Multicultural Origins of the Global Economy: Beyond the Western-Centric Frontier, del especialista en relaciones internacionales/ economía política internacional John M. Hobson nos lleva a un recorrido histórico de tres siglos para mostrar, de manera empírica, cómo se constituyó el sistema económico global. Este impresionante esfuerzo se suma a su ya prolífica bibliografía en la que ha promovido el estudio y el análisis de la conformación histórica del orden internacional y que ofrece una visión novedosa, que rompe, hasta cierto punto, con los discursos imperantes en la disciplina, los cuales muchas veces han excluido agencias más allá de las que se suscitaron en el continente europeo.
La aportación más interesante del libro, sin lugar a dudas, es la propuesta teórica que realiza el autor: la denominada nueva economía política global (NEPG), una aproximación de gran valía que parte de algunas ideas y fundamentos ya explicitados en otras visiones, como la nueva economía política, la nueva economía política internacional y la economía política global. Así pues, lo que Hobson rescata de estas visiones específicas es el acercamiento de “gran imagen”, el cual sugiere adoptar una visión desde la totalidad, asumiendo al sistema económico como una gran red en la cual convergen un gran número de actores y procesos que moldean y dan forma a dicho sistema. Además de esto, retoma también la historización de dichos procesos, asumiendo que para entender el estado de las cosas es necesario un estudio histórico detallado que nos permita entender el derrotero de dichos procesos y que logre alejarse de lo que él mismo denomina “presentismo patológico” y que tiene relación con la ahistoricidad de algunos de los enfoques dominantes en la disciplina (pp. 3-7).
Sin embargo, y lo que sitúa la propuesta del autor en una trayectoria distinta con las perspectivas antes mencionadas, es la crítica que realiza a éstas en torno a su visión eurocentrista, lo que el autor denomina como eurofetichismo, dado que todas enfatizan, en menor o mayor grado, la agencia de los Estados europeos como el principal catalizador de dicho proceso histórico (p. 22). Así pues, podemos asumir que lo que se propone Hobson es retomar algunas cuestiones teóricas importantes que ya ha tratado en textos pasados y que, sin lugar a duda, constituyen algunas de sus grandes aportaciones a la disciplina, a saber: la incorporación de la sociología histórica al estudio de la conformación de la economía global enfatizando, sobre todo, tres elementos principales: la historización del proceso de conformación del orden económico, la multicausalidad del poder y, finalmente, la multiespacialidad de este mismo proceso, en donde elementos como sociedad, estados y sistemas interactúan de manera constante y se moldean los unos y los otros, difuminando la línea diferenciadora que se ha trazado en los enfoques tradicionales entre lo externo y lo interno, entre occidente y las demás regiones del mundo.
A través de los diferentes capítulos de los cuales se compone el libro, el especialista nos lleva por un recorrido que tiene como finalidad resaltar el establecimiento de una compleja red de relaciones políticas y económicas que finalmente fueron las que dieron origen y moldearon al sistema económico como lo conocemos actualmente. Aunque en el libro se identifican dos etapas claras, lo que denomina la “primera economía global” y la “segunda economía global”, el autor resalta la primera debido a que dicho periodo supone la génesis del orden económico global y, además, los desarrollos posteriores a ésta dependen en gran medida de los procesos que ahí se gestaron.
En ese sentido, de esta etapa resalta el caso del Imperio chino y del subcontinente indio, cuyos desarrollos, de acuerdo con lo expuesto por el autor, marcaron en gran parte el desarrollo de la “primera economía global”. En específico para el caso del Imperio chino, dominado en una primera parte por la dinastía Ming, el autor desmitifica la idea, ampliamente extendida en algunos círculos académicos occidentales, de que el Imperio a partir del siglo XIV experimentó un aislamiento económico-comercial que tuvo consecuencias para su desarrollo posterior. Así pues, la tesis del supuesto aislacionismo Ming, ejemplificado en la política Hajin, es desechada por el autor al argumentar que los comerciantes privados chinos utilizaron una serie de mecanismos para evitar la prohibición comercial y, de esta manera, dejar su huella en la conformación del sistema comercial global (p. 45). Esto se llevó a cabo por medio de la emigración de mercaderes a otras partes de Asia, y con esto el establecimiento de relaciones comerciales con el Imperio chino, a través de la compra de cartazes portugueses como forma de hacer pasar a los barcos como barcos portugueses y, derivado de esto mismo, el establecimiento de asociaciones mercantiles con compañías europeas, de lo cual el caso más relevante es el de la compañía de las Indias Orientales Holandesa, la cual fue integrada al sistema tributario chino como un súbdito que tenía que pagar tributo y cuya asociación fue utilizada para combatir a los piratas chinos, sobre todo a los Zheng’s que moraban la isla de Taiwán (pp. 47-49).
Otro asunto interesante que resalta el autor respecto a China es la política de libre comercio que se promovió desde el Imperio y que, de esta manera, lo coloca en una trayectoria distinta a lo que habitualmente se cree. Así pues, parece ser que desde 1684 China comenzó a establecer lineamientos que apuntan más hacia las políticas de laissez-faire que Gran Bretaña, algo que invierte completamente la concepción sobre las prácticas económicas de los dos Estados. Haciendo una comparación en torno a las relaciones Estado-sociedad, el modo de recaudar impuestos, la política comercial, las relaciones de producción y la naturaleza del Imperio y el sistema interestatal, el autor identifica que el Imperio chino puede considerarse un promotor del libre comercio por encima del Imperio británico, desmitificando, de nueva cuenta, la visión aislacionista que se tiene en los relatos convencionales sobre China (pp. 72 y 73).
Ahora bien, para el otro actor importante: las entidades que componían el subcontinente indio, el autor se centra en lo que denomina “poder estructural” y tiene que ver con el tipo de productos con los que se comercializaba y que constituían el núcleo básico de funcionamiento de la economía global. En ese sentido, para el autor algo que se ha pasado por alto en la mayoría de los relatos históricos es el poder que tenían los textiles de algodón hechos en el subcontinente y que se posicionaron en su momento como un súper commodity, título derivado de la importancia que tenían dichos textiles no solamente para el comercio en el océano Índico, sino también para la potencialización de cadenas de producción global en diferentes partes del mundo y, además, para el establecimiento del sistema atlántico de comercio, influenciando el comercio de esclavos en África y en el propio sudeste asiático, y que impactó no sólo a estas dos regiones, también al Imperio otomano, el Imperio safávida, Asia central, el continente americano y el Caribe, así como al Imperio británico (pp. 100-103).
Además de lo anterior, el texto resalta por (re)introducir la idea de “capitalismo histórico”, que define como un sistema en el cual existen tecnologías productivas no mecanizadas que se encuentran unidas a una compleja red de relaciones sociales en la que se mezclan trabajadores asalariados libres, trabajadores asalariados no libres (que no han sido desposeídos de tierra), trabajadores forzados y, además, trabajo agrario y doméstico, y que producen para los mercados domésticos y externos (p. 207). De esta manera, para entender la trayectoria económica china y del subcontinente indio, el autor echa mano del concepto capitalismo histórico para poder explicar las relaciones de producción en estos espacios geográficos y, además, resaltar su impacto en la constitución del sistema económico global en su primera etapa.
Dicho esto, y tomando en consideración los párrafos anteriores, el autor enfatiza la necesidad de asumir la importancia tanto de China como de la India para la conformación del sistema económico global, así como para la transición entre la “primera economía global y la “segunda economía global”, debido a que tanto el poder como la presión de estos actores promovieron cambios profundos en las dinámicas de producción británicas, lo cual, a final de cuentas, va a explicar la transformación del capitalismo industrial y a la denominada “gran divergencia” entre Oriente y Occidente.
Sin lugar a dudas, el argumento que construye Hobson logra ser persuasivo y permite pensar, con otros lentes y desde otra posición, los desarrollos que permitieron dar paso al sistema capitalista moderno. Es un ejercicio interesante y sumamente estimulante que abona en gran medida a la reconceptualización disciplinar que se ha venido dando desde hace algunos años, desmitificando la idea tan naturalizada sobre la hegemonía europea en la construcción del orden y de la denominada sociedad internacional.
Sin lugar a duda, el texto de Hobson constituye un trabajo histórico profundo y completo, una obra de gran calado que puede llegar a establecerse como un clásico para la disciplina de relaciones internacionales. En ese sentido, tanto estudiantes como académicos interesados en economía política internacional, así como en los debates de la transición hacia el capitalismo y el giro no-eurocéntrico, lo que ha sido denominado en los últimos años como historia global, encontrarán en la presente obra una bocanada de aire fresco para entender la complejidad de la constitución del denominado sistema internacional.