilo conductor entre el discurso neuroendocrinológico más conservador y las posturas críticas ante este es asumir que la biología, sea en clave determinista y dimórfica, sea en versión plástica y polimórfica, funge como causa o contribuyente causal de comportamientos típicamente generizados.

Si las prácticas generizadas no derivan causalmente de la genitalidad, problematizar esta supuesta lógica causa-efecto requiere profundizar en la noción de estado mental. Con este fin propongo incorporar desde los estudios de género y la epistemología feminista el monismo anómalo propuesto en la década de 1970 por Donald Davidson. Dicho monismo sostiene dos tesis fundamentales: la primera es la teoría de la identidad según la cual cada suceso físico es idéntico a un suceso mental (Davidson, 1981; Pérez, 1999). Davidson habla de sucesos mentales y físicos en el entendido de que un suceso corresponde con un estado mental y un estado físico particulares, es decir, individuales e irrepetibles, que ocurren en un tiempo singular (1981, p. 9).

En otras palabras, la teoría de la identidad plantea la posibilidad de que existan dos descripciones, una mental y una física, para un mismo suceso (Pérez, 1999, p. 38). Algo fundamental es que, para Davidson, el rasgo distintivo de lo mental es -siguiendo a Franz Brentano- la intencionalidad: las acciones intencionales, junto con los pensamientos, esperanzas y sentimientos, pertenecen al dominio de lo mental (Davidson, 1981, pp. 10-11). Un estado mental es, de acuerdo con lo anterior, aquel que puede describirse mediante verbos psicológicos (creer, desear, conocer, recordar, sentir). Por tanto, las conductas aquí revisadas entran en la categoría de lo mental e implican una actitud intencional.

Lo que Davidson entiende por físico es muy amplio, e incluye las ciencias naturales. Para el caso que nos ocupa, consideraré lo físico solo en relación con nuestro organismo; por lo tanto, me referiré a “lo biológico”, excepto al hablar de superveniencia.12

La segunda tesis del monismo anómalo es que los sucesos mentales no son reductibles a los sucesos biológicos por dos motivos: uno es que no existen leyes psicofísicas estrictas que puedan explicar y predecir los estados mentales (Davidson, 1981; Pérez, 1999). Por ley psicofísica se entiende una correlación directa entre estados mentales y biológicos. La inexistencia de dichas leyes se debe al carácter holístico de lo mental (Pérez, 1999, p. 44).

Lo holístico, según Davidson, significa que un cierto estado mental implica un conjunto de creencias y deseos que no se circunscriben a tal estado. En sus palabras, “las creencias y los deseos se revelan en la conducta solo modificados y mediados por otras creencias y deseos, actitudes y atenciones, sin límites” (citado en Pérez, 1999, p. 44). Esta cualidad es lo que explica el carácter anómalo de lo mental.

Entonces, cuando un cierto estado mental nos sucede, existen, en simultáneo, otros estados mentales que se relacionan en red y que, a su vez, interactúan con el estado mental en cuestión. Desde esta perspectiva, la conducta agresiva o reactiva no puede recortarse de la historia de la persona que la manifiesta.

El segundo motivo es que no es posible definir los conceptos mentales apelando solamente a conceptos biológicos, debido al carácter normativo de lo mental. Por eso siempre terminamos por incurrir en un lenguaje puramente mental para explicar o describir nuestros estados psicológicos (Pérez, 1999, p. 44). Ni los estados cerebrales ni algún otro parámetro fisiológico serán suficientes para describir nuestros estados psicológicos.

Es decir, que exista un particular mental que sea idéntico a un particular físico -algo que, como sostiene Diana Pérez, es necesario si no queremos abandonar una postura materialista (1999, p. 30)-, no significa que ambos particulares sean literalmente lo mismo. Si así fuera, decir “estoy agresiva” y “tengo elevados niveles de testosterona o cortisol”, por ejemplo, serían expresiones equivalentes. Es decir, lo normativo supone que existe una dimensión de mi “estado mental” que excede el dato biológico para describir dicho estado. Incluso si llegáramos a un consenso para precisar qué significa “estar agresiva” -algo de por sí problemático, porque dicho consenso sería siempre histórico y situado-, dicha precisión nunca estaría contenida en datos fisiológicos.

En definitiva, lo holístico y lo normativo de lo mental invalidan la descripción de mis estados psicológicos mediante descripciones biológicas, por muy exhaustivas que sean. Por la misma razón, imposibilitan la predicción de qué tipo de conducta se puede presentar en una situación dada; siguiendo el monismo anómalo, ambos interrogantes del caso hipotético son negativos.

La noción de suceso nos permite (re)conceptualizar nuestras conductas generizadas de manera que mi actuar “agresivo”, mi “reactividad al estrés”, en tanto sucesos, suponen dos descripciones singulares que no implican causalidad, puesto que suceden de manera sincrónica. Si nos remitiéramos a la causalidad, sería en tal caso para mencionar hechos entre sucesos. En otras palabras, si ocurre el suceso de que la alerta sísmica suene, por ejemplo, causará mi reacción, un suceso posterior. Pero tal reacción no será primero psicológica o biológica, sino que será un evento singular factible de una doble descripción.

Sin causalidad, ¿cuál es la relación mente-cuerpo?: superveniencia y coimplicación

¿Cómo interpretar desde la perspectiva de suceso la conexión existente entre las propiedades biológicas y las propiedades mentales?13 Davidson incorpora la noción de superveniencia psicofísica, según la cual las propiedades mentales supervienen a las propiedades físicas.14

La noción de superveniencia se refiere a la relación entre propiedades (o universales) y no a sucesos (o particulares). Las propiedades son factores que no tienen un espacio-tiempo y se caracterizan por instanciarse en particulares, como el caso de los colores. En contraste, la noción de suceso nos remite a eventos en tanto particulares: un objeto será el particular donde se instancia la propiedad de rojo. Para lo que nos ocupa, la distinción fundamental entre una propiedad y un particular es que la primera, en tanto universal, puede estar presente en diferentes particulares. Por ejemplo, si tomamos la agresividad como una propiedad mental, puede instanciarse en diferentes sucesos, pero cada suceso es único por ocurrir un tiempo t específico. Esto implica que la reiteración de una actitud agresiva por parte de una misma persona podrá ser a lo sumo equivalente, pero nunca idéntica a la anterior, algo intuitivo si consideramos la memoria de la persona: la memoria en sí misma como un encadenamiento de sucesos que fungen como guía para un suceso posterior: una memoria que genera patrones de comportamiento; patrones no esenciales, que resultan del aprendizaje en un sistema de valores androcéntrico, y siempre susceptible de desaprenderse. La singularidad de los sucesos implica no solo el carácter indeterminado, sino también la irreductibilidad de nuestros comportamientos y nuestra memoria: lo molecular no opera como contribuyente causal de mi actitud intencional.

Cuando se dice que lo mental superviene a lo físico no significa que lo mental sea causado por lo físico: la idea de superveniencia se compromete con la coocurrencia entre lo mental y lo físico. Lo que supone la idea de superveniencia es una dependencia asimétrica, es decir, una prioridad ontológica de lo material respecto de lo psicológico. De acuerdo con Davidson, las propiedades físicas anteceden ontológicamente a las propiedades mentales. En este caso, por físico entiendo lo mismo que otrxs autorxs, quienes extienden el organismo al ambiente, al entorno e incluso a las relaciones interpersonales (Nöe, 2010). Los estados mentales comparten universales dados por las relaciones de género, los procesos de racialización, etcétera. Aquí retomo a Pitts-Taylor para pensar las propiedades no como hechos prefigurados, sino como dinámicos, y notar que la singularidad de nuestros estados implica intersubjetividad (Pitts-Taylor, 2016, p. 125).

Por lo anterior, en analogía con el concepto de estados mentales, me refiero a estados biológicos para enfatizar desde el lenguaje la existencia de una coimplicación sincrónica.

Así, retomando el dinamismo que describen las nuevas materialistas, un suceso supone una biología flexible, indeterminada y cambiante en un momento t. Pero, a diferencia de las nuevas materialistas, con la idea de suceso sugiero una coimplicación con nuestros estados mentales, a la vez irreductibles en vista del carácter holístico y normativo de lo mental. Es decir, mi conducta “no resulta de” cierta configuración fisiológica. En cambio, “es con” nuestros estados biológicos. Cada suceso comportamental equivale entonces a un estado biológico/psicológico o, de manera equivalente, a un estado psicológico/biológico. Un acoplamiento de coimplicación.

Conclusiones

La agresividad, la competitividad, la sexualidad, la reactividad al estrés son todas conductas atravesadas por las relaciones de género; ciertos discursos pretenden naturalizarlas con el argumento de los “subyacentes biológicos” que, en última instancia, se explican según una perspectiva androcéntrica de la evolución. Desde la sociología se ha señalado este reduccionismo ontológico enfatizando la singularidad de lo humano y que desde la estructura social deben comprenderse dichas conductas.

Así, las interpretaciones biologicistas de la evolución que siempre sirvieron para legitimar la jerarquización de los cuerpos han sido ampliamente cuestionadas. Pero, al disociar el cuerpo del discurso, ambas posturas, biologicistas y constructivistas, reproducen la dicotomía materia-discurso.

La recuperación que hacen las autoras de los nuevos materialismos en este sentido posibilita una ontología que rompa tal dicotomía. Sin embargo, incluso desde sus lecturas, que apelan a la multicausalidad, la indeterminación y el dinamismo, la interpretación del comportamiento humano sigue basada en una perspectiva androcéntrica de la evolución. Razón por la cual, si bien abonan a la diversidad y la multiplicidad, continúan embebidas en la lógica causa-efecto. Estas lecturas se sostienen por el sesgo biologicista que prevalece para conceptualizar la relación mente-cuerpo, relación no tan explorada por los estudios de género desde la filosofía, y menos aun partiendo de la conceptualización de cuerpo desde la propuesta ofrecida por las autoras de los nuevos materialismos. En este sentido, destaco el aporte fundamental de Pitts-Taylor.

Por lo anterior, propongo retomar la postura de Davidson e interpretar las conductas aquí revisadas como sucesos comportamentales generizados. Coimplicaciones psicológicas/biológicas. Estos sucesos, a través del aprendizaje y la memoria, se traducen en patrones de comportamiento; patrones, a su vez, sincrónicos con las normativas androcéntricas. En otras palabras, las normativas nos afectan de manera ontológica: somos/estamos a través de nuestras subjetividades generizadas, materializadas en procesos epigenéticos que debemos interpretar como difusos y también holísticos, en el sentido davidsoniano.

Nuestros patrones de comportamiento deben entenderse de manera no esencialista, no determinista, no reduccionista. Pero tampoco de manera constructivista, puesto que nuestros comportamientos se expresan biológicamente. En este sentido, si -como afirman las nuevas materialistas- los procesos epigenéticos relativos al estrés pueden dañar el organismo, deberían abordarse en el ámbito biomédico para comprender su impacto en las prevalencias y el desarrollo de enfermedades. Si los niveles de cortisol se vinculan con la historia de estrés vivida por una persona, y pudieron afectar su metabolismo y sistema inmune (Lee et al., 2015, p. 210), esto es relevante en términos de salud, pero no un indicativo de cómo esa persona podría comportarse en cierto contexto ni una justificación molecular de su intencionalidad presente. Una intencionalidad que, como sostiene Pérez (2016), no se trata de estados internos, sino que depende de factores externos. Además, una intencionalidad específica de nuestra condición humana: el lenguaje nos posibilita atender más allá del ambiente inmediato hasta factores que no están presentes.

No basta con afirmar que lo biológico no es el único agente causal. Una verdadera reconceptualización ontológica implica cuestionar que lo biológico “pueda identificarse como un agente causal”. Y esto, precisamente, no recae en un constructivismo, sino que es una apuesta a comprometernos con la materia desde una perspectiva sin trazas de biologicismo.

La lógica comportamental androcéntrica adecua representaciones moleculares a una cuantificación lineal de la complejidad de nuestros estados psicológicos: ¿cuanta menos testosterona, más cuidamos? ¿Cuánto más cortisol, más reactivxs somos?

Desligar nuestras conductas de la esfera mecanicista habilita pensarnos desde el cambio y la capacidad creativa para desarrollar otras actitudes y respuestas posibles. Nuestros patrones de comportamiento están en constante actualización, son aprendizajes reversibles, con el potencial de hacer nuevas memorias; memorias irreductibles que, quizás en algún mañana, constituyan trayectorias vitales no ancladas en el orden físico y simbólico de género.

El cruce que propongo entre el monismo anómalo y los nuevos materialismos feministas puede servirnos para, por un lado, no recaer en lecturas constructivistas que dejen a un lado la agencia de la materia, y sí problematizar el orden físico y el orden simbólico de género. Por otro, reinterpretarnos desandando los sesgos biologicistas que permean nuestra subjetividad y dan continuidad a la lectura cisheternormada de los cuerpos. Profundizar en la relación mente-cuerpo desde los estudios de género y la epistemología feminista es clave en este sentido.

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1Voy a usar indistintamente los términos estados mentales, estados psicológicos y, para los fines de este trabajo, también las nociones de conducta / comportamiento. Es decir, aquí solo me abocaré a los estados psicológicos que suponen una actitud observable. Por ejemplo, usaré de manera intercambiable conducta agresiva y ser/estar agresiva.

2En el primer texto abordé la salud mental, focalizándome en la depresión. El tercero, aún en proceso, trata de la habilidad atlética.

3Una lectura cisheteronormada es una lectura jerarquizadora en función de las relaciones de género que atribuye una naturalidad/normalidad biológica a los cuerpos cis y a las prácticas heterosexuales. Si bien en este trabajo me centro en las relaciones de género, destaco que el discurso científico moderno respaldó, simultáneamente, una jerarquización de los cuerpos en términos de raza.

4Podría argumentarse que los problemas aquí planteados resultan triviales y, en efecto, los estudios sociales responderían de manera evidentemente negativa a ambos interrogantes. Quiero mostrar que el no generalmente se basa en dejar a un lado el cuerpo en tanto materia, hecho que resulta en un vacío ontológico desde el que reproducimos la dicotomía materia-discurso. En consecuencia, solemos caer en lecturas biologicistas que no resultan tan triviales en el área de la salud ni en comportamientos específicos para interpretar la identidad, ciertas actividades y destrezas, etcétera. A lo largo del trabajo mostraré la relevancia de desarrollar desde una perspectiva materialista por qué son negativas ambas respuestas. Para ello, me serviré de algunas posturas pertenecientes a la esfera de la filosofía analítica (para un detalle de la tradición filosófica occidental relativa al problema mente-cuerpo sugiero Pérez, 1999) y ciertos aportes de los nuevos materialismos señalando, a la vez, que incluso estos últimos naturalizan la lógica causa-efecto que me propongo cuestionar.

5Si bien en sociología de la salud hay una línea de análisis centrada en la experiencia subjetiva, no se ha ocupado de problematizar cómo se materializa biológicamente tal experiencia.

6Voy a volver a este ejemplo porque también es tomado por las nuevas materialistas para describir el impacto de los procesos epigenéticos en las personas que han vivido en el estigma social.

7Todas las traducciones son de la autora.

8Con lo masculino, en este trabajo me refiero a la masculinidad hegemónica: la asociada al varón cis blanco heterosexual.

9Abordo la idea de variabilidad cerebral, cerebro mosaico y plasticidad en Ciccia (2021b), donde muestro que persisten presupuestos acerca de configuraciones fisiológicas, cuando no sexoespecíficas, biológicas, cuando no determinantes predisponentes, como desencadenantes de estados psicológicos depresivos.

10Aunque también hay críticas en este sentido (Kim, 1993).

11El concepto fue introducido en 1930 por Conrad Hal Waddington para describir las interacciones que en la ontogénesis dan origen a determinados fenotipos (Jablonka, 2016, p. 46).

12Agradezco a Diana Pérez por sus precisiones acerca de la filosofía de Donald Davidson.

13Recordemos que Pitts-Taylor menciona propiedades mentales-corporales en tanto unidad ontológica desde la que no se plantea la relación entre propiedades.

14La idea de superveniencia viene del campo de la filosofía moral (para decir que los actos evaluativos supervienen a los descriptivos) y se incorpora a ciertas corrientes de la filosofía analítica en torno a la década de 1970 (Pérez, 2009).

Recibido: 23 de Diciembre de 2020; Aprobado: 29 de Julio de 2021; Publicado: 15 de Diciembre de 2021

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