Introducción2
En su libro La gran estafa, el peruano Eudocio Ravines delineaba el lado oscuro de la presencia de la Comintern en América Latina y el Caribe durante la época de vigencia de dicha entidad.3 Con el cinismo distintivo de la era de la Guerra Fría, Ravines, por ejemplo, insistía en la supremacía soviética sobre las agrupaciones comunistas en la región, las cuales debían someterse a las instrucciones de una prepotente “brigada volante” de extranjeros al mando de la organización y las actividades del comunismo local. Señalaba también el dominio soviético del movimiento comunista latinoamericano por medio de intermediarios nativos sovietizados, de ética y moral dudosas, tales como el italoargentino Victorio Codovilla y el venezolano Ricardo Martínez.4 Según su relato, estos férreos militantes de una nueva generación “made in Moscú”, como los definiría el comunista español Enrique Castro Delgado, conformarían la base y el centro de mando para las operaciones del comunismo internacional en el hemisferio americano.5
Por otro lado, las nuevas investigaciones, a partir de la década de 1990, han logrado ampliar el panorama en torno a esta historia gracias a la disponibilidad de una numerosa documentación de los archivos de la Internacional Comunista en Moscú. La historiografía más reciente apunta a un perfil de la comunidad cominternista mucho más heterogéneo y a una presencia cuantiosa de latinoamericanos y caribeños, tanto comunistas como radicales moderados.6 Particularmente significativas resultan aquellas que subrayan el protagonismo de las redes transnacionales conformadas por intelectuales y exiliados de izquierda en el entorno revolucionario regional, especialmente en México, al que se adjudica una participación sobresaliente como “emporio” y confluencia para la actividad radical regional.7 No obstante, la discusión muchas veces se enfoca en visiones todavía polarizadas entre la glorificación del elemento nativo por un lado, y por otro la demonización de la intervención soviética y la “dictadura” de la Comintern como factores que anularon el potencial organizativo autóctono en el hemisferio americano. Aun aquellas que señalan conflictos, asignan la responsabilidad a agentes ajenos al Partido Comunista de México (PCdeM), como la CROM, el gobierno o Estados Unidos.
Este artículo examina el papel de México como “emporio” revolucionario y escenario para el encuentro entre el comunismo internacional y el radicalismo regional.8 Aporta, sin embargo, un nuevo giro al concepto, al señalar algunos retos que se perfilan dadas las complejidades del colectivo comunista reunido en la capital azteca, tales como el carácter multinacional de las redes afiliadas a la Comintern, la experiencia personal de sus miembros y las personalidades conflictivas de algunos de ellos. Mientras que otras investigaciones apuntan a elementos políticos externos e internos como, por ejemplo, la fricción entre el gobierno mexicano y los comunistas a causa de la presión diplomática estadounidense, este estudio se concentra en la composición misma del colectivo comunista en México como móvil principal para la debilidad y fragmentación de la estructura organizativa y su potencial internacionalista en la región.9 De esta forma propone añadir componentes excluidos de los debates historiográficos en torno a la convergencia del contingente internacional y las agrupaciones comunistas locales y regionales.
La discusión se orienta hacia el factor humano, identificando conductas y efectos de la experiencia transnacional en el espacio foráneo y las secuelas de posibles discrepancias entre dirigentes extranjeros y mexicanos como elementos de análisis. Irrumpe en el paisaje idílico de una comunidad armónica y unida contra un universo de impedimentos foráneos, al señalar suturas en la misma estructura e interacción entre los integrantes de la red. Junto con la lucha de egos y ambiciones personales, el trabajo puntualiza el choque de personalidades y las diferencias idiosincráticas como posibles detonantes para una paulatina transformación en el carácter de las redes y en las relaciones entre la Comintern y el radicalismo regional. Indica además que, si bien es cierto que la imposición de las directrices centrales acabó por anular la relativa autonomía organizativa de la primera década cominternista en México, los elementos relativos al propio ecosistema comunista, junto con su carácter local y transnacional a la vez, menoscabaron la aparente unidad del diverso grupo.
El análisis toma como punto de partida los fundamentos principales del transnacionalismo como movimiento migratorio de personas y trasiego de ideas y productos más allá de límites fronterizos, en su contexto cultural y político. Señala, no obstante, la importancia de tomar también en consideración los resultados conflictivos del encuentro como un aspecto primordial del transnacionalismo en términos de un choque más que de una convergencia y fusión. En este caso, se trata de un cuadro de la amalgama de experiencias y contrastes culturales, ideológicos y hasta psicológicos y su impacto en el perfil de las entidades que representaron la ideología a nivel local. El debate se enfoca a identificar factores de tensión y controversia propiciados por la fusión de experiencias, opiniones y temperamentos de los miembros de la diáspora internacionalista y el colectivo comunista mexicano. Identifica, además, elementos poco considerados sobre México como crisol revolucionario comunista y lugar de reunión para una comunidad internacional e internacionalista. Ofrece, por tanto, ópticas más realistas a la vez que inesperadas para explicar la interacción antagónica y las divergencias entre el comunismo internacionalista y el radicalismo comunista en la región. Finalmente, señala el significado de los factores discordantes que conformaron el semblante de la metrópolis cominternista mexicana como fundamento para la impotencia e ineficacia del proyecto comunista regional y de su sede en el Partido Comunista de México.
Más allá de su orientación en aspectos transnacionales y en el protagonismo de las redes radicales, el estudio aplica una visión global con especial atención al diálogo entre lo internacional, lo regional y lo local. De esta manera se propone resaltar la dinámica, tanto positiva como negativa, que representó a México como emporio cominternista y metrópolis revolucionaria. En general, la meta es delinear un panorama amplio en el que se pueda apreciar el efecto de detalles que por separado tendrían poca trascendencia, principalmente aquellos relacionados con el elemento humano. Particularmente importantes resultan en este caso las anécdotas sobre comportamiento y situaciones personales de algunos de los miembros de la comunidad cominternista, lo cual añadía un elemento de discordia y conflicto interno a la interacción entre sectores radicales dadas las contradicciones con el aspecto ético del revolucionario “modelo”.
Pese a que muchos historiadores han señalado innumerables razones para la desintegración del colectivo comunista en México, la responsabilidad de la propia comunidad en crear esa descomposición ha sido prácticamente excluida. Sin embargo, cabe tener presente que las redes del comunismo internacional no son un concepto abstracto y teórico, ya que estaban conformadas por seres humanos con un bagaje de experiencias personales particulares. El desechar estos aspectos como algo ajeno a la discusión ideológica, social, cultural o política sobre el tema no significa que no hayan tenido una fuerza y un papel en las decisiones, actividades y relaciones del colectivo. Es imprescindible, por tanto, una retrospección al interior del emporio, ya que fue en los cimientos mismos de una estructura organizativa extremadamente compleja y compartimentada donde se fraguaría la fragmentación desde sus comienzos.
Los forcejeos entre diferentes esferas y estructuras organizativas -centro y periferia, nativos y extranjeros, militantes y moderados, y “viejos” y jóvenes-, piezas esenciales del fragmentado tejido cominternista mexicano, acabarían por quebrantar el colectivo. No obstante, más que el efecto de un proceso de confrontación y resistencia, la fragmentación sería, de hecho, una causa primordial y no un resultado. Además de estos factores desestabilizadores, el choque de egos y personalidades dentro de la red comunista, el carácter turbio de algunos de sus dirigentes y la imposición de una línea militante contra las desviaciones ideológicas, contribuirían a convertir el entorno cominternista mexicano en un laberinto de pasiones casi novelesco.
La diáspora cominternista en México: slackers, exiliados, nómadas y “brigadas volantes”
Pese a que el panorama en torno a los integrantes del colectivo comunista y su relación con la Comintern y sus agencias resulta todavía un tanto confuso y contradictorio, su particularidad transfronteriza y diaspórica es, sin embargo, un elemento distintivo. Por ejemplo, en sus memorias, el salvadoreño Miguel Mármol sugiere la existencia de una red internacional que servía de enlace entre Moscú y los países de la Cuenca del Caribe, en la cual participaban de lleno los líderes locales. Mármol recordaría que, después de participar junto con otros latinoamericanos en un congreso sindical en Moscú a principios de la década de los treinta, su grupo fue recibido en París por “camaradas” venezolanos, quienes habían sido encomendados por la Comintern para proteger a los recién llegados de la policía.10 En cambio, las cartas privadas del dirigente cubano Rubén Martínez Villena bosquejan una relación triangular entre Moscú, las agencias regionales afiliadas a la Comintern y las organizaciones locales. Su versión apunta a una negociación tenaz de metas e intereses, en la que la ambición de algunos líderes locales por un lado, y la rigidez soviética por otro, saboteaban los propósitos originales.11
En el caso de México, una de las características sobresalientes de la comunidad comunista a lo largo de la época cominternista sería su heterogeneidad en términos de ópticas ideológicas, trasfondo social y económico, nacionalidad y configuración organizativa. A pesar de que el país ya contaba con varias comarcas radicales tales como la zona minera y la petrolera, así como el puerto de Veracruz, la capital azteca posrevolucionaria poco a poco se había convertido en un crisol revolucionario. Este “emporio”, como bien lo ha identificado Barry Carr, se distinguía por su particularidad transnacional, la cual se iría transmutando al tiempo que nuevas olas de exiliados políticos convergían en la ciudad. Al analizar el ejemplo de la diáspora cominternista cabe también tener en perspectiva una periodización estricta para estas migraciones, ya que el perfil de la red regional con sede en México sería diferente en los años veinte a aquella manejada por el Buró del Caribe desde Nueva York entre 1930 y 1935.
Existe, además, otro tema de debate en torno a la composición del comunismo local y el impacto del transnacionalismo en la formación de una comunidad ideológica mexicana.12 Una de las primeras propuestas innovadoras analizaba la interacción de sectores de la izquierda, particularmente los socialistas y comunistas, sus interpretaciones del marxismo y su efecto en la evolución interna de las agrupaciones radicales.13 Investigaciones posteriores añadirían orígenes poco esperanzadores en la configuración del PCM, en especial a consecuencia de los devaneos de un grupo disfuncional de slackers de endeble convicción ideológica, en su mayoría estadounidenses.14 Otros historiadores se inclinan por las raíces anarquistas del comunismo local y la importación de imaginarios revolucionarios “bolcheviques” como agravante al no estar muchas veces fundamentados en la realidad local.15 Un cuarto ejemplo puntualiza los “atropellados” comienzos del comunismo y su debilidad al estar ligado al proyecto revolucionario mexicano y al bamboleo de políticas gubernamentales.16 La más reciente “nueva” óptica historiográfica se aleja de los factores internos subversivos al indagar en la presencia del comunismo mexicano en sectores culturales e intelectuales en los que tuvo una participación.17
En muchas de estas discusiones, las redes transnacionales de exiliados radicales en México, particularmente durante la década de los años veinte, tienen un protagonismo en la formación de una “diáspora revolucionaria”.18 No obstante, el análisis todavía adolece de un perfil para los integrantes y el impacto de su experiencia personal en el colectivo. Si bien algunos estudios delinean aspectos del carácter de varios “héroes” y “villanos” de la comunidad comunista transnacional, la mayoría muestran rasgos claroscuros y unidimensionales, como si de una fotografía se tratara. La definición del personaje oscila por lo general entre extremos, ya sea por su compromiso y optimismo innato o por su inclinación a un comportamiento autoritario, ambicioso y calculador. En ambas instancias, rara vez sale a relucir una semblanza personal multifacética para los participantes de esta historia.
Por otra parte, algunas investigaciones recientes han identificado rasgos de la personalidad transnacional del revolucionario internacionalista de la época cominternista. En este caso, se trata de aspectos emocionales y psicológicos relacionados con la propia experiencia transnacional y los requisitos de la contienda revolucionaria. Por un lado, el anonimato y la frecuente movilidad, elementos representativos del trabajo clandestino y la experiencia de exilio, fundamentan una personalidad camaleónica en términos de una identidad definida y la incapacidad de desarrollar raíces en un nuevo entorno.19 Tanto los slackers originales como los exiliados que se unirían a esta primera capa ideológica del comunismo cominternista en México personificaron un tipo de desarraigo y “temperamento movedizo” del “nómada proselitista” que Martin Bergel ha identificado.20 De aquí que el emporio internacionalista constituyera un tipo particular de “comunidad imaginada” de una aparente unidad y armonía que la historiografía ha perpetuado.
Para la nueva generación militante transnacional que luego se incorporaría al emporio, la misma falta de raíces provocaría un impulso a la lealtad y defensa incondicional de la rigurosidad teórica, al tratarse de elementos básicos que contribuían al significado de una vida peregrina. No obstante, en cuanto a la supuesta “brigada volante” despótica a la que Ravines hacía referencia, cabe añadir que una presencia soviética por medio de enviados y rigurosas instrucciones de Moscú no significa que los líderes locales automáticamente se sometieran a los designios centrales, ni que las normas se cumplieran de la forma en que la Comintern esperaba.21 Las maniobras políticas autónomas de Julio Antonio Mella y Gustavo Machado, el altercado entre Sandino y Farabundo Martí en torno a una declaración oficial en apoyo del comunismo y los conflictos internos en el PC de Cuba durante el periodo revolucionario de 1933, revelan la rebeldía innata de algunos de los revolucionarios de la región. Estos ejemplos concretos del antagonismo entre las fuerzas autóctonas y los guardianes de las directrices centrales, además, indican un espacio para posibles conflictos, lo cual a la vez aumentaba la posibilidad de una respuesta intolerante ante la periferia insubordinada.
En la primera mitad de la década de 1930, nuevos estratos de personalidades y controversias internas y externas se añadirían a la compleja pluralidad de texturas del emporio comunista mexicano. Las nuevas circunstancias llevarían a la comunidad del PCM a una lucha campal contra los representantes de la burocratización y centralización de la actividad cominternista. La pugna se resolvería con el incremento de la presencia autoritaria de una militancia proletaria de sindicatos locales organizados desde el exterior, lo cual acabaría por derrumbar la antigua estructura del emporio cominternista mexicano y su pujanza regional.
El sarape cominternista: la compleja topografía del comunismo internacionalista en México
En 1930, el famoso cineasta soviético Sergei Eisenstein llegó a México para filmar su magistral película ¡Que viva México!, en la que detallaba las etapas históricas del país con el mágico formalismo que lo caracterizaba. Como otros muchos visitantes, el genial director quedaría fascinado casi de inmediato por la intensidad de contrastes de la topografía, la sociedad y la cultura del lugar. Como gran observador de brillante óptica y perspicacia marxista, Eisenstein definiría la historia que ya construía en su cabeza con una imagen autóctona acorde con su medioambiente -el sarape-, un ropaje nativo de un tejido colorido casi incongruente, cuya mezcla de geometría y color manifestaba a la perfección la síntesis “dialéctica” de esta paradoja estética.22 La película quedaría inconclusa y Stalin pronto ordenaría el regreso de Eisenstein, quien, al parecer, había derrochado cientos de miles de metros de cinta en escenas magníficas pero inconexas, además de casi cien mil dólares en un film sin libreto. Es muy probable que las noches de parrandas, mariachis y tequila con artistas y trotskistas como Diego Rivera tampoco contribuyeran a cimentar la confianza del dictador en tan valioso producto soviético de exportación cultural.23
La original imagen de Eisenstein, no obstante, nos aporta también una visión de México como metrópolis revolucionaria y emporio cominternista. La metáfora se inspira en la multiplicidad de factores que, al igual que en la historia de México, marcaron la época cominternista en el país. Dispone, además, un enfoque en el choque de elementos humanos contradictorios que llevaron a una evolución, al considerar la variedad de identidades, experiencias e imaginarios que integraban tan enmarañado lienzo. De aquí que el concepto de “sarape” sirva también para delinear la composición, el carácter, y la interacción transnacional y local de las redes cominternistas que se dieron cita en el emporio revolucionario de México para la época de vigencia de la Comintern.
Más allá de la colorida cacofonía de personalidades y actitudes, el sarape cominternista mexicano combinaba un sinnúmero de elementos constituyentes, entre los que sobresale primeramente su particular estructura organizativa como factor discordante. La mayoría de las actividades del comunismo internacional a lo largo de la década de 1920 operaban como un tipo de empresa offshore, por medio de entidades intermediarias locales o regionales, tales como la Liga Antiimperialista de las Américas (LADLA). Además de estas llamadas “organizaciones de fachada”, las facciones de izquierda en ciertas uniones y partidos socialistas, los partidos comunistas desempeñaban también un papel dentro de la red radical afiliada a la Comintern. Puesto que la meta era proporcionar un espacio subrepticio para las operaciones del comunismo internacional, las organizaciones de fachada se representaban muchas veces por una membresía ecléctica de una variedad de tendencias políticas. Como resultado, la aglomeración de posturas ideológicas, estratos sociales, metas y agendas congregados bajo el sello cominternista y la heterogeneidad inherente de las agencias satélites constituirían un cimiento ya de por sí conflictivo en la base del emporio comunista.
A lo largo de la primera década de la presencia de la Comintern en México y la Cuenca del Caribe, la efectividad de la gestión internacionalista no fue necesariamente producto de una administración eficiente o centralizada. El éxito de la actividad comunista durante esta etapa inicial más bien dependía del compromiso y el espíritu emprendedor de un grupo pequeño de revolucionarios nativos y extranjeros encargados de mantener la línea de comunicación abierta con los intermediarios cominternistas. Instalado mayormente dentro del liderato de la Liga Antiimperialista y el PC de México, este equipo personificaba el aspecto multinacional de la organización internacionalista, al contar con representantes de gran parte de los países de la región. Incluía, por ejemplo, a los comunistas cubanos Julio Antonio Mella, Jorge Vivó, Rubén Martínez Villena; a los venezolanos Gustavo y Eduardo Machado, Salvador de la Plaza y más tarde también a Ricardo Martínez. Otro círculo de organizadores hábiles se componía del salvadoreño Agustín Farabundo Martí, los mexicanos José Allen y Jorge Fernández Anaya, el peruano Jacobo Hurwitz y algunos estadounidenses, como Charles Phillips (Manuel Gómez), Louis Fraina, James Sager (Jaime Nevares), John Bell, y Bertram Wolfe. Entre 1929 y 1934, la mayoría de ellos habían desaparecido de la comunidad cominternista, ya fuera por su desencanto con la ideología o su destitución por alguna purga interna. Para 1934, varios de ellos, como Farabundo Martí, Mella y Martínez Villena, habían muerto.
La naturaleza de la gestión de este minúsculo batallón brindaba un fuerte componente personalizado a la empresa comunista y a las redes que conformaban el emporio cominternista en México. En esta etapa de formación organizativa, la relación entre líderes iba más allá de una simple interacción de padrinazgo político. El riesgo y las dificultades del trabajo clandestino creaban una conexión especialmente poderosa entre los miembros, a quienes algunas veces también unían lazos familiares, como a Gustavo y Eduardo Machado, o una sólida amistad, como a Mella y Martínez Villena. La mayoría de ellos se conocían personalmente o por referencias. Los venezolanos Salvador de la Plaza y los hermanos Machado habían estudiado juntos en París, mientras que Mella y Martínez Villena se habían conocido en la Universidad de La Habana. Algunos también habían compartido la dura experiencia de la cárcel por motivos políticos en sus lugares de origen. Unidos por un sentimiento de hermandad más que de colectivo ideológico, muchos de ellos volverían a reunirse en México para mediados de la década de 1920.
Los vínculos personales del grupo fortalecían la lealtad y la confianza, así como la comunicación, al añadir una intimidad y familiaridad más allá de perspectivas ideológicas. No obstante, el carácter personalizado de la red clandestina podía también afectar la gestión de forma negativa. A veces, los choques de egos, enemistades y rivalidades personales impedían el manejo efectivo y los resultados de un proyecto. Un camarada podía tergiversar las faltas de su rival a su favor para minar la autoridad y la influencia del adversario, adjudicando errores y culpa a los individuos responsables de una tarea, aunque no fuera realmente el hecho. Otras veces, las pugnas ideológicas disfrazaban rencillas personales y hasta triángulos amorosos, como en el caso del enfrentamiento entre Mella y el italiano Vittorio Vidali, que también pudo haber ocultado una bronca por la misma mujer.
El desempeño de un agente era otro aspecto individualizado de la dinámica social con un potencial desestabilizador dentro de la red cominternista en México. El carácter ético de un líder podía significar el éxito o el fracaso de una misión, como sería el caso de algunos agentes como José Allen, quien al parecer trabajaba como informante para las agencias de información estadounidenses en México, y el estadounidense Louis Fraina, quien era el tesorero de los fondos cominternistas antes de desaparecer de México con el dinero.24 Algunos, como los carismáticos Julio Antonio Mella y Gustavo Machado, parecían tener un distintivo espíritu gregario y desenfadado en la forma en que se relacionaban con otros individuos dentro y fuera de la red. Los logros de su empresa antiimperialista regional se debieron en parte a esa cualidad afable.25 Otros, sin embargo, proyectaban un perfil ideológico inflexible, como Martínez Villena y Farabundo Martí, cuya insistencia en reclutar a Sandino como abanderado comunista probablemente acabó por empujar al general nicaragüense a romper con la Comintern.26
La propia condición transnacional podía afectar el carácter de los individuos fuera de su entorno familiar o nacional. Es posible que este aspecto personal también influyera en el desempeño colectivo. De hecho, pese al trabajo en conjunto del equipo multinacional, la comunidad de exiliados comunistas se distinguía más bien por relaciones estrechas con otros miembros del mismo país de origen. El exilio podía también reforzar un espíritu de corte nacionalista, como en el caso de Mella y Guillermo Machado, cuyas actividades independientes en contra de las dictaduras en sus países de origen dieron paso a conflictos dentro del emporio cominternista mexicano. Podía, además, nutrir una identidad camaleónica en ciertos individuos, al distanciarse cada vez más de sus raíces. Tal sería el caso de Ricardo Martínez quien, por el contrario de Mella y Machado, había comenzado como fundador de una agrupación heterogénea de exiliados venezolanos en Nueva York para más tarde convertirse en férreo líder comunista.27
Además del colectivo transnacional de exiliados revolucionarios, la red internacionalista en México albergaba a un grupo autóctono de comunistas, lo cual añadía otra intensa textura al colorido sarape cominternista. El factor nacional no necesariamente constituía un dispositivo para la unidad y camaradería entre los miembros del grupo. De hecho, el encuentro de las diversas experiencias, ópticas y personalidades podía promover espacios de tensión y confrontaciones muchas veces transferidas al plano político. Por ejemplo, los famosos muralistas y dirigentes del PC de México, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, tradujeron algunas de sus rencillas personales y estéticas en feroces debates ideológicos. Su rivalidad personal más tarde desembocaría en una seria controversia en torno al asilo de Trotsky que Rivera había logrado gestionar con el gobierno mexicano. Por otro lado, los congresos del PC también resultaban el ambiente idóneo para polémicas entre comunistas mexicanos, quienes no siempre coincidían en sus criterios ideológicos.28
El choque entre la experiencia transnacional y la local también jugaba un papel desestabilizador, al ser un potencial detonante para una lucha por la supremacía en la toma de decisiones o en el establecimiento de directrices.29 Ése sería al parecer el caso dentro del liderato del LADLA como apunta Daniel Kersffeld: “[E]l hecho de que la mayor parte de las iniciativas proviniera [del Partido Comunista] de los Estados Unidos no dejó de dar lugar a los malos entendidos y generar una evidente contradicción con los lineamientos emanados de la Comintern […]”.30 Según Kersffeld, la controversia produjo un ambiente de tirantez y resistencia entre los enviados “extranjeros” (estadounidenses) y los miembros nativos de la LADLA en México. Por su parte, algunos historiadores señalan el impacto de otro factor de controversia transnacional/local para el fracaso de la Liga Antiimperialista: la competencia entre Farabundo Martí y los dirigentes del PCM por el control de la empresa antiimperialista en Nicaragua.31
Las circunstancias históricas e idiosincráticas del México de los años veinte también podían complicar la interacción y las dinámicas, ya de por sí complejas, dentro de su emporio cominternista. El país se encontraba en pleno proceso posrevolucionario, en el que el culto a la Revolución y sus iconos de empoderamiento, tales como las pistolas y la indumentaria de charro revolucionario, todavía eran fundamentos de identidad cultural y heroísmo.32 Pese a que ya se vislumbraba la transición hacia una modernización urbana en algunas áreas, predominaba todavía una atmósfera agraria que incluía una cultura de violencia heredada de los años revolucionarios. A esto se añadían otras actitudes culturales como el machismo y las grandes diferencias entre la forma agraria y urbana de resolver los asuntos. En muchos casos, tanto las rivalidades como las celebraciones podían terminar en balaceras.33
Al estar situado en la encrucijada entre una tradición revolucionaria de talante agrario y una ideología proletaria y urbana, el entorno comunista mexicano navegaría al ras de estas manifestaciones culturales extremas. El hecho de que la cultura radical todavía reconociera la pistola como complemento tradicional de identidad revolucionaria probablemente proporcionaba un consentimiento tácito de su uso en el entorno político también. Por ejemplo, durante una huelga minera en 1927, el discurso frenético de Siqueiros hizo que algunos en el público sacaran sus pistolas y disparan al aire en muestra de solidaridad con las declaraciones.34 El propio Siqueiros sería protagonista de un enfrentamiento a balazos con varios estudiantes que habían hecho burla de uno de sus murales.35 De acuerdo con el agente estadounidense Manuel Gómez (alias Charles Phillips, Frank Seaman o Charles Shipman), el fogoso temperamento de Siqueiros era el de “un gángster anárquico”.36 “En Siqueiros”, apuntaría también Isaac Deutscher, “el arte, la revolución y el pistolerismo eran inseparables: en él había mucho de bucanero latinoamericano”.37 Es posible que las opiniones de estos extranjeros resultaran de estereotipos negativos sobre el carácter mexicano. No obstante, la complicidad de Siqueiros en un intento de asesinato de León Trotsky comprueba su personalidad turbulenta, pese a la insistencia de algunos historiadores de ofrecer una versión más moderada de su participación.38
Bajo las condiciones de una atmósfera cultural incendiaria, los choques de egos entre miembros de la red incrementaban también la inestabilidad de la comunidad cominternista, al crear espacios de controversia que podían desembocar en violencia. Las discrepancias ideológicas entre Siqueiros y Diego Rivera en las reuniones del PC de México y sus pugnas artísticas también iban a veces acompañadas por conspicuos amagos de despliegue de pistolas, ya que ambos las portaban regularmente como accesorio.39 De acuerdo con un testigo presente, durante el debate para decidir la expulsión de Rivera de la Secretaria General del PCM, el famoso muralista “se sentó, sacó una gran pistola y la puso sobre la mesa” mientras declaraba su propia destitución.40 A pesar de que la pistola resultó ser de barro, el significado de esta expresión “artística” del maestro muralista insinuaba una declaración muda y amenazadora a la vez.41
Además de los efectos de una idiosincrasia revolucionaria particular, la cualidad de México como puente trasnacional trajo consecuencias adversas para la dinámica interna del entorno comunista. Para fines de la década, la topografía del emporio cominternista comenzó a cambiar nuevamente, al incorporarse nuevos cuadros de estirpe sovietizada y burocrática como los que Ravines mencionaba en su libro. Por un lado, los conflictos internos en el PC de la URSS y la imposición de una postura militante proletaria como la línea auténticamente leninista impartieron una rigidez conveniente para las fuerzas estalinistas en la Comintern y su periferia. Por otro, se habían cristalizando una “oposición de izquierda” y otra “de derecha” aliadas a Trotsky y Bujárin respectivamente, que también encontraron partidarios entre los miembros del emporio comunista mexicano. La precaria atmósfera fraternal de la cultura revolucionaria que había representado al grupo dejó de existir entre acusaciones, purgas y reorganizaciones del liderato local y regional, apoyadas por directrices enviadas desde Moscú por conducto de intermediarios como Vittorio Codovilla y su “teniente”, Ricardo Martínez.
Otras circunstancias dentro del entorno comunista mexicano contribuyeron a minar la aparente estabilidad del colectivo. En este caso, México volvía a sobresalir como escenario de encuentro y puente transnacional para el emporio cominternista. Primeramente, el asesinato de Julio Antonio Mella en 1929 daría paso a una rápida desintegración interna de la LADLA y su Comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC). El frágil vínculo entre Sandino y la Comintern, mediado por Farabundo Martí, la LADLA y MAFUENIC, se desvanecía ante las denuncias de la “traición” de Sandino un año después.42 La relación entre Sandino y el temerario cominternista salvadoreño había terminado luego de otra escena digna de una película del Lejano Oeste americano, cuando el altercado entre un Martí extremadamente ebrio y el general Sandino había llevado a un enfrentamiento con pistolas en México. Según un testigo, Martí gritó iracundo que le importaba “una Chin… [sic]” Nicaragua y que era “espía del Partido Comunista [Mexicano]”, luego de lo cual “le mentó la madre al General [Sandino]”. Uno de los oficiales allegados a Sandino desarmó a Martí “y quiso castigar la ofensa dirigida al Jefe, mas el General […] impidió que Estrada le pegara a Martí o lo matara entonces […]”.43 Como resultado, una de las empresas con más potencial internacionalista no sólo perdería el respaldo cominternista, sino que serviría como plataforma para críticas al desempeño de algunos de sus dirigentes.44
La capital azteca también serviría como puente transnacional del emporio cominternista para individuos de dudosa moral y reputación como Vittorio Vidali, uno de los retazos más nebulosos y polémicos del sarape cominternista. Con esta ola de nuevos integrantes al entorno comunista se añadía también otra capa de sedimento a los fundamentos de un armazón ya de por sí debilitado. Vidali llegó a México en 1927, después de haber escapado de Nueva York vía Moscú a causa de su conexión con el asesinato de dos miembros de un grupo fascista.45 Bajo el afias de Eneas Sormenti, este comunista italiano había organizado un escuadrón clandestino junto con otro personaje turbio de nombre Carlo Tresca, para combatir los fasci all’estero que se habían multiplicado en la ciudad.46 En México, Vidali organizó varias agrupaciones antifascistas minúsculas con nombres pomposos tales como la Liga Internacional Antifascista, el Comité en Defensa de las Víctimas del Fascismo y el Patronato Italiano México-California, que poco después se afiliaron a la LADLA. La selección de una comunista italiana, Tina Modotti, como su secretaria daría paso a una competencia por el manejo de la agenda antiimperialista entre Vidali y el carismático líder de la LADLA, Julio Antonio Mella, e incluso, aparentemente, un lío de faldas entre ambos a causa de Modotti.47
Ya acomodado entre los dirigentes principales del PC de México, Vidali comenzaría una campaña personal para acaparar más control dentro de la entidad y de su red de agencias afiliadas, como la LADLA y MAFUENIC. Pronto se volvió un personaje polémico dentro del Partido, al haber sido enviado desde Moscú con la misión de “alinear a los desleales (unreliable) comunistas mexicanos”.48 Organizó, por ejemplo, su propia cruzada de apoyo a Sandino, y más tarde intervendría en las negociaciones de la LADLA y MAFUENIC con el General, lo cual llevó a disputas entre los grupos y al fracaso eventual del proyecto.49 Al parecer, también instigó la expulsión de Mella del PC mexicano por su participación en una expedición fallida para derrocar a Machado.50 Mientras que la historia oficial apunta al asesinato de Mella a manos de sicarios del dictador cubano Gerardo Machado, otras versiones insisten en la autoría de Vidali. Se le ha conectado también con la muerte de su antiguo socio antifascista, Carlo Tresca, la del dirigente español del POUM Andrés Nin y la de la propia Modotti, quien se había convertido en pareja de Vidali un año después del asesinato de Mella.51
Para 1929, otro romance haría tambalear la estabilidad interna del PCM. La relación de Siqueiros con su nueva amante, Blanca Luz Brum, había despertado las sospechas del liderato del Partido, al tratarse de una persona ajena a la comunidad comunista. Algunos dirigentes temían que en un momento en el que se había incrementado la vigilancia y la represión contra el Partido, Brum podía servir de agente infiltrada para el gobierno o ser partidaria de Trotsky y divulgar secretos del grupo. Para algunos dirigentes, el amorío de la pareja ponía en peligro la seguridad del Partido. Los rumores del altercado y la cachetada de la esposa de Siqueiros a la amante frente a los trabajadores en las oficinas de la Confederación Sindical Unitaria de México contribuyeron también al potencial escándalo político a causa de la relación personal.52 Como fiel comunista, Siqueiros debía terminar la relación y acatar el dictamen del colectivo, a lo que el muralista se negó. Como resultado, el liderato del Partido optó por examinar sus errores, incluyendo su falta de compromiso en llevar a cabo las actividades que el PCM le había encargado y su tendencia “oportunista” de derecha. El muralista fue finalmente expulsado del PCM, no sin antes aprovechar el proceso para acometer nuevamente contra su rival Rivera con el apelativo de “bufón de la burguesía”, como parte de su defensa contra las acusaciones.53
A estas polémicas internas, podríamos finalmente añadir la transformación del espacio político que proporcionaba un andamiaje discreto para el sistema de asilo y tolerancia del emporio cominternista en México. Pese a la presencia de un contingente de exiliados e inmigrantes afiliados directa e indirectamente con el PCM, la URRS y México mantenían, al menos superficialmente, sus procedimientos bajo estrictas medidas de distanciamiento ideológico. A lo largo del período de vigencia de la Comintern, México intentó preservar una estabilidad en su política exterior en respuesta a las recurrentes acusaciones de Estados Unidos de ser un nido revolucionario bajo la influencia bolchevique.54 Por su parte, las directrices de la Comintern insistían en que sus agencias regionales afiliadas, tales como la LADLA, mantuvieran una fachada ideológica heterogénea que ocultara sus enlaces con Moscú.
Pese a ser una relación solapada, la interacción diplomática entre las esferas de poder soviéticas y mexicanas acabó por minar aún más la estabilidad interna de la comunidad comunista. La situación interna del Partido Comunista en la Unión Soviética generó directrices conflictivas para la diplomacia soviética en el entorno mexicano. En 1926, el Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS destituyó de su cargo al embajador Stanislav Pestkovsky, cuyas conexiones con la Comintern lo hacían una ficha controversial.55 Durante su gestión, la embajada soviética en la capital mexicana se había convertido en lugar de reunión para los comunistas locales e internacionales, y sus políticas habían empezado a girar en torno a México como sede regional para la expansión de la influencia soviética en la zona. La fundación de una organización de Amigos de la URSS bajo la tutela del embajador, probablemente financiada con fondos cominternistas, también permitió el traslado de profesionales y artistas soviéticos a México, añadiendo así otro enlace con el archipiélago radical.56
La nueva embajadora, Alexandra Kollontai, veterana de las luchas feministas y revolucionarias en Rusia, seguiría al pie de la letra las instrucciones de su gobierno, rechazando los acercamientos de agrupaciones locales radicales, particularmente aquellas con vínculos comunistas. En una de sus primeras apariciones oficiales ante trabajadores del puerto de Veracruz, por ejemplo, Kollontai rehusó dirigirse a la manifestación, desapareciendo sigilosamente del lugar poco después. Unos meses más tarde, sin embargo, llovieron las imputaciones en contra del gobierno mexicano como promotor de propaganda bolchevique a consecuencia de la inauguración de un ciclo de películas soviéticas que incluía un film del famoso cineasta Abram Room, La bahía de la muerte. En vista de las repercusiones de un posible escándalo político, el gobierno ordenó la suspensión del evento y el arresto del dueño del cinema. Kollontai abandonaría el país poco después. No obstante, la tolerancia y el asilo de comunistas crearían una tensión diplomática irremediable entre Estados Unidos y México.57
Para 1930, el gobierno mexicano inició una ola de represión y arrestos de comunistas nativos y extranjeros, seguido por la deportación de muchos integrantes del emporio transnacional cominternista.58 La comunidad comunista ubicada en México se dispersó a diferentes lugares. Farabundo Martí regresaría a su país natal para iniciar la organización de una rebelión que acabaría en una masacre y la ejecución del propio Martí. Martínez Villena se quedó en Moscú por dos años a causa de su grave condición de tuberculosis. Un grupo de exiliados de México se desplazó a Nueva York, donde se estableció una agencia intermediaria, el Buró del Caribe de la Comintern. Vittorio Codovilla se instalaría en España, desde donde manejaría las actividades regionales por mediación de su discípulo, Ricardo Martínez. Este desfase organizativo marcaba también el fin de la primera época del emporio cominternista mexicano y la reestructuración del comunismo internacionalista en la zona.
Un triángulo poco amoroso: Moscú, el buró del caribe y el emporio comunista mexicano
Para 1930, la antigua comunidad comunista mexicana se dividió en dos grupos de composición y carácter ideológico muy diferente a consecuencia de la bifurcación interna del emporio cominternista mexicano: el autóctono, ubicado en la capital azteca y cada vez más compenetrado con la tendencia trotskista, y el transnacional, incorporado a la órbita del PC de Estados Unidos en Nueva York. Con el establecimiento del Buró del Caribe se añadieron también nuevas capas de diversidad al emporio comunista regional, ahora reorganizado y reubicado oficialmente en Nueva York bajo la tutela de un PC estadounidense depurado ideológicamente después de dos purgas sucesivas. Como resultado, se constituyeron dos enclaves comunistas separados como representantes cominternistas en la región, enfrascados en una pugna por el territorio ideológico una vez más.
Los cambios en la demografía de la comunidad comunista neoyorquina también trajeron consecuencias al perfil y el carácter ideológico del colectivo cominternista en la región. Dentro del emporio comunista mexicano, por ejemplo, la interacción personalizada y el estilo de “uso y costumbre” para manejar los asuntos darían paso a un acercamiento rígido y teórico para el orden administrativo. Mientras que el entusiasmo y el compromiso habían eclipsado el carácter y los errores de algunos líderes en el pasado, la centralización ahora hacía las consideraciones burocráticas y teóricas una prioridad. Para asegurarse del manejo correcto de las operaciones regionales, el Buró dependía ahora de “instructores” educados teoréticamente, quienes se encargaban de que las pautas y directrices fueran llevadas a cabo de acuerdo a la línea estipulada. De esta “brigada volante” que Ravines mencionaba, por lo menos uno de los subalternos cubanos de Martínez Villena, Jorge Vivó, participaría más tarde en el proceso de autocrítica y reorganización interna del PCM. Por otra parte, la incorporación de un nuevo contingente de dirigentes latinoamericanos y militantes más jóvenes de las entidades afiliadas al Buró y al PC de Estados Unidos sentó las bases para la apropiación estalinista (takeover) de las operaciones regionales, donde México había desempeñado un papel prominente hasta entonces.
La nueva generación de líderes reunida en Nueva York sobresalía por su avidez al escalar las escarpadas laderas estalinistas del sistema, demostrando candidez y diplomacia, cuando no intriga e intolerancia, al arremeter contra aquellos que se les oponían. Dos de éstos, Ricardo Martínez y Vittorio Codovilla, se destacarían por su desempeño y rigurosidad ideológica. Según Ravines, por ejemplo, Martínez, “el venezolano bullanguero[…], charlador torrentoso y […] charlatán incontenible[…]”, manejaba también a la perfección el idioma “soviético”, al emplear “con afectación y solemnidad los términos de la jerga del Komintern [sic] desconocidos para muchos de nosotros[…]”.59 Pupilo preferido de su mentor, Vittorio Codovilla, Martínez “parecía, más que un venezolano, un comunista argentino; tal era la dosis de suficiencia, pedantería y grandilocuencia”. Su llegada al estrellato cominternista al parecer estaba ligado a “orígenes turbios y envolvía un drama sangriento…”, aparentemente en relación con el asesinato de Mella.60
Por su parte, Vittorio Codovilla, tal vez el intermediario latinoamericano más poderoso de la Comintern entonces, era reconocido como agresivo e inflexible no sólo en el entorno comunista argentino sino también durante su gestión en España. Su ascenso al poder había coincido “casualmente” con la expulsión de su propio padrino político, el acreditado comunista suizo Jules Humbert-Droz, a quien Codovilla sustituyó como líder en la recién creada troika del Secretariado de América Latina. El recuento de Ravines deja entrever el lado oscuro del argentino:
[M]e amenazó con ‘un accidente… una riña… un episodio análogo al de las balas que abatieron a Julio Antonio Mella, en una calle de México, o al del veneno que liquidó a la comunista veneciana, Tina Modotti…’, si revelaba quién había sido el ejecutor de los altos designios socialistas.61
Después de la reestructuración administrativa y el traslado de la base de mando de México a Nueva York, comenzaría de lleno la segunda fase de apropiación estalinista: la centralización operativa por medio del Buró del Caribe. El traslado de la base de operaciones manejada por los miembros del emporio cominternista en México a la nueva metrópolis cominternista de Nueva York permitió el desmantelamiento del andamio organizativo regional de la primera década cominternista, como la LADLA y el enclave del SRI dirigido por los líderes cubanos y venezolanos. A partir de 1930, el Buró tomaría el control del territorio que el emporio comunista mexicano había manejado hasta entonces.
A partir de 1931, el Buró trató en vano de imponer directrices al PC mexicano, el cual ahora debía ejercer el papel de ejecutor de las instrucciones enviadas desde Moscú vía Nueva York.62 El llamado a la autocrítica también recaería sobre la sección mexicana del Socorro Rojo Internacional (SRI), lo cual significaba que los dirigentes tendrían que admitir los errores señalados por la oficina en Nueva York.63 El Buró además criticó el comportamiento de los líderes comunistas en la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM) y el Comité Central del PCM, señalando que su actitud era “enteramente no satisfactoria [sic] y muestra que los compañeros de México persisten en su línea errónea sobre la cuestión de arbitraje y la consigna de nacionalización que el Buró ha criticado…”.64
Para 1932, la fricción entre el Buró del Caribe y el PC mexicano aumentaba a la vez que el Buró instituía su agenda centralizada de acuerdo con las estrategias de apropiación estalinista: lealtad comunista a las directrices teóricas y el “viraje definitivo” ante los errores ideológicos señalados en las cartas de instrucciones. Mientras tanto, el PC mexicano preparaba su Conferencia sin consultar con el Buró, por lo que Nueva York se quejaría una y otra vez de la falta de comunicación entre ambos grupos. Para marzo de 1932, por ejemplo, el Buró pedía una explicación sobre la conducta del PC mexicano, exigiendo que se aclarara la forma en que los delegados a la Conferencia habían sido elegidos y las razones por las cuales se había seleccionado un nuevo Comité Central durante el evento. Subrayaba además que “el CC [del PC mexicano] debía haber esperado la opinión del Buró sobre las más importantes resoluciones, antes de celebrar la Conferencia”.65 Las instrucciones para los preparativos del Congreso del Partido también estipulaban que debía llevarse a cabo “con la asistencia de representantes de la IC”, además de “informar al S[ecretariado de] L[atino] A[mérica] sobre dichas proposiciones”.66
Al año siguiente, la relación entre el Buró y el PCM volvía a ser tema principal de discusión entre el liderato neoyorquino a causa de la postura independiente de los mexicanos. “[S]e observa”, apuntaban las actas, “todavía resistencia a la línea trazada por el B[uró] y … descuido serio de no discutir y llevar a cabo las directivas dadas por el B[uró] y la IC (por ejemplo, nuestra carta de junio sobre las experiencias y lecciones de las huelgas no fue discutida sino después de 4 meses)”.67 El Buró urgía también el envío de un instructor que pudiera permanecer allí por un año. Las actas dejaban constancia de que el Buró se había dirigido al PCM “en múltiples ocasiones” y de que al parecer el grupo mexicano había retrasado su respuesta al respecto. A lo largo del año, el Buró enunciaría serias críticas sobre el comportamiento ideológico del PCM, tales como “sectarianismo”, “errores de frente único”, “oportunismo de derecha”, “pasividad en la dirección del Partido” y la falta de un desarrollo de cuadros dirigentes “de la base del P[artido]”.68
Los dictámenes del Buró, así como su solicitud de que el Secretariado de América Latina seleccionara al “instructor”, probablemente aportaron nuevos elementos de discordia entre los dos enclaves del recién reestructurado emporio cominternista.69 Para 1934, las misivas del Buró todavía mencionaban la debilidad, lentitud y falta de enfoque con la que el PCM había llevado a cabo las actividades asignadas, que incluían particularmente una nueva campaña “antifachista”.70 A las observaciones de “oportunismo de derecha” y “tergiversación” de la táctica de frente único del año anterior, se añadían también la “resistencia a la preparación de cuadros que emana principalmente de la dirección del P[artido]”, su “pasividad” y la falta de compromiso con la lucha antifascista que los partidos comunistas debían llevar a cabo.71
Mientras tanto, se desarrollaba una lucha por la apropiación estalinista del terreno sindical dentro de la CSUM entre los comunistas mexicanos que la manejaban y los representantes de la Internacional Sindical Roja (ISR). En una carta al Secretariado de América del Sur y del Caribe, la troika que incluía a Vittorio Codovilla, los líderes del Buró informaban sobre la necesidad de sustituir al actual secretario ya que “el compañero a cargo[…] ha sido responsable de muchos de los errores oportunistas criticados por ustedes y nosotros, referentes a la Ley del Trabajo de México”. La misiva apuntaba que bajo su dirección, los sindicatos “revolucionarios” permanecían divididos en grupos sectarios “y todavía existen fuertes remanentes de oportunismo de derecha”. Pese a que el documento no mencionaba el nombre, es muy probable que se tratara de Hernán Laborde o Valentín Campa, quienes serían removidos de sus cargos en la CSUM unos años después.72
Además de definiciones ideológicas como “oportunismo” y “sectarianismo”, el documento incorporaba otros elementos del formato discursivo estalinista. Por ejemplo, al secretario de comportamiento errático se le identificaba con el apelativo de “compañero”, mientras que las cartas dirigidas al Secretariado de América del Sur y del Caribe comenzaban identificando a los destinatarios con un “Estimados camaradas”. La diferencia en la denominación repetía el patrón soviético desarrollado en la marcha de los debates sobre identidad ideológica marxista, en los que se definiría el perfil del auténtico “comunista” de la época estalinista.73 De esta forma se destacaba subliminalmente el estatus de un miembro del Partido de dicha facción como “camarada” versus la de “compañero”, cuyos rastros de “viejas” posturas -fuera menchevismo, socialismo o trotskismo- lo distinguían como antagonista. La despedida de la carta marcaba también una distancia con la época anterior, al añadir el nuevo formato oficial, “Con saludos comunistas”, en vez del tradicional “Con saludos fraternales”, un vestigio de una Internacional pasada.
Entre finales de 1934 y principios de 1935, los informes sobre México apuntaban a cambios positivos en las relaciones entre el Buró y el PCM. Al parecer, la reestructuración sindical con nuevos enclaves proletarios periféricos y la visita de varios representantes del Buró, incluso el propio jefe de la brigada volante, Abraham Guralski (alias Juan), habían comenzado a dar resultados.74 Las actas del Buró confirmaban que la posición tomada por el PCM en relación con las luchas obreras en el país y la política de “educación socialista” del gobierno mexicano era “en lo general correcta”, aunque todavía se señalaban “graves deficiencias sobre las cuales ha de llamarse la atención del Partido”.75 Para principios de 1935, el grupo mexicano al parecer había progresado de tal manera en su “viraje” hacia la línea correcta, que el Buró lo utilizaría como ejemplo para los otros partidos de la región: “Escribir a los… [partidos], dando ejemplos de Cuba y México, recomendando se tomen medidas para diarios o semanarios, de acuerdo con las posibilidades de cada país…”.76
Ese mismo año, el Buró del Caribe finalizaba sus operaciones en Nueva York. Su liquidación marcaba también el comienzo de un estancamiento de la actividad comunista regional. No obstante, México volvía a recobrar el papel de emporio para las actividades de la Comintern en la región, primero como sede para una plataforma de apoyo del movimiento antifascista y, más tarde, como puente transnacional para el traslado de una nueva ola de exiliados, miembros del PC de España, después de finalizada la Guerra Civil española. “Para nosotros…”, apuntaba el secretario general del PCM, Dionisio Encina, en un homenaje al desaparecido organizador comunista español Pedro Checa en 1942, “la estancia en nuestro país de una representación de los hijos más leales y más abnegados del pueblo español es motivo de satisfacción y de orgullo, además de ser fuente de enseñanza.77
Este nuevo parteaguas en la historia de México como emporio comunista, no obstante, añadiría nuevos retazos de complejidad y animosidad al fraccionado sarape cominternista. Pese a los ejemplos de “unidad” y compromiso que los comunistas españoles supuestamente aportaban al Partido mexicano, el potencial elemento de conflicto probablemente estaba implícito en este nuevo encuentro.78 Por ejemplo, el día del entierro de Pedro Checa, alguien había irrumpido violentamente en uno de los espacios de reunión donde se celebraba otro homenaje al comunista fallecido en México. En su discurso, Encina señalaba:
[…] tienen que indignarnos profundamente actos infames y provocadores como el de ese individuo que, aprovechando cobardemente el abandono casi total de los locales de ‘Amics de Catalunya’ […], se presentó allí a arrancar los colores gloriosos de la nación mexicana, que Vds. honraban y él deshonró. Esos elementos son enemigos de Vds. porque lo son también del pueblo de México, y contra ellos es nuestro deber … unir a los buenos mexicanos.
Comentarios finales
Según muchos historiadores existen varios denominadores comunes que representan la trayectoria particular del Partido Comunista de México. Pese a ofrecer diferentes escenarios y periodización, la mayoría coincide en dos características singulares: debilidad y fragmentación. Las discusiones que se incluyen en este trabajo señalan, sin embargo, que la debilidad y la fragmentación no fueron resultados de los acontecimientos, fueran éstos internos dentro de la comunidad comunista, o externos, como la interferencia del gobierno o de algún elemento extranjero. En México, la compleja naturaleza y composición del movimiento comunista, autóctono y transnacional a la vez, resultó la causa principal para su fragilidad organizacional e ideológica.
Por su parte, algunos estudiosos también señalan una continuidad entre los sucesos que afectaron al colectivo comunista en la época cominternista y aquellos de las décadas subsiguientes. Por ejemplo, Horacio Crespo apunta a un proceso de desintegración entre 1940 y 1948 a partir de eventos donde se debatieron y establecieron pautas teóricas que llevarían a la quiebra de la unidad.79 De acuerdo con la documentación de la Comintern, sin embargo, el desmantelamiento de la estructura bajo Fidel Velázquez, a quien Crespo menciona específicamente, se había dado aun antes del VII Congreso de la Comintern de 1935, cuando subrepticiamente se reestructuró la base de la CSUM con nuevos enclaves proletarios en la periferia sindical mexicana. Aunque probablemente minúsculo, este nuevo retazo del sarape comunista mexicano en los sindicatos “revolucionarios” formaría la plataforma necesaria de delegados que finalmente eligieron a Velázquez, liquidaron la CSUM y votaron por el establecimiento de un nuevo conglomerado sindical, la CTM.80
Un tercer grupo apunta a la importancia de la red transnacional que contribuyó a hacer de la capital azteca una auténtica metrópolis revolucionaria. En la mayoría de los casos, sin embargo, la discusión se enfoca en las repercusiones tanto a corto como a largo plazo de la contribución de ciertos integrantes del movimiento, sin entrar en detalle sobre el proceso y sus altibajos. Aun cuando existen variaciones en su contexto transnacional, tales como diferentes nacionalidades, edades y trasfondo social, la comunidad de integrantes de la red se entiende como una unidad de carácter homogéneo pese a sus “encuentros y desencuentros” ideológicos, por lo que no procede tomar en consideración el factor de la experiencia personal. No obstante, este trabajo ofrece indicaciones contundentes del significado del elemento personal para el colectivo comunista reunido en México. También señala la forma en que lo personal podía afectar lo político, tanto en el plano individual como en el colectivo. Por ejemplo, la riña entre Diego Rivera y Siqueiros y el asunto del romance extramatrimonial de Siqueiros dan indicios de la forma en que las situaciones personales podían acabar en la lista de errores ideológicos o en un mal comportamiento “comunista” más que meramente personal.
Finalmente, cabe apuntar también que pese, a la maraña de retazos que distinguía al sarape cominternista mexicano, el carácter de los integrantes de esa comunidad comunista había impartido un dinamismo particular a la red clandestina, así como un espíritu intrépido al manejar las actividades radicales internacionalistas. Además de las relaciones interpersonales que existían entre algunos miembros del colectivo, el elemento que permitía el buen funcionamiento del complejo emporio era el hecho de que las operaciones se llevaban a cabo con un máximo grado de autonomía. En adición, las actividades y sectores organizativos estaban divididos en lo que podríamos catalogar como “feudos” individuales controlados por algunos líderes y organizaciones, por lo que se mantenía cierta independencia en las actividades.
A lo largo de la década de 1920, la estabilidad interna la autonomía de acción y funciones se mantuvo gracias al elemento personalizado que existía. La mayoría de las veces, cada sector, como por ejemplo la LADLA y MAFUENIC, operaban de manera independiente, sin tener que rendir cuentas a instancias superiores cominternistas, cuyas opiniones raras veces se consideraban. No es sino cuando la centralización de la Comintern cruza el Atlántico y se impone un proceso de apropiación estalinista del radicalismo comunista regional, que la estructura que hasta entonces funcionaba de forma autónoma se viene abajo. No obstante, sería la composición misma del colectivo, con sus numerosas capas de experiencias, personalidades, nacionalidades, actitudes y constitución psíquica y emocional, la que, al fin y al cabo, proveyó la fragilidad que haría posible el menoscabo del movimiento y la desintegración que muchos historiadores han identificado.