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Debate feminista

versão On-line ISSN 2594-066Xversão impressa ISSN 0188-9478

Debate fem. vol.55  Ciudad de México Abr. 2018  Epub 20-Nov-2020

https://doi.org/10.22201/cieg.01889478p.2018.55.07 

Reseñas

La atracción hacia utopías represivas y regresivas: reseña de Le jihadisme des femmes. Pourquoi ont-elles choisi Daech?

Fernanda Núñez Becerra1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Xalapa, México. Correo electrónico: fnunezbecerra@gmail.com

Benslama, F.; Khosrokhavar, F.. 2017. Le jihadisme des femmes. Pourquoi ontelles choisi Daech?. París: Seuil,


Es difícil comprender la extrema violencia del narco en nuestro país, y más aun que las mujeres formen parte de ese ejército del mal y tengan papeles activos en los que pueden llegar a ser igual o más que los hombres, incluso siendo conscientes de que esos grupos delictivos son eminentemente misóginos. ¿Cómo explicar la violencia ejercida por las mujeres cuando, en general, ha sido más evidente la violencia desplegada contra ellas en todas las sociedades de dominación masculina?

Tal vez sea más comprensible la práctica de la violencia parapetada detrás de una ideología o de una religión; en nombre de Dios se han cometido enormes atrocidades. La religión y la ideología proveen una suerte de excusa para que fieles, creyentes, ardientes militantes o adoctrinados, torturen y maten con total impunidad a supuestos “disidentes, opositores, traidores, heterodoxos, herejes o simplemente diferentes” en aras de un futuro radiante y mejor. El elevadísimo número de muertos por los totalitarismos del siglo XX es el ejemplo perfecto. En todos esos movimientos las mujeres, si bien en menor número que los hombres, han tenido un papel activo y sanguinario, como se está documentando en diversas investigaciones históricas que han sido posibles gracias a la reciente apertura de archivos nazis y del bloque comunista. Queda claro que por más que se les haya machacado su “innata debilidad” y loado su papel “angelical y maternal”, han existido y existen mujeres violentas, sádicas y criminales; lo que me interpela aquí hoy es entender los motivos que llevan a algunas de ellas a someterse ciegamente, a formar parte activa de una ideología visceralmente violenta, patriarcal, misógina, que jamás las ha tomado en cuenta y ni siquiera las ha tenido como iguales. Tal es el caso del extremismo radical del Estado Islámico (EI) o Daech.

El libro que aquí reseño, escrito por un psicoanalista y un sociólogo, proporciona claves para entender el abanico de causas psicosociales que conducen a jóvenes francesas a adherirse ciegamente a un régimen violentamente represivo que les niega los beneficios y logros de la emancipación femenina. En efecto, como insisten los autores, Daech tiene todos los ingredientes que ofenden a la conciencia moderna, pero particularmente a las mujeres: una profunda desigualdad de derechos entre los sexos, el encierro de las mujeres y la imposición del velo integral y una visión que las considera útiles solo como reproductoras.

Debemos dejar claro de entrada que, si bien el islam es la segunda religión con más creyentes en Francia y ahí -como en otras partes del mundo- acontece un “renacimiento” islámico radical, solo una minoría de musulmanas opta por esa vía. A pesar de su creciente visibilidad en la vía pública, son minoría las mujeres que portan el velo y menos aún las que llevan el velo integral. Son también una franca minoría las que deciden unirse a las filas del Estado Islámico. Sin embargo, este novedoso fenómeno merece ser estudiado a medida que cobra cada vez más visibilidad y protagonismo.

Antes de la emergencia del EI, ni siquiera Al Qaeda permitía a las mujeres combatir en sus filas y menos aún morir como mártires. Sin duda, la existencia de un territorio erigido en una ciudad islámica ideal, “el califato”, fue un hecho determinante para que hasta el día de hoy, 500 francesas se hayan adherido a sus filas al viajar a Siria o Irak para casarse con combatientes o a ser entrenadas para morir y matar. Esa cifra podría ser mayor si las restricciones impuestas por la Unión Europea y Turquía al tránsito de hombres y mujeres no se hubieran endurecido. A partir de 2016, como resultado de estas medidas, los propagandistas de EI tuvieron que llevar su guerra “santa” a Occidente y combatirla en terreno ajeno. Se multiplicaron así los atentados terroristas en Europa y los reclutas in situ. La Europol afirma que el número de mujeres arrestadas por vínculos con el terrorismo yijadista ha crecido de manera exponencial.

Los autores analizan las historias de vida de sesenta jóvenes mujeres que fallecieron o fueron apresadas por su involucramiento en atentados terroristas; ellas explican que, en un inicio, lo que las condujo a afiliarse a Daech es que este grupo les ofrece una concepción inédita, específicamente femenina, sobre su compromiso yijadista. De eso precisamente trata el libro.

En 2015, además de los sirios e iraquíes que ya eran combatientes activos, treinta mil extranjeros componían los ejércitos de Daech. De esos treinta mil, cinco mil eran de origen europeo. Ese año, de los 600 franceses que había 220 eran mujeres; es decir, había una mujer en cada tres yijadistas provenientes de Francia. Un tercio de ellas se habían convertido previamente al islam -la misma proporción de conversas que hay en Alemania-. En general, estas conversas provienen de familias cristianas, judías, budistas y ateas.

Las yijadistas -sobre todo las conversas- pertenecen a clases medias. A diferencia de los muchachos, ellas no salen de los banlieues marginados.1 Se estima que el número de mujeres menores de edad a su salida de Francia es mayor que el de los hombres. Jóvenes de uno u otro sexo argumentan que se comprometieron con Daech para luchar contra los horrores cometidos contra su pueblo por el alauita, herético y maléfico de Assad; visión difundida por los hermanos sunnitas radicales en algunas mezquitas.

La aspiración romántica de las que partieron a Siria para casarse con un combatiente se basa en una visión utópica, en un deseo de exotismo, de volverse mujeres, de casarse con un héroe y tener hijos precozmente. Los combatientes son idealizados. El que se expone a la muerte, el “marido ideal”, es viril, serio, sincero; en contraste con sus compañeros del colegio, vistos como inmaduros. En general, las familias de estas chicas son de tipo moderno, es decir, frágiles, inestables, están rotas o son recompuestas. En muchas hay violencia intrafamiliar: un tercio de las entrevistadas afirmaron haber sufrido desde niñas violaciones y maltratos, otras tantas crecieron sin padre y otras con una pésima relación con su madre. La mayoría crecieron viendo a sus madres hacerse cargo de la familia y la casa, además de trabajar, así que no aprecian las ventajas de la supuesta igualdad entre los sexos. La debilidad de la autoridad patriarcal, por otra parte, parece haberlas sumido en la incertidumbre y la angustia.

Esas jóvenes dicen encontrar en los matrimonios concertados por internet “lazos auténticos e indestructibles” en relaciones profundamente desiguales que se conjugarían en una “complementariedad” entre los sexos para formar una familia neotradicional y antimoderna. La propaganda de Daech exalta la dignidad de la mujer-madre tradicional, casada con su héroe. Esta propaganda las atrae, les permite abstraerse de la monotonía de un Occidente desprovisto de violencia masiva. El hecho de que sus maridos enfrenten valientemente la muerte los convierte a sus ojos en superhéroes. Pareciera que la necesidad de autoridad las conduce a buscar arduamente el poder bajo su forma más feroz, una suerte de “trascendencia represiva”, para paliar la falta de sentido de una sociedad hipersecularizada en donde ya nada es sagrado.

El yijadismo satisface las necesidades contradictorias de una parte de la juventud de clase media europea, un compromiso antiimperialista en un colectivo hiperpatriarcal. Eligen este camino debido al vacío ideológico del mercado del radicalismo: ni la extrema derecha ni la extrema izquierda ofrecen algo similar. Solo que aquí las mujeres no pueden asumir los roles protagónicos.2 Esa desigualdad en la que las yijadistas son solo comparsas es ocultada por la propaganda detrás de la idea de complementariedad: a ellos la guerra y el paraíso, a ellas la reproducción para traer al mundo futuros mártires.

La violencia y la guerra ejercen una indudable fascinación en esas mujeres que, a su vez, las profesan en otro nivel. Son ellas las jóvenes que dirigen los “burdeles islámicos” en los que supuestas “herejes”3 son utilizadas como esclavas para satisfacer el apetito sexual de los combatientes. Algunas entrevistadas se sentían orgullosas de gestionar así la sexualidad de los hombres. Otras chicas eran escogidas para imponer la versión de Daech de la ley islámica (sharia) y para reprimir a las “malas” musulmanas en las casas, llamadas maqarr, en las que permanecen encerradas todas las yijadistas solteras o viudas mientras encuentran marido.

Si bien para los varones la relación con lo político es importante -luchar contra el imperialismo estadounidense, la política antiárabe israelita, o contra Francia e Inglaterra por su postura en Medio Oriente-, es mucho más trascendental el factor religioso: luchar contra los “infieles”, “idólatras”, “arrogantes”, instaurar un régimen islámico auténtico fundado sobre una teología islamista radical. Para las mujeres, en cambio, la relación con el cuerpo es la que prima en una suerte de “política somática”. El islamismo radical promueve el mito de una nueva feminidad integral y la moralización de las relaciones entre hombres y mujeres. Con normas en exceso represivas que seducen a adolescentes y jóvenes mujeres en crisis identitarias, Daech les permite imaginar que jugarán ahí un papel relevante. Los hombres que sufren un complejo de castración debido a la penetración de las mujeres en la sociedad piensan restaurar su virilidad uniéndose al grupo. ¿Acaso Dios no les promete un patriarcado sagrado?

La competencia y la imitación entre las adolescentes juegan también un papel importante en su enrolamiento y paulatina radicalización. En general, las familias -cuando las tienen- no se dan cuenta de sus nuevos intereses, lo que muestra la dilución de la autoridad que antes hacía que las jóvenes introyectaran las normas de conducta que se esperaba de ellas. Se va instaurando poco a poco una distancia que llega hasta la ruptura con la familia, en nombre de un ideal o de una “verdadera religión” que la joven encuentra en las redes sociales y en complicidad con las amigas de su edad. Varias de ellas tenían entre 14 y 16 años cuando se escaparon de su casa para irse a Siria. Otras, ya casadas con yijadistas, son las encargadas de reclutar por la red. Las jóvenes encuentran sentido a sus vidas, quieren formar parte, colaborar, recuperar una identidad islámica y una familia irremediablemente perdidas, ya que muchas salen de familias rotas o poco practicantes. Se embarcan entonces en ese radicalismo para encontrar la muerte.

El matrimonio que van a contraer instaura una relación en supuesta consonancia con la sharia, es decir, una rígida interpretación de las leyes islámicas. Pero en realidad, rompe con la estructura del matrimonio tradicional musulmán, que es la expresión de la alianza entre dos familias o clanes, decidida por los padres de ambos y los “barbas blancas”. El matrimonio islámico del EI ignora esa dimensión familiar para todos sus combatientes extranjeros. Al llegar, las muchachas son encerradas y vigiladas estrictamente en los maqarr. Los jóvenes las visitan ahí y después de una o dos entrevistas -jamás a solas-, se casarán sin conocerse realmente. El sexo por supuesto solo podrá darse después del matrimonio. Como el número de mujeres casaderas es muy pequeño en relación al de europeos (500 sobre 5000), Daech organizó la explotación sexual de mujeres cautivas: los combatientes pueden ir a los burdeles o comprar una o más esclavas.

Muy pronto después del matrimonio, él es mandado al frente; ella se queda embarazada o con el bebé y sus únicos lazos con el mundo serán los que establezca con las mujeres con quienes convive en el encierro. Cuando enviuda, vuelve a casarse pasados los cuatro meses obligatorios. Algunas entrevistadas tuvieron hasta cinco hijos de otros tantos maridos; en vista de la escasez de mujeres, los hombres no tienen inconveniente en aceptar al hijo de otro. Algunas veces ellas intentan regresar a Europa, pero Daech no lo permite (tampoco a los hombres). Otras deciden vengar a sus maridos, padres o hermanos, sacrificándose y dejando a sus criaturas.

El libro demuestra que si bien no existe un perfil único del o la yijadista, las mujeres que se unen a Daech oscilan entre lo normal y lo patológico, sin que esta última condición sea evidente. Las kamikazes no son obligadas a serlo. La radicalización de unas y otros procede de una lógica parecida ya que comparten rasgos psíquicos, como un profundo sentimiento de humillación y la certeza de que al obtener el estatuto de mártires serán recompensados en el cielo y obtendrán un lugar en el paraíso. La obsesión por el sacrificio y la muerte habita ambos sexos; pero para las mujeres, la cuestión del género es más importante, aunque de manera retorcida. Afirman que “su cuerpo les pertenece”, apropiándose del eslogan feminista, pero reinterpretándolo a su manera, puesto que la identidad femenina en un islam puro y duro se define como radicalmente diferente a la masculina. Abogan por la segregación de los sexos como medida de higiene social; ellas dicen sentirse seguras atrás de su velo integral, separadas del mundo público para preservar su esencia.

Lo que llama la atención de los autores es la severa conciencia moral de las mujeres rigoristas o salafistas que llegan al grado de encerrarse voluntariamente, ponerse hasta dos velos integrales, usar siempre guantes o jamás dirigirse a un hombre que no sea de su familia. Estas “supermusulmanas” muestran cómo su furor alcanza un grado similar, a veces superior, al de los hombres. Su compromiso religioso tiene como terreno de combate sus propios cuerpos y como enemigo sus deseos percibidos como culpables. Las radicales encuentran en esa ideología un arma para luchar contra sus propios demonios. El análisis de muchas de ellas parece confirmar a Freud cuando afirmaba que “mientras más virtuoso es un sujeto, más cruel es su superyó”.

Muchas de estas jóvenes encuentran en la ideología salafista y radical una envoltura que las inmuniza. Para otras, el rechazo del mundo exterior o el abandono de padres, parejas o instituciones, es lo que desata la angustia que las conduce primero a la prostitución, la toxicomanía o la delincuencia, y después al rigorismo que supuestamente las purificará y salvará.

Si bien las mujeres igualan a los hombres en el heroísmo de la muerte, el paraíso prometido para ambos sexos depara, sin embargo, placeres infinitos tan solo a los mártires, que supuestamente desflorarán vírgenes a lo largo de la eternidad. A ellas parece bastarles con ser aceptadas en el martirio y tal vez tener el papel de observadoras en ese paraíso; no han reivindicado aún el derecho a la igualdad en la vida cotidiana. Para estar seguros de que no se les vaya a ocurrir semejante “disparate”, Daesh solo recurre a ellas excepcionalmente. Por suerte.

Referencias

Benslama, F. y Khosrokhavar, F. (2017). Le jihadisme des femmes. Pourquoi ontelles choisi Daech? París: Seuil (El yijadismo de las mujeres. ¿Por qué escogieron el Estado Islámico?). [ Links ]

1Son los suburbios de París. Muchos de ellos están compuestos por grandes aglomeraciones de edificios que llegan a albergar a extranjeros, pobres, incultos. Pero también hay banlieus de clases medias y altas.

2A diferencia de las terroristas de la década de 1980, como las del grupo Baader-Meinhoff, en donde ellas incluso formaron parte importante de la dirección.

3Yazidíes: Minoría religiosa kurda, considerada por muchos musulmanes como adoradora del diablo. Y asirias, cristianas nestorianas, vistas como “idólatras”.

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