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Agricultura, sociedad y desarrollo

versão impressa ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.10 no.4 Texcoco Out./Dez. 2013

 

Reseña

 

Retana-Guiascón, O. G. 2006. Fauna silvestre de México. Aspectos históricos de su gestión y conservación

 

Salvador M. Medina-Torres

 

México. FCE. Universidad Autónoma de Campeche. ISBN: 968-168-1223. 211 p.

 

Área de etnozoología-Universidad Autónoma Indígena de México (smedinat@gmail.com)

 

En la escasa literatura sobre la fauna silvestre de México, hasta antes de la obra del Dr. Retana-Guiascón no existía un libro donde el estudioso del tema pudiera encontrar, de forma tan completa, la narrativa de la evolución que ha tenido en nuestro país la protección, conservación, uso y aprovechamiento de este recurso natural tan diverso como importante; es decir, la evolución de su conocimiento y gestión.

El autor explica que los graves problemas ambientales son consecuencia de modelos económicos y tecnológicos basados en el derroche, degradación y agotamiento del capital natural. Estos problemas se agravan por tres causas: 1) disminución en cantidad y calidad de recursos naturales, dado su uso por encima de su tasa de renovación; crecimiento poblacional humano; 2) reducción de la disponibilidad per cápita de los recursos naturales; y 3) inequidad en el acceso a tales recursos, lo que conduce a escasez y pobreza generalizada en las mayorías al concentrar los derechos de propiedad en unos cuantos. El legado de la Revolución Verde perdura en impactos a las aguas y suelos, a la vegetación natural y a la biodiversidad, así como en el incremento en la tasa de extinción de especies animales y vegetales, y sólo mediante la adecuada gestión de su riqueza natural, México encontrará el camino hacia un mejor futuro. El autor define la gestión de la vida silvestre como el conjunto de acciones encaminadas a lograr la máxima racionalidad de las poblaciones de fauna y flora silvestre y sus hábitats, a través de información y participación coordinadas entre los diferentes usuarios del recurso, a fin de garantizar el mantenimiento y la continuidad de sus bienes, servicios y oportunidades ecológicas, sociales y económicas a largo plazo y, con ello, lograr una transición hacia su utilización sostenible y su conservación.

El México pluricultural de hoy es resultado de un largo proceso de interacción con la vasta vida salvaje que existió en el paleolítico superior (hace unos 30 mil años) y que, a fuerza de ensayo y error, llevó a las primeras bandas de cazadores-recolectores a evolucionar en las complejas y refinadas sociedades de Mesoamérica. Éstas encontraron en la vida silvestre los fundamentos de la domesticación, el comercio, la medicina, las materias primas de su arte, su mitología y cosmovisión, su simbolismo y religión, y todas aquellas acciones de gestión, notablemente adelantadas respecto de las culturas del viejo mundo y cuyo conocimiento, fragmentado ya, perdura en mitos, costumbres y tradiciones que los etnozoologos tratan de rescatar y revalorizar, antes de que la última palabra expresada en alguna lengua originaria sea pronunciada por última vez, y el conocimiento y significado que sólo era posible expresar en esa lengua sobre los animales y plantas del monte se pierda del tiempo y de la historia.

El autor lleva al lector de la rica era prehispánica a la desolación que trajo consigo el choque de las culturas, cuando los pueblos originarios fueron conquistados, sojuzgados y asimilados. La fauna silvestre perdió importantancia, llegando a considerarse un recurso ilimitado que se podía explotar a capricho. Sólo los bosques fueron valorados como materia prima para la construcción de navíos y para soportar las trabes en los tiros de la naciente minería colonial. La única contribución relevante durante este período fueron las monografías y tratados escritos por algunos estudiosos, que llevaron por primera vez al viejo mundo el conocimiento de la vida silvestre de las Américas, así como las primeras colecciones zoológicas, precursoras de la futura museografía natural mexicana. En el México independiente del siglo XIX aparecen los primeros trabajos sobre ornitología, herpetología y mastozoología, que derivaron en la descripción de las primeras especies de la biodiversidad mexicana. Se consolida entonces la investigación de la fauna silvestre que, impulsada por la filosofía positivista, alcanza reconocimiento y legitimación, mientras que la gestión sólo se manifestaría mediante regulaciones jurídicas marginales centradas en algunas especies cinegéticas. Desgraciadamente, las pugnas políticas y los conflictos internacionales que caracterizaron el siglo XIX propiciaron un desfasamiento científico en México, que habría de perdurar hasta el presente.

La primera década del siglo XX trajo consigo la consolidación de la museografía natural mexicana y la enseñanza de la zoología en la naciente Universidad Nacional de México. En plena lucha revolucionaria surgen instituciones como la Dirección de Estudios Biológicos, el Jardín Botánico y el Zoológico de Chapultepec, y el primer antecedente en gestión pública de fauna silvestre: el Departamento de Caza de la Dirección Forestal, de Caza y Pesca, de la Secretaría de Agricultura y Fomento. Consolidada la Revolución, se promulgan 15 vedas y en la gestión de fauna aparecen conceptos como conservación y riqueza natural. Posteriormente, la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Facultad de Ciencias de la UNAM iniciarán un liderazgo en la enseñanza y conocimiento de la fauna mexicana, que habrá de perdurar hasta el presente.

Los primeros convenios internacionales para la protección de aves migratorias y mamíferos cinegéticos entre México y los EE. UU. datan de los años treinta. En 1940 se promulga la primera Ley de Caza. Sin embargo, retrocesos en la gestión de la fauna por dos décadas más derivaron en su explotación irracional. El auge industrial y urbano de la postguerra trajo consigo un deterioro ambiental que motivó los primeros intentos internacionales para hacer de la conservación una prioridad de estado.

En 1952 se promulgó la Ley Federal de Caza (1952), ley inoperante que por carecer de reglamento no permitía la gestión conservacionista de la fauna y que, aun así, fue el único instrumento jurídico en esta materia hasta finales del siglo XX. Entonces aparecen los primeros criaderos de fauna silvestre, aunque también inconsistentes vedas cuyas duraciones y límites de ejemplares permitidos hicieron posible la caza desmedida y prolongada.

El anhelado avance en la gestión de la fauna silvestre llega en 1964, con la Subsecretaría Forestal y de la Fauna Silvestre que, más allá de la regulación cinegética, ya considera la administración técnica, el fomento, la diversificación y el control de todas las especies de fauna silvestre. Surge entonces el nuevo paradigma de la integralidad del recurso fauna, de la mano de renombrados investigadores como el Dr. Enrique Beltrán, el Ing. Luis Macías, y el Dr. Rodolfo Hernández Corzo, quien señalaba que su utilización debería realizarse conforme al rendimiento persistente bajo el principio del aprovechamiento múltiple de los recursos naturales. A mediados de los años sesenta, la publicación en español de Wildlife in México, del Dr. A. Starker Leopold, cubrió un profundo vacío en el conocimiento de la fauna silvestre mexicana, siendo hasta nuestros días una obra de obligada lectura para el estudioso en la materia. Los años setenta se distinguieron por el surgimiento y la operación de numerosos programas de alcance nacional y regional, derivados de nuevos acuerdos internacionales, como el Acuerdo de Cooperación para la Conservación de la Vida Silvestre, celebrado entre México y EE. UU. A inicios de los años ochenta se promulga la Ley Federal de Protección al Ambiente, en un esfuerzo por redefinir el problema ambiental y mejorar los criterios de eficiencia en el uso del capital natural. Surge la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (SEDUE), siendo la primera vez que el tema ambiental alcanza la misma prioridad que la salud, la educación o la economía, quedando la gestión de la fauna silvestre a cargo de la Dirección General de Fauna y Flora Silvestres, con funciones de regulación, inspección y vigilancia. Algunos convenios internacionales suscritos por México que perduran hasta nuestros días fueron firmados entonces. A finales de esta década (1988), se promulga la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente (LGEEPA), segunda ley en el México que dispone regulaciones para la fauna silvestre y que, desde sus reformas en 1996, ha sido la base de la política ambiental.

En los años noventa se da la adhesión de México a la Convención Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES por sus siglas en inglés), brindando un valioso soporte para la protección del recurso faunístico del tráfico ilegal internacional. Derivado de la cumbre de Río, México firma el Convenio sobre Diversidad Biológica (CDB), primer acuerdo mundial sobre la conservación y uso sostenible de la biodiversidad, y se crea la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), que es la consolidación institucional de los esfuerzos nacionales para sistematizar el conocimiento del capital natural mexicano. Los compromisos internacionales de México habrían de conducir al desarrollo de nuevas estrategias de conservación in situ, como las Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA), única figura legal para su aprovechamiento establecida en la Ley General de Vida Silvestre (LGVS), promulgada en 2000 que, por primera vez, reconoce el derecho de los dueños y poseedores de tierras a obtener beneficios de su uso, siempre y cuando garanticen su conservación.

Desde el México prehispánico hasta inicios del siglo XXI, el cúmulo de conocimientos y experiencias en torno a la fauna silvestre ha formado un corpus político, institucional, jurídico y social de la gestión de este importante recurso, y a la fecha aún se tienen dificultades para realizar una transición real hacia su utilización sostenible y perdurable. Por ello, el autor termina proponiendo tres líneas de acción para mejorar la gestión de la vida silvestre en México: más allá de lo económico, es urgente una revaloración ecológica, científica, cultural, educativa y recreativa. Para ello, se plantea una redefinición de los derechos de propiedad, así como el otorgar el control del usufructo a comunidades locales, pero con una eficiente regulación del Estado. Otra línea es la investigación y la educación. Aun cuando México es una nación muy diversa, a inicios del presente siglo contaba solamente con dos maestrías sobre conservación y manejo de fauna silvestre, lo que implica un reto para las instituciones de investigación en el país. Sin recursos humanos especializados en este campo, no es posible generar la información y el conocimiento que necesita el corpus de la gestión de la fauna silvestre. En una tercera línea de acción, el autor propone un Programa Nacional de Gestión Integral (PNGI), en el que se gestione nuestra interacción con las especies y los ecosistemas. El hacer de la conservación y uso sostenible de la biodiversidad la base obligatoria de políticas de desarrollo es el principal reto en el presente siglo, y requiere nuevos paradigmas económicos y del desarrollo a niveles macro y microrregionales, que demandan la inversión de 1 % del PIB en Ciencia y Tecnología como mínimo, pues sin la formación de científicos en esta área, difícilmente México tendrá un mejor futuro.

En síntesis, esta obra es de obligada lectura para todo estudiante, investigador, proyectista, gestor, productor, funcionario o usuario relacionado con la vida silvestre en México. Sería ideal que fuera traducida a las lenguas de los pueblos originarios, cuya cosmovisión, tradiciones y cultura aún se basan en su relación con la fauna silvestre. En las universidades interculturales, el libro debe ser ampliamente difundido y, de hecho, ya se le utiliza como un texto básico en la formación de ingenieros forestales comunitarios en el noroeste de México.

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