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Historia mexicana

versão On-line ISSN 2448-6531versão impressa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 no.2 Ciudad de México Out./Dez. 2016

 

Reseñas

Alejandro Estrella González, Libertad, progreso y autenticidad. Ideas sobre México a través de las generaciones filosóficas, 1865-1925

Carlos Illades1 

1Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México

Estrella González, Alejandro. Libertad, progreso y autenticidad. Ideas sobre México a través de las generaciones filosóficas, 1865-1925. México: Jus, 2014. 134p. ISBN: 978-607-9409-12-8.


Este pequeño libro excede su tamaño y rebasa la periodización enunciada en el título. Y no lo hace por desaliño o inconsistencia analítica, sino porque traza un mapa completo de la historia de la filosofía en México, al que seguramente podríamos hacerle anotaciones, añadidos y tachaduras, pero que posee la innegable virtud de estar en el papel. Tres son las entradas a esta historia: las nociones de campo intelectual y de redes, que el autor toma de Bourdieu y Randall Collins respectivamente; el marcador generacional, recuperado de ortega y Mannheim, y los conceptos básicos, tematizados por Koselleck y Raymond Williams. Todo ello para mostrar, según se expone en la conclusión, la correlación de los paradigmas ideológicos producidos por los intelectuales de acuerdo con "el grado de autonomía del campo intelectual y filosófico, el orden del día sancionado por la problemática teórica compartida y la morfología de las redes intelectuales" (p. 121).

Libertad, progreso y autenticidad son las "palabras clave", para emplear la expresión de Williams, que cohesionan el campo problemático de las primeras generaciones filosóficas mexicanas. Cada una corresponde a una coyuntura histórica específica y a una etapa en la constitución del campo filosófico como territorio autónomo del saber habilitado para reproducirse a sí mismo, proceso cuya cronología corre de la década de 1860 hasta los tiempos del cardenismo histórico y que, bien mirado, involucra al conjunto, o cuando menos a algunas, de las ciencias sociales. Si bien hablamos de procesos sociales, "sociohistóricos", como los denomina Estrella, las subjetividades individuales no quedan diluidas en este relato que entreteje las relaciones profesionales en redes, incluso trasatlánticas (i.e. el vínculo de Gabino Barreda con los positivistas franceses). Respecto de esto, el autor señala una a una las disposiciones personales, puestas "en situación", que aproximan a los distintos pensadores a alguna de las redes existentes, el habitus del que habla Bourdieu o, en términos teóricamente más precarios, el orteguiano "hombre y su circunstancia".

Si consideramos que México venía de una guerra civil que deriva en otra de intervención, de inicio el principio organizador de la vida intelectual fue la política, más si tomamos en cuenta que en el siglo XIX comienza a conformarse la esfera pública en la que los ideólogos/intelectuales o políticos/escritores desempeñan una función fundamental para alimentar el debate público a la vez que construyen las instituciones de la república. De allí el llamado de Altamirano a la reconciliación de la intelligentsia nacional en El Renacimiento (1869), una especie de acto fundacional de la república de las letras en el que todos y cada uno se sobreponían a las diferencias políticas del estadio metafísico de la nación mexicana. Este es el contexto en el cual Gabino Barreda recibe la encomienda de Juárez de reorganizar la educación pública, situación que aprovecha para inocular el sistema positivista en las aulas.

Desde el poder Barreda construye su red filosófica. Eso lo consigue a pesar de tener una obra escrita ínfima. Esta primera generación filosófica articula su discurso a partir de la oposición ciencia/metafísica, como 70 años después lo hará lombardo para confrontar el vitalismo de Antonio Caso. la empresa requiere desplazar de los centros de decisión a la generación romántica (Altamirano, Prieto, Riva Palacio, Payno), "forjadora de la patria" la llama Estrella, de vocación literaria, convencida de que existían verdades a priori que no requerían demostrarse por la experiencia, identificada con el liberalismo doctrinal de los derechos naturales y bastante activa en la prensa. Parte también de esta generación romántica son los escritores socialistas (Rhodakanaty, Pizarro) que, aunque subalternos en el entramado intelectual, clavaron dardos punzantes a la escuela positivista.

Triunfante, Barreda será relevado al cabo de 10 años dentro de su mismo círculo por la segunda generación positivista (Justo Sierra, Porfirio Parra, Jorge Hammeken y Mexía), que suma a la filosofía comteana el darwinismo social de Spencer. Y en política -como sabemos por Charles Hale- darán forma al liberal conservadurismo. Con matices, destaca Estrella, estos jóvenes arrinconan al maestro Barreda, despachan los remanentes románticos, cierran la puerta de la academia a los socialistas y enfrentan exitosamente a los también jóvenes espiritualistas -con José María Vigil a la cabeza-, quienes tomaron la estafeta filosófica de los viejos liberales metafísicos.

El desplazamiento de Barreda ocurrió en parte por razones extraacadémicas (al parecer no gozaba de toda la simpatía de Porfirio Díaz), y en parte también por la presión ejercida por quienes, junto con Guillermo Prieto, defendían la libertad de conciencia y de enseñanza, esto es, tanto los valores liberales como alguna autonomía respecto del poder público. Esta situación abrió cierta disputa dentro de la escuela positivista, la cual, durante su liderazgo, el maestro poblano había contenido ostentando el cargo de presidente vitalicio de la Sociedad Metodófila de su mismo nombre. Por un lado -nos recuerda Estrella- se mantiene fiel a la doctrina barrediana "el nódulo dominado", de Agustín Aragón y José Torres, atrincherados en el positivismo comteano; por el otro, quienes abrazaron el darwinismo social de procedencia anglosajona intentan dar una proyección política e ideológica a la doctrina, convirtiéndose en los intelectuales "científicos" que rodearon al general Díaz. En política, los positivistas de segunda generación pugnan por acotar el sufragio a las clases ilustradas, dan cuerpo a una teoría del mestizaje que integra a toda la población y levantan al progreso económico como el estandarte de su ideario. Todo esto dentro de una perspectiva evolucionista según la cual la sociedad avanzaba de acuerdo con leyes sociológicas cognoscibles por el intelecto humano y comprobables experimentalmente. En esta línea, por ejemplo, Justo Sierra concibe México, su evolución social (1900-1902).

Estos positivistas, los espiritualistas y marginalmente los socialistas, se ven envueltos en la polémica en torno al libro de lógica que habría de emplearse en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) para el año lectivo 1881. Una efímera victoria de los krausistas permite deshacerse de la Lógica deductiva e inductiva (1870), de Alexander Bain, en favor de la Lógica, la ciencia del conocimiento (1864), de Guillaume Tiberhien, lo que abre la posibilidad de que Rhodakanaty dicte la cátedra de psicología en la ENP como prerrequisito para la comprensión del enfoque de Tiberhien, oportunidad que se disipa rápidamente dado que los positivistas mantenían las riendas de la reputada institución y consideraban, siguiendo a Spencer, que la psicología no era más que un epifenómeno de la fisiología. El remplazo en 1883 de la Lógica de Tiberhien por el Tratado elemental de filosofía (1879), de Paul Janet, clausuró por décadas la presencia de la filosofía alemana en la educación superior mexicana, rehabilitada gracias al exilio español. Un poco mejor le fue a los espiritualistas que, con Vigil, se hicieron unos años de la cátedra de lógica. "la opción espiritualista -apunta Estrella- contribuía a cumplir las funciones ideológicas asociadas a la misión política de instaurar un régimen liberal y laico" (p. 38).

En la polémica con Vigil (1881-1882), que extiende el disenso sobre el libro de lógica, Parra, si bien se asumió positivista, no descalificó a los sistemas filosóficos puros (escolástica, metafísica). Sin embargo, detestaba las filosofías eclécticas como el espiritualismo. Más que la doctrina todavía con rémoras metafísicas, lo que el médico chihuahuense reivindicaba del positivismo era el método, que veía indisociable de la ciencia y que evolucionaría con ella. En lo que llamó la "anarquía intelectual" del momento, Vigil cuestionó asumir sin más el vínculo del positivismo con la ciencia. Condenado a reflexionar exclusivamente sobre los datos de la experiencia recogidos por las disciplinas científicas, el positivismo dejaba fuera las grandes preguntas objeto del saber filosófico. Menos rígido hacia 1900, en la novela Pacotillas, Parra desnudaría las debilidades del régimen, la disminuida moral pública porfiriana, la codicia de los generales devenidos en prósperos políticos, dirigiendo un comentario mordaz al darwinismo social.

El vínculo con la generación del Ateneo de México, como documentó Susana Quintanilla, lo tejió Justo Sierra desde la Secretaría de instrucción Pública, que encabezó a partir de 1905, y de la Universidad Nacional, fundada cinco años después. Sierra vio en esta generación, en particular en Antonio Caso, a quien nombró secretario general de la Universidad, el recambio necesario para preservar la cultura oficial. En este tránsito generacional los conceptos de libertad y progreso ceden ante los de democracia y autenticidad, núcleo discursivo de los ateneístas. La revolución, de la que el evolucionismo positivista había abjurado atribuyéndole la confusión propia del estado metafísico, fue la contingencia histórica que puso en juego las capacidades de los jóvenes ateneístas, los cuales, aunque disgregados por el movimiento armado, tomaron responsabilidades públicas al concluir la lucha. los ateneístas racionalizaron la nueva situación oponiendo al paradigma evolucionista, que enfatizaba la estabilidad y el orden, una "metafísica del cambio" -la llama Estrella- que ponderaba la libertad emancipando al espíritu "de las leyes de la materia, sujeto a una lógica antitética a ésta, regido por una fuerza creadora que carece de finalidad" (p. 92). Esto permitió la convergencia entre los postulados de los ateneístas y el maderismo, pues "la metafísica de lo dinámico permite cuestionar la inviabilidad del orden social e introduce la posibilidad de una justificación ontológica del cambio político" (p. 93).

la trayectoria intelectual de Caso marcha en paralelo a la institucionalización de la filosofía en México: dirige a la Escuela Nacional Preparatoria en su última etapa (1909), participa en la fundación de la Escuela Nacional de Altos Estudios (1910) -de la que se desprenderán en 1924 la Facultad de Filosofía y letras, y la Facultad de Ciencias en 1935-, es rector de la Universidad Nacional (1920-1923), director de la Facultad de Filosofía y letras (19301932) y uno de los fundadores del Centro de Estudios Filosóficos en 1940 (a partir de 1967 instituto de investigaciones Filosóficas de la UNAM) y de El Colegio Nacional (1943). Con este andamiaje institucional, y por medio de su cátedra, Caso construyó "un espacio diferenciado para la filosofía", plataforma donde se formó "la generación de filósofos que dominarían la escena mexicana de la década de los 60" (p. 112) al lado, claro, del exilio español.

Libertad, progreso y autenticidad desmonta la complejidad del pensamiento de Caso comenzando por sus disposiciones religiosas (católicas) que, en el marco de la irrupción de las masas populares en la Revolución, lo aproximan a la demanda de justicia social, el capítulo ausente de la constitución liberal de 1857, que el filósofo procesará bajo el concepto de solidaridad, el cual deriva de la caridad cristina. Esta constitución, como otros documentos fundadores del Estado mexicano, no eran sino copias irreflexivas "de modelos político-ideológicos extranjeros pasando por alto las características específicas de México" (p. 99). A este "bovarismo nacional", o imitación compulsiva de lo extranjero, Caso opondrá la idea de autenticidad.

El último tramo del mapa filosófico esbozado por Estrella trata de la génesis de la filosofía de lo mexicano y de la recepción del marxismo en nuestro país, asociados cada uno a discípulos cercanos y posteriormente críticos furibundos de Caso: Samuel Ramos y Vicente lombardo Toledano, respectivamente. Ramos empleó la tesis del "bovarismo nacional" para denunciar la copia extralógica de lo extranjero en El perfil del hombre y la cultura en México (1934), mientras lombardo actualizó la discusión acerca de la relación entre ciencia y filosofía para rebatir el vitalismo del maestro. En nombre del materialismo dialéctico, y no del positivismo decimonónico, se embestía a la metafísica. Y, apoyado en la economía política, lombardo objetaba el moralismo de Caso. Redes nuevas o fortalecidas surgirían con la incorporación del exilio español dentro del campo filosófico mexicano. Destacan el grupo Hiperión como una zona de encuentro de ambas tradiciones, la emergencia de la filosofía analítica con Luis Villoro, uno de los "hiperiones", así como un marxismo fortalecido por la presencia de Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez. Sobre esto, Libertad, progreso y autenticidad nos deja trazos firmes para colorear este mapa.

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