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Historia mexicana

versão On-line ISSN 2448-6531versão impressa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.64 no.3 Ciudad de México Jan./Mar. 2015

 

Reseñas

Pilar Gonzalbo Aizpuru y Anne Staples, Historia de la educación en la ciudad de México

Adelina Arredondo* 

*Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México

Gonzalbo Aizpuru, Pilar; Staples, Anne. Historia de la educación en la ciudad de México. México: El Colegio de México, Secretaría de Educación del Distrito Federal, 2012. 563p. ISBN: 978-607-462-281-2.


La producción historiográfica sobre la educación en México podría distinguirse a partir de dos grandes tradiciones: la escrita por educadores, pedagogos y funcionarios públicos, y la construida por los especialistas en historia y en ciencias sociales. A esta última corriente corresponden las publicaciones que desde la década de 1970 resultaron del seminario de historia de la educación organizado por Josefina Zoraida Vázquez en El Colegio de México. Aun disuelto el seminario sus integrantes continuaron presentando ponencias, artículos, libros de autor y libros colectivos que son un referente obligado para los historiadores de la educación. Estos trabajos originalmente se enfocaron a ofrecer un panorama general de la educación en México y sobre temas especializados; en su mayor parte, brindaron una visión de la educación nacional como derivada del Distrito Federal. Los trabajos ulteriores realizados por los historiadores en diferentes regiones del país, a partir de numerosas fuentes originales inéditas, mostraron problemas y resultados que vinieron a enriquecer y en ocasiones a revisar la historiografía de carácter nacional que se había producido. Mientras en la década de 1990 las investigaciones sobre la historia de la educación en el Estado de México, Nuevo León, Sinaloa, Zacatecas, Puebla, Chihuahua, Jalisco, Michoacán, Veracruz, San Luis Potosí, Tlaxcala o Morelos engrosaban los estados del conocimiento, la historia local de la ciudad de México y sus alrededores se mantuvo subsumida -hasta cierto punto oculta- dentro de las obras generales y nacionales. Ese vacío es llenado ahora gracias a algunos trabajos parciales recientes, y más con este libro dedicado a brindar una visión general de la historia de la educación en la ciudad de México. Celebramos esta obra que comentamos, que se ocupa en particular de la historia propiamente local de la capital de la República mexicana.

Historia de la educación en la ciudad de México es un libro integrado por ocho capítulos que tiene por objeto el análisis de 700 años de historia de la educación en el espacio geográfico que hoy ocupa la zona metropolitana de la capital de México. Se trata de un trabajo colectivo en el que colaboran reconocidos historiadores. En esta obra los autores se distinguen por sus diversas formas de aproximación al problema de investigación, las fuentes que utilizan, sus estilos de exposición, y el orden y jerarquía que confieren a los diversos temas relacionados con la educación. La coincidencia está en el espacio geográfico. La divergencia mayor está en los espacios temporales que cada autor asume.

Uno puede imaginar los problemas a los que se han enfrentado los autores al delimitar la geografía y las épocas. La definición misma del concepto “ciudad de México” y la delimitación del espacio geográfico deben haber sido el resultado de amplias discusiones entre los participantes de este proyecto. ¿Con qué criterios delimitar el espacio político administrativo y el área urbana de la gran Tenochtitlan, la capital del virreinato o la actual metrópoli? ¿Cómo y con qué argumentos establecer una periodización de la historia de la educación en un lugar específico? ¿Cómo constituir un equipo de trabajo que en su conjunto abarcara todos los periodos? ¿Cómo definir y delimitar lo que entraba y lo que no en ese término de “educación”? ¿Había que definir un contenido para cada parte, un ordenamiento y un método de exposición uniforme, o dejar a cada uno libre de asumir su propia concepción epistemológica, y su propio ordenamiento y estilo expositivo? Sabemos por las autoras, cuando presentaron el libro por vez primera, que no fue ni fácil ni rápido editarlo y publicarlo. Después de resolver estos y otros problemas, finalmente nos han brindado la obra colectiva que comentamos aquí, haciendo un recorrido por sus diferentes capítulos.

El libro abre con el trabajo de Pablo Escalante Gonzalbo titulado “La educación mexica y los proyectos franciscanos para la educación de los indígenas en la ciudad de México”. Según el autor, en lo que hoy es la ciudad de México “tuvieron lugar las más originales y complejas experiencias educativas de América durante los siglos XV y XVI”. Esta afirmación se sostiene mediante la narrativa del autor sobre el sistema universal de instrucción en Tenochtitlan, para el pueblo y para la nobleza. El primero orientado hacia el trabajo y la guerra, y el segundo hacia el sacerdocio y el gobierno. La educación comenzaba en la casa y la familia, diferenciándose por el sexo y por la pertenencia de clase social. Se confería gran importancia al aprendizaje práctico y activo, al juego, a la disciplina, a los castigos y a las reglas de convivencia. El complejo sistema escolar estaba integrado por cientos de instituciones y se extendía jerárquicamente a todos los jóvenes de manera gratuita y obligatoria. Los hijos de los nobles, que asumirían las posiciones sociales de más alta jerarquía, eran formados para el sacrificio, la piedad, la vida rigurosa y ejemplar. En estas instituciones, de manera especializada, se enseñaban las normas de urbanidad, el canto, la música, la danza, las artes para la guerra y para la producción económica, y los fundamentos de la religión oficial. Los jóvenes nobles se especializaban en historia, cronología, cosmografía, las artes adivinatorias y la interpretación de los sueños, pero también en las bases de la administración, la edificación, el urbanismo, la planificación de la ciudad, y desde luego aprendían a dirigir ejércitos y rituales religiosos, y la organización política de los vastos dominios más allá de los límites de la Gran Tenochtitlan. Escalante rebasa el periodo mexica para exponer cómo fue la educación de los indígenas en la ciudad conquistada por los españoles, centrándose en las instituciones de los franciscanos y en su capacidad de aprovechar el viejo sistema, estimulando la educación de los jóvenes nobles, como la Escuela de Artes y Oficios de San José de los Naturales, establecida en 1527, y el Colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco, establecido en 1536, considerado la primera institución de educación superior de América.

En el segundo capítulo, “Los primeros siglos de la nueva España”, Pilar Gonzalbo Aizpuru expone cómo fue la educación en la época de la conquista y durante los siglos de colonización en la Nueva España. Gonzalbo explica cómo la evangelización y la catequesis de los indígenas eran parte del mandato pontificio que legitimaba la conquista. Franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas formaban vasallos sumisos y trabajadores. La autora describe la organización, funciones, actividades, logros y problemas de las instituciones educativas en la colonia española, el papel de la Iglesia en la instrucción de adultos, jóvenes y niños, españoles, criollos, indios y mestizos. Explica cómo el ayuntamiento de la ciudad de México y el gremio de maestros administraban y operaban las escuelas de primeras letras; cómo se impartían los cursos de gramática en los colegios y las cátedras de humanidades para los laicos y cómo se ofrecían los grados superiores en la Real y Pontificia Universidad de México. La autora escribe sobre la organización universitaria, facultades, cursos, ordenamientos y maestros; sobre la formación de los clérigos en los seminarios tridentinos, sobre el aprendizaje de los oficios y sobre la educación femenina. Todos esos temas han sido tocados ampliamente por la autora en libros previos, pero la novedad aquí radica en hacer una reflexión sobre la ciudad educadora, mediante la vida cotidiana, la familia, la didáctica del miedo y el orden urbano; allí los súbditos de España aprendían a vestir, a relacionarse, a trabajar y hasta a divertirse, influyendo también sobre los otros habitantes de la colonia e incluso volviéndose “la meca de la cultura americana”.

Con la Ilustración y el liberalismo vinieron transformaciones significativas en los objetivos educativos, las instituciones, el currículum y los sujetos. Dorothy Tanck da cuenta de esos cambios y de las permanencias en el tercer capítulo, titulado “La ciudad durante tres regímenes. 1768-1838”. Contribuye significativamente a la comprensión de los procesos educativos y los contenidos de este libro la descripción que Tanck ofrece sobre la organización del gobierno de la ciudad en tres diferentes regímenes políticos, y sobre la estructura de los asentamientos en el territorio, su traza, los barrios, las parcialidades y los pueblos de indios. Se comprende el papel del arzobispado, de las congregaciones religiosas, de las autoridades políticas, de los gobiernos indígenas, de los padres de familia, de los particulares y de las asociaciones filantrópicas en la promoción de las escuelas. Se explica cómo se fueron secularizando las instituciones educativas de distintos niveles y apareciendo el concepto de “libertad de enseñanza”; cómo se llenó el vacío dejado con la expulsión de los jesuitas en la educación para los jóvenes, qué se enseñaba en la universidad y qué títulos se expedían. De particular interés resultan las instituciones ilustradas establecidas durante el régimen de Carlos III, como la Academia de San Carlos, el Colegio de Minería, la Escuela Real de Anatomía Práctica, el Jardín Botánico. Se describe la manera en que en el Colegio Militar se pretendió dar una estructura seriada a los estudios, y cómo la oferta educativa se amplió y diversificó con el federalismo del México independiente. Tanck analiza además los contenidos y los medios educativos distintivos de la época y los diferentes destinatarios, así como las relaciones entre los grupos étnicos y políticos en torno a la educación.

En el capítulo IV, “Ciudadanos respetuosos y obedientes”, Anne Staples ofrece un panorama general de la vida social en el Distrito Federal, que para 1865 obtuvo la categoría política de Departamento del Valle de México. La autora se propone explicar cómo la ciudad respondió al reto de sostener un sistema educativo y convencer a las familias de enviar a sus hijos a la escuela en un entorno de obstáculos sin fin, a la vez que se ensayaron estrategias para la administración y el control de las instituciones escolares, en la misma época en que el gobierno nacional encargaba a la Compañía Lancasteriana la instrucción elemental. En el periodo que ella aborda se transita de la religión católica como eje del currículum a la educación laica, sin religión, pasando por el concepto de educación libre. Staples se detiene a examinar las diferencias de la educación para hombres y mujeres; explica cómo se realiza la formación y cuáles son las condiciones laborales de los docentes de diferente sexo; cuáles son las instituciones para la educación de los indios y de los habitantes de las zonas rurales; para los ciegos y los sordos, para los llamados vagos; para la enseñanza de las artes, el teatro, la música, la declamación; para los jóvenes universitarios y para el aprendizaje de los oficios y las carreras técnicas; revisa problemas como el ausentismo escolar, la pobreza, el financiamiento para la educación, y el ensayo del modelo francés durante la época de Maximiliano; explora el papel de otros actores en la educación como las sociedades de beneficencia y los profesores extranjeros, las librerías y los museos.

En el capítulo “La educación moderna, 1867-1911”, Mílada Bazant hace una ágil descripción de cómo fue cambiando la disposición de los espacios urbanos con la derrota del imperio de Maximiliano y la restauración de la República, mostrando cómo en el marco de la política de secularización los terrenos y edificios de los conventos dieron paso a escuelas, plazas y nuevas avenidas. Según palabras de la autora, “me aventuro a afirmar que es el derrumbe físico y legal de la Iglesia lo que modifica sustancialmente la urbe y la confronta hacia nuevos derroteros” (p. 249). En la información que contiene este artículo es posible entrever el conflicto entre los gobiernos municipales del valle de México y el gobierno federal por controlar los fondos, la administración, las instituciones y las finalidades de la educación pública. Se comprende cómo se traslapan los funciones entre sectores de gobierno, cómo se van configurando los objetivos y los niveles educativos y cómo las reformas educativas implementadas por los gobiernos liberales de los presidentes Juárez y Lerdo de Tejada, aunque sólo afectaban a territorios y al Distrito Federal, fueron asumidas por gobiernos de otros estados. La administración educativa era compleja. La autora explica cómo la ciudad de México estaba gobernada por un ayuntamiento, al frente del cual estaba el gobernador del Distrito Federal, de quien dependían doce municipalidades gobernadas por cabildos. En cada municipalidad había pueblos, barrios, haciendas, ranchos y rancherías. Durante las últimas décadas del siglo xix se dictarían disposiciones tendientes a centralizar, uniformar, nacionalizar y federalizar las escuelas. A partir de 1896 la federación se haría cargo de los planteles educativos, eliminándose una “larga tradición de autoridad local”.

Es el periodo trabajado por Mílada Bazant se crearon los puestos de inspectores y subinspectores, las escuelas para párvulos y las nocturnas para obreros de ambos sexos; también entonces se modificó el horario escolar en busca de combatir la inasistencia, implantando un horario corrido, y se establecieron los desayunos escolares; además se celebraron cuatro congresos nacionales de instrucción pública. En este periodo se difundieron las teorías pedagógicas modernas enfocadas en la idea del desarrollo integral del niño, el método objetivo, los valores de apego al trabajo y al progreso. En 1885 se creó la escuela normal y una escuela central, se modificaron planes de estudios, carreras, se estableció la Escuela Secundaria para Mujeres, la Escuela de Artes y Oficios para Señoritas y las escuelas normales para profesoras. Es entonces cuando las normales asumieron la nueva tarea de formar educadoras para el kindergarden, habiéndose establecido el primero en 1884. Según la autora, estas nuevas instituciones y funciones para las mujeres en la educación formal hicieron posible que entre 1878 y 1907 la proporción de maestros varones en relación con maestras descendió de 60 a 23% del total. En el último de los apartados de su trabajo se describen instituciones nacionales como la Escuela Nacional Preparatoria y las escuelas nacionales de Jurisprudencia, Medicina, Ingeniería, Bellas Artes, Comercio y Administración, Agricultura y Veterinaria y el Conservatorio Nacional de Música y Declamación. Para comprender mejor el peso de la educación en la sociedad capitalina, se incluyen en este capítulo del libro gráficas que ilustran la evolución del presupuesto en Guerra y en Educación, el número de instituciones municipales y federales, los inscritos en las escuelas profesionales y la evolución del número de titulados por carrera.

El capítulo sexto, “Una educación revolucionaria para la ciudad de México (1910-1940)”, es una contribución de Engracia Loyo. En este apartado se explica cómo la revolución iniciada en 1910 llegó a desquiciar la ciudad pero no paralizó la vida escolar. La capital tenía entonces menos de medio millón de habitantes. La autora explica cómo iban cambiando los gobiernos federales, pero labores escolares continuaban de manera ininterrumpida y se celebraba en la capital el Segundo Congreso Nacional Pedagógico; se proveían alimentos y vestidos a los escolares, se impulsaban nuevos métodos de enseñanza, se formaban los maestros y las maestras (cada vez más numerosas), los obreros, los ingenieros, las oficinistas; se creó la Universidad Popular y la Escuela Libre de Derecho. Con el régimen constitucional emanado de la revolución se modificó el gobierno de la ciudad, en la cual coexistían tres órdenes distintos: el presidente municipal, el gobernador del Distrito Federal y el presidente de la República. El régimen constitucional de 1917 reafirmó la educación laica, gratuita y obligatoria y dio más responsabilidades a los municipios en materia educativa; los maestros hicieron huelga, se construyeron y remodelaron los edificios escolares, las “escuelas libres” se difundieron, se combatió el analfabetismo.

Al crearse la Secretaría de Educación Pública federal en 1921, se restaron facultades a los municipios del Distrito Federal y, a pesar de las manifestaciones en contra, las escuelas citadinas pasaron al control del gobierno nacional. Por entonces se promovió la pedagogía de la acción, se crearon las secundarias federales, se impulsaron las bibliotecas ambulantes, se editaron y distribuyeron libros de texto, se promovieron las escuelas nocturnas y técnicas, la educación física, las bellas artes, la radio, la higiene y el ahorro escolar. No faltaron los conflictos entre sectores de gobierno, con los maestros, con la Universidad Nacional, con la Iglesia católica, con los proyectos de educación indígena, con los padres de familia, con los filósofos. En esta época se ensayó el modelo de educación socialista y racionalista, la coeducación, la educación sexual, la educación obrera y popular. Para 1940 el Distrito Federal era un departamento organizado en 13 delegaciones con más de 1.6 millones de habitantes, menos analfabetas, más escolarizados y más cultos.

El título de la contribución de Cecilia Greaves describe ya su contenido, “El viraje conservador. La educación en la ciudad de México 1940-1970”. En este periodo la ciudad de México pasó de tener 1 760 000 de habitantes a casi 5 000 000. La autora ex plica cómo en el contexto de la segunda guerra mundial “un discurso conciliatorio, moralista, conservador marcó el nuevo rumbo”, concretándose en el modelo educativo de la “escuela del amor”, centrado en el individuo y no en la colectividad. Si bien el Estado mantuvo el control sobre las escuelas particulares y la reiteración de la educación laica en lo formal, en los hechos se dio una creciente tolerancia religiosa en las instituciones educativas, permitiendo mayor injerencia del sector privado en la educación. La política se orientó al fomento de la industrialización y el desarrollo del sector rural. Se uniformaron los programas de estudio en primaria y normal, se canceló el programa de educación mixta, se creó un sindicato único de maestros, se emprendió una campaña nacional contra el analfabetismo, se reformó la currícula en primaria, secundaria y normal, se reorientaron los contenidos de los libros de texto, resaltando los valores morales y éticos tradicionales y la formación de ciudadanos nacionalistas; los contenidos educativos oficiales se reforzaron con rituales como el culto a la bandera, el canto del Himno Nacional y la conmemoración de héroes nacionales y episodios históricos. Se realizaron programas contra el analfabetismo, aunque la ciudad de México tenía el índice más bajo en el país, 26%. Las mejores condiciones de trabajo impulsaron la migración de maestros desde los estados hasta el Distrito Federal.

Fue en la época que trabajó Cecilia Greaves cuando se construyó Ciudad Universitaria y se ampliaron las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional. La Universidad Nacional Autónoma de México contaba con 58 carreras profesionales. La vida cultural de la capital se enriqueció con instituciones como El Colegio Nacional, El Colegio de México y los Estudios Churubusco para la promoción de la cinematografía nacional, y posteriormente el Museo Nacional de Antropología e Historia. El Plan de Once Años, piedra angular de la política educativa a partir de los años sesenta, incrementó el control del gobierno federal sobre la educación nacional, sobre todo a partir del libro de texto único, generando la oposición de grupos conservadores, liderados por la Iglesia católica. Hubo otros conflictos, como la huelga del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación por la demanda de mejores condiciones de trabajo, iniciado por la sección IX del D.F., que paralizó las labores educativas y que terminó en la represión violenta y el encarcelamiento de los líderes (1958-1959); y la violenta represión al movimiento estudiantil de 1968. La escolarización se mostró cada vez más como un factor de desigualdad y marginación. La autora estima que en ese periodo el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Eucación se consolidó como grupo de presión con un poder paralelo al gubernamental.

El libro cierra con el capítulo octavo, escrito por Valentina Torres Septién, “La educación privada en la ciudad de México”. Se inicia con una aportación sobre la construcción histórica y jurídica de los conceptos de educación pública y privada, que permite aclarar equívocos importantes en la historiografía, discutiendo los términos y condiciones de posibilidad de las escuelas particulares y las escuelas públicas, las escuelas confesionales y las escuelas laicas, sus traslapes, coincidencias y oposiciones, durante los siglos XIX y XX. Se abordan conceptos como libertad educativa y educación laica, sus modificaciones históricas, sus límites y su trascendencia. En su análisis la autora de cuenta de organizaciones, instituciones, leyes y otros ordenamientos y prácticas al cobijo, por debajo y por encima de los lineamientos normativos, tanto desde el gobierno como desde la sociedad civil. Se narran las prácticas oficiales y las resistencias sociales, se enumeran los recursos y las carencias, los elementos coincidentes y las diferencias en este sector, ahora conocido como “educación particular”. Hay nudos específicos dentro de esta temática en los que la mirada de Valentina Torres se detiene, como la educación socialista, la educación sexual, las iglesias, las congregaciones, los migrantes, los conflictos dentro del propio gobierno, los libros de texto, la educación superior privada. El capítulo cierra con una lista de datos de 225 escuelas primarias privadas existentes en 1927, 45 secundarias privadas incorporadas a la federación en los años treinta, 220 instituciones privadas de educación media superior y superior incorporadas a la Universidad Nacional Autónoma de México en el Distrito Federal, información que por sí misma expresa la importancia de este sector privado en la historia de la educación en la ciudad de México.

En su conjunto los diferentes trabajos muestran cómo los problemas educativos parecieran ser los mismos, los dilemas sobre las finalidades de la educación, la falta de organización, de fondos, de medios educativos, de colaboración, las oposiciones, el abandono de proyectos, la indefinición de competencias administrativas, la articulación entre educación, sociedad, y economía. El volumen de 564 páginas concluye con un “Recuento final” escrito por las coordinadoras e incluye un índice onomástico y otro temático, muy útiles para guiar la consulta.

Puede observarse un esquema general para cada capítulo que comienza con la descripción de elementos de la vida cotidiana en la ciudad y la organización política en cada periodo; más adelante se analizan los servicios educativos en sus distintos niveles y los dirigidos a sectores específicos de la población -indígenas, mujeres, personas con capacidades diferentes o adultos-. En varios trabajos se retoman algunos agentes y espacios educativos no formales, como las fiestas, la radio, las bibliotecas, la ciudad misma, para concluir cada capítulo con un balance del periodo abordado. Este esquema brinda unidad al libro, aunque aun así se percibe la fragmentación entre capítulos, pues no hay hilos de continuidad entre un artículo y otro y hay elementos que quedan suspendidos, bien porque no se atendieron en el capítulo precedente o bien porque no se retoman en el capítulo posterior. Por ejemplo, no sabemos cuándo aparece el primer jardín de niños en la ciudad de México o cuándo por vez primera se organizan las escuelas por grados, o cómo responden los pueblos y comunidades a las políticas federales en diferentes momentos, o cómo reacciona el gobierno de la ciudad frente a los conflictos Iglesia-Estado que afectan a la educación. Quizás la ausencia más marcada en gran parte de los artículos es la manera como se va organizando en la ciudad y por la propia ciudad la administración de la educación pública y la supervisión de la privada, pues no hay una clara distinción de lo que es atribución federal o local. En ocasiones se ofrecen datos contradictorios entre un capítulo y otro. Cuando el libro se centra prioritariamente en las instituciones controladas o supervisadas por el Estado, es necesario explicar cómo el gobierno federal fue haciéndose cargo de la administración y financiamiento de la educación en la ciudad (la Secretaría de Educación del Distrito Federal se creó en 2007) y cuál ha sido el grado y potencial de intervención de otros sectores de gobierno, de las comunidades, de los grupos de poder locales. También se advierte la ausencia de retroalimentación entre unos capítulos y otros, entre unos autores y otros, además de referencias necesarias a otros autores que han venido a revisar y a enriquecer de forma considerable el campo de investigación durante las décadas que separan los primeros trabajos surgidos del seminario de El Colegio de México y esta última obra, tanto sobre la historia de la educación como sobre la historia de la ciudad de México. Trabajos ulteriores podrán explicar la diferencia sustantiva entre Estado y sociedad en las intervenciones educativas y entre los sectores de gobierno y la administración local y nacional; los flujos de recursos financieros, de agentes educativos, de estudiantes, y los desequilibrios centro y periferia; las influencias que pudieron retomarse en el Distrito Federal de ideas, prácticas e instituciones ensayadas en otras entidades. Para el estudio de los temas enunciados y otros, esta obra colectiva es una referencia básica indispensable para los investigadores de la educación en México, y una magnífica obra de difusión para todo público.

En conclusión, este libro forma parte de una tradición historiográfica reconocida por su rigor científico; sintetiza, formaliza, actualiza, replantea y mira desde perspectiva local la historia de la educación que había sido asumida de manera más general por los mismos autores; viene a llenar un vacío importante ya identificado tiempo atrás; ofrece nuevas vetas de problematización y reflexión para la historiografía de la educación. Este libro bien puede leerse completo para tener una visión panorámica de la historia de la educación en la ciudad de México, o leerse por capítulos, según la época de interés particular, o bien tenerlo como una excelente obra de consulta permanente, en cualquier biblioteca pública o privada.

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